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John Locke nació en Wrington, Gran Bretaña, en 1632, en el seno de una familia
acomodada y de pensamiento avanzado. Su padre, de profesión notario, participó
en la guerra civil como miembro del ejército parlamentario de Cromwell. Murió en
1704.
En Dos tratados sobre el gobierno civil establece que el gobierno debe existir por
el consentimiento, con la distinción de poderes con primacía legislativa y el
derecho a la resistencia contra un gobierno que no goza de confianza y ha roto el
contrato social.
Locke fue un liberal práctico, no sólo escribió y ejerció de médico, sino que fue
consejero del Departamento de Comercio a partir de 1696 y amasó una gran
fortuna con el comercio de seda y esclavos.
Locke se opone en sus obras al estado de naturaleza que presenta Hobbes. Los
hombres vivían en libertad e igualdad, con ayuda mutua, paz y seguridad. La ley
natural obliga a los hombres a prestarse auxilio en salud, libertad, posesiones y en
no dañar a sus congéneres.
Los hombres, dice Locke, tienen derecho a algo completamente suyo, al trabajar
extender la personalidad a los objetos producidos, a que sean parte de ellos: la
propiedad se asienta en el trabajo.
Locke articula esto a un contrato, libre, voluntario y por común acuerdo, cediendo
el derecho de juzgar a un cuerpo político que se debe encargar de proteger los
derechos individuales y garantizar la seguridad.
Todas las instituciones del cuerpo político tienen que tener la obligación de
garantizar las libertades. Para evitar el abuso de poder, se hacen tres distinciones,
tres poderes divididos: federativo, ejecutivo y legislativo.
Estos tres poderes no pueden extralimitarse de sus funciones, deben actuar por
procedimientos establecidos de antemano, para garantizar el imperio de la ley y el
principio de legalidad y seguridad jurídica. Es decir, no deben ir más allá del
interés público. ¿Quién controla al legislativo?, se pregunta Locke. El pueblo, el
que posee la soberanía.