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EL HUNDIMIENTO.

LA DERECHA CHILENA FRENTE


A LA CRISIS DE OCTUBRE

Valentina Verbal

1. Contexto y finalidad de este ensayo

El sábado 19 de octubre de 2019, el diario La Tercera informaba que, con


posterioridad a las evasiones masivas en el Metro de Santiago –iniciadas
el 7 de octubre–, “las protestas se extendieron sin control con dramá-
ticas escenas que incluyeron decenas de estaciones [de Metro] y buses
incendiados, saqueos en supermercados, instalaciones de Carabineros
destruidas y más de diez heridos de distinta gravedad”.1 El domingo 20
de octubre, el mismo periódico constataba que, pese al estado de emer-
gencia decretado el viernes 18, “el fuego no se apagó” y que la violencia
continuó con intensidad durante el día sábado, sobre todo por el hecho
de que ella se había extendido a regiones, en especial a las ciudades de
Concepción y Valparaíso.2
Por su parte, El Mercurio, en la edición del domingo 20, confirmaba
que el gobierno había decidido suspender el alza de la tarifa del
Metro,3 que había originado la evasión masiva y que desde el 18-O
había producido un nivel de violencia que nadie antes había sido
capaz de prever. Pese a que el viernes 18 en la mañana el gobierno había
dicho que la anulación de dicha alza no surgiría a partir de la presión
violenta, lo cierto es que, dos días después, estaba cediendo frente
a ella.4
Más todavía: aunque la violencia continuó con fuerza el domingo 20,
y no obstante la presencia de militares en la calles, ya el lunes 21 la prensa

1 V. Rivera, F. De Ruyt y S. Rodríguez, “Gobierno decreta estado de emergencia tras


violentas protestas que colapsaron Santiago”, La Tercera, 19 de octubre de 2019, 2.
2 S. Vedoya, E. L. Chekh y L. Cerda, “El fuego no se apagó. Violencia y toque de
queda”, La Tercera, 20 de octubre de 2019, 8.
3 Valga recordar que se trató de un alza de 30 pesos en hora punta, y que solamente
afectaba a la población adulta y no a los estudiantes que evadieron el pago del
Metro.
4 Javiera Herrera, “Transportes presentaría la próxima semana ley para suspender
el alza”, El Mercurio, 20 de octubre de 2019, C12.

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Benjamín Ugalde, Felipe Schwember y Valentina Verbal (editores) El octubre chileno

anunciaba la intención del gobierno de reformular su programa, en la


línea de lo que venían planteando los dirigentes de la oposición, tanto de
la ex Nueva Mayoría como del Frente Amplio (FA) y el Partido Comunista
(PC). En una reunión en el Palacio de la Moneda, celebrada el día do-
mingo, el presidente del Senado, Jaime Quintana, señalaba: “Le hemos
planteado al presidente en nombre de las bancadas, particularmente de
oposición del Senado, que estamos dispuestos a colaborar en un acuerdo
nacional de gobernabilidad para reducir las inequidades que tenemos en
Chile”. La nota periodística agrega que, luego de la reunión, Quintana
“llamó al mandatario a ‘revisar el modelo económico’ para enfrentar el
descontento social”.5 Lo interesante de esta cita es que resume, en muy
pocas palabras, la tesis que, desde la izquierda, se venía ya difundiendo
en las redes sociales: la causa del llamado “estallido social” no sería otra
que el “modelo neoliberal”, esencialmente injusto, y frente al cual la
población se habría levantado el 18-O. No por nada, el lema que inme-
diatamente se promovió en esas redes fue “Chile despertó”.
Aunque todavía pueda llamar la atención la circunstancia de que,
durante esos primeros días, la izquierda chilena apenas condenó la
brutal violencia de la que el país fue víctima, cabría al menos constatar
que la interpretación de los hechos que ese sector político estaba
haciendo, seguía la misma estela ideológica (y programática) de lo
que, antes, había planteado con ocasión del movimiento estudiantil
de 2011.6 En este sentido, resulta mucho más llamativo que la derecha
–tanto el gobierno como los partidos de Chile Vamos– se haya sumado
a esa misma interpretación. Pese a que, como veremos más abajo,
conspicuos intelectuales de derecha hicieron lo propio en 2011, la
violencia extrema del octubre chileno podría haber hecho más difícil
que este sector político entendiera el fenómeno como una expresión de
malestar social más que como un atentado al estado de derecho y a la
democracia. Sin embargo, ya el mismo lunes 21 el gobierno anunciaba
sustanciales cambios en su agenda legislativa, por ejemplo, retrocediendo
en materia de reintegración tributaria y avanzando hacia un sistema
previsional mixto, con mayor intervención del Estado.7 Es decir, el
gobierno hacía suya la tesis del malestar en contra del modelo, aunque
quizás –al menos hasta cierto punto– solo con el objetivo estratégico de
aplacar la violencia que se había desatado de manera inusitada.

5 “La fórmula de un pacto transversal surge como respuesta ante la crisis”, La


Tercera, 21 de octubre de 2019, 6.
6 A esta continuidad, me referiré en la siguiente sección de este capítulo.
7 Equipo de Política, “Presidente alista cambios a su agenda legislativa y convoca a
la oposición”, La Tercera, 22 de octubre de 2019, 4.

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El hundimiento / Valentina Verbal

Es importante además aclarar que, hasta antes del viernes 25 de


octubre, las protestas pacíficas habían sido muy minoritarias en el
conjunto del país. Un emblema de ellas había sido la Plaza Ñuñoa
que, ya el sábado 19, y con alrededor de 25 mil personas en torno
a ella, celebraba lo ocurrido el día anterior. ¿Celebraba la enorme
destrucción de la cual la capital había sido víctima y testigo durante el
día anterior? Probablemente, no de manera directa, pero sí de forma
implícita, en tanto esa violencia podía ser entendida como expresión de
un masivo descontento con el modelo económico. Pero, ¿qué es lo que
realmente había sucedido en términos sociales, es decir, más allá de las
esferas políticas, que comenzaban a negociar una profunda agenda de
reformas estructurales?
Primero, un importante sector de estudiantes secundarios se había
puesto de acuerdo para evadir masivamente el pago del Metro de
Santiago, es decir, para incumplir la ley. Esto se hizo de manera sucesiva
y luego de modo simultáneo en muchas estaciones. Luego la evasión
fue escalando en violencia material: de la destrucción de torniquetes,
dispensadores y taquillas se avanzó hacia el incendio de una gran cantidad
de estaciones, tanto de manera secuencial como simultánea. Y mientras
todo esto sucedía, ese movimiento no solo recibió el apoyo más decidido
de los partidos y líderes de la extrema izquierda (el FA y el PC), sino
que además fue etiquetado bajo el equívoco rótulo de “desobediencia
civil”. Luego, ya durante la primera semana, y aunque el gobierno estaba
cediendo frente a los requerimientos de la izquierda, un importante
sector de esta comenzó a pedir la renuncia de Piñera al gobierno. Por
ejemplo, el presidente del PC, Guillermo Teillier, señalaba el domingo
20, a través de su cuenta de Twitter, que si el presidente Piñera “no tiene
la capacidad de gobernar, lo mejor sería que renunciara”.
Pero, además, como consecuencia del enorme caos generado en el
Metro, el movimiento en cuestión se terminó extendiendo al saqueo
o incendio de una cantidad enorme de supermercados y pequeños
comercios. Por otra parte, y desde el momento en que el gobierno no
tuvo otra opción que la de decretar estado de emergencia (el mismo
18-O), con la presencia de militares en las calles, la izquierda política (FA
y PC, especialmente) siguió llamando a los ciudadanos a manifestarse
en masa y, concretamente, a desobedecer a los militares que, en
ese momento, custodiaban el orden público. Casos emblemáticos,
acontecidos el sábado 19, fueron los de Gabriel Boric y Daniel Jadue,
que increparon a gritos a los militares por el hecho de cumplir su
función y, supuestamente, impedir con ello el “derecho a la protesta”.8

8 Jorge Arellano, “Frente Amplio y PC agudizan posiciones”, La Tercera, 20 de


octubre de 2019, 8.

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Benjamín Ugalde, Felipe Schwember y Valentina Verbal (editores) El octubre chileno

El presente ensayo no apunta a responder a la pregunta sobre las


causas de la crisis, sino que tiene un objetivo mucho más concreto y
modesto: ¿por qué, pese a sustentarse básicamente en la violencia,
desde un primer momento el gobierno y los partidos de Chile Vamos
tendieron a interpretar la crisis como una expresión de malestar, si bien
condenable en la forma, legítima en el fondo? ¿Por qué, incluso días
antes de la masiva manifestación del viernes 25, la derecha en pleno
se sumó con fuerza al diagnóstico de la izquierda, según el cual los
eventos iniciados el 18-O serían una respuesta a la supuesta “violencia
estructural” propia del modelo económico?
Lo cierto es que, como se buscará demostrar, no fueron solo los
sectores progresistas de Plaza Ñuñoa quienes acusaron recibo de una
supuesta “voz de la gente”, expresada en la violencia desatada el 18-O,
sino también la misma derecha. Además de haber sido incapaz de
controlar el orden público –Cecilia Morel no se equivocó al decir vía
WhatsApp que estaban sobrepasados–, el gobierno y los representantes
de Chile Vamos optaron desde el día uno por subirse al carro del
diagnóstico de la izquierda. Probablemente, en un primer momento,
lo hicieron con el objetivo estratégico de distender el ambiente,
para recibir algo de apoyo del sector más moderado de la oposición,
cuestión que en los hechos nunca sucedió. El maximalismo de la
izquierda, durante los meses de la crisis, así como la gran cantidad de
interpelaciones y acusaciones constitucionales en contra de diversas
autoridades del poder ejecutivo, dan cuenta de que no hay agenda
social ni proceso constituyente que valga como moneda de cambio
para este sector político, incluyendo a sus grupos más moderados. Sin
embargo, la derecha chilena parece estar recién –en febrero de 2020,
cuando escribo estas líneas– enterándose de esta circunstancia.

2. El cambio de ciclo: anticapitalismo a dos bandas

El octubre chileno no surgió de la nada. Aunque la violencia que trajo


consigo era imposible de prever, el 18-O no fue un meteorito que
inexplicablemente cayó del cielo. Tiene su antecedente y preparación
en el movimiento estudiantil de 2011. A partir de este momento, el país
fue testigo de lo que algunos autores denominaron cambio de ciclo;9 y que,
de manera sencilla, puede caracterizarse por la pérdida de los consensos

9 Desde la izquierda, uno de los intelectuales que ha utilizado esta expresión es


Ernesto Ottone, quien –en el marco de una conferencia en el Centro de Estudios
Públicos (CEP)–, habla de “un cambio de ciclo económico y [del] agotamiento
del llamado modelo económico, del cual el cambio de ciclo [político] sería más

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El hundimiento / Valentina Verbal

fundamentales en torno a las instituciones políticas y económicas


que, durante el ciclo histórico de la Concertación de Partidos por la
Democracia (1990-2010), las fuerzas políticas mayoritarias del país
habían construido, valorado y legitimado.
De hecho, resulta hoy curioso leer a Gonzalo Vial Correa, quien –al
cerrar su historia general de Chile– habla de un “consenso incompleto”.
¿A qué se refiere? A que, al momento de asumir Michelle Bachelet su
primer mandato presidencial (2006-2010), el país había logrado con-
solidar consensos en materia política y económica, pero no en cuanto
al tipo de familia y de vida sexual que el Estado, según él, debería
propiciar.10 Es decir, para Vial –quien publicó su libro en 2009, un año
antes de la llegada al poder de la derecha, con Sebastián Piñera como
presidente de la República–, las elites partidistas ya no discutían sobre
la necesidad de reformar las instituciones políticas y económicas del
país, concluyendo que “prácticamente se ha cerrado el proceso que
el concertacionismo consideraba indispensable para ‘democratizar’ la
Constitución”, refiriéndose a la celebrada reforma de 2005.11
Sin embargo, y como bien se sabe, las cosas cambiarían notable-
mente a partir del 2011, especialmente desde el movimiento estudiantil
que puso en jaque al primer gobierno de Sebastián Piñera (2010-2014).
Y no solo respecto del sistema educacional (escolar y universitario),
sino sobre todo –y a través de la demonización del “lucro”– del sistema
económico en sí mismo. Merecería un punto aparte el tratamiento
del movimiento estudiantil como catalizador del cambio de ciclo aquí
referido, pero no cabe duda de que dicho movimiento fue también
legitimado por la ex Concertación, que vio en él una oportunidad para
volver al poder en 2014, de la mano de la Nueva Mayoría, coalición que
sumó a sus filas al PC. El retorno de Michelle Bachelet en las elecciones
presidenciales de 2013, con un nutrido programa de reformas estruc-
turales (educacional, tributaria, laboral y constitucional), da cuenta,
claramente, de esta circunstancia.
Pero Bachelet II (2014-2018) fue precedida de un diagnóstico
sobre el movimiento estudiantil de 2011 que, con matices, se ha visto
replicado durante los últimos meses, en torno al octubre chileno. Este
diagnóstico, que tuvo como paladines principales a algunos intelectua-
les de izquierda, tuvo también su propia versión en la derecha. Como

bien un epifenómeno”. Ernesto Ottone, “Cambio de ciclo político”, Estudios


Públicos, n.° 134 (2014): 170.
10 Gonzalo Vial Correa, Chile. Cinco siglos de historia. Desde los primeros pobladores hasta
el año 2006 (Santiago: Editorial Zig-Zag, 2009), tomo 2, 1391-1396.
11 Vial, Chile. Cinco siglos, tomo 2, 1384.

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Benjamín Ugalde, Felipe Schwember y Valentina Verbal (editores) El octubre chileno

veremos, ambas visiones tienen sorprendentes puntos en común. Para


referirlas, en mi libro La derecha perdida12 distingo dos tipos de antica-
pitalismo: hard y soft. Mientras el primero estuvo (está) representado
por intelectuales de izquierda (Alberto Mayol y Fernando Atria, de
manera emblemática), el segundo hizo lo propio (y lo sigue haciendo)
en autores de derecha (Daniel Mansuy y Hugo Herrera, entre otros).
Valga aclarar, desde ya, algo que quizás no resulta del todo claro en ese
libro: por anticapitalismo hard o soft no se expresan solamente, y quizás
no de manera fundamental, los grados en que se pretende “atacar” o
“derrumbar” el actual modelo económico, sino más bien al hecho de
ofrecer una alternativa ideológica frente al mismo. Esto, se sostiene en
ese trabajo, solo lo logran los intelectuales de izquierda, pero no los de
derecha, quienes se ven reducidos a una denuncia moralizante del libre
mercado. Y aunque la izquierda también efectúa una denuncia similar,
al menos propone vías concretas para superar el modelo, como la idea
de un “régimen de lo público”, que Atria y otros autores han impulsado
(ver más abajo, en esta misma sección).
Pues bien, ¿qué son el anticapitalismo hard y el anticapitalismo soft?,
¿cuáles son las diferencias principales entre ellos? Antes de responder
a estas preguntas, cabría plantear la siguiente: ¿por qué hablar de
anticapitalismo para referir el cambio de ciclo experimentado desde
el año 2011?, ¿por qué no hablar, más bien, de antineoliberalismo?
Primero, porque la palabra neoliberalismo carece de suficiente rigor
analítico.13 De partida, no existe ninguna rama del liberalismo que se
autoidentifique como neoliberal. Segundo, porque dicho término ha
terminado deviniendo en una etiqueta injuriosa más bien que en una
útil categoría de análisis (pese a esto –o quizás también por eso–, hay
que decirlo, es abusivamente utilizada por académicos e intelectuales
de izquierda). Pero la razón principal es que, siendo la expresión
neoliberalismo demasiado amplia y confusa, lo cierto es que el cambio
de ciclo de 2011 –y también, como ya hemos visto, la crisis de octubre–
ha sido básicamente interpretado como una respuesta al modelo
económico existente, que tendría su piedra angular en el libre mercado.
En este sentido, la palabra anticapitalismo alude mucho mejor, y más
directamente, al fenómeno aquí referido.14

12 Valentina Verbal, La derecha perdida. Por qué la derecha chilena carece de relato y dónde
debería encontrarlo (Santiago: Ediciones LyD, 2017). Ver, especialmente, el capítulo
tercero, referido al cambio de ciclo.
13 Para la historia de este concepto, ver Enrique Ghersi, “El mito del neoliberalismo”,
Estudios Públicos, n.° 95 (2004): 293-313.
14 Además, dicha expresión recoge lo planteado por Ludwig von Mises en La
mentalidad anticapitalista (1956), libro en que el economista austriaco explica el

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El hundimiento / Valentina Verbal

Hecha la aclaración anterior, ¿cuáles son las diferencias entre el


anticapitalismo hard y soft? Además del hecho, ya indicado, de que el
primero –a diferencia del segundo– ofrece una vía alternativa al modelo
económico actual, en la práctica, en términos de la acción política con-
creta, el anticapitalismo hard siempre ha considerado la idea de una
nueva Constitución como la vía principal para superar el modelo. Y no
solo eso, sino también a través de una Asamblea Constituyente (AC), es
decir, rechazando la vía reformista desde el Congreso Nacional. Además
del discutible argumento sobre la ilegitimidad de origen de la Carta
chilena,15 el problema constitucional en Chile consistiría básicamente
en que dicho documento consagraría –de manera sustantiva– el modelo
económico que se rechaza y que se aspira a superar. En los términos
de El otro modelo (coescrito, en 2013, por Fernando Atria, Guillermo
Larraín, José Miguel Benavente, Javier Couso y Alfredo Joignant), el
modelo chileno –dispuesto en la Constitución– daría cuenta de “un des-
precio por lo público y [de una] exaltación de lo privado”, planteando
así la idea de que “el despliegue irrestricto del interés privado promove-
rá adecuadamente el interés público”.16
Los autores de El otro modelo no dudan en afirmar que dicho sistema,
“en su dimensión constitucional, es una estructura deliberadamente
diseñada por los ideólogos de la dictadura [Jaime Guzmán, especial-
mente] para poner el núcleo del proyecto de Augusto Pinochet a salvo
de la política democrática, neutralizando la posibilidad transformadora
que esta implica”.17 Para estos intelectuales, en particular para Atria
–quien ha tratado esta cuestión de manera monográfica–, la neutra-
lización de la acción política del pueblo se produciría mediante las
“trampas” o “cerrojos” de la Carta de 1980, de los cuales hoy perviven los

discurso antimercado, no solo de parte de los intelectuales públicos, sino también


de las personas comunes y corrientes. Ver Ludwig von Mises, La mentalidad
anticapitalista (Madrid: Unión Editorial, 2011).
15 Discutible, porque la Constitución fue legitimada mediante su ejercicio, no solo a
través de las profundas reformas que ha recibido, especialmente en 1989 y 2005,
sino además por el hecho de haberse aceptado en la práctica como una “casa de
todos”. El punto es que, luego de haber sido legitimada, durante los gobiernos
de la Concertación, al acceder la derecha al poder en 2010, la izquierda chilena
inició un proceso de deslegitimación que se prolonga hasta el presente. Para este
tema, ver Valentina Verbal, “El debate constitucional en Chile: la cuestión de la
legitimidad”, en Democracia y poder constituyente, eds. Gonzalo Bustamante y Diego
Sazo (Santiago: Fondo de Cultura Económica, 2016), 267-286.
16 Fernando Atria, et al., El otro modelo. Del orden neoliberal al régimen de lo público
(Santiago: Debate, 2013), 12.
17 Atria, et al., El otro modelo, 19.

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Benjamín Ugalde, Felipe Schwember y Valentina Verbal (editores) El octubre chileno

cuórums contramayoritarios para la aprobación de las leyes y el control


preventivo del Tribunal Constitucional.18
Dicho lo anterior, la vía constitucional a través de una AC (hoy llama-
da Convención Constitucional) sería el camino adecuado para superar un
sistema económico esencialmente basado en el lucro, en el abuso y en la
desigualdad. El problema del lucro no radicaría solamente en el hecho
de impedir la consagración de derechos sociales gratuitos (la educación,
de manera emblemática), sino también, supuestamente, en la circuns-
tancia de instaurar un sistema basado en intereses egoístas. No por nada,
Alberto Mayol identifica el lucro con los centros comerciales o malls, aña-
diendo que “el mercado, escenario que por largas décadas fue espacio de
analgesia y despolitización, se transforma en un escenario de conflicto”,
puesto que el “símbolo, [el] actor principal de esta obra, el centro comer-
cial, entra en conflicto con la sociedad en una evidente ironía”.19
En otras palabras, la crítica moralizante al modelo se resume en la
supuesta construcción de un mundo egoísta que debilitaría la vida en
sociedad y la calidad de ciudadanos de los habitantes del país. En esta
misma línea de análisis, los autores de El otro modelo señalan que es nece-
sario “entender que no vivimos solo como individuos, sino también como
ciudadanos, en una comunidad de origen y destino”. La lógica del merca-
do, basada en la consecución de intereses individuales, destruiría la vida
social, entendida como comunidad de intereses.20 La conquista de esta
comunidad sería lo que esos autores llaman el “régimen de lo público”.
No deja de llamar la atención, por otra parte, que esa idea de “comu-
nidad de origen y destino” no sea muy distinta de la planteada en 1933
por José Antonio Primo de Rivera, al momento de fundar la Falange
Española.21 Esta conexión no resulta gratuita. Como lo indica Stephen
Holmes, una de las características comunes del antiliberalismo (en sus
diversas vertientes) es la denuncia de que el liberalismo tendería al
atomismo social, a la pérdida de un horizonte común de sentido.22

18 Como “metacerrojo”, Atria señala los cuórums de reforma constitucional: 2/3 y


3/5, según la materia que se trate. Para este tema en su conjunto, ver Fernando
Atria, La Constitución tramposa (Santiago: LOM Ediciones, 2013).
19 Alberto Mayol, El derrumbe del modelo. La crisis de la economía de mercado en el Chile
contemporáneo (Santiago: LOM Ediciones, 2012), 23.
20 Atria, et al., El otro modelo, 26.
21 Concretamente, decía Primo de Rivera: “Que todos los pueblos de España, por
diversos que sean, se sientan armonizados en una irrevocable unidad de destino”.
Citado por Stanley G. Payne, Falange. Historia del fascismo español (Madrid: Sarpe,
1985), 60.
22 Stephen Holmes, Anatomy of Antiliberalism (Cambridge: Harvard University Press,
1993), xxii-xxiv.

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El hundimiento / Valentina Verbal

Pero además de lo dicho, los intelectuales de izquierda tienden a


considerar el libre mercado como esencialmente abusivo y oligopólico.
De esta visión dan cuenta Carlos Ruiz Encina y Giorgio Boccardo
cuando sostienen que el caso judicial “colusión de las farmacias”, dado
a conocer en 2010, constituye un ejemplo concreto de “la extrema
concentración de la propiedad en la gran mayoría de los sectores de la
economía”, que conduciría, a su vez, a “una suerte de fijación política de
precios”.23 Y, en términos más amplios, dicha situación produciría una
relación de dominación de las personas en el mercado, que explicaría
su carácter eminentemente abusivo. Los abusos no serían excepcionales
(como el célebre caso La Polar),24 sino parte constitutiva del modelo,
al que las personas –en tanto meros consumidores y no ciudadanos
realmente empoderados–, se encontrarían inevitablemente sometidas.
Pero, ¿es esto cierto? ¿Es correcta la afirmación según la cual el libre
mercado es un sistema económico esencialmente abusivo y oligopólico,
como señalan Ruiz Encina y Boccardo? En realidad, estos autores toman
el todo por la parte de un modo que revela confusión acerca de las bases
normativas del libre mercado. El hecho que exista colusión, y de que in-
cluso esta sea frecuente, no es una objeción contra el libre mercado más
de lo que podría serlo la existencia de los fauls en los partidos de fútbol,
o la corrupción funcionara en el caso del Estado. Por lo mismo, el libera-
lismo siempre se ha preocupado de prohibir y castigar el fraude (entre
los que se encuentra la colusión), el dolo, el robo, el incumplimiento de
los acuerdos, etcétera. En esto, precisamente, consiste el derecho pri-
vado y la idea de una justicia correctiva, en los términos de Aristóteles.
Pero tampoco tiene sentido pedirle a las personas e instituciones más
de lo que, razonablemente, pueden dar. Las instituciones del mercado
no apuntan a generar “santos de altar”, sino más bien las condiciones
de posibilidad para que las personas se respeten entre sí. Y decir que le
mercado es per se abusivo no resiste ningún análisis serio.
Por otra parte, aunque es necesario rechazar sin titubeos los abusos
que tienen lugar en contra de los consumidores, dichos abusos no
parecen tener lugar en Chile a causa del mercado, sino a expensas del
mismo. En este sentido llevaba la razón Ignacio Briones –hoy Ministro de
Hacienda– cuando, en 2016, afirmaba que los excesos del mercado “solo
son compatibles [en los casos en que] la competencia no opera. Solo
allí una parte puede darse el lujo de abusar de la otra en los términos

23 Carlos Ruiz Encina y Giorgio Boccardo Bosoni, Los chilenos bajo el neoliberalismo.
Clases y conflicto social (Santiago: Nodo XXI/El Desconcierto, 2014), 90.
24 Que supuso una repactación de más de un millón de deudores para evitar que
esas deudas aparecieran en sus balances como incobrables.

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Benjamín Ugalde, Felipe Schwember y Valentina Verbal (editores) El octubre chileno

planteados [por autores como Atria y Mansuy]”.25 Además, los casos


más conocidos de abusos empresariales en Chile (La Polar, farmacias,
avícolas, etcétera) dan cuenta de la existencia de un orden jurídico que
proscribe y sanciona la comisión de abusos. ¡No existe una ley de la selva!
Y tampoco resulta exacto sostener que la mayoría de las transacciones
que tienen lugar en el mercado son abusivas. Si así fuera, la última
encuesta del CEP (diciembre de 2019) no seguiría indicando que la
percepción que las personas tienen sobre sus propias vidas es mucho
más alta que la que, ellas mismas, tienen respecto del conjunto del país.26
Pero, sin lugar a dudas, la bala de plata del diagnóstico aquí descrito
afirma que el modelo neoliberal acumularía la riqueza en muy pocas
manos, aumentando y reproduciendo la desigualdad material existente.
En este sentido, Mayol llega incluso a hablar de una “máquina de
desigualdad”.27 Y los autores de El otro modelo sostienen que el primer
problema económico de Chile es la “alta y persistente desigualdad”.28
Y pese a que reconocen que producto del aumento y focalización del
gasto público la desigualdad ha disminuido en Chile,29 concluyen que
“la corrección de las desigualdades en un contexto de crecimiento
económico solo podrá tener lugar si Chile adopta un esquema amplio e
inteligente de intervenciones públicas”,30 que centran en la satisfacción
–desde fuera del mercado– de un conjunto de derechos sociales, como
el acceso gratuito y universal a la educación superior. Este último
fue, como bien sabemos, uno de los ejes programáticos del segundo
gobierno de Michelle Bachelet.
Pese a que el anticapitalismo soft del que, en el marco de diagnóstico
del cambio de ciclo, dieron cuenta algunos intelectuales de la derecha no
representa, estrictamente hablando, la superación del modelo mediante
la instauración de un sistema económico alternativo, ni tampoco a través
de un procedimiento constituyente,31 sí puede en ellos percibirse una

25 Ignacio Briones, “Un costoso silencio”, Estudios Públicos, n.° 144 (2016): 357.
26 Mientras el 25 % de la población encuestada califica su situación económica per-
sonal como “buena o muy buena”, el 9 % hace lo propio con el conjunto del país.
Pareciera que el diferencial, en ambos casos, corresponde a la opción “ni buena
ni mala”, que fue la alternativa que aparece en la encuesta anterior, correspon-
diente a mayo de 2019. Curiosamente, esta opción no aparece mencionada en la
última encuesta. Ver CEP, “Estudio nacional de opinión pública”, 84 (diciembre
de 2019).
27 Mayol, El derrumbe del modelo, 63.
28 Atria, et al., El otro modelo, 257.
29 Atria, et al., El otro modelo, 257.
30 Atria, et al., El otro modelo, 267.
31 Lo que no quita que algunos de esos intelectuales hayan sido partidarios,
durante el segundo gobierno de Bachelet, de un proceso constituyente para

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El hundimiento / Valentina Verbal

crítica moralizante al mercado que, podría considerarse como uno


más de los condimentos que, durante los últimos años, ha ayudado a
deslegitimarlo, al menos en el contexto de la coalición de derecha.
Ya en 2011, en medio del movimiento estudiantil en curso, Daniel
Mansuy hacía propio el fuerte cuestionamiento al libre mercado (y al
lucro), llegando incluso a hablar de una suerte de fanatismo religioso
de quienes lo defienden: “Las dificultades de nuestros apóstoles vienen
más tarde, en su incapacidad de entender que el modelo que tanto
veneran produce dinámicas que no son convergentes con el propio
modelo. Dicho de otro modo, son ciegos y sordos frente al desapego que
produce la lógica capitalista en quienes la viven”.32
La crítica central de Mansuy es que el individualismo que propicia
el mercado haría imposible generar, en la sociedad, “una acción común o
una auténtica acción política”, puesto que “la política se nutre más bien
de aventuras compartidas y de destinos colectivos”.33 Nada tan distinto
de la “comunidad de origen y destino”, cercana al fascismo católico, de
la que hablan los autores de El otro modelo.
Y en su celebrado libro Nos fuimos quedando en silencio, publicado en
2016, señala Mansuy, en un espectacular non sequitur, que la libertad
humana debería adecuarse a las identidades colectivas de las que
formaríamos parte, porque “no elegimos lo que somos. No elegimos
nuestro sexo, ni nuestros padres, ni donde nacimos, así como tampoco
muchos rasgos de nuestro carácter”.34 Sin embargo, la crítica a la libertad
como autonomía, y la suposición correlativa de que la vida únicamente
tiene sentido solo si se somete a valores comunitarios o colectivos,
significa negar que los individuos tengan derecho a buscar su propio
destino de espaldas a (o incluso en contra de) las convenciones sociales
(por ejemplo, religiosas) de una determinada época o comunidad. Las
identidades personales, en una sociedad libre, pueden –y muchas veces
deben– ser transgresoras. Y el libre mercado, como se verá en la siguiente
sección, ayuda notablemente a que esta posibilidad se haga efectiva.

Chile, pero no como un vía para superar el modelo, sino más bien como una
oportunidad para obtener una Constitución que resulte legitima para la fuerzas
políticas mayoritarias del país. Esta, parece ser, la posición de Claudio Alvarado,
La ilusión constitucional. Sentido y límites del proceso constituyente (Santiago: IES,
2016). Tampoco lo arriba indicado quiere decir que los intelectuales de derecha
referidos se opongan, al menos prima facie, al proceso constituyente hoy en
desarrollo.
32 Daniel Mansuy, “Rehabilitar la política”, en #dondeestaelrelato, ed. Cristóbal
Bellolio (Santiago: Instituto Democracia y Mercado, 2011), 89.
33 Mansuy, “Rehabilitar la política”, 91. Énfasis en el original.
34 Daniel Mansuy, Nos fuimos quedando en silencio. La agonía del Chile de la transición
(Santiago: IES. Instituto de Estudios de la Sociedad, 2016), 151.

55
Benjamín Ugalde, Felipe Schwember y Valentina Verbal (editores) El octubre chileno

Por su parte, Hugo Herrera (quien, como veremos más abajo, tam-
bién ha elaborado un diagnóstico de la crisis de octubre) sostenía, en
2014, que el “Estado, más allá de su mecánica y su papel ejecutor de
políticas públicas, ha de ser reconocido como espontaneidad relevante”, ya
que solo desde él es posible afrontar “desafíos de cambio y bienestar a
gran escala”.35 Y algunos años antes, en 2009, afirmaba que “el Estado
necesita amor y que el amor necesita Estado”,36 agregando que el
“afecto o amor público al Estado como expresión de una forma de exis-
tir común es el supuesto, asimismo, de la amistad política entre quienes
lo comparten y puede ser tierra fértil para el nacimiento de afectos per-
sonales, no obstante que se distingue de ellos”.37 Es decir, en la misma
línea de los autores de El otro modelo, así como de Mansuy en el contexto
de la derecha, sostiene Herrera que fuera del Estado –o de algún fin
colectivo establecido por este– no sería posible lograr una auténtica vida
en común.
En cambio, agrega Herrera, la vida que se genera dentro del merca-
do afecta gravemente esa posibilidad. No por nada, y al igual que Mayol,
sostiene que la existencia de grandes cadenas comerciales o malls es “al-
tamente perniciosa para la vida vecinal”, ya que el “tejido denso de los
vínculos humanos formado a partir de relaciones como la del almacén
se dificulta severamente allí donde se instala la gran cadena con emplea-
dos inestables y ajenos al contexto en el cual trabajan”.38 Y con respecto
al carácter abusivo del modelo, Herrera se lamenta de que “los bancos,
las avícolas, las empresas de fondos de pensión, las empresas de salud
previsional, las farmacias, las librerías de libros y las de útiles y papele-
ría, las jugueterías, las ópticas, el retail, los supermercados, las tiendas
de comida, las cigarrerías, etcétera, son grandes cadenas que se han
expandido a tal punto que casi todo ¡hasta el pan! lo compramos hoy en
ellas”.39 Nada tan distinto, en este caso, de la generalización apresurada,
ya vista, de Ruiz Encina y Boccardo.
Surge la pregunta de si es cierto que las concentraciones económi-
cas son malas per se o, por el contrario, podrían ellas ser positivas. ¿Es
que acaso Herrera no ha notado la baja de precios y la accesibilidad
a nuevos productos debido al crecimiento de nuestra economía y las
economías de escala que esta ha permitido? Es tan simple como darse

35 Hugo E. Herrera, La derecha en la crisis del Bicentenario (Santiago: Ediciones


Universidad Diego Portales, 2014), 129. Énfasis añadido.
36 Hugo E. Herrera, De qué hablamos cuando hablamos del Estado (Santiago: IES.
Instituto de Estudios de la Sociedad, 2009), 2.
37 Herrera, De qué hablamos, 5.
38 Herrera, La derecha en la crisis, 38.
39 Herrera, La derecha en la crisis, 37.

56
El hundimiento / Valentina Verbal

cuenta de que, cuando una empresa crece, esta puede acceder a mejo-
res tratos con sus proveedores para, finalmente, bajar los precios a los
consumidores.40
Pero, más allá de eso, lo que aquí se desea subrayar es algo mucho
más simple y concreto: tanto los intelectuales de izquierda como no
pocos de derecha (Mansuy y Herrera, como dos ejemplos conocidos)
realizaron, a partir del cambio de ciclo de 2011, un diagnóstico crítico,
moralizante e impugnador del modelo. Fundamentalmente, porque
generaría la existencia de vidas aisladas, egoístas, y de este modo
afectaría la configuración de un horizonte común de sentido. Pese
a que unos y otros difieren en la necesidad de superar el modelo a
través de un proyecto económico alternativo, todos ellos están de
acuerdo en que el mercado impide la formación de una auténtica vida
en común. Esto sería posible solo fuera del mercado. Y con motivo del
octubre chileno todos estos intelectuales replicarán este diagnóstico
fundamental.

3. El octubre chileno: el mercado necesita defensores

Aunque el movimiento estudiantil de 2011 no estuvo libre de violencia (los


paros, tomas y marchas que desembocaron en vandalismo, constituyen
nítidos ejemplos de ello), no cabe duda de que la crisis comenzada
el 18-O fue muchísimo más allá. La violencia que se ha expresado en
esta crisis ha resultado completamente inédita desde un punto de vista
histórico. Si bien Chile nunca fue una tasa de leche en términos de
estabilidad, como el lugar común suele así indicarlo, las crisis políticas
anteriores poseyeron características diferentes. Las revoluciones de 1829,
1851, 1859 y 1891 no fueron, estrictamente hablando, levantamientos
populares, sino conflictos (y guerras civiles) que, incluso a sangre y
fuego, enfrentaron a las elites políticas: a liberales y conservadores,
en los tres primeros casos, y a presidencialistas y parlamentaristas, en
el último de ellos. Y los movimientos de 1924 y 1973, aunque con el
apoyo de importantes sectores políticos, fueron directamente golpes
de Estado.41

40 Lo que no excluye la posibilidad de que, en el trato con los proveedores, las gran-
des empresas puedan cometer abusos, por ejemplo, en la excesiva demora de sus
pagos; frente a lo cual ya el primer gobierno de Piñera comenzó a tomar medidas,
tanto de orden legal como administrativo.
41 Ver, para este tema, Alejandro San Francisco, “Los militares y la política en chile
republicano. Dos siglos con contradicciones, intervenciones y constituciones”,
Anales del Instituto de Chile XXX (2011): 109-148.

57
Benjamín Ugalde, Felipe Schwember y Valentina Verbal (editores) El octubre chileno

El octubre chileno es otra cosa: se trata de un levantamiento popular


que, aunque al parecer no ha sido directamente comandado por elites
políticas, sí al menos ha sido apoyado, fomentado y justificado por ellas,
en particular por los partidos de izquierda. Además, ello ha ocurrido
con la condescendencia de la propia derecha, tanto del gobierno como
de los partidos de Chile Vamos. Por otra parte, y a diferencia del diagnós-
tico mainstream, lo que Chile ha experimentado en estos meses ha sido
una crisis política, contra la democracia, más bien que social, a favor de
mejorar las condiciones de vida. En este sentido, lleva la razón Sergio
Muñoz Riveros cuando expresa que “primero fue el ataque terrorista al
Metro, y una semana después, el 25 de octubre, vino la manifestación
masiva en Plaza Italia, que probó la habilidad de los coordinadores de
las redes sociales de convocar a protestar ‘contra todos los abusos’”.42
Sin embargo, la gran mayoría de los intérpretes de la crisis han tendido
a minimizar o, en algunos casos, derechamente a omitir la violencia (y
su legitimación) como método de acción política.
Pero antes de entrar en el contenido de fondo del diagnóstico hege-
mónico sobre la crisis, puede resultar interesante efectuar la siguiente
distinción analítica. Si bien el octubre chileno ha significado, en los
hechos, un ataque frontal a la democracia, sus interpretaciones mayori-
tarias hacen lo propio con el mercado. En este sentido, podría decirse
que, así como la democracia necesita defensores (Muñoz Riveros), el
libre mercado también los requiere. Tanto la democracia representativa
como el libre mercado, acompañados ambos de la idea de un Estado
subsidiario (focalizado en los más necesitados), fueron los ejes funda-
mentales del exitoso ciclo político de la Concertación, aunque gran
parte de quienes participaron o apoyaron a sus gobiernos rasguen hoy
sus vestiduras.
Dejo para un próximo trabajo el tratamiento de la crisis de octubre
como debilitamiento de la democracia representativa. El presente ensayo
se centra básicamente en las interpretaciones que representan el estalli-
do como un rechazo masivo de la población hacia el modelo económico,
y que, por lo mismo, lo que hacen es –con distintos grados de intensi-
dad– construir una deslegitimación discursiva del libre mercado. Como
veremos a continuación, los argumentos son esencialmente los mismos
de los planteados con ocasión del cambio de ciclo de 2011, aunque cier-
tamente adaptados al contexto más específico del octubre chileno.
Ya el domingo 20 de octubre, el abogado y columnista Jorge
Navarrete, señalaba: “Lo que vimos [el 18-O] fue una reacción contra

42 Sergio Muñoz Riveros, La democracia necesita defensores. Chile después del 18 de octubre
(Santiago: Ediciones El Líbero, 2020), 26.

58
El hundimiento / Valentina Verbal

la exclusión y la indiferencia. Lo que finalmente estalló fue la rabia


contra el abuso de poder, especialmente de una élite, de toda ella y
no solo política”.43 Y por la vía de entrevistas, tanto Carlos Ruiz Encina
como Daniel Mansuy coincidían en la tesis del malestar social. Afirmaba
el primero: “Como dice uno de los rayados más sensatos, ‘no son
30 pesos, son 30 años’, y no se salva nadie. Ahí es donde hay que re-
construir los nexos entre política y sociedad”.44 Y Mansuy, pese a que
reconocía que el 18-O había sido un movimiento desarticulado (sin líde-
res ni demandas específicas), sostenía que, al menos, se trataría de “un
malestar contra el régimen chileno, con la manera en que nos hemos
organizado”.45 Como se observa, estos intelectuales estaban de acuerdo,
más allá de sus posiciones políticas concretas, en la tesis del malestar
como la gran causa del 18-O. Y valga recordar, otra vez, que todavía
no se producía la gran marcha del viernes 25 de octubre, a partir de
la cual la balanza se inclinará en mucha mayor medida a favor de esa
tesis canónica.
De la misma manera que lo hicieron los intelectuales, políticos –de
gobierno y oposición– hicieron lo propio. El lunes 21, la intendenta
de la Región Metropolitana, Karla Rubilar (luego Ministra Secretaria
General de Gobierno), señalaba: “Entendimos el mensaje”. Y agregaba:
“Claramente, algo pasó. Esto no es de ahora, esto no es de estas sema-
nas, este es un malestar que lleva años. Nosotros estamos escuchando
ese malestar, pero para dialogar necesitamos ayuda”.46 Por su parte, el
senador RN Manuel José Ossandón indicaba que una de “las grandes
conclusiones de esta catástrofe social, [es que] la política quedó offside
al representar intereses políticos y partidarios y olvidar a quienes te eli-
gieron. Los mandatos sociales son relevantes y los políticos, en general,
fracasamos”.47
Por supuesto, y pese a que se presentaba como mucho más duro
en intensidad, el diagnóstico de la oposición coincidía en lo esencial
con el de la derecha: la destrucción de Metro, los incendios y saqueos
constituían una clara respuesta frente a las injusticias propias del modelo
económico. Un modelo que fomentaría el egoísmo y la desigualdad. El
martes 22 de octubre, y frente a la convocatoria del gobierno a un gran

43 Jorge Navarrete, “Perplejidad”, La Tercera, 20 de octubre de 2019, 6.


44 Jorge Arellano, “Carlos Ruiz: ‘El Frente Amplio no debe seguir actuando
erráticamente’”, La Tercera, 23 de octubre de 2019, 7.
45 Daniel Labarca, “Daniel Mansuy: ‘Quedará en la retina un gobierno que no supo
manejar ni leer esto’”, La Tercera, 23 de octubre de 2019, 8.
46 Paulina Toro, “La clase política pone a prueba su legitimidad”, La Tercera, 21 de
octubre de 2019, 10.
47 Toro, “La clase política”, 11.

59
Benjamín Ugalde, Felipe Schwember y Valentina Verbal (editores) El octubre chileno

“acuerdo social”, la presidenta de Revolución Democrática (RD),48


Catalina Pérez, indicaba: “Creemos que en un Chile conmocionado
es urgente hacerse cargo de las propuestas de fondo que levanta la
ciudadanía, y que exigen respuestas claras y contundentes de parte del
gobierno”.49 Como el lector puede apreciar, aquí la presidenta de RD
no solo interpreta el 18-O como una expresión de malestar frente al
modelo económico, sino que incluso va más allá: la violencia material de
ese día daría cuenta de “propuestas de fondo que levanta la ciudadanía”.
Obviamente, y como ya se ha dicho, el fin de semana que le siguió al
18-O hubo manifestaciones pacíficas, como las de Plaza Ñuñoa, pero no
tan concurridas como para decir que representaban a la mayoría de la
población, ni mucho menos.
Pero, más allá de lo anterior, no deja de llamar la atención algo que,
en una columna publicada en El Líbero, señala Benjamín Ugalde (ver
capítulo suyo en este mismo volumen): la mayoría de los diagnósticos
sobre el octubre chileno han adolecido de lo que él denomina un
enfoque intuitivo-colectivista. Dice Ugalde:

“Efectivamente, este enfoque colectivista utiliza un lenguaje que nos


refiere a entidades abstractas, etéreas y colectivas, como ‘la sociedad’,
‘el pueblo’, ‘la nación’ o ‘el modelo’, entidades que estarían desacopla-
das de los individuos que las componen, poseyendo así una cierta ‘vida
propia’. Esta concepción colectivista u organicista concibe la sociedad
como una suerte de supraorganismo vivo que es independiente de las
individualidades que la conforman”.50

Como ya se ha visto, en este enfoque tienden a coincidir intelectuales


y políticos tanto de gobierno como de oposición. Las expresiones “la
voz de la gente” o “Chile despertó”, entre muchas otras, son algunos
ejemplos concretos de esta forma simplista de acercarse a los fenómenos
sociales. Y añade Ugalde un punto que aquí se busca subrayar: “En
este diagnóstico concuerdan transversalmente diversas sensibilidades,
desde socialistas más o menos radicalizados hasta nacionalpopulistas
de derecha”.51 Veamos a continuación, aunque de manera muy breve,
los casos de Alberto Mayol y Hugo Herrera, quienes han escritos libros
específicos sobre la crisis de octubre.

48 Partido que integra el Frente Amplio (FA).


49 R. Franco, E. Monrroy y C. Aninat, “Presidente convoca a partidos a ‘acuerdo
social’ en medio de complejas negociaciones de senadores para reordenar
prioridades”, El Mercurio, 22 de octubre de 2019, C2.
50 Benjamín Ugalde, “Interpretando la crisis: ¿sociología o tribalismo?”, El Líbero,
25 de diciembre de 2019.
51 Ugalde, “Interpretando la crisis”.

60
El hundimiento / Valentina Verbal

Mayol, en su Big Bang, y siguiendo la misma línea de El derrumbe del


modelo, llega incluso a responsabilizar al país entero por la crisis vivida
desde el 18-O: “Chile fue responsable. Y durante décadas, durante treinta
años, ya en democracia y sin estar obligados, Chile decidió presionarse
a sí mismo para ser casi tan responsable con las órdenes superiores del
modelo como se había sido en dictadura. Que la libertad del hombre no dañe
la libertad del mercado, se había dicho desde el Olimpo neoliberal”.52
Para Mayol, la matriz ideológica del modelo que (¿ahora sí?) se
estaría derrumbando no es otro que el neoliberalismo de Milton
Friedman, quien “veía cualquier desviación de las leyes antes dichas
como una claudicación al socialismo”.53
Pero mucho más radical en su interpretación intuitivo-colectivista
es, sin lugar a dudas, Herrera. Para él, la crisis de octubre debería leerse
como “un profundo desajuste entre las pulsiones y anhelos populares, y
la institucionalidad política y económica”.54 Y la acción política, agrega,
“consiste en el esfuerzo por dar expresión y cauce a las pulsiones
y anhelos del pueblo en un discurso y obras en los que el pueblo
pueda reconocerse”.55 Además, y de acuerdo en este punto con Mario
Góngora, Herrera sostiene que la derecha chilena ha seguido la línea de
Friedman, en el sentido de que “la ‘libertad económica’ es la base de la
libertad política y finalmente de toda libertad”.56
¿Qué decir frente a las interpretaciones anteriores? Valgan, al
menos, los siguientes tres comentarios. El primero, sobre el intuicio-
nismo de Mayol y Herrera. El segundo, en torno al concepto de pueblo,
utilizado particularmente por Herrera. Y el tercero, con relación a
Milton Friedman, un autor que suele ser tan caricaturizado como poco
leído. A este tercer punto, dedicaré una mayor extensión porque se vin-
cula con el sentido en que el mercado merece ser defendido.
Sobre lo primero, cabe señalar que no solo los intelectuales
aquí referidos, sino en general la inmensa mayoría de los analistas
políticos que han opinado sobre la crisis de octubre, han caído
en lo que Friedrich Hayek llama antropomorfismo. Dice Hayek que
las visiones constructivistas de la sociedad, que buscan fabricar el
orden social de arriba hacia abajo (top down), tienen su base en una

52 Alberto Mayol, Big Bang. Estallido social 2019. Modelo derrumbado, sociedad rota, polí-
tica inútil (Santiago: Catalonia, 2019), 29. El énfasis en el original.
53 Mayol, Big Bang, 30.
54 Hugo E. Herrera, Octubre en Chile. Acontecimiento y comprensión política: hacia un
republicanismo popular (Santiago: Katankura Editorial, 2019), 13.
55 Herrera, Octubre en Chile, 14.
56 Herrera, Octubre en Chile, 67.

61
Benjamín Ugalde, Felipe Schwember y Valentina Verbal (editores) El octubre chileno

concepción animista que “le atribuye una mente a la sociedad”.57 Esta


situación se produce, por ejemplo, cuando se dice que la sociedad
“actúa”, “recompensa”, distribuye”, “asigna”, etcétera, y “todo ello
sugiere una falsa interpretación intencionalista o constructivista de
palabras que habrían podido emplearse sin tal connotación, pero
que casi inevitablemente conducen a quien las emplea a conclusiones
ilegítimas”.58 ¿Por qué ilegítimas? Porque, a partir de la ficción que
sostiene que el ser humano crea deliberadamente la sociedad, se llega
a la injusticia de atentar en contra de la libertad de los individuos, del
derecho de todos a buscar su propio destino.
Además, podría agregarse, el antropomorfismo aplicado a la
política tiende siempre a traducirse en un retroceso histórico, en
una suerte de retorno a la sociedad estamental.59 Si los individuos no
tienen derecho a perseguir sus propios fines, especialmente en algo
tan elemental y cotidiano como el ejercicio libre de sus profesiones,
oficios o emprendimientos, cabe concluir que ellos deberían ocupar
un lugar fijo en la sociedad, que no serían más que piezas de un
engranaje mayor. Precisamente, una de las grandes conquistas de
civilización del liberalismo fue la idea de que los individuos son entes
autónomos que tienen derecho a buscar la felicidad a su manera. No
por nada, un autor como Norberto Bobbio –no precisamente un liberal
clásico–, ve en la figura de John Locke una suerte de giro copernicano
que, abandonando la idea de subordinación de los gobernados a los
gobernantes, comienza a considerar que “el Estado está hecho para el
individuo y no el individuo para el Estado”.60 Precisamente, en esta idea
consiste la gran revolución del liberalismo en términos culturales.
El segundo comentario guarda relación con el uso (y abuso) del
concepto de pueblo, especialmente de parte de Herrera. ¿Quién es el
pueblo? ¿Todos? ¿La mayoría? ¿Los sectores populares o vulnerables,
es decir, los pobres? ¿Cómo se escucharía la voz del pueblo? El autor
no responde directamente a estas preguntas, aunque ya nos hemos

57 Friedrich A. Hayek, Derecho, legislación y libertad. Una nueva formulación de los prin-
cipios liberales de la economía y la política (Madrid: Unión Editorial, 2014), 48. El
primer tomo de esta obra fue publicado en 1973. Sin embargo, aquí se utiliza una
edición que reúne los tres tomos en un mismo volumen.
58 Hayek, Derecho, legislación y libertad, 50.
59 De hecho, bajo el llamado Antiguo régimen las personas no podían elegir su pro-
fesión u oficio, ni tampoco vestirse de acuerdo con su propio gusto, sino según
las reglas del gremio o estamento del que formaban parte. Ver, al respecto, M.S.
Anderson, La Europa del siglo XVIII (1713-1789) (México D.F.: Fondo de Cultura
Económica, 1994), especialmente el capítulo 3, “Sociedad y vida económica”.
60 Norberto Bobbio, El tiempo de los derechos (Madrid: Editorial Sistema, 1991), 107.

62
El hundimiento / Valentina Verbal

enterado de que, para él, el pueblo habría hablado –o más bien rugido–
el 18-O. Y, sobre todo, no da cuenta de un concepto claro en materia
de representación política. Por ejemplo, ¿es partidario de sistemas de
representación corporativa? Es decir, basados, no ya en el ejercicio del
voto individual y en la existencia de partidos políticos, sino en la re-
presentación orgánica de gremios y organizaciones funcionales.61 Esta
pregunta resulta crucial, considerando la tradición política a la que
adhiere Herrera –el nacionalismo–, históricamente caracterizada por
propiciar sistemas de representación de tipo orgánico o corporativo.
Esta fue, por ejemplo, y hasta el final de sus días, la visión de Góngora.
En su célebre Ensayo histórico, critica el liberalismo económico imple-
mentado por la dictadura militar de Pinochet por haber abandonado
“una concepción orgánica del Estado”, que sí habría estado presente en
la Declaración de Principios de 1974.62
Pero volviendo a la categoría pueblo, y a partir de una lectura de
conjunto de sus libros (también los referidos en la sección precedente),
resulta claro que Herrera lo entiende como una entidad abstracta, indi-
visible y precisamente orgánica, similar a la idea de nación.63 Bajo este
prisma, el pueblo termina inevitablemente siendo lo que las autoridades
estatales quieren que sea. Además, se apela a él –en teoría para bene-
ficiarlo cuando, en realidad, se le perjudica–, de manera de utilizarlo
como un pretexto para limitar la libertad individual. Esto, como bien
se sabe, resulta muy patente en los populismos de distintos signos. El
pueblo (o la nación), piensa Herrera, encarnaría el horizonte común de
sentido, que permitiría superar el individualismo liberal, tan criticado
por él, como también por sus colegas de izquierda.
Por último, vale la pena extenderse un poco sobre Milton Friedman.
Desde Góngora, en Chile se ha solido tergiversar su idea de que la
libertad económica es un condición necesaria para la libertad política
y otras libertades. Esta sentencia suele ser citada para indicar que
Friedman promovería un economicismo furibundo, en términos de
que la libertad fundamental en la vida humana (y en el orden social)

61 El “corporativismo es una doctrina que propugna la organización de la sociedad


sobre la base de asociaciones representativas de los intereses y de las actividades
profesionales (corporaciones)”. Ludovico Incisa, “Corporativismo”, en Diccionario
de Política, eds. Norberto Bobbio, Nicola Matteucci y Gianfranco Pasquino
(Madrid: Alianza Editorial, 1991), 372.
62 Mario Góngora, Ensayo histórico sobre la noción del Estado en Chile en los siglos XIX y
XX (Santiago: Editorial Universitaria, 1986), 262. La primera edición de esta obra
es de 1981.
63 De hecho, en Octubre en Chile utiliza los términos pueblo y nación de manera
intercambiable.

63
Benjamín Ugalde, Felipe Schwember y Valentina Verbal (editores) El octubre chileno

sería la económica. O también se ha interpretado en el sentido de que


puede haber libertad económica sin libertad política, porque la primera
llevaría inevitablemente a la segunda.64 Sin embargo, dicha idea de
Friedman es mucho más compleja de lo que sus críticos criollos quieren
hacernos creer.
La célebre sentencia de Friedman aparece en la introducción de su
libro Capitalismo y libertad: “El principal tema [de este libro] es el rol del
capitalismo competitivo […] como un sistema de libertad económica
y como una necesaria condición para la libertad política”.65 Luego, en un
capítulo monográfico acerca de la relación entre libertad económica
y libertad política, Friedman profundiza en el significado de esta
sentencia. Señala básicamente tres cosas. La primera es que la libertad
económica es un componente de la libertad entendida en un sentido
más amplio, por lo que ella es un fin en sí mismo.66 Hay que aclarar
aquí que, para los liberales, la libertad siempre es un fin en sí mismo,
porque las personas tienen derecho a buscar su propio destino sin tener
que someterse a un fin colectivo, considerado superior al de ellos. No
por nada, Hayek dice que, en el contexto de una sociedad abierta, cada
individuo debe ser el “juez supremo de sus fines”.67
La segunda consideración de Friedman es que, aunque la libertad
económica es una condición necesaria para la libertad política, de
ninguna manera se trata de una condición suficiente, porque puede
haber (y, de hecho, las hay) sociedades con libertad económica, pero
sin libertad política. Friedman, habiendo escrito su libro en 1962,
pone los ejemplos de Japón antes de las dos guerras mundiales y de la
Rusia zarista, antes de la Primera Guerra Mundial. ¿Quiere, con esto,
Friedman decir que, normativamente hablando, es bueno que existan
sociedades autoritarias en lo político, aunque libres en lo económico?
Como es obvio, no. Él, simplemente, constata que “la relación entre
libertad política y económica es compleja, y de ninguna manera
unilateral”. Pero sí cree que resulta más fácil que la libertad económica
conduzca a la libertad política que viceversa.68
La tercera consideración que efectúa Friedman es que la libertad
económica se trasciende a sí misma, puesto que ayuda al fortalecimiento

64 El ejemplo de la dictadura de Pinochet resulta emblemático en este sentido.


65 Milton Friedman, Capitalism and Freedom (Chicago: The University Chicago Press,
2002), 4. Énfasis añadido. Todas las referencias entrecomilladas de obras en
inglés corresponden a traducciones propias.
66 Friedman, Capitalism and Freedom, 8.
67 Friedrich A. Hayek, Camino de servidumbre (Madrid: Unión Editorial, 2008), 148.
La primera edición de esta obra es de 1944.
68 Friedman, Capitalism and Freedom, 10.

64
El hundimiento / Valentina Verbal

de otras libertades. Esto es así, señala, porque la libertad que propugnan


los liberales es, básicamente, ausencia de coerción. Y la existencia
de menor coerción no solo implica una mayor dispersión del poder
político, al interior del Estado, sino sobre todo la existencia de un mayor
poder en la sociedad, entre las mismas personas que cooperan entre sí,
sobre todo en el contexto del mercado. Friedman pone el ejemplo de la
libertad de expresión.69 Este caso es desarrollado por Arturo Fontaine
Talavera, quien señala que la libertad de expresión depende en buena
medida de la libertad económica: “El mercado de los bienes que se usan
para expresar opiniones en las sociedades modernas está íntimamente
ligado a los demás. Así, por ejemplo, no es fácil interrumpir la siguiente
cadena: bosques, aserraderos, industria de celulosa, comercialización
del papel, máquinas de impresión, distribución de diarios, revistas y
libros, etcétera”.70
Otro ejemplo, en esta misma línea de análisis, lo aporta Deirdre
McCloskey. En su último libro Why Liberalism Works, dice ella que el
liberalismo promercado es una buena noticia para las personas LGBTI:
“Lo que yo estoy diciendo es que el mercado no es un enemigo de los
queers.71 Los restaurantes y bares de los cuales las drag queens surgieron
como una acción política en los sesentas en San Francisco y luego
en Nueva York eran entidades con fines de lucro. Los enemigos [de
las personas LGBTI] eran los policías del Estado, no los propietarios
‘capitalistas’”.72 Y, como bien se sabe, el movimiento de la diversidad
sexual no nació en ninguna oficina estatal, sino, por el contrario, en
un bar-discoteca –en Stonewall–, un lugar que, en 1969, fue víctima de
fuertes redadas y hostigamientos policiales (estatales), que regularmente
caían sobre él por acoger a lesbianas, homosexuales y trans, puesto que
–se creía– atentaban contra la moral y las buenas costumbres.73

69 Friedman, Capitalism and Freedom, 17.


70 Arturo Fontaine Talavera, “Libertad cultural, pluralismo político y capitalismo”,
Estudios Públicos, n.° 19 (1985): 7.
71 El término queer refiere, en general, a las personas LGBTI en su conjunto, que
es el sentido utilizado por McCloskey. De manera más particular, hace lo propio
con quienes no encajan ni el género masculino ni el femenino. En este segundo
sentido, a veces se utiliza el término genderqueer.
72 Deirdre McCloskey, Why Liberalism Works. How True Liberal Values Produce a Freer,
More Equal, Prosperous World for All (New Haven: Yale University Press, 2019), 281.
73 Se trata de los denominados Disturbios de Stonewall (28 de junio de 1969), que
dieron origen al movimiento gay o LGBTI y, en concreto al Día del orgullo, que
se celebra en todo Occidente a través de actos y marchas multitudinarias, nor-
malmente muy pacíficas. Ver Byrne Fone, Homofobia. Una historia (México D.F.:
Océano, 2008), 554.

65
Benjamín Ugalde, Felipe Schwember y Valentina Verbal (editores) El octubre chileno

Luego, si el libre mercado necesita defensores no es para, únicamen-


te, defender la libertad económica en sí misma o de manera aislada, sino
para hacer lo propio con la democracia y con todas las otras libertades
que esa misma libertad económica ayuda a generar. ¿Por qué la violen-
cia desatada en el octubre chileno ha tenido como principal blanco el
sector comercial, sea grande, mediano o pequeño? Probablemente, y
además de muchas otras razones (algunas desarrolladas en este libro),
no solo porque el mercado no ha tenido suficientes defensores, sino
también porque la mayoría de quienes se ha abocado a esa tarea suele
no considerar la libertad económica como más allá –e incluso más acá–
de ella misma.74 Y en torno a este punto, lo cierto es que la derecha
chilena se encuentra abiertamente en deuda. No solo con el conjunto
del país, sino incluso con su propia identidad histórica.

4. Las razones del hundimiento

El miércoles 23 de octubre de 2019, dos días antes de la masiva marcha


del viernes 25, La Tercera dedicaba el principal titular de su portada a
señalar que, el día anterior, el presidente Piñera había pedido perdón
y anunciado “un paquete de medidas para frenar la crisis”. ¿Por qué
pedía perdón el presidente? Básicamente, porque durante muchos
años el país había –según él– construido una “situación de inequidad,
de abusos, que ha significado una expresión genuina, auténtica, de
millones y millones de chilenos”. Y agregaba: “Reconozco esta falta de
visión y les pido perdón a mis compatriotas”.75 De esta manera, Piñera
le ponía su sello de agua a la interpretación que, desde las primeras
horas del 18-O, hizo la izquierda, tanto política como intelectual, y a la
que también no pocos dirigentes e intelectuales de derecha se fueron
sumando desde el día uno. Se trata, además, y como ya se ha visto, del
mismo diagnóstico esencial adoptado en el cambio de ciclo de 2011.
Así, y a diferencia de Bachelet, que algunas veces practicó un
“realismo con renuncia”, Piñera –como el principal líder político
de la derecha en Chile–, estaba no solo siendo realista, sino además

74 Una excepción a la defensa puramente economicista o utilitarista se encuentra


en Felipe Schwember, “La justicia del mercado (y sus límites). Algunas reflexiones
a partir de la filosofía de Robert Nozick”, en Filosofía de la economía. Principios
fundamentales, ed. José Antonio Valdivia Fuenzalida (Gijón: Ediciones Trea, 2019),
15-46. También en Carlos Peña, Lo que el dinero sí puede comprar (Santiago: Taurus,
2017).
75 P. Catena, X. Soto, I. Caro y F. Cáceres, “Piñera pide perdón y anuncia batería de
medidas para contener crisis”, La Tercera, 23 de octubre de 2019, 2.

66
El hundimiento / Valentina Verbal

renunciando. Y no renunciaba únicamente al programa de gobierno


con el que había resultado electo en 2018 –con un 54,58 % de los votos–,
sino sobre todo al único ideario con el que la derecha ha podido tener
un cierto éxito en términos históricos: el liberalismo, al menos en su
dimensión económica. Y este éxito no solo se ha expresado en el hecho
de ganar elecciones (con Jorge Alessandri en 1958, y con Piñera en
2009 y 2018), sino especialmente en la circunstancia de haber poseído
un proyecto ideológico ofensivo, capaz de hacerle frente al socialismo
antimercado, al que la izquierda (y centroizquierda) siempre termina
retornando, tanto en el siglo XX como en el XXI.
Volvamos aquí a leer las preguntas que este ensayo busca responder:
¿por qué, pese a sustentarse básicamente en la violencia, desde un
primer momento el gobierno y los partidos de Chile Vamos tendieron
a interpretar la crisis como una expresión, si bien condenable en la
forma, legítima en el fondo? ¿Por qué, incluso días antes de la masiva
manifestación del viernes 25, la derecha en pleno se sumó con fuerza
al diagnóstico de la izquierda, según el cual los eventos iniciados el
18-O serían una respuesta a la “violencia estructural” propiciada por el
modelo económico?
Mirando las cosas más de cerca (a la larga historia de la derecha
volveremos un poco más abajo), la claudicación del gobierno y de Chile
Vamos en el octubre chileno no fue solo una cuestión de realismo frente
a la fuerte presión al que “voz de la calle” los había sometido, sino que
–una vez más– puede ser asociada a la ya eterna cuestión de la falta de
relato de este sector político. Mucho se ha hablado en los últimos años
sobre esta carencia de la derecha en Chile. Mucha tinta se ha derramado
en torno a su alergia frente a las ideas como motor de la acción política.
Y aunque el gobierno de Piñera I demostró no querer cambiar esta
situación, muchos esperaban que el de Piñera II (2018-2022) tuviese un
poco más de sustancia. Pero el 18-O le puso la lápida a esta posibilidad.
Sin embargo, ¿qué significa en política poseer un relato?
Comencemos por lo que no significa. Aunque no quiere decir que, por
ejemplo, los ministros se lo pasen citando a Locke, Smith o Hayek, sí
supone que al menos entiendan sus ideas, y que sean capaces de captar
cuando las políticas públicas, que el gobierno impulsa, se acercan o
alejan de ellas. Tampoco implica una frase de marketing, un mero
eslogan, pese a que algunas veces un eslogan puede encerrar un relato,
como fue el caso de Lagos con “Crecer con igualdad”, o el de Bachelet
II con “Más igualdad y menos abusos”.
En tercer lugar, no significa tampoco enumerar una lista de
supermercado de principios, a veces incompatibles entre sí (como
libertad con solidaridad), u otras veces demasiado abstractos (como
progreso y justicia), como lo hizo el programa de gobierno de Piñera II.

67
Benjamín Ugalde, Felipe Schwember y Valentina Verbal (editores) El octubre chileno

Y, por último, no supone meramente “tener buenas ideas”, sino poner


por delante un principio ideológico global que sirva de faro, tanto
al discurso político como a las políticas públicas que se buscan sacar
adelante. Por ejemplo, para Bachelet II este principio fue claramente la
igualdad material o de resultados, en contra de la libertad de mercado y
de la desigualdad (también material).
Ahora, dicho en positivo, ¿qué puede ser un relato en la acción
política concreta? Poner por delante un gran principio ideológico que
guíe la acción política en un momento histórico determinado. Por
ejemplo, y dado que el clivaje que dividió las aguas durante los años de
la Concertación fue el binomio autoritarismo-democracia, los gobiernos
que la representaron aceptaron (e incluso valoraron) el libre mercado,
pero “corrigiéndolo” con una intervención del Estado en favor de los
más necesitados. De ahí el eslogan “Crecer con igualdad” de Ricardo
Lagos. Pero el relato de la Concertación no consistió en los acuerdos
como tales, como ingenuamente llegó a creer Piñera II antes del 18-O.
Esos acuerdos pueden explicarse por la necesidad de hacer transitar
al país a una democracia no tutelada por lo militares. Pero también, y
sobre todo, por el hecho de que el relato (ideológico y no meramente
actitudinal) de la Concertación aceptó el libre mercado como rayado
de cancha de la sociedad (la caída del Muro de Berlín, por otra parte,
no le dio muchas otras opciones). Y esto fue, precisamente, lo que el
gobierno de la Nueva Mayoría –movimiento estudiantil de 2011 y “Otro
modelo” mediante– rechazó y buscó modificar. Aquí el clivaje pasó a
ser, como en buena medida lo fue durante buena parte del siglo XX, el
libre mercado versus un sistema orientado a superarlo (la “sustitución
de importaciones”, en el siglo pasado; el “régimen de lo público”, en el
presente que hoy vivimos).
Dicho de otra forma, para pensar un relato sustantivo (aunque no
dogmático) es necesario entender el ciclo político que se vive. Así, sin
renunciar de plano a los principios, pero adaptándolos a ese contexto,
es posible pensar y dar cuenta, en la acción política concreta, y en
las políticas públicas que se impulsan, de un relato activo y eficaz.
Activo porque se percibe constantemente su presencia, casi como un
sello indeleble. Pero, al mismo tiempo, eficaz porque le permite al
gobierno sacar adelante su programa de manera más o menos exitosa.
Y con la expresión “más o menos” se quiere constatar que es imposible
obtener, en la acción política concreta, la plena aplicación de los
principios que se poseen. Pero otra cosa muy distinta es la total retirada,
sin ofrecer siquiera un conato de resistencia. Frente a la crisis del 18-O,
la derecha chilena renunció a sí misma de manera muy temprana,
antes incluso (valga insistir por enésima vez en este punto) de la masiva

68
El hundimiento / Valentina Verbal

protesta del viernes 25, que congregó –se ha dicho– a más de un millón
de personas.
Pero planteemos ahora otra pregunta: ¿por qué, durante los últimos
años, la derecha en Chile nunca ha sido capaz de levantar un relato que
no solo le permita ganar la próxima elección (como en 2009 y 2018),
sino sobre todo la próxima generación? Considerando que a esta cues-
tión le he dedicado un libro completo,76 veamos muy brevemente tres
indicios que pueden ayudar a responder a esta pregunta.77 Estos indicios
dan cuenta de la pésima comprensión intelectual que la mayoría de los
dirigentes políticos de Chile Vamos ha poseído, y sigue poseyendo. Estos
tres indicios son los siguientes: a) la derecha no conoce su historia; b) la
derecha no entiende el sentido profundo de la libertad económica; y c)
la derecha ha terminado creyendo que la desigualdad material (y no la
pobreza) es el problema político par excellence.
La derecha no conoce su historia. Por mucho que se diga lo contrario, la
derecha chilena ha tenido dos grandes vertientes ideológicas: liberales
y conservadores. Ambas, sobre todo desde el siglo XX, se terminaron
uniendo en un frente común para defender la libertad de mercado
frente a la avanzada socialista (de distintos tipos) que Chile y el mundo
estaban experimentando. En cambio, las tradiciones socialcristiana
y nacionalista han sido irrelevantes en términos de acción política
concreta.78 Además, y como muy bien lo ha demostrado la historiadora
Sofía Correa Sutil, la derecha en el siglo pasado, precisamente integrada
por liberales y conservadores, sí poseyó un relato político ofensivo, que
ella denomina proyecto de modernización capitalista.79 Incluso en plena
guerra fría, siendo el socialismo tendencia, los dirigentes del Partido
Liberal eran tajantes en la defensa del mercado, y no solo por sus
consecuencias positivas, sino por la base filosófica, moral, que dicho
mecanismo encierra. Por ejemplo, en 1964 el exsenador Eduardo
Moore señalaba: “Respetamos al individuo para que así vaya realizando

76 Verbal, La derecha perdida.


77 Utilizo la palabra indicios, precisamente porque todavía hay mucho que descifrar
en torno a la crisis de octubre.
78 Por ejemplo, el socialcristianismo tuvo una relativa importancia en torno a la
elección presidencial de 1946, con la candidatura presidencial de Eduardo Cruz-
Coke, y que conduciría a la división de la derecha. En efecto, a dicha contienda
concurrió dividida en las candidaturas de Cruz-Coke (conservador, de tendencia
socialcristiana) y Fernando Alessandri Rodríguez (liberal), quienes sumaron un
56,9 % de los votos, mientras que Gabriel González Videla (radical) triunfó con
un 40,1 %. Ricardo Cruz-Coke, Historia electoral de Chile 1925-1973 (Santiago:
Editorial Jurídica de Chile, 1984), 10.
79 Sofía Correa Sutil, Con las riendas del poder. La derecha chilena en el siglo XX (Santiago:
Editorial Sudamericana, 2004).

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Benjamín Ugalde, Felipe Schwember y Valentina Verbal (editores) El octubre chileno

su propio destino. Y nunca olvidamos que el hombre no es una ‘cosa’ en


el universo, sino ¡él mismo, un pequeño universo! ”.80 Esta frase la indicaba
al comparar el capitalismo con el socialismo.
Y aunque la libertad económica ha sido un mínimo común histórico
en la derecha chilena, a partir de él podría este sector político generar
las condiciones de posibilidad para valorar las otras libertades, como la
política, basada en la democracia representativa. Sin embargo, en torno
al octubre chileno ni el gobierno de Piñera ni Chile Vamos se dieron
cuenta –al menos de manera suficiente– del ataque a la democracia del
que el país había sido víctima. Lo central, para el gobierno, no fue el
ataque a la democracia, sino al modelo económico.
La derecha no entiende el sentido profundo de la libertad económica. Le
cuesta una enormidad comprender que el mercado es un sistema de
cooperación social que permite, no solo el despliegue de la capacidad
empresarial que toda persona lleva dentro, sino además –y sobre todo–
que el interés propio se realice en la medida en que satisfaga al mismo
tiempo el ajeno. Aunque ambos intereses no siempre coincidan, al
menos se logran coordinar de un modo pacífico. Pero, además, a la
derecha le cuesta un mundo entender que la libertad económica va más
allá de ella misma, puesto que ayuda a la legitimación de otras libertades,
como las llamadas “culturales” o “valóricas”. El ejemplo de McCloskey,
antes visto, constituye una prueba al canto de esta circunstancia.
Quizás, precisamente, la tosca comprensión que la derecha ha
tenido de la libertad económica, la ha llevado a ser –en términos gene-
rales– demasiado conservadora en materia cultural. Pero tampoco ha
sido ella capaz de ver lo que hay “más acá” de la libertad económica:
personas de carne y hueso que, levantándose temprano en la mañana,
buscan sacar adelante un proyecto de vida, para ellas y sus familias. Esta
carencia ha resultado patente en la derecha chilena durante la crisis de
octubre. En vez de defender a los pequeños y medianos empresarios,
que fueron saqueados, desde el día uno la derecha optó por acoger
el mismo diagnóstico de la izquierda. Y aunque puso por delante, de
manera muy ineficaz –hay que decirlo–, la cuestión del orden público,
la situación de los emprendedores ha quedado notablemente relega-
da, en desmedro de la idea de reformar sustantivamente el modelo
económico.

80 Sergio Guilisasti Tagle, Partidos políticos chilenos. Doctrina, historia, organización


interna y fuerza electoral de los partidos conservador, liberal, radical, demócratacristiano,
socialista y comunista (Santiago: Editorial Nascimento, 1964), 94. Énfasis añadido.
Este libro contiene entrevistas a destacados dirigentes de los principales partidos
políticos en el Chile de esa época.

70
El hundimiento / Valentina Verbal

En tercer lugar, la derecha ha terminado creyendo que la desigualdad material


(y no la pobreza) es el gran problema que Chile debería combatir. Y aunque ha
tendido a reconocer que, de hecho, el modelo ha disminuido la des-
igualdad de ingresos, sobre todo si ella se estudia a través de cohortes
generacionales,81 ha hecho suya la tesis de que esa desigualdad –y no
la pobreza– es el problema fundamental que el país debería enfrentar.
Precisamente, la muy temprana claudicación del gobierno es una clara
expresión de este fenómeno. Pero, desde una perspectiva liberal clásica –
que valora el hecho de que las personas persigan sus propios fines como si
fueran fines supremos–, ¿puede realmente sostenerse que la desigualdad
material es un problema? Mi respuesta es negativa. En un orden social
liberal (con igualdad ante la ley y ayuda estatal en favor de los más necesi-
tados) el problema no es la existencia de ricos, sino de pobres.82
Incluso, y aunque sea políticamente incorrecto decirlo, los ricos
son necesarios porque permiten que lo que un día son bienes de lujo
en favor de una minoría (por ejemplo, computadores y teléfonos ce-
lulares), muy pronto terminan siendo de mayor acceso para todos. No
por nada, y en un clima ideológico altamente adverso, el exdiputado
del Partido Liberal, Pablo Aldunate, sostenía en 1964 que mucho más
importante que beneficiarse del dolor ajeno –a partir de la simplista
comparación entre ricos y pobres–, es determinar cuál es el sistema
económico más idóneo para mejorar las condiciones de vida de las
personas, especialmente de los más necesitados. Y claramente no es el
socialismo, decía, ya que “cambia a los poderosos económicos por los
poderosos políticos; [mientras que] los pobres siguen tan pobres como
antes, pero sin la esperanza de dejar nunca de serlo”. En cambio, el libre
mercado genera “bienes de consumo mejores, más abundantes y bara-
tos; [y crea] más trabajo mejor remunerado”.83 Y la verdad sea dicha, el
crecimiento económico es la principal causa de que las personas salgan
de la pobreza, puesto que así, con más inversión, se genera una mayor
cantidad de puestos de trabajo y los salarios aumentan. Incluso alguien
como el expresidente Lagos llegó a decir, en 2017, que “la tarea número
uno es crecer, todo lo demás es música”.84

81 Para esta consideración, ha sido esencial el trabajo del economista Claudio


Sapelli, Chile: ¿más equitativo? Una mirada a la dinámica social del Chile de ayer, hoy y
mañana (Santiago: Ediciones UC, 2016).
82 En esa misma línea se encuentra el trabajo de Felipe Schwember, “¿Igualdad o
igualitarismo? Dos perspectivas acerca de la justicia”, Estudios Públicos, n.° 147
(2017): 207-239.
83 Guilisasti Tagle, Partidos políticos, 112.
84 “Ricardo Lagos: ‘La tarea número uno de Chile es crecer, todo lo demás es
música’”, Cooperativa, 3 de agosto de 2017.

71
Benjamín Ugalde, Felipe Schwember y Valentina Verbal (editores) El octubre chileno

¿Significa lo anterior que el Estado no debería hacer nada en favor de


las personas más necesitadas en materia de educación, salud, pensiones,
etcétera? No, solo significa que la batalla principal debería ser contra la
pobreza, y que esta batalla no debería nunca, al menos en el contexto
normativo de la derecha, tener lugar a expensas de la libertad personal.
Si se afirma, por ejemplo, que las pensiones son bajas, y que es necesario
mejorarlas, la solución a este problema no debería nunca consistir –para
la derecha– en la prohibición del derecho a elegir el sistema previsional
que se desea y, menos todavía, en extraer una parte de las cotizaciones
para destinarlas a un fondo común, supuestamente “solidario”.
Pero la circunstancia de hacerle frente a las ideas de izquierda, de
ninguna manera debería ser entendida como una renuncia a la acción
del Estado en favor de los más necesitados. De lo que se trata, única-
mente, es de encontrar una fórmula que sea suficiente para permitir
a los individuos perseguir sus propios fines conforme a su particular
concepción de la felicidad, sin tener que precipitarse por la pendiente
que destruye la libertad personal. Sin embargo, lamentablemente, esto
es lo que ha venido propiciando la derecha durante los últimos años y,
particularmente, en el contexto del octubre chileno.
Por último, aunque sea cierto que la crisis en cuestión puso al
gobierno de Sebastián Piñera en la imposibilidad de seguir aplicando
su programa de manera integral, el pragmatismo con que ha actuado
ha ido mucho más lejos de lo que, comprensiblemente, podría haberse
esperado. Sin manifestaciones masivas, sino solo desde la interpretación
de la violencia contra el Metro y los supermercados, el gobierno hizo
suya la idea de que la causa del estallido no era otra que el rechazo
mayoritario del país hacia el modelo económico. Esta es la razón de
que, antes que negociar o buscar acuerdos que supongan transacciones
mutuas, lo que el segundo gobierno de Piñera básicamente ha hecho
es claudicar. Y aunque pueda ser posible que la derecha gane la
próxima elección (por ejemplo, con Joaquín Lavín a la cabeza), ya
resulta bastante claro que no ganará la próxima generación. En esta
circunstancia, precisamente, consiste el hundimiento que la derecha ha
experimentado durante el octubre chileno, y cuya reversión se ve muy
cuesta arriba, al menos en el corto y mediano plazo.

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