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Encuentro afortunado

Un bosque sin peligro, lleno de riquezas.


A través de los troncos imponentes se ve una figura que camina lentamente, llena de elegancia
y de pureza.
Dos ojos bellos y rasgados me miran atentos, inocentes.
No se acerca, deambula por el lugar y me hace sentir su presencia. Quiere acercarse a mí.
No sé con certeza si estoy escuchando su voz, pero nos comunicamos de alguna manera.
Lo sigo bajando por hermosos senderos encantados.
Huele a flores, huele a tierra.
Estamos a algunos metros de distancia y ya no pienso en nada. No pienso en el dolor, me
parece cada vez más lejano. No pienso en la ausencia, en la mía. Ya no es importante.
Mis pasos se escuchan en el suelo y los siento más firmes que nunca.
Me siento bien y no quiero regresar.
Pienso que me escucha, no sé si me entiende... Se acerca un poco más a mí, sin miedo
alguno.
Entonces me doy cuenta de que estoy enferma, estoy herida y me cuesta andar.
El venado me habla, me detiene y él se detiene.
De golpe siento que lo amo, siento su aliento y su fuerza, su pelo marrón y dorado
Su voz...
Es viento soplando grave entre los arboles de un día soleado.
El tiempo ya no importa,
Sólo hay calma y satisfacción.
Él está construyendo una pirámide con hierba seca, con varas, con hojas, la luz se filtra al
interior y se conserva dentro un calor propio,
Es el mío, de mí cuerpo...
De mí alma.

Paisaje marino/Paisaje urbano

Tu cabello...
Las curvas de tu cabello son como olas salvajes,
me dijo un día.
Me pregunto si extrañas las olas salvajes,
el blanco y negro de mis ojos,
el blanco y negro de mi personalidad.
Conmigo encontraste un mar inmenso
y ahí estuvimos por años.
Nada más que vida marina, cielo y mar,
todo azul.
Todo negro en las noches de tormenta,
a la deriva y todo negro.
Una gran bóveda llena de estrellas,
profunda y tranquila
Aquellas noches en las que sentimos que pagaríamos caro por nuestro amor.
Mis olas salvajes, tu noche estrellada.
Noches rojas en las que comíamos de nuestros corazones,
vivíamos en un cuarto oscuro y húmedo,
orinábamos en el pasto de la calle
y regresábamos borrachos a la casa, tomados de la mano.
Nada nos importaba
Tú eras un hermoso cefrít azul
Yo amaba tu miseria y era feliz escuchando la lluvia pegar en el techo de lámina.

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