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El extractivismo no pide permiso ni respeta a nadie.

Stefan Silber, teólogo laico alemán

Para entrar en la mina, hay que pedir permiso. Es lo que me enseñaron los ancianos mineros
cuando vivía en Potosí hace muchos años. Se pide permiso antes de empezar a trabajar en el reino
profundo del Tio. Y a pesar de pedir permiso y cumplir todos los ritos, ocurren los accidentes.
No creo que los responsables del desastre ecológico de Brumadinho, en Brasil, hayan pedido
permiso. Ni siquiera parece que acataron las leyes civiles, ni mucho menos las espirituales. El
quiebre del dique de colas de la mina de hierro pudo ser evitado. Era un desastre anunciado. Por
esto, el obispo auxiliar de Belo Horizonte, Dom Joaquím Mol, dice que “aquí no hubo accidente.
Hubo un crimen ambiental y un homicidio colectivo. Hay personas que precisan ser
responsabilizadas por esto”. Otros recuerdan que la sociedad civil hace tiempo advertía que la
política de reducción de costes de la empresa minera estaba poniendo en riesgo la seguridad. Pero
la codicia valía más que las vidas humanas.
El extractivismo minero no es algo que podemos dominar solo con la planificación técnica y
normas de seguridad. En Brumadinho, una empresa alemana especializada en seguridad industrial
había declarado “seguro” al dique en el mes de septiembre del año pasado. Pero frente a la
corrupción, a la codicia empresarial y política, a la falta de consideración humana y ambiental, no
hay esperanzas de seguridad. Obviamente, en la actualidad, sucede lo mismo en Potosí.
Lo que puede ayudar, es el respeto. Es otra cosa que por allá me enseñaron los mineros y los
campesinos potosinos: el respeto nos puede salvar. El respeto frente a los demás, el respeto a
todos los seres, el respeto verdadero y visible a la Pachamama. Es un respeto que tiene
consecuencias éticas, y no se limita a las palabras y al folclor, como hoy muchas veces sucede.
El extractivismo, en cambio, es irrespetuoso. Es urgente que empecemos a contenerlo. Es urgente
que activemos la fuerza espiritual ancestral del respeto frente a las personas humanas más
vulnerables y frente a nuestra casa común que es el medio ambiente.
Necesitamos desarrollar este respeto, no solo en la vida diaria, sino también en la política y en
la economía, para contener este extractivismo salvaje que no pide permiso ni respeta a nadie.

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