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En defensa de un fantasma

El Malpensante

Al tratar con la avalancha de notas, artículos, ensayos y relatos que recibimos en El
Malpensante, se fue volviendo cada vez más frecuente que alguno de nosotros se
quedara sin aire, confundiera las ideas y empezara a combinar, como en los años
escolares, peras con manzanas. Sentíamos que algo faltaba, como si en esas
colaboraciones espontáneas habitara una especie de fantasma.

Cualquiera de nosotros advirtió sin darse cuenta que en esos artículos, sin importar
el género ni el origen, había muy pocos punto y coma. De ahí, por supuesto,
surgieron varias preguntas, sobre todo una: ¿se trata de una situación exclusiva de
las notas que recibimos nosotros o estamos frente a un nuevo rasgo de estilo
generalizado en los medios nacionales?

Así que, lápiz en mano, nos dimos a la tarea de cotejar los principales diarios y
revistas de Colombia, y encontramos lo siguiente:

• En las 122 páginas de la revista Semana, del 16 al 23 de junio, aparecen apenas 48


punto y coma. Cinco de ellos en un cómic de Vladdo, quien defiende su uso porque
cree que el punto seguido corta la fluidez y rompe el ritmo de la narración, mientras
que el punto y coma sostiene el compás de la melodía.

• En las 48 páginas de Arcadia, en su edición de junio, se cuentan 20 punto y coma.


Nueve de ellos en un mismo artículo –una traducción– de Nicholas Clee. Por hacer
apenas una comparación, los dos puntos aparecen 51 veces.

• En las 32 páginas de El Tiempo del 18 de junio el punto y coma aparece 28 veces,


la mayor parte de ellas para sortear enumeraciones confusas con muchas comas.

• En las 40 páginas de El Espectador del 19 de junio encontramos 16 punto y coma.

¿A qué puede obedecer esto? Seguramente las causas deben ser muchas, pero cabe
atribuirle bastante responsabilidad al estilo anglosajón de escritura que es la norma
contemporánea en facultades de periodismo y manuales de estilo. Hemingway,
quien popularizó la fórmula, recomendaba escribir todo entre puntos, de
preferencia en frases cortas, que nunca –o casi nunca– tuvieran oraciones
subordinadas (como ésta que acaba de leer). De modo que no resulta extraño que
los redactores a quienes les gusta usarlo sean gente más bien veterana, herederos de
una tradición en la que el punto y coma ayudaba a organizar la complejidad del
pensamiento. Columnistas como Vladdo, Daniel Coronell y María Isabel Rueda los
ponen enSemana, así como Margarita Valencia y Antonio Caballero lo hacen
enArcadia. El resto parece ignorarlo por principio.
Yendo más allá vimos que la situación no es exclusiva de Colombia. En otras partes
también se ha advertido lo mismo y se han tomado, si es que así pueden llamarse,
medidas de diferente calado. Juan Villoro, por ejemplo, nos recuerda que “La
ausencia del punto y coma rompe el ritmo de la prosa. Todo bailarín sabe que hay
algo entre el movimiento y el reposo; de pronto, un giro leve cambia la coreografía;
un pie está quieto y el otro avanza. El milagro de esa pausa activa es tan importante
que obliga a combinar dos signos para representarlo y tres palabras para decirlo:
punto y coma”. En algunos medios virtuales –quién lo creyera– también hay gente
alerta y, como devotos, se han convertido en defensores del controversial signo de
puntuación. Algunos blogueros abanderan su lucha con el eslogan “las comas se
reproducen como los conejos”, como si temieran a la sobrepoblación de comas que
se propagan sin control de natalidad. En Francia ya existe un comité ciudadano por
la defensa del punto y coma. En Londres, la BBC titula una nota “¡A salvar el punto
y coma!”, como reacción a las generalizadas frases cortas y simplificadas.

Y no es para menos. El punto y coma ya ha sido desplazado de algunos teclados, su


uso en chats es infrecuente y sorprende al lector desprevenido del otro lado de la
conexión, quien de inmediato asume que ese corresponsal tiene como mínimo 40
años.

Los asuntos del idioma son misteriosos y la experiencia prueba que imponer reglas
es una actividad comparable a arar en el mar. La gente siempre acaba haciendo lo
que le da la gana. Y si no nos cree mire usted: este texto adolece del mismo mal que
denuncia: al leer estas 769 palabras no encontrarán más que los dos punto y coma
que aporta Juan Villoro en su defensa del signo. Usamos muchos puntos y, por
supuesto, muchas comas, pero ningún punto y coma, no porque queramos alentar
su destierro del idioma sino por estar jugando a abogados de un defendido ausente.

http://www.elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=86

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