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CONTESTACIÓN
A LA CARTA DE UN CUBANO

SUSCRITA POR

EN LA. QUE SE IMPUGNAN ALGUNAS


EN EL DE LAS IDEAS EMITIDAS

INFORME FISCAL
SOBRE EL FOMENTO DE LA POBLACIÓN BLANCA EN LA ISLA DE CUBA,

¡y- SALA"--;.-:,

I :v.',v' Oh'. . 1
;

MADRID.

IMPRENTA DE J. MARTIN ALEGRÍA,


CALLEJÓN l)E SAN ¡SIAHCÜS, KÚJI. ti.

1847.
HACE algún tiempo llegó á mis manos por el correo una carta, que se dice dirigida á
un cubano, fechada en Gibraltar y suscrita por don José Antonio Saco, impresa en
Sevilla, á lo que de ella misma se colige, de orden y acuerdo de su autor. Propónese este
impugnar algunas de las ideas que emití en mi Informe fiscal sobre el fomento de la p o -
blación blanca en la isla de Cuba; ó mejor dicho sirve este de pretesto, para continuar el
sistema de eternas quejas y recriminaciones contra la metrópoli, que aigunos, aunque
muy contados cubanos, no cesan de dirijirle en sus apasionados escritos.
Franco y esplícito siempre en mis ideas; pero enemigo de entrar por lo mismo en
polémicas sobre materias políticas, que solo sirven á encender los ánimos, habia resuelto
no contestar la carta del señor Saco por mas que en ella se intentase tergiversar mis
ideas, y hasta mis palabras: porque ni estas ni mis intencioner. necesitaban otra, defensa
que la simple lectura de su testo. Déjela pues olvidada por algún tiempo distraída mi
atención con ocupaciones mas importantes. Libra hoy de ellas decídomc á hacerlo por
esta vez, aunque con ánimo firme de que sea la última, por el interés que tengo como
español y empleado en la isla de Cuba , en su prosperidad y en que no se estravie la
opinión de sus habitantes , á quienes va dirijida la misiva del señor Saco, según en la
misma se espresa.
Empieza dicho señor impugnando el título de la obra: y aunque poco ó nada influye
esto en el mérito ó demérito del escrito, todavía me parece que en esta parte no son
exactas las razones en que lo funda. Dado que fuera cierto que hubiese muchas materias
agenas á mi propósito, aun así no podria nunca decirse con justicia que habia desaten-
dido lo principal por lo accesorio : y menos todavía que aquel se hallase diseminado y
como perdido entre las otras materias menos importantes. Si traté ó no con acierto la
cuestión del fomento de la población blanca, es punto que otros decidirán, y que tam-
poco ha impugnado directamente el señor Saco , mas preocupado á lo que parece de Ja
forma que del fondo. Lo que ahora cumple á mi propósito demostrar, en contestación
á las observaciones de la carta, es que he tratado la cuestión bajo todas sus fases y con
absoluta separación de las demás materias que se dicen, aunque no lo sean, agenas del
fin principal. Y para convencerse de esta verdad basta abrir mi Informe cuya primera
parte, que termina á la página Gi, está especial y exclusivamente consagrada á examinar
los medios, que se han adoptado por la Real Junta de Fomento y los que en mi opinión
deberían emplearse para el fomento de la población blanca, y estincion progresiva de la
esclava en la isla de Cuba.
Si pues la estension de mi Informe no perjudica al objeto principal, que he tratado
con toda separación, ¿por qué tanto empeño en criticarla ? ¿Se quería acaso que se hu-
biesen omitido ciertas materias? Podría ser que así conviniese á algunos; pero nunca
á un empleado, cuyo primer deber, cuando le consulta el Gobierno, es decirle con leal-
tad y sin reticencia toda su opinión. Pero no es tampoco exacto, que estas materias sean
inconexas con el asunto primordial; porque es evidente, y mas para personas de la ilus-
tración del señor Saco, que para aumentar la población en un pais no basta fomentar
la inmigración, sino se procura ademas interesarla en su permanencia con una legislación
sabia, justa y adecuada á sus necesidades; en una palabra, si no se remueven los obstá-
culos, que hasta al presente han hecho ineficaces los deseos del Gobierno. Así lo ha sen-
tido también la misma Real Junta de Fomento, y si el impugnador hubiera estado en
antecedentes ó se hubiese tomado al menos el trabajo de leer el primer apéndice de mi
Informe , hubiera visto que he sido inducido al examen de esas cuestiones por aquella
respetable corporación, que decia «que la remoción délos estorbos qu« hasta ahora han
» desvirtuado la acción del gobierno local, empeñado en atraer pobladores blancos, era
» una de las materias que con mas ESTENSION se trataban en el informe de su comisión.»
Entre ellos señalaba como el primero y mas importante los abusos del foro, cuya reforma
solicitaba. ¿Y quién que no haya estado muchos años ausente de su patria, ó haya sido
siempre completamente ageno á los asuntos del foro, puede desconocer que una de las
causas principales de sus abusos en Cuba depende de nuestro vicioso sistema hipotecario?
Yo no sé la opinión que el autor de la carta tiene de sus paisanos, y si como algún otro
magistrado, que escribió sobre la reforma de aquel foro, atribuye sus abusos al carácter
personal y pendenciero de sus habitantes. Por mi parte tengo mas elevada y justa opinión
de sus sentimientos, y creo que el vicio está menos en las personas que en las leyes; y
por eso me he esforzado en examinarlas, discutirlas y combatirlas para satisfacer los
deseos de la Real Junta.
La carestía de la harina, de la sal, y de los abastos; lo subido de los aranceles de
importación y esportacion; el privilegio de ingenios, y otras muchas cuestiones de estas
fueron igualmente tocadas por la comisión en el seno de la Real Junta. ¿ Y qué? ¿ duda
el señor Saco, tan entendido en materias económicas, que una de las causas mas pode-
rosas de la ruina de muchos hacendados lo sea el elevado rédito de los capitales? ¿Y
entonces no habíamos de examinar esta cuestión y proponer los medios de abaratarlos?
Si el objeto de la Real Junta en su plan de población es, como ella ha dicho y debía ser, el
fomento de la agricultura cubana, no sé que se la pueda hacer un cargo porque su comisión
haya tratado todos los puntos que están conexionados con tan importante asunto. Pero
yo olvidaba que para el señor Saco no hay mas que un medio, como no hay mas que un
fin en esta cuestión: el aumento de la raza blanca sobre la esclava; cuya permanencia
en Cuba es la espada de Damocles pendiente sobre su cabeza, amenazando siempre su
existencia y destruyendo los dorados ensueños de la prosperidad y ventura, que algunos
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divisan en lontananza. Para él son igualmente útiles como inmigrantes los labradores, los
artesanos , los sabios, los literatos y aun los artistas y comediantes; en resumen todo el
que tenga hcara blanca. Esta circunstancia podrá satisfacer las miras de un particular;
pero no las de un Gobierno cuyos deberes son muy otros, y por eso como empleado no
he podido prescindir de llamar su atención, como base de una colonización ventajosa,
hacia la instrucción religiosa y civil. Pero de esto á intercalar una disertación sobre un
punto de química, física ó botánica, como dice el señor Saco que pudiera hacerse, hay
la misma diferencia que entre el legislador que reforma el plan de estudios y el catedrá-
tico que publica una obra didáctica. Sin duda que la agricultura, la ganadería, la minería
y otros mil ramos pueden ser y son la base de una estensa y bien entendida coloniza-
ción y por eso las he recomendado en mi Informe; pero todavía á Dios gracias conservo
bastante sentido común, para no escribir con este motivo una disertación sobre el cul-
tivo del tabaco ó el laboreo de las minas.
No es cierto, pues, que por imitar una obra de mérito, como la Ley agraria, haya
comprometido el éxito de la mia. El modelo no podia ser mejor, y sin embargo ni aun
tengo el lauro de haberlo querido imitar, pues que el plan ó división de mi Informe,
única cosa en que pudiera hallarse la imitación, ha sido propuesto, corno hemos visto,
por la ilustrada comisión de la Real Junta, á la cual y no á mi se dirigiría en esta parte
la impugnación del señor Saco; pues que me he visto forzado á seguirla en el examen
de las diversas cuestiones, que ha tocado en su estenso informe.
No es de consiguiente el mió una colección de informes; es sí una reseña de diver-
sas y multiplicadas cuestiones , íntimamente enlazadas con el fomento de la población
blanca, no como la entiende el señor Saco , sino cual le conviene y debe proponerse el
Gobierno. Por lo demás ninguna persona ilustrada , y menos que otro alguno el señor
Saco, puede confundir los apéndices ó informes, que van al final de mi obra, con el
fondo ó cuerpo de la misma. La unidad del plan tan necesaria en esta , es inútil y casi
incompatible con el objeto de los primeros. Pero abandonando este estéril campo de la
falta de conformidad del objeto con el título de la obra, que como ella fuese buena fá-
cilmente me lo perdonarían los lectores benévolos, menos escrupulosos que el señor Saco,
entremos ya en su examen.
No sé, á la verdad, qué relación tenga con la población blanca la mayor ó menor exac-
titud del rapidísimo bosquejo histórico, que de la conquista tracé en la introducción del
Informe, á que se contrae en su mayor parte la calorosa impugnación del señor Saco,
sincerando á los estrangeros. No es mi ánimo entrar en una polémica agena ya de este
siglo, y me limitaré únicamente á recomendarle la lectura de las relaciones escritas por
algunos de los estrangeros que asistieron á la conquista, inéditas muchas c impresas
otras hace algunos años. Pero la justificación é imparcialidad del autor no quedaban sa-
tisfechas con defender á los estrangeros; si ademas no hacia ver que no solo algunos,
como yo dije, sino todos los gefes españoles que tomaron parte en ella habían sido ma-
los y crueles en aquella tierra: y citando en prueba de esto el testimonio de varios
ilustres españoles coetáneos á la conquista, añade, « este es lenguaje que sienta bien á
» castellanos imparciales.» Así es la verdad cuando se trata de denunciar abusos exis-
tentes ; y así es como lo he hecho también condenando enérgicamente cuantos han He-
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gado á mi noticia en la actualidad. Pero cuando estos hechos han pasado ya al dominio
de la historia, y se tocan no de ex-profeso para ilustrarla, sino por incidencia como re-
sumen, no sé que ningún buen español tenga placer en mancillar la inmarcesible gloria
adquirida por nuestra nación en la conquista y descubrimiento de América con el re-
cuerdo de los lunares que la afearon. No s o n , n o , buenos hijos los que se complacen
en deshonrar la memoria de sus padres. Pero en mi habia ademas otra consideración,
que sabrán apreciar en su justo valor los sensatos y leales habitantes de Cuba. Escri-
biendo en un pais donde se hallan establecidos los descendientes de aquellos gloriosos
conquistadores, ¿pudiera sin faltar á todas las conveniencias echarles en cara que sus
ilustres progenitores habian sido malos y crueles con la raza indígena americana? ¿No
ve el señor Saco que el baldón que intenta arrojar sobre la metrópoli caería todo entero
sobre la memoria de sus antepasados ?
Y por otra parte, ¿ignora acaso cómo los estrangeros han tratado y tratan en igual-
dad de circunstancias á la misma raza indígena? ¿Pues qué no sabe que la república de
Washington, ese pueblo modelo que tanto admira, y en cuyos brazos desea se arroje la
isla de Cuba, ha esterminado la raza americana, y que aun en el año pasado nos decían
sus periódicos, que se hacia la caza de los indios, como la de fieras salvajes? Pues si
esto hacen hoy los pueblos que se dicen libres y civilizados, preciso es convenir en que
lan decantada libertad no ha dulcificado sus costumbres ni mejorado su filantropía, ó
bien que son algo disculpables los que en siglos menos ilustrados cometieron iguales
desmanes. Pero mientras que un subdito español, un hijo de Cuba, de la provincia mi-
mada de España, no cesa de acriminar á la madre patria, no faltan otros, que libres hoy
de todo vínculo con su antigua metrópoli, nacidos y educados en Méjico, en cuyo g o -
bierno republicano han tenido á veces no poca influencia, conservan todavía bastante
amor á la verdad para hacer justicia á la gran nación á quien deben su origen. Oigamos
cómo se espliea el señor Alemán al terminar su segunda Disertación sobre la historia de
Méjico. « En lugar, dice, de calificar como hechos crueles algunos sucesos de la con-
» quista que parecen tales en nuestro siglo; examinados á la luz de la época en que se
» verificaron, no se ve en ellos mas que lo que en otras partes sucedía y aun con cierta
» mitigación de severidad. Lo que sí debe parecer muy estraño es que en nuestro siglo
» de filosofía, cuando el celo religioso no anima el espíritu de conquista, y cuando para
» todo se invocan los principios de humanidad y de justicia, se hayan repetido las mis-
» mas violencias, se hayan hollado los mismos derechos, de que se acusa á los españoles,
» y esto por las naciones cuyos escritores se han producido contra ellos de la manera mas
» vehemente.» Y en comprobación de esta verdad cita la invasión de Suiza, en medio
de la paz por la república francesa; sin otro motivo que apoderarse de los tesoros reuni-
dos en Berna: la repartición de la república de Venecia; las campañas de Egipto y
Siria sin el menor pretesto; el ataque á la España por Napoleón, del cual dice, «que
» encierra en sí solo toda la injusticia, toda la atrocidad, todos los crímenes que tanto
» se ponderan cu la conquista de América, sin una sola razón con qué disculparlos.» Y
en esta misma nación, añade, « vemos á los ejércitos ingleses, los ejércitos mejor dis-
» ciplinados de la Europa, presentándose como aliados, repetir en Badajoz y San Se-
» hastian los cscesos que mancharon tres siglos antes la toma de Roma y de Milán.»
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Este si que es lenguaje que sienta bien á americanos imparcialcs, que aunque emancipados
de su madre patria, conservan bastante amor a la justicia, para no desconocer las vir-
tudes de sus mayores ni ser ingratos á los beneficios de la civilización que les deben.
Prosiguiendo el autor en su patriótico intento de pintar siempre á los españoles con
los colores menos favorables y creyendo que bajo la palabra asentistas no comprendía
mas que álos estrangeros, esclama: « ¿ Y cree el señor Queipo que los españoles y su
Gobierno no han sido también partícipes en esta sórdida especulación (de la trata)?» En
cnanto al Gobierno rechazo desde luego tan injusta acusación; respecto á los particu-
lares ni lo creo, ni lo dije; pero sí indiqué y sostengo con la historia en la mano, que
los estrangeros que rodeaban á Garlos V fueron los que, aprovechando una indicación
de ese varón venerable, el P. Las Casas, indujeron á aquel monarca á concederles la
contrata ó asiento de la importación de negros; que los ingleses y aun su gobierno lo
tuvieron por mas de un siglo; que las reinas Ana é Isabel de Inglaterra se interesaron
directamente en este comercio; que nuestros monarcas, si bien lo autorizaron con el
loable fin que indiqué en mi Informe, jamas hicieron de su cuenta este horrible trafico;
y que tampoco autorizaron á sus subditos para hacerlo hasta 1789 á causa de las guer-
ras sostenidas con los ingleses. Pero si se quiere saber de qué modo lo ejercieron estos y
cómo los españoles, basta comparar la población de color en sus colonias, relativa-
mente á la blanca, con la razón que guardan ambas castas en las de España. En estas
es la de 80 blancos contra 20 de color en Puerto-Rico; y de 44 á 56 en Cuba; y en
las primeras la de 10 á 90. Hé aquí los hechos, que valen siempre mas que las decla-
maciones.
Ellos nos demuestran que es exacto lo que dije en mi Informe acerca de la propor-
ción de las castas en Cuba. No he dicho, ni reconozco derecho para tergiversar mis
espresiones, que en los 14 años corridos del 27 al 41 inclusive, no se hubiesen intro-
ducido bozales; lo que dije y sostengo, porque consta de documentos oficiales, es que
su introducción apenas alteró la relación de las castas. De aquí se deduce incontesta-
blemente una de dos cosas; ó que la población blanca creció estraordinariamente, oque
la de color no tuvo el escesivo aumento que se pretende. Si lo primero, los votos del
señor Saco están cumplidos sin necesidad de nuevas disposiciones, pues que las existentes
bastaron por sí solas para el fomento de la población blanca: si lo segundo, queda en
pie mi aserto de que la inmigración de color en el período citado fué infinitamente
menor, que la que se asegura por nuestros detractores. Empero el primer estremo no
es exacto y está desmentido por el mismo censo, puesto que por él se ve que el aumento
se debe en la mayor parte á la reproducción natural, y no á la inmigración; pues según
los datos que directamente me he procurado de la secretaría de la capitanía general,
cuando escribí esta parte de mi Informe, el aumento anual de la población blanca por
la inmigración es término medio de 1.200 individuos, comparando el movimiento de
entrada y de salida.
Y si la población blanca aumentó por la reproducción natural, pudo y debió suceder
lo mismo con la de color, no solo por el crecido número de matrimonios que en ella
hay, sino porque el censo da mas de 90.000 niños, y estos en su inmensa parte no han
sido ciertamente fruto de la trata, pues que los especuladores prefieren siempre los
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adultos por su mayor precio. Y esto prueba también, que fomentado el número de
matrimonios, porque los propietarios van conociendo sus intereses, la disminución de
la raza de color no es hoy lo que fué en otro tiempo; y que lejos de eso se ha aumen-
tado por la misma razón que se aumentó por iguales medios en los Estados-Unidos, no
obstante la supresión de la trata. Ni hace en contra de esto el 5 por 100 de mortandad
que regulé en los ingenios, porque esta partida no espresa el movimiento de su pobla-
ción , sino la pérdida sufrida por los dueños, sin consideración á los nacidos, que en
muchos años, mas que útiles son una carga para sus amos. En resumen, el párrafo en
cuestión es un cálculo económico y no de población, y carecen por consiguiente de
exactitud las consecuencias que de él se deduzcan con este objeto.
Si el cultivo y la producción del azúcar aumentaron en cerca de un duplo, esto se
debe no solo á las 100.000 almas que ha tenido de aumento la población esclava, según
el mismo censo (que lejos de ocultarlo bajo un sofisma matemático, como dice el se-
ñor Saco, trascribí íntegro en mi Informe), sino principalmente á las considerables me-
joras en los métodos de cultivo y fabricación. El señor Saco tan entendido en estas ma-
terias, sabe que eran muy contados los ingenios que aun con 300 y mas negros, daban
en otro tiempo una zafra de 2.000 cajas; cuando hoy con 100 ó 120 hay muchos que
llegan á esta producción, contándose muchos otros de 5 , 4 y aun de 5.000 cajas, á que
nunca llegó ningún ingenio antiguo por crecida que fuese su dotación. Sin duda mucho
resta que hacer aun en esta vía, y en mi Informe indiqué muchos de los medios que
propone el señor Saco, y otros mas de que él no ha hablado.
Pero antes de pasar á hacerme cargo de otros puntos, séame permitido protestar
contra la inculpación que se me hace por haber atribuido al Gobierno, y no al ilustre se-
ñor don Alejandro Ramírez, las medidas adoptadas para el fomento de población en 1817.
No era el objeto de mi Informe examinar la parte que cada empleado ha tenido en la
prosperidad de la isla de Cuba, y tomé colectivamente el nombre del Gobierno, que los
representa á todos, y sobre quien refluye así la gloria como la responsabilidad de los
actos administrativos. Por lo demás la Habana sabe hasta qué punto llegaba mi venera-
ción á la memoria de aquel ilustre patricio español; ¡victima de la ingratitud de algunos
pocos hijos desnaturalizados de Cuba, cuya prosperidad habia sido constantemente el
objeto de su solícita administración! Si fuese necesario, invocaría el testimonio de su
propia familia, á quien siempre he apreciado, no menos que por sus virtudes por la
memoria de su respetable progenitor.
Que no deseo sinceramente el fomento de la población blanca, porque por todas
partes no hago mas que oponer dificultades, asomar peligros é infundir alarmas. La l e c -
tura de mi Informe responde victoriosamente á tan infundada acusación. Cierto es que
yo no veo la población blanca bajo el punto de vista que el señor Saco, en quien no hay
mas que una idea fija, que lo persigue noche y dia como una fantasma; la disminución,
la estincion si posible fuera de la raza negra, que es su verdadera pesadilla. Yo por el
contrario, siguiendo el respetable ejemplo de la Real Junta de Fomento, he examinado
la cuestión con respecto al cultivo; porque sobre él casi esclusivamente recaen las mas
inmediatas consecuencias de la abolición de la trata. Bajo este punto de vista he des-
aprobado los medios propuestos por aquella corporación; y si con razón ó sin ella lo
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dicen los resultados que entonces anuncié y que después se tocaron. De los 950, llama-
dos impropiamente colonos, que á mi salida de la Habana habían llegado á ella, ni uno
solo, puede decirse, se habia colocado en el campo como cultivador, sino como yo habia
indicado,en el servicio doméstico, ó en las artes: muchos vagaban por las calles en
busca de colocación; y no faltaron algunos padres de familia, que privados de recursos
para volver á su pais, se presentaron despechados á la autoridad militar pidiendo sentar
plaza en la milicia.
Sucedió, pues, cuanto habia previsto, así respecto á la ineficacia de los pretendidos
colonos para el fomento del cultivo, como relativamente á la falsa posición en que se
los colocaba, con promesas ilusorias; y para que nada faltase á la verdad del triste
cuadro que tracé en mi Informe, como consecuencia de la proyectada inmigración, en
un solo buque perecieron en la travesía mas de 40 colonos. Estos hechos son públicos
y por eso los cito, no para hacer cargo á persona alguna, sino como prueba de que no
he opuesto otras dificultades que las que necesariamente se desprendían de la natura-
leza de los medios adoptados por la Real Junta. No sé que la esperiencia haya confirmado
hasta ahora tan plenamente y en todas sus partes los vaticinios del señor Saco.
La prevención sin duda con que ha leido mi Informe le ha hecho atribuirme lo con-
trario de lo que en él dije, pues lejos de aconsejar al Gobierno que no tolerase las con-
tratas de los colonos, propuse al contrario que interviniese en ellas, adoptando para
evitar los abusos, las medidas propuestas por el gobierno británico, de que hace mérito
el señor Saco y que tan prolijamente espuse en mi Informe. Por lo (lemas la contrata
celebrada dos años ha por la Real Junta, y que es la misma de que acabo de hablar,
lejos de servir de modelo, como quiere el señor Saco por otras de igual clase, es preci-
samente por sus tristes resultados, la condenación mas esplícita de su ineficacia, para
los rectos fines que se proponía aquella corporación.
Que yo no quiero el fomento de la población blanca, se repite, porque propongo
el establecimiento de familias blancas, de su cuenta y en terrenos propios, cuando ni
existen estos según yo confieso, ni es posible tampoco que familias pobres puedan su-
fragar los crecidos gastos de su establecimiento. No sé en verdad qué admirar mas, si la
candidez del señor Saco en la inteligencia que da á mis palabras; ó la buena fé con que
las interpreta, si es que las ha entendido. Porque, ¿cómo si n o , era posible que la es-
presion POR su cuenta (y no de su cuenta, que tiene muy diversa acepción) se entendiese
relativamente á los colonos, en el sentido de adelantar ellos los gastos, cuando la frase
continúa «franqueándoseles los ausilios necesarios en los primeros años con cargo de
su reembolso en los sucesivos?» Si alterar y truncar así las frases es escribir con buena
fé, lo dejo á la consideración de mis lectores. Pero ya que el impugnador no ha c o m -
prendido la idea, tan claramente esplanada en mi Informe, voy á esplicarsela en muy
breves palabras. Sabe el señor Saco y saben cuantos en esta materia se ocupan, que hay
dos opiniones en ella. Quieren unos, como la Junta de Fomento y el mismo señor Saco,
que vayan simples braceros ó jornaleros, que trabajen por cuenta agena, mediante el
salario ó jornal que les pague el dueño del terreno; y deseo y o , y conmigo las personas
que tienen algún conocimiento práctico de las cosas, que vayan familias, que se establez-
can en terrenos propios y trabajen por su cuenta, es decir para sí y no para otros, c o -
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mo los esclavos; porque eso me da para considerarlos tales que sean blancos ó negros,
siempre que su triste condición se asemeje á la de estos ó á la de ios obreros en los
distritos manufactureros y ciudades de Europa. Tal es en resumen el fin á que se enca-
mina el contesto de mi Informe; y á cuya esplanacion he consagrado toda su primera
parte. Solo quien lo lea con prevención para buscar en él motivos de censura, pudo
dar á la espresion por su cuenta un sentido no menos contrario al período en que se
encuentra, que al espíritu de toda la obra.
Si propongo que los gastos se reembolsen paulatinamente en los años sucesivos por
los colonos, es porque tengo la firme opinión de que el hombre no toma interés en la
conservación, sino de lo que adquiere con su propio trabajo, y de que su moral se de-
grada cuando recibe de otros lo que debiera grangearse con su sudor. Y en cuanto á
terrenos, ya he dicho las causas que influyen en su escasez, y los medios de removerlas.
Pero la mayor prueba de que yo no deseo la colonización blanca, la encuentra el
señor Saco , en lo que propongo respecto al aumento que pudiera necesitar el ejército,
cuando tuviese lugar el de la población blanca. Y en esta parte confieso me ha sorpren-
dido que una persona que solo desea el aumento de la población blanca para contra-
restar la superioridad de la raza negra; que admite como elemento de población los
literatos , los artistas, y hasta los vagos, como tengan la cara blanca; y que lleva tan
adelante sus ideas en esta parte que simpatiza hasta con las razas mestizas; no hubiese
visto la palpable contradicción en que incurría negándose á la admisión de la tropa,
algo mas poderosa para contener á la raza de color que los literatos y los artistas. ¡ No
parece sino que la presencia de la tropa le infunde tantos recelos á lo menos, como la
de la raza africana!
La razón que para combatirla da el señor Saco, se reduce á la inexactitud con que yo
he comparado la pacífica isla de Cuba con la España trabajada por continuos trastornos
y revoluciones. En primer lugar no es cierto que yo estableciese una comparación entre
la Isla y la España, porque por mas que el señor Saco , por distracción sin duda, con-
traponga siempre aquellas dos palabras, yo que considero á la primera como parte
integrante de la segunda , mal podia sin faltar á los mas sencillos principios de lógica,
comparar la parte con el todo. Me he referido pues á la Península, y á ella debia ha-
berse contraído para ser exacto mi impugnador. Pero prescindiendo de este lapsus
lingual, lo que yo ignoraba hasta ahora, era que la tropa no fuese necesaria sino en los
países que estaban en revolución. Bueno es vivir para aprender. A mí se me habia anto-
jado como visoño en estas materias, que las naciones aun las mas pacíficas y las mas
libres conservaban el ejército como garantía de esa misma paz y libertad que disfruta-
ban ; y que el ejército permanente era proporcionado en todos los paises al estado de
su población. Pero la lección que acabo de recibir no será perdida, y sabré lo cierto á
qué atenerme en lo sucesivo.
No así la que me da en el resto del mismo párrafo á propósito de lo que dije sobre
las miras que algunos creían enlazadas con los planes de colonización blanca, y que
tan mal ha sentado al autor de la epístola. El señor Saco habla en esta materia sin cono-
cimiento alguno de los antecedentes, y esta es cuando menos una grave falla , la mayor
después de la mala fé, que puede cometer el que toma á su cargo la crítica de una obra.
Sepa el señor Saco, si no lo sabe, que el golpe que él dice he procurado parar, no lo he
descargado y o ; que otros informes que precedieron al mió son los que hablan sin re-
bozo de aquellos supuestos planes, y lejos de abundar en la misma idea, he manifestado
con la franqueza que siempre acostumbro, que los tengo por infundados, respecto á la
gran mayoría de los cubanos; si bien no desconozco que hay algunos jóvenes inesper-
tos, que cediendo á las pérfidas insinuaciones de algunos malsines, podrán abrigar
planes insensatos y desleales: pero seguro estoy de que ningún cubano, digno de serlo,
se haya dado por aludido en estas espresiones: seguro estoy que cuantos me conocen,
y son muchos en la isla de Cuba, puedan pensar que yo abrigo semejantes temores, ni
que yo acostumbro á hablar en Cuba de lo que no quiero que suceda. Y con todo, ¿seria
estraño que los tuviesen otras personas menos conocedoras que yo de la lealtad cubana,
cuando un hijo de su propio suelo escribía no hace muchos años * en la misma corte y
á la faz del Gobierno las siguientes alarmantes palabras? «Darle entonces, decia, (á la
» isla de Cuba) una existencia propia independiente, y si fuese posible tan aislada en
» lo político como lo es en la naturaleza; hé aquí cuál seria en mi humilde opinión el
» blanco á donde debieran dirigirse los esfuerzos de todo cubano. Pero si arrastrada
» por las circunstancias tuviera que arrojarse en brazos estraños, en ningunos podía
». caer con mas honor y con mas gloria que en los de la gran Confederación Norte-
» Americana. En ellos encontraría paz y consuelo, fuerza y protección, justicia y liber-
» lad, y apoyándose sobre tan sólidas bases en breve exhibiría al mundo el portentoso
» espectáculo de un pueblo que del mas profundo ¡¡ ABATIMIENTO!. se levanta y pasa
» con la velocidad del relámpago al mas alto punto de grandeza. » ¿Será mucho repito
que se alarmen los buenos españoles de la Península, que no pueden juzgar por sí pro-
pios de la lealtad cubana, al ver que el autor de la epístola á que contesto no encuen-
ira otras espreciones al hablar de los españoles, de su Gobierno y autoridades en Cuba
que las de malos, crueles y déspotas ? 1

Yo me tomaría la libertad de dar al señor Saco un consejo en agradecimiento del que


oficiosamente me dirige, y es que si quiere, si desea sinceramente que á la isla de Cuba
se le conceda mas libertad política, cese en ese constante y calculado sistema de recri-
minaciones contra la metrópoli, siquiera no fuese mas que para quitar todo pretesto á los
implacables detractores de la lealtad cubana. N o , no es posible que el Gobierno deje de
prestar oidos á las continuas alharacas de estos, á pesar de los consejos de otros buenos é
imparciales españoles, mientras personas de la clase del señor Saco se complazcan en
pintar la isla de Cuba como víctima de la tiranía, volviendo sus lánguidos y casi espi-
rantes ojos hacia el oriente, para ver si descubre en LONTANANZA el mensagero que ha de
llevarle leyes de libertad y de consuelo. ** Mas dejando esta digresión á que he sido arras-
trado bien á mi pesar por las poco prudentes é inmeditadas espresiones del señor Saco,
me apresuro á concluir esta contestación ya demasiado larga, y á vindicarme ante todo
de la falsa imputación de antipatía á losestrangeros.
El autor de la epístola no ha leido á lo que parece sino muy de prisa mi Informe,

* Paralelo entre la isla de Cuba y algunas colonias inglesas, por don José Antonio Saco. Madrid 1837.
" Palabras finales de la carta á que contesto.
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pues de otro modo no pudiera esperarse de su buena le que se espresase en los términos
que lo hace, quien hubiese leido el apéndice décimo. Pero el señor Saco en su amor á la
raza blanca, jr antipatía á la africana, que quisiera ver estinguida ó reemplazada cuando
menos instantáneamente por la primera, ha confundido dos cosas muy diversas, á
saber: la protección debida á los estrangeros en sus relaciones mercantiles é industriales,
con la singular gracia (que en todos tiempos y entre todas las repúblicas antiguas y
modernas se les ha concedido con la mayor parsimonia) de ser admitidos al goze de los
derechos de ciudadanía. No les he negado los primeros, y lejos de predicar una cruzada
contra los estrangeros, los he defendido en dicho apéndice décimo con un calor y una
valentía, que acaso no hubiese desplegado el señor Saco en mi posición. He abogado ade-
mas en el Informe principal por la conclusión de tratados comerciales; por la rebaja de
aranceles; por la del derecho de toneladas, y por la abolición de otras gabelas fiscales;
sin que fuese parte á impedírmelo mi carácter de representante del fisco; antes bien he
creído que este me imponía mas estrecho deber de decir la verdad, abandonando á
almas de otro temple el trillado sendero déla adulación.
Pero de esto á conceder á los estrangeros el derecho de naturalización hay una in-
mensa distancia, y soy todavía bastante español para apreciar en algo y aun en mucho
lo que encierra este nombre, y permitir que se prodigue á los que no se hagan acree-
dores á llevarlo por eminentes servicios ó por grandes pruebas de fidelidad y amor á su
nueva patria. En resumen mi credo político en esta parte es, que no debemos hacer con
los estrangeros mas ni menos, que lo que hacen con los españoles sus respectivas p o -
tencias. Si el señor Saco piensa de otro modo, sus razones tendrá para ello; mas nunca
puede tenerlas para imputarme una aversión á los estrangeros, desmentida en todo el
contesto de mi Informe.
Tampoco se las reconozco para alterar mis palabras, como lo hizo en varias ocasiones,
y señaladamente hablando de la provisión de empleos. A propósito de los jueces y del
jurado cité la ley 17, tít. 2 , lib, 3° de la Recopilación de Indias, y recomendé su o b -
o

servanch; ¿por qué pues el empeño de aplicarla á otros destinos que no sean los de
administración de justicia? El señor Saco podrá pensar lo que quiera respecto á su b o n -
dad, aunque yo la creo altamente importante como allí dije, no solo para América, sino
también para la Península donde está igualmente vigente; pero repito que no le reco-
nozco derecho para tergiversar mis palabras y darles una estension que yo no les he
dado. Mas ya que ha tocado esta cuestión, no la rehuiré; porque quien ha tenido bas-
tante energía, como empleado, para decir la verdad al Gobierno en favor de los intereses
de Cuba, no le faltará ciertamente, aunque otra cosa crea el señor Saco, para decírsela
también á los naturales de esta en favor de los legítimos derechos de la metrópoli. No es
este, bien lo sé, el camino de grangearme el aura popular ni de hacerme amigos en los
bandos opuestos; pero los hombres independientes y de conciencia no calculamos ni tra-
ficamos con nuestros sentimientos, sino que seguimos ciegamente los impulsos de aquella.
No entiendo yo privar á los naturales de nuestras posesiones ultramarinas del dere-
cho de ser empleados en la Península, como los ingleses lo hacen con los naturales de
sus colonias; ni aun tampoco de que lo sean en su mismo pais; á pesar de que no siem-
pre hayan correspondido á esta confianza algupos empleados en nuestras antiguas coló-
nias del continente; pero sí creo que la manera de confundir los intereses y relaciones
entre los españoles de ambos hemisferios es emplearlos recíprocamente en sus respectivas
provincias. Como á esto nada de sólido tenia que objetar mi impugnador, recurre á la
singular idea de que en la Península los cubanos hallarian la concurrencia de sus natu-
rales, mientras que en Cuba ocuparían estos esclusivamente los empleos. Pero seria-
mente, ¿piensa el señor Saco que los habitantes de una provincia tengan la incalificable
pretensión de proveer todos los empleados de las 49 restantes, porque los suyos perte-
nezcan á aquellas? Pues si las demás provincias de la Península tuvieran iguales pre-
tensiones, ¿qué haríamos de los generales, de los consejeros y de tantos otros altos fun-
cionarios hijos de Cuba y otros puntos de América con que se envanece y ha envanecido
siempre la madre patria? La isla de Cuba , como cualquiera otra provincia, tiene dere-
cho á que se empleen sus naturales en proporción de su población con las demás del
reino, pero nada mas; y creo que si se echara hoy la cuenta, la balanza no inclinaria
mucho en contra suya: pero yo quiero mas, quiero que haya perfecto equilibrio, y que
se atienda el mérito muy marcado de muchos de sus hijos á la par que se atiende al de
los peninsulares. Ya ve el señor Saco que no peco por falta de franqueza; defecto que
no me achacarán por cierto los que hayan leído sin prevención mi Informe, ni los que
me hayan tratado aunque fuese poco tiempo.
No abrigo, n o , como cree el señor Saco, desconfianza respecto de la isla de Cuba,
porque conozco el modo de pensar de la inmensa mayoría de sus leales habitantes; p e -
ro confieso que no llega mi candidez hasta el punto de creer que todos ellos piensan del
mismo modo, ni que falten algunos que deseen atizar la discordia y despertar los deseo-
de independencia y de, odio á la madre patria con abultados agravios, de que todos los
días vemos llenos sus innumerables folletos. Hago pues justicia á todos ellos dando á ca-
da uno lo que es suyo. No confundo la inmensa mayoría leal y pacífica con la insignifi"
cante minoría turbulenta. Creo que el Gobierno debe amar y proteger la primera; pero
también contener y prevenir los deseos de la segunda.
Y si al señor Saco le parece que aun no soy bastante esplícito, todavía le diré (por-
que confieso me ha picado la tacha de poco franco con sus puntas y collares de miedo-
so) que ha faltado al buen tacto que de su prudencia debia esperarse , en citarnos como
prueba de la leatad en las colonias, lo que pasó con la inglesa del Canadá. «El 24 de j u -
«niode 1812 se supo (dice con referencia á Montgomery) en Quebec que la guerra habia
«sido declarada entre la Inglaterra y América ; los canadenses, aunque largo tiempo ta-
«chados de desafectos á su metrópoli, y oprimidos por gobernantes imbéciles y arbitra-
arios, se alzaron con noble espíritu en defensa de Inglaterra y de su pais; ellos pudieron
«haberse aprovechado de la apurada situación de la Gran-Bretaña respecto de Euro-
upa; pudieron haberse unido á los Estados-Unidos y formado parte del congreso; pero
« n o , aunque sintiendo el peso de los agravios amontonados sobre ellos , sus esfuerzos
«fueron los de una naturaleza generosa, que olvidándose de las injurias solo se acuerda
«de los beneficios recibidos de la Inglaterra El rompimiento de la guerra americana
«en 1812 demostró que los hombres tachados de infieles á la metrópoli no fueron re-
beldes ni traidores, pues pelearon valientemente por Inglaterra, y si no hubiera sido
«por los canadenses no estaría ahora en posesión del Canadá.»
No puede darse en verdad un sarcasmo mas punzante contra la conducta tan dia-
metralmente opuesta, seguida por nuestras antiguas colonias del continente americano,
que lejos de ausiliar á la madre patria en la guerra mas santa, mas noble y mas justa
que jamas han sostenido sus hijos contra el tirano de la Europa, contra el usurpador
del trono de sus reyes , se aprovecharon de la apurada situación en que se hallaba para
negarla la obediencia , y sin sentir el peso de los agravios olvidaron los beneficios. Y
¡ ojalá! que el tesón que manifestaron para separarse de su metrópoli, lo hubiesen si-
quiera conservado para repeler la agresión de las águilas americanas, si ya no es que en
« sus brazos pensasen encontrar la paz y consuelo, fuerza y protección, justicia y libertad»
que no supieron proporcionarse abandonadas á si propias! Hay ciertas especies que es
mejor no tocarlas, y el señor Saco olvidó al trascribir esta citación el prudente prover-
bio español, «que no debe mentarse la soga en casa del ahorcado.»
El señor Saco «sin querer entrar en el fondo del artículo educación pública,» esto es,
sin ocuparse de lo que real y verdaderamente podía ser útil á la Isla , no quiere dejar
pasar desapercibida una idea en él emitida. Esta idea ya conocerán fácilmente los lectores
que es la misma que forma la base y el objeto patriótico de su impugnación; á saber, ne-
gar al Gobierno supremo toda acción é influencia benéfica en pro de la isla de. Guba. Dije
yo que aquel, usando de una liberalidad sin ejemplo, habia ordenado costear de sus fondos
la instrucción primaria, donde no alcanzasen los municipales: y esclama el señor Saco:
¡Con qué liberalidad sin ejemplo lo que no es un hecho, sino una promesa y promesa con
dicional! ¡Válame Dios! y es posible que llegue á tanto la pasión que así obceque el claro
entendimiento del señor Saco! «Si fuera cierta, continúa, esa liberalidad sin ejemplo, la
«educaciónprimaria de nuestra patria (entiendo quiso decir paisó provincia, pues patria
«por ahora no puede ser otra que la España) no ofrecería el triste cuadro que con tanta
«razón deplora el mismo señor Queipo.» Yo no diré que esté en buen estado la educa-
ción primaria de Cuba; pero no es mejor tampoco el que tiene en la metrópoli, y digo
mas, que la que hay hoy gratuitamente en la primera se debe esclusivamente á la ge-
nerosidad del Gobierno. El es el que ha dotado la Sociedad Económica con los fondos
que destina á este objeto; y él es también el que por su cuenta dotó las escuelas gra-
tuitas de Regla y de la importante ciudad de Matanzas. Estos son hechos, y no promesas.
Pero hay mas, la disposición del Gobierno, á que llama promesa el señor Saco, no tiene
he dicho y repito, ejemplo. En Francia, en Inglaterra, en Alemania, en la Holanda y en
la Bélgica, cuyas escuelas he recorrido en gran parte, no he visto que la educación pri-
maria estuviese costeada por el gobierno ; hay sí muchos ciudadanos celosos que la cos-
tean de su cuenta; y por cierto que esto no es muy común en la isla de Cuba. De los
5.607 niños que reciben la educación primaria en la provincia oriental, los / ó el 28
2
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por 100 los costea hoy la Real Hacienda unos directamente, y otros por medio de
los fondos entregados para este objeto á la Sociedad Económica. Pues esto es lo que no
tiene lugar ni en la metrópoli, ni en ningún otro pais del mundo ; y por eso aun pres-
cindiendo de la ampliación últimamente acordada, digo y repito que la liberalidad del
supremo Gobierno para con la isla de Cuba no tiene ejemplo en esta parte.
Pero el señor Saco quisiera que España invirtiese en Cuba aun los sobrantes que en-
vía á la Península, y que yo regulo en tres millones de pesos anuales en los doce años
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precedentes; sin tener en cuenta que todas las provincias ademas de sus gastos locales
contribuyen para los generales de la nación con gruesas sumas, y que no es la isla de
Cuba la que en mayor proporción lo hace, supuesto que Galicia incomparablemente
mas pobre que ella, contribuye con cerca de cinco millones de los cuales dos á lo menos
son sobrantes, que se invierten fuera de la provincia. Entiéndalo así el señor Saco y sepa
que mi conciencia y mi ilustración, á cuyos jueces apela, no me dicen otra cosa que lo
que acabo de manifestar.
Desaprueba también como injusto mi sistema progresivo de emancipación, porque
pone á cargo del amo y del esclavo los gastos de esta. La ilustración del señor Saco no
puede desconocer que aun costeándola el Estado , es decir los fondos públicos de la
Isla, no por eso dejaría de pagarse por los amos, esto es, por sus habitantes , puesto
que las retribuciones de estos son los que forman la caja del tesoro. Pero hay con todo
esta notable diferencia, y es que si el desembolso se hacia instantáneamente la Isla que-
daría arruinada; y si por el contrario la indemnización habia de ser lenta y en muchos
años, los amos quedarían igualmente arruinados; pues privados desde luego de sus
esclavos, supuesta la emancipación simultánea, no recibirían su importe sino al
cabo de muchos años. En mi sistema al contrario. La pérdida que sufren los amos es
paulatina y de generación en generación, de suerte que no se hace sensible; á la ma-
nera que los poseedores actuales del papel del Estado, que vale hoy 6 por 100 no han
perdido los 94 restantes, sino que esta pérdida se fué repartiendo entre los diferentes
tenedores por cuyas manos ha pasado desde su creación. Lo mismo sucederia con los
esclavos. Los amos actuales perderían un centesimo de su valor, el nuevo propietario
los compraría con esta rebaja; en su poder perderían otro centesimo, y así sucesiva-
mente , sin que el quebranto (del cual no puede prescindirse cualquiera que sea el sis-
tema adoptado) se hiciese sentir de un modo gravoso y ruinoso. Ademas, nada encuentro
tan justo comojjue los esclavos contribuyan á su rescate, siquiera no fuese mas que
como medio de mejorar su moral, haciéndolos económicos y morijerados. Si así hubiese
sucedido en las colonias inglesas no tendría que lamentar el gobierno la estravagancia
y despilfarro de sus nuevos libertos en los artículos de lujo.
El autor concluye impugnando el pensamiento de convertir la Real Audiencia en
consejo privado del capitán general y gefe superior político de la isla de Cuba, deseando,
á lo que se deja comprender, para esta la misma organización política de las colonias
inglesas. Esto es fácil de decir; pero si se quiere esta organización es preciso quererla
con todas sus consecuencias, y no sé cómo el autor que tan celoso se muestra de la
igualdad civil, que yo deseo y pido también para todos los españoles, pudiera llevar en
paciencia la humillación de que á sus paisanos se los tratase en la Península como ilotas
á la manera que lo hace la Inglaterra con sus colonos.
No me estenderé mas sobre estas materias, porque me precio de leal español para
dejar correr con indiferencia ciertas espresiones, y ciertas tendencias que no quiero
autorizar ni con el silencio. Pronto siempre á levantar mi débil voz en defensa de los
intereses nacionales do quiera, allende ó acuende los mares, que los encuentro olvida-
dos ó desconocidos, no me contendrá para hacerlo ni la ingratitud de los unos, ni la
oposición de los otros. La primera es natural en los que deseando mantener vivos los
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agravios, que sirven de pretesto ásus eternas recriminaciones, quisieran verlos aumen-
tados , antes que reparados. La segunda es consiguiente cuando se afectan intereses
privados, tal vez añejas preocupaciones y aun miras personales interesadas, incompati-
bles con el bien general. Tengo la satisfacción de haberme propuesto este esclusivamente
en mi Informe; y aun me acompaña la confianza de que los mismos que ostensible-
mente me atacan, tienen en su ánimo la profunda convicción de la imparcialidad y
franqueza con que me he conducido en el arduo y espinoso desempeño de mi cometido.
¡Ojala que el supremo Gobierno apreciando esta conducta, siga con paso firme la misma
senda de imparcialidad y justicia en la solución de las cuestiones coloniales !

Madrid 15 de mayo de 1847.

CP. JL.

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