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BROWNIES

¿Dirías que si alguien encuentra la última carta que te mandé creería que soy depresivo?
Ni sugieras un casi. ¿Sí o no? Ya conozco tus vueltas. No, no te considero tan diplomático,
no te quiero decir vueltero. Preguntar por sí o por no es dejar afuera los posibles matices,
y en el mundo de las sensaciones los rotundos extremos hablan en general de la locura de
quien los transita. No te digo que estemos locos. Simplemente te pido que me des una
aproximación rápida e instintiva. Y rápido no tiene por qué significar loco. Hablo del
problema del gato, sí. Pero no quiero que parezca exagerado. Ni siquiera era mío, pero la
cara de esa nena te juro que me partió el alma, no pude evitar asociarlo con eso que ya
sabés. Bueno, con la muerte de Agatha, para qué te voy a andar con rodeos. Los ojitos de
la nena en el pasillo, peinando una muñeca mientras llora. Todos, incluso el portero,
esquivan ese pasillo y toman por la escalera de servicio para no cruzársela. Yo no haría
nunca algo así. Eso, supongo, porque su puerta está frente a la mía. Ahora mismo esta
egoísta autocompadecencia me hace patéticamente melancólico. Según el mandamiento
de mi familia que claramente detalla: comerás hasta reventar para solventar las cosas que
no puedes controlar, debería ponerme a cocinar brownies de esos que la gente cree que
son caseros pero son de cajita, para llevarle a la nena la mitad y darme un atracón con el
resto. ¡Qué sabia es mami! Sé que mientras estás leyendo al mismo tiempo me estás
juzgando. Pero sí, ¡estoy triste! Pobre la nena, pero no es culpa de ella ni de su gato. Ni
siquiera te atrevas a contestarme esto. Ya mismo te vas al súper y comprás todo para los
brownies de cajita, yo consigo una película. Te necesito.

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