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DE
ANDRÉS G. VÁSQUEZ
SONETO
[A MANERA DE INTRODUCTORIUM]
debajo de lo que llamé una vida; una aparente epifanía que insiste
en doblegarme, en hacer de mí la cosa que las lapida,
lo que redactando-les niega su “por-qué”. Su pasión insípida.
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Amo tanto la vida, sus sitios inagotables; cada molécula, cada criatura; si pienso
en matarme es sólo por eso.
El camino de las letras más negras es el de la grandeza que no se verá, ésa que va
adornada con excesos misceláneos de bellaquería -y de auto-punición.
Ésta es la era del demonio; el demonio, mismo de todas las épocas, tiene hoy en
nosotros su gran momento -es casi una cuestión astrológica, de esas que
lee uno en periódicos gratuitos. Por eso nada que no sea dicho en su lengua
podrá ser comprendido por la porción de la humanidad que nuestro tiempo
consume vorazmente.
¿Las cosas de la vida, muchacho?... La vida no tiene cosas, más bien las cosas
tienen vida. Ergo: la vida es una mierda sin objeto porque los objetos se
robaron la vida. Si queda vida es la que vayamos pudiendo arrebatar a las
cosas.
Esta lucidez inviolable, estado de sobriedad que desenmascara toda posible
alcoholemia… ¡Es el asco mismo…, el don del arrepentimiento!
Tristeza…, enorme e infinita Tristeza… -La Belleza es casi tan de digna como tú.
Más allá de los altares de la muerte hay una cuna que contiene todos los paraísos
hipotéticos.
Antes no tenía nada, ahora tengo al inmenso vacío de saber que nada tengo.
Subsumido en la pena más nítida mi dicha es la dicha del mundo. -Yo te quiero
-me decía el mundo; y -yo te necesito-, me decía la pena.
Una buena paráfrasis para la famosa máxima del oscuro de Éfeso sería: Nada es
exactamente lo mismo en más de una ocasión; o al menos no de la misma
manera.
Me he estado quemando las nalgas con la mierda de la vida, pero sólo será hasta
que logre sacudirme, patear y chillar estruendosamente; entonces, mi
madre adorada, la Inercia, vendrá corriendo-amorosa a cambiarme el
pañal.
La siguiente es una verdad universal y eterna: nada de lo que existe lo hace más
que en la medida de que ocupa, malea, delimita y circunscribe la nada; la
nada pre-existe, contiene y desborda la realidad a que llamamos existencia;
de esto se saca -no por conclusión, sino como la totalidad de lo que
retuvieron las posibilidades figurativas de que disponemos-, que el vacío
es a lo extenso lo que el elefante a la hormiga.
Más de una vez creí dar perlas a los cerdos, pero yo también era un cerdo, y las
perlas no se comían; tan inútiles como las conchas: sólo sirve la carne, la
pulpa; las vísceras de la almeja o de algún perro; entrañas de médico o de
prostituta, o las gónadas de otro cerdo, o cualquier otra apetitosa delicia
que usted -en tanto a puerco- pueda quererse engullir.
¡Grandes y geniales hipócritas: qué cuantiosas serán vuestras galas! Con infamia
suficiente podréis regocijaros a placer; postergando impunemente el
divagar de vuestros restos no-animados.
Los dioses sólo pueden crear en la dilatación de su feminidad. Los dioses sólo
pueden ejercer en la voracidad de su hombría. -Y sólo pueden ser en las
memorias perecederas…, aún siendo inmortales.
Bien sea la propia-o aún la ajena-, se ama mucho a toda física mierda, mientras
finja algún tipo de belleza, y sea tediosa de contemplar
En el culmen del hastío, epítome de todos los destinos, sólo apéndices y esfínteres
serán nuestra compañía.
Espero-con infantil ansiedad-, dejar de ser fruta magullada. Para que alguien me
compre y poder ser finalmente, engullido y olvidado.
Es posible sentirse fantasmagórico, aún cuando odiarse sea tan sencillo como
odiar a cualquier otro.
Porfirio, a despecho de tu inocencia febril, yo sólo conseguí ser un Adán sin Eva;
y más allá de las irrigaciones del Pisón, el Guiñón, el Hidekel y el Eufrates
asirio, cultivé las hierbas de helios; fui entonces una Lilith sin su Caín
bien-amado.
Se aminoran los dolores desaparece el placer con ellos; extintos ambos sólo queda
el aburrimiento, que resonando a la perfección con la nada-principal
componente de todas las cosas, hala con una tracción increíble; como una
caída infinita que aguarda tras un risco irreal.
Ujier de todas las desgracia, me tambaleé por las callejas monocordes, inhalé por
las orejas y bebí nasalmente; hice todo lo que no quería, todo y…,
después…Buenas pestes y alegorías.
Quien suele aguardar en cada situación, el más funesto desenlace posible, nunca le
va pero de lo que esperó, su existencia se llena de dádivas (parafraseando
ciertas sabidurías maternales).
He cavado una tumba de doce pies esperando hallar a Dios en su fondo. ¿le he
hallado? Y, de no ser, ¿acaso lo lamento?
La pezuña caprina de Satán es la impresión de Dios de estar con vida, tanto como
su necesidad imaginaria de ser libre de la propia esencia; eso a lo que
Blake solía llamar “la lujuria del chivo”
Regodéate con tu vieja hipocresía, y que al mirar hacia el suelo sediento, sean los
cielos sonrosados los que se abran para ti.
No es como si las calles fueran insufribles, los días intransitables. No hay ninguna
queja. Ninguna acusación.
Una época distinta permite nuevas influencias; formas y visiones nuevas; nuevos
contratos y nuevas constancias. Es por eso que jamás aparece nada
significativamente novedoso.
Mis dioses son sin rostro; su mística es la del “paraíso artificial” del día; su iglesia
la acera o el lupanar; sus libaciones son el cerumen y el esmegma…, y sus
mitos…, son los-de-cualquier-crianza; la sal del supersticiosos, el diablo
de los depauperados, y el titán de los griegos sodomíticos. Pueden
representarse de todas las formas; si símbolo es cualquiera; toda imagen
les sirve porque ningún rostro conocido les pertenece.
Como un Descartes cualquiera yo también creí ver el dedo de dios empujando las
cosas. Pero a mí no me movía. Puesto fuera de la inercia divina.
Permanezco inamovible.
Las opciones verosímiles rara vez suelen ser las más acertadas.
-Y allí las Moiras te dirán: Tú, alma de sierpe, prueba lo que un día en sueños te
fue ofrendado; zigzaguea extendiéndote en derredor al cuello elástico del
firmamento virginal.
-Hombre: Vuelve a ser animal y el dolor será más llevadero; hasta mineral, y
desaparecerá por completo.
Todo bardo es siempre un ángel. sea que ascienda triunfal desde el Aqueronte, o
lo que se lance en picada desde los céphiros supraterrenos, al final, es el
capricho insolente de las deidades el que se encarga de enaltecer su gloria,
o de despedazarlo contra peñascos filosos; es la fatalidad divina la que
permite su sonoridad y armonía características a cada lira esgrimida.
Mientras tanto afuera, mucho más allá del poeta y su canto, con toda la
tragedia requerida bien dispuesta, el lienzo fantástico de la historiase
pliega confuso en nudos y enredos.
No deberíamos otorgar sexo ni edad a los zumos que optimizan las percepciones.
El único criterio de discriminación será el humor inmutable con que un
elemental determinado desee atropellarnos, en un instante espontáneo, y
casi al alcance de lo que hemos nombrado “elección”.
Hubo un instante en que las cosas y sus significados fueron inseparables. Ahora
no quedan suficientes significaciones en ningún sistema de códigos como
para poder llegar a decir algo ínfimamente aportante.
Por único linaje digno de orgullo reconoceremos la simiente corrupta del ibérico
sanguinario y avaricioso; del sarraceno resentido y oprimido; del indio
cansino y vicioso.
Cada filamento resplandeciente que sale a flote, escapando del espíritu a lo
corpóreo, es únicamente el manifiesto de un pesar ambiguo al que ninguna
luminiscencia del universo puede obligar a refractarse.
Es posible “estar solo”, mientras que no lo es “ser solamente”. Todo ello pierde
por completo el sentido si se piensa en forma anglosajona. Si no puede
pensarse igual en todas las lenguas, es una argucia garantizada.
Por áridas sendas vais contentos y supercheros, tratando entre cada traspié el tema
espinoso de los infiernos. “La diatriba infernal”-dice uno-, “el
apocatástais”-gritan oros con cara de jumento. Mas poco o nada saben, ya
que el averno no es lugar ni símbolo, sino más bien algún tipo de
padecimiento vital agudo, una desazón en el devenir. Empero. No es esta
la verdadera dificultad que su bramido antagónico encarna; todo embarga
y remite a su naturaleza eclesial y es el morbo atroz de sus condenados-
creencia profunda en el- lo que da su peso corpóreo, tangible e inminente-
que os quita toda posibilidad de sustraeros.
Sabemos de buena fuente- y por principios generales- que toda sensación orgánica
es un bello y sutil engaño. -Y dado que hay engaños mejores que otros-los
sentires del ensueño se vestirán como la falacia más plausible.
Cada gota de hierro rojo e infecto, fue tanto gozo como amargura; en decapitar
constante,-cimitarra de los vientos sacros- podrías haber cercenado todos
los miembros impíos. La voluptuosidad impecable de la tierra santa, es
sólo para los extraños del gusano airoso; más, a la vista del combatiente, el
vermis sólo se torna visible al contemplar la herida mortal. Que la disputa
conlleva fútilmente.
Silfos en la mente como ruido de la boca…, como letras de mis dedos…, como
heces en el suelo.
La suerte te ha jugado una mala pasada «oh prójimo, oh congénere» , haciendo de
tu anatomía monstruosa por constitución; lúgubre estandarte, bizarría en la
bizarrez serás para nuestra causa. Tu fealdad, santa anomalía será tu
escudo…; y tu horror, la redención nuestra frente a una estética inaudita,
más antigua que el mundo, y que nos pertenece por obligación a todos.
Los éteres que nos dan el origen y el sustento son a la vez ponzoña que nos oxida
y mata. Da la impresión de que fenecer fuera el único acto noble y posible
manumisión.