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Fraternidad como modelo para la sociedad 

La fraternidad que es “otro de los signos que la vida religiosa debe mostrar en una
época, en que la cultura dominante es individualista, centrada en los derechos
subjetivos. “Es una cultura que corrompe” la sociedad y la familia”. 
”La vida consagrada puede ayudar a la Iglesia y a toda la sociedad dando testimonio de
fraternidad, de que se puede vivir juntos como hermanos en la diversidad porque en la
comunidad no se elige antes; uno se encuentra con personas diversas por carácter,
edad, educación, sensibilidad … y sin embargo, se intenta vivir como hermanos”. 
El Papa Francisco asegura que no es “siempre posible” vivir en armonía perenne, “por
supuesto… pero se reconoce que uno se ha equivocado, se pide perdón y se perdona. Y
esto es bueno para la Iglesia, hace que circule en su cuerpo la linfa de la fraternidad. Y
también es bueno para toda la sociedad’’.
Entretanto, esta fraternidad “presupone la paternidad de Dios y la maternidad de la
Iglesia y de la Madre, la Virgen María”.  Así cada día renovamos nuestro "estar " con
Cristo y en Cristo, y establecemos una relación auténtica con el Padre que está en los
cielos y con la Madre Iglesia, nuestra Santa Madre Iglesia jerárquica, y la Madre
María”. 
El Pontífice concluyó asegurando que con estas “coordenadas fundamentales”, también
seremos capaces de fraternidad auténtica “que da testimonio y que atrae’’. 

Una de las manifestaciones del amor, que es el deseo del bien, es el amor a los hermanos. El amor
fraterno nos enseña a compartir nuestros bienes y a llevar una convivencia sana y constructiva. El
amor fraterno nos prepara a vivir en la sociedad y se extiende a los que no son hermanos de
sangre, pero se aman como si lo fueran.

En la vida humana hay algunas circunstancias y situaciones que no son objeto de elección. No
podemos elegir a nuestros padres ni el elegir o situación para nacer. Tampoco podemos elegir a
nuestros hermanos. Y esto, en diversas etapas de la vida trae problemas. De pequeños hay peleas
con los hermanos para llamar la atención de los padres. Ya mayores, también hay peleas por una
relación desgastada.

Las peleas de infancia o de madurez pueden sanarse con el cultivo del amor fraternal. El amor
fraternal es del deseo del bien de un prójimo que comparte nuestro origen y que es igual a
nosotros. En el amor filial o paterno siempre hay una relación de autoridad o de superioridad. Por
tanto, no puede haber un amor entre iguales, sino entre subordinados, pues el hijo se subordina al
padre.

En cambio, entre hermanos hay una relación de iguales. Esta igualdad se da tanto por el origen
como por la relación.  Los hermanos tienen una capacidad de desearse el bien más sinceramente
porque ven en el otro un reflejo de sí mismo. Esto implica que hay un profundo conocimiento del
otro y de sus necesidades. El amor fraterno, entonces, se da entre los iguales y desea el bien para
los iguales. No olvidemos que el amor fraternal más perfecto es el mutuo, aunque a veces esto no
suceda así. No obstante esta posible situación, el amor fraterno puede llegar a ser mutuo si uno de
los hermanos comienza a amar desinteresadamente primero.

Quien no ama a su hermano no ama a Dios

Una lección universal sobre el amor fraternal la encontramos en la Primera carta de Juan. En ella
se discute la posibilidad de amar a Dios sin amar a los hermanos, sean estos carnales o de religión.
La respuesta de Juan es contundente: no se puede amar a Dios si no amamos a nuestro hermano.
Pues si no amamos al hermano que os queda cercano y conocemos bien, ¡cuánto más Dios, que es
inmaterial y perfecto, el cual nos queda lejos como un objeto de amor si no lo conocemos bien!

Por eso dice San Juan: “Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso;
pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. (1 Jn 4, 20) El
apóstol nos invita a practicar el amor fraternal como un medio para conocer a Dios y como una
práctica para el amor divino. Esto es una cuestión de posibilidades. No es posible amar lo que no
se conoce. Y si conocemos al hermano que es semejante a nosotros, y no lo amamos no es posible
que digamos a Dios. Pues Dios no es como el hermano que es cercano, sino que es misterioso y un
tanto oculto. A Dios no lo conocemos como al hermano, y como no podemos amar lo que no
conocemos no podemos amar a Dios si primero no ejercemos el amor fraternal.

El amor del que se habla aquí no se circunscribe a los hermanos carnales, sino que se expande a
toda la comunidad de creyentes, que son hermanos por tener a Dios como Padre y por ser hijos en
el Hijo. Incluso parece que el apóstol llama a los cristianos a amar a toda la comunidad humana en
el amor fraternal.

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