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Introducción

Hace ya muchos años, cuando tomaba mi primera clase de filosofía, el trabajo


final era el análisis de un filósofo elegido de una lista que el profesor nos
entregó.

El elegido por mí fue el español José Ortega y Gasset. Cuando presenté la


monografía comencé comentando que al analizar a un filósofo de la
envergadura de Ortega y Gasset, me sentía como un payaso de circo, hecho a
base de práctica y experiencia, interpretando a Shakespeare.

Hoy tengo una sensación similar. Quiero hablar del extraordinario amor de Dios
y me siento absolutamente limitado para hacerlo, pues el amor de Dios
sobrepasa todo entendimiento. Confío en la guía del Espíritu Santo para llegar
a vislumbrar lo insondable del amor de Dios.

La esencia misma de Dios es amor. Dios es mucho más grande y sublime de lo


que podemos imaginar, y también lo es su amor.
Muchas veces nuestro amor humano es mezquino, limitado y egoísta, pero el
amor de Dios es inmenso, no tiene límites, es extraordinario.

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