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¿Qué Es La Geoquímica? - El Geólogo Geoquímico
¿Qué Es La Geoquímica? - El Geólogo Geoquímico
| El geólogo
geoquímico
En este capítulo se muestra cómo los geólogos geoquímicos utilizan las técnicas
analíticas químicas para determinar la edad de la Tierra, predecir las erupciones
volcánicas, demostrar que un cuerpo extraterrestre colisionó con la Tierra hace 65
Ma, observar los cambios atmosféricos durante millones de años y documentar los
daños producidos en la superficie de la Tierra por la lluvia ácida y la
contaminación.
El término geoquímica fue utilizado por primera vez por el químico suizo Schönbein
(1799-1868), en 1838. A partir de su etimología se puede adivinar que el campo de
la geoquímica resulta, de algún modo, de la unión de la geología y la química. Y así
resulta ser, pero ¿cómo se combinan la geología y la química en la geoquímica? O
¿cuál es la relación entre ellas? Tal vez, la mejor explicación sea que la geoquímica
utiliza las herramientas de la química para resolver problemas geológicos; es decir,
los geólogos utilizan la química para conocer la Tierra y su funcionamiento.
La Tierra es parte de una familia de cuerpos celestes, nuestro sistema solar, que se
formaron simultáneamente y están estrechamente relacionados. Por ello, el ámbito
de la geoquímica se extiende más allá de la Tierra para incluir también el sistema
solar. Las metas de la geoquímica son, por tanto, semejantes a las de otros
campos de las ciencias de la Tierra; se difiere simplemente en el enfoque. Sin
embargo, aunque el geoquímico tiene muchos aspectos en común con el químico,
sus metas son muy diferentes. Por ejemplo, las metas del geoquímico no son
elucidar la naturaleza de los enlaces químicos o sintetizar nuevos compuestos,
aunque estos estudios son a menudo de interés y uso en geoquímica. Aunque la
geoquímica se considera una subdisciplina dentro las ciencias de la Tierra, abarca
una temática amplísima. Resulta ser tan amplia que ningún geoquímico llega
realmente a dominarla completamente, especializándose generalmente en uno o
varios aspectos tales como la química de la atmósfera, la termodinámica
geoquímica, la geoquímica isotópica, la química marina, la geoquímica de
elementos trazas, la química de los suelos, etc.
El desarrollo de la geoquímica ha tenido lugar en la segunda mitad del siglo XX.
Durante estos últimos 50 años, las ciencias de la Tierra han estado dominadas por
una aproximación cuantitativa, que ha originado un conocimiento de nuestro
planeta muy superior al existente anteriormente. La contribución de la geoquímica
en este avance ha sido enorme. Gran parte del actual conocimiento y teorías de
formación de la Tierra y el sistema solar proceden de la investigación geoquímica
de los meteoritos. Mediante la geoquímica se ha podido cuantificar la escala de
tiempo geológico, determinar la temperatura y profundidad de formación de los
magmas y reconocer la existencia de plumas en el manto terrestre. Con la
geoquímica se ha demostrado que los sedimentos depositados encima de la
corteza oceánica pueden ser subducidos e introducidos en el manto, al igual que
resulta posible conocer las temperaturas y presiones a las cuales se equilibran los
variados tipos de rocas metamórficas, para después utilizar esa información, por
ejemplo, en la determinación del movimiento en el pasado de grandes zonas de
falla. A partir de la geoquímica se puede conocer la magnitud y velocidad del
levantamiento y erosión de las cadenas de montañas en zonas de colisión
continental. También mediante la geoquímica se pueden conocer los procesos de
formación de la corteza terrestre, el momento de diferenciación de la atmósfera y
su posterior evolución, así como los movimientos convectivos que experimenta el
manto y que son el motor de la dinámica de placas. Desde la geoquímica se
pueden conocer igualmente las bajas temperaturas que experimentó la superficie
de la Tierra durante las pasadas glaciaciones, así como las causas que las
originaron. Las evidencias de vida más anti- guas, de hace unos 3.800 Ma, no
proceden de restos fosilizados de organismos, sino de las trazas químicas de su
actividad vital. Igualmente, las débiles evidencias de la existencia de vida en Marte,
hace aproximadamente el mismo intervalo de tiempo, son también en gran parte
químicas. Por lo tanto, no nos debe sorprender que instrumentos de análisis
químico de materiales geológicos sean la parte clave de las sondas enviadas a
otros cuerpos celestes, como Venus, Marte y Júpiter.
Los geólogos utilizan las técnicas analíticas químicas para evaluar los daños
producidos por la contaminación en la superficie de la Tierra, a la vez que ayudan a
su prevención mediante la implantación de soluciones que permitan reducirla.
Particularmente importantes aquí son las aportaciones del geólogo en el control
químico de las aguas efluentes de áreas afectadas por explotaciones mineras, o de
la degradación del patrimonio monumental que ocasiona la denominada lluvia
ácida.
A las altas temperaturas del interior de la Tierra las rocas pueden fundir formando
el magma que, cuando encuentra un camino hacia la superficie, erupciona y forma
los volcanes. El grado de explosividad de una erupción depende principalmente de
la composición química del magma. De particular importancia son las relaciones
entre la proporción de sílice (SiO2), que controla la viscosidad del magma, y los
componentes volátiles, como el agua y el dióxido de carbón y de azufre (CO2 y
SO2). Los magmas pobres en sílice liberan normalmente los gases sin
explosividad y dan lugar a coladas de lava que se mueven lentamente, como los
volcanes de Hawai. Aunque estas erupciones pueden ser destructivas y ocasionar
pérdidas materiales en edificios e infraestructuras, raramente producen pérdidas
humanas.
Bajo ciertas condiciones, sin embargo, los magmas y las rocas encajantes son
sometidos a elevadas presiones por el rápido desprendimiento de volátiles,
ocasionando erupciones explosivas de gran poder devastador, como la sucedida
en el volcán Vesubio, cerca de Nápoles, que destruyó las ciudades romanas de
Pompeya y Herculano en el año 79. Una forma de medir los geólogos la energía
liberada durante una erupción es el índice de explosividad volcánica, que gradúa de
1 a 5 y, entre otros parámetros, se basa en el volumen de material expulsado. Un
valor máximo de 5 equivale a una explosividad muy grande, por ejemplo la erupción
en 1991 del volcán Pinatubo en Filipinas (figura 3), que emitió unos 7 kilómetros
cúbicos de cenizas y produjo 932 víctimas. Sin embargo, se trata de una erupción
relativamente pequeña si se compara con las gran- des erupciones de magmas
silíceos ricos en volátiles, ocurridas a lo largo de la historia de la Tierra, como las
registradas en el Valle (Nuevo México) o Yellowstone (EE UU), en las que se
llegaron a emitir más de 2.500 kilómetros cúbicos de piroclastos riolíticos en un
único flujo.
El análisis químico del contenido de elementos mayores en los magmas es uno de
los primeros datos a obtener en el estudio de los volcanes y su riesgo (figura 4).
Para una determinada área, el análisis geoquímico de las rocas volcánicas
emitidas previamente permite predecir el estilo y explosividad de futuras
erupciones de composición similar. Un ejemplo de estas investigaciones son las
realizadas en el volcán activo del Monte de Santa Elena (EE UU) por el USGS, en el
que una potente y compleja secuencia de rocas volcánicas ha sido depositada en
sucesivas erupciones espaciadas unos 100 años. Los geólogos geoquímicos han
reconstruido la historia eruptiva del volcán mediante los estudios de campo y el
análisis de estas rocas, demostrando que la actividad eruptiva del volcán está
separada por largos periodos de calma. Como en otros volcanes, existen cambios
sistemáticos en la composición de los elementos mayores y trazas de los magmas
emitidos con el tiempo. La erupción más reciente que tuvo lugar en 1980 y pro-
dujo 57 víctimas como consecuencia de la explosión lateral del cono, además de
avalanchas de derrubios y coladas de barro, parece ser el final de un ciclo químico
que comenzó hace unos 500 años. Con esta información el geólogo puede
predecir el estilo, frecuencia y el momento previo de una erupción futura. Las lavas
o cenizas volcánicas emitidas en una nueva erupción pueden ser rápidamente
analizadas químicamente y los resultados evaluados desde una perspectiva
histórica. Sin embargo, aunque los cambios sistemáticos en la composición
química de los magmas proporcionan una gran cantidad de información sobre el
comportamiento de un volcán, todavía se necesita conocer mucho mejor los
procesos relacionados con la formación del magma en niveles profundos de la
Tierra y las causas que desencadenan su erupción.
Uno de los misterios que encierra la historia de la Tierra consiste en una capa de
arcilla que se depositó encima de toda su superficie hace unos 65 Ma. La capa
marca el límite K-T de fin del sistema Cretácico e inicio de la era Terciaria y
coincide con el momento en el que se extinguió aproximadamente la mitad de las
formas de vida en la Tierra, incluidas los dinosaurios. A principios de la pasada
década, el científico Laureado al Nobel, Luis Álvarez, y sus colaboradores, des-
cubrieron altas concentraciones del elemento iridio mientras analizaban muestras
de un cen- tímetro de espesor del límite K-T (figura 5 arri- ba). La coincidencia de
los altos niveles de iri- dio con el clásico evento de extinción masiva del fin del
Cretácico, les condujo a establecer una teoría para relacionar ambas
observaciones. Propusieron que un asteroide de entre 6 y 14 kilómetros de
diámetro impactó con la Tierra y, como consecuencia, enormes cantidades de
material pulverizado fueron lanzadas a la atmósfera. En su investigación
especularon que las cenizas emitidas impidieron la llegada de los rayos del Sol a la
superficie y causaron una gran catástrofe medioambiental.
Muchos modelos de depósitos minerales utilizados por los geólogos no son tan
avanza- dos como los utilizados por los biólogos para los elefantes, aunque se
aproximan. Algunos yacimientos de cobre y molibdeno situados a profundidades
de unos 500-1000 metros han sido descubiertos mediante afloramientos de sólo
unos metros de longitud de ciertas rocas en superficie (figura 6 izquierda). Estos
afloramientos consisten en chimeneas o diques subverticales de rocas
brechificadas, que se extienden varios cientos de metros por encima del cuerpo
principal de pórfido mineralizado. Debido a que no todos los depósitos de pórfidos
contienen metales de interés económico, el geólogo debe estudiar los
afloramientos en el campo, seleccionar muestras para analizar geoquímicamente,
determinar así los metales que el pórfido puede contener y evaluar si merece la
pena realizar sondeos.
Los efectos de la lluvia ácida en las rocas carbonatadas de los monumentos han
sido investigados recientemente utilizando modelos hidrogeoquímicos del proceso
de alteración y técnicas analíticas de alta sensibilidad. Estas investigaciones, junto
con experimentos realizados en el laboratorio, han permitido establecer que el
mármol se erosiona entre 15 y 30 mm al año (espesor algo menor que un cabello),
mientras que las calizas son disueltas entre 25 y 45 mm en el mismo intervalo de
tiempo. Aproximadamente el 20 por ciento de la erosión está causada por la lluvia
ácida y el 80 por ciento restan- te es debido a la solubilidad natural de los
carbonatos en el agua de lluvia. Las soluciones planteadas por los geólogos para
evitar que la lluvia ácida nos robe poco a poco el patrimonio monumental, también
están basadas en el control geoquímico de los procesos de alteración.
Los geólogos utilizan las técnicas analíticas geoquímicas para conocer el grado de
contaminación del agua procedente de áreas afectadas por explotaciones mineras.
Puede tratarse de agua de calidad similar a la destinada para el consumo humano,
o ser muy ácida y contener una alta concentración de metales pesados u otros
elementos tóxicos. En general, cuanto mayor es la acidez del agua, menor es su
calidad. Desde un punto de vista medioambiental, resulta muy importante
caracterizar la química de los efluentes de explotaciones mineras, ya que pueden
afectar dramáticamente a los organismos acuáticos y a la calidad del agua
recibida por las poblaciones aguas abajo.
Uno de los objetivos que cubren los servicios geológicos de un país consiste en
evaluar la potencialidad y reservas de recursos minerales del territorio, con el fin de
obtener un inventario que sirva para establecer su gestión y planificación.
También los organismos internacionales que destinan fondos de ayuda para los
países en vías de desarrollo pueden contratar estos trabajos a los servicios
geológicos de otros países, como es el caso de los Proyectos del Programa
SYSMIN financiados por la Unión Europea, realizados por el IGME en la República
Dominicana (figura 10b). Una parte de los tra- bajos consiste en el análisis
geoquímico de suelos y sedimentos de arroyos, con el fin de determinar la
presencia de anomalías locales que motiven la exploración de las compañías
mineras.
Referencias bibliográficas
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