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No hace falta ser Scarlett Johansson o Brad Pitt para mirarse al espejo y contemplar
algo único cada mañana. Cualquier rostro humano, de cualquier persona, en cualquier
época, es inigualable dentro del gran universo mamífero o el más reducido club de los
homínidos ¿Por qué? Una extensa revisión de cientos de cráneos de primates, humanos
actuales y homínidos extintos ha intentado responder a esa pregunta. Sus resultados se
leen como un apasionante relato de cómo y cuándo surgió esa rareza evolutiva que
llamamos cara.
El trabajo estudia dos partes del cráneo: la posterior que contiene el cerebro y los huesos
frontales que componen el rostro. En el encaje de estas dos piezas está la clave para
comprender por qué los humanos no tenemos cara de mono, aunque muchas veces nos
veamos muy parecidos a ellos. La muestra incluye a chimpancés, gorilas, bonobos y
orangutanes. En todos ellos se ha observado la misma regla inmutable en el desarrollo
de sus cabezas: cuanto más grande es el neurocráneo, más grande se hace también la
cara. El tamaño es importante pues esos rostros anchos sirven de soporte para una
dentición poderosa necesaria para una vida en la jungla comiendo brotes, hojas, frutos y,
ocasionalmente, carne. “Un chimpancé y un gorila tienen el cerebro del mismo tamaño,
pero el gorila tiene un cráneo mucho más grande y por tanto también lo es su cara”,
explica Paul Palmqvist, paleontólogo de la Universidad de Málaga y autor principal del
estudio, publicado en PLoS One.
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La pregunta del millón es por qué, de repente, los patrones físicos comenzaron a
cambiar para dar lugar a un cerebro mayor y una cara más pequeña. Se debe en parte a
que los Homo “se estaban adaptando a un entorno y a una situación totalmente nueva”,
apunta Juan Antonio Pérez, coautor del trabajo. Entre esos cambios estuvo el giro hacia
una dieta carnívora, esencial para sustentar un cerebro que necesitaba el 22% de toda la
energía del cuerpo (el de un chimpancé requiere el 8%). “Sacrificar el corazón, el
hígado u otros órganos fundamentales hubiera sido un atentado fisiológico”, explica
Palmqvist. Al final fue el sistema digestivo y posiblemente la cara y los dientes los que
se hicieron de menor tamaño para ajustar, apunta el paleontólogo.
El rostro humano también es único por su inmadurez. Comparados con otros primates,
los sapiens tienen un periodo de desarrollo durante la niñez y adolescencia muy largo y,
sin embargo, llegan a la edad adulta manteniendo rasgos juveniles. “Por eso, un cráneo
de un hombre y un chimpancé son visiblemente diferentes, pero el de un niño y un
chimpancé bebé son mucho más similares, e incluso el de un hombre adulto se parece
más al del chimpancé bebé”, apunta Palmqvist.
¿Y cómo sería nuestra cara si no se hubiera producido ese “cambio radical"? “Nos
hubiéramos quedado en la zona de adaptación de los australopitecos y nunca
hubiéramos despegado, tendríamos caras más grandes y probablemente nunca se
hubiera desarrollado un cerebro tan grande como el nuestro”, explica Pérez.