Las identidades locales, en un mundo cada vez más globalizado, son posibles de
rescatar. Este es el principal desafío y, por sobre todo, acierto que comprueba Patricia
Pensado Leglise en el libro que escribe y coordina sobre dos comunidades mexicanas.
La investigación se respalda sobre la base de los testimonios de más de treinta
personas entrevistadas en la colonia urbana de San Pedro de los Pinos, situada al
suroeste de la ciudad de México, y en El Ocotito, de origen campesino, perteneciente al
municipio de Chipalcingo en el estado de Guerrero. Si bien, una de las comunidades es
urbana, y la otra es rural, a pesar de poseer rasgos distintivos, participan de ciertas
fisonomías culturales comunes que son rescatadas a través del uso de la Historia Oral.
A través de esta metodología se puede analizar la memoria de estos ámbitos
espaciales, gracias al relato de los testimoniantes se logra descubrir el entramado
cotidiano que permite la construcción de las identidades locales. De este modo, el libro
incursiona sobre las transformaciones en estas colonias y su impacto en la memoria de
sus pobladores ya sea en lo físico, en lo emocional, en lo simbólico; elementos todos
que contribuyen a la generación de sus respectivas identidades.
El análisis que las autoras realizan de las entrevistas permite desentrañar los
mecanismos que intervienen en la construcción de las identidades de cada comunidad.
Las transformaciones en el plano urbanístico, los cambios en la infraestructura, el
nacimiento de nuevas actividades comerciales, agrícolas o industriales, los movimientos
migratorios, los vaivenes de las políticas gubernamentales, son todos elementos que
intervienen en la experiencia de los pobladores y que –con el transcurso del tiempo y la
alteración del espacio-- impactan en la construcción de las identidades colectivas. En
otras palabras, las mutaciones, que en forma imperceptible y cotidiana se fueron dando
en los diferentes espacios, moldearon los vínculos de las personas que habitan en las
citadas colectividades generando pautas y diferenciaciones cruzadas por cuestiones de
clase, género y etnia.
En coincidencia con la observación realizada por Gerardo Necoechea Gracia en
el prólogo de la obra, la investigación propuesta se cruza con elementos que tienen sus
raíces en el propio pasado de cada comunidad pero también –por sobre todo—con
tensiones que se hallan en el presente.
La investigación está articulada sobre la base de tres perspectivas de análisis
extraídas a partir de los testimonios orales recogidos en los trabajos de campo.
En el primer capítulo, Sujeto, espacio e identidad local, Patricia Pensado estudia
la manera en que los habitantes de las mencionadas comunidades conceden sentido al
espacio que los rodea, mecanismo, que a su vez, permite construir una identidad local.
Para ello toma una serie de variables para realizar sus análisis como ser las redes de
sociabilidad que se conforman con el paso del tiempo, las actividades comunitarias, el
impacto que se genera con las alteraciones que se dan con el uso del suelo (por ejemplo:
de residencial a comercial), la radicación de nuevos pobladores (y las diferencias que
surgen con los antiguos moradores), entre otros factores. De este modo, afirma cómo el
espacio en sí mismo no sólo es el basamento en que se erigen determinadas identidades
sino también como representa a un conjunto de articulaciones en las que las personas se
hallan insertas.
Por su parte, Guadalupe Barrientos López, en Memoria, espacio y lugar, nos
propone examinar cómo los habitantes de estas localidades fueron conformando su
memoria colectiva a partir de convivir y de establecer relaciones sociales alrededor de
un ámbito específico. Sobre la base de la producción de Maurice Halbwachs y de Pierre
Nora y de las entrevistas orales llevadas a cabo en las citadas localidades, la autora de
este apartado reflexiona a cerca de las formas en que se articulan la memoria y el
espacio. Para alcanzar este objetivo estudia los distintos elementos que intervienen a la
hora de construir la pertenencia (y, su contrario, la exclusión) en cada una de las
poblaciones, señalando la convivencia (no por ello ajena de conflictos) de identidades
diversas en su seno.
En el tercer capítulo, María Concepción Martínez Omaña en Geografía de la
memoria, indaga desde una perspectiva histórica la manera en que los mencionados
habitantes dotan de sentido al espacio, haciendo este un generador de identidad local.
Con los testimonios orales brindados por el trabajo de campo, emprende un exhaustivo
estudio de las percepciones de los habitantes sobre su entorno físico y social. De este
modo, examina las transformaciones en la ocupación de los espacios colectivos y
privados así como también las mutaciones que se han observado en el paisaje: en el uso
de la infraestructura, de los equipamientos y en los servicios públicos. En ambas
localidades, en la rememoración de su pasado, los entrevistados recuerdan los hechos
significativos que impactaron en la fisonomía social y física de sus territorios. Por
ejemplo, en el caso de San Pedro de los Pinos, hacen referencia a las segmentaciones de
las haciendas, la planificación urbana, la edificación de nuevos ejes viales, entre otros
cambios. O, por su parte, los habitantes de El Ocotito retrotraen sus relatos a hechos
como la reforma agraria y la formación del ejido, a la relación con otras comunidades
del municipio de Chipalcingo, a la construcción de carreteras como la que vincula al
Distrito Federal con Acapulco, etcétera.
Patricia Pensado, en el epílogo de su libro, rescata el uso de la historia oral como
una metodología singular que sirve para captar distintas realidades históricas y sociales.
De esta forma, el análisis de dos comunidades disímiles entre sí, que no guardan
relación directa entre ellas, contribuye a comprender la problemática del espacio como
generador de identidades locales. A su vez, reflexiona sobre la validez del estudio de
casos comparativos como herramienta que permite trascender las dimensiones de los
microuniversos para descubrir un panorama más complejo y totalizador. En síntesis,
existe una preocupación constante en la obra por desentrañar la gestación de los
elementos identitarios a partir de las relaciones sociales que se crean y reproducen en
cada uno de los espacios indagados.
El libro finaliza con dos monografías bastante completas sobre las mencionadas
localidades realizadas por Adriana Arroyo Reina y Sara Amelia Espinosa Isla. Por
último, figura un breve perfil biográfico de las personas que fueron entrevistadas en esta
investigación.
Sin duda, el estudio y la reflexión sobre estas cuestiones, hace que esta obra sea
una lectura necesaria para aquellos que se dedican a la Historia Oral.
Alejandro Schneider 1
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Doctor en Historia. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Buenos Aires. Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educación. Universidad Nacional de la Plata.