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Hace muchos años los chinos vivían en paz, gobernados por un anciano y sabio
emperador. Pero ocurrió algo terrible: los hunos, mandados por Shan Yiu, cruzaron la Gran
Muralla y entraron en China arrasándolo todo a su paso. El emperador ordenó que un hombre
de cada familia se incorporara al ejército. Cuando el emisario imperial llegó a casa de la
familia Fa, la joven Mulán protestó: su padre no podía combatir por culpa de una antigua
herida. El emisario, enfadado, la ordenó a callar. Pero Mulán no estaba de acuerdo. En su
familia sólo había un hombre.
Y ofreció a la joven el cargo de consejera. Pero Mulán no aceptó, porque nada deseaba tanto
como reunirse con su familia. Montó sobre Khan y partió al galope. Mulán abrazaba a su
padre, después de besar a su madre y a su abuela, cuando alguien apareció. ¿Quién?: Shang.
Él sentía algo especial por Mulán, y, además, el emperador le había dicho:
-Si yo fuera tú, no perdería una mujer como ella. ¡Hay muy pocas!
Poco después, en el templo familiar, Mushu hizo sonar el gong.
-¡Vamos a celebrarlo!-gritó.
Había conseguido el puesto de guardián.