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28.

Ninguno de nosotros vive para sí mismo


Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo, como tampoco muere para sí mismo. Si
vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor. Así que, tanto en la
vida como en la muerte, del Señor somos.1
Sabemos que estas palabras de San Pablo son una verdad objetiva, porque en Cristo, por
Cristo y para Cristo somos creados. Sin embargo, pasando al terreno de lo subjetivo, como
consecuencia del pecado original queremos vivir para nosotros mismos, queremos trabajar
para nosotros mismos y queremos morir también para nosotros mismos. Y esto hace que
tengamos una vida cada vez más vacía. Cuando uno vive para sí mismo hace su vida cada
vez más vacía y cada vez más separada de la fuente de la vida verdadera y real. Tal como
Jesús nos advierte en la parábola de la Vid y los sarmientos2; el sarmiento separado de la
Vid se seca y se muere. Esta muerte del sarmiento separado de la Vid se hace gradualmente
y uno no se da cuenta de eso.
Las palabras ‘del Señor somos’, quieren decir que le pertenecemos al Señor, claramente
hablan de nuestra particular Comunión con Cristo. Esto nos recuerda lo que sucede cuando
los niños son pequeños, antes de la adolescencia ellos no se dan cuenta de su individualidad,
y su vida se desarrolla dentro de la familia a la que pertenecen como una parte de ese todo
familiar. A esa edad simplemente no se ven separados del resto de los miembros de la
familia, para ellos sólo existe el somos. De la misma manera en el terreno de la vida interior,
de la vida espiritual somos como los niños, nosotros somos del Señor.
Lo que nos une con la Vid es sin duda la Comunión con Dios, es la Comunión con Cristo en
la Eucaristía. La Eucaristía hace que uno empiece a descubrir la dimensión eclesiástica de su
propia vida. Uno empieza a ver que pertenece a una gran familia, a una gran comunidad;
empieza a ver que, cuando se ofrece a Jesús por el poder del Espíritu Santo, permanece en
esta Comunión con Cristo y quiere permanece en Comunión con todos los que hacen lo
mismo. De esta manera se hace Iglesia, somos Iglesia; se crea la Comunión.
Si alguien, por ejemplo, se preocupa por lo que pasa dentro del seno de la Iglesia y tiene
muchos temores por lo que puede suceder, los cuales surgen por los diferentes problemas
que hay, a veces reales, otras veces son exageraciones o incluso calumnias. Entonces hay
que recordar que la Iglesia es invencible3, ¿por qué es invencible?, porque vive en Cristo; y
en esta relación en Cristo y por Cristo pertenece a Dios Padre en el Espíritu Santo. Así que
cuando uno se ofrece a Jesús por la Iglesia, empieza cada vez más a descubrir que cuando
Cristo nos ofrece al Padre, unidos a Su propia ofrenda, hace que empecemos a mirar en la
misma dirección que Él, a ver lo que Él ve; y así empezamos a ver que el plan divino se trata
de la vida en Dios. En la medida en la que esta vida en Dios crece, esta se manifiesta en la
dimensión eclesiástica, en ver que vivo en Jesús cuando entro en esta Comunión con Él; Él
hace que yo viva en Él y que Él viva en mí. Entonces cuando mi vida está cada vez más

1
Romanos 14, 6-8
2
Cf. Juan 15, 1-8
3
Cf. Mateo 16, 18
orientada por este camino, camino de ofrecimiento, se torna en una vida orientada con
relación a Dios y con relación a la Iglesia.
Por otra parte, cuando por ejemplo alguien sufre por la enfermedad, la vida de esta persona
alcanza, cada vez más, una dimensión excepcional para toda la Iglesia. Si esta persona sufre
y se ofrece a Jesús, es decir cuando el Espíritu Santo hace que ella se ofrezca a Jesús, esto
hace que ella esté colocada al Centro de la Iglesia. Cristo se compadece de ella, y ella unida
a Jesús forma parte de este gran Sacrificio del Señor y de toda la Santa Iglesia ofrecido al
Padre. A lo cual el Padre responde con Amor, responde derramando sus gracias sobre todos
nosotros en el Espíritu Santo, en Cristo y por Cristo. De esta manera cuando miramos a una
persona enferma que sufre, vemos que ella no vive para sí misma, sino que ella vive para
Dios y se realiza cada vez más su vida en Cristo, se empieza a desarrollar cada vez más su
Comunión con Cristo crucificado, Cristo que se ofrece por nosotros.
Toda persona que sufre por la enfermedad o por cualquier otra causa, puede considerar
este asunto de su vida dentro del corazón de Iglesia. No obstante, cuando uno sufre es casi
imposible controlar sus pensamientos, porque el sufrimiento nos absorbe completamente,
impide casi todo lo demás. Pero en el fondo uno puede querer unir su sufrimiento al de
Jesús, y al hacer este tipo de actos de voluntad, que a pesar de que surgen en alguien que
es tocado por el sufrimiento, estos tienen un inmenso valor a los ojos de Dios; y ciertamente
Cristo Jesús le une consigo.
Uno puede permanecer en esta Comunión, no sólo por la Eucaristía sino también por la
Comunión con Cristo Crucificado, con Cristo que agoniza en la Cruz, mirando la Cruz y
ofreciéndose a Cristo sólo con decir: “Cristo yo me ofrezco a ti”, y esto le dará a uno un gran
alivio, porque Cristo da paz, Cristo da muchas nuevas gracias por las cuales uno obtendrá la
posibilidad de mirar su situación, mirando en la misma dirección que Jesús.
Cuando Jesús anunció a los Apóstoles su futuro sufrimiento, su futura muerte, su futura
resurrección, Pedro no entendió nada porque no fue en ese momento capaz de mirar en la
misma dirección que Jesús. Pero en el caso de una persona que sufre, si mira en la misma
dirección que Jesús, mira a Cristo crucificado, y Cristo crucificado le une cada vez más
consigo y cada vez más vive en ella y por ella, y cada vez más se realiza en forma subjetiva,
es decir interiormente, lo que dijo San Pablo en su carta a los Romanos: Porque ninguno de
nosotros vive para sí mismo, como tampoco muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para
el Señor; y si morimos, morimos para el Señor. Así que, tanto en la vida como en la muerte,
del Señor somos4.

¡Con María!

4
Romanos 14, 6-8

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