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Estudiante: “Dr. Einstein, no son estas las mismas preguntas que el examen final del año pasado
[física]?” …… Dr. Einstein: “Sí; Pero este año las respuestas son diferentes”.
Una locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener resultados diferentes. Si
buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo
Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la
voluntad.
Todos somos muy ignorantes, lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas.
Albert Einstein solía decirle a sus alumnos que si él tuviera una hora para resolver el problema del
mundo utilizaría 55 minutos en analizar el problema para llegar a un diagnóstico certero, y una vez
conociendo las causas, tardaría 5 minutos en encontrar una solución.
Se emplean muchos recursos en reparar las consecuencias de los bomberazos, las llamadas de
emergencia o las soluciones que se tomaron por angustia. Las cadenas de errores que se generan
a partir de malos diagnósticos han consumido recursos frescos de empresas, estados y
federaciones.
Pero, un mundo tan vertiginoso, en el que las prisas rigen los ritmos, da como resultado urgencias
que desplazan a la razón. Se ha dejado de dar importancia al diagnóstico, y la toma de decisiones
genera aparatos de operación muy complicados, costosos, que aportan poco o nada a la solución.
Esto es así dado que no se está atacando la fuente original de problemas. Las proporciones se
trastocan y el tiempo que debiéramos reservar a reflexionar para encontrar las causas de un mal
es muy reducido porque hay apremio por resolver. En esa condición se actúa con la asertividad del
que apunta un revólver y se da un balazo en el pie.
Diagnosticar es ir en pos de aquello que inicia un problema, es dejar de lado los paliativos y meter
manos a lo que provoca las dificultades. Es analizar las causas, no los síntomas. Para ello hay que
abandonar el confort de la silla y salir a investigar. Se trata de dar más tiempo a la búsqueda real
de las causas que a las juntas eternas y a las discusiones abstractas. Es algo similar a una consulta
con el médico: nunca será lo mismo una exploración física que una recomendación telefónica. Las
posibilidades de error cuando no se ve al paciente aumentan en forma exponencial. Eso trae
consecuencias inmediatas: se corre un riesgo innecesario de fallar, se puede estar atacando un
mal inexistente, dejando que el que sí existe crezca, y los recursos invertidos se transforman en un
desperdicio, es decir, en un gasto adicional.
Sin embargo, el peor de los males es que se pierde el foco que realmente debería estar ocupando
la atención. Los efectos posteriores son terribles, se genera una actividad costosísima: las
justificaciones y las disculpas. Se derrocha un tiempo valiosísimo que debió emplearse a priori y los
recursos siguen fugándose por un boquete que pudo evitarse con un poco de prudencia y
observación.
Sucede a todos niveles. El ego es un gran traidor. Las decisiones de escritorio, ésas que se
sustentan en un golpe de escritorio o un buen grito, ésas que necesitan elevar el volumen de voz
porque no encuentran sustento en las ideas y no pasan la prueba de la evidencia, son las que no
soportan los cuestionamientos. Así, vemos a funcionarios, emprendedores, ejecutivos que reciclan
medidas del pasado, y cuando se les preguntan razones o se les recuerdan los resultados que se
obtuvieron, en vez de explicar, cierran la puerta y se recluyen en sus oficinas.
No hay campaña mediática que justifique un mal dictamen, no importa toda la propaganda que se
haga sobre cierto proyecto; si el análisis estuvo mal hecho, los resultados no se van a dar. Las
serendipias, los golpes de suerte, son poco probables.
La relevancia de un diagnóstico es vital en muchos aspectos, y es que este proceso valorativo nos
ayuda a comprender cualquier situación, la importancia de la misma, las líneas de acción que
debemos adoptar y las posibles consecuencias. Permite detectar desviaciones e implementar
correcciones en tiempo y forma.
Un buen diagnóstico debe hacerse enfrentando los síntomas. A causa de esos indicios, se deberán
reconocer físicamente las evidencias y realizar pruebas si fuese oportuno. Toda esta información,
recabada en forma profesional, ayudará a realizar un buen diagnóstico que se ajuste a la dolencia
que se está padeciendo.
Conseguidos los resultados de las pruebas, hay condiciones para efectuar un procedimiento
analítico completo y encontrar bases sólidas que justifiquen el diagnóstico. A partir de ello
podemos proponer un camino de ejecución más preciso y con un mejor pronóstico de éxito.
Hay ideas que parecen maravillosas, proyectos que causan mucha ilusión, planes que creemos que
tienen grandes posibilidades y, por el entusiasmo, se minimizan las amenazas que les rodean. Hay
presiones que llegan de los superiores, prisas para que se den ciertos resultados, y existen
millones de razones para intentar acortar el tiempo de análisis.
No hay arreglos milagrosos ni remedios por decreto. El inicio de un buen camino, el primer
peldaño de la solución, es el diagnóstico. Y los beneficios de diagnosticar adecuadamente son
muchos:
Lo curioso es que la fórmula no es muy utilizada; más bien lo común es lo contrario: privilegiamos
las prisas, creemos más en las emergencias y pensamos en los problemas como piñatas a las que
hay que darles con los ojos vendados.
Albert Einstein tenía razón: si tenemos una hora para resolver un problema, lo mejor que
podemos hacer es respirar, tomarnos 55 minutos para analizar, reflexionar, ponderar y entender,
y una vez que hemos comprendido el acertijo, solucionar.
El acertijo de Einstein:
“Tenemos 5 casas de cinco colores diferentes y en cada una de ellas vive una
persona de una nacionalidad diferente.
Cada uno de los dueños bebe una bebida diferente, fuma una marca de cigarrillos diferente y tiene
una mascota diferente.
Observe el cuadro que aparece a continuación, en él se han agrupado los datos para resolver el
acertijo.