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son exclusivamente didácticos. Prohibida su reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial correspondiente.
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editores
siglo veintiuno
colonial
Raúl Fradkin

El Río de la Plata
La Argentina

entre los siglos XVI y XIX


Juan Carlos Garavaglia
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Índice
siglo veintiuno editores s.a.
Guatemala 4824 (C1425BUP), Buenos Aires, Argentina
siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.
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Cerro del agua 248, Delegación Coyoacán (04310), D.F., México


siglo veintiuno de españa editores, s.a.
c/Menéndez Pidal, 3 bis (28006) Madrid, España 
 
 
 
  Prólogo 9
 
  1. El Paraguay y el Plata. Conquista y evolución
 
temprana de la ocupación europea 15
 
Fradkin, Raúl Osvaldo Los primeros contactos con la población autóctona. El Paraguay
La Argentina colonial / Raúl Osvaldo Fradkin y Juan Carlos colonial en el período temprano. El Tucumán: el inicio de la
Garavaglia. - 1a ed. - Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2009. invasión europea. Las villas del litoral
280 p.: il.; 23x16 cm. - (Biblioteca básica de historia / Luis Alberto
Romero)
2. Del Alto Perú al Paraguay. La progresiva constitución
de un abanico regional en los márgenes del Imperio 41
ISBN 978-987-629-077-7 El Tucumán y el corredor Potosí-Atlántico. El Paraguay. Las
producciones regionales en el marco del espacio peruano. El
1. Historia Argentina. I. Garavaglia, Juan Carlos litoral en el siglo XVII

CDD 982
3. El Río de la Plata durante el largo siglo XVIII.
  Producción y circulación en un mosaico de regiones 65
  Las economías regionales del área tucumana y los renovados
  nexos con el Alto Perú. El área del poncho y la circulación de sus
 
piezas textiles. La región de Cuyo entre el Pacífico y el Litoral. La
 
  atracción del Litoral
 
  4. El crecimiento del Litoral rioplatense 87
© 2009, Siglo Veintiuno Editores S.A. Los nexos económicos con el eje Potosí-interior. Buenos Aires y
la economía atlántica. La yerba del Paraguay durante el siglo XVIII.
Edición al cuidado de Yamila Sevilla y Valeria Añón Santa Fe y el litoral mesopotámico. Un estado comparativo de la
economía rural rioplatense a finales del siglo XVIII. La jurisdicción
Diseño de colección: tholon kunst
decimal de Buenos Aires. Un panorama general
ISBN 978-987-629-077-7
Impreso en Grafinor / / Lamadrid 1576, Villa Ballester, 5. En los confines del imperio español.
en el mes de abril de 2009 Las fronteras del sur 111
Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Las fronteras del Chaco occidental. Las fronteras del Chaco
Impreso en Argentina // Made in Argentina oriental. Las fronteras del sur. El mundo de la frontera
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8 La Argentina colonial

6. Vivir bajo cruz y campana. 133


Las ciudades y los pueblos
La ciudad como cuerpo. Las ciudades y el mestizaje. Las villas y
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los pueblos. Las normas y las prácticas

7. Poder escenificación y conflictos 153


El poder en la sociedad ibérica del Antiguo Régimen. Ceremonias
y fiestas. Conflictos, desgarramientos y tensiones

8. Las reformas borbónicas y el Virreinato


de Río de la Plata 177
Reformas controvertidas. La expulsión de los jesuitas y el
regalismo borbónico. El Virreinato del Río de la Plata. Reformas y
rebeliones. Las reformas y las elites coloniales. Los cambios en el
comercio y las transformaciones de las elites

9. La crisis del imperio español 199


La crisis del comercio colonial y la crisis fiscal de la Corona. Las
invasiones inglesas al Río de la Plata. Legados conflictivos. Una
monarquía sin rey. La conmoción americana. La primera junta. La
fallida junta porteña. Un nuevo virrey para el Río de la Plata.
Movimientos juntistas americanos

10. Tiempos de revolución 221


La legitimidad en disputa. La revolución porteña. El Virreinato
frente a la revolución porteña. Las vicisitudes del poder
revolucionario

11. La revolución y la guerra 241


¿Criollos contra peninsulares? La revolución y la guerra en el
litoral rioplatense. La revolución y la guerra en el sur andino.
Revolución y contrarrevolución en América y España. Un nuevo
frente y el final de guerra

Epílogo 257

Bibliografía 265
-
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10. Tiempos de revolución


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A finales de 1809, la derrota española en la batalla de Ocaña per-


mitió la entrada de los franceses en Andalucía. En esas condicio-
nes, en diciembre la Junta Central se trasladó de Sevilla a Cádiz,
empujada por un motín popular. El 27 de enero de 1810, la Junta
se disolvió y su lugar fue ocupado por el Consejo de Regencia,
formado por cinco de sus miembros, entre ellos el delegado de
la Nueva España. La noticia sacudió a las colonias: un gobierno
provisorio, pero aceptado como legítimo, había sido sustituido
por otro de dudosa legitimidad e improbable eficacia. Mientras
tanto, una tras otra las ciudades andaluzas iban jurando fidelidad
y obediencia a José Bonaparte. El futuro era incierto y la posibi-
lidad de que la situación se extendiera a los dominios coloniales
estaba abierta. Las reacciones no se hicieron esperar.

La legitimidad en disputa

Abril en Caracas, mayo en Buenos Aires, julio en Bogotá, se-


tiembre en Santiago de Chile y Quito. Estos movimientos autonomistas
notablemente simultáneos fueron protagonizados por las elites criollas
de las ciudades principales y adoptaron el recurso de formar juntas
para sustituir las autoridades vigentes a través de los cabildos, procla-
mando que actuaban “a nombre de Fernando VII”. Aquellas ciudades
que reconocieron a la regencia, como Montevideo, Lima o México,
también invocaron el nombre del Rey como recurso legitimador.
Esas apelaciones ponían de manifiesto la disputa por apropiarse de la
legitimidad que podía ofrecer la figura real, un recurso ineludible hasta
que la experiencia histórica permitiera construir un nuevo principio de
legitimidad. No difería demasiado de las estrategias de los liberales pe-
ninsulares, que intentaban en nombre del rey poner fin al Antiguo Ré-
gimen y fundar un sistema constitucional asentado en la “soberanía de
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la nación”. Curiosa y trágica era la paradoja del destino para estos libe- que Fernando VII no estaba preso sino refugiado en la Nueva España
rales: se proponían llevar a la práctica varios de los principios que había y que convocaba a la insurgencia.
proclamado la Revolución Francesa a través de una revolución que se
llevaba adelante contra la ocupación francesa...
Emprender una rebelión en nombre del rey no era una novedad. Por
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el contrario, se trataba de una antigua tradición que se expresaba en el


grito que se hizo escuchar en los motines que desde el siglo XVI ocu-
rrieron en Nápoles o Madrid, México, Guanajuato, Quito, Cuzco o Bue-
nos Aires: “¡Viva el rey! ¡Muera el mal gobierno!”. Tras ese recurso po-
dían manifestarse distintas opciones políticas: desde un tradicionalismo
acérrimo, que aspiraba a una regeneración de la monarquía volviendo
a su matriz preilustrada, hasta la introducción de una novedad definiti-
vamente revolucionaria, la soberanía popular, aunque la retórica em-
pleada apelara al lenguaje político de la tradición pactista.
Esta tradición ofrecía un argumento contundente: ante la ausencia
del rey, la soberanía volvía al pueblo. Pero, ¿qué era “el pueblo”? Como
ha indagado José C. Chiaramonte, el uso más generalizado del término
“pueblo” era asimilable al de “ciudad” en su sentido político y respon-
día a una concepción corporativa, organicista y jerárquica del orden
político. Por ello, los cabildos fueron concebidos como el ámbito de ex-
presión por excelencia de ese pueblo y en base al mismo principio:
cada ciudad (“principal” o “subalterna”) aspiró a conservar en sus ma-
nos el ejercicio de esa soberanía vacante. Los pueblos, por lo tanto, dis- Miguel Hidalgo, según el muralista mexicano José Clemente Orozco.
putaban el ejercicio de la soberanía. Palacio Gubernamental de Guadalajara, México.

Sin embargo, 1810 no era el siglo XVI; a través de un lenguaje antiguo


Movilización campesina en la Nueva España comenzaron a manifestarse nociones radicalmente innovadoras: así, la
El movimiento que se desencadenó en la Nueva España tenía rasgos defensa de las libertades se iría transformando en la lucha por la liber-
muy diferentes de los que caracterizaban a los movimientos de 1810. tad, y la soberanía de los pueblos habría de instalar la disputa por la so-
No emergió en la capital sino en una provincia, el Bajío, y se transformó beranía popular. Estos tránsitos conceptuales serían extremadamente
en una masiva movilización campesina e indígena encabezada por un veloces y los líderes americanos que aspiraban a una solución monár-
cura de pueblo, Miguel Hidalgo Costilla. Aun así, también la figura de quica de la crisis imperial tuvieron que rendirse ─muchas veces con
Fernando VII fue invocada como recurso legitimador. Como ha amargura y desaliento─ ante la evidencia: en el decurso de la revolu-
mostrado Eric Van Young, la multifacética y masiva insurgencia
ción, los pueblos habían aprendido a repudiar a la monarquía.
novohispana tuvo como emblema la imagen de la Virgen de Guadalupe
Esa misma tradición prescribía que el pueblo tenía derecho a un
y las comunidades indígenas intervinieron con objetivos propios muchas
veces contradictorios con los que tenía la dirigencia criolla. Sin
buen gobierno. Se trataba de un argumento esencial de la retórica po-
embargo, lo hicieron detrás de una consigna: “¡Viva el rey y muerte lítica de la monarquía católica. El mal gobierno era un gobierno que se
a los gachupines!”. Más aún, entre los campesinos se propagó el rumor de apartaba de la religión. Tres siglos de monarquía católica no habían pa-
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sado en vano: así, mientras la guerra contra Napoleón adoptó la forma raciones, al estilo de la mayor parte de las juntas peninsulares. Pero la
de una guerra santa, las guerras americanas estuvieron saturadas de re- oposición de los cuerpos milicianos obligó al Cabildo a reconocer una
cursos religiosos. No era una lucha entre dos religiones, sino una junta superior gubernativa para todo el Virreinato, que habría de go-
disputa por la religión como fuente de legitimidad. De esta forma, la jerar- bernar provisoriamente en nombre de Fernando VII. El papel del Ca-
quía eclesiástica se dividió, y curas y sacerdotes, imágenes de la Virgen y bildo se vio reducido a reconocerla.
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de los santos patronos, tuvieron un papel decisivo para todos los bandos Los integrantes de la Junta provenían de la elite de la ciudad. Sin
en pugna. Más aún, las nuevas repúblicas que emergieron de la crisis de embargo, no todos eran porteños de origen, empezando por su pre-
independencia, aunque inspiraron sus preceptos constitucionales en sidente, el altoperuano Cornelio Saavedra, e incluso algunos habían
ideas liberales, siguieron afirmando su condición de católicas. nacido en la Península, pero ya estaban integrados a la elite urbana.
La crisis de la independencia abrió un ciclo de notable activación po- ¿Quiénes no lo estaban? Sin duda, los miembros más conspicuos de la
lítica para amplios sectores sociales. La guerra fue parte inseparable de
elite comercial peninsular, los opositores a la gestión de Liniers y las ca-
las nuevas experiencias políticas y del acrecentamiento de las tensiones
bezas de las principales corporaciones civiles y eclesiásticas. En cambio,
sociales y étnicas. Sin ellas, es imposible comprender el éxito del repu-
blicanismo, e incluso la aspiración a cierto igualitarismo que imperó tenían un peso notorio los hombres que habían ganado predicamento
por momentos. De las guerras emergieron las nociones de “pueblo”, en los últimos años a través de los cuerpos milicianos, del foro y el pe-
“patria” y ‘ nación”, que no siempre seguían ni las doctrinas ni las inten- riodismo. En este sentido, la Junta era la expresión de la movilización
ciones de las elites ilustradas, y les dieron a las experiencias políticas la- que había vivido la ciudad y ponía de manifiesto la crisis de legitimidad
tinoamericanas un tono decididamente plebeyo. de las jerarquías locales.
El cambio de gobierno muy rápidamente comenzó a ser identificado
como una revolución por propios y extraños, aunque se había concre-
tado de modo pacífico y ordenado. El nuevo gobierno se proclamó
La revolución porteña “provisional”, tanto porque fundaba su autoridad en la preservación de
los derechos de Femando VII como porque convocaba a las ciudades
En el Río de la Plata, la noticia de disolución de la Junta Central se co- del Virreinato a elegir diputados para integrarse a ella. Sin embargo, la
noció a mediados de mayo e hizo trastabillar el precario equilibrio que Junta comenzó rápidamente a apelar a otros recursos de legitimación y
sustentaba la autoridad del virrey Cisneros. Su respuesta pública a la nuevas ideas fueron ocupando un lugar central. El discurso diseminado
conmoción ilustra con claridad que las nuevas circunstancias imponían desde las páginas de la gaceta, las arengas, los bandos y las proclamas
a todos los actores una reformulación de sus estrategias y que la solu- contenía recurrentes alusiones a la libertad, a la soberanía popular y
ción política debía gestarse desde las mismas colonias. Pero la dinámica convocaba a luchar contra la tiranía; el tono inicialmente contempori-
de los acontecimientos hizo fracasar los planes del Virrey: un conglome- zador con los españoles europeos fue abandonado por las apelaciones
rado de individuos y grupos, que hasta ese momento había tenido po- al americanismo. Sus adversarios no dejaron de advertir lo que estaba
siciones por momentos contrapuestas, tendió a tomar una orientación en juego: en una carta anónima del 26 de mayo de 1810, se anotaba
coordinada y exigió la reunión de un cabildo abierto, replicando la que, si bien en la plaza se repartían “retratos de Femando VII, los euro-
experiencia de 1806-1807 y la que se desplegaba en la Península. Este peos vamos a pasarlo muy mal”. Para el emisario de la Junta Central,
consenso era posible porque la mayor parte de los comandantes de las José María de Salazar, no había dudas: “Es notorio que el deseo de la in-
milicias apoyaba esta postura, y las reducidas fuerzas veteranas peninsu- dependencia se abriga en los ánimos de muchos de estos habitantes”,
lares no estaban en condiciones de oponer resistencia efectiva. Sólo de un “deseo” que registraba como generalizado “en todo el Virreinato”,
este modo se entiende que la confrontación de posiciones adoptara la especialmente entre los jóvenes y el clero, y temía “que la infame Junta,
forma de una disputa doctrinaria en la sesión del cabildo abierto del 22 en la desesperación, piensa valerse de los negros y mulatos esclavos de
de mayo. El Virrey estaba siendo desplazado e intentó conformar una los españoles dándoles la libertad con tal que se hagan soldados”. Las
junta encabezada por él mismo y los miembros de las principales corpo- comunicaciones que llegaban a España repetían el mismo argumento:
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la Junta, “tumultuaria y sediciosa”, tenía objetivos independentistas y es- para hacer su fortuna diciendo de independencia y de que debe llegar el
taba “profanando el digno nombre de nuestro Fernando”. Y hasta hubo tiempo de salir de una esclavitud de trescientos años.” [...] “Los vecinos
quien transcribía algunas canciones que estaban circulando: “No quere- de Buenos Aires, consternados con semejantes noticias y creyéndose
mos Reyna puta/ ni tampoco Rey cabrón/ ni queremos nos gobierne/ sin autoridad que las gobernase, trataron de formar una Junta por
medio de un Ayuntamiento el que nombró por individuos de ella,
esa infame y vil nación./ Al arma alarma americanos/ sacudid esa opre-
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Presidente al Virrey Don Baltasar Cisneros, a un Eclesiástico, a un


sión/ antes morir que ser esclavos/ de esa infame y vil nación”.
Comandante, y a uno de la Real Hacienda, personas que dicen eran de
La prioridad de la junta era hacerse obedecer y, aunque inicialmente probidad y que el pueblo fue muy contento con su elección; pero que el
obtuvo el reconocimiento del Cabildo y la Audiencia, fue procediendo partido de los Inquietos inmediatamente recogieron una porción de
a su depuración invocando el principio de que esos cargos quedarían pueblo bajo que gritasen y conmovieran para intimidar las autoridades y
reservados para los españoles americanos. La intensa rivalidad entre eu- formando un memorial que firmaron la mayor parte de estas gentes
ropeos y americanos no era nueva, pero ahora adquiría significados po- reclamaron la formación de la Junta primera, para que se hiciera otra
líticos: en estas condiciones, no remitía tanto a una cuestión de origen que recayó precisamente en los que fomentaban la Inquietud
como a un alineamiento. intimidando al Ayuntamiento con amenazas habiendo puesto sobre las
El nuevo poder debía definir una orientación en un contexto in- armas el cuerpo de Patricios; y estando a las puertas el Licenciado
cierto e imprevisible; rápidamente se delinearon dos tendencias com- Chiclana, capitán del mismo cuerpo con la espada en la mano
amenazando para que los Capitulares concluyeran la elección como se
petitivas: una, encabezada por su presidente, Saavedra, se orientaba ha-
les proponía porque de no los degollarían y que en efecto ellos
cia un rumbo moderado; la otra, liderada por el secretario Mariano
asustados y medrosos cedieron a la fuerza.” [...] “He procurado tomar
Moreno, intentaba imprimirle una orientación más radical. Si la com- una idea de la impresión que podrá causar este ejemplar en las
petencia adoptaba la forma de una lucha personalizada por el lide- provincias y me aseguran que no son de temer las resultas porque
razgo, expresaba también las diferentes bases de sustentación y trayec- dentro de Buenos Aires la mayor parte son descontentos de estas
torias. Mientras el Presidente se apoyaba en los comandantes de los violencias y escriben que sólo desean tener quien los auxilie y los demás
cuerpos milicianos, el Secretario era el portavoz de un grupo de letra- pueblos todos están por la sujeción a la Metrópoli y en cuanto a los
dos. Eran ésos, justamente, los dos ámbitos sociales en los cuales se re- Indios inmediatamente que lleguen a comprender el proyecto do buenos
clutaba la elite política en formación. En términos de orientación polí- Aires sin duda no darán servicio ni contribución alguna, porque ellos
o
tica, la disputa entre ambas facciones se concentró en una cuestión dicen no quieren más que a su Monarca Fernando 7 pero siempre es
crucial: la incorporación de los diputados electos por el resto de las ciu- de temer si los seducen levantándoles los tributos”.
dades a la Junta, propiciada por los primeros y rechazada por los segun-
dos. A finales de ese año, la tensión terminó por desplazar a Moreno de
la secretaría. Fue enviado en misión diplomática a Gran Bretaña y halló El Virreinato frente a la revolución porteña
la muerte durante la travesía.
En Buenos Aires, la revolución triunfó en forma incruenta. Del mismo
modo lo hizo la contrarrevolución en Montevideo, cuyas autoridades
Fragmentos de la carta de Juan de Zea y Villarroel enviada desde
juraron fidelidad al Consejo de Regencia. Otra vez, ambas ciudades to-
Montevideo a Nicolás de Sierra en Cádiz el 21 de junio de 1810:
“En Buenos Aires la mayor parte del vecindario, y las personas más
maban rumbos políticos opuestos y competían por ganarse la adhesión
acomodadas son amantes de nuestro Soberano, de espíritus tranquilos del resto en una guerra de opinión que tuvo como escenario privile-
y obedientes de las autoridades. Pero que hay otros pocos de los que giado a los cabildos. Aunque en general entre los partidarios de recono-
llaman criollos de humilde principio, y que de mucho tiempo a esta parte cer a la Junta instaurada en Buenos Aires predominaban los criollos y
se les ha notado inquietos y con deseos de fomentar una revolución entre sus opositores los peninsulares, las líneas de demarcación eran
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más sutiles, reproducían las facciones rivales preexistentes y expresaban ron con la llegada de la expedición porteña. Con todo, Cochabamba se
posicionamientos en los que influían otras cuestiones. No casualmente, pronunció a favor de la revolución y pocos días después sus milicias
los partidarios de la Regencia tuvieron mayor influencia en las capitales ocupaban Oruro mientras que Santa Cruz de la Sierra se sumaba al le-
de intendencia y los de la revolución en las subalternas. vantamiento. Estaba claro que el alineamiento del Alto Perú sería resul-
En Córdoba el intendente, el obispo, el comandante de las milicias y tado de la guerra, y los enfrentamientos comenzaron muy pronto: las
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la mayor parte del Cabildo se pronunciaron contra la Junta porteña, fuerzas limeñas triunfaron en Cotagaita, pero los porteños lo hicieron
mientras que la posición contraria fue encabezada por la facción que li- el 7 de noviembre en Suipacha y, tras la batalla, las ciudades se volcaron
deraba el deán Gregorio Funes. Ambos grupos se habían enfrentado ya a favor de la revolución. Desde entonces, la guerra se transformó en
en 1807 debido a sus divergencias frente a la sustitución de Sobre- una lucha entre ambas capitales por la riqueza minera, a su vez entre-
monte. Ahora, además, fue Liniers quien se transformó en el líder de mezclada con los conflictos sociales internos que las sacudían. Así, la
las fuerzas leales a la Regencia, y el Cabildo reconoció al Virrey del Perú tremenda crisis social y económica de los últimos años se acentuaba y
como autoridad suprema, desconociendo la autoridad de la capital. pesaban mucho los resentimientos y temores acumulados después de
Para someter la oposición salió una expedición de Buenos Aires con las sublevaciones indígenas de 1780 y los movimientos autonomistas de
más de 1500 hombres que obligó al Cabildo a reconocer a la Junta y 1809. En estas condiciones, las elites criollas altoperuanas temían un va-
días más tarde apresó y fusiló a los conjurados. De esta forma, la Junta cío de poder y se mostraban extremadamente cautelosas en su adhe-
no sólo sofocaba el principal foco de resistencia, sino que había aca- sión al proceso revolucionario.
bado con quien podía concitar adhesión popular a la Regencia. Situa- El Ejército Auxiliar bajo la dirección de Castelli intentó conseguir el
ciones semejantes, aunque menos cruentas, se sucedieron en el resto apoyo de las comunidades indígenas. Los meses siguientes al triunfo de
de la Intendencia, además de que se pusieron en evidencia las preten- Suipacha constituyeron en el Alto Perú la fase más radical de la revolu-
siones de cortar la subordinación con Córdoba. ción iniciada en Buenos Aires, quizás la única que pueda calificarse de
En la Intendencia de Salta la situación fue análoga. Mientras Tucu- auténticamente jacobina. Castelli ordenó el fusilamiento de los princi-
mán reconoció inmediatamente la autoridad de la Junta, en Salta el in- pales líderes opositores como Nieto y Paula Sanz. Sus discursos no sólo
tendente Nicolás Severo de Isasmendi se pronunció en contra. Isasmendi tenían un marcado contenido antipeninsular sino que proclamaban la
era criollo, uno de los miembros más destacados de la elite salteña, uno completa igualdad entre indígenas y americanos y la suspensión de las
de los principales hacendados y encomenderos del valle Calchaquí, y obligaciones serviles y del tributo. Sin embargo, esta política ofrecería
tomó partido por la Regencia en alianza con los funcionarios reales y escasos resultados: las elites criollas rechazaban estas medidas que ame-
los principales comerciantes peninsulares del Cabildo. La situación sólo nazaban el orden social vigente y el sostenimiento de las tropas empe-
se definió cuando llegaron las tropas porteñas. Así, en Salta, como en zaba a ser resistido por buena parte de la población.
otras ciudades, comenzó un progresivo cambio en los equilibrios inter- En estas condiciones, el Ejército Auxiliar fue sorprendido en su cam-
nos de la elite local, acicateado por las divisiones que abría el proceso pamento de Huaqui el 20 de junio de 1811 y prácticamente se des-
revolucionario. Los principales comerciantes empezaron a perder posi- bandó. En su desordenada retirada hacia Jujuy, las tropas cometieron
ciones en el Cabildo frente a los propietarios de haciendas del valle de saqueos y depredaciones que provocaron enfrentamientos con la pobla-
Lerma y la frontera oriental, que provenían de familias tradicionales ción altoperuana, y en muy pocos días todas las ciudades quedaron bajo
que se habían resistido a los intendentes. la firme autoridad del jefe del ejército limeño, Manuel de Goyeneche.
La situación en el Alto Perú era más problemática para la revolución Buenos Aires perdía su principal fuente de recursos fiscales y afrontaba
por la presencia de las tropas limeñas que reprimieron los movimientos una amenaza de invasión desde el Alto Perú, donde la resistencia que-
de Chuquisaca y La Paz y los resquemores contra la capital. El inten- daba confinada a algunas zonas rurales y adoptaba la forma de una gue-
dente de Charcas, Vicente Nieto, y el de Potosí, Francisco de Paula rra de guerrillas. Estalló una revuelta indígena en La Paz, liderada por
Sanz, pusieron sus provincias bajo la jurisdicción del virrey del Perú, Juan Manuel Cáceres, que se extendió por toda la intendencia y hacia
mientras las guerrillas rurales que habían subsistido se insurrecciona- Oruro, pero fue derrotada.
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Algo empezaba a estar claro: en algunas regiones la marcha de los ejér-


Fragmentos de la proclama de Juan José Castelli, Tiahuanaco, citos de la revolución era una verdadera empresa de conquista. Mien-
25 de mayo de 1811 tras en el litoral los cabildos de Santa Fe y Corrientes aceptaron inme-
diatamente a la Junta y el gobernador de las Misiones se alineaba con el
“Los sentimientos manifestados por el gobierno superior de estas
nuevo gobierno, la situación en Asunción obligó a enviar un ejército de
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provincias desde su instalación se han dirigido a uniformar la felicidad de


todas las clases dedicando su preferente cuidado hacia aquella que se
2000 hombres que fracasó en sus intentos. Sin embargo, el 17 de junio
hallaba en estado de elegirla más ejecutivamente. En este caso se de 1811 un nuevo congreso que contó con casi 300 representantes (una
consideran los naturales de este distrito que por tantos años han sido cantidad no igualada por asamblea contemporánea alguna) decidió
mirados con abandono y negligencia, oprimidos y defraudados en sus plantearle a Buenos Aires relaciones en pie de igualdad en el marco de
derechos y en cierto modo excluidos de la mísera condición de hombres un sistema confederal, exigir la eliminación del impuesto que pesaba
que no se negaba a otras clases rebajadas por la preocupación de su sobre la yerba mate y liberar el estanco del tabaco, principal producto
origen. Así es que después de haber declarado el gobierno superior con la comercializable del campesinado local. Esta propuesta de confedera-
Justicia que reviste su carácter que los indios son y deben ser reputados ción, la primera de varias, fue rechazada (o más bien, olímpicamente
con igual opción que los demás habitantes nacionales a todos los cargos, ignorada) por el grupo que controlaba el gobierno en Buenos Aires,
empleos, destinos, honores y distinciones por la igualdad de derechos de que no tenía el menor interés en compartir el poder con las ciudades
ciudadanos, sin otra diferencia de la que preste el mérito y la aptitud: no subalternas. Finalmente, se decidió instituir una junta gubernativa pro-
hay razón para que no se promuevan los medios de hacerlos útiles pia y soberana.
reformando los abusos introducidos en su perjuicio y propendiendo a su Si el nuevo “cuerpo político” debía conformarse a través de la “repre-
educación, ilustración y prosperidad con la ventaja que presta su noble sentación”, había que resolver un dilema: ¿qué ciudades tenían ese de-
disposición a las virtudes y adelantamientos económicos. En recho? El 16 de julio de (810, la Junta se apresuró a establecer que se
consecuencia, ordeno que siendo los indios iguales a todas las demás suspendiera la elección de diputados en las villas que fueran cabecera
clases en presencia de la ley, deberán los gobernadores intendentes con de partido. En otros términos, el principio de retroversión de la sobera-
sus colegas y con conocimiento de sus ayuntamientos y los subdelegados
nía a los pueblos entraba en contradicción con la jerarquía territorial
en sus respectivos distritos del mismo modo que los caciques, alcaldes y
del sistema de intendencias que el gobierno revolucionario se afanaba
demás empleados dedicarse con preferencia a informar de las medidas
por conservar. Un ejemplo lo muestra con toda claridad: en febrero de
inmediatas o provisionales que puedan adoptarse para reformar los abusos
1811 la Junta Grande resolvió la formación de juntas provinciales en
introducidos en perjuicio de los indios, aunque sean con el título de culto
divino, promoviendo su beneficio en todos los ramos y con particularidad
cada capital de intendencia, integradas por el intendente y cuatro vo-
sobre repartimiento de tierras, establecimiento de escuelas en sus pueblos
cales elegidos por el pueblo, y de juntas subalternas en cada ciudad
y excepción de cargas o imposición indebidas [...] Y estando enterado por subordinada. La novedad estaba en que todos los individuos debían
diferentes informes que tengo tomados de la mala versación de los concurrir “en calidad de simples ciudadanos”, sin excepción de los
caciques por no ser electos con el conocimiento general y espontáneo de eclesiásticos, aunque éstos no podían resultar electos. La experiencia
sus respectivas comunidades y demás indios aún sin traer a consideración resultó fallida y al año siguiente las juntas provinciales y subalternas fue-
otros gravísimos inconvenientes que de aquí resultan, mando que en lo ron disueltas.
sucesivo todos los caciques sin exclusión de los propietarios o de sangre Los cabildos de Jujuy, Tarija, Tucumán y Mendoza reclamaron su
no sean admitidos sin el previo consentimiento de las comunidades, autonomía denunciando los padecimientos sufridos bajo el régimen
parcialidades o aquellos que deberán proceder a elegirlos con de intendencias. Expresaban la aspiración de conformar una suerte
conocimiento de sus jueces territoriales por votación conforme a las reglas de federación de ciudades sólo subordinadas al gobierno supremo,
que rigen en estos casos.” pero sin ninguna instancia intermedia de poder ni jerarquía territo-
rial: la adhesión al gobierno de la revolución era un modo de ampliar
sus márgenes de autonomía. Para la república, como definía a la ciu-
232 La Argentina colonial Tiempos de revolución 233
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dad y su jurisdicción, Jujuy aspiraba a la independencia frente a Salta. Las vicisitudes del poder revolucionario
Por ahora, no sería satisfecha, pero su existencia ayuda a comprender
las tensiones acumuladas. El poder revolucionario no sólo debía enfrentar la resistencia realista y
lograr que lo obedecieran las ciudades del Virreinato, sino también
afrontar los desafíos que contenía la dinámica política en la capital, que
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El año de 1810: un laboratorio de experimentación política ya no podía manifestarse dentro de los marcos del régimen antiguo al
Apenas instalada, la Junta convocó a que cada cabildo reuniera un que, por otra parte, había erosionado.
“congreso” compuesto por la “parte principal y más sana del vecindario” El desplazamiento de los integrantes de la elite peninsular debilitó
para elegir a sus representantes. Los primeros pasos eran, por tanto, aún más las jerarquías, mientras las tensiones entre españoles ameri-
muy respetuosos del andamiaje básico del orden social, pero la misma canos y españoles europeos adquirieron mayor intensidad y los parti-
práctica fue introduciendo novedades. ¿Quiénes debían participar? Las darios de la regencia advirtieron con preocupación que era “increíble
dudas surgieron de inmediato y la Junta se apresuró a aclarar que debía cómo se ha propagado esta antipatía, especialmente en la casta vil del
citarse a “todos los vecinos existentes en la ciudad, sin distinción de campo”. De esta manera, el repudio a los europeos se convertiría en
casados o solteros”. Sin embargo, en Tucumán, Tarija, La Rioja o un rasgo distintivo de la cultura política popular en una sociedad
Corrientes muy pocos vecinos participaron en las “asambleas" y las donde la confrontación con portugueses e ingleses era parte central
elecciones fueron realizadas en voz alta expresando un consenso
de las experiencias. El bloqueo fluvial y los bombardeos de la flota
previamente construido. En cambio, en Mendoza o San Juan la votación
realista acantonada en Montevideo fueron vividos con intensidad. El
fue secreta, los electores tuvieron que optar entre varios candidatos, y
descubrimiento de la conspiración que encabezaba Martín de Alzaga
fue preciso en el caso mendocino realizar una suerte de ballotage. No es
en 1812 fue un momento de máxima tensión: al parecer, había conse-
extraño que en ambas ciudades la participación haya sido notablemente
más amplia: unos 165 votantes en Mendoza y unos 140 en San Juan.
guido la adhesión de “todos los españoles existentes en la ciudad y sus
Una situación distinta se produjo en Salta: en el Cabildo abierto
suburbios” y estaba tratando de movilizar gente de los partidos cerca-
participaron unos 60 votantes, pero mientras algunos votaron en forma nos a través de algunos frailes. La respuesta gubernamental fue con-
individual (sólo 22), el resto ejerció un voto por corporación. Dos meses tundente: incluyó la condena a muerte de varios complotados, entre
después, sin embargo, una nueva asamblea reunió 102 votantes y tan ellos, Alzaga, y concitó fuerte adhesión popular, al punto que su eje-
sólo 5 delegaron su voto en forma corporativa. En La Paz, la elección cución fue muy festejada: “en la horca lo apedrearon y le proferían a
debió repetirse por orden de Castelli, que exigía que el elegido fuera un su cadáver mil insultos, en términos que parecía un judas de sábado
“individuo secular". No era la única innovación que el comisionado santo”. Sin Liniers ni Alzaga, la causa realista tenía enormes dificulta-
pretendía introducir: en febrero dispuso que se eligiera un representante des para vertebrar un liderazgo popular en la capital. En estas condi-
de los indios “de su misma calidad y nombrado por ellos mismos” y en ciones, las reglas de la dinámica política en curso hacían que la legiti-
mayo, que todos los caciques surgieran de elecciones. Estas evidencias midad del poder revolucionario dependiera casi por completo de los
sugieren que las nuevas prácticas políticas iban emergiendo dentro de éxitos o fracasos militares, de modo que la política antipenisular era
las grietas que la revolución abría en el orden antiguo. Pese a tanta una exigencia de la misma dinámica.
diversidad, el proceso abierto tendía a erosionar el sistema corporativo y A fines de 1810, el agente de la infanta Carlota informaba la situación
estamental de representación. de Buenos Aires y advertía: “Los Patricios están divididos entre sí, la ma-
yor parte de los que pertenecen a familias honorables detestan los pro-
cederes violentos, arbitrarios y crueles de la Junta. Los partidarios de
Saavedra, que son la clase militar, forman una especie de sansculottes,
porque en realidad son todos pobres y hambrientos; los partidarios de
Moreno son como ‘La Montaña’ entre los Jacobinos”. Aunque la analo-
gía era forzada, permite percibir las formas principales que estaba
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adoptando la sociabilidad política: mientras los grupos de letrados y los rumores. Los sectores “decentes” eran demasiado amplios y diversos,
jóvenes entusiastas de las nuevas ideas encontraban su espacio en los ca- y su equilibrio interno se había desestabilizado por completo
fés y las reuniones, un conglomerado social mucho más vasto, heterogé- permitiendo la emergencia de nuevas formas de liderazgo. La ciudad
neo y plebeyo lo hallaba en la sociabilidad militar. Los primeros tenían contenía una diversidad de grupos medios cuyas fronteras con la elite
urbana eran demasiado borrosas para resultar infranqueables. Entre
grandes dificultades para adquirir predicamento fuera de la elite le-
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ellos se reclutaba buena parte de los que podían movilizar esa


trada, de allí su inclinación a cerrarse socialmente de modo que la co-
variopinta plebe cuya sumisión era tan dificultosa. El área rural con
municación entre montañeses y sansculottes en esta revolución porteña frontera abierta tampoco presentaba jerarquías sociales firmes dado
resultaba extremadamente dificultosa. que ni los sectores propietarios eran suficientemente poderosos, ni los
poderes institucionales estaban sólidamente arraigados para asegurar
la obediencia de una población heterogénea, dotada de extrema
movilidad espacial y ocupacional y acostumbrada a disponer de un
Buenos Aires hacia 1810
amplio margen de autonomía. Como ha dicho Carlos Mayo, esa
población rechazaba la deferencia.

El 5 y 6 de abril de 1811, ello quedó plenamente demostrado cuando


un nuevo tumulto sacudió a la ciudad. A la medianoche comenzó a reu-
nirse una multitud en los corrales de Misserere que por la mañana mar-
chó sobre la plaza exigiendo una reunión inmediata del Cabildo. A esta
multitud de “gente campestre” se unieron los regimientos de Patricios,
Arribeños, Húsares y Pardos y Morenos. ¿Cuánta gente componía la
multitud? Las referencias son contradictorias, pero algunas señalan
cerca de 4.000 personas. Sin embargo, todas las crónicas coinciden en
un aspecto: eran los “hombres de poncho y chiripá contra los hombres
de capa y casaca”. Aunque el movimiento se presentaba como de firme
apoyo al presidente de la Junta, Cornelio Saavedra, tanto éste como sus
hombres más cercanos negaron cualquier complicidad, pese a que el
movimiento resultó exitoso. Sin duda, estaba dirigido contra la facción
morenista de la Junta, pero conviene no pasar por alto que el primer
El mercado. En Acuarelas de E. E. Vidal. Buenos Aires en 1816, 1817, punto del petitorio que presentaron criticaba abiertamente las medidas
1818 y 1819, Exposición Amigos del Arte, Buenos Aires, 1933. conciliatorias para con los españoles europeos. Con todo, la mayor no-
Colección Alejo B. González Garaño. vedad eran sus protagonistas y la estructura que había permitido la mo-
vilización; la petición aparecía firmada por los alcaldes de barrio y sus
La sociedad bonaerense ofrecía algunos rasgos que favorecían la
tenientes, reclutados entre los grupos de medianos y pequeños propie-
activación política. Ante todo, era una ciudad abierta en la que se tarios de la campaña cercana. Entre ellos, se destacaba el alcalde de las
producía una intensa circulación de personas, ideas y noticias de la quintas Tomás Grigera, “cuyo nombre sólo era conocido hasta ese en-
más variada procedencia. Aunque el periodismo estaba emergiendo y tonces entre la pobre clase agricultora”, como lo describió con despre-
se convertiría en una herramienta decisiva de la lucha política, por cio un testigo. Para la elite urbana, el tumulto era protagonizado por
entonces sólo se dirigía a sectores restringidos de la elite letrada, pero “la última plebe del campo” e indicaba que la movilización política ha-
el conjunto de la población seguía apasionadamente las noticias y bía superado los marcos de la elite y de la ciudad, y venía a impugnar la
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representatividad que se atribuían los jóvenes de ese círculo. Implicaba aunque rechazaron la pretensión de que se asignara una cuota igualitaria
una concepción del “pueblo” que no correspondía a la del cuerpo ur- a criollos y peninsulares en el ejercicio de los cargos en América. La
bano ni tampoco remitía a un conjunto de ciudadanos, sino que postu- Constitución aprobada en 1812 pretendía conformar un estado unitario.
laba la legitimidad de un pueblo en armas. Declaraba abolidos los derechos señoriales, anulaba la Inquisición y
Pero la marcha de la guerra consumió el éxito de los vencedores y en proclamaba la supresión del tributo, la mita y los servicios personales
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septiembre de 1811 una “una porción de pueblo” se reunió en el Ca- indígenas. Mediante el establecimiento de 19 diputaciones provinciales
bildo y ocupó la plaza: aunque no faltaban las mujeres, esta vez se tra- en los territorios de ultramar, convertía a los virreinatos en provincias
taba del “verdadero pueblo” que exigía una nueva depuración de la dependientes del gobierno central a la vez que sustituía a los cabildos
por ayuntamientos constitucionales, electos en forma popular en cada
Junta. Tras unos días de agitación callejera, las tropas se aseguraron de
ciudad que tuviera al menos “mil almas”. La Constitución de Cádiz no
que a la asamblea convocada “no entrasen negros, muchachos ni otra
llegó a regir en las provincias rioplatenses, aunque influyó en los debates
gente común”. De ella emergió un nuevo poder, el Triunvirato, que
que paralelamente llevaba adelante la Asamblea del año XIII. Pero en
convivió por poco tiempo y con dificultad con los restos de la Junta,
aquellas regiones donde predominaban las fuerzas realistas, la aplicación
hasta que terminó por disolverla y afirmar su autoridad sometiendo al de la Constitución generó una miríada de conflictos. En la Nueva España
regimiento de Patricios a una disciplina efectivamente militar. los ayuntamientos eran 896 hacia 1814 y, no pocos, antiguos pueblos de
Sin embargo, la marcha de la guerra signó el destino del nuevo go- indios. El debate dividió profundamente a las fuerzas fieles a la Regencia,
bierno, al que se le exigía una política más contundente. El triunfo en y a las disputas entre criollos y peninsulares se sumaron los
Tucumán ─a pesar de la decisión del Triunvirato, que había ordenado enfrentamientos entre absolutistas y constitucionalistas.
la retirada hasta Córdoba─ provocó el 8 de octubre de 1812 un nuevo
movimiento, protagonizado por los pobladores de la campaña y las tro- Con todo, el fervor revolucionario que despertó la Asamblea fue men-
pas, que, tras una tumultuosa asamblea, derivó en la sustitución de los guando rápidamente al compás de las dificultades de la guerra, el cam-
miembros del Triunvirato. Ese nuevo gobierno convocó a una Asam- bio completo de la coyuntura europea y las divisiones crecientes dentro
blea Constituyente que se reunió al año siguiente y se proclamó sobe- de la elite. La Asamblea incumplió los dos propósitos básicos para los
rana. Era, en buena medida, el contrapunto rioplatense a las seductoras que había sido convocada, declarar la independencia y dictar una cons-
propuestas que emanaban desde la Constitución que las Cortes acaban titución, y se convirtió en el desencadenante de la guerra entre el go-
de dictar en Cádiz. bierno y el movimiento que en el litoral orientaba Artigas.
A comienzos de 1814, con la instauración del Directorio, la elite revo-
lucionaria con asiento en Buenos Aires se fue cerrando cada vez más so-
bre sí misma y reduciendo sus bases de sustentación al ejército. En estas
Las Cortes y la Constitución de Cádiz
condiciones, el éxito sobre la resistencia realista de Montevideo se de-
Las Cortes comenzaron a sesionar en Cádiz en septiembre de 1810 y se mostraría efímero, pues las tropas porteñas tuvieron que retirarse de la
convirtieron en una verdadera asamblea nacional moderna con diputados ciudad y Artigas pudo conformar un bloque de poder regional que le
elegidos en proporción al número de habitantes, que no se diferenciaban
disputaba al Directorio la orientación de la revolución y extendía su in-
por corporaciones o estamentos. Apenas constituidas, se proclamaron
fluencia desde la Banda Oriental hacia Entre Ríos, Corrientes, las Mi-
depositarias de la soberanía nacional, de modo que la crisis del Antiguo
Régimen se convertía en los comienzos de una revolución liberal. No eran
siones, Santa Fe y Córdoba. A principios de abril de 1815, el ejército se
ya la representación de los reinos de España sino de una novedosa idea sublevó contra el director Carlos de Alvear y el Cabildo porteño aprove-
de nación española que pretendía abarcar ambos hemisferios. A chó la situación para deponerlo.
propuesta de un diputado limeño, las castas de origen africano fueron De esta manera, desde un comienzo la dinámica política se manifes-
excluidas de todo derecho a la representación pero, en cambio, las taba a través de un proceso de militarización que había pasado de la
Cortes otorgaron derechos políticos a los naturales y a los mestizos, formación de milicias defensivas a la de ejércitos ofensivos, y derivó en
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la conversión de las tropas milicianas en regulares. Esta transformación reacios a pagar los costos de una guerra que había implicado la pérdida
requería de un nuevo tipo de oficialidad que sólo en parte podía reclu- de los distritos mineros altoperuanos.
tarse entre los oficiales de milicias; para integrarla, se apeló a la incor- En la coyuntura más dramática desde 1810, la revolución debía vol-
poración de oficiales que disponían de experiencia y formación militar ver a encontrar un camino; tal fue el sentido tanto del estatuto como de
previa y a jóvenes de las elites provinciales, que generalmente quedaron la convocatoria de un nuevo congreso general que se reuniría en Tucu-
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al mando de unidades reclutadas en sus provincias de origen. En conse- mán. La elite revolucionaria apelaba a la movilización de vastos sectores
cuencia, los ejércitos de la revolución tenían una peculiar anatomía, sociales, aunque éstos estaban excluidos de la participación política
pues si bien eran la expresión más consistente de un poder central, al electoral, al igual que la mayor parte de los pueblos, las villas y la pobla-
mismo tiempo contenían en su seno lealtades y solidaridades que com- ción de las campañas. El estatuto dictado en abril de 1815 fijó un nuevo
petían entre sí. A ello debe agregarse una segunda dimensión no me- criterio de representación basado en la proporción de habitantes y dis-
nos decisiva: inmediatamente se advirtió que las fuerzas milicianas eran puso la participación de la población rural en las elecciones y la elec-
insuficientes y debía apelarse a un cambio en los modos de recluta- ción popular de los cabildos. Estas innovaciones eran resultado del co-
miento. Por lo tanto, a la incorporación voluntaria se sumó el recluta-
lapso del régimen directorial y de la necesidad imperiosa de afirmar la
miento compulsivo de la población del ámbito rural, especialmente la
legitimidad del orden público. Pero dos años después, cuando ese po-
originaria de las provincias. La práctica no era nueva ─en definitiva, así
der se había sido reconstituido, una nueva reglamentación volvió a res-
se había organizado el cuerpo de Arribeños─, pero ahora se tornó siste-
mática y generalizada, y a mediados de la década abarcaba el 16 por tringir la participación electoral. En base a este estatuto se realizaron las
ciento de los varones adultos de la campaña de Buenos Aires y del sur elecciones de diputados para el Congreso, aunque la mayor parte de las
de Santa Fe. No resulta sorprendente, por tanto, que la deserción fuera provincias bajo influencia artiguista no asistieron. A partir de esta con-
una amenaza permanente. vocatoria la revolución no sólo tomaba un rumbo franca y abiertamente
Esa militarización traía aparejadas otras novedades: una de las más independentista, sino que el poder directorial sería reconstituido en
significativas fue la incorporación de esclavos. Se trataba de una prác- base a la nueva legitimidad obtenida.
tica ensayada selectivamente durante las invasiones inglesas, pero que Era una necesidad imperiosa, máxime con la llegada de nuevas noti-
ahora iba a erosionar la solidez de la esclavitud rioplatense, ampliando cias desde la Península. Mientras se multiplicaban los festejos por la re-
notoriamente el numeroso espectro de libertos. Además, el discurso re- tirada francesa, las Cortes habían decidido que el rey sería reconocido
volucionario empezó a ser esgrimido por los esclavos para obtener su li- una vez que hubiera jurado obediencia a la Constitución. Una facción
bertad. Así, los libertos convertidos en soldados rechazaron ser tratados de los diputados dio a conocer el llamado “Manifiesto de los persas”, en
como esclavos y enfrentaron a sus oficiales. Como ha demostrado Ga- el cual solicitaban al rey que no aceptara la Constitución. El 17 de abril
briel Di Meglio, estas actitudes se manifestaron a través de la deserción de 1814, el capitán general de Valencia, Javier de Elío, realizó un pro-
y la indisciplina y por momentos ─como en 1819 en Buenos Aires─ de- nunciamiento por el cual ofrecía a Fernando apoyo militar si deseaba
sembocaron en verdaderos motines. anular la Constitución y las Cortes. El 4 de mayo, Fernando anunció la
De esta forma, la elite política que emergía con la revolución se con- abolición de las Cortes y de todo lo que habían legislado y prometió res-
virtió en una elite militar. En este nuevo contexto, la influencia política tablecer las antiguas Cortes organizadas por estamentos. Mientras
de los oficiales ya no provenía del liderazgo sobre tropas milicianas tanto, una oleada antiliberal sacudía a la Península, y en vastas regiones
─como había sucedido desde 1806─. La oficialidad se estaba convir- concitaba firme apoyo popular. A los liberales les esperaba la prisión o
tiendo en el núcleo de una nueva clase dirigente y la dinámica política el exilio, acusados de “usurpación” y “traición”. La difícil convivencia
le imponía el dificultoso desafío de limitar los efectos democratizadores
que habían mantenido las tendencias ideológicas enfrentadas durante
de la revolución. Hacia 1815, esta transformación estaba prácticamente
la guerra contra los franceses había llegado a su fin.
completada, y la elite adoptaba un estilo político crecientemente auto-
ritario y conservador, al tiempo que se distanciaba de los sectores altos
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11. La revolución y la guerra


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La revolución y la guerra tuvieron su historia y su geografía.


Buenos Aires fue el foco inicial del movimiento revolucionario,
desde el cual se intentó mantener el control del espacio virrei-
nal. Salvo ocasionales incursiones, ni la ciudad ni su campaña
fueron escenario de la guerra. Pero, hasta 1814, la ciudad tenía
enfrente el foco contrarrevolucionario de Montevideo, su preo-
cupación principal e inmediata, pues podía transformarse en la
cabecera de una expedición metropolitana de reconquista. No
obstante, este poder revolucionario tenía otra prioridad: contro-
lar el Alto Perú, reaseguro frente a una invasión desde Lima y
región proveedora de los recursos fiscales del Virreinato. Allí,
la guerra adquirió mayor intensidad y abarcó a Jujuy y Salta.
Desde Tucumán hasta Buenos Aires, el poder revolucionario
nunca fue vencido y, a diferencia de los demás procesos revo-
lucionarios, en este espacio las fuerzas contrarrevolucionarias no
lograron contar con una base social firme en la que apoyarse. La
revolución llevó a una larga guerra, que le otorgó sus caracterís-
ticas definitorias. Esa guerra destruyó recursos materiales y
humanos, jerarquías y autoridades. Sin embargo, tuvo también
una dimensión productiva: forjó identidades y mecanismos de
movilización social y política. En definitiva, fue una experiencia
social de masas, de máxima intensidad, a través de la cual se
configuraron las sociedades que emergieron de la revolución.

¿Criollos contra peninsulares?

“Criollos” contra “peninsulares”, “patriotas” contra “realis-


tas”: los términos que habitualmente se emplean para denominar los
bandos en pugna ocultan más de lo que indican. Llamar “realistas” a los
enemigos de la revolución no es impropio, sobre todo después de 1814,
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pero conviene no olvidar que esa calificación remite a su filiación polí- las tropas rioplatenses al mando de un coronel vizcaíno muy relacio-
tica y no expresa su composición social o étnica. “Realista” no era sinó- nado con la elite salteña, Olañeta. Su segundo, Marquiegui, era un ju-
nimo de “español europeo”. jeño integrante de la elite y las tropas que comandaban fueron recluta-
A finales del siglo XVIII, de los 6.500 soldados que había en Lima, tan das en los valles calchaquíes y la puna saltojujeña.
sólo 1500 eran veteranos, y en todo el Virreinato la inmensa mayoría de
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las tropas era miliciana, como casi la totalidad de la caballería. En estas


condiciones, las fuerzas que el Virrey de Lima pudo movilizar para en- El efecto de la guerra sobre los modos de vida
frentar la revolución rioplatense en el Alto Perú eran los regimientos mi- La guerra movilizó a los más amplios sectores de la sociedad y,
licianos preexistentes y los nuevos que se formaron a tal efecto. Por principalmente, a las clases más bajas de las ciudades y los campos.
tanto, no extraña que por lo menos un 65 por ciento de los oficiales de Incorporados como voluntarios o reclutas forzados tanto a las fuerzas
los ejércitos del Perú entre 1810 y 1825 hubieran nacido en América y regulares y milicianas como a las partidas irregulares, esos hombres
que en las milicias superaran el 80 por ciento. Estos datos incluyen los vieron transformados sus modos de vida y se involucraron activamente
oficiales de las diversas expediciones que fueron enviadas desde la Pe- en las luchas políticas. A ellos también se sumaron las mujeres que solían
nínsula después de 1815. En otros términos, en los primeros años se en- acompañar las expediciones. Pero, sobre todo, muchas mujeres
frentaron ejércitos cuya oficialidad estaba integrada en forma absoluta- quedaron al frente de los hogares, dado que la movilización militar hizo
mente mayoritaria por miembros de las elites criollas. Una situación que en muchas regiones el número de hombres disminuyera
semejante se daba entre los suboficiales: un 38 por ciento de sargentos drásticamente.
de los cuerpos de línea y el 90 por ciento de las milicias habían nacido
en América. Entre la tropa la situación era aún más acusada. Un ejemplo
lo corrobora con claridad: el primer ejército realista altoperuano estaba
al mando de un destacado miembro de la elite criolla de Arequipa, Ma-
nuel de Goyeneche, quien había regresado como emisario de la Junta
de Sevilla; y su segundo era su primo también arequipeño, Pío Tristán.
Las fuerzas que comandaron en 1811 incluían las milicias del cacique
Mateo Pumacahua desde Cuzco (unos 3.000 milicianos) y las del caci-
que José Choquehuanca (otros 1.200) desde Azángaro. Las milicias de
Cuzco, Puno, Arequipa y de varios distritos altoperuanos fueron la base
fundamental del ejército realista que luchaba en este frente. Tanto, que
el general Pezuela se quejaba de la indisciplina de los soldados y afir-
maba que “raro era el que sabía hablar castellano”. Este panorama em-
pezó a modificarse a partir de 1813, cuando comenzaron a llegar desde El soldado y la rabona y 0 montonero. Acuarelas sobre papel de Pancho
la Península las primeras expediciones con refuerzos. En total eran unos Fierro, s/f. Colección Banco Central de Reserva del Perú.
12.000 hombres, de los cuales casi 7.000 se dirigieron al Perú (aunque
parte también a Chile y Venezuela) y unos 4.000 a Montevideo. Aun así,
estas expediciones no cambiaron la composición abrumadoramente La revolución también buscó movilizar a los indios de la puna, y
americana y multiétnica de los ejércitos realistas. cuando pudo hacerlo fue gracias a la colaboración del marqués del Va-
Los ejércitos que se enfrentaban eran semejantes en su composición lle Tojo. A su vez, los ejércitos de la revolución se iban nutriendo de las
regional, social y étnica, tanto como en su organización, reglamentos y milicias locales; para comandar estos regimientos, y a veces expedicio-
modos de hacer la guerra. Por ejemplo, después de 1813, en Tarija, nes completas, se optaba por designar oficiales del regimiento de Arri-
Salta y Jujuy, los realistas emprendieron una guerra de guerrillas contra beños y destinarlos a sus provincias de origen. Además, uno y otro
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bando apelaron a los prisioneros de guerra para aumentar el número rrotado: por el contrario, su influencia era creciente en todo el litoral
de sus efectivos. Las guerras de independencia no fueron una guerra y especialmente en los pueblos misioneros. Con ellos impuso su autori-
entre fuerzas americanas y un ejército peninsular invasor; por el contra- dad sobre Corrientes; una serie de líderes locales la hacían sentir en-
rio, especialmente en los primeros años, fueron una guerra civil gene- tre Ríos y Santa Fe, que proclamó su independencia de Buenos Aires.
ralizada. El alineamiento de cada región, cada sector y cada individuo Algo más tarde, una situación semejante se produjo en Córdoba.
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detrás del bando realista o patriota era el resultado de opciones políti-


cas y de relaciones de fuerza, y no estaba predeterminado por el lugar
de origen. Por lo tanto, conviene detenerse en las peculiaridades de
cada frente de guerra para poder comprenderlas. El éxodo oriental
El éxodo oriental hacia Entre Ríos significó la masiva movilización de unos
4.000 paisanos con sus familias. Allí permanecieron hasta septiembre de
La revolución y la guerra en el litoral rioplatense 1812, en una notable experiencia política que permitió estructurar
militarmente a buena parte de la población oriental.
A lo largo de 1810, las autoridades de Montevideo habían afirmado su
poder en la ciudad; su fidelidad a la Regencia se vio ratificada cuando
regresó Javier de Elío, designado como Virrey del Río de la Plata. Sin em-
bargo, desde comienzos de 1811 era evidente que la ciudad tenía enor-
mes dificultades para controlar lo que sucedía en su campaña, en espe-
cial en los territorios ribereños con el río Uruguay, que mantenían una
intensa relación con Buenos Aires. En enero de 1811, el capitán de Blan-
dengues José Artigas comenzó a organizar una fuerza armada que se
puso a las órdenes de la Junta de Buenos Aires. A partir de febrero, uno
tras otro, los distintos poblados y villas de la campaña oriental se subleva-
ron. En mayo, las fuerzas de Elío debieron refugiarse en Montevideo
mientras los insurgentes sitiaban la ciudad junto a las fuerzas porteñas.
En esas condiciones, un ejército portugués avanzó desde Río Grande
do Sul con el propósito de apoyar a Elío y apoderarse del territorio
oriental. Un precario armisticio suspendió la confrontación y obligó al
retiro de las fuerzas porteñas y de los rebeldes orientales.
Campamento militar. Óleo de J. M. Blanes. Colección Jorge Castillo,
Si las relaciones entre las fuerzas artiguistas y porteñas eran complica-
Museo Histórico Nacional, Montevideo.
das antes, lo fueron mucho más luego de la convocatoria de la Asam-
blea General Constituyente: el Congreso que se reunió en abril de 1813
expresó un principio político taxativo (la llamada “soberanía particular La guerra entre el artiguismo y el Directorio se volvió abierta y san-
de los pueblos”), pues aspiraba a la conformación de una provincia grienta. A comienzos de 1815, las fuerzas del Directorio tuvieron que
oriental autónoma, lo que implicaba la disolución de las jurisdicciones abandonar la ciudad: el foco contrarrevolucionario había sido derrotado,
que hasta entonces habían ejercido las gobernaciones de Buenos Aires, aunque en su lugar había emergido un bloque de poder de amplitud re-
Montevideo y Misiones. Para la dirección porteña, esto era intolerable: gional mucho más amplia que le disputaba la orientación del proceso re-
Artigas ─que había abandonado el sitio─ fue declarado traidor y los di- volucionario. Artigas era ahora el “Protector de los Pueblos Libres”.
putados orientales, rechazados. Sus fuerzas reforzaron el sitio y, en ju- En su desarrollo, el artiguismo había ido radicalizando los principios
nio de 1814, la ciudad se rindió. Sin embargo, Artigas no había sido de- enunciados en 1810: eran los pueblos y no tan sólo las ciudades cabece-
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ras las que se proclamaban depositarias de la soberanía; entre ellos no de 1817, tomaron Montevideo; al año siguiente, controlaban ya el cam-
faltaban los pueblos indígenas de origen misional, cuya inclusión en el pamento de Purificación y Colonia del Sacramento.
sistema Artigas impulsaba. Esa apelación a la soberanía particular de los Fuera de la Banda Oriental, el predicamento de Artigas fue notable
pueblos expresaba las aspiraciones autonómicas no sólo de las provin- en los pueblos misioneros, donde concitó una activa adhesión indígena
cias, sino también de las villas y poblados que sustentaban su liderazgo que le permitió imponer su influencia en Corrientes, cuya elite encon-
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y que debían tomar la forma de un cuerpo político confederal. A esas traba en el reconocimiento de su autoridad el único límite efectivo a la
postulaciones, el artiguismo le sumaba un propósito independentista y movilización indígena tan temida. En Entre Ríos, en cambio, la situa-
claramente republicano que chocaba con las orientaciones directoria- ción era radicalmente distinta. Allí los liderazgos locales emergían en
les. Más aún, en su dinámica de movilización, el liderazgo de Artigas iba los poblados del este y el oeste hasta que, amparado en la autoridad de
definiendo un concepto de “nacionalidad” basado en el alineamiento Artigas, terminara por afirmarse uno de ellos, el de Francisco Ramírez
político, de la que quedaban excluidos los europeos y los llamados “ma- en Concepción del Uruguay. Más allá del Paraná, las adhesiones al arti-
los americanos”. Su retórica adquiría connotaciones explícitamente li- guismo eran más débiles y, a lo largo de 1815, tanto Santa Fe como Cór-
berales y, por momentos, enunciaba inclinaciones hacia un igualita- doba se plegaron al sistema de los “Pueblos Libres”.
rismo que reparara los agravios sufridos por los americanos. Sin embargo, la invasión portuguesa debilitó la autoridad de Artigas
Dada su amplitud geográfica y social, el artiguismo era un fenómeno y acrecentó la autonomía de los líderes locales allende el Uruguay. A
heterogéneo, cuya complejidad no puede reducirse a las aspiraciones principios de 1820, su autonomía se había transformado en franca re-
de su líder. Así, mientras en las orillas del río Uruguay encontró sus ba- beldía, y sus antiguos aliados (López en Santa Fe y Ramírez en Entre
ses más firmes en sectores sociales modestos, en otras regiones sus líde- Ríos) concentraron sus fuerzas en la lucha contra el Directorio en lugar
res iniciales fueron importantes hacendados. Como se ve, en la Banda de contribuir a resistir la invasión portuguesa. La batalla de Tacua-
Oriental las adhesiones al movimiento revolucionario provenían de la rembó selló el destino de Artigas y dejó a la provincia oriental bajo ad-
campaña y eran escasas en la ciudad, por lo que la revolución se trans- ministración portuguesa, dominio legitimado al año siguiente por un
formó en una sublevación del campo contra la ciudad. La intensidad de congreso oriental que expresaba la ansiedad de los sectores altos por
la confrontación produjo una erosión sin precedentes de las jerarquías obtener la inmediata restauración del orden social. Derrotado, Artigas
sociales preexistentes, y el artiguismo logró atraer partidas de changa- debió iniciar un largo camino hasta su exilio en Paraguay, mientras sus
dores y de cuatreros así como grupos indígenas que estaban fuera del antiguos aliados acababan con el Directorio en febrero de 1820. Ni los
dominio colonial. De esta manera, cuando Artigas asumió la tarea de “Pueblos Libres” ni el Directorio lograron sobrevivir a la guerra que
gobernar la provincia oriental en 1815, debió afrontar la reconstitución los había engendrado.
económica y social de un territorio devastado por la guerra, así como la
reticencia de los sectores altos rurales y urbanos.
Lo cierto es que la elite veía en el artiguismo el peligro de una “gue- La revolución y la guerra en el sur andino
rra social”. Para describir este temor bastan las palabras de Nicolás He-
rrera, un firme adversario de Artigas: “El dogma de la igualdad agita a Así como la guerra en la Banda Oriental contribuyó a la formación de un
la multitud contra todo gobierno y ha establecido una guerra entre el novedoso fenómeno político, algo semejante ocurrió en Salta y Jujuy.
pobre y el rico, el amo y el Señor, el que manda y el que obedece”. Si Después de la retirada del Alto Perú, en 1811, el ejército al mando de Bel-
éste no era el propósito de la dirigencia artiguista, expresaba, en todo grano terminó abandonando Jujuy y Salta y, desobedeciendo las órdenes
caso, los temores que generaba, en las elites la fervorosa adhesión de gubernamentales, presentó batalla en Tucumán el 24 de septiembre de
los sectores subalternos. A mediados de 1816, una nueva invasión por- 1812. La sangrienta batalla forzó la retirada realista hacia Salta, donde las
tuguesa cambiaría el cuadro de situación en forma dramática, debido a fuerzas revolucionarias volvieron a triunfar el 20 de febrero de 1813. Ello
la adhesión que fue concitando en los sectores altos de la sociedad permitió una segunda expedición al Alto Perú a mediados de 1813, con
oriental y la tolerancia ─y hasta el beneplácito─ del Directorio. En enero unos 2.500 hombres, y la temporaria ocupación de Tarija, Potosí, Cocha-
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bamba, Santa Cruz de la Sierra y Charcas, que ya se habían insurreccio- habían convertido en “republiquetas” que controlaban algunas zonas;
nado. El Virrey de Lima organizó un nuevo ejército al mando del general sus fuerzas habían sido reclutadas entre indios y campesinos. Desde
Joaquín Pezuela, con 4000 hombres, que triunfó en Vilcapugio y, poco Salta, las comandaba Martín Miguel de Güemes y, en el Alto Perú, otros
después, en Ayohuma. Derrotadas, las tropas rioplatenses abandonaron jefes locales, como Padilla, Warnes o Arenales. Esos jefes habían emer-
el Alto Perú para instalarse en Tucumán, donde Belgrano entregó el gido en distintos momentos desde los levantamientos de 1809 y se ha-
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mando a José de San Martín. Mientras tanto, Pezuela ocupaba la ciudad bían convertido en gobiernos locales autónomos. Otras comunidades
de Salta y provocaba la insurrección del campesinado. andinas, cuyas fuerzas evitaban alinearse con uno u otro bando, toma-
Aquello que los revolucionarios habían ansiado por fin sucedió: en ron estrategias análogas buscando conformar, en realidad, una autode-
agosto de 1814, una masiva sublevación, protagonizada por una ines- fensa campesina frente a cualquier fuerza invasora.
table coalición de criollos, mestizos y caciques indígenas, se inició en Ello explica que esta guerra fuera una punción forzada y reiterada de
Cuzco. Los rebeldes destituyeron a las autoridades de la Audiencia y hombres y una enorme carga para las economías campesinas. En otras
proclamaron un gobierno autónomo regido por la Constitución de zonas, en cambio, la llamada “guerra de recursos” tendía a convertir al
Cádiz. Entre sus líderes estaba el cacique Mateo Pumacahua, una alistamiento en un medio de subsistencia, trastocando las relaciones de
pieza clave en la preservación del orden colonial en los Andes tanto poder y haciendo aflorar tensiones sociales.
en 1809 y 1811 como lo había sido en 1781. Sus servicios fueron re- La presencia casi permanente de los ejércitos en Tucumán generó
compensados con un nombramiento como oficial de los Reales Ejér- una estrecha relación de su elite con las autoridades porteñas, lo cual le
citos y con el cargo de presidente interino de la Audiencia de Cuzco, permitió desembarazarse de su subordinación a Salta. Aquí, la militari-
del cual fue desplazado en 1812. La ruptura de Pumacahua y otros ca- zación no parece haber alterado las relaciones sociales, aunque amplió
ciques con las autoridades limeñas demostraba el debilitamiento de la participación política que se canalizó a través del Cabildo y, en espe-
las bases de sustentación del orden colonial andino y la creciente opo- cial, por medio del cuerpo de jueces pedáneos y de los alcaldes de ba-
sición entre absolutistas y constitucionalistas. rrio. Desde 1812, la participación electoral incluyó a los vecinos de la
La rebelión cuzqueña se transformó en una sublevación generalizada campaña, si bien no a todos: sólo a “los vecinos libres y patriotas”. La
que abarcó desde La Paz hasta Huancavelica y Huamanga. En otros tér- construcción de la ciudadanía se producía en base a criterios de alinea-
minos, la geografía de la rebelión de 1814 replicaba en buena medida la miento político.
de 1780. Sin embargo, en marzo de 1815, las fuerzas limeñas, como an- En 1816 tuvo lugar una situación también inédita y emblemática: la
taño integradas por contingentes indígenas, conseguían apresar y ejecu- elección de los diputados para el Congreso había sido realizada sólo en la
tar a sus máximos dirigentes. El resto de los insurrectos se volcó a una ciudad. En respuesta, en la fortaleza de la Ciudadela se realizó una asam-
guerra de guerrillas, llamadas “montoneras”, que continuó durante blea de unas 4.000 personas de los seis partidos de campaña, con la deci-
1816, especialmente en las riberas del Titicaca. La rebelión fracasada de- siva participación el gobernador, los jefes de las tropas, los curas de las pa-
jaba en claro que la adhesión indígena a los movimientos independen- rroquias y destacados vecinos. Esta asamblea declaró nulas las elecciones
tistas tenía su propia lógica y dinámica, lo cual se puso de manifiesto en previas, eligió otros diputados y ratificó la autoridad del gobernador in-
la violencia que desencadenó contra criollos y mestizos, violencia que tendente Bernabé Araoz. La movilización política que motorizaba la mi-
ponía en jaque la estrategia multiétnica y policlasista que sus máximos lí- litarización demostraba que, en los momentos de conflicto, era necesario
deres intentaron desplegar. Su derrota demostraba la imposibilidad de superar el marco de los vecinos y convocar sectores más amplios.
las comunidades indígenas para articular una acción unitaria. Además, Pero, ¿qué sucedía en Salta y Jujuy, territorios que eran el escenario
la derrota de la insurrección coincidió con el fracaso de la tercera expe- mismo de la guerra? Los estudios de Sara Mata y Gustavo Paz permiten
dición rioplatense al Alto Perú. comprender la decisiva intervención que tuvo el campesinado. La reor-
Ese tercer fracaso tuvo enormes consecuencias. Ante todo, el Ejér- ganización de las milicias a principios de siglo y la asignación del fuero
cito, prácticamente deshecho, debió retirarse hasta Jujuy. La resistencia militar suscitaron conflictos entre los comandantes milicianos y los ca-
descansaba ahora por completo en las guerrillas que, prácticamente, se bildos. Las milicias se reclutaban mayoritariamente en la campaña y
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reunían unos 1200 hombres que, a través del fuero, terminaban bajo la dio de conservar y reproducir su poder, y para los campesinos, la forma
protección de sus oficiales (en su mayor parte, importantes estancieros) de evitar los saqueos de los ejércitos y la revancha de los propietarios.
y fuera del alcance de la justicia capitular. En sus comienzos la moviliza- Hacia 1816, el virrey Abascal había logrado derrotar los movimientos
ción revolucionaria fue impulsada por los hacendados de la frontera, insurreccionales andinos, contener la expansión de la revolución rio-
mientras que el bando realista concitó apoyos en la elite urbana y entre platense y reconstituir casi por completo el viejo virreinato peruano,
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los hacendados de los valles calchaquíes. A su vez, las milicias de la fron- anexando los territorios de Charcas, Chile y Quito. El saldo era satisfac-
tera extendieron su influencia a las tierras bajas jujeñas, pero tuvieron torio para la elite limeña, que veía en ello la posibilidad de recuperar lo
mayores dificultades para hacer pie en la puna. perdido con las reformas borbónicas. Estas circunstancias ayudan a en-
Sin embargo, a medida que la movilización se ampliaba, los oficiales tender la transformación de Lima en baluarte de la restauración abso-
empezaban a ser reclutados entre pequeños y medianos propietarios, y lutista. También explica que tanto los movimientos insurreccionales pe-
la tropa, entre arrendatarios y peones. De este modo, la primacía de los ruanos como los apoyos que recibieron los ejércitos de San Martín y
hacendados en un comienzo parece haber sido correlativa a la escasa Bolívar en el Perú provinieran de las elites provinciales. En este sentido,
adhesión plebeya que concitaba la revolución. Desde 1814, la situación las guerras de independencia en el Perú fueron a su vez movimientos
cambió radicalmente y el campo salteño se insurreccionó contra los rea- provinciales contra la capital.
listas, en buena medida como respuesta a la ocupación y el saqueo gene- Por eso, la guerra continuó en los años siguientes, y en 1817 las fuer-
ralizado del valle de Lerma en enero de ese año. La convergencia entre zas realistas ocuparon Jujuy y Salta. Volvieron a hacerlo en 1820, aun-
este alzamiento y las milicias de la frontera constituyó la base de susten- que un brusco cambio de situación alteró sus planes: el ejército que
tación del liderazgo de Güemes. Pero la adhesión campesina a la revolu- desde Cádiz debía llegar al Perú se había sublevado y reiniciaba la revo-
ción tenía su precio: a través del fuero militar, los milicianos ─que por lución liberal española.
entonces empiezan a ser llamados “gauchos”─ estaban en mejores condi-
ciones de obtener concesiones de sus comandantes; en especial, una de
no menor importancia: la conmutación de los arriendos y servicios per- Revolución y contrarrevolución en América y España
sonales a cambio del servicio militar. En estas condiciones, el fuero era
también un modo de protección frente a las exigencias de los propieta- Volvamos ahora a lo que estaba sucediendo en la Península. Con la de-
rios y patrones. De esta forma, el liderazgo de Güemes se apoyaba en ba- rrota definitiva de Napoleón en 1815, el objetivo de Femando VII era
ses sociales inéditamente amplias para esta sociedad regional y, al mismo claro: la restauración sería también la del imperio. Por eso, ordenó que
tiempo, era un modo de contener y canalizar la insubordinación rural. una gran expedición al mando del general Morillo partiera hacia Amé-
Esto le permitió convertirse en gobernador pese a la reticencia de am- rica. Con más de 10 000 soldados a bordo, era la mayor expedición militar
bos cabildos. Sin embargo, Güemes obtuvo el reconocimiento del nuevo de la historia imperial y, aunque su objetivo inicial era el Río de la Plata,
director supremo, Pueyrredón: las autoridades supremas no tenían otro terminó por dirigirse a Venezuela. En menos de un año había logrado de-
modo de mantener la defensa ni capacidad efectiva para evitar el surgi- rrotar los movimientos independentistas de Venezuela y Nueva Granada.
miento de este bloque de poder regional. Por entonces, el panorama de los movimientos americanos era fran-
Esta configuración expresaba una jerarquía paralela, y por momen- camente desesperante: sólo la revolución rioplatense seguía en pie; en
tos opuesta a la del Ejército Auxiliar, y sólo en parte reproducía la orga- otras regiones, los focos rebeldes estaban confinados a algunas zonas
nización social preexistente, pues la movilización revolucionaria había rurales. Ese contexto permite interpretar el nuevo curso que adoptó la
permitido el ascenso a posiciones de autoridad de sujetos provenientes guerra y la inviabilidad de todo punto medio entre la independencia y
de los sectores medios rurales. Lejos estaba de ser una revolución so- la derrota. Los dirigentes revolucionarios aprendieron de los fracasos
cial, pero era evidente que expresaba nuevas bases sociales para el ejer- sufridos. En el norte de Sudamérica, Bolívar reanudó las hostilidades
cicio del poder. Güemes y sus gauchos coincidían en la necesidad de buscando asegurar una única dirección política y militar para la revolu-
continuar con la intensa movilización. Para el caudillo era el único me- ción y ampliando las bases sociales y regionales. A estos propósitos
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apuntaron las nuevas alianzas que trabó con la República de Haití y con La revolución rioplatense también había aprendido su parte. El Con-
los llaneros venezolanos que, hasta 1815, habían sido francamente hos- greso General reunido en Tucumán proclamó la independencia de las
tiles a la elite caraqueña. A su vez, la promesa de liberación a los escla- “Provincias Unidas en Sud América”, denominación que expresa un
vos a cambio de su incorporación a las fuerzas revolucionarias estaba cuerpo y una identidad política en construcción. La declaración y el
destinada a evitar la repetición de las sublevaciones que tanto habían Congreso volvían a darle legitimidad al Directorio, ahora a cargo de
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debilitado a la república venezolana. Cuando sus fuerzas entraron en Pueyrredón. Con ese impulso político, el gobierno se lanzaba a la guerra
los Andes, Bolívar realizó intentos sistemáticos por conseguir la adhe- definitiva, la guerra que, desde la Gobernación Intendencia de Cuyo, es-
sión de los sectores indígenas. taba preparando San Martín para abrir un nuevo frente en el oeste.

Un nuevo frente y el final de guerra


Acta de la Independencia
Conviene recordar que no se trataba de la declaración de la Desde 1814, Mendoza vio satisfecha su pretensión autonomista cuando
independencia “argentina”, aunque terminara por serlo. El acta fue San Martín fue designado al frente de la nueva Gobernación Intenden-
firmada por los diputados que, invocando “la autoridad de los Pueblos cia que la tenía de cabecera. Así, concentraba la autoridad política local
que representamos”, daban su “decidido voto por la independencia del y la jefatura del nuevo ejército que debía organizar. Rápidamente esta-
País”. ¿Cuáles eran esos pueblos? Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, bleció una sólida alianza con la elite mendocina que se manifestó en
San Juan, Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, Salta, plenitud cuando, en marzo de 1815, el Cabildo se resistió a su sustitu-
Jujuy, Charcas, Chibchas y Mizque. En otros términos, de la decisión no ción. Sin embargo, el plan diseñado para traspasar la cordillera con el
habían participado los “Pueblos Libres" del litoral rioplatense. objetivo de iniciar el asalto al Perú desde Chile se había complicado
considerablemente: la revolución chilena había sido derrotada en 1814
en Rancagua, y los refuerzos llegados desde Lima habían convertido a
Chile en una fortaleza realista.
La formación del Ejército de los Andes llevó prácticamente tres años.
Fue necesario producir una notable ampliación de los regimientos de
milicias, obtener refuerzos de fuerzas veteranas, incorporar compulsiva-
mente a todos los sujetos calificados de “vagos y mal entretenidos” y for-
zar la incorporación masiva de los esclavos. La militarización había lle-
gado con mucha intensidad a Cuyo, a través de un ejército nuevo,
profesionalizado e inusitadamente disciplinado. A él se sumaron unida-
des chilenas comandadas por sus oficiales. Para decirlo con las palabras
que ha recuperado Beatriz Bragoni, el ejército estaba pensado para fun-
gir como una “escuela de honor y virtud” y debía apartarse notoria-
mente del modelo miliciano. Esto suponía forjar un dispositivo de en-
trenamiento y adoctrinamiento que asegurara la disciplina, el espíritu
de cuerpo y la lealtad política. Tales objetivos implicaban un nuevo lu-
gar para la oficialidad, que debía asumir prácticamente funciones de
Impreso del encabezamiento del Acta de la Independencia declarada por grupo dirigente.
el Congreso de las Provincias Unidas y difundida en español y quechua. En enero de 1817, cuando el ejército emprendió su marcha, contaba
También se difundió en aymara. con más de 5000 efectivos, de los cuales más de 3000 posiblemente ha-
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bían sido reclutados en Cuyo. Entre ellos, ocuparon un lugar decisivo la monarquía absolutista francesa habían vuelto a invadir España para
los esclavos liberados que fueron comprados, confiscados o enviados en restaurar el poder absoluto de Fernando VII y acabar con la experien-
reemplazo de algunos hijos de vecinos. Es probable que su número cia liberal. En los Andes, la guerra continuó hasta abril de 1825. Meses
haya llegado a 1.500 reclutas, casi todos destinados, como era habitual, después, una asamblea reunida en Chuquisaca proclamó la indepen-
a las unidades de infantería; a ellos habría que sumar otro millar remi- dencia de Charcas.
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tido desde Buenos Aires. Un tercio -si no la mitad- del Ejército de los Pero, ¿había terminado la guerra? En Chile, desde 1810 había sido re-
Andes estaba constituido por reclutas que habían sido esclavos. El 12 de currente que tanto revolucionarios como realistas apelaran a partidas
febrero derrotaban a las fuerzas realistas en Chacabuco y al día si- irregulares para hostigar a los enemigos, lo que generaba una notable
guiente entraban en Santiago. Los restos del ejército realista se reagru- multiplicación del bandolerismo. Tras la derrota de Rancagua, la resisten-
paron en el sur y convirtieron al puerto de Talcahuano en una forta- cia a la restauración realista había quedado a cargo de partidas de guerri-
leza, adonde llegaron los refuerzos desde el Perú. Aunque en marzo de lleros, entre las que se destacaban las dirigidas por Manuel Rodríguez,
1818 lograron un importante triunfo en Cancha Rayada, el 5 de abril que ofrecieron una eficaz colaboración al avance del Ejército de los An-
fueron completamente derrotadas en Maipo. des. Sin embargo, después de la derrota de 1818, las fuerzas realistas se
A partir de entonces, la guerra se desdobló. Por un lado, San Martín refugiaron en el sur y pasaron a protagonizar una guerra de guerrillas.
emprendía la preparación de la campaña al Perú y, ante todo, la forma- Las partidas estaban mal comunicadas con Lima y desplegaban sus accio-
ción de una flota. Apenas las tropas pusieron el pie en el sur peruano, lle-
nes en forma autónoma. Se reclutaron entre el campesinado mestizo del
gaba la noticia del estallido de la revolución liberal en España. Esta se-
sur y con la adhesión de los frailes franciscanos de Chillán.
gunda vuelta de la revolución liberal era mucho más radical y el 7 de
La más destacada y persistente de estas guerrillas fue la que condu-
marzo, después de la sublevación de Madrid, Femando VII se vio forzado
a aceptar la Constitución. La Junta Provisional convocó a elecciones y or- jeron los hermanos Pincheira, campesinos del sur que se habían enro-
denó poner fin a la guerra en América y negociar con los insurgentes. Sin lado en las milicias realistas al comienzo de la contienda, y que se re-
duda, era demasiado tarde, pero suscitó una peculiar situación. En la fugiaron en territorio araucano para escapar de las levas. Luego,
Nueva España, el regreso al poder de los liberales era visto con resque- engrosaron sus filas con partidas de bandidos, desertores y contingen-
mor y el mismo jefe del ejército que había derrotado a la insurgencia, tes de soldados dispersos. Sin embargo, su accionar cobró envergadura
Iturbide, proclamó el Plan de Iguala, un claro intento de conciliar la in- a partir de las alianzas establecidas con algunas parcialidades indígenas,
dependencia con la continuidad de la monarquía. El intento falló debido que les permitieron, en 1823, establecer una base de operaciones al
al rechazo metropolitano, y dio lugar a otro experimento, a la postre tam- norte de Neuquén. Desde allí, ampliaron sus alianzas con agrupacio-
bién fracasado: la conformación de un imperio mexicano con Iturbide nes boroganas y ranqueles de la pampa y realizaron incursiones sobre
como emperador. En el Perú, el virrey Pezuela inició negociaciones con el sur de Chile y sobre toda la frontera sur, desde Mendoza hasta Bue-
San Martín, pero el 29 de enero de 1821 los generales del ejército realista nos Aires. El bloque realista que los Pincheira y sus aliados indígenas
lo destituyeron. A principios de julio, el nuevo virrey La Sema decidía llegaron a conformar adquirió tal consistencia que, en 1829, firmó un
abandonar Lima y trasladarse a Cuzco. En tales condiciones, la elite li- tratado de paz con el gobierno de Mendoza, y recién pudo ser derro-
meña, temerosa de los tumultos populares, vio su única garantía en el tado en 1832.
ejército de San Martín, que declaró la independencia.
No obstante, la guerra continuó en la sierra sur del Perú y en el Alto
Perú, en una paradójica inversión de la geografía política: la guerra ter-
minaría donde había empezado en 1809. Esta tarea estaría a cargo del
ejército que comandaba Bolívar: el momento decisivo fue la batalla de
Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824. Para entonces, la situación metro-
politana había dado un nuevo vuelco: en abril de 1823, los ejércitos de

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