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CAPITULO-10-AGRESION.pdf
Psicología Social 1ºUNED

1º PSICOLOGÍA SOCIAL

Grado en Psicología

UNED - Universidad Nacional de Educación a Distancia


Universidad Nacional de Educación a Distancia

Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su
totalidad.
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CAPÍTULO 10: AGRESIÓN


QUÉ ENTIENDE LA PSICOLOGÍA SOCIAL POR AGRESIÓN
Que una determinada acción sea considerada agresiva o no depende, entre otras cosas, de
factores societales, como valores compartidos y creencias normativas existentes en cada sociedad
concreta, que además varían de una época a otra.
La definición más consensuada es la de Baron y Richardson: ​agresión es cualquier forma de
conducta realizada con la intención de hacer daño a otra persona (o grupo) que quiere evitarlo.
Explicación: la conducta agresiva se caracteriza por la motivación que la impulsa, no por sus
consecuencias. Aunque el daño no llegue a producirse, si la acción se ha llevado a cabo con esa
intención, es un acto agresivo y si el que realiza la acción no tenía intención de hacer daño, aunque el
resultado sea perjudicial para el otro, no se consideraría agresión. El punto de vista de la víctima también
es decisivo. Sólo si ésta quiere evitar dicha acción intencionada es agresión, excluyendo situaciones en
las que el daño se produce con consentimiento (tratamientos médicos dolorosos, sadomasoquismo).
Además de definir el concepto, es importante distinguirlo de otros con los que suele confundirse:
El término ​conducta antisocial es más general y se refiere a aquellos comportamientos que

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violan las normas sociales sobre lo que se considera una conducta apropiada. Incluye acciones que no
son realizadas con la intención de hacer daño a otras personas (actos vandálicos o arrojar desperdicios
en lugares públicos no destinados a ello).
El término ​violencia ​es más concreto, y se suele referir a formas más graves de agresión física
o no física (psicológica o emocional) que buscan controlar, castigar o incluso destruir a otras personas.
Todos los actos violentos son agresivos, pero no toda conducta agresiva tiene por qué ser violenta.
La ​maldad es un fenómeno que carece de tradición empírica pues se consideraba una cuestión
difícilmente abordable desde una perspectiva científica. Los elementos esenciales de los actos de
maldad son su carácter cruel y extremadamente dañino y el tratarse de acciones (u omisiones)
injustificadas, al menos desde el punto de vista de la víctima. La maldad siempre implica agresión, pero
no toda agresión debe considerarse un acto de maldad.
La conducta agresiva puede adoptar múltiples formas:

La ​agresión relacional se define como daño intencionado a las relaciones sociales de otra
persona, a sus sentimientos de aceptación y de inclusión en un grupo. Produce en la víctima lo que se
ha llamado «dolor social », cuyos efectos han demostrado ser más duraderos y nocivos que los del dolor
físico.
Hay una distinción clásica en el estudio de la conducta agresiva: entre agresión hostil y agresión
instrumental. La ​agresión hostil ​se caracteriza por ir acompañada de una fuerte carga emocional, por
ser impulsiva y por estar motivada fundamentalmente por el objetivo de hacer daño a otro. Se suele
producir como reacción a una provocación, de ahí que a veces se la denomine 'agresión reactiva'. La
agresión instrumental o proactiva es fría, premeditada y no está motivada exclusivamente por el
deseo de hacer daño, sino por otra meta diferente (conseguir dinero o poder). La conducta agresiva es
un medio para conseguir un fin. Esta distinción se sigue manejando, pero algunos autores la consideran
poco útil porque ambas están muy relacionadas y los motivos muchas veces se mezclan.
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LAS RAÍCES BIOLÓGICAS DE LA AGRESIVIDAD HUMANA


Según los enfoques evolucionistas, la tendencia que manifiestan los humanos a comportarse
agresivamente es producto de la evolución. Así, evolucionaron una serie de mecanismos cerebrales y
procesos fisiológicos que facilitaran esas conductas, aunque sólo se manifestaran ante los estímulos
pertinentes. Existen varios indicios que avalan el componente innato de la conducta agresiva:
■ Aparece demasiado temprano en el desarrollo del niño como para que pueda deberse sólo al
aprendizaje.
■ Se encuentra en todas las sociedades conocidas, aunque existen diferencias culturales en
cuanto a su expresión.
■ Diversos factores genéticos parecen predisponer a las personas a ser más o menos agresivas,
como lo demuestran los estudios de genética del comportamiento realizados con gemelos adoptados por
familias distintas y sobre secuencias de ADN que afectan a los neurotransmisores.
■ Se ha encontrado una relación entre los niveles de testosterona y cortisol y la conducta
agresiva. La testosterona afecta al desarrollo de estructuras corporales que influyen en la probabilidad de
realizar conductas agresivas con éxito y también en la tendencia a la dominancia. La relación directa

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entre niveles de testosterona y agresión parece ser más débil en los seres humanos que otros animales,
aunque recientemente se ha propuesto que es la combinación de altos niveles de testosterona (corno
estimuladora de la conducta agresiva) y bajos niveles de cortisol (con efecto de sensibilización al castigo
y miedo a asumir riesgos, inhibiendo la conducta agresiva) la que predice niveles altos de agresión.
■ Un neurotransmisor, la serotonina, y algunas regiones cerebrales del sistema límbico y del
córtex prefrontal desempeñan un papel importante en el comportamiento agresivo, tanto en su
manifestación corno en su control.
Ni los estudios genéticos ni los de hormonas muestran una correlación perfecta con la conducta
agresiva. Lo que se demuestra en las investigaciones es que se da una influencia conjunta de factores
biológicos y ambientales. Algunas muestras de esa influencia conjunta:
■ La agresión en los seres humanos está muy regulada socialmente.
■ Según el ambiente sea propicio o no, la tendencia a comportarse agresivamente se
manifestará más o menos (ambiente familiar y grupo de amigos).
■ Parece haber una relación recíproca entre niveles de testosterona y agresión: niveles más
altos de testosterona en sangre correlacionan significativamente con un aumento de la conducta
agresiva; por otra parte, el resultado de interacciones agonísticas en las que se gana o se domina al otro
también aumentan los niveles de testosterona, no sólo en hombres sino también en mujeres.

LA INFLUENCIA AMBIVALENTE DE LA CULTURA


Gracias a la cultura, los seres humanos no necesitan recurrir a la agresión para conseguir sus
objetivos. Podemos obtener recursos y estatus, y proteger a nuestros hijos por otros medios, como la
educación y el trabajo. Gracias a ella también, las personas aprenden, mediante la socialización, a
controlar su ira y sus impulsos agresivos, y a emplear métodos menos antisociales para obtener sus
objetivos. Las normas que impone la cultura, como forma de proteger el orden social y la convivencia,
son interiorizadas por los individuos y, de esa forma, influyen en su comportamiento.
Desarrollo de las tendencias agresivas y de su control
Los niños de todas las culturas dan muestras de comportamiento agresivo desde poco después de nacer. De hecho, el
periodo de mayor incidencia de la agresión física es el comprendido entre 1 y 3 años de edad. Después, ese tipo de agresión va
disminuyendo y, en su lugar, se produce un aumento de la agresión verbal e indirecta, y van desarrollándose estrategias no
agresivas de resolver los conflictos. Esa evolución se explica por factores culturales, madurativos y de aprendizaje social.
Durante el proceso de socialización el individuo aprende e interioriza las normas y valores morales propios de la
sociedad en la que vive. Esas normas y valores indican lo que se debe y lo que no se debe hacer en la interacción con los demás
y, al interiorizarse, forman parte del propio sistema de valores de la persona, que guía su comportamiento mediante un mecanismo
de autocontrol o autorregulación.
El desarrollo cognitivo se observa en que van adquiriendo la capacidad de ajustar su venganza a atribuciones cognitivas
respecto a la naturaleza y la intención del ataque.
En cuanto al aprendizaje social, este se produce a través de los modelos familiares, de los compañeros de edad y, de
forma muy importante, de los modelos que se transmiten a través de los medios de comunicación y entretenimiento
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Pero, además de transmitir normas contra la agresión, la cultura a veces contribuye a su


presencia. En este sentido, Baumeister menciona las «matanzas idealistas» de Stalin, Hitler, Mao y los
Jemeres Rojos, perpetradas por grupos (líder y seguidores) que creían que la violencia era necesaria
para crear una sociedad mejor. También ocurre con la identidad y la dignidad de las personas, otro
producto de la vida cultural, cuya amenaza (críticas, faltas de respeto, insultos o injurias) muchas veces
promueve respuestas agresivas por parte de los individuos o grupos afectados. Otros procesos, como el
nacionalismo extremo, los conflictos religiosos o la influencia de los medios de comunicación, serían
impensables sin la existencia de la cultura.
Por otro lado, existen diferencias culturales en el grado de aceptación de la conducta agresiva,
tanto en cuanto a las formas que puede adoptar como en relación con los motivos que la justifican (trato
agresivo de un hombre hacia su esposa o de los padres hacia sus hijos).

¿CÓMO SE EXPLICA LA CONDUCTA AGRESIVA EN PSICOLOGÍA SOCIAL?


Las primeras teorías psicológicas que intentaron explicar por qué la gente agrede a otros
resultan ahora bastantes simplistas, porque pretendían explicar todo el comportamiento agresivo

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centrándose en un único factor, bien de carácter innato o bien aprendido. Es el caso de la teoría de la
frustración-agresión y de las teorías del aprendizaje.
- LA AGRESIÓN COMO IMPULSO INNATO
Teoría de la frustración-agresión
Es uno de los primeros representantes de este enfoque. Considera que toda la conducta
agresiva humana es resultado de un impulso interno del organismo que se activa cuando a éste se le
impide conseguir una determinada meta (no se trata de un instinto siempre presente, como postulaba
Freud). Esa interferencia inesperada en el logro de una meta por parte de un agente externo es lo que se
entiende aquí por frustración (no tiene una connotación emocional sino conductual). En la primera
versión de esta teoría, sus autores defendían dos postulados:
1. Toda conducta agresiva es resultado de la frustración.
2. La frustración siempre da lugar a alguna forma de agresión.
Pero esta forma determinista de relacionar frustración y agresión no se ajustaba a la realidad,
por lo que Miller la modificó, admitiendo que la frustración instiga otros impulsos aparte del de agredir
(huir de la situación). Aún así, seguía afirmando que la agresión siempre va precedida de frustración.
Esta teoría tiene dos inconvenientes. Por una parte, niega la posibilidad de que la agresión se
deba al aprendizaje y a la influencia de la cultura y, por otra, considera que toda agresión tiene como
objetivo hacer daño a quien obstaculiza la obtención de la meta que el agresor perseguía.
Como la evidencia empírica demostraba que ni toda agresión es producto de la frustración, ni
siempre que alguien se siente frustrado en sus objetivos agrede a otros, Berkowitz, trató de ampliar dicha
hipótesis con tres matizaciones:
■ No es la frustración en sí la que provoca la tendencia a agredir, sino el estado afectivo
negativo que la frustración desencadena.
■ Cualquier suceso o estímulo aversivo (no sólo la frustración) produce un estado de ánimo
negativo que puede llevar a la agresión o a la huida.
■ El que la agresión se produzca o no dependerá de la interpretación cognitiva que se haga de la
situación y de la presencia de claves externas asociadas con la agresión.
Por tanto, lo que propone Berkowitz ya no es una relación directa entre bloqueo de una meta y
respuesta agresiva, sino un proceso más complejo en el que intervienen factores cognitivos y
emocionales.
- LA AGRESIÓN COMO COMPORTAMIENTO APRENDIDO
Las explicaciones basadas en la teoría del aprendizaje por ​condicionamiento instrumental
proponen que las personas tendemos a repetir aquellas conductas por las que hemos obtenido
recompensas y a no repetir aquellas por las que hemos recibido un castigo. En el caso de la conducta
agresiva, la recompensa puede consistir en lograr la meta realizando esa conducta o en obtener
aprobación social por llevarla a cabo.
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Otro modelo de aprendizaje es el basado en procesos de ​condicionamiento clásico​. Consiste


en que, si se asocia repetidas veces un «estímulo condicionado» (inicialmente neutro) con un «estímulo
incondicionado» (que provoca una respuesta agresiva), al final el estímulo condicionado acaba
provocando la misma respuesta que el incondicionado, es decir, una conducta agresiva.
- TEORÍAS PSICOSOCIALES DE LA AGRESIÓN
El modelo neoasociacionista cognitivo
Berkowitz parte de la teoría de la frustración-agresión, la amplía e introduce matizaciones. La
más importante consiste en proponer un mecanismo causal que explica por qué los estímulos o
situaciones que nos resultan aversivos (meta frustrada, provocación) pueden instigar la tendencia a
agredir. Ese mecanismo causal es el ​estado afectivo negativo​. Este autor se centraba en la agresión
reactiva u hostil, la no premeditada. Según su modelo, el proceso se desarrolla de la siguiente forma :
1. Una experiencia desagradable nos provoca un estado afectivo negativo.
2. Debido a nuestra programación biológica, ese estado afectivo negativo automáticamente
activa en nosotros tendencias de ataque y de huida. Esas tendencias se manifiestan a través de una
serie de respuestas fisiológicas y reacciones motoras, que por condicionamiento clásico tenemos

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asociadas en nuestra mente con determinados pensamientos y recuerdos.
3. Cuando nos percatarnos de esas reacciones corporales y mentales asociadas al ataque o a la
huida, se desarrolla en nosotros una experiencia emocional de ira o de miedo, respectivamente.
4. Si estamos lo suficientemente motivados, podemos dar un paso más y pensar en cómo nos
sentimos, hacer atribuciones causales sobre qué ha hecho que nos sintamos así, y considerar las
consecuencias de actuar según nuestros sentimientos teniendo en cuenta riesgos y experiencias
anteriores, así como la norma sobre lo que es apropiado sentir en ese tipo de situaciones. Toda esta
actividad cognitiva deja de ser automática y se convierte en un procesamiento controlado y deliberado,
que da lugar a sentimientos más elaborados de enfado, irritación, celos, desprecio u otros derivados de
la emoción inicial de ira, y más diferenciados del miedo.
5. La tendencia a agredir, instigada por el afecto negativo, se transformará en conducta agresiva
con mayor probabilidad cuando se den estas condiciones:
■ cuando la activación interna provocada por la experiencia aversiva sea lo suficientemente
intensa
■ cuando haya algún blanco disponible para descargar en él la agresión
■ cuando falle la autorregulación, es decir, cuando actuemos de forma impulsiva, sin pensar en
lo que hacemos ni lo que sentimos (sin procesamiento cognitivo deliberado)
Berkowitz deja claro que la experiencia emocional de ira y los sentimientos más elaborados
derivados de ella acompañan a la agresión, pero no son su causa. Como tampoco lo es el
procesamiento cognitivo que nos permite interpretar la situación. Es el estado afectivo negativo, que
activa la asociación de pensamientos, emociones y conductas relacionadas en nuestra memoria con la
agresión, el que instiga el comportamiento agresivo, y el procesamiento cognitivo deliberado posterior es
el que inhibe o potencia nuestra tendencia a agredir.
La agresión también puede ser provocada por estimulación externa procedente de la situación,
que no es en principio aversiva pero que aumenta la accesibilidad de pensamientos agresivos (presencia
de un arma o bandera nazi). Entre las explicaciones del poder instigador de los estímulos externos,
Berkowitz destaca dos:
- Esos estímulos pueden tener un significado agresivo para la persona
- Le recuerdan alguna experiencia desagradable y, por asociación, sin necesidad de experimentar
un estado afectivo negativo, producen el mismo efecto que dicha experiencia, activando
pensamientos, emociones y reacciones ligadas a la agresión.
Resumen: El modelo neoasociacionista de Berkowitz, si bien parte de una concepción de la
agresión como impulso innato, va más allá de la simple dicotomía innato-aprendido, al tener en cuenta
los aspectos impulsivos del proceso (tendencias de ataque-huida) y la experiencia previa de la persona.
Esa experiencia interviene en dos sentidos: por un lado, está presente en la formación de asociaciones
de elementos relacionados con la agresión en nuestra memoria (condicionamiento clásico) y, por otro,
influye en el procesamiento deliberado, cuando se valoran las consecuencias de comportarse
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agresivamente en función de experiencias previas en situaciones similares (condicionamiento


instrumental). Además, introduce un tercer elemento clave: el procesamiento cognitivo, que no era
considerado por los dos enfoques anteriores.
Teoría del aprendizaje social
Bandura tenía muy claro que el condicionamiento por sí solo no podía explicar el aprendizaje de
comportamientos sociales.
A Bandura no le interesaban los aspectos impulsivos de la agresión, sino las influencias externas
que la instigan y la mantienen. Se centra en la agresión instrumental. Según su teoría del aprendizaje
social, el comportamiento agresivo se aprende no sólo por las consecuencias que tiene para el que lo
realiza (recompensas o castigos), sino viendo a otras personas comportarse agresivamente, lo cual
resulta mucho menos arriesgado.
Una vez observada y aprendida, la conducta puede ser imitada, pero no es necesaria la
ejecución de la conducta para su aprendizaje. El proceso depende de la atención prestada a la conducta
del modelo, y esa atención puede estar motivada por refuerzos anticipados (pensar que lo que está
haciendo alguien es útil para lograr un objetivo hará que se preste atención a su comportamiento).

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No obstante, lo más probable es que, si se ha observado y aprendido una conducta, se lleve a
cabo. Esa imitación no tiene por qué darse inmediatamente después de que la conducta haya sido
observada, sino que puede producirse después y en otro contexto.
La probabilidad de imitación aumenta si el modelo es percibido como semejante, si resulta
atractivo y si recibe algún premio por agredir o su comportamiento agresivo permanece impune. A estas
recompensas que recibe el modelo por su conducta las llama Bandura ​refuerzos vicarios​. Aunque los
refuerzos vicarios aumenten la probabilidad de imitación, no son imprescindibles.
Hay mecanismos internos que regulan la ejecución de la conducta, como las normas morales
personales o las creencias sobre la propia autoeficacia (capacidad para reproducir la conducta del
modelo con los efectos deseados). Si una vez adquirida e imitada la conducta, recibimos recompensas
por ella (o no castigos), esa adquisición se verá reforzada y el comportamiento se consolidará. En otras
palabras, el comportamiento se adquiere por observación y se mantiene por refuerzos contingentes.
La observación de modelos también da lugar a inferencias cognitivas basadas en esa
observación, que llevan a generalizar la conducta a otras situaciones. No sólo se aprende cómo agredir,
sino también cuándo hacerlo.
Este enfoque considera que la agresión es una forma de comportamiento instrumental, que se
realiza para obtener algún tipo de recompensa. Concede un papel fundamental a la cognición, dado que
sin una representación mental del comportamiento observado sería imposible imitarlo más tarde.
Modelo general de agresión
Este modelo tiene la ventaja de ser aplicable a cualquier tipo de conducta agresiva, tanto hostil
como instrumental.
El modelo de Anderson y Bushman constituye la integración de las aportaciones de otros
modelos, y describe cómo ciertas variables propias de la persona y otras de la situación se combinan
para provocar procesos afectivos, cognitivos y activadores que pueden preparar el terreno para la
conducta agresiva, a través de evaluaciones automáticas o más controladas de lo que está sucediendo.
De acuerdo con este modelo, el punto de partida de una interacción agresiva reside en
características personales del actor (ej: grado de irascibilidad) y en estímulos externos (provocación),
que coinciden en una determinada situación y evocan en esa persona un conjunto de procesos internos
interrelacionados. Alguien irascible necesitará una mínima provocación para entrar en un estado de
cólera, caracterizado por pensamientos agresivos, sentimientos negativos y síntomas corporales de
activación. Este estado interno da lugar a una evaluación rápida y automática de la situación. Si el actor
carece de tiempo, capacidad y/o motivación, actuará de forma impulsiva a partir de esa evaluación
automática, con agresión o sin ella según sea la evaluación. En caso contrario, tendrá lugar una fase de
reevaluación controlada y elaborada, en la que intervienen el razonamiento y los juicios morales, y que
implica buscar distintas interpretaciones alternativas de la situación y lleva a la selección y ejecución de
una respuesta conductual concreta. Dependiendo de esa reevaluación, la respuesta será agresiva o no
agresiva.
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El modelo también contempla el desarrollo del comportamiento agresivo a lo largo del tiempo.
Cada episodio agresivo es considerado como un ensayo de aprendizaje social en el que los esquemas
(de personas, situaciones, acciones) adquiridos por observación o por experiencia y relacionados con la
agresión se repiten, se refuerzan y se acaban automatizando. Ese desarrollo de una personalidad
agresiva afecta a sus relaciones con los demás y al tipo de situaciones a las que se expone,
constituyendo todo ello las variables instigadoras de un episodio concreto, como el de antes.
Este modelo recoge elementos del modelo neoasociacionista de Berkowitz y de la teoría del
aprendizaje social de Bandura, así como de otras propuestas teóricas. Además de su carácter
integrador, tiene también una importante proyección aplicada para el diseño de programas de
intervención destinados a prevenir la violencia.

¿POR QUÉ AGREDIMOS A OTROS?


Por un lado están las causas inmediatas de las conductas agresivas (factores desencadenantes
o instigadores) y los «factores de riesgo», que pueden predisponer a la agresión.
- FACTORES DE LA SITUACIÓN

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Se distingue entre factores que instigan o precipitan la agresión y factores que interfieren en los
mecanismos inhibidores de la agresión
Factores que precipitan la agresión
De los múltiples factores situacionales que instigan el comportamiento agresivo, la mayoría
tienen una naturaleza social, pero hay también algunos que no pueden considerarse sociales.
- Instigadores sociales
La provocación es, probablemente, el principal detonante de agresión en el ser humano, al
menos de la agresión hostil o reactiva. Está presente en la mayoría de los delitos de sangre (asesinatos
o ataques graves). Tiene la peculiaridad de anular las diferencias de género que suelen aparecer en los
estudios sobre agresión. Ante una provocación fuerte, hombres y mujeres reaccionan igual, lógico, si se
tiene en cuenta que supone una amenaza a las necesidades humanas básicas de autoestima positiva,
de control y de confianza.
Todos los instigadores sociales de agresión pueden considerarse en cierto modo provocaciones,
aunque algunos han recibido atención especial de los investigadores. Es el caso del ​rechazo ​y la
exclusión social​. Aunque estas formas de agresión tienen en las víctimas a veces un efecto sociópeto o
sociofugo, en muchas ocasiones las personas reaccionan agresivamente cuando son rechazadas.
La relación entre rechazo y agresión no se limita a experiencias recientes, si no que el recuerdo
de episodios pasados es suficiente para instigar la tendencia a agredir. El rechazo por parte de los
padres o compañeros durante la infancia se asocia con diferencias individuales en comportamiento
agresivo en etapas posteriores de la vida. La respuesta agresiva parece más probable cuando la
persona rechazada no tiene expectativas de volver a ser aceptada. En estos casos, es frecuente que se
busque esa aceptación en grupos extremistas. Al unirse a esos grupos, la persona rechazada ve
satisfechas sus necesidades de pertenencia, potenciación personal y control y la de tener una existencia
significativa.
Otro factor social instigador de agresión que también puede considerarse una provocación es la
percepción de ser injustamente tratado​. La gente considera que existe una norma implícita que
establece que todo el mundo tiene derecho a ser tratado con justicia. Cuando consideran que se ha
violado su derecho a un trato justo, tienden a sentirse heridas y menospreciadas, a experimentar ira, y a
reaccionar agresivamente para recuperar una imagen positiva ante sí mismas (autoestima) y los demás.
Esa percepción de injusticia es la que está en la base de movimientos colectivos de protesta,
originados porque la gente experimenta la ​«privación relativa»​. Consiste en la imposibilidad percibida
de alcanzar lo que se considera una aspiración razonable o justa porque otro lo impide. No es la
privación en sí misma la causa del conflicto, sino la privación de lo que uno cree que debería tener.
Las personas y los grupos se basan en varios criterios para decidir que sus aspiraciones son
razonables:
■ Las normas sociales que especifican lo que cualquiera debería conseguir en esas
circunstancias.
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■ La propia experiencia en circunstancias similares del pasado.


■ Los resultados obtenidos por otros que se consideran comparables a uno mismo o al grupo.
■ Lo que otros dicen que uno, o el propio grupo, merece.
Un ejemplo extremo de lo que puede ocurrir cuando se desencadena un conflicto por este motivo
es el motín de la prisión de Attica, en Estados Unidos.
El motín de Attica
Los reclusos, en su mayoría afroamericanos y también una notable proporción de puertorriqueños, habían reclamado
meses antes que cesaran los duros castigos y mejorase la vida en la prisión, donde sólo se permitía una ducha semanal o un rollo
de papel higiénico por mes. Las autoridades responsables habían prometido a los presos numerosas mejoras en las condiciones
de la cárcel, pero por diversas razones esas mejoras no se produjeron, lo que hizo que los presos se sintieran muy frustrados. El
resultado fue una revuelta en la que perdieron la vida un total de 43 personas, entre ellas 10 rehenes, y más de 80 fueron heridas.
Los incidentes comenzaron el 9 de septiembre y terminaron cuatro días después, cuando fuerzas estatales y de prisiones abrieron
fuego de forma indiscriminada y arrojaron gases sobre los amotinados y más de una treintena de empleados que habían sido
tomados como rehenes.
La frustración asociada con la privación relativa es una fuente de energía que aumenta la
probabilidad y la intensidad de los esfuerzos para luchar contra dicha privación, y, si la causa se atribuye

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a una persona o a un grupo, esa energía suele transformarse en ira, que impulsa hacia una respuesta
agresiva.
- Instigadores no sociales
Los factores no sociales instigadores de agresión más estudiados son las claves agresivas y los
estresores ambientales.
Las ​claves agresivas son objetos o imágenes (presencia de armas) que están presentes en la
situación y que activan en nuestra memoria pensamientos y/o emociones relacionados con la agresión.
El proceso que interviene aquí es el «priming». En un experimento clásico, se demostró que los
participantes, a los que previamente se les había provocado, actuaban de forma más agresiva hacia el
provocador cuando había un arma en la sala que cuando había un objeto neutro o ninguno. Otros
resultados relacionados con las claves agresivas son:
■ No sólo las armas, sino cualquier estímulo que la persona relacione con la agresión (películas
violentas) puede aumentar la saliencia de pensamientos agresivos con su mera presencia.
■ No es necesario que la persona sea consciente de esa presencia para que el efecto de priming
se produzca, lo que indica que las claves agresivas funcionan de forma automática.
■ Lo que sí es fundamental para que un determinado estímulo active cogniciones agresivas en la
persona es que ésta lo asocie con la agresión. El significado agresivo no es una propiedad inherente del
estímulo, sino que se lo asigna la persona a partir de su experiencia previa y de sus estructuras de
conocimiento almacenadas en la memoria.
La exposición repetida a claves relacionadas con la agresión (medios, videojuegos), a fuerza de
activar frecuentemente pensamientos, emociones y opciones de respuesta agresivas, termina por
hacerlos crónicamente accesibles, lo que contribuye a una mayor tendencia a la agresión.
En cuanto a la investigación sobre ​estresores ambientales​, se ha centrado en el efecto del
calor, aunque también en otros factores aversivos, como el hacinamiento o el ruido. Estos factores
ambientales se relacionan con la agresión a través del aumento de la activación fisiológica (arousal) y el
estado afectivo negativo que provocan y parecen afectar más a la conducta agresiva hostil que a la
instrumental.
■ Los resultados de estudios de laboratorio y de campo coinciden en que las altas temperaturas
se asocian con niveles mayores de agresión y violencia. Esta relación, la ​«hipótesis del calor»​, se
confirma comparando datos sobre regiones geográficas y periodos temporales con distintas
temperaturas. Existe cierta controversia, pues a partir de cierta temperatura, la agresión no aumentaría
sino que disminuiría. La explicación vendría dada por el ​modelo de escape del afecto negativo,​ que
propone que, cuando el estado afectivo alcanza un determinado nivel de agresividad, lo que provoca no
es agresión sino huida. El efecto del calor sobre el comportamiento agresivo parece producirse por dos
vías: una directa, aumentando la irritabilidad y los sentimientos de hostilidad, y otra indirecta, activando
pensamientos agresivos.
■ El ​hacinamiento ​es una experiencia psicológica desagradable provocada por la percepción
que tiene la persona de que hay demasiada gente donde se encuentra. Es una sensación subjetiva, que
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no debe confundirse con la densidad. Es el hacinamiento, y no la densidad objetiva, el factor que se ha


relacionado con la agresión en diferentes contextos. El mismo grado de densidad espacial puede dar
lugar a sensación de hacinamiento en unas personas y no en otras, y en unos contextos y no en otros.
■ El ​ruido fuerte también potencia la conducta agresiva, especialmente cuando acompaña a
otros factores instigadores de agresión. No es el ruido en sí el que instiga reacciones agresivas, sino el
hecho de que sea un fenómeno aversivo incontrolable.
Factores que interfieren en la inhibición de la agresión
Hay algunos factores situacionales que obstaculizan esa inhibición aprendida de la agresión,
como el consumo de alcohol.
Varias revisiones meta-analíticas de estudios experimentales han encontrado que el consumo
excesivo de ​alcohol ​aumenta la agresión. Sin embargo, la investigación psicosocial también ha
demostrado que la relación entre alcohol y agresión no es directa. No se trata de un factor instigador de
comportamientos agresivos. Más bien, su influencia se produce en combinación con otros factores
instigadores. En ausencia de factores instigadores, el efecto del alcohol en la agresión es casi nulo.
Otro factor que puede interferir en la inhibición de la conducta agresiva es el ​anonimato​, porque

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el agresor piensa que es poco probable que otros le identifiquen y le hagan responsable de sus actos
agresivos. Así ocurre en el experimento clásico de Zimbardo, donde el grupo de la condición
«anonimato» decidió dar descargas durante más tiempo que el de la condición con participantes
identificables.
- FACTORES INTERNOS DEL INDIVIDUO
Procesos internos, en interacción con factores instigadores de la situación, en ocasiones mueven
a las personas a agredir y otras veces interfieren en la inhibición de la agresión.
Factores emocionales
Un factor es el ​estado afectivo negativo​, pues Berkowitz sostiene que la relación entre un
suceso aversivo y la conducta agresiva no es directa, sino que se produce a través de la experiencia
emocional negativa que ese suceso provoca. Si ese estado negativo se asocia con reacciones,
pensamientos y emociones relacionadas con la agresión, es más probable una respuesta agresiva. Sin
embargo, el estado emocional negativo no es ni necesario ni suficiente para la agresión.
La emoción que más se ha asociado con la agresión es la ​ira​, desde el supuesto de que la ira
causa directamente agresión. Sin embargo, el papel de la ira en el comportamiento agresivo no es tan
simple. Se distinguen varias formas en que esta emoción puede causar agresión:
■ La ira preactiva (mediante el proceso de priming) pensamientos, esquemas de situaciones y
reacciones motoras expresivas asociadas con la agresión, que se utilizan para interpretar la situación.
■ La ira aumenta el nivel de activación del organismo, aportando energía a la conducta
dominante en ese momento. La conducta agresiva, probablemente dominante, resultará fortalecida por
esa energía aportada.
■ La ira misma sirve como clave informativa que puede ayudar a interpretar situaciones
ambiguas, en un sentido hostil. Este proceso es diferente de la preactivación, puesto que es en la propia
experiencia emocional en la que se basa la interpretación.
■ La ira hace que se preste especial atención a los estímulos o sucesos que la han provocado, y
que los procese de forma más profunda. Eso facilitará que los recuerde mejor y reviva ese estado y, así,
sus intenciones agresivas se mantendrán durante más tiempo.
■ La ira interfiere en la inhibición de la agresión, y lo hace de dos formas: al activar un guión (o
esquema de situación) relacionado con la agresión, puede justificar acciones agresivas (ej:venganza), o
interfiriendo en el procesamiento cognitivo elaborado que interviene en la reevaluación de la situación.
La ​transferencia de la excitación (Zillmann) consiste en que cuando dos episodios que
provocan activación en una persona se producen cerca uno del otro en el tiempo, la activación del
primero se suma a la del segundo y puede ser atribuida erróneamente a este último. El margen de
tiempo para que se produzca la transferencia es pequeño, ya que debe ser todavía lo suficientemente
intensa la excitación provocada por la primera fuente (neutra) pero, a su vez, la persona ya no tiene que
ser consciente de su origen. Sin embargo, una vez transferida la activación y etiquetada la emoción
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resultante como ira, el individuo seguirá dispuesto a agredir mientras la etiqueta persista, aunque la
excitación se haya disipado.
Del mismo modo que etiquetar la excitación provocada por un estímulo neutro como ira puede
intensificar las tendencias agresivas, la atribución de la activación provocada por un estímulo aversivo
como debida a otra causa hará que la persona se perciba menos enojada y reaccione menos
agresivamente que si no hiciera esa atribución.
Factores cognitivos
El proceso cognitivo más estudiado en relación con la agresión es la ​activación de scripts o
guiones (esquemas que representan situaciones y guían la conducta en ellas). Estos esquemas son
estructuras de conocimiento almacenado en la memoria que representan de forma abstracta cuáles son
los rasgos característicos de un determinado tipo de situación y cómo es la secuencia apropiada de
acciones en ella. Incluyen expectativas sobre cómo se comportan las personas en esas situaciones y
sobre las consecuencias de diferentes opciones de conducta. Los guiones se adquieren mediante la
experiencia con cada tipo de situación, ya sea directamente o de forma vicaria. Una vez aprendidos,
pueden ser recuperados en cualquier momento y servir de guía. Esto es lo que ocurre con los guiones

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agresivos, que se suelen adquirir durante el periodo de socialización. Cuanto más frecuente sea la
exposición a episodios agresivos, más se reforzarán los guiones correspondientes y más accesibles
estarán en la memoria, con la consecuencia de que la persona los recuperará con mayor facilidad y los
utilizará preferentemente como guía de su comportamiento.

Hay numerosos factores que pueden provocar la activación de guiones agresivos (ej:
instigadores situacionales, ira, atribuciones sobre las intenciones del otro). Los individuos con historial de
comportamiento agresivo seleccionan preferentemente interpretaciones que atribuyen la conducta del
otro a intenciones hostiles, sobre todo cuando la conducta es ambigua. Esto ocurre porque el individuo
basa su interpretación de la intención del otro más en creencias personales y esquemas que en la
situación, o porque, de esa situación, presta más atención a las claves agresivas. Este ​sesgo atributivo
hostil puede activar un guión agresivo y aumentar la probabilidad de que el individuo seleccione una
respuesta agresiva dentro de su repertorio conductual. Este sesgo se da en las personas que suelen
reaccionar agresivamente ante el comportamiento de los demás (agresión reactiva), pero no en los que
tienden a provocar a otros (agresión proactiva).
Otro proceso cognitivo que puede fomentar la conducta agresiva es la ​rumiación​. Son
pensamientos recurrentes referidos a una meta frustrada o provocación, que tienen la propiedad de
mantener los sentimientos de ira tiempo después del suceso que los desencadenó. Se relaciona con la
activación fisiológica, con la emoción, con las atribuciones y con las intenciones de conducta, y puede
aumentar la agresión por estas vías. La consecuencia es a veces un desplazamiento de la agresión
hacia otra persona, y que puede ser totalmente inocente o habernos gastado una broma inoportuna.
Esta ​redirección de la agresión se produce sobre todo cuando no es posible vengarse del
provocador, y supone una reacción desmesurada ante un comportamiento que no habría merecido una
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respuesta agresiva de tal intensidad. Aunque guarda similitud con la transferencia de la excitación de
Zillman, hay diferencias:
- Según Zillman, cuando la persona tiene clara la causa de la activación del primer episodio, no
hay transferencia. En cambio, la rumiación consiste en pensar constantemente en la primera
provocación, siendo ese pensamiento recurrente el que mantiene activa la representación
cognitiva del estado emocional negativo que puede llevar a agredir a la segunda persona.
- La transferencia de la excitación sólo se produce si entre los dos sucesos hay un intervalo de
tiempo corto, mientras que la rumiación mantiene sus efectos durante un periodo más largo.
- La transferencia de la excitación suele aumentar el nivel de agresión hacia el provocador, no
hacia un tercero, como ocurre con el desplazamiento de la agresión.
Un último proceso cognitivo relacionado con la agresión es la ​desconexión moral​, que consiste
en considerar que los criterios éticos o morales que rigen el propio comportamiento en situaciones
normales no se aplican en un caso concreto. Este proceso de reinterpretación cognitiva de la situación
actúa interfiriendo en las inhibiciones en contra de comportarse de forma agresiva. No se trata de un
brote de enajenación mental transitoria, sino de acciones racionales que, además, al perpetrador le

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parecen prosociales. Es el caso de las «matanzas idealistas» en pro de una sociedad mejor, la idea de
«el fin justifica los medios».
Hay varios mecanismos por los que puede producirse la desconexión moral:
- La ​justificación moral​: se justifican las acciones agresivas apelando al bien de la persona o al
de la sociedad, o a la salvaguarda del honor.
- La ​deshumanización de la víctima​. Cualquier sistema interno autorregulador de castigo por
cometer actos violentos contra otros queda desactivado si al otro no se lo considera persona,
porque ya no se aplican los mismos criterios morales.
- La ​culpabilización de la víctima​, la ​difusión de la responsabilidad o la ​obediencia ciega a
una autoridad.
En todos ellos se desinhibe la agresión al desaparecer la autosanación o autocensura. Muy
relacionado con la desconexión moral se encuentra el fenómeno de la maldad.
Factores de riesgo
Son aquellos factores que ejercen un efecto más a largo plazo sobre el comportamiento
agresivo, porque influyen en lo que las personas aprenden, en sus creencias y en su forma de interpretar
la realidad, cobrando protagonismo el proceso de aprendizaje social.
- El ambiente familiar
Los niños suelen ser observadores curiosos de lo que ocurre a su alrededor, y el
comportamiento de sus padres ejerce una fuerte influencia en ellos. Numerosos estudios longitudinales
han encontrado una clara relación entre el clima de agresión y violencia existente en la familia durante la
infancia y las creencias y conductas agresivas que los individuos muestran en etapas posteriores.
Hay varios factores que explican esa relación. Por una parte, los padres ejercen el papel de
modelos de conducta, y el niño aprende observándolos. Adquiere pautas de comportamiento que
incorpora a su propio repertorio y también guiones de situaciones que acaban afianzándose y resultando
accesibles en su mente. Por otra parte, las relaciones agresivas en la familia suelen ir acompañadas de
otras prácticas en relación con la crianza de los hijos, como rechazo y empleo de fuertes castigos físicos:
la experiencia de rechazo es uno de los factores instigadores de agresión con efecto duradero; en cuanto
al castigo físico fuerte, se asocia con un aumento de la agresión posterior, porque el niño aprende a
considerarlo como una forma normal de resolver los conflictos.
- Las amistades
Las relaciones con los compañeros de edad constituyen otra poderosa influencia sobre la
agresión. Por lo general, los niños cuyo comportamiento está dominado por la agresión son rechazados
por sus compañeros, lo cual genera un aumento de la conducta agresiva que, a su vez, provoca más
rechazo. Al sentirse marginados por sus compañeros no agresivos, los niños agresivos tienden a
asociarse con otros que también lo son, entrando a formar parte de sistemas sociales como las bandas
violentas, que promueven normas favorables a la agresión y acciones agresivas. De esta forma, se ven
atrapados en una situación en la que la aceptación social depende de que cometan más actos agresivos.
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Incluso cuando, en lugar de buscar ese tipo de compañías, optan por aislarse suelen pasar el tiempo con
la televisión o los videojuegos, rodeándose de modelos agresivos a los que imitar.
- La cultura
Muchas de las actitudes y valores proceden de la cultura a la que se pertenece y han sido
transmitidos a lo largo del proceso de socialización, a través de la familia, la escuela y otras instituciones.
Existe la etiqueta ​«culturas de la violencia» para hacer referencia a aquellas culturas en las
que la agresión se considera aceptable y justificable en determinadas situaciones. Un ejemplo son las
culturas del honor​, un tipo de cultura colectivista que otorga un gran valor a la reputación de la persona,
es decir, a su imagen social. Tolera y justifica que se responda a cualquier amenaza a la propia
reputación con agresión para restaurarla. La susceptibilidad a los ataques al honor se extienden a la
familia Eso quiere decir que provocaría la misma respuesta agresiva ser insultado personalmente que
sentir que el honor familiar ha quedado empañado. De hecho, este tipo de valores están detrás de
muchos casos de violencia de género. Las culturas del honor se encuentran fundamentalmente en torno
al Mediterráneo, en los países latinoamericanos y en el sur y el oeste de Estados Unidos.
- Los medios de comunicación

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La agresión y la violencia están muy presentes en los medios de comunicación y
entretenimiento, incluidos los que van dirigidos a un público infantil y juvenil. Estudios meta-analíticos
que recogen resultados experimentales, correlacionales y longitudinales confirman que realmente existe
una relación entre uso de contenido violento y agresión. El efecto se produce sobre todo cuando la
violencia se presenta vinculada al éxito y no resulta castigada, y si aparece como justificada. La violencia
de los medios puede reforzar el efecto de otros factores de riesgo, sobre todo el de la exposición a la
violencia en la vida real. Los estímulos violentos difundidos por los medios pueden afectar al
comportamiento agresivo a través de diversos mecanismos.
A corto plazo, producen un aumento de la activación fisiológica y de emociones relacionadas con
la agresión, y hacen más accesibles los pensamientos agresivos. La exposición habitual a este tipo de
contenidos crea una base para el aprendizaje observacional que fomenta el desarrollo de estilos
atributivos hostiles y de guiones agresivos. Al presentar la violencia como algo normal y apropiado, se
potencian actitudes favorables a la agresión y la aceptación normativa de ese comportamiento. Por
último, se produce una paulatina desensibilización (una respuesta tanto fisiológica como emocional cada
vez menor ante estímulos violentos), que se traduce en un descenso de la preocupación empática ante
el sufrimiento de otros. Todos estos procesos se ven agravados con el uso de internet, donde también se
ponen en práctica conductas agresivas dirigidas a personas reales (ciberbullying).
Al diseñar intervenciones orientadas a evitar o mitigar los efectos de la violencia de los medios
se han adoptado dos enfoques: por una parte, recomendar que se reduzca el consumo y, por otra,
fomentar que éste sea crítico, educando sobre los potenciales riesgos del consumo de ese contenido.
- Factores personales
Existen una serie de características personales que aumentan la tendencia a comportarse de
forma agresiva, lo que explica por qué no todo el mundo se comporta igual ante la misma situación:
■ ​Factores biológicos​: existe una relación entre agresión y bajos niveles de serotonina y
cortisol combinados con altos niveles de testosterona; y también parece haber una predisposición
genética (estudios sobre secuencias de ADN y realizados con gemelos criados en ambientes separados)
■ ​Rasgos de personalidad​: Hay personas que poseen un «estilo atributivo hostil », son
especialmente propensas a percibir en los demás una actitud hostil. Este estilo atributivo se va
moldeando a través de la experiencia social del individuo. Por otra parte, las personas con una
autoestima exageradamente alta e inestable («narcisistas») son más propensos a experimentar ira y a
reaccionar de forma agresiva cuando sienten amenazada la elevada imagen que tienen de sí mismos.
■ ​Búsqueda de autoestima positiva​: Esta relación entre narcisismo y agresión contradice la
creencia popular de que las personas agresivas tienen baja autoestima y recurren a ese comportamiento
para aumentar su valía personal. En realidad, las personas con una autoestima negativa intentan
potenciarla buscando la aprobación y el apoyo de los demás, no volviéndose hostiles. Además, suelen
carecer de la voluntad de asumir riesgos y de la confianza en el éxito que se necesitan para embarcarse
en conductas agresivas. Sin embargo, la búsqueda de autoestima sí puede relacionarse con el
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comportamiento agresivo, incluso en ausencia de rasgos narcisistas: el deseo de demostrarse a sí


misma y a los demás que es alguien digno de respeto puede llevar a la persona a centrarse demasiado
en ella y pasar por alto las consecuencias de sus actos para los demás. Cuando las personas buscan
aumentar su autoestima mediante valores externos, es más probable que recurren a conductas
agresivas que cuando esa autoestima se basa sobre todo en valores internos, que suelen inhibir las
acciones abiertamente hostiles.
■ ​Autocontrol​: También conocido como «autorregulación», se trata de la capacidad de ajustar
la propia conducta a las normas que rigen en la sociedad o en un contexto concreto, y sirve como
inhibidor interno de la tendencia a reaccionar agresivamente ante estímulos instigadores o a recurrir a la
agresión para obtener un objetivo deseado. Además, los criminales muestran escaso autocontrol incluso
en conductas que no violan la ley (consumo excesivo de tabaco y alcohol, absentismo laboral).
■ ​Creencias personales​: se puede destacar las relativas a la autoeficacia. Las personas que
creen que pueden llevar a cabo determinadas acciones agresivas con éxito, y que esas acciones
producirán los resultados deseados, seleccionarán con mucha mayor probabilidad este tipo de
comportamientos. El mismo efecto tienen las creencias en la catarsis, que consisten en considerar que,

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agrediendo, uno se desahoga y se siente mejor. La creencia en un mundo justo puede llevar a la
persona a justificar la agresión y la violencia mediante el proceso de culpabilización de la víctima.
■ ​Diferencias de género​: Los hombres agreden más que las mujeres, aunque esa diferencia
sólo es importante en cuanto a la agresión física. Las mujeres eligen formas de agresión indirecta y
relacional más que directa y física. Esas diferencias se han explicado apelando a las presiones
evolutivas que tuvieron que afrontar nuestros ancestros, y también a las normas que rigen el
comportamiento de hombres y mujeres, normas que se aprenden durante el proceso de socialización.
El origen de las diferencias de género en agresión
Desde una perspectiva evolucionista, la existencia de tendencias de comportamiento agresivas en los seres humanos
actuales se debe a que fueron útiles durante la historia evolutiva de nuestra especie para afrontar las demandas del ambiente y
garantizar el éxito reproductivo. Pero esas demandas fueron diferentes para hombres y mujeres en algunos aspectos: los hombres,
para poder transmitir sus genes, necesitaban buscar una pareja que les fuera fiel y conservarla, para lo cual debían luchar contra
otros rivales y estar atentos a cualquier señal de infidelidad sexual; por su parte, las mujeres debían buscar una pareja que se
comprometiera a proteger a los hijos y a colaborar en la crianza, lo que también requería luchar contra otras rivales y prestar
atención a posibles señales de infidelidad emocional. Puesto que tanto los hombres como las mujeres necesitaban competir con
posibles rivales, la capacidad para la agresión era fundamental en ambos casos, pero las diferencias físicas entre los dos sexos
marcaron la selección de la modalidad agresiva: los hombres, al ser más fuertes y tener que competir con otros hombres,
desarrollaron la tendencia a la agresión física; las mujeres se especializaron en estrategias menos arriesgadas de agresión
indirecta y relacional, que no ponían en peligro su capacidad para criar y cuidar de su descendencia y, además, tenían el valor
adicional de dañar la reputación de las posibles rivales ante su propia pareja.
Desde un enfoque sociocultural, la conducta agresiva está regulada por los roles de género masculinos y femeninos
adoptados por las personas en el proceso de socialización. Mientras el rol de género masculino se asocia con la asertividad y la
dominancia, lo que facilita la agresión, el rol femenino está vinculado a características como ser afectuosa y mostrar sensibilidad a
las necesidades de los demás, que son incompatibles con las manifestaciones agresivas. Algunos resultados de investigación se
han interpretado como apoyo al enfoque de los roles de género.
En definitiva, aunque la explicación evolucionista y la basada en los roles sociales ponen el énfasis en diferentes
procesos subyacentes en las diferencias de género en agresión, realmente no son incompatibles. La primera se centra en los
factores que han podido actuar a lo largo de la evolución de la especie, y la segunda en las influencias socioculturales que se
producen en el curso del desarrollo de los individuos.

LA AGRESIÓN GRUPAL
La agresión que llevan a cabo los grupos tiene mucho en común con la agresión interpersonal:
puede surgir a partir de la activación procedente de la provocación, la frustración u otro estímulo
instigador, o por el deseo de alcanzar algún objetivo concreto; puede verse facilitada por la presencia de
claves situacionales que «priman» o preactivan pensamientos relacionados con la agresión; y puede
resultar potenciada también por la presencia de modelos agresivos, sobre todo en situaciones de
incertidumbre o estresantes. Un factor esencial y característico de la agresión grupal es el papel de las
normas favorables a la agresión que se desarrollan dentro del grupo. Esas normas suelen surgir de la
interacción grupal, y los miembros las interiorizan y ajustan su conducta a ellas, bien porque se sienten
identificados con el grupo o bien para evitar ser castigados o rechazados por él.
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Existen múltiples modalidades de agresión grupal. En unos casos, la agresión se produce en el


seno del grupo y, en otros, entre grupos distintos.
Algunos ejemplos de agresión grupal
Bullying​: es una forma de comportamiento agresivo caracterizado por un desequilibrio de poder entre el agresor y la
víctima y por tener lugar en un periodo de tiempo prolongado. Aunque muchas veces se lo considera un fenómeno interpersonal
(entre acosador y víctima), la mayoría de las veces implica a otras personas, que actúan como observadoras o como animadoras
del acosador, a menudo movidas por el miedo a represalias por parte de éste y porque piensan que el resto aprueba lo que está
pasando. Se produce así un proceso perverso, en el que el acosador, al no verse censurado por otros miembros del grupo, se
siente respaldado por ellos, de manera que puede acosar a su víctima con total impunidad. Por tanto, lejos de ser un problema
restringido a las características personales del acosador y de su víctima, se trata de un fenómeno claramente grupal.
Bandas violentas​: Son grupos bastante cohesionados, que se caracterizan por emplear diversos símbolos para
representar la pertenencia de sus miembros y que suelen presentar un elevado índice de actividad criminal, normalmente contra
otras bandas. Las más estudiadas son las bandas juveniles. Existen razones de tipo sociológico que impulsan a las personas a
unirse a este tipo de grupos, como el bajo nivel socioeconómico y la dificultad de acceso a determinados recursos y estatus que
ello conlleva. Pero también hay procesos psicosociales implicados. La pertenencia a una banda ofrece tanto beneficios
instrumentales (protección contra otras bandas) como simbólicos (participar del poder y el prestigio atribuido a la banda). Las
bandas suponen un medio de lograr una identidad social positiva. Esa identidad se consolida dentro del grupo mediante las normas

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compartidas, y es comunicada al exterior por medios simbólicos. La marginación asociada a este tipo de grupos facilita la
emergencia de normas sociales que hacen que la violencia y la conducta criminal sean aceptables e incluso imperativas. Esas
normas son transmitidas a los nuevos miembros mediante aprendizaje social y por la presión de los compañeros. Además, las
personas que se unen a una de estas bandas suelen tener antecedentes de comportamiento desviado.
Disturbios colectivos​: Son una forma de violencia colectiva que tiene lugar en contextos específicos y es llevada a cabo
por grupos sociales transitorios. El proceso psicosocial subyacente se conoce como «desindividuación». No se trata de una falta de
normas, sino de un cambio del foco de atención de las normas personales a las normas del grupo. Desde esta perspectiva, la
conducta colectiva es más agresiva que la conducta individual cuando el colectivo adopta normas que desinhiben el
comportamiento agresivo. Diversos estudios de casos de disturbios sugieren que estas formas de violencia colectiva sólo parecen
desreguladas y anárquicas vistas superficialmente; en realidad, suelen basarse en una estructura normativa que va evolucionando
dentro del grupo, como lo demuestra el que la agresión se limite a determinados objetivos y no sea indiscriminada.
Terrorismo​: Es una forma de violencia impulsada por motivos políticos, que puede ser perpetrada por individuos, grupos
o agentes estatales, y que pretende provocar sentimientos de terror e indefensión en la población con el fin de influir en sus
decisiones y modificar su conducta. Existe poca evidencia empírica de que los terroristas sufran trastornos psicopatológicos. Más
bien, lo que los estudios muestran es la importancia de procesos psicológicos como el aprendizaje de guiones agresivos por
exposición a la violencia y la búsqueda de una existencia significativa y de una identidad social positiva como bases
motivacionales. Las consecuencias del terrorismo para las personas que lo sufren o lo presencian afectan a las actitudes, a la
conducta, y a la salud mental, en forma de estrés postraumático.

PREVENCIÓN Y REDUCCIÓN DEL COMPORTAMIENTO AGRESIVO


Una de las estrategias, basada en el aprendizaje por condicionamiento instrumental, consiste en
«desaprender» a comportarse agresivamente. La idea es que, si el refuerzo positivo (premio) contribuye
a que se adquieran conductas, el castigo hará que dejen de realizarse. Sin embargo, para que el castigo
sea una estrategia efectiva tienen que darse una serie de condiciones: la persona tiene que percibir que
el castigo va a ser fuerte y probable; asociarlo a la conducta agresiva realizada y recibirlo antes de
disfrutar de los beneficios producidos por dicha conducta; por otra parte, a la hora de decidir si llevar a
cabo o no una acción agresiva, tiene que tener en cuenta los costes que dicha acción le supondría en
términos de castigo, y para eso su nivel de arousal no debe ser demasiado alto, porque impediría un
procesamiento deliberado; y, además, debe ver alguna alternativa de conducta. A parte de todo esto, los
castigos verbales y corporales pueden tener un efecto contraproducente al funcionar como claves
agresivas, activando guiones agresivos. Por todo ello, es más eficaz hacer hincapié en recompensar
comportamientos deseables que centrarse en penalizar los indeseables.
Desde la teoría del aprendizaje social se propone contrarrestar el efecto de los modelos
agresivos con la observación de modelos no agresivos, lo cual contribuye a la adquisición de pautas de
conducta alternativas, sobre todo si existe un feedback positivo tras la imitación. Por tanto, parece que lo
más efectivo es emplear estrategias reforzantes de la conducta prosocial.
Otras estrategias empleadas son: el entrenamiento en el ​manejo de la ira​, que parece funcionar
bastante bien, pero sólo con personas que son conscientes de que su comportamiento agresivo es
consecuencia de una falta de control de sus impulsos y están motivadas para mejorar en ese terreno; el
entrenamiento en ​autocontrol​, más general que el anterior; el entrenamiento en ​empatía​; y la
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incitación de respuestas afectivas y cognitivas incompatibles con la agresión​, que contrarresten


los efectos de los estímulos instigadores de agresión.
Pero lo más eficaz a largo plazo es trabajar con los niños, tanto en familia como en la escuela
(introduciendo la educación para la paz, enseñándoles desde pequeños estrategias no agresivas para
alcanzar sus metas, valores contrarios a la violencia).
Por último, una estrategia tan popular como ineficaz: la ​catarsis​. Existe la creencia generalizada
de que «desahogarse» mediante formas simbólicas de agresión reduce la probabilidad de comportarse
agresivamente. Sin embargo, se ha demostrado que esta estrategia es ineficaz y contraproducente.
Explicación: pensar que la agresión puede tener efectos positivos ya supone concederle un carácter
reforzante; la simulación mental de conductas agresivas sirve para practicar y afianzar guiones
agresivos; y los actos agresivos simbólicos sirven de claves que activan pensamientos y sentimientos
agresivos.

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