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1 Especialmente nosotros, los líderes de las iglesias, tenemos que estar convencidos
y dispuestos a dedicar el tiempo necesario al estudio de la Palabra de Dios.
2 Un engaño sutil del pastor o del líder de una iglesia es pensar que ya sabe lo que
enseña un texto dado, sin dedicarle un tiempo de estudio serio y detallado.
3 José Martínez, en su libro Hermenéutica Bíblica (CLIE, 1984), pág. 17, afirma:
“Aplicada al campo de la teología cristiana, la hermenéutica tiene por objeto fijar los
principios y normas que han de aplicarse en la interpretación de los libros de la Biblia.”
4 No actuamos de manera responsable cuando leemos la Biblia ligeramente y
meditamos superficialmente en algunas enseñanzas. Y es peor, si hacemos lo mismo en
la exposición de un sermón o de un estudio bíblico.
2. Debemos tratar de entender lo que los autores humanos intentaron
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comunicar a sus destinatarios originales. Dios ha dado su Palabra (la
Biblia) a través de autores humanos. Él no les dictó su mensaje, sino que se lo
entregó y ellos utilizaron su propio lenguaje y estilo para comunicarlo a los
hombres y mujeres de su tiempo, quienes se encontraban en situaciones y
contextos diferentes. Es nuestra responsabilidad esforzarnos en el análisis del
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texto, a fin de comprender cuál fue la intención original del autor. En verdad, la
pregunta clave para iniciar el estudio de un texto bíblico es: ¿Cuál fue la
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intención original del autor? La enseñanza general, el significado de
palabras, frases, cláusulas y oraciones, párrafos y cualquier principio que
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derivemos del texto debe depender de la respuesta a esa pregunta. Por eso,
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es muy importante esforzarnos en la tarea de responderla correctamente.
11 Sería provechoso tener por lo menos tres versiones distintas. P. ej., cualquiera de
las siguientes son buenas para el estudio: Nueva Versión Internacional, Reina-Valera
Actualizada, Dios Habla Hoy y Biblia de Jerusalén.
12 Este principio se relaciona con el concepto de que Dios inspiró a los autores
humanos para que comunicaran mensajes específicos a sus destinatarios. El propósito
era comunicar algo específico a un grupo determinado de personas. Por eso, los autores
bíblicos utilizaron el idioma que podían entender sus destinatarios. (P. ej., los autores del
Nuevo Testamento utilizaron el griego koiné, no el clásico. Lo hicieron porque el koiné
era el lenguaje común de la mayoría de los habitantes del mundo conocido de aquel
entonces.) Hoy en día, tenemos buenas traducciones en español. Así que, al estudiar el
texto, debemos prestarle atención a la manera en la cual se presenta el mensaje en
nuestro idioma. Es un error grave pensar que por el hecho de ser el texto bíblico el
objeto de nuestro estudio, podemos pasar por alto las normas del idioma en el cual
leemos el texto.
13 Si estudiamos un texto que es predominantemente discursivo la unidad básica de
análisis es el párrafo. Pero si el texto que estudiamos se encuentra en literatura
predominantemente narrativa, la unidad básica para el análisis es el episodio. Si es
poesía, la unidad de análisis es el poema. En este caso, se le debe prestar atención
también a la estrofa.
14 En este trabajo, se clasifica la literatura bíblica en dos grandes divisiones: prosa y
poesía. La prosa la subdividimos en dos: prosa discursiva y prosa narrativa. Vale la
pena recordar aquí lo que afirmamos anteriormente, en el sentido de que los textos se
escribieron usando una diversidad de formas expresivas. Así por ejemplo, encontramos
combinaciones de narración con diálogo (Juan 20:10-18); narración con discurso (Juan
16:17-28); narración con descripción (Éxodo 37:10-16). También es posible que un libro
combine el relato histórico con la poesía, como ocurre con el libro de Job que empieza
con narración (Job 1-2), sigue con poesía (3-42:6) y termina con narración (42:7-16).
15 Como quizás usted sabrá, se han hecho varios intentos de clasificar los libros de la
Biblia atendiendo a diferentes criterios. Por ejemplo, Kaiser y Silva clasifican los textos
de la Biblia de la siguiente manera: narrativa, profecía, sapiencial, poesía, evangelio y
epístola (Comp. Walter Kaiser y Moisés Silva, An Introduction to Biblical Hermeneutics:
The Search for meaning [1994], páginas 69-162). Pero en el presente trabajo, se
consideran dos divisiones generales de la literatura bíblica: prosa y poesía, que se
dividen, a su vez, en tres clasificaciones: la prosa discursiva, la prosa narrativa y la
poesía. No es que obviemos a las demás, sino que las clasificamos en estas tres
clases por razones pedagógicas. P. ej., hay profecía que puede clasificarse como
narrativa si narra acontecimientos. Pero también, hay profecía que puede clasificarse
como discurso cuando desarrolla el argumento del autor de manera directa. Además,
hay profecía en forma de poesía (comp. Isaías 53). Lo que se plantea en este trabajo
tiene que ver con la forma literaria que usó el autor. P. ej., si se estudia un texto de
profecía, hay que tomar en cuenta otros asuntos propios de textos proféticos, sin olvidar
la forma de expresión literaria que se usó. Es interesante considerar el libro profético de
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formas de expresión fundamentales: discurso, narración y poesía. Estas
son, en términos generales, tres formas literarias que los autores usaron
para comunicar el mensaje que Dios les entregó.