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Los estereotipos sexuales son el producto de procesos cognitivos cotidianos de

categorización que tienen un carácter funcional ya que nos permiten separar a las
personas en grupos para identificarlas fácilmente. Una vez que categorizamos a
las personas, percibimos e interpretamos el comportamiento de éstas basándonos
en el conocimiento generalizado y en las expectativas que tenemos sobre el grupo
(Heilman, 1995). Este proceso de categorización promueve el que se amplíen las
diferencias que existen entre grupos sociales y que se disminuyan las diferencias
entre los individuos que componen cada grupo.

Los estereotipos sexuales son creencias generalmente aceptadas y poco


cuestionadas que podrían contribuir a cómo los hombres y las mujeres debemos
expresar nuestra sexualidad.

La sexualidad femenina ha sido, durante años, foco de polémicas y discusiones.


En torno al cuerpo de la mujer se entretejen mitos, discursos científicos y
planteamientos ideológicos. La complejidad y riqueza del tema ha dado lugar a
una proliferación de estudios al respecto.

La perspectiva teórica feminista sigue siendo fundamental en la forma en que


tratamos de abordar la realidad sociocultural del género, de lo que significa ser
mujer o ser hombre, la sexualidad, la reproducción, el deseo y el placer. El logro
del trabajo feminista fue desmontar la sexualidad del ámbito de lo ‘natural’ y
colocarla como un proceso de construcción sociocultural histórico, ya que
incorpora una gran cantidad de significados, formas de vivencia y experiencia a
partir de las posibilidades biológicas, psicológicas y socioculturales, las cuales
pueden variar en cada cultura o grupo social, planteando formas de pensar,
desear, sentir y vivir de manera diferente para hombres y mujeres, estableciendo
la mayoría de las veces tensiones y contradicciones al estar en juego relaciones
de poder con roles y expectativas definidas socioculturalmente para unos y otras,
muchas veces con base en estereotipos de género.

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