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DURÁN REINA EN LOS LIGEROS

De El Chorrillo a la conquista del mundo

DURáN GOLPEA AL ESCOCES KEN BUCHANAN AL FINALIZAR EL “ROUND” 13.


Ganó su primer título en el Madison Square Garden.

El boxeador panameño y su ascenso meteórico a los principales planos del boxeo mundial.
El rol de Omar Torrijos en los años de oro del boxeo panameño
POR GUIDO BILBAO

Nadie lo duda: Roberto Durán ha sido el boxeador más grande que dio Latinoamérica. Fue
campeón cinco veces en cuatro categorías, se le animó a los mejores de su tiempo en duelos
legendarios. Además era simpático y muy guapo. Pero sobre todo fue su estilo de pelea,
electrizante y callejero, el que lo volvió un mito. Porque ver a Durán sobre el ring es darse
una vuelta por el lado salvaje.

Es convertirse también uno en un ser gloriosamente primitivo. Pasan los años y las nuevas
generaciones siguen venerándolo. Desde Mike Tyson hasta el inglés Ricky Hatton lo
tomaron como modelo. Lo cierto es que luego de un exitoso comienzo en Panamá —Durán
se hizo profesional a los 16 años— y a pesar de su fama de joven noqueador, Roberto
Durán tuvo que esperar a cumplir 21 años para tener una oportunidad por el título mundial
de los livianos.

Fue en junio del 1972, en el Madison Square Garden, contra el irlandés Ken Buchanan.
Para esa pelea, Carlos Eleta, apoderado de Durán, decidió contratar a un nuevo entrenador
para complementar el trabajo de Plomo y eligió a Ray Arcel, un viejo lobo del boxeo
norteamericano. Había tenido su primer campeón mundial en los años 30 y desde entonces
había trabajado con más de 20 monarcas.

Aceptó entrenar a Durán por una sola razón: la mafia de Estados Unidos, que dominaba el
deporte, lo había crucificado porque se negaba a arreglar los combates. Una vez casi lo
matan en un callejón. En la aventura, lo acompañó Freddy Brown, ex entrenador de Rocky
Marciano. La primera vez que viajaron a Panamá, bajaron del avión con bidones de agua.
Habían escuchado sobre los trabajadores que construyeron el Canal a principio de siglo y
las enfermedades terribles que se contagiaban. Le temían a la selva. Lo cierto es que en su
primera oportunidad titular, contra todos los pronósticos, Durán ganó por KO en el round
trece. El match crecía en tensión y Mano de Piedra atacó a la zona baja de Buchanan que se
desplomó. Desde la lona, el irlandés acusaba un golpe bajo y no parecía dispuesto a ponerse
de pie. El juez miró a los dos rincones.

En el de Durán encontró una cara conocida, la del norteamericano Ray Arcel, que tiempo
atrás había sido su entrenador. Arcel gritó:- Cuidado con lo que haces. Fue un golpe válido.
En medio de la confusión, Durán alzó los brazos y el juez le reconoció la victoria. ‘Este
cinturón le pertenece a Panamá. Vengué a Laguna’, exclamó Mano de Piedra, feliz como
nunca. Esa noche comenzó un reinado de ocho años en los que Mano de Piedra barrió con
todo: hizo once defensas consecutivas en la categoría liviano, con diez KO.

Hacia 1978, luego del explosivo nocout sobre Esteban de Jesús y, sin rivales a la vista,
Durán y su gente decidieron subir de categoría. Renunciaron al título liviano y subieron a
wélter junior. Durán respondió bien al cambio. Aunque ahora tenía en el cuadrilátero a
rivales más fuertes y peligrosos, tampoco ellos podían soportar esa vocación feroz de
buscar el intercambio de golpes en todo momento. Su pegada siguió manteniendo la fiereza
de siempre. En cuanto a sus condiciones, nadie dudaba: en los livianos, Durán había sido
invencible.

Ganó las tres peleas que realizó en el nuevo peso, dos de ellas por KO. En 1979, decidieron
subir un poquito más, a la categoría wélter, donde había peleadores de mayor cartel. Los
campeones del momento eran los temibles Pipino Cuevas por la AMB y el golden boy,
Sugar Ray Leonard, por el Consejo.

Durán de inmediato venció a Juan Palomino y a Ceferino González. Ya era hora de pelear
por el título. Los rumores no tardaron en llegar. La noticia recorrió el mundo y en Panamá
estalló con virulencia, agitando todos los corazones: Durán enfrentaría por el título wélter
del Consejo a Sugar Ray Leonard, la superestrella norteamericana que había barrido a rusos
y cubanos en los Juegos Olímpicos del 76 para convertirse en héroe nacional y, más tarde,
en un campeón indiscutido, luego de noquear en el último asalto al genial Wilfredo Benítez
en noviembre del 79.

Leonard estaba invicto en 27 peleas y defendía su título por segunda vez. Durán llevaba 71
peleas ganadas, una derrota y 55 KO’s. En Panamá, sus peleas paralizaban al país y cada
victoria alimentaba el orgullo nacional, que en aquellos días no podía estar más fuerte. El
General Omar Torrijos estaba surfeando la cresta de su ola, luego de firmar en 1977 los
tratados que le devolvían a Panamá la soberanía sobre el Canal en el año 2000. El boxeo era
una cuestión de Estado. Existía un cargo público, el alto comisionado de Boxeo —ocupado
por un militar— que se encargaba de promover la disciplina. Los deportistas, antes de las
peleas, se entrenaban en los cuarteles.

Desde la llegada de Torrijos al poder, en 1968, Panamá había tenido 12 campeones


mundiales, cuando apenas había dos asociaciones. De todos ellos, Roberto Durán era el más
popular. Cuando Torrijos se enteró de la pelea puso a sus hombres a gestionar dos cosas:
que el Consejo Mundial de Boxeo designara jueces de países neutrales y que el combate no
se realizara en Estados Unidos. Para Torrijos, una victoria de Durán no sólo sería una
hazaña deportiva, sino también un logro político. ‘Torrijos supo ver como nadie la
conmoción que provocaba Durán en la gente.

Y le pareció un buen vehículo para revalorizar la identidad nacional’, analiza Pituka


Heilbron, una cineasta que estudió la relación simbiótica que existe entre Durán y su país y
dirigió el aplaudido documental ‘Los puños de una nación’. ‘Durán nos mostró a los
panameños que se podía, que los estadounidenses no eran superiores —dice Pituka—.

Por eso creo que cautiva tanto verlo adentro del ring, porque peleaba con el corazón, como
si intuyera la trascendencia de su lucha. Las parábolas de la vida de Durán están soldadas a
la historia reciente de Panamá’. Pocas veces el deporte se convertiría en una representación
tan clara de la guerra como la noche del 20 de junio de 1980, cuando el estadio Olímpico de
Montreal le ofreció al mundo Durán-Leonard.

DURÁN SE CONSAGRA EN MONTREAL


Una fiesta inolvidable
“Mano de Piedra” Durán celebra la victoria en su primer combate ante Leonard, el 20 de
junio de 1980, en el estadio Olímpico de Montreal.

El primer duelo Durán en la noche más importante de su vida deportiva. Su regreso triunfal
al Palacio de las Garzas
POR GUIDO BILBAO

Centroamérica era un volcán en erupción y la guerra fría dibujaba una geografía sangrienta.
La revolución nicaragüense acababa de tomar el poder y Estados Unidos observaba con
preocupación las turbulencias sociales en su patio trasero, financiando dictaduras y
paramilitares para detener la marea roja. Pero había un hombre, con la mano de piedra, que
podía lograr que su gente olvidara lo que pasaba en esos días y en esas tierras porque sería
él quién se subiría al ring y pelearía por ellos.

Durán marchó a entrenar a Coiba. No había allí más que un cuartel militar y una prisión.
Sólo se podía entrenar. Leonard, mientras tanto, interrumpía su preparación para cumplir
compromisos publicitarios. El periodista Ralph Gordon, de la revista Ring, fue a visitarlo a
una filmación de Seven Up. Narra la experiencia en su artículo ‘No más, mi versión’.

Dice que se sorprendió cuando Leonard lo llevó a su camarín y comenzó a bombardearlo


con preguntas. —¿Crees que puedo ganarle a Durán?, ¿Soy más rápido que él?, ¿En serio
pega tan duro como dicen? Gordon lo notó preocupado. Para los apostadores, en cambio,
no había dudas: Leonard era favorito 5 a 1. Incluso en Panamá muchos pensaban que la de
Durán era una misión imposible. Salvo él. ‘Gano yo papa, no hay forma de que pierda.
Leonard es un payaso, ya lo verán’, decía con una confianza brutal. Nunca había perdido
una pelea con el título mundial en juego. La confrontación tenía muchos ángulos de
atracción. Se enfrentaban Leonard, el campeón, contra Durán, el retador número uno.

Los promotores, el estadounidense en manos de Bob Arum y el panameño, en las de Don


King. Los estilos de pelea, representados en las esquinas: el boxeo moderno de Angelo
Dundee, entrenador de Leonard y también de Muhamad Alí versus la vieja guardia del
combate abierto, Arcel y Brown. Durán llegó a Montreal antes que Leonard y se ganó la
simpatía de todos: ‘I’m here to fight, no to huevation’, declaró. El día de la pelea el estadio
estaba repleto. Había 46 mil espectadores y la contienda iba en vivo para el mundo entero.
Las indicaciones de Ray Arcel a Durán fueron básicas. ‘Persíguelo y persíguelo. No te
podrá aguantar’.

Todos pensaban que Leonard saldría a jugar con Durán, a poner en práctica la vieja táctica
de Alí, esa de volar como una mariposa y picar como una avispa. Pero no.

El campeón decidió intercambiar golpes, medirse en rudeza. No fue una buena idea. En el
segundo round Durán conectó un derechazo al rostro del campeón que trastabilló tres pasos
y se refugió en las cuerdas. ‘De ese golpe recién me recuperé en el séptimo round’, llegó a
reconocer con el tiempo Leonard, confirmando el apodo: ‘Es verdad, Durán tiene la mano
de piedra. Cada uno de sus golpes es un ladrillazo’. La pelea fue inolvidable. Una guerra
sin cuartel durante 15 rounds en los que Durán buscó el triunfo con temeridad
revolucionaria. Los jueces le dieron la pelea por unanimidad.

El pananeño estaba en su mejor forma física, en la cúspide de su potencial y, sin embargo,


tuvo que emplearse a fondo para lograr una pequeña luz de ventaja: había brillado contra el
que para muchos había sido el rival más complicado de toda su carrera. Cuando le dieron el
triunfo, Durán levantó los brazos y le hizo señas a Leonard, como diciéndole, ‘Te lo dije,
soy mejor que tú’. Había conquistado el mundo. ‘Ningún boxeador latinoamericano ha
llegado a estar tan alto como Durán esa noche’ comenta Alberto Guerra, ex director de la
Comisión Panameña de Boxeo y miembro del Consejo Mundial. El general Torrijos envió
su avión a Canadá para traer a casa al campeón. Hasta Don King viajó al Caribe.

Cuando se abrieron las puertas de la aeronave, Durán bajó con una boina blanca y el
cinturón de campeón colgando. ‘Esto que tengo guindado aquí abajo es para ustedes’, dijo.
El recibimiento en el aeropuerto fue masivo —antes del entierro de Torrijos, antes del
regreso del exilio de Arnulfo Arias Madrid—, una de las mayores concentraciones
populares en la historia del istmo. Una caravana espontánea, larguísima, acompañó al
campeón hasta su barrio, El Chorrillo y de allí, hacia la Casa de Gobierno, donde lo recibió
Omar Torrijos. En el Palacio de las Garzas y a orillas del Pacífico, Torrijos y Durán
saludaron al pueblo bajo el vuelo rasante de los pelícanos. Uno había firmado los tratados.
El otro había conseguido el título. Panamá parecía finalmente deshacerse de la sombra del
gigante. En medio de los festejos, Durán fue invitado a viajar a Cuba. Fidel Castro lo quería
conocer. Por una vez, al subir al avión, Durán tuvo miedo. Narra la anécdota en ‘Los puños
de una Nación’, el documental de Pituka ‘No me gustaba volar con Torrijos… ¿y si los
gringos le tiraban un bombazo?’, se pregunta. La historia terminó dándole la razón: Torrijos
moriría en un accidente aéreo meses después. Lo cierto es que luego de subir al avión, para
tranquilizarse, el campeón comenzó a tomar whisky.

Cuando llegó a La Habana estaba bastante alegre. Se sentó lo más lejos que pudo de los
líderes, en la otra punta de la mesa, siempre preso del mismo temor. Hasta que Fidel lo
mandó a llamar. Se abrazaron. Mano de Piedra también era un héroe latinoamericano. Un
mes después de la pelea, Durán seguía festejando el triunfo. Dos meses después, también.
El flamante campeón estaba desatado. No faltó a ninguna de las decenas de fiestas que se
organizaron en su honor. Engordaba con alegría. Se había pasado la vida como ascendiendo
una cuesta, golpe a golpe, buscando siempre más, la gloria absoluta. Y lo consiguió.

Ahora que había conquistado la cima, todos los deseos debían cristalizarse. Hay veces que
los sueños, cuando suceden, también lastiman. La sensación incierta de no tener más donde
subir.

Para esos días, Leonard ya estaba superando la depresión de la derrota para volver a los
entrenamientos. ‘Lo que pasó después de Montreal demuestra una verdad inapelable: de
qué manera, en la vida, se aprende mucho más de una derrota que de un triunfo’, analiza el
periodista Richard Koster. En todos los rincones del planeta, los especialistas pedían a
gritos una revancha.

DURÁN SE RINDE EN LA REVANCHA


El lado oscuro de la gloria

Eleta explica el proceso que lo llevó a firmar la revancha contra Leonard de forma
inmediata. La noche de New Orleans en la que se produjo uno de los mayores misterios de
la historia del boxeo

Para hablar sobre lo que pasó luego del triunfo en Montreal es necesaria la voz de Carlos
Eleta, manager de Durán. Llamo y dice por teléfono que no hay problema, que vaya hasta
la Parrillada Jimmy de Coco del Mar y allí me recogerá su chofer. Una vez allí, llega un
hombre grandote que me invita a subir a una 4x4. Seguro que un ex boxeador, me digo,
alguien que empezó pero no llegó… y bueno, las vueltas de la vida. -Así que eres un Che
boludo- saluda. Le pregunto si conoció a Durán. Dice que sí, confirmando lo que pensaba:
‘Yo también fui boxeador’. Luego acelera y, como al pasar, pregunta.-Argentino, ¿tú
conoces a Nicolino Locche?-¿Cómo no conocerlo? – le contesto. Los más viejos en
Argentina dicen que fue el mejor de todos, el intocable. - Lo que pasa es que fue campeón
ya muy grande… - y no termino de completar la frase porque me sorprende un recuerdo
borroso... creo que Locche perdió su título aquí en Panamá. Y entonces el chofer, como
quien culmina con éxito una emboscada, espeta: -Yo le gané a Locche. - No me diga que
usted es…-Alfonso Frazer- contesta con una sonrisa que no le entra en el rostro. -
¡Peppermint!- grito. Pregunto qué pasó después.- Kid Pambelé- suspira sin tanta alegría. El
colombiano le quitó el título por Ko y en la revancha, lo mismo. Frazer prefiere recordar a
Locche.- A Nicolino le gané pero nunca dejé de admirarlo-, confiesa, como palmeandome
la espalda, antes de estacionar la 4x4 dentro de un parking inmenso.La casa de Carlos Eleta
parece detenida en el tiempo. Con galerías repletas de plantas y sillones de hierro pintados
de blanco. Con la piscina iluminada en el parque y más allá el mar.Eleta conoció a Durán
cuando el futuro boxeador tenía diez años. Lo descubrió bajando cocos de una palmera,
aquí en su casa. ‘Pero era tan simpático que se quedó comiendo con mi familia’. Cuando
con 16 años el joven Mano de Piedra empezaba a dar sus primeros golpes en el
profesionalismo, Eleta se hizo cargo de su carrera. Conseguir la representación de la joven
promesa le costó 300 dólares. Dice que después de la pelea con Leonard ya no hubo forma
de contener a Durán. Había dejado de ser un joven obediente y ya era un hombre de casi de
30 años en la cima del mundo. ‘Se nos fue de las manos. Se rodeó de gente que lo
celebraba, que le decía a todo que sí. Y él se dejó llevar. Antes tenía caprichos, no sé, viajar
con una bruja para que le recomendara qué rincón del cuadrilátero elegir. Pero esto era
distinto’, cuenta ahora el manager. Ante el repentino cambio de hábitos que se produjo en
Durán, se justifica Eleta, decidió pactar la revancha de inmediato: ‘Para que Roberto no
perdiera la forma. Además, era la pelea que el mundo esperaba’. Son muchos los que
acusan al empresario de haber traicionado a Durán en su momento más vulnerable. Hasta el
propio Leonard reconoció con el tiempo que sabía del sobrepeso del panameño y que su
equipo había llegado a una conclusión rotunda: para recuperar el título, debían subir a
Durán al ring cuanto antes. Decidieron presionar con dinero. Le ofrecieron a Eleta una
bolsa de 8 millones de dólares, de las más abultadas ofrecidas hasta ese momento a
cualquier boxeador. En la primera pelea Durán había cobrado 1,6 millones. Sólo había una
condición: la pelea tenía que realizarse a la brevedad, cuanto antes, decían, para que no
decayera el interés del público. Se pactó para el 25 de noviembre de ese mismo año, en
New Orleans, cinco meses después del primer encuentro. Cuando Durán empezó a
entrenarse, en los primeros días de octubre, tenía 25 libras de sobrepeso. Leonard le llevaba
dos meses de ventaja en el gimnasio. Esta vez no hubo manera de aislar a Durán del
mundo. ‘Nunca vi un grupo de idiotas tan grande. Tienen convencido al campeón de que él
no es nada sin ellos. Ya no sabemos qué hacer’, dijo Freddy Brown, semanas antes de la
pelea, denunciando que Durán se entrenaba pero no adelgazaba porque los amigos le daban
comida a escondidas. A quince días del combate se dudaba que Durán pudiese dar el peso.
Eleta quiso retrasar la pelea, pero Don King le dijo que era imposible. Pensó en decir que
había una lesión en la espalda, algo difícil de comprobar, pero no lo hizo. Aceptó seguir
adelante sólo si le depositaban la bolsa de la pelea en un banco panameño varios días antes
del pesaje. Setenta y dos horas antes de la pelea, Durán estaba ocho libras arriba del peso.
Para cumplir con la balanza se vio obligado a pasar los dos días anteriores a la pelea sin
probar bocado ni agua, hasta tomó diuréticos. Cuando enfrentó la báscula, dio el peso con
lo justo. Los manzanillos, presentes, lo celebraron como un triunfo. A pesar de todo, se
refugiaban en la confianza que da la costumbre. Habían visto ganar a Durán en sus últimas
41 peleas. El día de la contienda, muerto de hambre, el campeón se comió dos steaks con
papas fritas y jugo de frutas. Aunque era el campeón, las apuestas lo volvían a dar
perdedor. La pelea fue un fiasco. Leonard cambió completamente su estrategia en relación
a Montreal y salió a bailotear. Conectaba algunos jabs pero le huía al intercambio de
golpes. Durán estaba demasiado lento, jadeaba en la persecución y fallaba con torpeza. Con
el correr de los rounds, el retador fue entrando en confianza y las fuerzas del panameño se
vinieron a pique. Leonard le decía cosas, lo provocaba, le tocaba la cara y después lo eludía
con facilidad. Aunque en ningún momento estuvo en problemas, Durán sabía que no podía
hacer nada para cambiar el rumbo de la noche. Su animal interior lo había abandonado.
Hasta que en el octavo asalto sucedió lo impensado. El macho latino, el pegador de la mano
de piedra se dio vuelta y le dio la espalda al combate. - Nunca dijo ‘no más, no más’, como
publicaron los diarios gringos. Roberto se dio vuelta y gritó ‘con este payaso no peleo más’.
Se le cruzaron los cables, fue una bravuconada- desmiente el mito Carlos Eleta, que estaba
en su rincón. - Yo le gritaba que no podía hacer eso, si quería la podíamos parar en el
rincón, aducir una lesión, lo que fuera. Pero no así.Cuando Durán notó que el juez detenía
la pelea y Leonard comenzaba a celebrar, se puso en guardia y quiso volver al ataque. Pero
ya era tarde. Estaba por conocer el lado oscuro de la gloria.

Pensando en Durán

Al adentrarme en la vida del Cholo descubrí que si los países tuvieran rostro, el nuestro
sería el de ‘Mano de Piedra’

PITUKA ORTEGA HEILBRON

Cuando el diario La Estrella me solicitó que aportara unas líneas compartiendo mis
impresiones de Roberto Durán, reviví los sentimientos que experimenté durante la
producción del documental ‘Los Puños de una Nación’. Cuando abordé el tema del
documental de Durán, hace más de diez años, no lo hice por su proeza boxística, lo cual
parecía ser lo más lógico. Lo hice porque sabía que en mi búsqueda de él encontraría el
sentido de mi propia panameñidad.

Al adentrarme en la vida de Roberto Durán descubrí que, en realidad, de muchas maneras


importantes, Panamá y él son una sola cosa y si los países tuvieran rostro, el nuestro sería el
del Cholo. Mano de Piedra nació con unos dones físicos que se dan cada cien años en un
boxeador, si acaso, pero con una manera muy particular de administrarlos. Cuando el Cholo
se lo proponía y se disciplinaba, era invencible, era un ejemplo para cualquier hombre, una
fuente de alegría inagotable y generaba un orgullo enorme, no sólo para sus compatriotas,
sino para aquellos ciudadanos del mundo que veían en sus combates el simbolismo de
David y Goliat. Panamá también es un país con unos recursos naturales casi ilimitados,
donde de nuestro cielo y nuestra tierra brotan abundancia y desprendimiento.

Nuestro Istmo surgió para unir un continente y en el proceso dividió un mar y cambió el
planeta para siempre. Luego, se partió en dos para unir los mares que tres millones de años
atrás había dividido, y el Canal de Panamá cerró un ciclo que confirma que pocos países del
mundo tienen una misión tan específica y profunda como el nuestro. Sin embargo, nosotros,
sus ciudadanos, interpretamos este destino de nuestra patria de manera superficial y
adolescente, y buscamos satisfacción inmediata por el manejo de sus bienes, lo cual nos ha
traído innumerables problemas a través de nuestra corta historia. Durán, al no administrar
sus fuerzas y su cuerpo en momentos importantes de su carrera deportiva, también sufrió
las consecuencias. Hay quienes quisieran extender esta analogía a la vida personal de Mano
de Piedra y hay cierta coherencia en ello. Sin embargo, me limito a hacerlo, ya que he visto
que la faceta personal de la vida de Durán es tan similar a la de muchos panameños.
Vivimos día a día e improvisamos cuando debiéramos planificar.

Además, cuando hoy en día me encuentro a Roberto Durán, veo a alguien que sabe ser feliz
y que vive sin resentimientos o arrepentimientos. Y quedo admirada de un hombre que ha
llevado su vida sin miedos. Cuando como boxeador se subía al tinglado, jamás dudó que
acabaría con su oponente, aun cuando todas las estadísticas estaban en su contra. El peso, la
edad, la velocidad, y al inicio de su carrera, la experiencia, forzaban a los eruditos a apostar
contra él. Se equivocaron tantas veces que a las finales no se atrevían a dudar de su proeza.

Que Roberto Durán no sea una ‘figura’ que actúe como un ciudadano ilustre y galano,
intelectualizando su carrera y empujando a los demás a ser como él, es lo que creo que
quizás más le cuestionen algunos e inclusive se lo exijan por ser quien fue. Pero pregunto:
¿Somos un pueblo que se ama y respeta a sí mismo? Sólo hay que ver la falta de cuido y
apoyo a nuestros atletas o artistas para contestar esta pregunta. Al día de hoy, Roberto
Durán nunca ha tenido un problema con la ley, y es un excelente padre a quien sus hijos
aman. Cada centavo que se ganó, se lo ganó honestamente, puño a puño. Para mí, esto dice
mucho de él y lo hace ejemplar. Al final del camino, Mano de Piedra no sólo triunfó para él
mismo en una carrera que abarcó casi 40 años, sino que lo hizo para su gente y su patria.
Nos llevó a éxtasis sublimes que pocos pueblos de países pequeños han sentido. Llevó el
peso de la identidad y los sueños de una nación sobre sus hombros por tanto tiempo y por
ello le debemos estar eternamente agradecidos y no cuestionarle nada. Tal vez el día que
dejemos de medir el triunfo de las personas por las casas, carros o salarios que tienen y
apreciemos a un ser humano por los aspectos de su vida que muchos damos por sentado,
nos daremos cuenta de la excepcionalidad de Roberto ‘Mano de Piedra’ Durán.

LA AUTORA ES LA REALIZADORA DEL DOCUMENTAL LOS PUÑOS DE UNA


NACIÓN.

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