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INDICE
Introducción a la materia
Currículum vitae-Presentación del tutor
Carta al alumno
Objetivos Generales
Bibliografía
Metodología
1 INTRODUCCIÓN.
2 COMUNICACIÓN HUMANA
6 EL DIÁLOGO FAMILIAR
6.1 ¿Cómo lograrlo?
6.2 Conocimiento de las características de recepción del mensaje en los
niños, jóvenes y la pareja
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INTRODUCCIÓN A LA MATERIA
Currículum Vítae
CARTA AL ALUMNO
Espero que así como a mí, esta materia sea un aliciente más en tu búsqueda personal de mejora
continúa.
OBJETIVOS
• Adquirir los conocimientos básicos para comprender y analizar los fenómenos comunicativos
individuales y sociales que se presentan en la vida cotidiana y que afectan a la familia.
•
BIBLIOGRAFÍA
• Aguilar Álvarez Bay, Ernesto. (2001) “Vulgarianos en la Puerta”. Nueva York, Pág. 71.
• Aguilar, Eduardo. (1986) “Padres positivos”. México: Editorial Pax México, 207 pp.
• Asociación “A favor de lo mejor”. (1998) Manual de recepción critica. México. Pág. 91.
• Instituto Panamericano de Ciencias de la Educación. (2002) Diplomado en familia y
desarrollo: Comunicación humana, México: U.P.
• Polaino Lorente, Aquilino y Martínez Cano, Pedro. (1998) “Evaluación psicológica y
psicopatológica de la familia”. España: Instituto de Ciencias para la familia. Pág.
342.
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METODOLOGÍA DE ESTUDIO
FOROS
LECTURAS EJERCICIOS PRÁCTICAS EVALUACIONES
1. INTRODUCCIÓN E1
2. COMUNICACIÓN
E2
HUMANA
3. COMUNICACIÓN
P1
VERBAL Y NO VERBAL E3
P2
5. LA COMUNICACIÓN
E4
COMO MEDIO DE
E5 P3 EVA1
EDUCACIÓN FAMILIAR
E6
6. EL DIÁLOGO FAMILIAR E7
E8
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SISTEMA DE EVALUACIÓN %
Prácticas 35
Se tiene una oportunidad
Evaluaciones 20
Se tiene una oportunidad
Foros 10
Comentario basado en argumentos y
fundamentos de las lecturas y situaciones
actuales.
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1. INTRODUCCIÓN
En todas las relaciones interpersonales, la comunicación es una condición esencial para que esta
se de y de la mejor manera. La vida en familia es comunicación, la relación entre pareja; entre
padres e hijos; y entre hermanos es dialogo. El amor que une a los miembros de una familia tiene
como condición la comunicación.
Hoy, tanto el hombre como la mujer, requieren de más tiempo para progresar en el trabajo, por lo
cual hay menor convivencia y se requiere de mayor autonomía. La madre se convierte en co-
proveedora y el hombre comienza a ayudar en las labores del hogar. Esto ha propiciado que en
esa adaptación a la nueva realidad, haya una ruptura de la comunicación, pues tanto el hombre
como la mujer están aprendiendo como afrontar una realidad novedosa y con múltiples retos.
El mundo está cambiando, la televisión, el radio, el Internet, y los teléfonos celulares han
cambiado la dinámica de la persona, de las sociedades y del mundo entero. Un dato del estudio
realizado por el DIF sobre la familia en México, señala por ejemplo que el 80% de la convivencia
familiar se da frente al televisor…La familia ha cambiado con esas influencias. En el pasado el
respeto a los padres, los valores, la disciplina, la represión, la rigidez, la exigencia, el castigo, la
mirada amenazante eran suficientes para “EDUCAR” y comunicarse con el hijo. No había apertura
a temas sexuales o de drogas, no había tolerancia de los padres para con los hijos, ni los hijos
cuestionaban la autoridad de los padres.
1
Polaino Lorente y Martínez Cano, La comunicación en la pareja, editorial.
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Según un estudio realizado por la agencia de investigación de mercado, De la Riva, hay tres
situaciones concretas en las cuales la comunicación une a la familia de manera fundamental.
Por un lado están los momentos de crisis, aquellos en los que hay enfermedad, muerte, pérdida
de trabajo o problemas con un hijo. Esas situaciones fomentan y propician la comunicación ideal
entre los miembros de la familia.
Por otro lado, la familia mexicana disfruta enormemente la comunicación en las comidas familiares
y los festejos que forman parte de una tradición específica en cada familia. En estos momentos
padres e hijos pueden demostrarse afecto a través del diálogo, del contacto físico, con momentos
de intimidad y respeto mutuo que fomentan la convivencia y la comunicación verbal y no verbal
enriquecedora de todos los miembros de la familia.
En la intimidad la comunicación se da cuando la pareja se queda sola en la recámara, sin hijos, sin
distractores, lo cual permite un intercambio muy enriquecedor para ambos. Lo mismo sucede con
las madres que ven televisión con sus hijas, pues el intercambio de opiniones y comentarios
ayudan a compartir valores y visiones sobre la vida.
2. COMUNICACIÓN HUMANA
Es difícil elaborar una definición de comunicación que sea objetiva y completa. Sin embargo, para
hablar de comunicación humana debe tomarse en cuenta todos los factores de estructura
biológica, social y psicológica, porque influyen en la asimilación del significado.
Por esto, es importante el estudio de la comunicación humana, pues mientras cada uno de los
miembros de la familia comprenda desde qué perspectiva interpreta la realidad el otro, podrán
entenderse mejor y optimizar su nivel de comunicación y así lograr afecto y unión en sus hogares.
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Hay un primer concepto importante. Según afirma Yepes (1996)2, la inmanencia es una de las
notas que caracterizan a los seres vivos. El término inmanencia significa «permanecer dentro,
estar en el interior, pues lo inmanente es lo que se guarda y queda en el interior». Así, cuando
una persona lee, el contenido de la historia leída se arraiga en él, hecha raíces en el lector,
grabándose en su memoria. En este sentido, se dice que lo inmanente queda. Los seres no
vivientes no poseen la capacidad de apropiarse de lo que les ocurre. La conducta del ser humano
comporta un «enriquecimiento personal», en la misma medida en que lo que sucede en su vida
pasa a formar parte de él.
Pero conviene diferenciar entre las diversas formas de «quedarse con lo vivido». Según Yepes, en
función del grado de inmanencia
del comportamiento de los seres vivos podemos clasificar los diversos grados de vida: «comer es
menos inmanente que refunfuñar (esto no es sólo una función orgánica), y refunfuñar es menos
inmanente que pensar "Fulanito no me ha saludado". Los animales realizan operaciones más
inmanentes que las plantas, y el hombre tiene capacidad para comportarse de modo más
inmanente que los animales. Los hombres realizan diversas operaciones con distinto grado de
inmanencia».
Así, por ejemplo, ciertas funciones superiores del ser humano como el conocimiento intelectual y
el querer, al no ser materia visible y tangible, no poseen una expresión orgánica −como, por
ejemplo, el bajo nivel de glucosa en el fluido sanguíneo en relación a la sensación de hambre−:
son «interiores». Solamente conoce lo que una persona quiere quien quiere, quien posee ese
querer. El único modo de transmitir el querer y ponerlo en común con otros, es a través del
comportamiento, sea éste verbal o gestual. Nadie puede saber lo que yo estoy pensando hasta
que se lo comunique, sencillamente «porque está dentro de mí». Sólo mi decisión puede hacer
externo lo que, «a priori», antes de actuar de ningún modo, es interno, está en mi interior.
Así, pues, el primer concepto antropológico que se desvela, en lo que acabamos de afirmar, es el
de intimidad. «La intimidad hace referencia a un dentro que sólo conoce uno mismo. Mis
pensamientos no los conoce nadie, hasta que los digo. Tener interioridad, un mundo interior
abierto para mí y oculto para los demás, es intimidad: una apertura hacia dentro» (Yepes, 1996).
«La intimidad −continúa el autor citado− es el grado máximo de inmanencia, porque no es sólo un
lugar donde las cosas quedan guardadas para uno mismo sin que nadie las vea, sino que además
es, por así decir, un dentro que crece, del cual brotan realidades inéditas, que no estaban antes:
son las cosas que se nos ocurren, planes que ponemos en práctica, invenciones, etc.
Ahora bien, todo lo que uno posee en su interior, ya sea por aprendizaje o por creación
imaginativa, tiende a salir fuera. Por ejemplo, cuando me siento feliz, toda una hermosa sinfonía
de movimientos musculares perfectamente armonizados me llevan a expresar exteriormente lo
que siento en mi interior. Y esto casi sin darme cuenta.
En consecuencia, «la persona tiene una segunda y sorprendente capacidad: sacar de sí lo que hay
2
En la exposición que sigue, nos fundaremos en el texto del profesor Yepes (1996), antes aludido.
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Esto pone de manifiesto que «la libertad es la tercera nota definitoria de la persona y una de sus
características más radicales: la persona es libre, vive y se realiza libremente, poseyéndose a sí
misma, siendo dueña de sus actos».
Expresar lo que uno es o lo que uno tiene es, de algún modo, ponerlo a disposición de otro, darlo.
Ese es otro rasgo importante de la persona humana: la capacidad de dar. El ser humano es, en
este sentido, expresivo, es decir, «capaz de sacar de sí lo que tiene, para dar o regalar. Sólo las
personas son capaces de dar». El hombre es el único ser vivo que puede ser capaz y saber que da
algo. Sólo el hombre entiende lo que significa dar.
Pero, para que sea posible la donación de algo, es necesario que «alguien lo acepte, que alguien
se quede con lo que damos. A la capacidad de dar de la persona le corresponde la capacidad de
aceptar, y aceptar es acoger en nuestra propia intimidad lo que nos dan. Por eso no hay dar sin
aceptar, y no hay aceptar sin dar. Es decir, lo más alto de lo que es capaz la persona, el dar, exige
otra persona que acepte el don. En caso contrario, el don se frustra».
En ese mismo sentido, para que alguien dé al otro cónyuge, en el acto de la fundación de la
pareja, es necesario que exista ese otro, el cónyuge, que acepte la donación, pues sin tal
aceptación no puede fundarse ningún matrimonio.
Entregar, dar o regalar algo no es dejado en la calle; dar lo que pienso no es montarse en una
tarima para manifestar todo cuanto quiera. Resulta imprescindible que alguien se apropie de mi
regalo, «que alguien lo recoja». Abandonar las cosas que no queremos debajo de un puente no es
lo mismo que llevarlas a un lugar donde alguien pueda aprovechadas. Si nadie recibe las cosas,
acabarán por estropearse del todo: «alguien tiene que quedarse con lo que damos. Si no, no hay
dar; sólo dejar».
Si no pudieran darse las cosas a alguien, el resultado de cualquier donación humana sería la
frustración, pues es tan propio del hombre dar como recibir, regalar como aceptar el regalo. Por
tanto, del mismo modo que no puede haber aceptación cuando se da nada, tampoco puede haber
donación si quien recibe no recibe nada.
«Se da algo a alguien. Por tanto, otra nota característica de la persona es el diálogo con otra
intimidad, el yo doy y tú recibes, yo
Pues bien, un modo de dar y expresar lo que tenemos en la intimidad, se realiza mediante un
conjunto de actos que se llaman expresivos, comunicativos o relacionales; los cuales constituyen
el conjunto de comportamientos que se conocen con el término de «comunicación no verbal». A
su través el hombre habla el lenguaje de los gestos: expresiones del rostro, de las manos, etc.
«Con los gestos el hombre expresa sus sensaciones, imaginaciones, sentimientos, pensamientos,
deseos, o incluso la conciencia que tiene de sí mismo (el enfermo que no puede hablar asiente con
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Otro modo de expresar la intimidad es hablar. «Es un acto mediante el cual exteriorizo la
intimidad, y lo que pienso se hace público, de modo que puede ser comprendido por otros. La pa-
labra nació para ser compartida. Lo que expreso no es apenas un gesto −más o menos acertado−,
sino una manifestación de algo que es comprendido en su significado por los demás. La persona
es, ante todo, un ente que habla, un hablante». En cuanto que hablante, el hombre emplea la
comunicación verbal para transmitir, para poner en común con otros aquello que posee.
Necesidad de compartir
Por tanto, una forma de desvelar lo íntimo es hablar. Esta manifestación íntima, decir lo que uno
lleva dentro, se dirige siempre a un interlocutor: el hombre necesita dialogar.
La necesidad de diálogo es una de las cosas de las que más se habla hoy en día. Tenemos
necesidad de explicarnos, de que alguien nos comprenda. Necesitamos ser comprendidos o incluso
sentirmos comprendidos. Una de las quejas más frecuentes de las personas que acuden a una
consulta de orientación o terapia familiar es que nadie las escucha.
Lo que una persona expresa «no se dirige al vacío. La necesidad de desahogar la intimidad y
compartir el mundo interior con alguien que nos comprenda es muy fuerte en los hombres y las
mujeres. Se puede uno pasar sin ello, pero la inclinación a abrirse es natural y radical, siempre
que ese alguien nos escuche (si nos comprende o no, sólo lo sabremos al terminar de hablar).
«El hombre no puede vivir sin dialogar porque es un ser constitutivamente dialógico y así, el que
no dialoga con otras personas, lo hace consigo mismo o adopta ciertas formas de diálogo con la
naturaleza, con los animales, etc. En esos casos se personaliza un ser natural, como hace Walt
Disney con los animales, los poetas con la naturaleza y los hombres primitivos con las fuerzas
cósmicas que eran divinizadas.
Por ser persona, el hombre necesita el encuentro con el tú, alguien que nos escuche, nos
comprenda y nos anime. El lenguaje no tiene sentido si no es para esta apertura a los demás».
«Esto se comprueba porque la falta de diálogo es lo que motiva casi todas las discordias, y la falta
de comunicación lo que arruina las comunidades humanas (matrimonios, familias, empresas,
instituciones políticas, etc.), pues la comunicación es uno de los elementos sin los que no hay una
verdadera vida social».
Así ha sido comprobado experimentalmente por Martín López (texto inédito) en una encuesta en
la que el 80% de las mujeres españolas casadas declararon como primer problema que las
distanciaba de su marido la incomunicación.
«Esta es una experiencia tan corriente que muchos estudiosos (sobre todo de ética, filosofía,
política y derecho) conciben hoy la sociedad ideal como aquélla en la cual todos dialogan
libremente para ponerse de acuerdo sobre las reglas de la convivencia. La preocupación teórica y
práctica por el diálogo es hoy más viva que nunca, tanto en la ciencia como en la vida social, en la
política, en las relaciones interpersonales, etc. Cuando una sociedad tiene muchos y grandes
problemas, hay que celebrar muchas y largas conversaciones, para que la gente se ponga de
acuerdo y encuentre soluciones. Que el diálogo y la comunicación existan no es algo que esté
asegurado» (Yepes, 1996).
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«Todo esto −continúa el autor citado− se puede decir de un modo más profundo: no hay yo sin
tú. Una persona sola no existe como persona, porque ni siquiera llegaría a reconocerse a sí misma
como tal. El conocimiento de la propia identidad, la conciencia de uno mismo, sólo se alcanza
mediante la intersubjetividad, es decir, gracias al concurso de los otros (padres, etc.)».
que se nace, se incorporan sus valores comunes, sus pautas, etc., y se llega así a ser alguien en
la sociedad, a tener una identidad propia y una personalidad madura e integrada con el entorno,
de modo que se puedan establecer unas relaciones interpersonales adecuadas. Se abre aquí una
amplia línea de consideraciones: sin los demás, no seríamos nada, pues todo ese proceso es un
diálogo educativo constante».
«Cuando una persona se siente querida por muchas otras, sin apenas merecerlo, es lógico que
entienda esos afectos y su propia vida como un regalo. Surge de forma inevitable, entonces, el
agradecimiento. Si no disponemos de ninguna cosa adecuada para agradecer un regalo de esa
naturaleza, sólo hay una opción posible: pagar con la misma moneda, agradecer el regalo −el
querer− regalando algo de la misma naturaleza, es decir, queriendo» (Polaino-Lorente, 1997).
Sentido de la comunicación
Como ha escrito ya en otro lugar Polaino Lorente, (1990), «hemos de preguntamos en qué
consiste el hecho de comunicarse. Comunicarse es instalarse en un particular modo de ser en el
mundo: el de la interpersonalidad, una situación por la que el otro o los otros se nos unen hasta
formar con ellos un quiasma, un entrecruzamiento intersubjetivo».
• Encuentros y despedidas. Porque con cada palabra que sale de nuestros labios nos
encontramos con el otro, al tiempo que al pronunciarla nos despedimos de algo que hasta
ese instante había quedado velado en nuestra intimidad.
• Donaciones y posesiones. Porque con cada palabra pronunciada nos damos a nosotros
mismos, a la vez que nos apropiamos del mundo al nombrarlo; y no sólo del mundo en
general, sino también del personal, en tanto que la palabra supone ese adentrarse
expansivo en la intimidad del otro.
• Lejanías y acercamientos. Porque al nombrar cada cosa nos acercamos al ser que esa cosa
es, pero a la vez ponemos distancia para diferenciar entre los contenidos significados en
ese contexto y los restantes que no vienen al caso.
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Con la comunicación humana acontece algo parecido a lo que sucede con nuestro propio cuerpo,
que es simultáneamente transparencia y máscara, ocultamiento y desvelamiento del yo. En
efecto, el hilo de nuestro discurso puede servir tanto para transmitir nuestra intimidad como para
ocultarla. Cuando predominan esos velos y ocultamientos, surge la incomunicación, por fluido e
intenso que sea el parloteo del hombre» (Polaino-Lorente, 1990).
En realidad, comunicarse, como escribe Marcel, «es lanzar el propio discurso interior en el espacio
interior del otro; generar desde mi silencio la palabra que entra en el silencio del tú al que se
dirige».
La comunicación en el matrimonio
Siguiendo con el texto citado más arriba de Polaino-Lorente (1990), «la comunicación entre los
cónyuges es una nota esencial del matrimonio sin cuya continua presencia es muy difícil que éste
no zozobre, encallando definitivamente. Es un hecho sociológicamente comprobado, como ya se
ha dicho antes, que la queja más frecuente de las esposas es precisamente la falta de
comunicación con sus maridos, la incomunicación que existe entre ellos».
«La comunicación, la capacidad de diálogo sincero constituye también una nota distintiva de la
madurez personal. Entre los adolescentes, en cambio, es muy frecuente que cualquier conflicto se
exprese a través de la incomunicación, del aislamiento, incluso del mutismo. Por el contrario, la
persona madura jamás se repliega sobre sí misma, sino que es permeable, es capaz de suscitar el
encuentro dialógico con el otro, cualquiera que sea la naturaleza del conflicto».
«Si se admiten los conceptos hasta aquí expresados, es lógico que resulte tan relevante y
manifiesta la importancia de la comunicación en el ámbito conyugal».
Sin comunicación no puede haber unión, como sin ésta no es posible la comunión. Comunicar es
sinónimo de compartir; se comparte con el otro lo que el otro nos traslada a través de la
comunicación. Y únicamente puede uno aceptar lo que el otro nos ha dado, al casarse conmigo, si
es capaz de desplazado, un día tras otro, desde su interior hasta el mío, lo que esa persona es.
Desde este horizonte, la vida conyugal se nos manifiesta desplegándose a través del siguiente iter
(camino) dialógico: comunicación-unión-comunión-coexistencia.
Laín Entralgo ha puesto un gran énfasis al subrayar atinadamente el aspecto sodalicio (de
compañía) de la comunicación humana, en virtud del cual el hablante aspira a recibir la compañía
de aquél a quien habla, del oyente.
Esta función es la que caracteriza y entrevera la comunicación conyugal. Por ella el hablante se
percibe no sólo como un yo que dice, sino como un tú-y-yo, fundamentando la encarnadura
dialógica interpersonal. Así emerge un «nosotros» en el que por naturaleza consiste el
matrimonio; una nueva realidad en la que el vivir se transforma en convivir y el existir en
coexistir.
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La comunicación entre los cónyuges, para ser verdadera, supone el encuentro sujeto-sujeto; un
salir de sí para encontrar al otro, a la vez que uno se experimenta compartiendo su vida con el
otro y coexistiendo con él. Es, pues, un acceso a la participación que deviene participación misma.
Esa apertura ganada en la comunicación le conduce al acceso del conocimiento de su propio ser,
al vivir la experiencia de su propio revelarse ante el otro.
Y así, en la conciencia de participar del otro y del vivir participado por el otro, resurge de nuevo el
«nosotros», que ahora nos define en la misma medida en que somos nosotros mismos los que
creamos, esta vez en la realidad, no en la imaginación, nuestra propia historia, que no es sino
nuestra propia identidad, pero ahora referida y relativa al cónyuge.
Por tanto, en torno a la acción humana se articulan otros elementos importantes, que son la
condición de posibilidad de la vida social, a partir de los cuales ésta surge.
De nuevo, el segundo elemento que hace posible la vida social es el lenguaje, pues sin él no
existiría sociedad, ya que no podríamos manifestamos, ni compartir el conocimiento, ni ponemos
de acuerdo con los demás. Aristóteles (Política, 1253a, 718) lo expresó de una manera que se ha
hecho ya proverbial:
«La razón por la cual el hombre es un ser político, más que cualquier abeja y que cualquier animal
gregario, es evidente: la naturaleza, como decimos, no hace nada en vano, y el hombre es el
único animal que tiene palabra. Pues la voz es signo de dolor y de placer, y por eso la poseen
también los demás animales, porque su naturaleza lleva hasta tener sensación de dolor y de
placer e indicársela unos a otros. Pero la palabra es para mostrar lo conveniente y lo perjudicial,
así como lo justo y lo injusto. Y esto es lo propio del hombre frente a los demás animales: poseer
él solo el sentido del bien y del mal, de lo justo y lo injusto y de los demás valores, y la
participación comunitaria (koinonía) de estas cosas es lo que constituye la casa y la ciudad».
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Cuando Aristóteles (Política, 1253a, 7-18) habla en este texto de voz se refiere al lenguaje icónico
y cuando habla de palabra, al lenguaje digital. El lenguaje es el vehículo para compartir el
conocimiento, los sentimientos, los proyectos, los valores, para distribuir las tareas, para expresar
en suma todo lo que hay en nuestro pensamiento y en nuestra intimidad, de modo que pueda
articularse con el pensamiento y la conducta de los demás.
«El lenguaje tiene, pues, dos funciones desde el punto de vista antropológico: manifestarse o
expresarse, y comunicarse. En consecuencia, la comunicación y el intercambio son el tercer
elemento de la vida social. Sin comunicación no hay sociedad, como sin diálogo no hay relación
interpersonal. Pero la comunicación es lo que permite el intercambio entre las personas.
Dado que todos los actos expresivos o comunicativos constituyen y son cultura, podemos intentar
agrupados, siguiendo a Yepes (1996), del modo siguiente:
a) Los gestos del cuerpo y de la conducta tienen un valor simbólico o representativo de los
sentimientos o de la voluntad interior: saludar, sonreír, dar la bienvenida, etc. Los gestos son la
primera forma de lenguaje; a veces el silencio es más expresivo que la palabra. El hombre es el
único ser que hace del callar un gesto suyo característico, que también indica algo.
c) Las costumbres son, desde esta perspectiva, gestos repetidos, muchas veces
periódicamente, que sirven de apoyo y seguridad a la vida humana. Las costumbres fácilmente se
convierten en ritos: el rito de una comida de fiesta, o de una ceremonia nupcial. Costumbres y
ritos tienen un valor simbólico: expresan algo, son una manera de hacer las cosas nacidas de la
libertad, la convención y la conveniencia de todos, que es aquello en lo cual los hombres se ponen
de acuerdo para convivir. Conducir por la derecha o por la izquierda es algo convenido, una
costumbre y, al mismo tiempo, una ley, y cumplida es un cierto rito, cuya omisión es muy
peligrosa. Las normas de cortesía son gestos rituales: dar los buenos días, besar la mano a las
damas o, como antiguamente, descubrirse la cabeza levantando el sombrero.
d) Algunos gestos son ya auténticas acciones receptivas porque implican cultivar la atención
hacia algo, esperar o dirigirse hacia un ser que nos atrae o que queremos: escuchar, mirar, sa-
borear, explorar, buscar, contemplar, esperar, comprobar, otear, escudriñar, fisgar, olfatear,
palpar, etc. Las acciones receptivas son tremendamente expresivas, pues en ellas los sentimientos
modulan la manera, modo y ocasión en que se realizan. Las acciones receptivas son la manera de
dirigir nuestra atención hacia el mundo y significan un modo peculiar de abrirse a él en una
determinada dirección.
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Las acciones receptivas suelen exigir silencio, pues éste es condición de la atención: sólo quien
calla puede atender. El ruido mata el callar. Es la condición de apertura a los demás la que nos
permite atenderles. Este requisito configura el aceptar el don que se nos ofrece a través de la
palabra pronunciada. Es la disposición desde la que podemos aceptar lo que nos regalan y, así, no
frustrar al comunicante.
e) Otros gestos, frecuentemente acompañados del lenguaje hablado, son más bien donales,
porque otorgan un bien o un mal, como sucede con los actos propios del amor y del odio: en-
señar, ayudar, cuidar, asentir, insultar, engañar, etc.
Sin embargo, las acciones donales forman parte de una vasta constelación de acciones
comunicativas que podemos llamar relacionales, y que se dirigen, de un modo u otro, a los
demás: desde firmar un contrato hasta pedir un billete. A través de las acciones relacionales
comunicativas es como se establecen los intercambios interpersonales de cualquier tipo.
En síntesis, que la comunicación humana nace del ser mismo de la persona, un ser
constitutivamente abierto hacia dentro y hacia fuera, y por ello capaz de manifestarse y dialogar.
Las acciones expresivas y verbales constituyen el primer medio de comunicación humana, merced
al cual acontece el encuentro entre personas, entre lo común y la entera vida social con toda la di-
versidad pluricultural de sus comunidades.
Sin comunicación no es posible la sociedad, y ni tan siquiera la vida o el espíritu: sólo los seres
inertes carecen de comunicación, puesto que son materia mostrenca. En cuanto aparece la
simultaneidad propia de lo inmaterial, surge la comunicación activa. Comer, reproducirse, ver, oír,
oler, etc., son ya formas de comunicarse del ser vivo con su entorno y con otros. La inteligencia y
la voluntad son las capacidades humanas que permiten la comunicación más profunda de la
persona y de su intimidad. De aquí que vivir no sea otra cosa que comunicarse.
La comunicación humana, según lo visto hasta ahora, es una determinada forma de interacción
social en la que se dan, en mayor o menor medida, intercambios de mensaje entre las personas
implicadas.
De aquí que resulte evidente que sea propio del ser humano el estar, en algún modo, en un
continuo proceso de comunicación. La persona vive sumergida, en la actualidad, en una corriente
de comunicaciones interpersonales y/o institucionales. Un poco más y será habitual hablar de la
conexión que se ha establecido, vía «Internet», con el foro de opinión de los más calificados
expertos acerca del crecimiento de las hormigas, el último programa de neurocirugía o la noticia
más reciente acerca de otras galaxias.
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En este punto, lo primero que habría que cuestionarse es acerca de ¿cuál es el objetivo de la
comunicación, qué fin persigue, cuál es su meta? Por lo sostenido hasta ahora, puede afirmarse
que nos comunicamos para relacionamos y compartir algo que tenemos, aunque esa relación, en
la mayoría de los casos, sea imperfecta, pues no es posible transmitir con absoluta fidelidad lo que
de verdad nos pertenece personalmente y tenemos dentro.
Se adelantan aquí algunos conceptos, que será necesario estudiar y concretar con mayor detalle,
en los capítulos siguientes, pero con los que, sin embargo, conviene contar para establecer un
punto de coincidencia −y, en algunos casos, de discrepancia− desde el que abordar frontalmente
las cuestiones propias de la psicología de la comunicación en el matrimonio.
El diccionario de la Academia de la Lengua Española reconoce al verbo comunicar cuatro
acepciones diferentes, referidas a las relaciones entre personas y una sola para las cosas inanima-
das. Considerémoslas, a continuación, en detalle:
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De acuerdo a las anteriores definiciones, Martín López (1990) establece algunas reflexiones en
torno a este concepto.
«La idea común a todas las acepciones es la de participación o intercambio, pero mientras las tres
últimas se centran sobre contenidos mentales −ideas, opiniones, sin excluir sentimientos,
creencias, actitudes−, la primera permite incluir en la comunicación cualquier cosa que uno tenga
−posesiones, derechos−. Este aspecto lo concreta el Diccionario al definir el término
comunicativo, en este sentido: «Que tiene aptitud o inclinación o propensión natural a comunicar
a otro lo que posee», distinguiéndolo de la acepción de «fácil y accesible al trato con los demás».
Siguiendo el uso funcional de este término en nuestra lengua, la comunicación puede definirse
como «acción y efecto de comunicar o comunicarse» y también como «trato, correspondencia
entre dos o más personas».
Por último, y dado que por la comunicación algo se hace común, también con ella se relaciona no
sólo el concepto de comunidad, de la «calidad de común», sino también el «trato familiar, la
comunicación de unas personas con otras». Y, por extensión, las correspondientes acepciones que
de ello se derivan en el plano político, social y religioso.
Según el uso de nuestra lengua, siguiendo a Martín López (1990) por comunicación puede
entenderse lo que a continuación se indica:
En adelante, entenderemos por comunicación, la acción y el efecto de hacer algo común a los dos
términos −individuales y colectivos− de una relación interhumana, algo que en principio sólo
estaba o era propio de uno de ellos.
En tanto que efecto desencadenado por ella, la comunicación es la modificación que la transmisión
de lo propio produce:
1) En el que lo transmite, pues quien comunica algo lo pierde, aunque, en alguna manera,
siga bajo su posesión.
2) En el otro de la relación, pues, ahora posee algo de lo que antes carecía.
3) En la relación entre ambos, en sí misma considerada, pues a partir de este acto la relación
propiamente dicha se enriquece con la donación/aceptación de los contenidos, que por su
virtud se ponen en común.
El término lenguaje, al igual que la mayoría de los términos que tienen que ver con los signos, es
ambiguo, ya que su caracterización puede tomarse según términos de muy variadas dimensiones.
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Pero si el lenguaje fuese tan sólo un sistema de signos con que referirse a algo, los gestos rituales
con que se cortejan los patos, ¿no serían lenguajes como el humano?
Un resumen de las notas diferenciales propuestas esclarecerá la pregunta, tal y como uno de
nosotros sostuvo (Polaino-Lorente, 1980):
1) La palabra fija el mundo. La vida sin palabras del animal se consume en lo fugitivo de las
impresiones que cambian a cada momento. Por la palabra, las impresiones quedan
articuladas en complejos permanentes con significados y situadas ante la conciencia como
campos de orientación objetivos y abarcables. La aplicación de la palabra al mundo es un
proceso de organización, es una clasificación de lo percibido en el espacio vital del hombre.
El animal es uno con su ambiente, es además un exponente y función. En cambio, el ser
dotado de lenguaje se halla enfrentado con su mundo exterior. Mediante el símbolo de la
palabra, las imágenes
2) percibidas son llevadas a cierta distancia. Con el lenguaje se realiza no solamente una
fijación del mundo, sino también un distanciamiento de él. Por la formación del lenguaje
resulta posible esta separación.
5) Además, el lenguaje humano está caracterizado por su dimensión social: existe en forma
de lenguas o idiomas propios de distintas comunidades históricas.
6) Gracias al lenguaje, el hombre se encuentra no sólo libre frente al mundo, sino que
también queda liberado del mutismo de la propia intimidad. Sólo el hombre puede decir lo
que sufre. Mediante la palabra no se expresa, como en el sonido del animal, solamente un
estado subjetivo, sino lo que del mundo penetra en la intimidad de la vivencia. De esta
manera se muestra el hombre como un ser que puede inquirir más allá de sí mismo y
hacer visible el mundo bajo el signo del pensamiento.
La comunicación entre personas es, desde luego, algo muy distinto del acto comunicativo entre
animales o de la transferencia de información de la memoria de un ordenador a otro.
La persona dispone de lenguaje, y sólo la persona lo posee. Martín López (1990) insiste en este
hecho al sostener lo que sigue: «El hecho insoslayable de que el lenguaje significativo sea
específicamente humano, ya desde su localización cerebral, introduce una distancia insalvable
entre ambas comunicaciones −la humana y la animal−, y hace que cobren toda su dimensión
específica la intencionalidad y la experiencia interna de la comunicación».
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«Ciertamente −continúa el autor citado−, toda comunicación interhumana se lleva a cabo a través
de procesos de interacción, de relación social. En este sentido, hay que afirmar con carácter
general que toda interacción es cauce de comunicación y tiene un contenido comunicativo. Sin
embargo, hay que ser preciso y distinguir con nitidez la modalidad de las interacciones sociales,
según su calidad comunicativa.
De aquí se sigue que sea necesario considerar si, por razón del modo y del contenido, toda
comunicación o interacción comunicativa entre hombres, merece recibir con igual propiedad el
nombre de comunicación humana o si tal denominación debiera reservarse para un tipo
determinado y especialmente selecto y exigente de comunicación entre personas.
A este respecto, conviene tener presente aquellos casos en los que se habla de relaciones
impersonales o deshumanizadas, de relaciones meramente biológicas, etc., en las que, sin duda,
existe algún tipo de comunicación entre personas, pero cuyas características y modalidades −falta
de intencionalidad, desimplicación en el otro, violencia, fingimiento, etc.−, parecen alejar la
comunicación de lo que es específico y diferencial del hombre. A fin de cuentas, éste es un
problema análogo al que se plantean los autores −por ejemplo, Max Weber− a la hora de determi-
nar cuáles de los diversos tipos de actos que pueden realizar los hombres y que afectan a los
demás, deben considerarse como actos sociales».
La comunicación es un proceso porque es dinámico y continuo. Para que este proceso se cumpla,
es necesario que el mensaje se transmita de una persona a otra u otras, y generalmente se
produce una respuesta a nuestra comunicación.
El lugar donde mejor puede estudiarse la conducta y comunicación humana, es la familia, ya que
esta funciona como un sistema en relación, donde este aspecto relacional esta en constante
definición.
Cada unas de las partes de un sistema esta en relación con las demás y un cambio en una de ella
genera otro cambio en las demás y en consecuencia en el sistema total. Además todo sistema
esta inmerso en un medio y cualquier cambio en este afecta al sistema y viceversa.
En el momento de estudiar las conductas de los individuos, estas deberán ser interpretadas en
función de la influencia que posean en relación con el sistema, y nunca deberán interpretarse de
forma individual.
Las relaciones interpersonales más trascendentes, y por lo tanto más complicadas son las
afectivas, particularmente las que se dan en el núcleo familiar.
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En la vida tenemos diversas relaciones: con el cónyuge, con cada uno de los hijos, con amigos,
compañeros, etc. Algunas de estas relaciones son buenas y otras no lo son. Algunas nos parecen
más valiosas que otras. ¿Cuál es la diferencia entre unas y otras?
Aunque las relaciones satisfactorias puedan parecer muy diferentes entre sí, la comunicación
dentro de ellas generalmente participa de características comunes.
La mayoría de nuestra comunicación son impersonales más que interpersonales, están basadas
más en los papeles que desempeñamos, que en, conexiones individuales con otros. Una
interacción comunicativa es proceso continuo que se vuelve más interpersonal mientras refleja de
manera creciente las siguientes características:
Entre más interpersonal es la relación, se refleja una mayor singularidad en las pautas de
comunicación. Las situaciones interpersonales son orientadas por reglas comunes o por
convencionalismos. En estas ocasiones se tiende a etiquetar o generalizar a otra persona, y
después se interactúa en concordancia. Podemos comunicar según ciertas reglas para tratar a
niños, adolescentes, mujeres, hombres y demás grupos de individuos. Sin embargo, si los padres
conocen a su hijo adolescente de manera interpersonal y se comunican con él a ese nivel, es
imposible que lo traten de acuerdo a un estereotipo. Es posible que sepan lo que le gusta o le
molesta a su hijo, y que el padre y la madre actúen con eso en mente.
En la medida en que una relación sea única, también es insustituible. Si el padre, la madre y su
hijo o hija comparten algún gusto, tienen cierto tipo de conversaciones, realizan alguna actividad
y se preocupan mutuamente, su relación tenderá a ser única. Su hijo o hija será diferente a los
otros miembros de la familia; y sus padres serán para él o ella un padre o una madre especial.
Esto significa que su relación también será irremplazable.
Cuando una relación llega a ser cada vez más interpersonal, el futuro de las personas involucradas
cada vez estará más ligado. En ocasiones este vínculo es satisfactorio y otras veces no lo es. Lo
que sucede a algún miembro de la familia afecta a los demás de algún modo. Los estados de
ánimo positivos y negativos de los miembros influyen en el ambiente familiar general.
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5. Satisfactoria intrínsecamente
6. Poco frecuente
desarrollar relaciones interpersonales con toda la gente que tratan. De esta manera, la auténtica
comunicación interpersonal y las relaciones interpersonales son especiales y notables, ya que no
es posible hablar profundamente, comunicar la intimidad constantemente.
El hombre es el único ser que tiene una capacidad simbólica que despliega en el lenguaje. El
lenguaje es un instrumento del pensar y no sólo del comunicar.
Todo saber humano se desarrolla gracias a la capacidad de abstracción del hombre que se da
gracias al conocimiento derivado de la información que se percibe a través de los sentidos.
Toda esta información se obtiene de dos fuentes de dos formas: verbal y no verbal. La
comunicación verbal se refiere a los signos orales y palabras habladas o escritas. La comunicación
no verbal se realiza a través de multitud de signos: imágenes sensoriales (visuales, auditivas,
olfativas...), sonidos, gestos, movimientos corporales, etc. Sin embargo, suelen emplearse juntas.
Todo mensaje depende del emisor en cuanto éste es el encargado de codificarlo y del receptor en
cuanto es capaz de interpretarlo. El acto comunicativo no se realiza si el emisor no utiliza un
código conocido por el receptor.
Mientras más familiares sean los mensajes verbales y no verbales especialmente, más cercana
será la interpretación del receptor al propósito del emisor. Los mensajes no verbales son
especialmente importante porque a través de ellos es posible captar percepciones, significados,
sentimientos, emociones, etcétera, cuestiones que el emisor expresa con poca intencionalidad.
Para comprender la importancia de la comunicación verbal y no verbal y los efectos que pueden
tener en las relaciones familiares te recomendamos las siguientes lecturas:
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La comunicación verbal
Una de las características que diferencian al hombre de otras especies animales, es el disponer de
un lenguaje que resulta fácilmente manejable y muy apropiado para la comunicación.
El uso del lenguaje está implicado siempre, de una u otra forma, en las interacciones de unas
personas con otras. Ningún otro sistema de comunicación −incluso el utilizado por las especies
animales más próximas al hombre− está adornado con la complejidad y la sutileza del lenguaje
humano.
Sin embargo, si comparamos el lenguaje humano (como sistema de comunicación) con cualquier
otro sistema empleado por el hombre u otros animales, observamos que comparten algunas de
sus características. Es decir, que algunos de los rasgos del lenguaje humano −aunque no todos, ni
los más específicos− pueden encontrarse también en otros sistemas de comunicación animal o
humano.
Hockett (1963) sugirió que el lenguaje tal vez podría ser caracterizado en términos de un número
determinado de elementos definitorios. Como ejemplos de estos rasgos, Hockett enumeró los
siguientes:
Muchos sistemas de comunicación tienen algunos de estos rasgos, pero sólo el lenguaje humano
dispone de todos ellos. Por eso, los intentos de Gardner y Gardner (1969) y de Premack (1971) de
enseñar a algunos animales el lenguaje humano no fueron tan fructíferos como se esperaba.
a) la sintaxis, que estudia el orden y la estructura que regulan cómo deben enlazarse las
palabras;
b) la fonología, que estudia los sonidos y las regularidades del lenguaje hablado; y
c) la semántica, que estudia el significado del lenguaje.
Desde el punto de vista de la psicología social, se atiende otro nivel de análisis del lenguaje: el
que se ocupa de cómo los mensajes son emitidos y recibidos en las situaciones reales.
Morris (1946) empleó el término «pragmática» para describir la ciencia que estudia cómo se
utiliza el lenguaje. Ciertamente, es importante conocer las palabras, la gramática y las reglas de
pronunciación, pero ello no es suficiente. Es necesario conocer también qué, dónde, cuándo, cómo
y a quién se comunica algo. Acaso por eso, Forgas (1985) concede una importante función a la
sociolinguística, en tanto que disciplina que estudia el modo en que tales variables sociales
condicionan la forma de emplear el lenguaje.
Veamos a continuación las líneas de investigación más relevantes sobre este particular.
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El primer paso en cualquier encuentro social y uno de los más relevantes usos del lenguaje es
dirigimos a nuestro potencial interlocutor.
El modo en que se emplean determinadas formas lingüísticas, como los pronombres personales y
las fórmulas de interacción en una conversación, están fuertemente influidas por las convenciones
culturales. Cada cultura, cada lengua dispone de sus propios repertorios lingüísticos, como los más
convenientes y económicos para las interacciones cotidianas, según su peculiar idiosincrasia.
Según Brown (1968) y Brown y Gilman (1960), las formas de dirigirse a otra persona, en cada
cultura, siguen reglas explícitas que son universalmente reconocidas por las personas adscritas a
dicha cultura. Dos son esas reglas principales y sustantivas: la norma del status y la norma de la
solidaridad.
La norma relativa al status prescribe que las formas familiares o formales del lenguaje han de
emplearse siempre que nos dirigimos a personas de un estatus social más bajo, con
independencia de que el hablante sea o no de ese mismo estatus. Las formas «polite» de dirigirse
a otras personas, en cambio, deben emplearse, de acuerdo también con la norma del estatus,
siempre que nos dirigimos a personas de un puesto social más alto, poco importa que el hablante
pertenezca o no a esa misma posición social. Sin embargo, estas normas no tienen hoy ni la
vigencia social ni el uso estereotipado que antaño. La antigua rigidez se ha mudado, al parecer, en
flexibilidad no reglada, con independencia de cuáles puedan ser sus consecuencias.
La norma de la solidaridad regula las interacciones, en función de la intimidad existente entre los
interlocutores. Esta norma prescribe que las formas «polite» se utilicen cuando apenas si se tiene
confianza con la persona que nos escucha. Por el contrario, los modos informales de interacción
lingüística se emplean con aquellas personas con las que el hablante tiene mucha confianza, con
independencia de cuál sea su posición social.
Sin embargo, hay también otras muchas variables que pueden influir de un modo decisivo en las
formas del lenguaje empleadas en estas interacciones. Este es el caso, por ejemplo, de la
ideología política de una persona, que puede resultar determinante de la forma en que se dirige a
los demás.
Cuando dos o más personas interactúan de forma habitual, casi inevitablemente se desarrolla
entre ellos un código lingüístico específico, restrictivo y particularizante.
Una de las razones que explican este fenómeno es que cuanto más se conocen dos personas,
menor necesidad hay de pronunciar todos y cada uno de los detalles que exige una exacta
comunicación verbal entre hablantes desconocidos. Una gran parte de los mensajes que se emiten
entre ellos no son explícitamente expresados, sino que quedan indicados o implícitos. Por decirlo
de alguna manera, dado que se conocen y saben a qué se están refiriendo cada uno en cada
momento, economizan la interacción empleando códigos propios, implícitos y no completamente
desarrollados. En esto consiste la economía del lenguaje: un ahorro de recursos y esfuerzos, que,
naturalmente, son siempre escasos.
Esto supone que los ambientes sociales que comparten un determinado grupo de personas,
forzosamente acaban por crear códigos propios, sea por el conocimiento último entre los
interlocutores, sea por economía del lenguaje.
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A lo que parece, muchos grupos sociales adoptan y utilizan palabras muy especializadas, más bien
como un símbolo de su estatus, que como un modo peculiar de ayudarse en la comunicación. Esta
es una característica común, por ejemplo, entre casi todos los grupos de profesionales afines,
algunos de los cuales «inventan» o establecen una jerga excluyente y exclusiva.
De otro lado, hay muchas variables situativas y contextuales que, de algún modo, influyen en la
forma de comunicarmos verbalmente. Puesto que una misma idea podemos expresarla
verbalmente de muy diversas formas, es lógico que casi siempre optemos por la forma que mejor
se adapta a la situación en que nos encontramos. Con otras palabras, los requerimientos de la
situación social particular en la que nos encontramos, ejerce una influencia importantísima en qué
decimos y en cómo lo decimos.
Algunas investigaciones sobre la poliglosía han demostrado que se emplean diversos registros
lingüísticos para hablar con los familiares que para hablar con los compañeros del trabajo.
Investigaciones, consideradas hoy como clásicas, fueron llevadas a cabo por Fishman (1971),
Rayfield (1970) y Gumperz y Hymes (1972), quienes confirmaron con los resultados que
obtuvieron mucho de lo que líneas atrás se ha aludido.
Sin duda alguna, la situación social particular influye también en cómo se interpreta lo que
percibimos. Gallois y Callan (1985) encontraron que las personas reaccionan de forma diferente al
acento de quien habla, dependiendo incluso de la situación en la que lo oyen. También Garton
(1983) y Pratt (1983) han podido confirmar estas diferencias.
Otra interesante cuestión es cómo seleccionamos, entre las numerosas alternativas semánticas, la
que mejor se adapta a la situación.
Los investigadores en sociolingüística han concluido que las personas tenemos una idea muy clara
de los requerimientos de las diversas situaciones, el estatus, las relaciones entre quienes hablan y
la oportunidad del mensaje en cada circunstancia (Forgas, 1985; Gibbs, 1985). En una
conversación, cada palabra pronunciada es cuidadosamente seleccionada entre un vasto número
de alternativas lingüísticas posibles, que tienen significados similares, para, de esa forma,
ajustarse lo más posible a los requerimientos de aquella situación concreta.
No podemos poner fin a este breve análisis de la conducta verbal interpersonal sin mencionar aquí
los mensajes que se emiten sin significado y la influencia que, en ocasiones, ejercen
poderosamente en la relación.
Según hemos observado, nos relacionamos verbalmente con los demás, de acuerdo a ciertas
reglas. En cada conversación, hemos de decir cosas que sean relevantes, dichas en una secuencia
que sea apropiada, ser considerados y educados, intentar evitar los silencios, etc. A todo ello hay
que atenerse si deseamos establecer una comunicación interpersonal.
Sin embargo, en algunas ocasiones lo que se busca precisamente es decir algo que no signifique
nada. Así, por ejemplo, ante una pregunta que consideramos inoportuna y que no nos sentimos
obligados a contestar.
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No es infrecuente que encuentros entre personas del sexo opuesto comiencen con elaborados
intercambios de señales no verbales. Con algunas de estas señales se indica al otro, antes de que
ninguna palabra haya sido emitida entre ellos, el interés y la oportunidad de iniciar un diálogo
verbal.
La habilidad para emitir y recibir efectivamente estos mensajes no verbales resulta esencial para
la interacción social exitosa. Argyle (1969) sugirió que «esta habilidad es una estrategia
aprendida, al igual que cualquier otra. Algunas personas simplemente son mejores que otras. La
ausencia de esta habilidad supone desadaptación, lo que puede ser remediado con un adecuado
entrenamiento en estas estrategias».
Los mensajes no verbales no son meras o simples alternativas al uso del lenguaje. La
comunicación no verbal (en adelante, CNV) tiene características y peculiaridades que la
diferencian del lenguaje verbal, como sistema de comunicación.
De una parte, la decodificación y la reacción a los mensajes no verbales suele ser mucho más
rápida, automática e inmediata que respecto de los mensajes verbales. En la CNV puede
sostenerse que casi no necesitamos analizar y decodificar, conscientemente, lo que esos mensajes
significan.
Por contra, los mensajes verbales suponen, normalmente, una secuencia de codificación y
decodificación más concienzuda y parsimoniosa, ya que cuesta más tiempo entender, interpretar y
preparar una oportuna y pertinente contestación a una sentencia verbal. De aquí, que hoy se
sostenga que los mensajes no verbales están mucho menos sujetos a la interpretación y
consciente autorregulación que los mensajes verbales.
Estas señales y signos no verbales nos informan de aspectos que son tal vez difíciles de comunicar
de forma verbal, como ciertas actitudes, emociones y sentimientos respecto de los cuales la
persona que gesticula no querría comunicados.
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De otra parte, la comunicación verbal y no verbal difieren en lo que se refiere a los contenidos
comunicados, ya que los mensajes no verbales tienden a ser mucho más eficientes en la
transmisión de actitudes y emociones que la comunicación verbal. A esta conclusión llegaron
Argyle, Salter, Nicholson, Williams y Burgess (1970) y Argyle, Alkema y Gilmour (1971). Esto tal
vez puede parecer sorprendente, ya que de ordinario se supone que la comunicación no verbal
sólo acompaña y, si acaso, completa a la comunicación verbal.
Una explicación de estos sucesos se dio una vez que se estudiaron las restricciones culturales
respecto de lo que puede ser o no comunicado, mediante el lenguaje. En la mayoría de los países
de la cultura occidental, no se acepta la expresión verbal directa de actitudes y emociones
interpersonales. Esta negación obliga a comunicar tales contenidos mediante señales no verbales,
que no pocas veces contradicen el contenido del mensaje de lo que se dice de palabra.
Darwin explicó este fenómeno en términos evolutivos: el sistema de señales no verbal es mucho
más primitivo que el verbal y, por consiguiente, está más adaptado a la comunicación de
mensajes básicos de tipo emocional.
En síntesis, podemos decir que los mensajes no verbales se emiten y reciben mucho más
rápidamente, no están bajo control consciente, y son más poderosos y eficaces que la
comunicación verbal para trasladar a las otras personas ciertas actitudes y emociones.
De este modo se establece una relativa especialización selectiva respecto de los canales de
comunicación que empleamos. Para referirnos a cosas externas o ajenas a nosotros mismos, para
solucionar problemas, etc., utilizamos por lo general el lenguaje verbal. En cambio, para
comunicar contenidos de la vida social y personal como valores, actitudes y reacciones, que
atañen a la propia intimidad, utilizamos el canal que es pertinente en la comunicación no verbal.
De aquí que los mensajes no verbales jueguen un rol imprescindible en la comunicación a otras
personas de los personales estados emocionales y de la propia y recóndita intimidad.
Acabamos de observar que el lenguaje y los mensajes no verbales, en tanto que sistemas de
comunicación, tienen muy diferentes características, lo que condiciona en buena parte que el
principal rol por ellos jugados esté al servicio de la interacción social.
Entre los estudiosos de estos temas, hoy se reconoce que la investigación acerca del lenguaje
debe incluir también la comunicación no verbal, tal y como acontece en la realidad (Forgas, 1985).
Es posible que quizá dos vías de información resulten contradictorias o que funcionen con cierta
independencia una de otra, manteniendo −por decirlo de alguna manera− dos conversaciones a la
vez. De hecho, los mensajes no verbales suelen restringirse para comunicar propósitos no
fácilmente expresables mediante el lenguaje verbal. En síntesis, que las señales no verbales se
emplean, principalmente, para cumplir las cinco funciones siguientes:
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Estas son, según Argyle (1969 y 1972), las funciones que hoy se atribuyen a la comunicación no
verbal.
No nos damos cuenta de ello, pero incluso la más simple interacción social requiere una dirección
cuidadosa y compleja por parte de quienes participan en ella. De hecho, necesitamos
continuamente indicar al interlocutor cuáles son nuestras reacciones positivas o negativas a lo que
nos están comunicando, el aumento o descenso de nuestro interés por lo que nos está diciendo,
nuestro deseo de redefinir o de poner fin al encuentro, así como otros muchos mensajes, cuyas
funciones son esenciales para la continuidad de la interacción.
Cuando dos personas inician un diálogo, sus intercambios verbales suelen estar dirigidos,
soportados y apoyados en la modalidad de la comunicación no verbal. Este hecho es muy
significativo. A pesar de emitir algunas expresiones verbales de un relativo interés, es imposible
continuar una conversación con alguien que a través de ciertas señales no verbales nos está
expresando su aburrimiento o ausencia de interés.
Así, por ejemplo, es muy difícil comunicamos con las personas que no nos miran, que no asienten
a lo que estamos diciendo o que toman una postura distante respecto de nosotros, orientando su
cuerpo hacia otra parte. Sea cual fuere el tópico de la conversación (por muy burdo que éste sea),
sin las continuas manifestaciones no verbales que apoyan, reivindican un cierto interés y dirigen el
intercambio de información, sería imposible mantener la interacción.
Introducirse en un círculo de personas que están hablando en una fiesta, exige poner en marcha
uno de los más complejos ejemplos del ritual no verbal que es previo a la pronunciación de una
sola palabra.
También para poner fin a una conversación es conveniente y muchas veces necesario manifestar
ciertos comportamientos, lo que supone ciertas habilidades y destrezas no verbales
2. Autopresentarse
Un rasgo esencial de toda interacción social es que nuestra auto estima y auto imagen son
puestas en tela de juicio, durante el encuentro interpersonal. En ese escenario natural es donde
precisamente debemos establecer exitosamente ciertas interacciones (con nuestros nuevos
amigos) y mantener el adecuado punto de vista acerca de nosotros mismos.
Pero la situación puede resultar azarosa si estamos fuera de nuestro medio social habitual o si
hemos de presentarnos ante muchos desconocidos, sin apoyarnos en las personas que
previamente nos conocen como somos.
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El canal verbal no sólo es más lento e infructuoso para comunicar este tipo de información, sino
que es también más ambiguo. Un problema relacionado con la comunicación de emociones (García
Villamisar y Polaino-Lorente, 1998a, b y c) es que para comunicarse al otro a través de las
palabras, debemos primero identificar y etiquetar la emoción que estamos experimentando, lo que
en muchas ocasiones constituye un proceso difícil y complejo.
Por contra, no suelen darse muchos problemas para emitir este tipo de información a través de la
expresión facial. Ekman y colaboradores (1983) comprobaron que es muy fuerte la vinculación
entre las emociones y su expresión facial. En uno de sus estudios más relevantes sostuvieron que
las personas con las que trabajaron parecían experimentar la emoción apropiada, sencillamente,
cuando eran instruidos para mover de determinada forma los músculos de la cara, movimientos
que eran equivalentes a los que suelen manifestarse, espontáneamente, cuando experimentamos
esa emoción concreta.
Además, como ya hemos observado, las normas culturales de las sociedades occidentales suelen
limitar la comunicación verbal de emociones. Los mensajes no verbales son los que, de ordinario,
se ocupan de cumplir esa importante función.
Pero no sólo a través de la expresión facial se comunican las emociones. La postura, los gestos, la
distancia, la mirada, etc., son, qué duda cabe, fuentes emisoras de ese tipo de información. En
este sentido, la conducta de las mujeres parece ser mucho más elocuente, brillante y precisa,
tanto para la emisión de mensajes no verbales con contenido emocional, como para su exacta
recepción.
4. La comunicación de actitudes
La mayoría de las actitudes pueden ser expresadas tanto de forma verbal como no verbal. Lo que
sucede es que las señales no verbales normalmente reafirman, subrayan y completan el
significado transmitido mediante el lenguaje.
En los encuentros sociales, muchas otras actitudes −particularmente las que son temporales y/o
muy versátiles− son exclusivamente comunicadas a través de mensajes no verbales. Como hemos
observado líneas atrás, estos mensajes no sólo informan acerca de las actitudes, sino que forman
parte también e intervienen en la dirección de aquella concreta situación social.
De acuerdo con Argyle, Alkema y Gilour (1971), parece haber una fuerte evidencia respecto del
importantísimo rol que desempaña el canal no verbal de comunicación −mucho más relevante que
el verbal− en la comunicación de actitudes interpersonales
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INSTITUTO DE ENLACES EDUCATIVOS, A.C.
1) Las indicaciones de inmediatez o intimidad que se emplean para comunicar una cierta
unión y/o evaluación.
2) Las indicaciones de relajación que se emplean para comunicar ciertas diferencias de
estatus y de control social.
3) Las indicaciones de actividad que se emplean para comunicar una relativa viveza e interés.
Estas tres dimensiones de los mensajes no verbales, propuestas por Mehrabian, tienen su justa
correspondencia con otros procedimientos de clasificación de la comunicación, que fueron
enunciados por Osgood, Suci y Tannenbaum (1957).
Los últimos autores citados clasificaron muchas palabras y otras unidades semánticas en tres
dimensiones. Schlossberg (1954), en cambio, clasificó las expresiones de las diversas emociones,
según tres características. Evidentemente con estas clasificaciones se pretendió simplificar y
codificar mejor los trabajos de investigación, especialmente de aquellos procedimientos
observacionales cuyos contenidos eran precisamente los mensajes no verbales.
De otro lado, Pierre Guiraud (1980), en su libro El lenguaje del cuerpo hace una análisis de las
señales que los seres humanos emitimos a través de los gestos. En esta publicación, el autor
estudia el cuerpo como emisor de información. Sin embargo, sus explicaciones no son muy
congruentes y rigurosas, ya que sigue procedimientos poco precisos, muy del gusto de las
pseudociencias que, a lo largo de la historia, han tratado de estas cuestiones.
Respecto de la información obtenida a partir del propio cuerpo, tal y como se nos presenta, tres
han sido las principales disciplinas que lo han estudiado. De una parte, la fisiognomonía o carácter
de la morfología, que estudia los rasgos físicos de las personas como signos que suministran cierta
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INSTITUTO DE ENLACES EDUCATIVOS, A.C.
Son muchas las caracterologías que se han construido a partir de ciertos rasgos. Sin embargo, las
comprobaciones experimentales no parecen estar de acuerdo con lo que de ellas se afirma en la
teoría, aunque, sea también evidente que los rasgos de una persona nos dicen algo acerca de ella
y constituyen una cierta información para el interlocutor, al que, de hecho, acaba por influirle en
mayor o menor medida.
Por último, los rasgos fisiognómicos y patognomónicos dan origen a la construcción de ciertas
metáforas. Así, por ejemplo, inferimos a partir de ellas si un recibimiento ha sido frío o cálido,
cortante, distante, etc.
A lo que parece, cualquier imagen de la actividad corporal (respiración, calor vital, gestos,
movimientos, etc.) sirve para estructurar vastos y complejos campos léxicos. El simbolismo y el
empleo analógico de la fisiognomía y de la patognomía hacen el resto en la construcción de este
discurso implícito.
Hasta aquí los indicios naturales y/o espontáneos aportados por el propio cuerpo. Pero
disponemos, además, de otros sistemas explícitamente arbitrarios y convencionales. Tres son
también las disciplinas que han estudiado este tipo de información no verbal suministrada por el
cuerpo humano.
La kinética se dedica al estudio de los gestos y de la mímica, como signos de comunicación, sea
en sí mismos considerados o como signos que acompañan al lenguaje articulado.
La proxemia estudia las posiciones y desplazamientos del cuerpo como fuente capaz de
suministrar importante información.
Por último, la prosodia, es la disciplina que estudia los sonidos que emitimos cuando hablamos.
También la forma en que modulamos la sentencia que estamos pronunciando suministra cierta
información al interlocutor, a través de algunos de sus componentes como la melodía, el ritmo, el
volumen, el timbre, etc.
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1) Conocimiento de las metas comunes que tienen los miembros que forman el grupo. La
familia como grupo humano está compuesta por personas que tienen niveles distintos de
maduración, de responsabilidad, pero que tienen unos vínculos, espacios y metas
comunes. Esto no es percibido conscientemente cuando los hijos son pequeños, pero al
madurar lo asumen de manera implícita.
2) Comunicar y consensuar con los otros miembros lo que quiere conseguir quien ejerce la
autoridad. Quien ostenta
3) la autoridad tiene que saber qué quiere para el grupo. Necesita de un tiempo de
clarificación personal. Cuando lo ha realizado, precisa exponerlo de manera explícita a los
otros que forman el grupo, de forma verbal como a través de su conducta y decisiones
para hallar el consenso entre los miembros del grupo.
4) Cumplir y hacer cumplir las metas marcadas y consensuadas. Pero no basta que todos los
miembros del grupo sepamos qué hay que hacer, es necesario que se lleve a la práctica lo
previsto. Es la capacidad de mover que tiene quien ejerce la autoridad, ya sea por su fama
o prestigio, ya sea por procedimientos más coactivos.
Prescindir de las fases, puede dar lugar a deformaciones de la autoridad. Cuando se prescinde de
comunicar y consensuar entre los miembros las normas, surge el autoritarismo −ejercicio
arbitrario de la autoridad−; cuando no se cumplen ni se hacen cumplir las normas marcadas y
consensuadas, se instala el abandonismo −la renuncia a la autoridad−.
Los padres tienen autoridad por el hecho de ser padres. Pero la autoridad se mantiene, se pierde o
se recobra por el modo de comportarse. La autoridad se mantiene o se recobra por el prestigio.
Esta afirmación es equivalente a la de "educamos por lo que somos". Es decir, por la congruencia
entre lo que somos, lo que hacemos y lo que decimos.
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La semántica se refiere a la relación entre las palabras utilizadas en los mensajes y los objetos o
ideas que los representan. Si el objeto o idea designada por la palabra está totalmente fuera de la
experiencia del receptor, el mensaje pierde significado. Se pierde la comunicación.
La función de la familia es establecer códigos para que sus miembros puedan corresponder con
una interpretación semejante.
Autoestima significa tener confianza en uno mismo, ser independientes y tener control sobre
nuestros actos.
Cuando el niño se siente amado y respetado y ha podido recibir el mensaje de la madre a través
de la mirada, entonces es más fácil que acepte los valores y normas familiares, se identifica con
los padres, los toma como modelos para expresar sus sentimientos hacia los demás, puede
desarrollar un sentido de confianza básica (seguridad), evitando el temor y la inhibición de sus
actos.
Es muy importante lograr un ambiente familiar favorable que estimule la confianza. Esto se puede
lograr partiendo de la base de que los padres poseen confianza en ellos mismos, haciendo que su
hijo desarrolle las habilidades que le permitan tener éxito; y así mismo entenderá que los triunfos
no llegan siempre a la primera y se esforzará por conseguir siempre lo mejor.
El riesgo de no brindarle una traducción sana a nuestros hijos de lo que son, es decir, inflarle
mucho el EGO o por lo contrario desinflarlo ocasionara graves problemas en la estructuración y
formación del SELF (instancia psíquica que nos permite darnos cuenta de qué somos nosotros,
porqué nos sentimos nosotros mismos y no alguien más dentro de un parámetro de la realidad).
1) Considerar a cada uno de nuestros hijos como individuos con valor. De esta manera se
sentirán como seres capaces de desarrollar sentimientos positivos.
2) Siempre debemos estimularlos con frases de aliento y tratar de evitar las frases ofensivas
o que minimicen sus tareas diarias.
3) Aunque nuestras ocupaciones nos absorban el 99% de nuestra vida, debemos mostrar
interés en lo que hacen nuestros hijos y preguntarles qué piensan de los asuntos de la vida
cotidiana, para que expresen su opinión y evitar forzarlos a que piensen como uno.
4) Apoyarlos siempre cuando las cosas no marchen bien aunque las hayan provocado.
(Recuerden que siempre hay acuerdos y tratos).
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En casa, las cosas que deben de propiciarse para conseguir esto, son:
1) Amar y respetar a los hijos como son, con su temperamento, carácter, necesidades
educativas especiales, etc.
2) Nunca debemos hacer comparaciones entre los hermanos y amigos, esto los lastima mucho
y genera agresividad entre ellos y hacia nosotros como padres.
3) Como papás ser buenos modelos y SIEMPRE actuar con el ejemplo.
4) Propiciar un ambiente democrático en el hogar. Esto significa distribuir responsabilidades
en la medida de su madurez y ser escuchados cuando lo soliciten. Con esto estamos
dándole el lugar que le corresponde a cada quien.
5) Intentar integrar un hogar estable, es decir, que promueva el compañerismo y el apoyo
para resolver juntos algún problema de cualquiera de los hijos.
La autoestima y la comunicación están muy relacionadas, porque según como se diga algo, el
efecto será positivo o negativo, de aprendizaje o de resentimiento, que se transmite desde la
infancia hacia el futuro. Por esta razón, se entiende que los padres y madres que dañan la
autoestima de sus hijos no siempre lo hacen intencionalmente, ya que ellos fueron educados del
mismo modo.
Cuando los padres quieren que sus hijos reaccionen como ellos desean, suelen comportarse de
maneras particulares. Estas maneras pueden ser:
Mártires: controlan al niño haciéndolo responsable de su sufrimiento y culpable por todo lo que
pueda querer o hacer que no le caiga bien a estos mártires, a quienes nada les viene bien, y
recurre a las quejas, los reproches, las lagrima, las amenazas de que les va a dar una ataque,
etcétera.
Los dictadores: controlan al niño o la niña atemorizándolos cuando hacen algo no autorizado, son
estrictos y amenazantes para que obedezcan y todo los enfurece. Condenado de manera
inapelable al niño, con burlas, gritos, despliegue de poder y dominación.
Como puedes ser tan estúpido/a, como no te das cuenta de las cosas-
A veces estos roles (mártir y dictador) se combinan, se alternan y agregan mas confusión a los
chicos porque también van acompañados con demandas o manifestaciones de cariño. Y si un hijo
llega a quejarse, a llorar o a reclamar por el trato que recibe puede volver a ser juzgado, culpado
y descalificado.
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Esas voces quedan resonando dentro de nosotros toda la vida. Por eso hay que aprender a
reconocerlas y anular su poder para que no nos sigan haciendo sufrir, para liberarnos de esos
mandatos distorsionados y para no volver a repetírselos a nuestros hijos e hijas.
Ninguna forma de maltrato es educativa y ningún mensaje o comunicación que culpabiliza, critica,
acusa, insulta o reprocha es un buen estímulo para nadie. Y menos en la infancia, cuando no hay
posibilidades de defenderse, protegerse o entender que es la impotencia y el desconocimiento de
otras formas de trato lo que lleva a los padres y madres a asumir ese papel de mártir o de
dictador.
"Lo primero que hay que entender es que no podemos hacernos cargo toda la vida de los
problemas que amargaron o hicieron de nuestros padres y madres personas mártires o dictadoras.
Basta con empezar a investigar de que manera nos afectaron esas actitudes, para comenzar a
liberarnos de sus efectos y no repetir nada de esto con los propios hijos e hijas, con nuestros
alumnos, con cualquiera de nuestros chicos o chicas que puedan estar a nuestro cuidado."
Se podría decir que la gran parte de los problemas que se dan entre marido y mujer son por falta
de comunicación, pues la comunicación en el matrimonio es un proceso necesario para que la
pareja se una y forme un proyecto en común, incluso podemos decir que el matrimonio es
comunicación, pues si lo esencial en el matrimonio es el amor, este amor es por naturaleza
comunicación.
Gracias a la comunicación se pueden conseguir los objetivos educativos trazados, pues el diálogo
estimula el clima de confianza en la familia y así se puede llegar a conocer el problema de un hijo
antes de que se produzca, o se haga más grande.
La comunicación conyugal es un factor necesario dentro de la comunicación familiar. Si la primera
marcha bien, la segunda se dará con mayor facilidad. El trato mutuo de los esposos es el espejo
en el que miran los hijos.
5.1 Algunas actitudes educativas respecto a la comunicación
Los padres responsables deberían preguntarse: ¿Cuántas horas, o minutos, paso al día con mis
hijos? ¿Con qué intensidad vivo ese tiempo? ¿Estoy en casa con ellos y para ellos? ¿Me dedico
seriamente a mirarlos, a conocerlos, a quererlos, a comprenderlos?
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Un aspecto clave en la comunicación y que generalmente falla es el saber escuchar. Por ello, vale
la pena dedicarle un poco de espacio. Para volverse un oyente eficaz la primera condición es el
respeto mutuo. El respeto significa aceptar lo que el otro dice, aunque no esté de acuerdo. Y
significa que los hijos y los padres puedan expresar sus creencias y sentimientos, sin temor a ser
rechazados.
No podemos escuchar a nuestros hijos mientras preparamos la comida, o mientras arreglamos los
cajones, o le echamos una ojeada a la televisión. No podemos comunicarnos porque estamos
pendientes de otra cosa, no de los sentimientos de nuestro hijo. Escuchar implica establecer un
contacto visual, y una determinada postura física que diga: «Te estoy escuchando».
Hay que saber reconocer los sentimientos que están detrás de lo que los hijos dicen, y de lo que
no dicen. Esto es lo que llaman saber oír con el corazón. Como dijo la zorra en el libro El
Principito, «Sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos». Así, hay
que comprender lo que el niño siente, lo que nos quiere dar a entender, y después explicar ese
significado, de tal manera que el niño se sienta comprendido y aceptado.
Por ejemplo, un niño rebelde lo que está pidiendo a gritos es atención, es que platiquemos con él.
Pero de tal manera está viciada la relación con sus padres, que eso lo demuestra con rebeldía. No
nos dice: « ¡Es que te tengo coraje!», porque si lo hace corre el riesgo de que le den una tunda y,
entonces, mejor no dice nada.
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Para ayudarnos a ser asertivos es importante tener una visión positiva de la vida y un sentido de
nuestro valor como seres únicos, tener claros nuestros derechos y responsabilidades, resulta útil
expresar algo positivo a cada persona con quien trate en el día, aunque sean solo pequeños
detalles, recuerde que estos pueden hacer grandes diferencias.
Hacer una lista de las cosas que más nos gustan de nuestro trabajo y hogar es una buena idea
para comenzar a entrenarnos para ver lo positivo de cada situación. Una vez terminada esa lista
elabore otra con sus mejores atributos personales, esto le permitirá mantener una perspectiva
clara al surgir situaciones que le brinden la oportunidad de actuar asertivamente.
Para facilitarle ser asertivo es importante identificar sus derechos, como ser humano usted tiene
derecho a:
• Alcanzar sus metas
• Decidir el rumbo de su vida
• Sus propias opiniones
• Mejorarse a si mismo
• Privacidad
Cometer errores
Haga valer sus derechos. Insista en ser tratado de manera justa. Sea tan claro y específico como
pueda al expresar lo que quiere, piensa y siente.
Disentir pasiva y activamente
Cuando usted no esté de acuerdo con alguien, no es recomendable fingir estarlo sólo por
"mantener la calma" sonriendo, asintiendo o prestando atención. Sería más beneficioso a largo
plazo cambiar el tema o expresar nuestro desacuerdo más activamente.
Preguntar por qué
Si una persona le solicita hacer algo que le parezca poco razonable o desagradable pregunte "por
qué" debe hacerlo. Como adultos merecemos una explicación y es nuestro derecho insistir en una
explicación convincente.
Hablar de usted mismo
Si ha hecho algo que considera deseable de compartir hágalo, permita que los demás se enteren.
También permita que los demás conozcan su opinión y sus sentimientos sobre cualquier cosa que
le parezca de interés. No se trata de monopolizar las conversaciones, pero de participar cuando
sea apropiado.
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Las personas asertivas son personas comunes y corrientes, y pasan desapercibidas hasta que se
encuentran ante una situación en la que es necesario negociar, es entonces cuando se diferencian
por:
• Saber lo que quieren
• Asegurarse de ser justos
• Solicitar lo que desean con claridad
• Mantenerse calmados
• Aceptar la critica y el elogio con ecuanimidad
• Expresar elogios y afecto abiertamente
• Ventilar constructivamente sus emociones negativas
• Como puede ver son simples detalles, pero al combinarlos y aplicarlos eficazmente
podemos lograr grandes cambios positivos para nosotros y todos quienes nos rodean.
Tipos de asertividad
Está es una expresión simple y directa de sus creencias, sentimientos u opiniones. Usualmente
una simple exposición de la forma "Yo quiero" o "Yo siento".
Acción asertiva por empatía
Demuestra sensibilidad hacia la otra persona. Usualmente contiene dos partes, un reconocimiento
de la situación de la otra persona o sus sentimientos, seguida de una exposición que hace valer
nuestros derechos.
A continuación un ejemplo que recientemente le sugerimos a una joven y fue empleado con éxito
para mejorar la comunicación con su pareja: "Yo se que has estado muy ocupado, pero me
gustaría sentir que nuestra relación es importante para ti. Me gustaría que hicieras tiempo para mi
y para nosotros."
Acción asertiva progresiva
Esto ocurre cuando la otra persona no responde a nuestra aserción básica y continua intentando
violar nuestros derechos. En ese caso gradualmente escalamos en nuestra aserción y nos
mostramos progresivamente firmes. Esto podría incluir el mencionar algún tipo de acción como
consecuencia; realizada sólo después de varias exposiciones asertivas básicas.
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Por ejemplo:
"Si mañana cuando vuelva mi computadora no está lista me veré forzado a acudir a la oficina de
protección al consumidor."
Enfocar el "Yo"
Esto es especialmente útil para expresar sentimientos negativos. Comprende una exposición de
tres partes:
Para comenzar sería recomendable desarrollar un sistema de creencias y valores que le permita
ser asertivo consigo mismo. Se trata de darse permiso a si mismo, permiso para enfadarse, para
decir "No", para solicitar ayuda y para equivocarse.
Aprenda a emplear los diferentes tipos de acciones asertivas y técnicas mencionadas
anteriormente.
Sólo leer estas líneas no le convertirá en una persona más asertiva, pero el poner en práctica la
información que le ofrecen si podría hacerlo. De ser posible póngase de acuerdo con un amigo o
familiar para ayudarse mutuamente.
Al practicar con un amigo o familiar podemos obtener su ayuda y escuchar su opinión sobre como
lo estamos haciendo. A la larga el comunicarnos honestamente puede beneficiar nuestras
relaciones.
Al principio es preferible probar cambiar nuestro comportamiento en las situaciones de menos
riesgo, con la práctica podremos asumir una actitud asertiva como nuestro comportamiento
natural.
Actuando
Si le parece que lo anterior es simplemente una exposición de ideas felicítese, es una opinión
asertiva, esa es nuestra parte de la ecuación "Ganar - Ganar" nuestro compartir de lo que hemos
encontrado hasta ahora funciona para nosotros.
Nosotros ganamos cada vez que las ponemos en práctica al permitirnos encontrar soluciones
satisfactorias para todas las partes involucradas, ganamos en satisfacción al compartirlas con
usted, y usted está en posición de ganar también al ser asertivo y elegir cuales de ellas decide
adoptar para permitirse alcanzar mayores niveles de satisfacción personal.
El ser asertivos es una cuestión individual, no existe fórmula mágica alguna, se trata de evaluar
opciones y elegir la más apropiada para nosotros, tal vez después de adaptarla a nuestra
personalidad.
De cualquier manera si al leer las anteriores líneas por lo menos pudo encontrar un punto con el
cual identificarse, eso ya es ser asertivo, sólo resta ponerlo en práctica para cosechar los
beneficios.
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La habilidad de expresarnos de una manera amable, franca, abierta, directa y adecuada, logrando
decir lo que queremos sin atentar contra los demás, se denomina asertividad. La comunicación
asertiva es apropiada, considerando el lugar, la oportunidad, la intensidad, las características del
interlocutor y el lenguaje no verbal.
Comunicarnos en forma asertiva no es fácil. Desde la infancia, en la familia, luego en la escuela y
después en el trabajo, aprendemos a veces a callar nuestros verdaderos sentimientos y
pensamientos debido a las consecuencias que pueda tener el expresarlos abiertamente. Pero no
nos hace felices el callar o el expresar lo que sentimos o pensamos de manera tímida o
disculpándonos, en tal forma que somos ignorados. Toda persona tiene derecho a expresarse y a
ser ella misma y a sentirse bien por hacerlo así, siempre y cuando no lastime a otros o viole sus
derechos.
La asertividad se encuentra a la mitad entre dos extremos: la no-asertividad y la agresividad
(buscar lo que se quiere sin tener en cuenta el efecto en otras personas y en las relaciones).
El trato con una persona no asertiva, produce sentimientos de lástima o desprecio hacia esa
persona. El trato con un agresivo hace sentir nuestros derechos transgredidos, ofensas y
humillaciones, y produce una postura defensiva o a su vez agresiva. En contraste, tratar con una
persona asertiva nos lleva a sentir respeto por esa persona que es capaz de expresarse con fuerza
y amabilidad sin atropellarnos. "No ser ni el camello que absorbe adversidades y lleva a otros a
cuestas, ni el león que impone a la fuerza sus condiciones..." Rafael Echeverría
Por lo anterior, los puntos básicos para la Asertividad son:
En otra definición de Asertividad que menciona Keith Davis en su libro "El Comportamiento
Humano en el Trabajo", menciona que asertividad es el proceso de expresar sentimientos, pedir
favores razonables, dar y recibir una retroalimentación honesta. El individuo asertivo no tiene
miedo pedirle a la otra persona que modifique su conducta ofensiva y no se siente incómodo por
tener que rechazar las peticiones no razonables del otro.
Ejemplo: retroalimentación. Tres tipos de respuesta.
Padre - (Enojado) ¡Luis! ¡Tus calificaciones son un desastre! ¡Eres un pésimo estudiante!
(Claramente, el padre ha tomado una actitud agresiva. Veamos posibles respuestas del hijo).
Hijo - (No asertivo) (se queda callado, o dice) Sí papá (echando humo por dentro).
(El mensaje que está mandando el hijo es en realidad: "Yo no cuento. Te puedes aprovechar. Mis
sentimientos no son importantes").
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Hijo - (Agresivo) ¡Eso no es cierto! ¡Y ya me cansé de que me esté regañando! ¡Un buen padre
debe apoyar a sus hijos!
Padre - ¡Vete a tu habitación!
(La respuesta del hijo no es respetuosa; lanza un reto a la autoridad del padre al tratar de
dominar la situación en forma unilateral. El mensaje es "Esto es lo que yo pienso y no me importa
lo que tú pienses o sientas. Le tiro a ganar").
(A continuación, veamos como el hijo aplica primero escucha activa y empatía, antes de dar una
respuesta asertiva).
Hijo - (Escucha activa, reflejando el contenido). ¿Tú sientes que mis calificaciones pueden
mejorarse? Creo que has observado casos en los que no he actuado con el suficiente empeño en
mis estudios ¿es así?
Padre - ¡Así es!
(De paso, el hijo ha aplicado lo que Kofman atinadamente llama verbal aikido - en lugar de
recibir el impacto, lo ha desviado en su favor, al sugerir mejora y casos en lugar de las
generalizaciones del padre).
Hijo - (Empatía, reflejando sentimientos) Comprendo. Percibo que estás molesto por esta
situación.
(Empatía, tratando de entender motivos) Te agradecería mucho me indicaras alguna situación
específica en la cual sientes que me ha faltado empeño.
(Más aikido). Además, apreciaría tus valiosas sugerencias para mejorar en este aspecto.
(Nota el Percibo que estás molesto, haciendo referencia a la percepción, las emociones del padre).
Padre - Con mucho gusto...
(Describe una o dos situaciones, y da algunos consejos. El hijo aplica más escucha activa para
entenderlo). Finalmente:
Hijo - (Asertivo, firme pero atento). Agradezco tus observaciones y sugerencias. Cuando me
indicaste que "mis calificaciones eran un desastre" me sentí agredido. En futuras ocasiones, te
agradeceré tus observaciones de otros casos específicos y sugerencias para mejorar. A propósito,
quisiera aprovechar para destacar los siguientes logros importantes en mis estudios...
(Mensaje: así pienso, siento, percibo la situación yo, el hijo, quien como persona digna, soy tan
importante como tú).
En este ejemplo, podemos notar cómo el escuchar, entender y comprender están íntimamente
relacionados con la asertividad (puede decirse que forman parte de ella). No hubiera sidoadecuado
que el hijo respondiera de inmediato al primer mensaje de su padre, antes de entender
claramente el mensaje y los motivos y sentimientos ocultos que lo habían provocado. "Strive first
to understand, then be understood", dice Covey.
Es interesante analizar la estructura de la última respuesta del hijo, típica de muchas respuestas
asertivas: "Cuando tú hiciste ESTO en particular, me afectó ASÍ. En futuras ocasiones, te
agradecería que mejor hicieras ESTO OTRO. “¿Distingues esta estructura en la respuesta del hijo?
El siguiente tipo de respuesta se puede confundir con el anterior: "Cuando TÚ ERES ASÍ
CONMIGO, me HACES SENTIR ASÍ. Sería mejor que fueras ASÁ". ¿Te imaginas el efecto si el hijo
le hubiera dicho a su padre "cuando tú eres agresivo y regañón, me haces sentir fúrico? Te
agradecería que fueras más educado...?" El hijo estaría culpando al padre por como él es, no por
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En la familia se debe utilizar la Comunicación como un arma estratégica, basada en los siguientes
aspectos:
3. - Comunicación directa
Hay que hacer énfasis en la comunicación directa con los hijos, es básico el contacto directo con
ellos, ya que con esta relación damos confianza, sobre todo en conflictos y grandes cambios. En
estos contactos se pueden utilizar las pláticas individuales, y las reuniones en las que los padres
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Las decisiones que toman los participantes se hacen, principalmente, en dos sentidos:
• Sin considerar el problema o conjunto de problemas que se estén afectando, lo que deriva
en una "decisión por omisión"; o bien,
• Los problemas se asocian a ciertas decisiones en tanto no exista una mejor alternativa, lo
que supone una decisión contingente.
Los participantes como los problemas y las soluciones varían de situación en situación. El
resultado que tenga una decisión esta en función del tiempo de que se disponga, la situación
contextual en el cual se desarrolla el proceso decisorio, los problemas que se estén enfrentando
en ese momento y de la disponibilidad que tienen los participantes para atender su solución. Las
decisiones consideradas como "no importantes" son las que, generalmente, resuelven más
problemas.
Hay aspectos que podrían afectar a la familia cuando tienen la necesidad de tomar decisiones,
como una mala comunicación, cualidades de la toma de decisiones y perfiles personales de
quienes toman decisiones ya que del resultado de una decisión puede ser la diferencia entre el
éxito o fracaso. También podría observarse que una persona debería de tener ciertas capacidades
y experiencia de acuerdo al nivel de la decisión ya que una persona que no conoce del tema a
decidir no tiene una visión clara para enfrentar lo que pudiera estar a punto de decidir, una
persona con habilidades podría tomar el control sobre las demás personas haciéndolas creer que
sus propuestas son correctas y no dejar a los demás la oportunidad de poder pensar y que se
adelanten a tomar una decisión buscada por uno y lograr los objetivos buscados.
Una persona debe tener capacidades especiales que son captadas por la experiencia, como un
buen juicio y creatividad.
Un decisor es aquel que se apoya de otras decisiones y de otras personas con conocimientos
adecuados para poder hacer una buena decisión.
La toma de decisiones
Planificar, resolver problemas, mejorar la eficiencia, reducir los errores; todo esto depende de que
usted sea capaz de tomar e implementar decisiones correctas.
Decidir sobre algo significa hacer una elección o llegar a una conclusión y ninguna de las dos cosas
es fácil. A veces hay que tomar decisiones muy difíciles; por ejemplo, mudarse, cambiar de
trabajo, casarse, divorciarse, etc. Pero es vital poder tomar decisiones correctas, porque el
bienestar, incluso la supervivencia, de una vida o de una familia, depende casi enteramente de la
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Además, ¡No hay vida tan completa como la que uno elige vivir! ¿Quién soy? ¿Qué es lo que
quiero? Muchos de nosotros vamos por la vida sin hacernos y sin contestarnos estas cruciales
preguntas. Sin embargo todos los días, todas las semanas, todos los meses y todos los años
tomamos decisiones que influyen en gran medida nuestras posibilidades de fracasar o de tener
éxito.
¿Cuáles son las grandes y pequeñas decisiones que nos gobiernan y qué hacemos con ellas?
¿Cómo podemos evitar el tomar decisiones negativas?
La cuestión de quienes somos y lo que logramos como individuos está determinada en gran parte
por buenas decisiones. Si aprendemos a tomar decisiones correctas, y entendemos el papel que
juegan en nuestra vida habremos descifrado la mayor parte de los fundamentos del desarrollo
personal.
¿Qué es una decisión?
Adoptamos y ejecutamos muchas de nuestras decisiones en segundos. A veces es algo que se da
tan rápido que casi no somos conscientes de ello. Pero es importante analizar lo que sucede y
cómo podemos mejorar el procedimiento, porque las decisiones que tomamos son el medio por el
cual hacemos avanzar nuestra vida y alcanzamos nuestras metas.
Tomar una decisión es como estar en un cruce de caminos. Hay que elegir una opción entre dos o
más alternativas. Estas opciones generalmente están limitadas por condicionantes, por ejemplo:
• La situación en la que nos encontramos ahora.
• La situación en la que quisiéramos estar en el futuro.
• Los recursos disponibles.
• Lo que los demás están dispuestos a aceptar.
• La factibilidad de las distintas opciones.
• El factor tiempo.
Identificar y apreciar estos factores correctamente es uno de los aspectos más importantes de la
buena toma de decisiones.
Tomar más conciencia de las decisiones que toma le ayudará a analizar el proceso de la toma de
decisiones. Por ejemplo, ¿lleva sobre sus hombros toda la carga de la toma de decisiones, o hace
participar a otra gente? ¿Toma las decisiones claves de un modo planificado y racional con mucha
anticipación, o toma cada decisión sobre la marcha? ¿Se basa en su intuición para ayudarse a
tomar una decisión, o prefiere usar el pensamiento lógico para hacer una elección apropiada?
Tipos de decisiones
Existen distintos tipos de decisiones, por ejemplo:
Rutinarias. Estas son decisiones comunes en relación con una gran variedad de cuestiones.
Muchas veces se ahorra tiempo si estas decisiones las adopta una sola persona.
Urgentes. Algunos problemas se dan rápidamente y pueden traer serias consecuencias si no se
los resuelve inmediatamente. Aquí también muchas veces una persona los resolverá
personalmente y dará explicaciones o se justificará luego.
Problemáticas. Este tipo de decisiones hay que tomarlas cuando emerge una dificultad y no hay
una solución evidente. Generalmente resulta más útil que un grupo tome estas decisiones, e
incluso que se consulte a gente externa al problema.
Consultivas. Otras decisiones que uno toma afectarán a otra gente. Muchas veces es importante
hacer participar a los que se verán afectados por los resultados de la decisión.
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Por pequeña y poco importante que parezca cada simple decisión, cuando se van sumando
construyen un modelo. A su vez el modelo crea un ciclo y ese ciclo dibuja un modelo más grande
que define para cada uno de nosotros, nos demos cuenta de ello o no, una manera de vivir.
Es importante saber con qué modelo se identifica en este momento y en cuál le gustaría
encontrarse, para poder decidir algo al respecto.
Estos modelos son:
Modelo I - decisiones que debilitan
Las personas del modelo I toman pequeñas decisiones que debilitan y perjudican. Tienden a
quejarse en vez de sacar el mejor partido de una situación difícil, ven los riesgos y no las
oportunidades. Tienen el hábito (es decir el modelo de toma de decisiones) de pensar primero en
lo peor y después en lo mejor. Contemplan la vida como una serie de luchas y no ven que esas
mismas situaciones pueden significar desafíos y oportunidades de crecer y sentirse mejor.
La gente del modelo I tienden a tener un pensamiento regido por un patrón negativo. Sin siquiera
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tras día, se aseguran de permanecer en el mismo lugar. Sin ser reconocidos por un notable nivel
de logros, tampoco llegan a un fracaso como los del modelo I.
Modelo III - decisiones que fortalecen
Las decisiones que toma la gente que pertenece a este modelo, incluso las más insignificantes, la
ayudan a avanzar, a mejorar a cada instante y en cada día y a prepararse para el éxito. Por
ejemplo: cuando no le dan la película que quiere ver, la persona del modelo III, en lugar de decir
"lo que pasa es que nada me sale bien", dice "está bien, podemos ver otra cosa". Si el servicio no
es muy bueno en un restaurante, en lugar de decir: "Este servicio es muy malo" dice, en forma
casi automática "¡es una gran cosa esto de poder salir y descansar!".
No es que la persona del modelo III ve todo "perfecto" o "maravilloso" sólo acepta que la vida no
es perfecta. Las cosas no son siempre como uno quisiera que fueran. Al reconocer este hecho, usa
cada oportunidad que se le presenta productivamente, para construir y mejorar.
La gente del modelo III se queja poco o nada. Sabe que eso no sirve. Enfrenta cada situación, la
ve como realmente es y saca el mejor partido posible de ella. En lugar de deprimirse, elige
considerar la vida como una serie de oportunidades para fortalecerse y crecer.
Métodos para tomar decisiones
La enumeración que presentamos a continuación señala que existen distintos métodos de toma de
decisiones: arriba, el estilo es autoritario; abajo, democrático; entre ellos una gama de acciones
que se relacionan con el grado de autoridad utilizado por el líder y la cantidad de libertad de que
dispone el resto del grupo para tomar decisiones.
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Es importante notar que hay ventajas y desventajas en ambos extremos. Los líderes que eligen el
método autoritario toman decisiones rápidamente y permiten que los miembros del grupo tengan
todo su tiempo disponible para otras tareas. Sin embargo, no aprovechan al máximo las
capacidades del grupo y sus integrantes pueden no sentirse comprometidos con decisiones que se
les imponen. Los líderes que eligen el método democrático alientan a los miembros del grupo a
sentirse responsables de las decisiones y se aseguran de que todos piensen a fondo en una amplia
gama de ideas. Por otro lado, el método democrático muchas veces se hace lento y pesado.
La medida en que se involucra a otra gente en la toma de decisiones, depende muchas veces de la
cuestión a decidirse. Por ejemplo, puede resultar inapropiado discutir algunas cuestiones de
disciplina o situaciones en las que es importante afirmar la autoridad personal.
En realidad, es improbable que una persona adopte un solo estilo de toma de decisiones.
Probablemente use varios de los métodos descritos en distintos momentos. Además, no se puede
decir que hay estilos "correctos" e "incorrectos" para tomar decisiones. Sólo existen los que logran
o no hacer que la gente se motive y comprometa con la decisión tomada.
Como responder a las disyuntivas
La respuesta meditada
Para tomar buenas decisiones es importante dedicar un tiempo a meditar el problema o la
cuestión. Desgraciadamente, muchas personas no dan una respuesta meditada porque se sienten
bajo la presión de tomar decisiones instantáneas.
Hay una cantidad de barreras que impiden pensar con claridad, incluyendo:
• Las emociones. No tiene nada de malo que a uno le importe un problema, pero es
vital desligarse de las emociones porque pueden nublar el entendimiento
• Estar demasiado pegado a la decisión. Uno puede tener una mejor perspectiva en
relación con determinada decisión, si toma distancia.
Falta de tiempo. Si encuentra que toma malas decisiones por el apuro, debe reevaluar sus
prioridades.
Presiones de otra gente. Puede sentir que otros esperan que sea "resolutivo" y actúe
rápidamente. Pero ser resolutivo significa tomar una buena decisión, apreciar las evidencias
cuidadosamente antes de actuar, y no necesariamente tomar una decisión rápida.
• Pensar a fondo los problemas se parece al ejercicio físico. Parece más difícil si uno
no lo hace mucho, pero cuanto más lo practica, tanto mayores son los beneficios que trae.
La respuesta intuitiva
Con tanto énfasis puesto en la razón y en la lógica es fácil olvidarse de la intuición, esas
corazonadas que nos dicen que un curso de acción particular es el correcto, aunque no podamos
explicar por qué. La gente que ignora su intuición se priva de una fuente poderosa de sabiduría
que puede ser extremadamente útil para ayudarla a tomar decisiones. La toma de decisiones
puede exigir el uso de la intuición y de la razón en distintos momentos.
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La intuición, a la que a veces se llama instinto o "lo que me dicen las tripas", es algo que nos
puede dar una comprensión directa de una situación sin que medie un pensamiento o evidencia
racional visible. Aunque la intuición no sigue ningún proceso de pensamiento consciente, casi
siempre se basa en experiencias pasadas.
Se nos ha enseñado a respetar el costado racional, lógico, de nuestra naturaleza y desmerecer o
negar el costado intuitivo. Si escuchamos y confiamos en nuestra intuición, tendremos la
recompensa de una gran cantidad de información valiosa y una guía para la toma de decisiones.
Recurrir de su intuición no significa que debe eliminar o no prestar atención a su mente racional.
Su intelecto es una herramienta muy poderosa que tiene su mejor uso en el soporte y refuerzo de
su sabiduría intuitiva.
Pasos claves para la toma de decisiones
Cuando la gente toma malas decisiones generalmente se debe a que no ha reunido toda la
información que necesita o que no ha pensado en todas las consecuencias de sus decisiones. En
síntesis, no ha sido sistemática en su método.
La toma de decisiones malas provoca frustración, hace perder dinero, rebaja la moral, debilita la
disposición a esforzarse y da por resultado un mal desempeño, por lo que vale la pena asegurarse
de recorrer todo el procedimiento metódicamente. Puede sonar trabajoso, pero se hace más fácil
con la práctica. Al fin se encontrará cumpliendo los pasos sin tener que pensarlo conscientemente.
Un método sistemático
El siguiente es un método que se puede implementar. Consta de:
1. Fijar objetivos
Identificar los objetivos es el paso más importante de todos. Una vez que pudo centrarse en su
meta, decidir sobre cómo alcanzarla será mucho más fácil.
Hay dos tipos de objetivos de los que tiene que ser consciente:
• Objetivos generales o mediatos, es decir lo que se quiere lograr en el largo plazo.
• Objetivos específicos o inmediatos, es decir lo que se quiere lograr tomando una
decisión particular.
Saber cuáles son los objetivos da libertad y claridad para tomar decisiones dentro de las
responsabilidades que se tienen asignadas.
2. Reunir información
El segundo paso del procedimiento de toma de decisiones es reunir la información que sirva para
lograr los objetivos que se buscan alcanzar. Para que la información sirva tiene que ser:
• Relevante. Si es irrelevante hace perder tiempo y oscurece datos vitales.
• Suficientemente detallada.
• Precisa.
• Completa.
• Oportuna.
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Encontrar nuevas ideas puede no ser tan difícil como a veces se lo hace aparecer, simplemente
tiene que usar la imaginación. Pensar creativamente es una clave para generar opciones o
soluciones nuevas y diferentes para los problemas. Pensar creativamente es la capacidad de ver
problemas o situaciones de modo distinto, de verlos en una perspectiva diferente, desde otro
ángulo, de costado, de atrás para adelante, incluso patas para arriba.
4. Evaluar opciones
Una vez que ha generado varias opciones, el siguiente paso es evaluar las más adecuadas. Para
las decisiones de rutina o urgentes, puede tener que hacer esta evaluación rápidamente y de
modo informal, guiándose por su experiencia y sentido común.
En cambio, para las decisiones más problemáticas o decisiones que tendrán un efecto significativo
sobre su vida, le resultará útil abordar el proceso de evaluación de modo más sistemático. Podría
intentar usar algunos de los siguientes criterios de evaluación:
Factibilidad. Puede evaluar la factibilidad de una opción tomando en consideración:
a) Las capacidades requeridas para implementarla.
b) Los costos. Este a menudo es el criterio de factibilidad más importante.
Votar. Este método se usa generalmente cuando es difícil llegar a un consenso. Sólo debe usarse
si todos los presentes están dispuestos a cumplir con lo que se vote.
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• demostrará correcta.
• El monitoreo le permite aprender de sus errores así como de sus éxitos. La capacidad
para la toma de decisiones se desarrolla con la experiencia, y el monitoreo lo ayuda a
mejorar sus capacidades de toma de decisiones.
Un fruto es un resultado que no aparece de inmediato, sino al final de un ciclo y para el inicio de
otro. Un ejemplo de esto lo tenemos en los hijos; su calidad la vemos en el momento de enfrentar
la vida. Un buen hijo es el que encara su vida con responsabilidad, lo que no significa ser perfecto,
sino haber adquirido la capacidad de asumir los beneficios de los aciertos y el precio de los
errores.
En resumen, la persona que sabe tomar decisiones correctas, da buenos frutos y para ello deben
desarrollarse las siguientes cualidades:
Ser realista. Es la cualidad que permite aceptar limitaciones. Si acepta sus límites, descubre el
espacio de lo que es realmente posible y el equilibrio de la vida se encuentra en desarrollar al
máximo todas las posibilidades. Sin embargo, hay quienes se obsesionan queriendo desarrollar
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- Situación: A veces nuestras decisiones son impulsivas por estar tomadas en situaciones
específicas o de crisis. Las consecuencias de estas decisiones pueden ir más lejos de lo que
suponemos.
¿El ruido?
¡Sí! Sucede como cuando hablamos por teléfono. De pronto puede surgir en la línea un ruido
extraño que dificulta el entendimiento. Si el ruido es leve, sólo molesta un poco pero se logra la
comunicación, aunque sea a medias. En cambio, si el ruido es estruendoso, hace imposible que
llegue el mensaje.
Por eso, es importante, conocer los “ruidos” de todo tipo que pueden dañar a la pareja, para
evitarlos.
Tipos de ruido
1. Egoísmo
• La esposa esta tan entusiasmada hablando de su clase de cocina que no deja al marido
hablar de nada más.
• Alguno de los dos ha tenido un día horrible y no puede quitarse el mal humor, pero ni
siquiera lo intenta, más bien se desquita con el cónyuge o con sus hijos, como si ellos
tuvieran la culpa.
• Uno de los dos no esta en disponibilidad de comunicarse: esta muy cansado, tiene
demasiado sueño o se siente mal. Y en lugar de explicar su malestar, únicamente se
duerme dejando a todos con una sensación de no haber sido tomados en cuenta y de
que algo anda mal.
Todos estos casos son muestra de que las personas actúan a veces pensando sólo en sí mismas y
esto no resulta justo para los demás.
Este tipo de ruido resulta ser el más común. No tiene que ser drástico para que corte la
comunicación, basta con que uno de los dos interlocutores −el que habla o el que escucha–no este
realmente con ánimos de conversar para que se impida una verdadera comunicación.
2. Activismo
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“¡Ya vine, vieja!...!ya me voy vieja!” ¿Alguien recuerda esta conocida frase, extraída de una
película de Pedro Infante? Se trataba de un señor que tenía varios empleos, así es que llegaba
“volando” a su casa, nada más para cambiarse de uniforme y volvía a salir “disparado”. Claro que
la esposa no alcanzaba ni a contestarle pues nada mas lo veía como una ráfaga que cruzaba
varias veces al día por su casa.
Aunque éste es un caso exagerado, sí sucede muchas veces que estamos todos tan envueltos en
el activismo que descuidamos la
plática tranquila con nuestra pareja, y esto, tarde o temprano, afecta la unión de los dos.
3. Agresividad
No hay nada que corte más la disponibilidad de una persona para escuchar que una ofensa. Si
tenemos quejas o diferencias con nuestro cónyuge o novio, lo mejor es buscar las palabras que
tengan el significado de lo que queremos decir pero sin ofender.
Hay veces que el enojo o el orgullo nos hacen imposible este propósito de no ofender, pero es
mucho más difícil pedirle a una persona que nos escuche y nos entienda, si se siente ofendida.
Aquí también cabe el otro propósito de olvidar las fallas que se han cometido en el pasado, como
quien dice: “perdón y olvido”, ya que recordar las ofensas es otra forma de ruido dañino.
4. “Adivinanzas”
Pedro y Sandra llevan cinco años de casados. Cada año él se va una semana de cacería y también
cada año Sandra se niega a ir con la excusa de que a ella no le gusta dormir en el campo.
Este año, Pedro organizó la casería para fin de año y pensó que sería bueno invitar a sus hijos
mayores, pero no a Sandra. Pedro pensó: “No le voy a preguntar ni siquiera si me quiere
acompañar de casería, al cabo que ya se que a ella no le gusta acampar”.
A su vez, Sandra pensó: “No puedo creer que se vaya a ir en fin de año, que me vaya a dejar
sola, sin los niños y ni siquiera me invite”.
Aquí puede surgir un conflicto que se pudo haber evitado hablando. Se trata de un marido
“adivinador”.
Es cierto que muchos años de convivencia permiten a la pareja conocerse mejor, pero aun así, en
muchas ocasiones es mejor consultar para saber a ciencia cierta los deseos y pensamientos del
otro. Por otro lado también es mas conveniente explicar lo mal que nos hace sentir cierta decisión,
o que se nos tenga “tanta consideración”, que armar toda una tragedia interiormente. No esperar
que nos adivinen lo que realmente queremos si no lo decimos abierta y tranquilamente.
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Miguel tiene inquietud de cambiar de residencia, siente que podría tener mejores oportunidades
en otra ciudad, pero no sabe como decírselo a Susana. Piensa: “La última vez que toque este
tema, se soltó llorando, mejor no digo nada. Si solo tratara de comprender la situación”.
En otra pareja vemos que Lucia siente que dos hijos son muy pocos pero su esposo Alfonso cree
que son suficientes. Los embarazos son pesados para Lucía y los dos niños ya se hacen compañía
uno al otro. Ella pasaría otro embarazo difícil con la ilusión de tener otra mujercita.
Lucia cada vez que la idea le vuelve a su cabeza, piensa: “La última vez que hablamos de eso, se
puso furioso mejor lo dejo así”.
Es importante ser reflexivos y calmados al escuchar a la pareja, motivarle y hacerla sentir que en
realidad todo se puede platicar y todo se puede arreglar hablando.
6. Incomprensión
A Eduardo le encanta hacer planes con sus amigos del trabajo. Siempre se le hace fácil decir que
sí podrán asistir a reuniones sin consultar a Marcela. A Marcela también le gusta salir en pareja,
pero le agradaría frecuentar más sus propias amigas con sus novios.
Como ambos saben que “hablando se entiende la gente” Marcela simplemente le dice a Eduardo:
“Me gustaría que cuando hagas planes para el fin de semana me consultes primero”.
En otra familia se encuentra el caso de Estela a quien le encanta preparar postres para su familia
pero Horacio, su esposo, lleva un año tratando de bajar de peso y es muy antojadizo. Ella le dice
que sí necesita bajar de peso, pero sigue preparando postres.
Horacio buscando obtener comprensión le dice: “Estela ya sabes que me encantan tus postres
pero no ayudan a mi propósito. Te pido que solo hagas postre una vez a la semana, así los niños
disfrutan y yo solo batallo un día”.
7. Grandes diferencias
Cuando una pareja se enamora, con tal de consolidar su unión, o da importancia las diferencias
entre los dos en cuanto cultura, religión, o nivel económico. Esas diferencias a la larga, pueden
estropear la comunicación en el noviazgo o en el matrimonio.
Otra diferencia que debe cuidarse es el caso de que uno de los dos crezca intelectualmente y el
otro quede rezagado. También puede ser factor de desunión. Se puede dar cuando la mujer
persevera en tomar cursos de educación para los hijos, o de formación espiritual, mientras que al
marido no le llaman la atención. O bien cuando el marido trabaja mucho y no comunica o explica a
su mujer los problemas o cambios importantes por los que pasa su negocio u ocupación. La
esposa, si no tiene oportunidad de formarse y crecer de otra manera, por su ocupación de ama de
casa y madre, puede quedar atrás en conocimientos básicos generales.
Para evitar esto, es importante mostrar siempre un interés sincero en las cosas del cónyuge, de
esta manera siempre tendrán temas en común y sentirán el apoyo de la pareja.
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Es muy fácil que un conocido o familiar haga ruido en una relación de novios o esposos, pero...
¿quién les va a enseñar o ayudar a convivir de nuevo?
La base para eliminar este ruido está en confiar plenamente en el cónyuge y no creer nada que se
nos diga acerca de él o de ella sin haberlo consultado primero con el “acusado”.
9. Silencios
Parece una contradicción, pero el silencio es, en sí mismo, un verdadero bloqueo para la
comunicación, porque se puede malinterpretar.
Si bien es importante y hasta bueno que haya silencios en tiempos de paz y alegría, debemos
estar siempre atentos a que nuestro silencio no represente un conflicto.
Los silencios después de un enojo, pueden estar motivados por el orgullo. Si éste el caso, no
debemos dudar en romperlo, ya que lo único que está causando es una serie de barreras y
rencores que no se eliminan con facilidad.
Quien se atreve a romper este tipo de silencio orgulloso es, por lo general, el que tiene mayor
humildad y habilidad de comunicación de los dos, y con seguridad también es ¡el más inteligente!
Así como la comunicación verbal y no verbal son herramientas básicas para establecer una buena
relación familiar, también pueden significar conflictos si en esta se interponen barreras que
dificulten la comunicación.
Sabiendo que nuestras conductas puedan transmitir mensajes y causar reacciones en las demás
personas, ahora queremos abordar el tema de los malentendidos. La característica más peligrosa
de los malentendidos es que pueden existir sin darnos cuenta... hasta que exploten.
El señor en cuestión insistía en que había saludado a las personas en ese orden sólo por la
colocación de las mismas en la sala. No tenía ninguna otra intención. Otro caso del mismo género
es el siguiente:
* Mi esposa organizó una cena sin avisarme con anticipación y, además, coincidió con la noche del
fútbol en TV. Yo no dije nada y lo tomé con resignación. Pero cuando las visitas se fueron, ella
estuvo muy molesta conmigo. No entendía por qué y se lo reclamé pues consideraba que era yo
quien había hecho el sacrificio. Me dijo que se sentía muy mal con los invitados por la mala actitud
que yo había tenido durante la cena. Sorprendido le expliqué que no era así, que yo había
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En el primer caso vemos cómo el marido (= transmisor) quiso saludar a todos (= mensaje) pero
encuentra que su esposa (= receptor) interpreta otro mensaje. En el segundo caso también el
marido quiso hacer su mejor esfuerzo (= mensaje), pero su esposa percibe otra cosa (por la
comunicación no verbal del esposo). En ambos casos, de manera no intencional, se provoca una
reacción en la otra persona, que nunca fue pretendido. Cuando hablamos de la gota que derrama
el vaso, y nos preguntamos por dónde entran las gotas, aquí tenemos uno de los agujeros más
comunes en las relaciones humanas. En mi opinión, muchos problemas comienzan así −sin darnos
cuenta de las reacciones que causamos− y cuando se prolongan durante mucho tiempo los
resentimientos provocan las explosiones. Lo que sigue es un intento de análisis de este fenómeno
y de cómo se debe manejar.
Está claro que las reacciones emocionales como las de estas mujeres pueden deberse a muchas
cosas: cansancio, acumulación, sensibilidad especial, actitudes negativas, problemas anteriores,
etc. y, para una solución del problema, será necesario que ellas también pongan de su parte.
• Las palabras y/o acciones pueden provocar reacciones que nunca pretendiste y que nunca
imaginaste.
• No te fíes de tus buenas intenciones.
• No siembres vientos porque cosecharás tempestades
6. EL DIÁLOGO FAMILIAR
Como ya hemos estudiado hay diferentes formas de expresarnos: mediante nuestra apariencia,
gestos, etcétera, pero la forma más directa y reveladora de expresarnos es a través de nuestras
palabras.
El diálogo es un medio muy poderoso para lograr una buena comunicación. Para cultivar y
enriquecer una buena relación es indispensable saber dialogar. Cuando participamos en un
diálogo, nos sumergimos en una relación íntima con otro ser humano, compartimos nuestros
pensamientos. Por esto, el diálogo supone un gran desafío.
6.1 ¿Cómo lograrlo?
El diálogo nos da la oportunidad de conocer a fondo a otras personas, sin embargo, el diálogo es
frecuentemente el mayor desafío en una relación afectiva. ¿Cuántas familias funcionarían más
armoniosamente si entre padres e hijos hubiera un mayor respeto por el diálogo auténtico? Y sin
embargo, en la mayoría de los casos lo único que logramos es gritar y discutir, cuando en realidad
lo que deberíamos buscar es comprendernos.
Todos estamos conscientes de la importancia de la familia, como núcleo de la sociedad y cuna del
amor auténtico y desinteresado. En esta aseveración meramente conceptual, debemos de asumir
el compromiso de establecer mecanismos al interior de la familia, que permitan hacerla realidad y
lograr los beneficios personales, familiares y sociales que conlleva.
Las bases principales sobre las que debe sustentarse una buena relación interpersonal, entre
otras, son el respeto, la confianza y la comunicación. Estos comportamientos son fundamentales
en las relaciones familiares. Cuando dentro de la familia actuamos sobre estas bases con
congruencia, es casi seguro que asumiremos los mismos comportamientos en nuestras relaciones
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Un mecanismo viable para lograr lo anterior, son las reuniones de convivencia familiar donde es
recomendable establecer un diálogo sincero y abierto entre los miembros de la familia para
exponer los problemas e ideas de cada uno de ellos. No se requiere de una formalidad extrema,
pero sí debemos intercambiar opiniones con compromiso y seriedad.
Existen dos elementos básicos sobre los cuales es conveniente apuntalar las reuniones familiares
que persigan una integración sólida de la familia, a saber:
1) Escuchar.- Todos y cada uno de los miembros de la familia debemos saber escuchar. No
podremos dar una opinión y/o sugerir opciones correctivas, si no entendemos todas las
variables de la situación expuesta o problema existente. Además, es importante escuchar a
todos aquellos miembros de la familia que deseen hablar. No debemos descalificar a nadie
por su edad, experiencia, género, etc. Las más innovadoras y creativas ideas y propuestas
de solución nacen de las personas que rompen paradigmas con un nuevo enfoque, siempre
respetando los valores morales que rigen a la familia.
2) Empatía.- Lo que se conoce coloquialmente como “ponerse en los zapatos de los demás”.
Es decir, debemos entender que los comentarios o problemas de un miembro de la familia
que este en la etapa de la adolescencia, van a ser radicalmente diferentes a los
comentarios o problemas de un miembro de la familia adulto. Pero, ninguno de los dos es
menos importante que el otro. Tendemos a subestimar los comentarios o problemas de los
miembros de menor edad de la familia y en ocasiones, tendemos a dar toda la validez a los
comentarios y sugerencias de los mayores. Consideramos que cualquiera de los dos
extremos es negativo. Lo recomendable es establecer un diálogo abierto donde se
escuchen todos los puntos de
vista y se den consejos o soluciones dentro del contexto de la persona que lo expone sin
importar cuál de los miembros lo propone.
Las reuniones familiares pueden ser el cauce para la actualización de la moral familiar y de las
emociones de todos los miembros de la familia, así como el medio para presentar temas
fundamentales, como crisis y logros cotidianos, de los que “no hay” ocasión de hablar en la
convivencia diaria, tales como el matrimonio, los hijos, las amistades, el trabajo, los estudios y
demás consideraciones emocionales, espirituales o económicas.
Todos los problemas familiares son importantes, desde un posible caso de drogadicción, hasta el
repudio a la sopa de
verduras o la importancia de rezar juntos. Algunos son más urgentes que otros. Algunos son más
fáciles de resolver que otros. Pero todos son importantes, porque afectan a algún miembro o a
toda la familia. Adoptando mecanismos de este tipo, con dedicación, respeto y la escucha atenta,
se creará un “círculo virtuoso” en las reuniones familiares que enriquezca y consolide el respeto, la
confianza y la comunicación entre los miembros de la familia.
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Por una parte utilizamos el monólogo cuando mandamos, censurarnos, juzgamos, aconsejamos,
interrogarnos a nuestros hijos. Es una comunicación unidireccional. No esperamos respuesta o
esperamos un dócil asentimiento. Un ejemplo clásico del monólogo es el sermón educativo, a
veces demasiado frecuente y largo. Utilizamos el diálogo-negociación cuando negociamos salidas,
permisos, peticiones de todas clases, hacemos contratos bilaterales para establecer horas de
trabajo y descanso, y proclamamos premios y castigos en las cláusulas de estas negociaciones (en
las que a veces terminamos cediendo blandamente y ellos terminan saliéndose con la suya).
Finalmente realizamos el diálogo-conversación, una comunicación cuyas características básicas
son la voluntariedad, la mutua interacción y el respeto. Conversamos para buscar juntos unas
orientaciones, unos valores, un caer en la cuenta de situaciones y sucesos, una mayor
responsabilidad en el proceso de toma de decisiones. De este diálogo-conversación vamos a tratar
en ésta y en las siguientes entregas.
Pero si además quieren que su hijo sepa lo que significa la amistad, compartir y aceptar, entender
el amor; que sea profesionalmente correcto, contribuyendo a mejorar la sociedad; que logre
asumir una fe cristiana auténtica y libre, etc. entonces, necesitarán ayudarle en su madurez
afectiva y en su responsabilidad. Y para todo esto será necesario el diálogo-conversación. El
silencio de la casa, de la escuela, no es recomendable para transmitir valores. No basta con que
nos vean buenos, correctos y responsables. La palabra se hizo para algo. Hay silencios muy
significativos, pero el diálogo explicito profundiza y enfatiza mucho mejor el gesto y las actitudes.
No olvidemos que la educación es audiovisual (palabra e imagen).
Equilibrio de estrategias
Por lo tanto la comunicación es importante, pero ello no quiere decir que sea lo único que
debemos hacer en educación. Las otras estrategias son necesarias y apoyan la comunicación. Es
necesario establecer un equilibrio ecléctico de estrategias.
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Sucede con frecuencia que cuando hacemos de la conversación un instrumento para que mi hijo o
hija haga algo o acepte algo a las inmediatas, la conversación se convierte en una negociación,
que podría ser muy interesante en otro momento, pero perderíamos el insustituible fruto de la
conversación que es comprender al otro, escucharnos, dar testimonio de nuestros valores como
adultos, educar en sana libertad de expresión, confrontar sus ideas con las nuestras, en definitiva,
influirles en una atmósfera de libertad y respeto. Si todos los diálogos se convierten en
negociaciones y discusiones para ver quién tiene la razón o para ver quién cede más, ¿cuándo
conversamos? Conversar es dejar opinar a los hijos y no poner cara de extrañeza ("¿Qué estás
diciendo?") pues entonces se acaba la libertad de expresión. Ellos están viendo en tu rostro un
impedimento para su libre comunicación.
Conversar es expresar tu opinión sin imponerla, preocuparse de dar justificación a tus opiniones
(si las tienes; y si no, piénsalas y exprésalas en otra ocasión). Es un intercambio sereno de puntos
de vista. Tú no te asustas ni te echas las manos a la cabeza sino que expones tu opinión y él o
ella la suya. Los criterios o actitudes no se mandan, se motivan en libertad. Si no aceptamos esto
tendremos muy poco que hacer en este campo del diálogo-conversación.
Conversar es dar importancia a lo que los niños y adolescentes opinan aunque lo hagan de un
modo infantil o inmaduro. Las opiniones de un niño o adolescente sobre sus amigos, su futuro
(que tanto les inquieta también a ellos), la sexualidad, el alcohol y las drogas, esas amistades
extrañas que a veces nos sorprenden, etc. son las cosas de su vida, lo más importante para ellos.
Para conversar es preciso jugar limpio con los hijos. No jugar limpio es disimular planteando un
diálogo libre pero en la práctica lo que queremos es convencerle de algo y tomar alguna decisión
inmediata. Hay que tener mucho cuidado especialmente con los adolescentes. Si vamos a utilizar
el diálogo para mandar, prohibir o conceder algo, tenemos que decirlo previamente "Vamos a
charlar, yo te voy a escuchar y luego yo tomo la decisión". Eso también es un diálogo interesante
y a veces necesario, pero no es la conversación abierta y desinteresada de la que estamos
tratando ahora, cuyo objetivo es escucharnos, entendemos, favorecer el enriquecimiento o cambio
de actitudes y valores a medio o largo plazo.
Recuerdo lo que decía una madre: "Yo dialogo mucho mejor con los hijos de tu vecina que con mis
propios hijos; porque estoy relajada; no me asusto porque me digan cosas horribles de la
sexualidad o de lo que sea, sino que lo tomo con calma; por mi parte no dejo de decirles lo que
pienso, me escuchan con respeto y noto que les he influido positivamente en muchas ocasiones".
Este es el problema de ser padre, evidentemente, que nos ponemos tensos y nos sentimos
amenazados con sus expresiones.
Por lo tanto para dialogar es necesario no estar obsesionado por conseguir algo o pretender algo a
la inmediata. Es como un diálogo como de igual a igual, pero sin hacernos colegas de nuestros
hijos, conservando siempre nuestra autoridad moral de padre y madre.
Según las encuestas recientes sobre la juventud europea, los jóvenes valoran mucho la familia
quieren que sea un espacio de libertad, de comunicación y sinceridad, y recuerdan con nostalgia
los momentos de auténtico diálogo. Necesitan una atmósfera tranquila en casa, con buena
ósmosis afectiva, donde los padres son testigos de sus propios valores (lo cual no significa que
necesitan también como hemos dicho, otros tipos de intervención familiar).
Sin este diálogo-conversación faltaría algo importante en la educación en valores y actitudes. Los
hijos necesitan padres y madres que no guarden silencio sobre los valores humanos, sino que se
mojen y digan cuáles son sus criterios. Esto es importantísimo para ellos, aunque digan "No me
convences". Nuestro testimonio aunque no nos lo creamos, es un referente necesario para su
vida.
El espejo retrovisor
Para favorecer este diálogo-conversación debemos cuidar nuestros gestos mientras escuchamos a
un niño o adolescente. Sería divertido que tuviéramos una especie de espejo retrovisor sobre
nuestro hombro para ver la cara que estamos poniendo cuando escuchamos y hablamos con
nuestros hijos. Sería impresionante. En los cursos de formación para profesores jóvenes, uno de
los ejercicios consiste en dar una clase grabándola en vídeo, para analizar después los diversos
aspectos de la comunicación, especialmente el gesto o lenguaje no verbal. Sería genial hacer algo
así en familia.
Las caras que ponemos cuando hablamos con nuestros hijos son a veces extrañísimas. Nos
transformamos, ponemos tal rostro de pánico que eliminamos toda libertad de expresión. Hay
padres que ni al peor enemigo le ponen caras tan horribles como los gestos que hacen cuando un
hijo dice algo inconveniente (a su juicio). Como si dijeran: "Este niño está loco o es un estúpido...
¿Pero hijo qué estás diciendo?" Son presiones psicológicas que matan la libertad de expresión.
Por otra parte los niños son muy astutos y nos tientan con frases duras para ver cómo
reaccionamos. No debemos creer que sus expresiones ("Yo no voy a Misa nunca porque no creo
en Dios") se las crean ni ellos mismos. Un adolescente está comenzando a tornar posturas, pero
aun no tiene formado su criterio definitivo; mañana o dentro de dos meses pensará otra cosa.
Otras veces se trata de posturas psicológicas, defensivas, tentativas; o una manera de
contraatacar, de hacer una guerra de frases; quizás están descontentos con nosotros porque les
exigimos algo que nos les gusta o por otras causas.
Como el diálogo supone una libertad y voluntariedad libre de dos personas, si uno no quiere, dos
no dialogan. Hay momentos y situaciones en que los adolescentes no quieren dialogar, por
rebeldía u otras causas. Pero lo que nosotros no debemos hacer es mendigar el diálogo a toda
costa, supeditando todo a tener una conversación. Diálogo sí, pero no a cualquier precio.
Educar es promover actitudes fundadas en valores a través del modelo (mi coherencia), la palabra
y la experiencia. Cuando la palabra no puede ser conversación, porque no existen condiciones
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Y si somos nosotros los que estamos poniendo dificultades para el diálogo, tendremos que
examinarlas y tratar de modificar la situación. Más adelante analizaremos los comportamientos y
actitudes nuestras que bloquean la comunicación. En todo caso, no es bueno ceder al chantaje
afectivo del niño que se pone de morros y no nos quiere hablar.
El diálogo-conversación tiene unas técnicas propias que es conveniente estudiar. Hay una manera
de hacer preguntas, por ejemplo, muy distinta de los interrogatorios a los que sometemos a los
hijos para saber con quiénes han estado y qué han hecho. Hay una actitud imprescindible en toda
conversación, la empatía, que es un compromiso de respeto y escucha positivo, sobre la que es
necesario reflexionar a fondo. Habrá que analizar también los distintos esquemas del diálogo
según los temas: problemas del propio adolescente, opiniones, ideas, valores, decisiones que él
tiene que tomar, etc. Uno de los problemas más significativos en nuestra sociedad es la falta de
tiempo para dialogar, que habrá que estudiar en orden a tomar medidas. En nuestras casas
llamamos sala de estar a una estancia donde apenas estamos o estamos sin estar. Quien está allí
es el televisor como subido a un altar. Y lo que no aparece por allí es uno de los grandes
eslabones perdidos de la educación que es la conversación en familia.
Supongamos que a lo largo de varias semanas hemos dedicado cinco horas en comunicamos con
los hijos. Prescindimos ahora si en conjunto es mucho o poco tiempo. Se trata de valorar qué
formas de comunicación hemos utilizado con más frecuencia, entre aquellas a las que se alude en
la charla (aconsejar, negociar, interrogar, censurar, alabar y conversar).
Imaginemos un círculo en el que hemos señalado, como hipótesis ideal, unos segmentos o
porciones que representan cada una de dichas formas de comunicación. Sería aproximadamente
una utilización positiva y equilibrada del tiempo de comunicación, naturalmente con flexibilidad y
siempre considerando un tiempo suficientemente amplio de varias semanas:
6.2 Conocimiento de las características de recepción del mensaje en los niños, jóvenes y
la pareja
La escuela y la familia empiezan a perder terreno frente a los poderosos medios masivos de
comunicación en lo que se refiere a la educación de los niños. Es indudable el incremento de la
participación de los medios en el proceso educativo dentro de nuestras sociedades.
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Debido a que las innovaciones tecnológicas han propiciado una eclosión de la comunicación
audiovisual es preciso investigar el impacto que estos cambios están produciendo en la educación
de los niños. Estas transformaciones deben ser evaluadas, sobre todo, al interior de los dos
principales escenarios en los cuales los niños aprenden a consumir mensajes educativos: la
escuela y el hogar, aunque sin olvidar otros escenarios que constituyen el entorno en el que se
desarrollan los niños: su barrio, la comunidad en la que viven.
Conocer cuantas horas escuchan los niños la radio o cuanto invierten de su tiempo en los
videojuegos no nos indica que efectos tienen los medios sobre los niños. El conocimiento de los
datos estadísticos del consumo en relación con los medios de comunicación masiva no implica una
demostración de su efecto neto sobre la conducta y la actitud del niño (Moragas, 1979) y si es una
manera de adoptar una visión comercial del proceso: es estudiar a la teleaudencia como
potenciales consumidores individuales (Orozco, 1994). La cuestión es más de fondo: ¿Por qué los
medios de comunicación masiva están ejerciendo una influencia tan grande en el proceso
educativo de las nuevas generaciones?
¿Cómo aprende, como recuerda y como aplica el niño los mensajes educativos que recibe de la
familia, la escuela y de los medios? ¿Cómo y por qué los niños se acercan a los medios de
comunicación, en que contexto reciben sus mensajes y que uso le dan dentro de sus vidas? ¿Qué
hábitos personales y familiares se están trastocando con las nuevas tecnologías de comunicación,
que influencia tienen sobre los procesos de pensamiento, las emociones y los comportamientos?
Y, sobre todo, ¿De qué manera repercute todo lo anterior en el proceso educativo?
Los otros medios se encuentran mas alejados en lo que se refiere al contacto que los niños tienen
con ellos. No obstante, hay que aclarar que el cine, en particular, les gusta mucho, pero los niños
no acuden con tanta frecuencia a las salas cinematográficas, por lo que su contacto se da a través
de los videos y de la televisión. Las maquinas de vídeo son poco usadas, en comparación con los
medios mencionados anteriormente, debido a que, al igual que las salas de cine, requieren que el
niño se desplace de su casa a otro lugar de la colonia.
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Los contenidos violentos producen al menos alguno de estos efectos negativos en niños y jóvenes.
Recepción de mensajes
Cabe destacar cuál es el concepto de "recepción". Es el espacio donde los agentes sociales
producen y negocian sentidos del orden social, en el encuentro de las ofertas simbólicas,
tomándolas como articulación para pensar desde la cultura no solo la comunicación sino también
la reproducción y construcción de lo social.
Un problema metodológico de orden conceptual que se debió resolver fue determinar ¿quiénes son
los adolescentes?, para poder definir con quiénes se trabajaría. Por lo tanto, previo a definir la
muestra no probabilística, sobre la que se aplicaron la técnica para recabar datos, se debió acotar
y definir el término "adolescente".
Si bien parecería quedar claro cuáles son los límites de inicio de la pubescencia, pubertad o
preadolescencia que coincide con los cambios biológicos que se asocian a la madurez de la
capacidad reproductora, no está nada claro cuándo finaliza la adolescencia, ya que no existen
fenómenos fisiológicos objetivos que puedan marcar la madurez e independencia, es decir, la edad
adulta del individuo. Es más, la definición de estos conceptos varía según la realidad social y
cultural en la que está inmersa.
En la recepción, las competencias del lector (receptor) tanto como su interpretación de intención
entran en juego en la producción de sentido.
Es sabido que frente a un mismo producto comunicativo no todas las personas ven lo mismo.
Naturalmente, las competencias del receptor ya sean lingüísticas, genéricas o ideológicas están
construidas en las condiciones de existencia de esos receptores. De esta forma, entran en juego la
edad del sujeto, su situación socio-cultural y sus disposiciones psíquicas.
Lo cierto es que de una forma o de otra existen valores y concepciones que se transmiten que son
en cierta forma adoptadas por los receptores.
Dentro de los factores que intervienen en este proceso podemos señalar diferencias sociales y
culturales que van desde la pertenencia o no a una determinada clase social, grupo o subcultura
hasta la edad y el sexo del sujeto.
En el caso de los adolescentes que como hemos visto no se informan sobre política por otros
medios.
Los adolescentes están en una etapa de evolución psicológica clave en la constitución de sus
identidades.
El adolescente no tiene marco referencial e histórico propio de donde extraer elementos para
relativizar los valores transmitidos.
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Los estudios sobre la recepción, ligados al análisis de la influencia, se han convertido en los
últimos veinte años en uno de los sectores clave del desarrollo de las teorías de la comunicación.
En este ámbito se ha producido, además, un progresivo acercamiento –algunos autores hablan de
convergencia— entre las tradiciones de investigación hasta aquel momento separadas −y en
oposición−: la funcionalista, también llamada sociológica o liberal y la crítica, también conocida
como marxista, junto a los estudios etnográficos de audiencia o conceptos como “comunidad
interpretativa”, de procedencia interpretativa. En estas líneas, se presenta una caracterización
global de estos estudios, a la vez que se analizan las influencias recibidas, los principales
conceptos y las aportaciones más significativas.
A partir de los años ochenta se desarrolla lo que podríamos calificar como una nueva corriente −o,
por lo menos, que tiende a definirse como tal, aunque sólo lo sea relativamente− en el análisis de
audiencia. De forma general, esta corriente estudia los procesos a través de los cuales la
audiencia construye significado a partir de la exposición a los medios. Justamente, uno de los
puntos centrales de los estudios de recepción es el carácter activo que se otorga a la audiencia; la
capacidad de actuación que se le reconoce en su relación con los medios. Este punto, además, se
presenta como novedoso en la investigación.
En los estudios de recepción, el contexto de recepción permite ver como los distintos planos de la
vida (el económico, el político, el cultural, etc.) se articulan en prácticas rutinarias regidas por
normas, entre las que se encuentra ver la televisión.
Los medios de comunicación forman parte importante de la vida diaria de nuestros hogares. De la
misma forma en que nos interesamos por la alimentación de los hijos, debemos pensar qué puede
nutrir su mente y qué puede hacerle daño. Obviamente no todo lo que emiten los medios de
comunicación es bueno para ellos, por esto es importante estar concientes de los efectos que
pueden tener estos medios sobre la familia y así enseñarlos a ser selectivos para que puedan
emitir juicios propios sobre los contenidos.
Desde pequeños, los padres son el modelo a seguir para sus hijos, por lo que no se puede exigir,
sino son los mismo padres los primeros en llevar a cabo lo que piden. Solo se podrá llevar formar
el hábito de una “dieta” equilibrada en medios si son los propios padres la que la llevan primero.
Parece que los medios de comunicación son la única salida para la diversión, sin embargo, les
hemos asignado un valor desproporcionado, pues la constante exposición a los medios puede
provocar en el niño o en el adolescente una percepción errónea de la realidad.
Comunicación se deriva etimológicamente del vocablo latino comunicatio, que significa hacer
común, entrar en relación, participación, intercambio.
La comunicación nace del modo mismo de ser de la persona, constitutivamente abierta hacia
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La formación de la persona implica inevitablemente la responsabilidad de los padres para con los
hijos, que se ven obligados a inculcar una especie de "pedagogía de la imaginación", para la cual
ni siquiera están preparados. Nos acercamos así al corazón del problema, a la delicada situación
que se viene a crear en una familia por culpa de los medios de información. Resulta difícil porque
no se crean las condiciones necesarias para afrontarlo, porque no se estudia atentamente el
problema, porque se tiende a "delegar" a la televisión funciones educativas que son propias de los
padres y que abarcan incluso los momentos de distracción y del "estar juntos" condición necesaria
para el desarrollo de una verdadera amistad entre padres e hijos.
Antes de afrontar el argumento sobre la posibilidad de uso de los medios de comunicación social
como coeducadores, trataremos de analizar la magnitud del fenómeno que ha transformado los
hombres modernos y en especial a los más jóvenes en insaciables consumidores de imágenes.
Al extraordinario progreso que ha alcanzado el instrumento técnico no ha correspondido el mismo
nivel con respeto a los contenidos: la televisión no respeta la verdad. Tienen el arte de hacer
verosímil lo falso. Es la perversión de la verdadera comunicación. El lenguaje de los políticos, de
los publicitarios, de los informadores y, en general de cualquier persona investida de autoridad,
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Intentamos analizar cuáles podrían ser algunos puntos dictados por el mero sentido común:
a) Disciplinar el tiempo de visión. Es muy positivo responsabilizar al hijo desde pequeño
diciéndole que el tiempo es oro y que no hay que "matarlo" sino administrarlo.
b) Seleccionar anticipadamente los programas. Si la programación no ofrece alicientes, será
oportuno tener en casa una buena videoteca de películas y videos sobre la naturaleza.
c) Intentar explicar sin dramatizar excesivamente, la violencia de algunos espectáculos.
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1) Crea dependencia.
2) Consume mucho tiempo.
3) Inactividad cerebral.
4) Tendencia a la pasividad y laxitud.
5) Desorden de horarios (hijo y familia)
6) Aceptación indiscriminada de programación.
7) Anulación de la creatividad.
8) Rompimiento de la unidad familiar.
9) Ver y aceptar lo anormal como normal.
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A continuación se reproduce, con fines académicos, el ensayo realizado por la Asociación A Favor
de lo Mejor que tiene como fin resumir y analizar el libro de Steve Allen, Vulgarians at the Gate
(«Vulgarianos en la puerto»).3 En cursiva y negrita se incluyen fragmentos de dicho libro.
Este ensayo resume y analiza el libro de Steve Allen, Vulgarians at the Gate (Vulgarianos en la
puerta»). Con ese título y dos subtítulos, Steve Allen anuncia lo que el lector encontrará en
Vulgarians at the Gate. Valiéndose de una errata intencional, que deja a salvo a los respetables
ciudadanos de Bulgaria, Allen anuncia que las cualidades de la vulgaridad están a lo puerta y
parecen haber conquistado sobre todo lo radio y la televisión, los medios con mayor impacto en la
población. Al mismo tiempo, revela la intención del libro: revalorar la cultura popular y, con la
participación de toda lo sociedad, mejorar la calidad de los contenidos que transmiten los medios
masivos de comunicación.
Allen —fidedigno observador de lo realidad por su vasta experiencia dentro de los medios en los
Estados Unidos—, apunta un giro dramático en lo comunicación de masas: el talento creativo y la
calidad han sucumbido frente al afán de obtener grandes ganancias, sin importar los medios
utilizados para lograrlo. El resultado es desolador; lo sórdido, vulgar y grotesco se proponen como
elementos esenciales paro incrementar el rating y con él, las fortunas de los principales artífices
de la programación: los dueños de los medios y los anunciantes.
En la despiadada lucha por acumular dinero, las principales víctimas son los niños y jóvenes
sometidos a un intenso bombardeo de imágenes y sonidos que enaltecen la violencia, degradación
e inmoralidad como pautas de conducta no sólo válidas, sino «glamorosos». El “argumento”
predilecto de los responsables de la erosión de la cultura popular suele ser la tolerancia y el
respeto a la libre expresión de las ideas. Otros, más cínicos, reconocen abiertamente que si el
producto (programa o personaje) vende, todo lo demás es lo de menos.
La fórmula es relativamente sencilla: al apelar a los más bajos instintos para provocar una
reacción escandalosa, ésta se convierte en publicidad gratuita, la audiencia aumenta y se
engrosan así las cuentas bancarias de quienes patrocinan el espectáculo.
En su afán por rehuir una responsabilidad que les corresponde por esencia —son los dueños de los
medios quienes aceptan un programa y su permanencia en el aire depende de anunciantes que los
patrocinen—, quienes encabezan los medios de comunicación suelen descargar la culpa en el
pública. «Si eso quieren, eso les damos», es la triste excuso con que pretenden encubrir sus
verdaderos motivos.
Ése es, señala Allen, el meollo del problema: la mayoría de las personas no quiere educar a sus
hijos en la promiscuidad, la falta de respeto, la violencia extrema, el racismo, el ejercicio de la
3
Asociación A favor de lo Mejor, A.C., http://ww.afavordelomejor.org.mx
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Allen es diáfano cuando propone una prueba que, como bien sabe, nunca se llevará a cabo: reunir
a los hijos —niños y adolescentes— de los dueños de los medios y los ejecutivos de los compañías
patrocinadoras, conducirlos a un gran auditorio y permitirles observar los programas que sus
papás consideran que «la gente quiere»... y esperar las consecuencias.
No se necesita ser un genio para darse cuenta de que los medios transmiten programas con plena
conciencia de su contenido nocivo; simplemente prefieren recoger las ganancias económicas, y
cerrar los ojos al daño psicológico y cultural que causan.
Hoy, nadie puede afirmar que los medios no afectan la conducta del público. Desde hace mucho
tiempo resulta claro que los niños y los jóvenes imitan a los personajes del cine, radio y televisión.
Negar esta realidad es renunciar al sentido común. Basta recordar a la multitud de jóvenes que
copió el peinado de los Beatles, los incontables adolescentes que se vistieron como Madonna o las
numerosas pequeñas que actualmente repiten las frases de las Chicas Superpoderosas.
¿Qué es lo que están transmitiendo los medios de comunicación? Allen analiza fundamentalmente
los medios estadounidenses pero, como es bien sabido, los demás países imitan este modelo.
Entre otros, Allen identifico los siguientes mensajes: violencia, obscenidad, misoginia, sadismo,
perversión, vulgaridad, anarquía, racismo, inmoralidad.
Como bien señala, estos mensajes no forman parte de emisiones aisladas; por el contrario,
integran una creciente mareo que se infiltro cada vez más en programas de televisión y de rodio,
muchos de ellos enfocados directamente al público juvenil e incluso infantil. Eso explica que,
desde las primeras páginas, Allen indique que su libro está escrito para todas las personas que se
oponen a lo mareo vulgar y, específicamente, a «nuestros hijos y nietos» que viven inmersos en
los medios de comunicación y, en consecuencia, sobre ellos se cierne la
amenaza de ser arrastrados por una atmósfera social repleto de vulgaridad, violencia, pésimos
modales, colapso familiar y un generalizado desprecio por los modelos honestos de conducto.
EL LEGADO DE UN GENIO
Una regla de oro del arte del «buen decir», es hablar solamente de lo que se conoce bien; sólo así
se aseguran la credibilidad de las opiniones y la contundencia de los argumentos. Esto explica la
radical importancia de penetrar, aunque sea a grandes rasgos, en lo personalidad del autor de
Vulgarians of the Gate. A través de su biografía, descubrimos a un hombre multifacético que
recorrió prácticamente todos los ámbitos del mundo del espectáculo y lo hizo imprimiendo, en
cada uno, su impronta personal.
Steve Allen —reconocido como «el hombre del renacimiento televisivo»— nació, vivió y murió
dentro del negocio del entretenimiento estadounidense. Su aguda visión del panorama actual de
los medios masivos de comunicación y su influencia en la cultura popular, es resultado de una
larga y fructífera vida dedicada al mundo de la farándula y, específicamente, a una de sus facetas
más populares: la comedia.
El currículo artístico de Allen es impresionante. Sus múltiples talentos le permitieron forjar historia
como comediante, escritor, compositor, actor, productor y conferencista.
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Cuando murió, el 30 de octubre de 2000, dejó un vasto legado de producciones artísticas que
seguirán siendo referencia obligada para comprender y aquilatar lo profunda trascendencia del
talento, el trabajo y la responsabilidad cuando se emplean a favor de lo mejor.
Quizás lo más sorprendente en la vida de Steve Allen, protagonista y artífice de la era dorada de a
televisión estadounidense, es su férrea negativa a navegar con la corriente. Su integridad personal
le impidió cerrar los ojos a una realidad repulsiva y, lo que es más notable, se negó a guardar
silencio. Levantó la voz, llevó su mensaje a incontables personas y se unió o instituciones que,
como él, se comprometieron a elevar el nivel de la cultura popular. Además, libró esta batalla —
tenaz, valiente, sincera— movido por el amor al mundo del espectáculo y a los jóvenes y niños, el
grupo más susceptible de ser influenciado negativamente por los medios de comunicación.
Allen escribió Vulgarians at the Gate de la misma forma en que vivió su vida: con la pasión que
distingue a quienes luchan por ser congruentes con sus ideales.
Con más de 50 años de presencia en la televisión, Allen se distinguió por su humor desenfadado,
su capacidad de improvisación y su enorme versatilidad. Conductor de programas, actor,
productor, comediante... el camaleónico Allen revolucionó la televisión y creó una escuela que aún
sigue vigente.
Como punto culminante de su carrera destaca su papel como creador y primer conductor de The
Tonight Show, del 27 de septiembre de 1954 al 25 de enero de 1957, el programa estelar de la
cadena NBC que todavía se transmite y del que se desprendió el formato que, con variantes, han
seguido todos los programas de su tipo en Estados Unidos y el mundo. The Tonight Show fue
conducido sucesivamente por Jack Paar y Johnny Carson que, como Allen, alcanzaron así o
categoría de «súper estrellas» de los medios. Hoy, con Jay Leno al frente, sigue siendo el
programa más destacado del horario estelar y la más longeva serie de la historia televisiva.
Como protagonista de The Steve Allen Show (transmitido por la NBC de 1956 a 1960), Allen libró
una espectacular batalla por el rating compitiendo todos los domingos por la noche contra otro
coloso de la televisión: Ed Sullivan de la CBS. De 19600 1976, produjo y estelarizó programas
para las principales cadenas de televisión, entre los que se cuentan varios episodios de comedia
nocturna que David Letterman ha reconocido como su principal fuente de inspiración para crear su
exitoso programa.
No se necesita ser un genio paro darse cuento de que los medios transmiten
programas con pleno conciencia de su contenido nocivo; simplemente prefieren
recoger las ganancias y cerrar los ojos al daño psicológico y cultural que causan.
También recibió premios Peabody y Emmy por su serie Meeting of Minds, uno de los programas
más populares de la cadena PBS. Transmitido de 19770 1981, el programa utilizó el formato de
talk-show para entrevistar a figuras como Aristóteles, Platón, Sócrates, Agustín de Hipona, Tomás
de Aquino, Marx, Voltaire, Cleopatra y muchos otros protagonistas de lo historia de lo humanidad,
interpretados por destacados actores y actrices.
Miembro del Salón de lo Fama de la Academia de Televisión, distinción que recibió en 1986, Allen
será recordado sobre todo como uno de los hombres más graciosos de los Estados Unidos. Sus
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Pero Allen fue mucho más que un comediante de éxito. Como actor, participó en numerosas
producciones y estelarizó la extraordinaria cinta The Benn y Goodman Story.
También compuso más de 8 mil 500 canciones, incluyendo la famosa This Could be the Start of
Something Big y Gravy Waltz, ganadora del Grammy. Steve Allen fue reconocido por el Libro
Mundial de Récords Guinness como el «compositor más prolífico de los tiempos modernos».
Al conjugar sus cualidades como músico y comediante, creó un espectáculo siempre fresco con el
que recorrió una y otra vez el territorio estadounidense; tan sólo unos días previos a su muerte,
había actuado en un recinto con localidades agotadas. Durante 46 años, parte fundamental de su
espectáculo era la participación de su esposa, la célebre actriz Jayne Meadows, quien lo recuerda
como «mi mejor amigo y mi compañero dentro y fuera del escenario por más de 48 años. Era el
hombre más talentoso que he conocida, y el único y verdadero amar de mi vida».
Steve Allen es también el autor de 54 libros que abarcan una enorme variedad de géneros, desde
poesía y relatos cortos hasta textos de humor, autobiográficos y políticos. Muestra clara de sus
convicciones es la enorme cantidad de textos (libros y artículos para los más prestigiosas revistas
estadounidenses) alusivos a lo educación, la moral, los movimientos sociales y, por supuesto, la
cultura popular estadounidense. Su infatigable labor de escritor abarcó la totalidad de su vida; de
manera póstuma se lanzaron al mercado Steve Allen’s Private Joke File y Vulgarians at the Gate.
Quedan por enumerar sus primeros logros en la radio y su participación dentro del teatro como
actor, productor y escritor, pero Lo dicho hasta aquí es suficiente para valorar su profundo
conocimiento de los entretelas de los más variados ámbitos de lo comunicación de masas. Los
medios fueron su vida. Más de seis décadas de éxitos lo demuestran; a ellos entregó su caudal de
talento. «Siempre estoy ocupado —dijo alguno vez— pero siempre realizando cosas que disfruto.
Muy rara vez me ocupo de cosas que me molestan. Soy afortunado. No muchos pueden vivir para
divertirse y que les paguen por ello».
Steve Allen se divirtió, sin dudo, y fue recompensado con todo justicio, pero quizás ni él mismo
imaginó el impacto que tendría su vida en muchas generaciones. Vulgarians at the Gate es un
claro ejemplo. Como analizaremos, este Libro puede considerarse una pieza fundamental del
combate para elevar la calidad de la cultura popular apelando a lo inteligencia y responsabilidad
de los protagonistas de los más poderosos medios de comunicación; pero a lo distancia, se percibe
un objetivo de mucha mayor envergadura: hacer del mundo un mejor lugar para vivir.
UN PROBLEMA COMPLEJO
La paulatina degradación de los contenidos que transmiten los medios, reconoce Allen, es un
problema complejo. Muerte, dolor, sadismo, perversión locura... Nuestros días parecen marcados
por una desbocada complacencia por los temas perturbadores. Están en todas partes: diarios,
sitios de Internet, programas de televisión, emisiones de radio, producciones cinematográficas. La
explicación no es sencilla pues abarca cuestiones legales, políticas, filosóficas, sociales y
económicas.
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En consecuencia, al analizar los mensajes que transmiten los medios, debemos tener en mente
toda la realidad del amanecer del siglo XXI. Allen afirma que el tema a desentrañar es «lo que
significa ser humano y lo que significa ser civilizado».
Motivado por una sincera preocupación por la «tierna sensibilidad de los niños», Allen analizo
horripilantes ejemplos de la vulgaridad en los medios y cómo algunos de los personajes más
terribles «alcanzaron la prominente posición que ahora ocupan».
Al analizar la presencia del mal en nuestra época, el autor observa con mucho sentido común que
ésta no es nueva, pero que nunca antes había tenido tan profusa difusión y tan notables
defensores. La sombra de maldad que se cierne sobre el mundo ya estaba ahí desde los primeros
tiempos. Sin embargo, hoy nos sentimos más apabullados por las manifestaciones de lo malo, por
el rostro de lo inhumana perversidad. Dos factores coinciden para acrecentar esta preocupante, y
muchas veces angustiosa, sensación. En primer lugar, la abundancia de medios de comunicación
empecinados en convencernos de que habitamos en el peor de los mundos posibles. Y en segundo
lugar destaca que, aunque el mal siempre ha estado ahí, nunca había estado «tan o la mono».
La vulgaridad y la violencia han penetrado en nuestras casas y es tiempo de echarlas fuera. Por
eso, Allen centro su atención en los dos medios que con mayor frecuencia invaden el ámbito de lo
privado: radio y televisión. Todo el libro es uno llamada o lo acción, a sacudir el conformismo y
protestar por lo que está sucediendo.
Allen no inventa nada, su libro es un compendio de casos bien documentados en los que plasmo,
con meridiana precisión, la dimensión del problema. Cita las palabras de lo actriz Susan Sarandon:
«Puedes encontrar más de uno hora y media de televisión que quisieras que tus hijos vieran?». Lo
cierto e que cada vez es más difícil. Allen alude a una encuesto reciente de CNN, USA Today y
Gallup, donde se muestra que el 76% de los adultos estadounidenses están de acuerdo en que la
televisión, películas y música popular son influencias negativas para los niños. Además, la
encuesta reveló que el 75% de los entrevistados se esfuerza por proteger a Pos niños de esa
influencia pero prácticamente el mismo porcentaje señaló que ejercer eso protección es «casi
imposible».
Es claro que muchos medios de comunicación del mundo han adoptado la perversión como la
mejor estrategia para aumentar sus ventas. Es así de sencillo: la fascinación por lo perverso debe
mucho de su éxito a los grandes negociantes del entretenimiento que, en la cultura de lo sórdido,
han hallado el instrumento ideal para multiplicar sus utilidades. Consumidos por la sed de
ganancias, eligen el escándalo fácil para seducir a un amplio sector de lo población.
Son numerosos los estudios realizados por instituciones educativas, médicas y gubernamentales
que demuestran que «las imágenes degradantes de lo violencia y el sexo tienen un efecto
desensibilizador» en la mente de quienes las perciben. Es decir, lo saturación de contenidos que
banalizan el ejercicio de la sexualidad y la violencia, o inclusive las encumbran, produce la
paulatina pérdida del sentido de lo bueno y lo malo, y arrebatan lo sensibilidad de los televidentes
o radioescuchas quienes acaban por considerar «normal» lo que es claramente inhumano y
degradante.
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Una de las más dolorosas pérdidas de nuestra generación es la creciente ausencia del sentido de
lo humano, con sus inevitables consecuencias: incapacidad de compasión, egoísmo individualista,
desconfianza en los demás y tristeza generalizada. Se han abierto tontos cauces a lo exposición
masiva de la maldad, que los aguas han salido de cauce. Apostar por el mal, so pretexto de una
expresión artística o bajo el endeble argumento de «retratar la realidad», es apelar a los instintos
básicos y éstos no conducen a lo vivencia plena de lo que hace hombre al hombre.
Allen insiste: ¡es hora de despertar! Las voces aisladas que pugnan por lo necesidad de
estándares mínimos de calidad en los medios y lo necesidad de más programas de corte familiar
tendrán poco o nulo efecto si la sociedad, en su conjunto, no se hace escuchar. El llamado de
Allen abarca a todos pero, específicamente, se dirige a los dueños de los medios de comunicación
y a los anunciantes, a quienes pide que se unan al esfuerzo de los padres de familia para
consolidar un nuevo «pacto social» mediante el cual se produzca una renovación cultural y se
logre contar en los medios con un ambiente «más sano para nuestra sociedad y más seguro para
nuestros niños».
De manera contundente, Allen propone un código de conducta obligatorio que enmarque la
responsabilidad de la industria del entretenimiento con la calidad de la cultura y abarque, entre
otros, los siguientes elementos:
• Establecer ciertos estándares mínimos para la difusión del material violento, sexual y
degradante que transmita cada medio.
• Comprometer a la industria en una disminución general del nivel de violencia mediática.
• Prohibir la realización de programas juveniles con materiales para adultos.
• Proveer a los padres de familia de más fidedigna información sobre los contenidos de la
programación.
• Comprometerse con la creación de espacios e impulsar verdaderos esfuerzos creativos
dentro de los programas familiares.
Señala también que ese esfuerzo será poco fructífero, sí los padres de familia no lo respaldan
activamente y sugiere el envío de cartas, correos electrónicos, llamadas telefónicas, señalando en
los apéndices de su libro los datos de diversas organizaciones y medios a los que puede acudirse
en busca de apoyo.
Como prevé Allen, muchos verán en su libro una invitación a la censura; así que de inmediato
puntualizo que no se trata de hacer intervenir al gobierno en la programación sino de urgir « a la
industria del entretenimiento a asumir un nivel mínimo de responsabilidad por sus propias
acciones, y a tomar medidas sensatas de autorregulación».
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El libro de Steve Allen es también un compendio de errores y horrores cometidos por la industria
del entretenimiento. El gran error es haber cedido a las leyes de la oferto y la demanda para
afirmar que todo se vale con tal de ganar dinero. El horror es que dentro de ese todo se incluyen
conductas inhumanas, crueles y criminales. Para respaldar sus afirmaciones, Allen no duda en
reproducir, a la letra, canciones, transcripciones de programas de televisión, declaraciones de
prensa y otros datos que, sin exagerar, asquean y entristecen. Son mensajes que exaltan el
homicidio, la violación, el desprecio por las mujeres, el sexo antinatural y la falta de respeto a los
padres. En otros apuntes, menos grotescos pero igualmente significativos, Allen lamenta el
recurso fácil de lo vulgaridad como estrategia básica de producción, programación y
comercialización de espacios en los medios.
Cifras y datos dan fe de sus observaciones. De acuerdo con A.C. Nielsen, un niño (entre los 2 y los
11 años de edad), pasa en promedio 4 horas diarias frente al televisor. Un estudio del Cenfer for
Media and Popular Culture señala que un promedio de 15 actos violentos son televisados por
canal, cada hora, entre los 6 de la tarde y la media noche. En 1999, el entonces presidente Clinton
señaló que «cuando un típico muchacho estadounidense alcanza los 18 años, él o ella han visto
dramatizados 200 mil actos de violencia y 40 mil asesinatos». El panorama, como puede
apreciarse, adquiere tintes de tragedia. Allen analiza nuestra época y encuentro incontables
adalides del mal y lo horrendo, con los ojos puestos en la niñez y primera juventud a quienes se
ve, llanamente, como el principal mercado de esos productos.
Allen señala sólo una solución: despertar a los ciudadanos, padres de familia preocupados por sus
hijos, para invitarlos a librar una «guerra cultural exitoso» que permita revertir el daño causado
por la paulatina degradación de los contenidos de los medios. Además, señala que la tarea no será
fácil y habrá que mantener en perspectivo un factor central del problema: el ansia
Si bien el panorama se presenta oscuro, Allen se muestro optimista. El mal se ahoga con el bien
en abundancia y los tiempos críticos son tierra fértil para sembrar esperanza. Pero ésta sólo se
cosecha con acciones que comprometan. Frente a la actitud de muchos artífices de la culturo
popular que pugnan «por degradar a una sociedad de por sí perturbada», Allen presenta el caso
de muchísimas personas e instituciones que no están dispuestos a seguir recibiendo tanta basura
o través de los medios.
Su misma vida es un ejemplo de este compromiso por el bien social. El libro es necesariamente
autobiográfico y reseño con fidelidad las acciones emprendidas por Allen para mejorar el nivel
cultural de su país. Porque libró la batallo, Allen cuenta con la autoridad moral para invitar a
participar en la gesto por la dignificación de la sociedad. Su llamado se dirige o todos
aquellos que creen en la necesidad de contar con más y mejores contenidos aptos para toda la
familia y, una y otra vez, imploro la reflexión de los dueños de los medios que han deificado el
rating, convirtiéndolo en lo única medida del éxito o fracaso de un programa determinado. Al
«cerrar los ojos a lo que es nado menos que el colapso parcial de su propia sociedad», los
propietarios de los canales de rodio y televisión han elegido el dinero y rehuido su responsabilidad
cultural.
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EL DIOS RATING
Frente a la gélida prevalecencia del lucro sobre la dignidad humano, Allen se pregunta qué pasó
con la televisión estadounidense que, de ser un sector eminentemente familiar apenas hace 50
años, se ha convertido en un destacado transmisor de los más rastreros instintos del ser humano.
Sus cavilaciones desembocan siempre en o misma conclusión: la competitividad, la supremacía
del poder económico y la renuncia a optar por soluciones creativas, sintetizado en a «resignación»
o ir con la corriente, han convertido lo soez en un buen vehículo para amasar fortunas. «Mucho
del entretenimiento moderno supone ya “vulgarianos” que se dirigen a “bárbaros”. Pero la
pregunta de fondo es mucho más importante. ¿Por qué son tan elevantes los ratings? Porque se
traducen en dólares».
Allen urge a una cruzada personal, familiar y social que se rebele contra la supremacía de lo
riqueza sobre los valores culturales. Los medios son reflejo de la sociedad, cierto, pero están
obligados a colaborar en su perfeccionamiento, no en su destrucción. Allen miro con tristeza el
ámbito que mejor conoce, lo comedia, y extraña la genialidad creativa de los cómicos que
divirtieron a generaciones enteras sin recurrir a la vulgaridad. Lo difícil ahora, apunta, es
encontrar a algún comediante que no sucumba a la tentación de lo grotesco y lo inmoral.
Pero la mirada de Allen, que ha contemplado todo lo que hoy que ver en la industria del
entretenimiento, se poso directamente en quienes poseen el poder de lanzar al aire un programa.
Lo que más te desconcierta es el cinismo en que han caído los dueños, accionistas, ejecutivos y
productores que públicamente profesan ciertos valores morales que «desaparecen» en cuanto se
refieren a su compromiso como responsables dentro de lo industrio. Esto, que en el ámbito
médico podría llamarse fácilmente esquizofrenia o síndrome de personalidad múltiple, es en
realidad el resultado de la tergiversación de la escalo de valores. Cuando el único éxito de
relevancia es el económico, todo el entramado de las relaciones sociales comienza o desdibujarse.
Allen muestra su preocupación por la respuesta casi generalizada de los ámbitos intelectuales o no
llamar a los cosas por su nombre y la creciente aceptación de una visión de un mundo molo —la
que trasmiten los medios—, donde la libertad cede su espacio al libertinaje y el anhelo de un
hábitat verdaderamente humano se difumino ante la posibilidad, real y comprobada, de obtener
grandes ingresos a costa de pervertir a la juventud.
LA EXTINCIÓN DE LA FAMILIA
El autor hace gala de su condición de abuelo y bisabuelo preocupado por sus descendientes e
invita observar la realidad y no rehuir a lo que es evidente: nuestra sociedad vive momentos que,
cuando menos, debemos calificar de peligrosos. Inmerso en la realidad estadounidense, Allen
enfatizo el grave daño causado a la familia. Las cifras no mienten: reportes del FBI indican que en
1970 los arrestos relacionados con drogas sumaron 300 mil; para 1999 la cifra alcanzó los 1 .5
millones. El National Center for Health Statistics, por su parte, indicó que en 1 940, el porcentaje
de muchachas entre 15 o 19 años que engendraron un bebé fuera del matrimonio era de 13.5 por
ciento. Para 1 984, el porcentaje subió al 75.9 por ciento.
Hoy, Estados Unidos encabezo la lista en el número de hogares destruidos y los nacimientos fuera
del matrimonio; dos quintas
partes de los niños no viven ya con sus dos progenitores, lo que representa el doble de casos en
sólo 25 años. Otro estudio de la Universidad de Pennsylvania, realizado en una muestra de 1 ,000
niños de familias divorciadas entre 1967 y 1987, indicó que la gran mayoría no había visto a su
padre ni una sola vez durante el año previo al estudio. Un dato de gran relevancia si se considera
que los papás deberían ser quienes supervisaran lo que sus hijos ven y escuchan.
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Otro ejemplo es el abuso de los contenidos sexuales en los programas de televisión. Lejos de
tratar la sexualidad como lo que es —una realidad maravillosa que implica la donación total entre
dos personas, hombre y mujer, en el marco de una relación marital estable— los medios se han
dedicado o minusvalorar la sexualidad, convirtiéndola en mera genitalidad al servicio exclusivo del
placer.
Un estudio reciente de USA Today analizó las escenas centradas en el ejercicio de la sexualidad
humana; de las cuatro principales cadenas estadounidenses (ABC, CBS, NBC y FOX) sólo el 9%
retrataba relaciones sexuales dentro del matrimonio, el resto (9 1%) implicaba relaciones de
adulterio, entre adolescentes no casados, homosexuales y otros tipos de sexualidad no
matrimonial.
Como señala Allen, si se toma en cuenta que el televidente promedio en los Estados Unidos,
atestigua aproximadamente 14 mil referencias a lo sexual por televisión cada año, la idea de lo
sexualidad que transmiten los medios «debe ser causa de una auténtico preocupación».
EN BUSCA DE RESPUESTAS
Allen no oculto su sorpresa ante el relativismo moral que ha conducido a la descomposición social
que caracteriza nuestro tiempo: la desaparición, paulatina pero comprobable, de «la percepción
general de uno ley moral natural que empieza con la simple suposición de que algunas conductas
están bien y otras mal». Por increíble que parezca, hay muchas personas empeñadas en negar lo
innegable y en concreto, la probada relación entre la creciente criminalidad y la desintegración
familiar debida lo constante exposición televisiva.
El juicio de Allen es contundente cuando afirma que lo sucedido en años recientes es «una
creciente, ciega y hasta estúpida insensibilidad en la que muchos han perdido la conciencia del
mal» al grado de ignorar o menospreciar cualquier planteamiento sobre lo que es correcto y lo que
es incorrecto. «Si somos personalmente
Pero además de la necesidad de señalar a los principales responsables del deterioro en los medios,
Allen urge a todos sus lectores a la acción. “Si somos personalmente tan virtuosos que
no estamos realizando un mal específico, aun así podemos estar contribuyendo a él simplemente
por echarnos para atrás, haciendo poco o nada para oponernos”.
Sin menguo de ese llamado a la acción, Allen enfoco su atención en quienes, como los ejecutivos,
poseen el control de lo que los medios transmiten, y no duda en considerarlos faltos de buen juicio
y gusto, por su errónea percepción del público y lo que éste
quiere escuchar y ver. Sin embargo, ejerciendo la virtud de ponerse en lugar del otro, también
reconoce que la situación de los ejecutivos es precaria pues «su destino profesional depende de
los ratings y las ganancias de los programas que autorizan».
Con base en ejemplos reales, la serie de dibujos animados de Charles Schultz (el creador de
Snoopy y compañía) y los documentales de National Geographic, dos programas reiteradamente
rechazados por los ejecutivos, a pesar de que les fueron presentados incluso con patrocinadores,
Allen realza que la audiencia, al convertirlos en un éxito, «fue mucho más sabia que los
autoproclamados expertos de las cadenas de televisión».
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Allen demuestra que las voces de inconformidad por los contenidos reprobables de los medios han
surgido de todos los frentes, liberales y conservadores, porque «ambos bandos han perdido la
guerra cultural, y los verdaderos ganadores son los intereses comerciales de los medios».
Lo tarea es mucho más compleja de lo que puede apreciarse a simple vista: la raíz del dilema,
más que en individuos particulares carentes de buen gusto, está en todo un sistema sojuzgado
por la imperiosa sed de obtener colosales ganancias en el menor tiempo posible.
El dato alarma porque, sumando a las personas detrás de cada programa de radio o televisión que
atenta contra los valores humanos, se alcanza una muchedumbre de individuos dispuesta, muchas
veces, a ignorar los propias convicciones con tal de lograr sus metas patrimoniales, tanto
individuales como colectivas.
Lo que estamos presenciando, explica Allen, ya fue calificado por Adam Smith, como el problema
central del capitalismo basado en la libre empresa: la mentalidad de «todo con tal de ganar
dinero».
Este modo de pensar ha probado sin duda su eficacia para producir dividendos y altos niveles de
vida pero «la pregunta es, ¿puede alcanzar esos objetivos sin corromper a sus practicantes y a las
sociedades en donde opera?».
La respuesta es obvia. Pocos han sido capaces de resistir la fiebre del dinero y renunciar a sus
privilegios con tal de defender sus principios morales que, por desgracia, tras un período largo en
desuso, suelen empezar a erosionarse y acaban por perderse.
La cultura mejorará si cada persona se propone mejorarla. Los medios no cambiarán por
voluntad propia... no les interesa. Hay que ayudarlos a comprender sus enormes
posibilidades de hacer el bien y su probada eficacia para corromper.
Allen apunta que quienes detentan el poder de definir la programación «parecen no tener
literalmente ninguna orientación moral interior» pues «la explícita y deliberada vulgaridad ha
rebasado, con mucho, hasta los más laxos límites que habían prevalecido durante los últimos
años».
Allen demuestra estos excesos con análisis específicos sobre figuras y programas de la radio y la
televisión estadounidenses. Uno a uno va desmenuzándolos hasta exhibirlos como lo que son: un
escaparate de aberrante vulgaridad que, de ser un hecho aislado en el pasado, se ha convertido
en un elemento casi obligado.
«Ahora está generalmente aceptado —tanto en la política de izquierda como de derecha— que
toda nuestra cultura y nuestra sociedad está resbalando, a una creciente velocidad, hacia una
alcantarilla moral».
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Steve Allen considera que hay un aspecto concreto al que no se le ha prestado la suficiente
atención: «la participación de los niños» como televidentes. Una sociedad que aún conserva como
la más grave afrento aquello que se comete contra un menor, permanece imposible ante lo que
bien podría llamarse un crimen moral contra la infancia. El arma empleada es la televisión y los
autores intelectuales son, en este tema Allen no tiene duda, las cadenas de televisión.
El daño puede variar de acuerdo a la dosis de televisión de que se trate pero queda claro que los
niños son tiroteados con mensajes que niegan la autoridad, demeritan la institución familiar,
ridiculizan los valores tradicionales y promueven la sexualidad sin compromiso y la violencia como
conductas glamorosas. El autor lanza un desafío: ¿quieres que estos niños sean los cónyuges de
tus hijos y los padres de tus nietos?
La mentalidad del capitalismo, «todo con tal de ganar dinero», ¿puede alcanzar
sus objetivos sin corromper o sus practicantes y a las sociedades en donde opera?
La realidad es que nuestros hijos están expuestos a una abundante basura mediático y el
consumo de desperdicios conduce necesariamente a la enfermedad. Está ampliamente
documentado que la televisión en casa puede ser un instrumento educativo y enriquecedor pero
solamente bajo la supervisión de algún adulto con criterio. Lamentablemente, sabemos que esto
no es tan fácil.
De hecho, muchas veces, la televisión se emplea precisamente para suplir la ausencia de los
padres, como lo demuestran las siguientes conclusiones de un análisis sobre la influencia de la
televisión en la dinámica del hogar:
3. leer un libro, adquirir un pasatiempo, convivir con los amigos o practicar algún deporte.
4. En lo mayoría de los hogares, la televisión ocupa, hasta físicamente, el centro de la caso
5. Son minoría los menores que miran la televisión con la supervisión de un adulto (de hecho,
cada vez más niños poseen una televisión en su dormitorio).
6. Limitar las horas frente al televisor puede ayudar a prevenir el consumismo de los niños
(que frecuentemente quieren poseer lo que la televisión anuncia).
7. Ver la televisión en familia fomento la unidad y permite aportar diferentes puntos de vista.
8. Los padres deben evitar el convertir la televisión en niñera.
9. Lo televisión no debe emplearse como premio por haber realizado bien los tareas o
encargos de la casa.
10. La televisión causa adicción.
11. El mal uso de la televisión dificulta las relaciones de convivencia familiar, entorpece la
educación y puede ser causa de innecesarios cuestionamientos no aptos para la mente
infantil.
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Allen señala con claridad que son las cadenas de televisión quienes ocupan el primer lugar de
responsabilidad porque son ellas quienes determinan qué transmitir a los hogares y, en
consecuencia, a los niños. «Cuando un programa está al aire, está siendo emitido con una clara
intención de la televisora: que sea contemplado en la mayor cantidad posible de hogares».
Y resulta que en esos hogares abundan los padres demasiado ocupados para ver lo que sus hijos
miran o suficientemente aturdidos como para ser capaces de distinguir entre lo bueno y lo malo.
MIRADA CLARA
Con base en el tradicional concepto teológico de «ocasión de pecado», según el cual los individuos
que pretenden ser mejores deben alejarse del contexto social que impida objetivamente esa
mejoría, Allen advierte que, muchas veces, nuestra cultura parece haber convertido a la sociedad
entera en «una ocasión masiva de pecado». Por lo menos así lo indica la vertiginosa velocidad con
que ciertos personajes alcanzan la cumbre de lo fama sin importar el que, para lograrlo,
proclamen a los cuatro vientos toda clase de conductas criminales y degradantes.
Un síntoma claro, afirma Allen, es escuchar a un típico muchacho estadounidense de doce años
tarareando canciones que alaban la violación, el asesinato de policías o el consumo de drogas ante
la silente indiferencia de un mundo adulto que no quiere reconocer en ello una conducta peligrosa.
Pero Allen no es de los que suelto ¡a piedra y oculta la mano. Lejos de huir, enfrentó el problema
y se convirtió en vocero del Parents Televisión Council, una agrupación con vasta experiencia en
(a lucha por mejorar (a calidad de los contenidos de los medios y volverlos más familiares. El PTC
ha rebasado ya los 600 mil miembros y su campaña de difusión a través de los periódicos pasó de
100 mil a 3.8 millones de dólares. Por medio de desplegados de una plano en el periódico, el PTC
busca crear conciencia en el público respecto a la nefasta influencia de los medios, y a actuar en
consecuencia.
La acción, en pocas palabras, supone comunicarse directamente con ¡os patrocinadores de los
programas inconvenientes para pedirles que retiren su respaldo económico y/o contribuyan con
donativos para el PTC que permitan impulsar aún más a campaña de conscientización a través de
la prensa.
Allen no oculta su satisfacción por los resultados obtenidos, pero sabe que el éxito dependerá de
la perseverancia y la paciencia. No le cabe duda: sólo señalando por su nombre a los
patrocinadores de los programas destructivos podrá aspirarse a cambiar las cosas para bien. Las
condenas generalizadas son insuficientes por
injustas pues, aunque sean oasis en un desierto de mediocridad, siempre habrá genuinos
esfuerzos por producir televisión de calidas y apto para toda la familia.
Vulgarians at the Gate es uno invitación constante a tomar conciencia de nuestra dignidad y sus
exigencias, a no dejarnos arrebatar la ilusión de vivir como personas, a echar a andar en pos de
un mundo más humano. Nadie puede darse por vencido antes de iniciar la batallo.
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Aceptar que los medios inunden nuestras casas con basura, vulgaridad, obscenidad sin freno y
mal gusto sin límite, es conformarnos con lo mediocridad y renunciar a nuestros derechos como
televidentes. Allen lo enfatiza: los patrocinadores sostienen los programas pero es el público
consumidor, usted y yo, quienes sostenemos o los patrocinadores. Estos no son sordos al reclamo
popular pero es preciso que éste sea lo suficientemente claro y alto.
Se trata, sin duda, de un esfuerzo pero, ¿no es propio de los padres empeñarse al máximo,
llegando incluso al sacrificio, por sus hijos? Pues si tos padres luchan por llevar a su hogar la
mejor comida para garantizar así la salud física de los suyos, ¿no deberían también evitar que ¡a
televisión sirva para contaminar la mente de sus niños? Allen no se rindió porque le animaba una
esperanza: «Con un poco de sentido común, decencia y autocontrol, los productores de
entretenimiento estadounidenses podrían desarrollar un código voluntario de conducta que
eliminaría, en gran medida, los elementos antisociales de la programación actual sin limitar su
arte».
Enfatiza esto último al recordar, con palabras de Rita Kempley, periodista del Washington Post,
cómo en algunas de las mejores producciones cinematográficas de todos ¡os tiempos, «los
cineastas se refirieron a todo, desde el terror puro hasta la más anhelante sexualidad, en algunos
casos de manera inolvidable, sin tener que acudir a excesos de provocación, carne, sangre o
grandiosos efectos». La supuesta libertad de expresión actual, continúa Kempley, «sólo limitó el
vocabulario de los cineastas. Mientras más enseñan, menos crean»; el abuso de lo sexual y la
violencia son «una manera simplista de manipular al público».
FRÁGIL EXCUSA
La libre expresión de las ideos con repercusión social, es el sustento del Derecho a la Información
que encuentra uno de sus más claras antecedentes en el principio medieval «lo que a todos
compete, debe ser conocido por todos». Cuando hablamos de información nos referimos a la
acción o efecto de informar e informarse, entendiendo por «informar» el dar noticia o enterar de
una cosa. Información, por lo tanto, implica la transmisión o difusión de mensajes (saberes),
desde un polo emisor o otro receptor, o que circulan entre polos igualmente activos que se
enriquecen mutuamente. De ahí que los sociólogos investiguen el hecho social del diálogo público
establecido a través de los medios de comunicación.
artículo señala: «Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión: este
derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir
informaciones y opiniones, y el de difundirlas sin limitación de fronteras por cualquier medio de
expresión».
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En nuestro país, la libre expresión de las ideas encuentra su fundamento jurídico en los artículos
6o. y 7o. de la constitución. El 6o. señala: «La manifestación de las ideas no será objeto de
ninguna inquisición judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque a la moral, los
derechos de tercero, provoque algún delito, o perturbe el orden público; el Derecho a la
Información será garantizado por el Estado».
Por su parte, el artículo 7o. indica: «Es inviolable la libertad de escribir y publicar escritos sobre
cualquier materia, ninguna ley ni autoridad puede establecer la previa censuro, ni exigir fianza a
los autores o impresores, ni coartar la libertad de imprenta que no tiene más límites que el
respeto a la vida privada, a lo moral y a la paz pública. En ningún caso podrá secuestrarse la
imprenta como instrumento del delito».
Las limitantes señaladas por la Constitución, y otras reguladas en diversos países del mundo,
obedecen al sentido mismo de la convivencia social y el orden jurídico. Confundirlas con la censura
—tomada en su sentido amplio según el cual el gobierno va más allá de sus obligaciones paro
impedir la difusión de las ideos— es una postura falaz y acomodaticia para intentar justificar lo
injustificable.
Los niños son tiroteados con mensajes contra la autoridad, la familia, mensajes
que promueven la sexualidad sin compromiso y la violencia. ¿Quieres que ellos
sean los cónyuges de tus hijos y los padres de tus nietos?
Con esto línea de pensamiento, muchos medios subrayan su «derecho» a transmitir vulgaridades,
desviaciones, crímenes y perversiones bajo el endeble argumento de que la inmensa mayoría de
quienes los observan a través de los medios no se convertirán en asesinos, violadores o
narcotraficantes. Como Allen señalo, la mayoría de los fumadores no morirán de cáncer o
padecimientos pulmonares pero «de cualquier manera es un hecho que el pequeño porcentaje de
estadounidenses que sí mueren por los efectos venenosos del tabaco rebasan con mucho las 400
mil personas por año». Razón suficiente para que la publicidad del tabaco sea cada vez más
regulada, limitada e inclusive prohibida en los medios masivos de comunicación.
Si el tabaco envenena el organismo, es obvio que la inmoralidad afecta a la salud mental de quien
lo «consume» a grandes dosis, vía los medios de comunicación que, hasta hoy, y como hicieron
durante decenios ¡os productores de tabaco, se empeñan por negar su responsabilidad.
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Digámoslo, con Steve Allen, fuerte y cloro: los contenidos de los medios de comunicación que
ensalzan la violencia, endiosan el ejercicio desordenado de la sexualidad sin compromiso y
menosprecian la educación del público, pueden causar —y causan— graves daños a la salud
individual y social.
«El cine, los medios y lo industria de la músico popular, ofrecen sus propios héroes, la mayoría de
los cuales desprecian la vida normal, el trabajo arduo y la fidelidad. En cambio, glorifican la
Con estos escalofriantes citas, Allen inicia un intenso capítulo de Vulgarians at the Gate donde
explica el proceso continuo de negación de responsabilidad de los medios. En él señala que los
partidarios de la vulgaridad responden muchos veces a la más leve crítica actuando como si
alguien estuviera atacando su conducta personal. Esta es una «impresionante equivocación». Lo
que lo gente quiere es impedir que sigan imponiendo sus ínfimos estándares a la juventud por
medio de lo televisión, radio, películas y artes teatrales en general.
Otra interpretación equivocada es lo que hacen los medios cuando afirman que nadie obliga al
pública a ver a escuchar ciertos programas, por lo que éstos no deberían ser criticados. Otra vez,
un argumento falaz. Lo que está en juego no es el presenciar o no presenciar esos programas,
sino luchar por elevar sus niveles de calidad paro que, en vez de destruir, contribuyan a construir
uno sociedad más sana. Lo que necesitamos, afirma Allen, «es una formidable combinación de
responsabilidad de los padres ‘los adultos en general, responsabilidad privado y corporativa, y —si
es necesario- sí, más leyes para proteger los corazones y las mentes de nuestros niños».
En contraparte, señala, será muy difícil avanzar si no logramos superar el lucro como valor
supremo pues «es más difícil que nunca dejar de promover el mal y el crimen mientras sean
percibidos como mercancía que puede, y de hecho se convierte, en una ganancia masiva».
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Allen quiere alertar a la gente, a cada lector, para evitar que, como ha sucedido en los últimos
años, a unos pocos productores del entretenimiento más sucio «no sólo se les ha permitido operar
en el mercado, sino que han acabado por dominarlo». Las complejas consecuencias de este
fenómeno se encuadran en una certeza: lo que los medios transmiten no es inocuo, tiene siempre,
una repercusión en el público y, más específicamente, en cada uno de los integrantes de ese
conglomerado.
De hecho, los medios surgen para comunicar y buscan ejercer su oficio precisamente para
impactar en las personas. Su fin es captar la atención e influir en el pensamiento de la gente.
Además, han demostrado a cabalidad su eficacia. El deslumbrante poder económico de la industria
del entretenimiento sólo se explica por su fiabilidad para incidir en el pensamiento e influir en las
decisiones económicas de la audiencia. La simbiosis entretenimiento publicidad comprueba, sin
duda alguna, la relación causa-efecto entre lo que los medios difunden y la gente piensa.
Los medios, por deducción lógica, sí difunden valores o antivalores morales y lo hacen con plena
conciencio. Sin embargo, lo que Allen destaca es que, a últimas fechas, los medios han renunciado
incluso a juzgar moralmente sus contenidos supeditándolos a sus afanes mercantilistas. Si la
sexualidad desordenada abunda en las pantallas y atiborro las ondas de radio es porque vende;
«la industria de la publicidad emplea material de índole sexual no tanto por la intención consciente
de debilitar la fibra moral de una nación, sino simplemente para vender sus mercancías».
Atrapados por este criterio, muchos creativos de la industria del entretenimiento han tejido una
telaraña que acabó por atraparlos.
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«Decir que algo es “normal” de ninguna manera implica que sea socialmente aceptable o
admirable». Este enredo, afirma Allen, es parte de la trastornada ideología contemporáneo, en la
que se confunde respeto con aceptación, tolerancia con complacencia y frecuencia con
normalidad. A pesar de las confusiones, Allen sostiene que aún existe la conciencia de que las
referencias morales —es decir, la existencia de pautas de comportamiento acordes con la dignidad
humana— son un elemento necesario, pues «con su total ausencia, la vida en nuestro ya de por sí
problemático mundo sería literalmente intolerable».
Por eso, insiste en llamar a las cosas por su nombre y se refiere a personas y empresas concretas
que «ante su ausencia evidente y tol de contrición o reforma» deben ser señalados como
culpables de la vulgarización de la cultura popular.
CULPABLES
Durante las últimas dos décadas, las tres mayores cadenas televisivas de Estados Unidos han
enfrentado una erosión significativa de su audiencia por lo que Allen denomina «la
suburbanización de la televisión»; es decir, a posibilidad de elegir entre más servicios televisivos
que, por su calidad, atraen la atención del sector más preparado de la sociedad. A través de la
televisión por cable o satélite, cadenas como la Public Broodcosting System (PBS), el Discovery
Channel, Arts & Entertainment y el History Channel han logrado incrementar su auditorio con una
programación innovadora e inteligente. Esta es la parte encomiable del fenómeno.
«Los medios, ofrecen sus propios héroes, la mayoría de los cuales desprecian la
vida normal, el trabajo y la fidelidad. En cambio, glorifican la violencia, la
excitación y la aberración. El efecto de este adoctrinamiento es incalculable, pero
temible».
Link comparte con Allen la creencia de que el dinero es el que manda. «Tengo 40 años en la
industria y nunca había atestiguado un nivel tan ínfimo. Para los anunciantes, las cadenas, los
estudios cinematográficos, hasta los productores independientes, todo es cuestión de dinero».
Link acusa a los medios de transmitir violencia bajo el eufemismo de «acción» que «vende porque
la audiencia está formada por niños. Este es el público meta: niños varones menores de 18 años.
Estos chicos verán la cinta Duro de matar tres, cuatro, cinco o seis veces. Esto es, otra vez, un
asunto de dinero. ¿De dónde viene el dinero? Bueno, de los padres. Los chicos no ganan dinero.
(...) Padres, despreocúpense de sus hijos: sólo denles dinero».
Es una revisión cruda pero veraz, porque abarca a todos los culpables de la cadena de la
vulgaridad que ha motivado a los grandes consorcios estadounidenses a esforzarse por retener a
la parte menos preparada y más numerosa de televidentes dispuestos a consumir la telebasura,
por lo que han rebajado aún más la ya ínfima calidad de los programas que transmiten y acuden a
«programación cada vez más escandalosa y a más intensas campañas de promoción en un intento
desesperado de proteger su nicho en el mercado del entretenimiento». Como resultado de esta
apuesta por lo más rastrero, Allen cree que «todavía no hemos visto las profundidades a ¡as que
la televisión es capaz de caer».
Allen señala que lo más que han hecho las cadenas para proteger a la audiencia infantil y juvenil
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de 20 segundos compita en impacto con un programa de uno hora que ensalzo la violencia y el
modo de vida de los drogadictos y los narcotraficantes. En México, a esto le decimos «querer
tapar el sol con un dedo».
Allen señala que las cadenas televisivas apuntan la mayor parte de sus estrategias al grupo de
edad comprendido entre los 15 y los 30 años, con especial énfasis en los varones menores de 25.
No sorprende, por tanto, que parte esencial de la «fórmula ganadora» sea la comercialización de
lo sexual, pues el público meta es precisamente «ése en que la naturaleza coloca el impulso
sexual en su más alto grado». Además, y quizás todavía más grave, ese grupo se caracteriza por
su incapacidad para emitir juicios morales, como apunta el profesor Robert Simon con 30 años de
experiencia docente, quien afirma que «entre el 10 y el 20% de sus alumnos son reticentes a
emitir juicios morales» y parecen «comprometidos con un relativismo moral que no les permite
pensar sobre el engaño, el robo y otros asuntos morales».
Esta generación, continúa Allen, parece estar dispuesta a aceptar un mundo donde no hay lugar
para los criterios del bien y el mal, y en ej que los únicos beneficiados son Madonna, Howord
Stern, Jerry Springer, MW y «otros enemigos de (...) la salud mental».
Bajo esta sombra relativista, un análisis realizado en 1 998, reveló que casi el 70% de la
programación infantil estaba dirigida a niños de primario y contenía más violencia y lenguaje
inapropiado que los programas dirigidos a infantes de jardín de niños y a adolescentes. Además,
46% de los programas para niños carecía de contenido educativo, el 44% transmitía demasiada
violencia y, en la programación para adolescentes, el 19.2% de los programas presentaba un
exceso de referencias sexuales.
Ante este tipo de adoctrinamiento infantil sorprende, pero no extraña, que en Estados Unidos los
menores de edad sean responsables de ¡mil asesinatos al año! Nadie afirma que la televisión sea
la única culpable de ¡a conducta violenta pero «sugerir que ni siquiera deba incluirse en la lista de
agentes causales es pura tontería».
La American Medical Association, por ejemplo, señaló desde 1976 que «la violencia por televisión
amenaza la salud y el bienestar de los jóvenes estadounidenses». En 1982, el National Institute of
Mental Health concluyó que «existe un claro consenso entre la mayoría de los investigadores
respecto a que la violencia televisada conduce a conductas violentas». La American Psychiatric
Association, en 1986, apuntó que hay
“evidencia contundente de que la violencia en los programas de televisión puede tener un efecto
severo y negativo en la conducta de la juventud”. En 1993, la American Psychological Association
declaró que no hay «ninguna duda de que los altos niveles de exposición a la violencia por
televisión están correlacionados con la creciente admisión de actitudes violentas y el incremento
del comportamiento agresivo».
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Es imposible saber hasta qué grado afecta a los niños la excesiva exposición a la violencia pero lo
incuestionable es que los perturba. «Los medios son una parte importante de nuestras vidas y
tienen mucho qué enseñar. Pero algo de lo que muestran quizá no sea lo que queremos que
nuestros hijos aprendan. Algunas veces puedes identificar el impacto de los medios de inmediato
(...) pero la mayoría de las ocasiones el impacto no es tan evidente. Ocurre lentamente, mientras
los niños ven y escuchan ciertos mensajes una y otra vez: peleas y otras formas de violencia
como medios para “manejar” conflictos. Cigarrillos y alcohol presentados como interesantes y
atractivos en lugar de nocivos y mortales. Actividad sexual sin resultados negativos, como las
enfermedades o los embarazos no deseados» (American Academy of Pediatrics).
Aceptar que los medios inunden nuestras casas con basura, vulgaridad,
obscenidad sin freno y mal gusto sin límite, es conformarnos con la mediocridad y
renunciar a nuestros derechos como televidentes.
Los medios pueden y deben esforzarse por proteger a la sociedad en la que se transmiten sus
mensajes. Nadie desea la intervención gubernamental en forma de censura pero tampoco debe
soslayarse el deber del Estado de salvaguardar la salud física y mental de sus habitantes. Allen
abunda en los dilemas de la libre expresión con un capítulo que dedica íntegro al estudio de la
censuro diferenciándola claramente del necesario autocontrol de los medios.
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Allen no pretende agotar el tema, pero invita a abordarlo con inteligencia y sinceridad. La clave
está en distinguir entre la libertad y el libertinaje; la primera, rectamente ordenada, lleva
necesariamente a la búsqueda del bien. El segundo, sin duda, conduce a la anarquía, el desorden
y la descomposición social. Un compositor tiene libertad paro crear su música pero, al convertirlo
en invitación al asesinato de policías, la violación o el racismo, incurre en uno grave violación del
orden establecido. Esto, que así expresado parece tan sencillo, ha dado lugar a incontables
debates. Resulta paradójico que millones de personas reprueben la técnica de propaganda
empleada por Hitler para consolidar su totalitarismo y, al mismo tiempo, encubran lo invitación o
la violencia o través de los medios con sofisticadas elucubraciones sobre los derechos individuales.
Como afirma Allen, el debate puede durar muchos años y quizá la vida entera, pero enfrentarla
con argumentos es esencial para evitar que el bien de pocos, los que se enriquecen a costa de la
vulgaridad y la violencia, prevalezca sobre el bien de las mayorías, con derecho a vivir en un
mundo pacífico y humano.
EL TRIUNFO DE LO PERVERSO
En Vulgarians at the Gate, Allen estudio los mensajes que transmiten personajes como la
cantante Madonna, Howard Stern el locutor de radio convertido en estrella de cine y televisión, y
el conductor de televisión Jerry Springer. Sólo son un botón de muestra de o bajo que puede caer
una persona (y todas las que la respaldan) con tal de atraer lo atención —y el dinero— del público.
No se reproducirán aquí las declaraciones de esos personajes ni los letras de las canciones
popularizadas por 2 Live Crew, Tupac Shakur o Eminem. Baste mencionar que entre esas «joyas
del arte popular» encontramos blasfemias, invitación a la violencia y el consumo de drogas, elogio
de la violación y la discriminación racial, difusión de lo vulgaridad en el vestir y el hablar,
justificación de toda clase de conductas sexuales antinaturales y un largo etcétera de mensajes
que nadie, en su sano juicio, quisiera inculcar a sus hijos.
El análisis de Allen sobre estas figuras que intencionalmente emplean el escándalo como medio de
promoción, arroja interesantes luces sobre el éxito, medido en términos de popularidad e ingresos
económicos, de éstos y otros personajes. En primer lugar, destaca la intencionalidad de su
vulgarización; son burdos y soeces porque quieren serlo, porque en esa «técnica» han encontrado
una veta por explotar que produce —las cifras no mienten— ingresos multimillonarios. Conocen el
instinto natural del hombre y lo explotan, estimulándolo externamente con lo que, están seguros,
ciertamente reaccionará. En el desorden sexual y la violencia extremas han hallado la fuente del
escándalo y, en ésta, la mejor estrategia de marketing. Sin ese énfasis en lo grotesco, ninguno de
ellos sería hoy quien es dentro del mundo del entretenimiento.
Segundo, detrás de cada personaje o programa sórdido, se encuentro una inmensa infraestructura
comercial que apoya, también con plena conciencia, su carrera. Todo el aparato se mueve por
impulsos económicos, nada más. Dentro de este esquema, todo se vale con tal de obtener
ganancias. El único criterio a seguir es el que resulta de combinar ratings e ingresos por
publicidad; si la cifra es económicamente atractiva, el programa se transmite y se patrocino a la
figura en cuestión. El éxito de la vulgaridad convertida en espectáculo, es el éxito del máximo
poder reconocido en Estados Unidos: el «poder del dinero».
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Quinto, dada lo probada relación producto-mensaje, el público interpreta, con justa razón, que los
anunciantes están de acuerdo con lo que los programas difunden.
Sexto, Allen reivindica el derecho del público a manifestar su inconformidad con los contenidos de
los medios e invita a una actitud proactiva mediante comunicaciones directas con los artífices de
la vulgaridad: los medios y sus anunciantes.
Séptimo, la inactividad al respecto supone complicidad con los medios. Son los padres de familia
quienes cuentan con el poder de revertir la ola de vulgaridad que amenaza con arrasar la cultura
popular.
«La crudeza, los groserías, la promoción de lo obsceno, el vicio y la violencia que toleramos en
nuestras pantallas de televisión serán la crudeza, las groserías, la obscenidad, el vicio y la
violencia que tendremos que soportar en nuestra vida real en los años por venir.
»De acuerdo a la actual tolerancia de esta disminución de buen gusto y valores en la televisión,
estamos enseñando a nuestros hijos que el nivel más básico de la conducta humana es la norma
aceptada» (senador Robert C. Byrd).
Allen concluye su libro con una pregunta: ante lo que está probado y documentado —lo creciente
andanada de suciedad en los medios—, qué podemos hacer? La respuesta es diáfana: mucho y
urgente. La tarea de mejorar el nivel de la industria del entretenimiento compete “a toda la
sociedad” y debe empezar precisamente en la célula misma de cualquier grupo social: la familia,
pues «la verdadera tarea educativa es algo que coda individuo debe conseguir por sí mismo y
después, por algún medio, transmitirla a sus hijos”.
La cultura popular será mejor en la medida en que cada persona, desde su trinchera, se proponga
mejorarla. La televisión y otros medios no cambiarán por voluntad propia... sencillamente porque
no les interesa cambiar. Tenemos que ayudarlos, forzarlos si es preciso, a comprender la
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En los Estados Unidos y en México, las estaciones de radio y televisión pueden funcionar porque
se comprometen a proveer de programación en favor del interés público. Si en lugar de contribuir
al bien de la sociedad, los medios se empeñan en contaminarla con patrones equivocados de
conducta, el Estado estaría en su derecho de cancelar las licencias o concesiones que les permiten
funcionar. Nadie quiere esta alternativa pero no puede pasarse por alto. La invitación es a los
responsables de los contenidos, para que tomen conciencia de su responsabilidad social sin
supeditarlo a su sed de ganancias.
Lo mismo puede decirse de los anunciantes; hoy la decisión de patrocinar o no un programa rara
vez recae en un individuo. Las grandes decisiones se toman por consenso entre un grupo más o
menos nutrido de ejecutivos. Una vez más, el reto es despertar la conciencia individual y la
responsabilidad personal, ¿serán los anunciantes capaces de sacrificar una parte de su audiencia
potencial, si ése es el precio de patrocinar programas dignos? Sólo si los que toman la decisión
retornan a
los antiguos criterios de calidad que permitieron el auge de una industria del entretenimiento
donde el talento era el principio rector.
«Decir que algo es “normal” de ninguna manera implica que sea aceptable o
admirable». Este enredo ideológico contemporáneo, confunde respeto con
aceptación, tolerancia con complacencia y frecuencia con normalidad.
Mientras el criterio sea únicamente económico, los medios y sus anunciantes seguirán
deslizándose por la oscura resbaladilla de la vulgaridad como moneda de uso corriente. El
llamado es a todos los protagonistas de ¡a industria de los medios, pero lo que está en juego «es
nuestra ético y estructura nacional».
Y llegamos así al meollo de Vulgarians at the Gate y de las convicciones de Sieve Allen: los padres
de familia son, por derecho y por obligación, quienes pueden hacer que los medios cambien. Si la
única ley que rige los contenidos es la de la oferta y la demanda, es preciso disminuir la demanda
de vulgaridad, desorden sexual y violencia.
Los padres pueden optar por cerrar los ojos y financiar el entretenimiento de sus hilos, sin analizar
en qué consiste y qué tipo de mensajes contiene. Pero como primeros responsables de su
educación, la inmensa mayoría de los padres de familia no está dispuesta a permitir que su
esfuerzo de años se diluya por largas horas frente a la televisión. El reto es grande porque nunca
antes habíamos presenciado tal omnipresencia del mal en nuestros medios de comunicación, pero
lamentarse sin actuar es una actitud estéril. Al buscar el bienestar de nuestros hijos, somos los
padres quienes debemos ocuparnos de su salud mental y tomarnos en serio «aquellos elementos
de nuestra sociedad que muestran, claramente, su destructiva influencia en los corazones y las
mentes de nuestros hijos».
Podemos cerrar los ojos ante el entretenimiento de nuestros hijos, sin analizar
qué tipo de mensajes contiene. Pero lo inmensa mayoría de los padres no está
dispuesta a permitir que su esfuerzo de años se diluya por largas horas frente a la
televisión.
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Nunca es fácil lo que vale la pena. Pero pensemos por un instante en el fruto de un esfuerzo
consciente por facilitar la formación de nuestros hijos como personas íntegras. En la actualidad,
las largas horas perdidas frente a la televisión, los videojuegos que sustituyen a los auténticos
entretenimientos infantiles, la escucha minuto tras minuto de música estrepitosa, las ropas
inadecuadas en cuerpos diminutos, se unen para crear niños disfrazados de adultos, acompañados
por adultos que parecen haber olvidado que fueron niños.
Si compras un boleto para ver una cinta vulgar o adquieres música etiquetada como
ofensiva, o pagas los productos del patrocinador de un programa inconveniente, estás
contribuyendo o lo violencia, degradación y vulgaridad social.
La saturación de imágenes y sonidos cargados de mensajes vacíos ha terminado por enterrar una
de las facultades humanas por excelencia: la imaginación. En nuestra época no hace falta pensar,
y mucho menos imaginar, para jugar un rato. Pero la sofisticación produce un fenómeno
paradójico: son los juegos quienes juegan con los niños, cuando debiera ser ó la inversa. La nueva
generación de teleadictos admite sin reparos que los espectáculos determinen los límites de su
fantasía. Con costosísimas producciones se encubre al héroe de moda y los encargados de la
mercadotecnia llenan el mercado de productos alusivos a la nueva creación de los «genios» de
Hollywood. No queda nada para la imaginación personal.
LA PALABRA EN ACCIÓN
En esa batalla no debe interponerse el temor o el desánimo, o sorprendernos que «nuestra labor
nos obligue, eventualmente, a criticar a algunas personas y fuerzas muy poderosas de la
sociedad». De hecho, afirma Allen, señalar a individuos concretos es indispensable para obtener
una respuesta en favor de la mejora de los contenidos de los medios.
Allen enumero algunas sugerencias que han probado su eficacia al ser instrumentadas por
personas o grupos: las cartas de protesta o felicitación cuyo poder nunca debe ser subestimado,
los boicots a ciertos productos de los patrocinadores de programas nocivos y, de ser necesario
aunque sólo se recomiende como último recurso, las manifestaciones públicas
de descontento. Otras posibles medidas son la difusión de literatura (artículos o libros) que
sustenten los argumentos en pro de una mejor cultura popular y la presión a los organismos
gubernamentales encargados de hacer cumplir la ley que regula a los medios de comunicación.
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Cuando terminaba de corregir el manuscrito de Vulgarians at the Gate, Steve Allen fue
sorprendido por la muerte. Las palabras de las últimas páginas, sin embargo, quedan ahí para ser
recogidas por quienes compartan con él «una genuina preocupación por la generación que está
creciendo hoy en día, en los primeros años del siglo veintiuno», y explica que la degradación, la
vulgaridad y la violencia en los medios no terminará, por el contrario, seguirá creciendo, a menos
que el público, cada uno de manera individual, se tome en serio el peligro que ese tipo de
entretenimiento representa cuando invade las casas y la vida entera.
Steve Allen apunta que cada vez que una persona compra un boleto para ver una
cinta vulgar o adquiere un CD con música etiquetada como ofensiva, o paga los productos de un
anunciante que patrocina un programa de televisión inconveniente, está contribuyendo a la
violencia, degradación y vulgaridad de los medios que «envenenan las mentes de nuestros niños y
aletargan la sensibilidad moral de todos nosotros».
Es un reto colosal y no es exclusivo de los Estados Unidos, aunque es importante señalar que el
90% de las películas proceden de este país y el 75% de la programación televisiva también. Los
«vulgarianos» ya están en la puerta del mundo e, imposible negarlo, hasta en la cocina de nuestro
México. Basta un día cualquiera para encontrar, en las dos grandes cadenas de televisión abierta y
en incontables estaciones de radio, crudas manifestaciones de dolorosa vulgaridad y
desproporcionada violencia.
Además, los consorcios comerciales que patrocinan la programación no dudan en apostar por las
series estadounidenses y las burdas imitaciones mexicanas que confirman la receta: espolvoreé
los bajos instintos de la naturaleza humana, mézclelos con programación abundante en
Otro libro sería necesario para enumerar casos concretos del fenómeno de la vulgarización de los
contenidos de los medios en México pues los hay, a raudales, y cada vez más ofensivos. Usted y
ya los conocemos, y así lo han reconocido figuras del mundo del espectáculo, coma Verónica
Castro: «No me gusta la televisión de ninguno de los canales. Creo que están amarillos y hay una
falta de respeto increíble» (Día Siete, no.74).
El problema es global y muchas de las voces más fiables del mundo, por su rectitud moral, se han
alzado para prevenir los males que puede causar la televisión mal utilizado y resaltar las infinitas
bondades de la televisión empleada para hacer el bien.
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Allen culmina con un llamado que es reto, con una súplica que es desafío:
«Por la seguridad de nuestros hijos y nietos, y de la sociedad que heredarán y
legarán a la siguiente generación, te ruego que tu propia voz sea escuchada».
Allen fue una voz destacada en este frente a favor de lo mejor en los medios de comunicación.
Vulgarians at the Gate da cuenta cabal de su incansable labor y queda ahí para despertar las
conciencias dormidas, y echar a andar en pos de un mundo más humano; conocer su contenido
sin asumir el reto de hacer lo que esté de nuestra parte por mejorar el nivel de la cultura popular
es haber perdido lastimosamente el tiempo.
Allen culmino con un llamado que es reto, con una súplica que es desafío: «Por la seguridad de
nuestros hijos y nietos, y de la sociedad que heredarán y legarán a la siguiente generación, te
ruego que tu propia voz sea escuchada».
La responsabilidad es nuestra. Lo que está en juego: el mundo que vivimos y el que heredaremos
a nuestros hijos.
Actualmente los niños nacen sabiendo como manejar el control remoto de la televisión; aprenden
sus primeras letras de la mano del “mouse” de la computadora y manejan con gran facilidad casi
cualquier aparato audiovisual. Es decir, son altamente receptivos a los mensajes que se envían a
través de los medios de comunicación.
Los niños y los jóvenes conforman audiencias muy influenciables y vulnerables. De acuerdo a su
etapa de vida se encuentran en un proceso de maduración donde la confianza en sí mismos no es
total y sus valores aún permanecen flotantes. Un programa de televisión o una película puede ser
una experiencia significativa para un adulto maduro. Pero para un niño o adolescente, ese mismo
programa o película puede llegar a influir en una futura conducta autodestructiva y antisocial.
Por esto, las familias deben asumir la responsabilidad como audiencia, así como los productores y
creadores, y aprovechar mejor los contenidos de los medios de comunicación, sin satanizar, ni
prohibir o rechazar, sino más bien aprender a ser selectivos y críticos frente al fenómeno de los
medios.
La televisión y la educación de los niños
Una mamá, molesta por las observaciones del esposo respecto de la mala conducta del hijo de
ambos, exclamó: "pues salió a tu familia". Muchos papás ya no culpan a las generaciones
anteriores de los defectos de los hijos. La televisión es ahora responsable de la agresividad,
descortesía y gustos extravagantes de los niños. Es un enemigo que irrumpe en el recinto del
hogar y complica la laboriosa obra de la educación de los hijos.
Características de la televisión
2) Es pródiga en temas. Cada media hora o cada hora, los canales ofrecen documentales,
noticieros, comedias, etcétera. La necesidad de mantener funcionando los canales muchas
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5) Fomenta la pasividad. ¿Qué esfuerzo debe desplegar el niño que contempla un programa de
aventuras? ¿Qué espíritu crítico despiertan los conflictos resueltos por un apretón de manos,
un beso o, lo que es peor, un revólver? La televisión inculca tanto a los adultos como a los
niños la tendencia a la pasividad y a la receptividad, a ser alimentados y absorber lo que se
les ofrece. Tales efectos aparecen ciertamente en otras situaciones. Lo amenazador de la
televisión es su ubicuidad. Hay demasiada televisión y desde muy temprana edad. Si la
madre perspicaz fomenta en el niño la independencia propia y el interés por la actividad, la
televisión fomenta las tendencias opuestas. Hay acentuadas diferencias entre los juegos de
policías y 'ladrones y los programas policíacos; entre asistir una vez a la semana al cine y el
gesto fácil de prender en cualquier momento el aparato televisor.
7) latente del espectador, sino que la aviva. Los programas han iniciado una carrera
desenfrenada en pos de la violencia, cuyas proporciones futuras apenas pueden imaginarse.
Un estudio realizado durante 10 años por Eson (1972) concluye que la contemplación de la
violencia fomenta la agresividad posterior de los niños. El investigador no afirma que la
violencia de la televisión sea el único factor, sino que es independiente de otros factores
causales estudiados en el mismo periodo y contribuye más que la capacidad mental,
conflictos paternos, estrato social, nivel de aspiración, raza y religiosidad.
8) Sirve de distracción. Los lectores están familiarizados sin duda con el impulso de tomar una
novela policíaca y escapar así de las tensiones de la vida real. De modo semejante, si los
niños encuentran demasiadas presiones en el ambiente, experimentan la tendencia a
escaparse de todo, sumergiéndose en la fantasía.
9) Cumple los deseos; es decir, proporciona salida a impulsos que no pueden expresarse en la
vida real.
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Es necesario realizar estudios a largo plazo sobre los efectos del ejercicio constante de la
fantasía. ¿Insensibiliza ante la dureza y aridez de la realidad? impide al niño ensayar
soluciones reales a los problemas? ¿Lo acostumbra a buscar refugio fácil? No es posible
todavía responder satisfactoriamente a estas inquietantes cuestiones, tanto más delicadas
cuanto que la televisión es maestra consumada en el arte de la fantasía. Tiene a su alcance
los espléndidos recursos para hechizar la imaginación de niños y adultos.
Los diarios relatan casos de chicos que franquean los linderos existentes entre la fantasía y
la realidad, para ejecutar lo que vieron en la pantalla. Con frecuencia, los conflictos se
resuelven por la agresión y los niños fácilmente dan el paso desde la fantasía a la realidad.
Un estudio muestra que los niños ex-puestos a películas de violencia no cambian sus
opiniones sobre la inmoralidad de tal conducta, sino están más prestos a recordarla en
tiempo de conflictos y sienten inclinación a resolverlos mediante la violencia. Peor aún si el
acto violento no es castigado. Otro estudio (Brodbeck, 1955) señala que, cuando un villano
tiene éxito, los niños se identifican fácilmente con él y prefieren ser como él. En otras
palabras, escogen cierto tipo de conducta que tenga éxito sin importarles sus consecuencias
inmorales. Los programas que incluyen la moraleja de que cometer un crimen se paga, no
inhiben la agresión. La conclusión que se desprende de los estudios citados es que el niño
quiere asemejarse al villano fuerte más que al héroe débil; un final ético no neutraliza la
influencia de un villano fuerte y atractivo (Zajonc, 19SQ).
10) Asusta a los niños. Es verdad que cierto tipo de violencia no los espanta, como cuando el
Pato Pascual es perseguido o un cocodrilo devora al títere curioso. Las películas de vaqueros
tampoco llegan a atemorizarlos, pues los niños presienten lo que va a suceder. Otras
escenas, en cambio, despiertan el miedo en sus mentes, como cuando el personaje con el
cual se identifican sufre algún daño, especialmente en lucha cuerpo a cuerpo. Algunos niños
lloran al ver un perro herido.
Igualmente espantables son las escenas que recuerdan al niño sus propios temores, sobre
todo la soledad, el alejamiento de los padres y la oscuridad. Por desgracia, ciertos
programas explotan los temas del cuarto oscuro, la sombra siniestra junto a la ventana y el
cadáver ensangrentado, que infunden terror al niño, quien proyectará en el sueño sus
propias preocupaciones. Otras situaciones producen miedos semejantes; pero la televisión
resulta especialmente peligrosa a causa de la viveza y frecuencia de estas experiencias.
11) Cansa a los pequeños, más si los programas retrasan la hora de dormirse.
La revista Time narra el caso de un grupo de niños de tres a trece años de edad
pertenecientes a familias que se encontraban en una base aérea. Los niños sufrían de
cansancio crónico, insomnio, dolor de cabeza y trastornos digestivos, síntomas a los cuales
no se encontraba explicación satisfactoria. Un minucioso examen detectó que estos niños
eran adictos a la televisión. Veían programas de tres a seis horas los días laborables y de
seis a doce horas los sábados y domingos. El remedio fue sencillo: suprimir la televisión.
12) Rinaldi (1966) señala otra característica nociva de la televisión: sus héroes son personajes
mágicos. Nada les sale mal a diferencia de los héroes reales y los de la literatura, cuya vida
está tejida de triunfos y derrotas, alegrías y tristezas.
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