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Invisible aunque omnipresente en muchos países en desarrollo, el verdadero costo de la carencia

de hierro se diluye en un mar de tasas generales de mortalidad, hemorragia materna, bajo


rendimiento escolar y disminución de la productividad. Pero lo cierto es que afecta a millones de
personas. Sus consecuencias sanitarias, casi imperceptibles pero no por ello menos devastadoras,
van erosionando sigilosamente el potencial de desarrollo de muchas personas, sociedades y
economías nacionales.

Pero esto no tiene por qué ser así: no solo conocemos las causas, sino que también disponemos de
soluciones eficaces y poco costosas. En vista de la estrecha vinculación que existe entre una y otra,
la carencia de hierro y la anemia deberían atajarse de forma simultánea, aplicando un enfoque
multifactorial y multisectorial. También es importante adaptar las soluciones a las condiciones
imperantes en cada lugar y tener en cuenta la etiología específica de la anemia y los grupos de
población afectados.

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