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a Al_IR TP yA en la | EQS gCyUPEFLjA Antologia de | iz Escalante y José Luis Morales Bajo la piel cansada BEATRIZ ESCALANTE uando las pestafias cargadas de rimel negro dejaron de apuntar hacia el café express, el | hasta entonces también negro panorama se volvié luminoso: por la puerta de la cafeteria escolar entré un cuerpo adolescente del que no se perdia ningun detalle: la camiseta roja y el ajustado pan- talon vaquero parecian puestos mas para delinearlo que para cubrirlo. Indiferente a todo, pues no se sa- bia observado, el cuerpo avanzo hacia el mostrador y, mientras con su voz masculina pedia distraida- mente un refresco, Laura, la duefia de las pestafias pintadas, disfrutaba recorriéndolo de arriba abajo con los ojos, aunque hubiera preferido hacerlo con las manos. Else sent6 a una mesa que, para alegria de Laura, lo situé bastante cerca de ella, justo enfrente, por lo que ni siquiera tuvo que girarse para mantenerlo dentro de foco. Entonces se dedicé a mirarle hasta el tltimo - lugar sin ropa: el cuello, los antebrazos fuertes, bien formados, y las manos largas que se entretenian en hojear un libro de matemiaticas; le atraia sobre todo esa zona donde es posible entrever la piel, el pecho oscurecido por el vello. El cuerpo se levanté a com- prar alguna otra cosa en la cual Laura no reparo, pues 101 102 BAJO LA PIEL CANSADA se hallaba absorta adivinando el contorno exacto de los muslos enfundados en la mezclilla. Comenz6 a desvestirlo, se imaginé quitandole la camiseta, aca- ricidndole la nuca con la punta de la lengua; le bajo el pantal6n y, cuando lo tuvo completamente des- nudo, se incliné sobre él para probarlo: lo bes6, lo sintié crecer bajo la presién de su mano. Después lo acost6, lo sujet6 de las mufiecas y asi, teniéndolo inmovil, todo suyo, lo poseyé al ritmo de su deseo. Al final, cuando lo miré a los ojos para reconocer en ellos la sorpresa de él por el orgasmo de ella, se en- contré con que el cuerpo continuaba en la cafeteria y la miraba. Laura sintié como la sangre le subia de golpe a la cara, sintié a la vez vergiienza y pena de si misma: de hallarse proxima a cumplir los cuarenta y de no haber tenido jamas un orgasmo por copula. El ruido de la chicharra anunci6 el fin del descanso. Se sonrieron. Laura se dirigié al salon 205 a impartir su clase de historia pensando en que, a pesar de la edad de él y de su inexperiencia, 0 mas bien precisamente por esos dos motivos, él podria ser un buen amante. Aquella noche en su casa, Laura preparé la cena para sus tres hijos y para su marido, pues aunque los dos trabajaban, él seguia siendo incapaz de levantar su propio plato; en realidad, era incapaz de muchas cosas, como de darle tiempo a Laura cuando estaban en la cama y, sin embargo, alli estaban otra vez, sdlo que ella no mostraba el fastidio controlado que regu- larmente aparecia en su cara en esas circunstancias; BEATRIZ ESCALANTE 103, en lugar de esa mezcla de impaciencia y resigna- cién, sentia interés: lanz6 la mirada sobre el hombre que se desvestia de manera monotona: le molest ver desnudo ese cuerpo decadente que a cada tanto la engafiaba; habia sido tan vivido su fantaseo en la cafeteria escolar que no pudo evitar la comparacion. A pesar de todo, Laura accedi6 a la solicitud de su marido: no opt por la evasién como en los ultimos meses, no se neg6 ni se durmio a la mitad, ni tam- poco se puso a repasar con la mente cuanto debia hacer al otro dia mientras dejaba a su cuerpo cum- pliendo con uno de sus mas desagradables deberes conyugales. Acepto porque también tenia deseo, no de él, claro, pero tenia deseo; acept6 porque no que- ria abdicar como de costumbre, queria estar con un hombre y lo intent6 con su marido, buscé acercarse, lograrlo, pero fue inutil: quince afios de relaciones sexuales disparejas se concentraban en esa cama, quince afios de incomprensi6n, resentimientos y descuidos imposibilitaban el encuentro. Laura no consiguié alterar la rutina de abdominales que el marido hacia sobre ella para llegar al climax. Para ella, esa noche fue un fracaso; para él, una noche como cualquier otra. Esa madrugada en la oscuridad, los ojos de Laura —limpios de rimel— trataban de mirar el cuerpo de aquel adolescente: ya no queria sofiar ni esperar.

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