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La “nueva generación de proyectos forestales” empezó a surgir hace unos 20 años, a medida que
los proyectos se orientaban cada vez más hacia una gran variedad de fines además de los
asociados con la producción tradicional de madera para la industria y de productos madereros.
Como se indica más adelante, la importancia en términos absolutos del componente industrial de
la silvicultura no ha disminuido; de hecho ha aumentado. Más bien ha sido la
importancia relativa para los programas de los organismos de desarrollo, las ONG y los órganos
decisorios nacionales de otras dimensiones de los bosques y los árboles en relación con el
aprovechamiento de la tierra la que se ha incrementado. Por supuesto, la población rural reconoce
desde hace siglos la importancia de los árboles en relación con el aprovechamiento de la tierra, así
como de los diversos productos y subproductos de los árboles y bosques.
La agrosilvicultura y el concepto más amplio de silvicultura social se han abierto paso, no sin
dificultades, con su interés por la mejora del bienestar, la energía y la seguridad alimentaria en las
zonas rurales. Se está empezando a conocer mucho mejor la importancia de los bosques para las
cuestiones relacionadas en el cambio climático mundial y la protección del medio ambiente.
Asimismo se está difundiendo la utilización de los árboles en estrategias y programas de
ordenación de vertientes y en diversos tipos de programas de conservación de suelos y protección
de cuencas hidrográficas.
Es un hecho cada vez más reconocido en los últimos años que muchas de las medidas adoptadas
para promover el desarrollo en un futuro inmediato no permiten mantener el impulso del
crecimiento a más largo plazo. En el mejor de los casos, no resultan lo suficientemente sólidas o no
están lo bastante bien concebidas como para llegar a sostenerse por sus propios medios, y
fracasan después de algún tiempo. En el peor de los casos, los logros a corto plazo redundan en
una degradación o destrucción de la reserva de recursos naturales necesaria para mantener el
crecimiento en el futuro.
Existen muchas definiciones de desarrollo sostenible. Pezzey (1989) señala que casi todas ellas
contienen dos elementos comunes:
Por tanto, el desarrollo forestal sostenible se ha definido como “...el desarrollo que entraña cambios
en la producción y/o distribución de los bienes y servicios que se desea obtener de bosques y
árboles y que redunda, para una determinada población elegida como objetivo, en un incremento
del bienestar capaz de mantenerse en el curso del tiempo” (Gregersen y Lundgren 1990). El
concepto implica la producción de los bienes y servicios que desea la población, junto con
la protección de la base de recursos naturales de la que depende dicha producción.
Los proyectos forestales y el uso sostenible de los recursos forestales
Por consiguiente, cabe interpretar que el concepto se aplica más al sostenimiento de los beneficios
económicos que al de los productos materiales. Sin embargo, siguen planteándose problemas en
lo que respecta a la determinación de los valores futuros, o de los cambios en las prioridades
relativas de los diferentes beneficios derivados de los bosques. El bosque tendrá probablemente
diferentes valores para diferentes tipos de usuarios, y estos valores no son necesariamente
compatibles entre sí. El aprovechamiento por parte de los miembros de una comunidad rural que
dependen de la venta de los productos forestales para obtener ingresos puede entrar en conflicto
con los intereses de otras personas de esa misma comunidad que dependen de esos productos
para su propio uso, y las preocupaciones de ambos grupos estarán probablemente en
contradicción con los intereses de las industrias de elaboración que dependen de las materias
primas provenientes del bosque, y de los gobiernos que obtienen ingresos de las actividades
realizadas en las tierras forestales, al tiempo que estos últimos pueden diferir de los intereses de
grupos más amplios de la población regional y mundial preocupados por evitar un cambio climático
negativo o una pérdida de diversidad genética.
Algunas decisiones relativas a los recursos forestales se adoptan en unos contextos mucho más
amplios. En ciertas fases del proceso, la explotación de los recursos forestales puede generar el
capital necesario para invertir en otros sectores económicos, y la transferencia de tierras del sector
forestal al agrícola puede ser fundamental para mantener los suministros de alimentos. En estas
circunstancias, el problema consiste en sostener unos beneficios económicos mucho mayores que
los que se pueden obtener de los recursos forestales.
Dada la inevitable incertidumbre asociada con las necesidades y valores futuros, se puede
interpretar de modo más realista que el concepto de desarrollo sostenible ofrece una serie de
directrices y ayuda a los responsables de la adopción de decisiones a evitar, siempre que es
posible, medidas que eliminan o reducen drásticamente posibilidades futuras. Esto es importante
sobre todo si se consideran los valores ambientales del bosque, inciertos y menos tangibles. Por
tanto los científicos están en general de acuerdo en que la diversidad biológica es conveniente
porque permite alcanzar otros objetivos tales como una mayor resistencia y estabilidad de los
ecosistemas, una mejora del hábitat y la prevención de pérdidas de material genético que pudiera
ser valioso en el futuro. Sin embargo, el acuerdo es mucho menor en lo que respecta al grado de
diversidad que es necesario mantener. La diversidad biológica puede referirse a cualquiera de los
planos -gen, especie, ecosistema, bioma- en que se organiza la vida (Hunter 1990). Así pues, se
puede sentir preocupación por la posible reducción de diversidad genética dentro de una
determinada especie, por la pérdida de una especie, por la destrucción de un ecosistema entero, o
tal vez por la degradación o incluso la pérdida de un bioma importante para la biosfera. Sin
embargo, es difícil atribuir valores a una característica como la diversidad biológica, ya que los
conocimientos sobre cualquier gen, especie o ecosistema no son suficientes para estimar su
posible valor ecológico o económico para un grado determinado de diversidad biológica.
Asimismo, uno de los problemas que se plantean al establecer la relación entre actividades
forestales y cambio climático consiste en que este último tiene efectos regionales o incluso
mundiales, mientras que los proyectos de desarrollo suelen tener un carácter local. Cada proyecto
forestal tomado por separado puede ser un factor insignificante a nivel mundial, pero en conjunto
pueden desempeñar una función importante para el funcionamiento de la biosfera.
Los cambios tales como la extinción de una especie o el daño causado a la atmósfera entran en la
categoría de acontecimientos que pueden tener consecuencias irreversibles, al menos dentro del
marco cronológico de la planificación humana. Ante la incertidumbre de no saber qué
consecuencias tendría una pérdida irreversible de posibilidades futuras, lo indicado es un
planteamiento prudente del desarrollo. Cada vez está más extendida la idea de que para conservar
el valor de recursos irremplazables puede ser necesario imponer límites a las posibilidades de
intervención. Como mínimo, los responsables de la toma de decisiones deberán pedir a los
analistas que determinen y describan las consecuencias biológicas potencialmente irreversibles
que pudieran derivarse de un proyecto forestal, de modo que si es preciso puedan hacerse juicios
de valor sobre la necesidad de reducir el abanico de las opciones que se consideran aceptables.
En general los proyectos se formulan para llevar a cabo actividades concretas en un sector bien
definido con el fin de alcanzar objetivos específicos, con unas fechas específicas de inicio y fin. Los
planificadores y directores deben rendir cuentas de la consecución de los objetivos previstos dentro
del plazo y del presupuesto especificados. Sin embargo, aunque los proyectos tengan un marco
temporal limitado en lo que respecta a las operaciones, la mayor parte de ellos se inician con el fin
de provocar cambios cuya duración será mucho más amplia que la del proyecto. Su función es
estimular, catalizar o servir de algún modo como base para unas actividades que se mantendrán
por sí solas para cuando la aportación concreta suministrada por el proyecto se haya completado o
eliminado gradualmente.
Continuidad. - Las actividades iniciadas por el proyecto cesan tan pronto como éste
concluye, o los beneficios derivados de las actividades del proyecto dejan de ser
accesibles para los beneficiarios a los que estaban destinados, ya que no se dispone de
los recursos necesarios para continuar las iniciativas del proyecto.
Difusión. - Las actividades realizadas y los beneficios obtenidos en la zona del proyecto
no se adoptan en otras partes, de modo que el proyecto no pasa de ser un ejercicio
experimental, debido a su enfoque demasiado restringido o a su orientación hacia un
sector que no es representativo de la población en general.
Factores externos. - Pueden producirse efectos secundarios imprevistos, tanto dentro
como fuera del proyecto, al no haberse tenido en cuenta en el momento de su formulación
todos los efectos consiguientes.
La creciente preocupación por la sostenibilidad del desarrollo ha puesto por tanto de manifiesto una
serie de fallos en la formulación y ejecución de los proyectos. Algunos de ellos se deben a una
definición demasiado estricta de los límites de la actividad en cuestión, otros a defectos en los
mecanismos de análisis y formulación de los proyectos, y otros a una comprensión insuficiente de
los límites y posibilidades del marco institucional dentro del cual han de funcionar los proyectos.
El concepto de desarrollo sostenible tiene diversas repercusiones operacionales para los proyectos
forestales que pueden resumirse del siguiente modo (datos tomados sobre todo de Winpenny
1991):
En el resto de esta parte del estudio se examinan más detenidamente algunas de estas cuestiones.
En el próximo capítulo se analizan los efectos que pueden tener los proyectos forestales para el
desarrollo y las enseñanzas que se están sacando sobre el grado en que las actividades forestales
permiten obtener efectivamente estos beneficios. En el capítulo 3 se examina la variedad de
problemas y mecanismos institucionales que hay que tener en cuenta al planificar, ejecutar y
evaluar proyectos forestales.
Como se muestra en la figura 2.1, los proyectos del sector forestal están vinculados con una gran
variedad de actividades económicas: industria, energía, agricultura, pastoreo y conservación de
suelo y agua. Cabe señalar dos elementos fundamentales de los diferentes productos resultantes:
1. Muchos de los productos (bienes y servicios) que se obtienen de los bosques y árboles, por
ejemplo en materia de esparcimiento y estética, mejora del medio ambiente, conservación de suelo
y agua y hábitat, son producidos por los bosques naturales mientras que estén protegidos, tanto si
se practica en ellos actividades forestales como si no.
2. Muchos de los productos no llegan al mercado y por tanto no llevan asociados precios de
mercado o valores monetarios. En algunos casos, ni siquiera están bien definidos y cuantificados
en términos materiales, ni se han elaborado medios para cuantificarlos. Algunos productos sólo
tienen efectos locales, mientras que otros pueden tener también repercusiones mundiales.
Los proyectos del sector forestal suelen acarrear situaciones en las que las actividades forestales
influyen también en aspectos más amplios del desarrollo, como el empleo, la asignación de
recursos y los valores ambientales. Al mismo tiempo, las intervenciones destinadas a introducir
cambios más amplios, como las políticas de fijación de precios agrícolas y las inversiones para
ampliar la infraestructura, influyen en casi todas las actividades forestales. Por consiguiente, toda
evaluación de los efectos posibles o efectivos de un determinado proyecto forestal habrá de
insertarse en un marco analítico que permita determinar las más importantes de estas
vinculaciones y establecer la dirección probable de los efectos. En el cuadro 2.1 se resumen los
principales vínculos intersectoriales de interés para la silvicultura.
Muchos de estos vínculos son complejos, debido en parte a las características especiales de los
proyectos forestales:
Figura 2.1. Importancia de los bosques en nuestra vida. Fuente: Boletín N°2 del Instituto de
Investigación Forestal de Kenya, mayo-junio de 1987.
Otros factores que complican la situación son las múltiples funciones que los bosques y las
actividades basadas en ellos desempeñan en la economía: materia prima para la industria,
insumos para la agricultura, fuente de empleo e ingresos rurales, conservación del medio
ambiente, etc. Gracias a éstos y otros vínculos, los bosques y productos forestales son
componentes importantes de la seguridad alimentaria, el equilibrio energético, los sistemas de
cultivo, los recursos comunes y otras facetas del proceso de desarrollo.
Las tierras forestales pertenecientes al sector público -como lo son la mayor parte en la mayoría de
los países- pueden ofrecer a los gobiernos una fuente importante de ingresos y capital por medio
del aprovechamiento o liquidación del componente comercialmente valioso de las existencias. Este
objetivo de generar ingresos puede entrar en conflicto con los valores que se obtienen del bosque
por medio de otros vínculos: medio ambiente, productos no madereros, etc. Sin embargo, un uso
industrial de los bosques debidamente ordenado puede generar corrientes de capital para el
desarrollo.
Casi todos los productos que se obtienen en la primera fase de elaboración de la madera -madera
aserrada, tableros contrachapados, pasta de madera, etc.- son utilizados por otras industrias para
fabricar muebles, embalajes, papel de periódico, etc. Por consiguiente, la presencia de bosques e
industrias forestales puede estimular la actividad industrial, el empleo y los ingresos. Asimismo su
condición de mercados de materias primas a base de madera puede generar empleo y riqueza en
las zonas donde se produce la madera.
Sin embargo, este potencial de desarrollo no siempre se hace realidad. Puede que el producto se
exporte, con lo que el valor añadido gracias a la elaboración ulterior va a parar al extranjero.
También puede que haya que importar muchos de los otros insumos aparte de la madera. Las
especificaciones relativas a la calidad y dimensiones impuestas por sus clientes tienden a obligar a
la industria forestal a utilizar tecnologías de elaboración desarrolladas en los países industrialmente
avanzados. Estas tecnologías están por lo general muy automatizadas, requieren mucho capital y
dejan poco margen para hacer un uso flexible de los factores; casi todo el empleo que se crea está
destinado a mano de obra semicalificada y urbana en vez de rural. La inserción de una instalación
industrial moderna de grandes dimensiones, lejos de generar riqueza a nivel local puede tener
efectos negativos si no tiene en cuenta la situación del lugar. La afluencia de forasteros mejor
pagados ejerce una presión sobre los servicios y precios locales, al tiempo que la introducción de
la explotación comercial de la madera puede causar alteraciones en las actividades forestales
existentes de importancia decisiva para la comunidad local.
Las intervenciones de los gobiernos para estimular la elaboración de productos forestales mediante
subvenciones, desgravaciones fiscales, etc., han estado por consiguiente muy extendidas. Sin
embargo, recientes estudios han demostrado que las intervenciones de este tipo han influido con
frecuencia negativamente sobre las decisiones en materia de inversión. Dada la baja cuantía de los
canones y derechos de exportación, la mayoría de los gobiernos sólo se quedan con una fracción
de la renta económica, mientras que los beneficios excesivos que corresponden a las empresas
participantes estimulan una explotación de los recursos forestales superior a la que sería
económicamente racional, así como la extracción de la madera de mejor calidad exclusivamente
(Repetto 1988). Estas modalidades de uso, además de ser ineficientes desde el punto de vista de
los objetivos económicos del desarrollo a corto plazo, pueden amenazar la sostenibilidad a más
largo plazo de la ordenación de los recursos subyacentes. Al formular proyectos industriales para el
sector forestal no siempre se han tenido suficientemente en cuenta estos problemas.
Cuando el objetivo del proyecto es crear recursos para la industria a través de la repoblación
forestal, en lugar de recurrir a los recursos existentes, pueden plantearse otros problemas. Muchos
proyectos forestales están ubicados de tal modo que sólo pueden vender sus productos a
determinadas industrias forestales. En tales casos es difícil tomar decisiones válidas sobre los
proyectos forestales aisladas de las decisiones sobre dichas industrias. Una práctica muy frecuente
es crear las plantaciones sin haber determinado previamente qué tipos de madera se necesitan, en
qué emplazamientos y en qué cantidades. Como consecuencia de ello, más adelante resulta muy
difícil encontrar mercados para sus productos. En un reciente estudio del Banco Mundial sobre
actividades en el sector forestal se informaba de que “casi todos los proyectos que dependían
financieramente de la venta de los productos madereros... se resintieron de la falta de un análisis
sobre mercadeo, de conocimientos sobre el mercado y/o de atención en el momento inicial a la
evolución de los mercados” (Banco Mundial 1991).
Los principales vínculos con el sector rural se establecen a través de las aportaciones que hacen
los productos, servicios y actividades forestales al sustento de la población rural, contribuyendo a la
nutrición, ingresos, distribución de bienes y riqueza, seguridad familiar, etc. Además, la regulación
y ordenación de los recursos de árboles y bosques puede afectar la solidez de las estructuras
sociales e instituciones locales, y contribuir al aumento de sus atribuciones, a su deterioro o a su
fragmentación.
Para la mayoría de la población rural, los alimentos obtenidos de los bosques o de los árboles que
cultivan dentro de sus sistemas de explotación agrícola añaden variedad a su dieta, hacen más
agradable el sabor y aportan vitaminas, proteínas y calorías esenciales (Falconer 1989). Además
de estas funciones complementarias, los alimentos procedentes de los bosques y de los árboles de
las explotaciones agrícolas se utilizan ampliamente para hacer frente a las insuficiencias en la
alimentación durante ciertas estaciones del año, ya que permiten superar los períodos de
hambre en que los suministros de alimentos almacenados disminuyen cada vez más sin que se
disponga todavía de la cosecha siguiente. La tercera función importante de los alimentos
provenientes de los bosques en el sistema general de nutrición es la que desempeña en
situaciones de urgencia como inundaciones, sequías, hambres y guerras. En la Figura 2.2 se
ofrece un cuadro panorámico de los vínculos entre silvicultura y seguridad alimentaria en los
hogares.
Cuando la población tiene un acceso relativamente libre a los bosques, los alimentos provenientes
de éstos adquieren a menudo una importancia especial para los grupos más pobres de la
comunidad. Por consiguiente es sumamente probable que les afecte una reducción de la
disponibilidad de tales alimentos cuando los recursos forestales disminuyen, se degradan o pasan
a ser inaccesibles para ellos. El descenso del consumo de alimentos forestales tiene efectos
variables; en ocasiones se compensa con una mejora del acceso a otros alimentos, incluidos los
comprados, aunque estas modificaciones pueden redundar en una alimentación de peor calidad.
Tal vez la consecuencia más negativa sea que las opciones alimentarias de los grupos más pobres
de la población se reducen progresivamente, sobre todo durante los períodos de escasez
estacional y en situaciones de emergencia (Falconer 1989).
Los sistemas agropecuarios dependen también de los árboles para obtener forraje. En los
sistemas de cultivo de secano, en que la arada y siembra han de realizarse durante la breve
estación de las lluvias, el número de animales necesarios es considerablemente más alto del que
puede sustentarse con los alimentos producidos en el marco de dicho sistema y sólo se puede
mantener si el agricultor tiene acceso a pastos o forrajes fuera de su explotación. Los bosques, los
arbolados y las zonas de monte bajo son a menudo la principal fuente complementaria, mientras
que el forraje arbóreo suele ser la principal fuente de pienso durante la estación seca y en los
períodos de sequía. La escasez de forraje obliga a los pobres a deshacerse de su ganado, con lo
que se reduce la cantidad de tierra que pueden mantener en cultivo.
Las actividades forestales - extracción de madera, plantación, etc.- son a menudo una fuente
importante de empleo en una determinada localidad. Sin embargo, la mayor parte del empleo e
ingresos provenientes de actividades forestales son generados por pequeñas empresas que
operan en el sector tradicional y no en el moderno. Las pequeñas empresas que recogen y
elaboran productos forestales constituyen una de las mayores fuentes de empleo e ingresos no
agrícolas para la población rural. Esto representa uno de los vínculos más importantes entre
silvicultura y garantía del sustento en un momento en que las familias rurales tienen que cubrir una
parte creciente de éste con el empleo e ingresos no agrícolas (Kilby y Liedholm 1986).
Como en el caso de los alimentos provenientes de los bosques, las oportunidades de empleo e
ingresos forestales tienen especial importancia para los pobres, al ser de fácil acceso y necesitarse
poco capital y conocimientos especializados para beneficiarse de la mayoría de ellas. Sin embargo,
los ingresos que muchas actividades forestales reportan a los trabajadores son marginales, y los
mercados de los productos pueden ser muy vulnerables a los sustitutos que se introducen en ellos.
Por consiguiente, muchas de estas actividades pueden no ser sostenibles aunque proporcionen
una fuente de ingresos a un gran número de pobres de las zonas rurales (Falconer y Arnold 1989).
Los vínculos antes citados se concretan en la práctica en el hecho de que la población rural
conjuga la producción forestal con sistemas agrícolas y ganaderos. La producción a este nivel tiene
dos componentes principales. Uno de ellos es la incorporación en el sistema de cultivo de árboles
plantados de valor para la familia de agricultores. El otro es la ordenación de los recursos vecinales
comunes con el fin de obtener los insumos necesarios para complementar los derivados de los
recursos de las explotaciones agrícolas. En este contexto, existe una tendencia general a confiar
en mayor medida en los recursos de las explotaciones agrícolas a medida que la expropiación por
el Estado, la privatización y la usurpación reducen la disponibilidad de recursos comunes y el uso
excesivo degrada los recursos accesibles restantes. No obstante, estos últimos siguen
constituyendo a menudo un importante componente del sistema agrícola general, ya que permiten
cubrir la falta de recursos e ingresos provenientes de otras fuentes y proporcionan insumos
complementarios que con frecuencia son esenciales para que siga funcionando la organización
agrícola y familiar, especialmente en el caso de los pobres.
Además de las políticas públicas que favorecen la propiedad privada y al control estatal, la
creciente presión demográfica, la mayor comercialización y el cambio tecnológico son factores que
contribuyen a la quiebra de los sistemas locales de ordenación y a la disminución de los recursos
comunes. La tendencia casi universal a que la dirección y jurisdicción locales sean sustituidas por
una dirección política centralizada - “la tendencia siempre en aumento a que el Estado asuma
iniciativas y actividades que corresponden a la población” (Jodha 1991) ha sido posiblemente el
factor que más ha contribuido a socavar el poder comunal. Hasta la fecha los gobiernos y donantes
no han demostrado mucha habilidad para establecer nuevos acuerdos logísticos que permitan a las
administraciones locales actuar en estas nuevas condiciones institucionales.
La experiencia adquirida recientemente indica que no es probable que los sistemas nuevos o
reforzados de administración local de los recursos comunes tengan éxito a menos que el Estado
quiera, y pueda, conceder atribuciones a las instituciones locales. No se ha prestado suficiente
atención a las fuertes presiones que las iniciativas en materia de silvicultura social ejercen sobre
las instituciones competentes. Los datos existentes indican que aun en aquellos casos en que el
gobierno está dispuesto a hacerlo, los departamentos gubernamentales competentes se muestran
reacios a delegar facultades en los órganos locales, especialmente cuando piensan que esto
podría amenazar su control «sobre un recurso forestal (Seymour y Rutherford 1990).
El equilibrio entre los productos de los árboles situados fuera de las explotaciones agrícolas y los
de los árboles plantados en éstas varía mucho según el agroecosistema, las modalidades de uso
de la tierra, la demanda del mercado, la presión demográfica, la disponibilidad de factores y el
empleo. El crecimiento de la demanda de productos madereros de ciclo breve ha movido
recientemente a un gran número de agricultores a cultivar árboles. Dado que los árboles son un
cultivo cuyo establecimiento y mantenimiento exigen sólo pequeñas cantidades de insumos,
pueden ser convenientes cuando hay limitaciones de mano de obra o capital.
Casi todos los árboles de las explotaciones agrícolas sirven tanto para satisfacer las necesidades
de las familias como para proporcionar productos que pueden venderse. En la primera generación
de proyectos destinados a estimular y apoyar el cultivo de árboles por los agricultores del sector
privado, el supuesto de que éstos únicamente plantan árboles para satisfacer sus necesidades de
subsistencia se reflejó en el hecho de que los proyectos se formularon como si estuvieran al
margen de las fuerzas económicas y fuesen inmunes a ellas. Esto sucedió sobre todo en los
proyectos iniciados a finales del decenio de 1970 y comienzos del de 1980 para aumentar el
suministro de leña como respuesta a lo que se consideraba una escasez generalizada en la
economía de subsistencia.
Sin embargo, se ha puesto de manifiesto que casi ninguna de las intervenciones de este tipo
consiguió reflejar el modo en que la población responde espontáneamente a la disminución del
suministro de leña. En el caso de las personas que tienen tierras, el proceso de ajuste puede incluir
la producción en éstas de más material leñoso. En el caso de otras personas, una solución que se
cita a menudo es la de buscar leña más lejos. Otras posibilidades consisten en hacer un uso más
cuidadoso y económico de los suministros disponibles y sustituir la leña por otros combustibles
fáciles de conseguir a partir de la biomasa, como residuos de cultivos y estiércol seco (Dewees
1989, Leach y Mearns 1988). Estas opciones suelen resultar más eficaces para los usuarios que
plantar y cultivar árboles primordialmente para obtener leña.
La otra esfera normativa que tiene connotaciones obvias en lo que respecta a las decisiones sobre
cultivos con un ciclo relativamente largo como los árboles es el de la seguridad en la tenencia de la
tierra. A menudo se expresa preocupación ante el hecho de que no se le presta atención suficiente
en la formulación y evaluación de proyectos forestales. Sin embargo, la necesidad de incrementar
la seguridad en la tenencia de la tierra para fomentar el cultivo de árboles puede darse con menos
frecuencia de lo que tiende a suponerse. Cuando el régimen de tenencia existente ofrece ya las
garantías necesarias en lo que respecta a la remuneración del capital y del trabajo, las decisiones
sobre el cultivo de árboles vienen determinadas más por consideraciones de rentabilidad que por el
régimen de tenencia. A menudo es preferible adaptar las intervenciones al régimen de tenencia
existente que intentar cambiarlo (Cook y Grut 1989, Shepherd 1990).
Una razón importante de las discrepancias entre las intervenciones y las necesidades, que fueron
frecuentes durante la introducción de la agrosilvicultura y la silvicultura en las explotaciones
agrícolas, ha sido la falta de comunicación con los agricultores y sus familias como consecuencia
de la escasez de personal especializado en comunicación y extensión. A menudo es necesario
crear una infraestructura institucional de extensión y servicios afines para apoyar el cultivo de
árboles. El hecho de que tanto los Departamentos de montes como los de agricultura tengan
competencias en este ámbito puede complicar este proceso. Los fallos en el apoyo a los
agricultores suelen deberse también a una elección equivocada de las especies y a un
conocimiento insuficiente de los resultados y rendimientos.
Son bien conocidos los importantes vínculos entre los bosques y los valores ambientales. En pocas
palabras, la cubierta forestal afecta al contenido de nutrientes y a la capacidad de retención de los
suelos, influyendo en la velocidad de erosión de éstos y en la escorrentía; por consiguiente, los
bosques influyen sobre las inundaciones aguas abajo, la sedimentación, etc. La cobertura arbórea
puede proteger también la tierra y los cultivos contra el sol y el viento. A una escala más amplia, los
bosques son importantes para mantener la diversidad biológica, el almacenamiento del carbono
atmosférico y los cambios en la distribución de la humedad climática.
Para formular y evaluar proyectos forestales teniendo en cuenta los objetivos y consecuencias
ambientales es necesario a menudo definir los límites de los proyectos de modo más amplio de lo
que se suele hacer. Como se señaló anteriormente, es habitual excluir del análisis de los proyectos
incluso efectos directos tales como la contaminación del aire y del agua por la industria de
elaboración o la pérdida o deterioro del suelo que acompaña a la explotación forestal o al cambio
en el uso de la tierra. Menos probable aún es que se tengan en cuenta problemas relacionados con
el uso a más largo plazo de los recursos.
Uno de los motivos para ignorar los vínculos de este tipo es que los efectos negativos para el
medio ambiente se producen fuera de los límites físicos del proyecto. Por tanto puede que al
planificar el proyecto sea necesario ampliar tanto sus límites espaciales como su contenido si se
quiere captar tales interrelaciones. Los problemas de acopio de datos y evaluación que acarrea la
complejidad de los amplios conjuntos resultantes de insumos, productos y efectos
interrelacionados dificultan a menudo la planificación de los proyectos.
Al fijar los límites de la planificación del proyecto para tener en cuenta los aspectos ambientales del
desarrollo puede plantearse un tercer problema en caso de que el proyecto forestal ofrezca
beneficios ambientales que permitan compensar los costos ambientales en otra parte. Por ejemplo,
se ha mantenido que los efectos beneficiosos de la Acacia senegal, cultivada por los agricultores
de Sudán para obtener goma arábiga, leña y forraje, sobre la productividad del terreno contribuyen
a compensar los daños que la mecanización de la agricultura y el cultivo excesivo causan a los
suelos de las zonas plantadas de estos árboles y a los desiertos vecinos. Por consiguiente habría
que tener en cuenta este efecto compensatorio al evaluar los proyectos relacionados con estas
plantaciones (Barbier 1989).
Las intervenciones normativas configuran también muchas actividades que tienen consecuencias
para el medio ambiente. Las presiones que obligan a los agricultores a emigrar a tierras forestales
inadecuadas para la agricultura son a menudo el resultado de una distribución desigual de la tierra,
que tiene sus raíces en modalidades históricas de colonización y expansión de los cultivos
comerciales, y de políticas y prácticas de tenencia de la tierra y fijación de los precios agrícolas. El
desmonte y aprovechamiento de la tierra con fines agrícolas ha determinado de modo más directo
y general los derechos sobre la misma. Las subvenciones, los incentivos fiscales y otras medidas
inducen a extender la deforestación a zonas y usos que sin una intervención de este tipo no serían
financieramente rentables, ni siquiera a corto plazo, para quienes la practican (Repetto 1988). Las
políticas encaminadas a asentar poblaciones dedicadas al pastoreo y promover la agricultura de
secano, junto con diversas políticas fiscales, de fijación de precios y de subvenciones que han
fomentado la expansión de la ganadería han estimulado un uso excesivo que a su vez ha causado
la degradación de ecosistemas secos (Montalembert 1991). Por consiguiente, los avances en la
elaboración de proyectos orientados hacia la sostenibilidad del medio ambiente dependerán sobre
todo de la existencia de un marco normativo apropiado.
Las instituciones se definen como los conjuntos de normas por las que se rigen las sociedades.
Entre éstas se incluyen las normas oficiales que establecen mediante leyes y disposiciones
autorizadas y las normas oficiosas que se establecen por iniciativa de determinadas personas, en
particular grupos religiosos y sociales que expresan los deseos y necesidades de sus miembros.
Las organizaciones se crean con el fin de contribuir a (1) encauzar la elaboración de las normas,
(2) formalizarlas por medio de una codificación o legalización o de un contrato social, y (3) asegurar
su cumplimiento mediante incentivos o recurriendo a la persuasión o a la fuerza. Las instituciones
pueden ser de diferentes tipos (públicas, privadas, no gubernamentales) y niveles (nacionales,
provinciales, locales).
El éxito o fracaso de los proyectos y el proceso mediante el cual se determinan, formulan, eligen y
ejecutan, dependen pues en gran medida del carácter del contexto institucional, y de que las
instituciones competentes reconozcan los diversos intereses y legitimen la participación de todas
las partes interesadas en la planificación, ejecución, administración y evaluación de los proyectos,
de que aborden debidamente las relaciones entre proyectos y sectores y de que consigan integrar
intervenciones y vínculos en materia de políticas y proyectos.
Varios informes recientes del Banco Mundial (examen del Departamento de Evaluación de
Operaciones sobre la sostenibilidad, informe de Sfeir Younis sobre proyectos forestales y otros
estudios) han llegado a la siguiente conclusión: el carácter y la estructura de los marcos
institucionales existentes determinan de modo decisivo la amplitud, profundidad y
sostenibilidad de los efectos de los proyectos forestales. Además, en el decenio de 1990 y
después muchos países en desarrollo se enfrentarán con una difícil elección. Por una parte,
tendrán que abordar el problema de la disminución de las superficies de los bosques naturales, el
descenso de los suministros de madera y leña y la reducción constante o posible (en términos
reales) de los recursos financieros y humanos puestos a disposición del sector público. Por otra
parte, las instituciones forestales tendrán que soportar una presión política y pública en aumento
para prestar más atención a cuestiones básicas, como por ejemplo la protección, la ordenación, la
explotación forestal, y a nuevos temas del programa, como por ejemplo la biodiversidad, la
conservación, etc. Por consiguiente, las consideraciones institucionales son de interés inmediato
para este examen.
Al estimar los efectos futuros y la sostenibilidad de los beneficios de los proyectos es necesario
examinar algunas deficiencias comunes relacionadas con las limitaciones institucionales a diversos
niveles. A continuación se ofrece un resumen de las más frecuentes (Gittinger 1982, Baum y
Tolbert 1985):
Como se indicó en los capítulos 1 y 2, los proyectos forestales se caracterizan por una complejidad
creciente, no sólo cuanto a la variedad de objetivos y resultados previstos, sino también a la
participación de otros grupos además de los servicios forestales tradicionales y de los usuarios
comerciales de los bosques. Por consiguiente, se observa una creciente participación de las ONG
y poblaciones locales, unida a una creciente participación de la comunidad ambientalista mundial,
en lo que hasta ahora se ha solido considerar como proyectos y programas locales de la
silvicultura. Las interacciones cada vez mayores entre la silvicultura y otros sectores, y las
vinculaciones institucionales que éstas crean, por ejemplo entre silvicultura y agricultura, o entre los
sectores de la silvicultura, la energía y el transporte, complican aún más la situación, como se
examinó en el capítulo anterior.
Las instituciones forestales del sector público y el marco normativo para el fomento y utilización de
los bosques existentes en la mayoría de los países en desarrollo no se crearon para hacer frente a
las complejas y difíciles tareas que exigen los programas forestales. En muchos países, los
departamentos que se ocupan del sector forestal están escasos de fondos y de aptitudes o
especialistas técnicos para hacer frente a tareas tradicionales, como la planificación, la protección y
la ordenación de los recursos forestales, y abordar los temas del “nuevo programa”, como los
productos forestales no madereros, la diversidad biológica y la agrosilvicultura. Los vínculos entre
los departamentos que se ocupan de los bosques y los organismos técnicos conexos no están a
menudo bien definidos, por lo que los programas intersectoriales son difíciles de aplicar. Las
aptitudes necesarias para interactuar con la población local y exhortarla a participar en el desarrollo
forestal son inadecuadas. Las relaciones de trabajo y las normas básicas para fomentar la
intervención del sector privado o de los grupos y organizaciones locales no suelen estar bien
establecidas. No suelen hacerse esfuerzos sistemáticos por comprender la estructura de las
instituciones locales y evaluar la necesidad de armonizar las normas y reglamentos nacionales con
las respuestas locales a situaciones locales en evolución.
En el plano normativo, las preocupaciones son también numerosas. En primer lugar, existen
muchas situaciones de conflicto entre desarrollo económico sostenible y mantenimiento de la
equidad social (Wiens 1992), entre política forestal y objetivos sociales fundamentales, entre
objetivos públicos e intereses privados. Las legislaciones y políticas relativas a los bosques
secundarios no siempre son coherentes con las legislaciones y políticas para otros sectores,
especialmente las políticas de desarrollo agrícola e industrial, las políticas de medio ambiente y la
legislación agraria. Por ejemplo, objetivos nacionales prioritarios como garantizar la seguridad
alimentaria o mantener precios asequibles para determinados productos han menoscabado los
incentivos y la eficiencia económica del desarrollo forestal. El precio de la madera viva es
demasiado bajo y no se tiene en cuenta el valor económico de los productos forestales no
madereros y de los servicios ambientales, lo cual desalienta involuntariamente las actividades de
conservación y ordenación de los bosques. Muchos países han introducido numerosas medidas de
protección y subvenciones destinadas a conservar los recursos forestales naturales o a fomentar la
plantación de árboles que, en conjunto, tienen efectos negativos sobre la situación forestal y no
satisfacen las expectativas de la población local. Además, a las personas encargadas de formular
políticas le suele ser difícil calcular los costos reales de la erosión del suelo, la extracción de
nutrientes y recursos, la deforestación, la degradación de los bosques o la contaminación de los
mares, o medir con precisión los beneficios de las acciones correctivas (FAO 1989). Al mismo
tiempo, se están realizando progresos en este ámbito (cf. Repetto 1992).
Varios países han introducido modificaciones institucionales para hacer frente a estos problemas.
Las soluciones han sido a menudo demasiado parciales para resolver los problemas subyacentes o
demasiado ambiciosas, al no haberse evaluado suficientemente su viabilidad y sus probables
efectos. Una solución consiste en delegar más facultades en las organizaciones locales y en el
sector privado. Para los organismos públicos en general se trata de un terreno nuevo, en el que se
ha avanzado con lentitud. Se empieza a conocer mejor las condiciones en las que las instituciones
locales pueden participar con éxito en la silvicultura. Cada vez está más generalizada la opinión de
que a menudo existen sistemas sostenibles de ordenación y utilización de la silvicultura y la
agrosilvicultura en virtud de normas consuetudinarias antes de que se produzca la intervención de
los gobiernos o de los proyectos. Estos sistemas eficaces consisten en derechos de uso y normas
convenidas y aplicadas por los grupos locales para ordenar sus recursos naturales, y en algunos
casos se establecen oficialmente como estructuras orgánicas. Queda todavía mucho por aprender
sobre los modos de apoyar y fortalecer la capacidad de autorregulación y organización de los
grupos locales para estimular actividades e iniciativas colectivas en materia de silvicultura
promoviendo al mismo tiempo el aumento de la productividad.
Las ONG pueden desempeñar una importante función en la movilización de la población local en
favor de la ordenación y el desarrollo forestal, en la capacitación de la población local y en la
difusión entre los técnicos forestales de métodos basados en la participación. Existe todavía cierta
incertidumbre en cuanto al grado de participación de las ONG que sería conveniente, la medida en
que las ONG con capacidad de movilización comunitaria pueden ampliar sus actividades a la
silvicultura y el modo de establecer los vínculos necesarios entre las ONG y los departamentos e
instituciones públicas locales que se ocupan del sector forestal.
En general, las limitaciones con que se enfrenta la burocracia forestal suelen estar relacionadas
con problemas administrativos más amplios del gobierno. En el Cuadro 3.1 se enumera una serie
de problemas institucionales genéricos con que tropiezan los países en sus intentos de fortalecer
las instituciones públicas que se ocupan hoy de la silvicultura y prepararlas para trabajar en
colaboración con la población local y el sector privado.
Para abordar estos problemas cada vez más complejos, es necesario que el marco institucional
evolucione de tal modo que facilite:
una respuesta eficaz al carácter y composición variables del apoyo político al sector
forestal y el medio de reconciliar las tensiones entre medio ambiente y desarrollo, es decir
entre políticas para proteger los bosques y políticas para desarrollar la producción forestal;
una integración adecuada de las actividades forestales y agroforestales en el marco más
amplio de las organizaciones gubernamentales y no gubernamentales del país; una
integración adecuada implica que tanto las instituciones públicas como las privadas, a nivel
local, regional y nacional, aborden efectivamente los problemas crecientes del sector. Aquí
es necesario examinar algunas cuestiones concretas, entre ellas el modo de abordar
efectivamente la complejidad de los problemas institucionales asociados con (1) los
derechos de tenencia y jurídicos sobre la tierra y los árboles, (2) los recursos de acceso
libre y de propiedad común, y (3) el reconocimiento de los derechos de los usuarios locales
y compartimiento de responsabilidades con particulares y grupos locales; y
unos mecanismos de planificación y ejecución de los proyectos que pueden utilizarse
eficazmente en el marco de las estructuras y limitaciones institucionales existentes para
abordar: (1) problemas y conflictos intersectoriales cada vez más complejos; (2) conflictos
entre intereses y objetivos locales y de nivel superior; y (3) la ejecución de actividades
sobre el terreno que se ajusten a las normas establecidas en el marco de un conjunto cada
vez más complejo de políticas asociadas con el medio ambiente y el desarrollo.
A continuación se examinan estos tres requisitos, junto con las problemáticas que influyen de modo
especial en los efectos de los proyectos forestales.
Cómo aumentar el apoyo político al sector forestal para reconciliar medio ambiente
y desarrollo
En casi todos los países existe un apoyo cambiante y creciente al sector forestal. También existe
un número creciente de grupos públicos y privados y de organizaciones oficiales que se ocupan
activamente, a menudo compitiendo entre sí, de tareas relacionadas con la silvicultura. Por
supuesto, esta competencia, en vez de la búsqueda de colaboración, puede dar lugar a resultados
tanto positivos como negativos.
En lo que respecta a los resultados positivos, un estudio del Banco Mundial sobre el fortalecimiento
de las instituciones reveló que casi todas las organizaciones que estaban expuestas a algún tipo de
competencia tenían un rendimiento institucional superior al de las que no lo estaban (Israel 1987).
La definición de competencia utilizada iba más allá de la tradicionalmente aplicada en economía, a
saber la competencia externa de otros que intentan ofrecer bienes de servicios idénticos o
análogos, para incluir las connotaciones siguientes:
Esta conclusión pone de manifiesto la importancia de crear un apoyo a una organización y sus
actividades, fomentar la participación y reconciliar los programas de los diferentes grupos de
interés, y subraya también la importancia de los vínculos institucionales, tanto horizontales como
verticales.
En el caso del sector forestal, este apoyo está actualmente en un estado de cambio continuo. Los
departamentos forestales se han percatado de la complejidad de las tareas y están empezando a
compartir la ordenación y el control con otros departamentos públicos, el sector privado,
organizaciones y grupos de interés locales y ONG. Los principales intereses comerciales han
estado siempre bastante bien representados, pero ahora son objeto de críticas excesivas por parte
de los grupos de presión ecologistas tanto nacionales como internacionales; la privatización
aumenta la influencia de las fuerzas del mercado sobre la silvicultura. Las organizaciones
ecologistas nacionales e internacionales participan de modo cada vez más activo en las
actividades forestales globales, preocupándose por una serie de cuestiones relacionados con los
bosques: biodiversidad, funciones de los sumideros de carbono, derechos de las poblaciones
indígenas, etc. Este estado de incertidumbre no es exclusivo del sector forestal. Sin embargo, dado
el fuerte y creciente interés por los problemas ambientales y sociales, se presta mayor atención a
la complejidad y el cambio.
La estructura institucional de la silvicultura debe tener en cuenta las múltiples funciones ecológicas,
económicas y sociales que desempeñan los árboles y los bosques, así como la combinación de
bienes públicos, valores intangibles y productos para el mercado que ofrecen. Debe hacer frente,
cada vez más, no sólo a la propiedad pública y privada, sino también a todas las gradaciones de
acceso libre y propiedad común de los recursos existentes entre una y otra. Para ello es necesaria
una gran variedad de instituciones y de vínculos entre éstas, así como organizaciones y leyes que
permitan abordar los problemas del desarrollo sostenible o el delicado equilibrio entre la protección
de los recursos y la creación de oportunidades de utilizarlos, especialmente para los pobres. Es
preciso definir claramente las funciones que habrán de desempeñar las administraciones públicas,
por ejemplo en materia de reglamentación, control, acopio de información y análisis.
Para determinar qué zonas del bosque sería preferible arrendar o dejar bajo la administración de
los grupos locales y qué zonas deberían permanecer bajo el control de las autoridades públicas, se
necesitan leyes, reglamentaciones y mecanismos institucionales locales. La cuestión decisiva para
reconocer el control local sobre el uso de los recursos es si el marco institucional local permite
tener en cuenta los intereses creados de las poblaciones locales que favorecen las actividades
colectivas. Al mismo tiempo, las políticas y programas gubernamentales habrán de prever normas
de uso que sean compatibles con las necesidades y capacidades locales.
Una cuestión fundamental que los encargados de formular políticas habrán de examinar y resolver
es la de los vínculos entre los diversos grupos de interés y los distintos marcos institucionales. La
tendencia a fomentar la participación de diversos grupos en la silvicultura -y la consiguiente
ampliación del apoyo con el que hay que contar- aumenta la complejidad de la organización de las
actividades forestales.
La organización de las instituciones forestales del sector público y su ubicación en las estructuras
gubernamentales influyen considerablemente sobre el tipo de proyectos forestales y agroforestales
que se emprenden y, por consiguiente, sobre el tipo y magnitud de los efectos de los proyectos en
el sector. Esto tiene importantes repercusiones en lo que respecta a la dinámica del desarrollo
forestal y al uso de los recursos del sector en un determinado país, así como al carácter de los
beneficios o efectos que se esperan del sector.
Las tareas relacionadas con las de actividades forestales del sector público suelen confiarse a uno
de los cuatro tipos de organismos nacionales siguientes: (1) organismo paraestatal, (2)
departamento de un ministerio de agricultura, (3) ministerio independiente de silvicultura o recursos
naturales o (4) ministerio del medio ambiente y recursos naturales. Esta situación se complica por
el hecho de que, en casi todos los países, las diversas funciones pueden dividirse entre dos o más
entidades, prescindiendo de cuál de ellas asuma las atribuciones principales en el sector forestal.
Sigue siendo bastante frecuente que el departamento forestal esté dividido entre una dirección
forestal encargada de asesorar al gobierno sobre políticas forestales y de supervisar su aplicación
y una empresa forestal de carácter público, a menudo paraestatal, encargada de administrar los
bosques públicos y comercializar sus productos (Velay 1976). No obstante, lo prudente sería que
muchos países, especialmente en el mundo en desarrollo, conjugaran las dos funciones, en
beneficio de la economía, con miras a un enfoque más holístico de la ordenación y la conservación
forestales (Hummel 1984).
La tercera opción, a saber la creación de un ministerio aparte, tiene la ventaja de ofrecer a los
técnicos forestales independencia y cierto prestigio, dado que dejan de ser ciudadanos de segunda
clase en su propia organización. Sin embargo, esta alternativa tiende a aislar la silvicultura del
contexto del desarrollo rural y a distanciarla de otros sectores de la economía y de otras
instituciones que se ocupan de la ordenación de los recursos naturales. Los efectos intersectoriales
tienden a ser menos interesantes. Si el personal del ministerio de silvicultura está integrado sobre
todo por técnicos forestales tradicionales, los efectos que más preocuparán a las personas
encargadas de adoptar decisiones serán los relacionados con la eficiencia en la ordenación y en la
producción de madera. Probablemente tendrán también especial interés para el ministerio los
efectos técnicos o los efectos sobre la sostenibilidad de los recursos de los proyectos forestales.
Los efectos sobre la población rural y, en particular, sobre los grupos más vulnerables (efectos
distributivos) tenderán a suscitar menor preocupación.
La cuarta opción institucional -la integración en un ministerio del medio ambiente y recursos
naturales- tiende a poner de relieve los objetivos relacionados con la conservación. La atención
prestada a la conservación y la protección de la naturaleza puede tener efectos positivos sobre el
modo más global de tratar los problemas relacionados con el uso de la tierra y con las
consecuencias de las inversiones alternativas sobre los ecosistemas. Pero los efectos de los
proyectos forestales, como la conservación del agua y del suelo, la fauna y flora silvestres y otros
aspectos de los recursos naturales, tenderán a examinarse desde una perspectiva ecológica y no
desde el punto de vista del desarrollo rural. Se prestará menos atención a los efectos sobre la
economía y la población rural.
Por supuesto, existen otras variantes de los modelos antes mencionados. Por ejemplo, la
República de Corea del Sur inició a finales del decenio de 1960 un ambicioso proyecto sobre
leña/silvicultura comunitaria y transfirió el sector forestal del Ministerio de Agricultura al de Asuntos
Internos. Ello se hizo en primer lugar porque este último ministerio controlaba la policía local y
estaba muy extendida la opinión de que en las primeras fases del programa forestal sería
necesaria una actuación firme en favor del mantenimiento del orden para proteger las plantaciones
recién establecidas y otras actividades de plantación de árboles en las aldeas. El éxito del
programa de Corea se debió a una serie de factores técnicos e institucionales interrelacionados
(véase el Recuadro 3.1).
Evidentemente, no es posible identificar todos los actores que determinaron el éxito del
programa de silvicultura comunitaria aplicado en Corea. Muchos de ellos están
relacionados con cambios sutiles en las mentalidades, las actitudes y la importancia
concedida a la ejecución de las políticas en las aldeas. Sin embargo, sobre la base del
presente análisis, destacan por su importancia los factores siguientes:
d) Se reconoció que no era posible alcanzar objetivos a más largo plazo sin insistir
también en el aumento de los ingresos y el bienestar a corto plazo.
g) Durante todo el proceso se utilizó la planificación logística para asegurar una entrega
oportuna de los materiales y servicios técnicos necesarios.
h) Se concedió a las aldeas subvenciones financieras y se les facilitó el acceso a tos
recursos de modo apropiado y oportuno. Esta ayuda se vinculó a una actitud de esfuerzo
propio para prevenir los problemas de un aumento de la dependencia de las aldeas
respecto del apoyo externo. Entre otras cosas, se prestó especial atención a
la reinversión de algunas de las ganancias provenientes de los proyectos.
La cooperación en las aldeas se consiguió en primer lugar mediante una fuerte presión
del gobierno y el uso de incentivos. A medida que los resultados positivos de dichas
actividades resultaban evidentes para los aldeanos, el espíritu de cooperación prevaleció
y no fue necesario insistir demasiado para que los esfuerzos locales se extendieran de
aldea en aldea.
En varios países el sector privado puede desempeñar en la silvicultura una función más importante
que la que se le ha asignado hasta ahora. Ello está también en consonancia con los programas de
ajuste estructural y con la mayor orientación de las políticas macroeconómicas hacia el mercado,
que están incrementando la importancia del sector privado en el desarrollo económico. En muchos
de los antiguos países de planificación central, la transición hacia una economía de mercado se ha
traducido en una tendencia general al sector privado adquiera mayor importancia como parte
interesada en el desarrollo forestal. Sin embargo, en casi todos los países la preocupación por la
sostenibilidad a largo plazo de los recursos forestales y de los servicios ambientales conexos se
refleja en la resistencia a privatizar las tierras de propiedad pública en las que crecen los bosques.
Se tiende a privatizar las operaciones de extracción, forestación y reforestación y otras actividades
silvícolas realizadas en estas tierras. En los acuerdos contractuales se establecen las condiciones
en que se habrá que administrar el bosque, salvaguardar la sostenibilidad y distribuir los ingresos.
La privatización de las industrias forestales y de las organizaciones que comercializan los
productos forestales no suscita las mismas preocupaciones, y el contexto competitivo del mercado
estimula el aumento de la productividad y de la eficacia de la gestión.
En el debate actual sobre el modo de conseguir que las instituciones locales y ONG intervengan en
el desarrollo forestal se presta mucha más atención que antes a los objetivos en que se basa la
intervención de dichas instituciones. En primer lugar, las instituciones locales pueden contribuir
considerablemente a incrementar el grado de participación de los grupos destinatarios y acercar las
atribuciones en materia de ordenación a la base de recursos. En segundo lugar, las instituciones
locales impulsan a menudo el desarrollo forestal en nuevas direcciones que es menos probable
que sean determinadas por organismos gubernamentales.
Ello a su vez repercute en el tipo de apoyo que deben suministrar la administración pública y los
organismos técnicos forestales. Por una parte, los organismos deben modificar la base de
conocimientos prácticos de su personal para ofrecer nuevos servicios: capacitación de la población
local tanto en nuevas tecnologías y ordenación de recursos como en técnicas de organización y
adopción de decisiones. Por otra parte, el gobierno debe determinar y corregir las políticas y
reglamentaciones que restringen la libertad y los incentivos de la población y las instituciones
locales para dirigir y emprender actividades. Uno de los ámbitos de actuación es el de las normas y
reglamentos relativos al cultivo de árboles, ordenación de bosques y extracción y uso de productos.
Otro es el de la legislación aplicable a la tenencia de tierras y bosques. Un tercero se refiere a la
canalización de recursos financieros hacia organismos gubernamentales y no gubernamentales y
hacia la población local. Un cuarto ámbito de actuación consiste en dar a la población la capacidad
para organizarse y reconocer luego estas organizaciones.
La creación de instituciones locales dinámicas es a menudo arriesgada, ya que puede que estas
instituciones sean incapaces de emprender las actividades previstas o establecer el mecanismo de
organización necesario para sostenerlas. Además, las actividades forestales pueden generar, por
problemas relacionados con los derechos de tenencia o uso de los recursos, otras fuerzas políticas
que se oponen a los objetivos y metas establecidos por el gobierno, planteando también una
amenaza para la estructura de poder local existente.
Estas soluciones son todas ellas alternativas a la privatización de las actividades de desarrollo
forestal y ordenación de recursos. La elección entre estas opciones depende una vez más del
contexto de cada país y del carácter de la base de recursos.
La identificación y formulación de proyectos se ha hecho mucho más compleja al tener que abordar
éstos una gran variedad de aspectos socioeconómicos y ambientales de la silvicultura y la
agrosilvicultura. Muchos de los factores determinantes de los problemas que está tratando ahora
de afrontar la silvicultura, como la deforestación debida a la invasión por campesinos pobres sin
tierras, tienen su origen en otros sectores (véase el Cuadro 2.1). Por consiguiente, las soluciones
han de buscarse a menudo fuera del sector forestal: en la modificación del régimen de uso de la
tierra, el establecimiento de los precios agrícolas, etc. Así pues, el desarrollo del sector forestal
depende cada vez más de la capacidad para comprender cómo está vinculado a decisiones
adoptadas en otros sectores económicos, y cómo pueden resolverse los problemas institucionales
de carácter intersectorial. Sin embargo, a menudo se hace caso omiso de estos fuertes vínculos
intersectoriales. Son pocos los países que tienen algún tipo de mecanismo oficial para integrar
sistemáticamente las actividades del sector forestal con las de otros sectores o en la economía en
su conjunto (Banco Mundial 1991).
Este desinterés por el contexto más amplio en el que se localizan es la causa de muchas de las
deficiencias observadas en proyectos anteriores sobre silvicultura social y ambiental. La tendencia
a centrarse en una sola cuestión, como la obtención de leña, ha agravado el problema que plantea
la formulación de los proyectos sin tener en cuenta políticas conexas de fijación de precios,
fiscales, comerciales y de otro tipo fuera del sector forestal. El cultivo de árboles y el uso de leña
suelen insertarse en complejos sistemas sociales y de recursos en los qué casi todos los factores
que determinan lo que puede conseguirse a través de soluciones aplicables al sector forestal son
ajenos a este sector. La incomprensión de este hecho se ha traducido en intentos por resolver
mediante proyectos de plantación lo que es esencialmente un problema más amplio de pobreza
rural.
Es más fácil identificar y planificar efectivamente los proyectos si existe un conjunto de instituciones
que funcionan bien y que están conectadas y coordinadas en un sistema nacional de planificación,
inversión y ordenación del sector forestal, a través del cual se determinan las prioridades
sectoriales y nacionales y se asignan los recursos. La experiencia adquirida hasta ahora no resulta
satisfactoria. Por ejemplo, en un reciente estudio del Banco Mundial relativo a 335 proyectos
ultimados sobre agricultura y silvicultura en 92 países en desarrollo se informaba de que “rara vez
se hicieron evaluaciones de carácter nacional sobre el estado de la ordenación de recursos o las
novedades que habían influido en la utilización de recursos renovables. Al faltar con frecuencia
este contexto más amplio, la selección de los proyectos tendía a ser oportunista” (Banco Mundial
1989). En otras palabras, en casi todos los países se echa de menos la planificación nacional
necesaria para comprender el sentido de las prioridades del proyecto. Ello a su vez se debe en
parte a que no se han creado mecanismos de vinculación entre las instituciones.
Al mismo tiempo, algunos proyectos surgen como es lógico en un marco mucho más limitado,
como respuesta a determinadas necesidades, dificultades u oportunidades, o como complemento
de un proyecto anterior, etc. El peligro de elaborar proyectos aislados es que pueden prevalecer
sobre un proyecto posiblemente mejor o, más probablemente, entrar en conflicto con objetivos de
carácter superior, ser incompatibles con el contexto normativo o estar deficiente o incorrectamente
formulados por no haberse tenido en cuenta una información disponible sólo a un nivel más alto.
También puede que se trate de abordar el problema a través de un proyecto cuando sería más
apropiada otra forma de intervención.
Además de los problemas intersectoriales, existen otros relacionados con los vínculos geográficos
entre proyectos dentro del sector forestal. Algunos vínculos de proyectos locales con el resto del
mundo sólo pueden evaluarse efectivamente en el marco de una región u otra unidad espacial más
amplia. Esto es lo que sucede, por ejemplo, con los efectos aguas abajo de intervenciones
relacionadas con el uso de la tierra en zonas de montaña. Estos efectos se entenderán
probablemente mejor si se examina el sistema entero en vez de tratar de separar y rastrear los
efectos de los distintos proyectos en la zona donde se ejecuta cada uno. Una interpretación tan
estricta redundaría en una subestimación de los efectos. Sin embargo, dentro de esta visión más
amplia de los vínculos a menudo se pasa por alto el marco institucional y la coordinación de las
actividades.
Otro motivo para asegurarse de que la planificación del proyecto está estrechamente vinculada con
el contexto institucional más amplio del desarrollo es garantizar la coherencia entre las
intervenciones relacionadas con el proyecto y la política vigente. Las intervenciones relacionadas
con el proyecto deben complementar las intervenciones relacionadas con la política y ser
compatibles con ellas, así como con el marco normativo dentro del cual ha de ejecutarse el
proyecto.
Se dice una buena política es siempre preferible a un buen proyecto. En otras palabras, una
intervención o cambio en materia de política será en ocasiones más eficaz que una inversión en
proyectos complementarios. Por ejemplo, será mucho más fácil conseguir que los agricultores
cultiven más árboles suprimiendo las restricciones sobre los precios de la madera (e
incrementando por consiguiente las posibles ganancias de los productores) o eliminando las
reglamentaciones que limitan el acceso de los productores privados a los mercados que invirtiendo
en un proyecto para establecer viveros rurales. En caso de que este último sea necesario, no es
probable que tenga éxito si los incentivos y limitaciones debidos a las intervenciones en materia de
políticas desalientan el cultivo de árboles. Por consiguiente, la mayoría de las veces es preciso
combinar intervenciones en materia de políticas y de proyectos para conseguir resultados positivos
y efectivos.
Así pues, los planificadores de los proyectos han de examinar el contexto de las políticas en que se
ejecutarán tales proyectos, así como qué variables influirán probablemente sobre los resultados y
de qué modo. Es preciso que la formulación del proyecto sea coherente con las políticas vigentes,
y que las tenga en cuenta, ya que de no ser así puede que sea necesario incluir condiciones que
eliminen las limitaciones planteadas por dichas políticas. Cuando la influencia de una política es
especialmente fuerte, puede que no sea eficaz abordar el problema a través de un proyecto y que
sea más oportuno recurrir a la ayuda sectorial o a programas para consolidar la reforma de tal
política (Winpenny 1991).
Los planificadores de proyectos han de tener también cuidado con los posibles efectos de los
cambios normativos de carácter macroeconómico, como los que se registran en la actualidad en
muchos países como parte del proceso de reajuste estructural. Por ejemplo, la devaluación, la
reducción de los derechos de exportación y la eliminación de los controles de los precios podrían
redundar en un aumento de los precios pagados a los productores agrícolas, cambio que a su vez
tendría diversos efectos sobre la silvicultura. De este modo se promoverían algunos cultivos o
prácticas agrícolas o ganaderas que podrían estimular un ulterior desmonte. Por otra parte un
aumento de los precios agrícolas podría dar lugar a que los beneficios adicionales se invirtieran en
la mejora de la productividad agrícola, así como a un uso más intensivo de la tierra ya cultivada en
lugar de un nuevo desmonte en tierras agrícolas marginales (Markandya y Robinson 1990).
El hecho de que las instituciones forestales deban hacer frente a ciertos problemas endémicos,
además de las dificultades contemporáneas antes esbozadas, agudiza la necesidad de un buen
análisis institucional, especialmente si se quiere que el sector forestal culmine con éxito la
transición hacia la nueva generación de proyectos y programas forestales. En el ámbito de la
ordenación de los recursos naturales y del desarrollo rural en general, cada vez es mayor el interés
por mejorar el nivel del análisis institucional y la presión ejercida para conseguirlo. Existen diversos
métodos de análisis, que van desde la verificación más convencional de la capacidad de
organización, que examina la que tiene la institución, pasando por la dinámica interna de la
institución, que se centra en la dirección y administración, hasta la evaluación más dinámica de la
coyuntura normativa, que se centra en los incentivos, los resultados y la sostenibilidad (VanSant
1989). Asimismo, cada vez hay más pruebas de que las organizaciones locales de beneficiarios
pueden contribuir de manera decisiva al logro del desarrollo sostenible (Korten 1990). Al examinar
los posibles modos de aumentar la eficacia del marco institucional para los proyectos forestales, es
necesario plantearse las siguientes preguntas fundamentales:
¿Existe una coyuntura política favorable? Es necesario evaluar el contexto político en el que se
ejecutará el programa para determinar el modo en que limitará o mejorará el funcionamiento y la
eficacia de las instituciones, especialmente en lo que respecta a las actividades y metas del
programa propuesto. En este contexto tienen especial importancia el grado en que el gobierno se
compromete a garantizar una silvicultura favorable al desarrollo sostenible desde el punto de vista
económico, social y ambiental y los medios con los que respalda los métodos participativos
necesarios para alcanzar tales objetivos, lo que debería incluir el apoyo a la silvicultura
comunitaria, las cuestiones relativas a las diferencias por razón del sexo y los derechos de las
minorías. Para comprender los probables efectos y la viabilidad de un proyecto es esencial
determinar este contexto.
El análisis de estos tipos de interrogantes deberá formar parte integrante del análisis global sobre
la viabilidad social, el cual constituye, en su forma más práctica, una metodología que ofrece
directrices para estudiar y determinar los factores sociales y políticos susceptibles de influir en los
efectos del proyecto sobre la población que participa en él. Sobre la base de esta evaluación
pueden determinarse los problemas que podrían surgir durante la ejecución del proyecto.
[2]
Vigilancia y valoración de la Evaluación Participativa (VVEP); Apreciación Rural Rápida (ARR)