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egún la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 promulgada por

la ONU en su artículo 19, consagra la libertad de expresión y de


opinión: “todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de
expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de
opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de
difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.
Abre paso así al entendimiento de una libertad informativa como función
social. Una libertad esencial para el ser humano actual, que pueda ser
capaz de acceder a su derecho de estar informado, pero este derecho debe
ser tratado con el mayor respeto y rigor, ya que ejercido de una forma
partidista y direccionada se puede convertir en un “arma intelectual” que
mueve y modifica sociedades al antojo de quién lo promulga.
Para que esto no ocurra están los periodistas y las empresas informativas
que filtran y relatan los hechos acaecidos en las diferentes culturas de las
que consta el planeta y para esto se deben dar condiciones democráticas
en las que se puedan dar informaciones y a su vez debe existir una
conducta tanto en el periodista como en la empresa para que se rija por una
conducta ética, en donde el rigor, la veracidad y el cumplimiento
democratizador de la información debe prevalecer sobre todo tipo de
interés.

La doctora en filosofía por la Universitat de Barcelona, periodista y


comunicadora social por la Universidad Católica de Chile, María Javiera
Aguirre Romero (Santiago de Chile, 1978) nos trae en su último
ensayo “Ética de los medios de comunicación” (Herder editorial), toda
una declaración de intenciones informativas, realizadas desde un rigor y un
estudio profundo en donde la libertad de prensa no asegura necesariamente
la libertad de expresión y esta no garantiza que el derecho a la información
sea satisfecho. Afirma María Javiera que los medios de  comunicación
deben cumplir con su función social o pueden correr el riesgo de
desaparecer como tales. De no recuperar su función fundamental, podrían
terminar siendo solo una fuente de entretenimiento más. Reivindicar esa
legitimidad aparentemente perdida, o al menos desfigurada, es el primer
paso para reconducir el trabajo de los medios con el fin de que cumplan su
función democratizadora, pues la vida, en las sociedades actuales,
determinadas por la globalización, la multiculturalidad y el tiempo impuesto
por las tecnologías exige, tal vez más que nunca, ciudadanos informados y
capaces de tomar decisiones.
María Javiera nos aproxima de forma fehaciente a definir en qué consiste la
ética de los medios de comunicación, pues tenemos que referirnos a tres
grandes aspectos que la delimitan: una ética aplicada, pues se aplica a los
contenidos; implica una ética profesional; asimismo involucra la ética de la
empresa de los medios.
El libro se articula en torno a tres grandes temas: la función legitimadora
de la actividad, es decir, el derecho a la información; el medio ético a partir
del cual se propone pensar esta función, la teoría de la responsabilidad de
Karl Otto Apel; las relaciones entre los agentes que participan de la
actividad: los periodistas, las empresas informativas, el entorno y el
ciudadano.
Siguiendo ideas clave de Habermas o Toqueville en donde las ideas para el
trabajo de los medios de hoy no se entienden de la misma forma que
cuando dieron origen a la prensa: verdad, libertad, democracia y
responsabilidad, son conceptos que deben ser revisados a la luz de las
nuevas necesidades. “El trabajo de la prensa se encuentra en entredicho en
parte porque en el siglo XXI la prensa funciona con categorías morales
vacías que no dicen nada respecto de su actuar moral”. Además Toqueville
decía que “un pueblo que quiere permanecer libre tiene el derecho de
exigir que a toda costa se respete la prensa, porque no solo modifica
las leyes, también costumbres”.
Desde una historia de la prensa apoyada en las teorías liberales que
ejercían una fuerte diferenciación entre los individuos y defendían su
derecho individual a estar informado. La prensa tenia encomendada la tarea
de satisfacer el derecho a estar informado para permitir a los ciudadanos
vivir en sociedad, elegir y colaborar en la conformación de la opinión
pública. El principal problema que hoy enfrenta la prensa es quizá su
aparente descrédito y falta de legitimidad del trabajo periodístico, así
como la ausencia de condiciones que lo resguarden adecuadamente para
enfrentar los desafíos de la industria mediática, afirma María Javiera.
La función política de la prensa es brindar información relevante, de calidad
y contextualizada, para vivir en sociedad, en condiciones de libertad y de
verdad. Solo los ciudadanos informados están en disposición de tomar
decisiones que, efectivamente, evitarán el abuso de poder, no solo de
quienes ostentan el poder político, sino también de multinacionales, bancos
o empresas entre otros. Por otra parte, la circulación de información
construye democracia en la medida en que el pueblo tiene información
suficiente para formarse una opinión propia y elegir a sus representantes o
denuncian el abuso de poder o el intento de manipulación de los
ciudadanos.
La libertad es condición de la información, así como la verdad; si la
información no se ha obtenido en libertad y su contenido no es verdadero,
no se está informado. La libre circulación de ideas es alimento
indiscutible para una prensa libre, pero no todo es información y no se
puede defender la libertad para decir cualquier cosa, sino para informar. La
libertad de expresión tiene limites y estos están en las otras personas,
en su libertad y dignidad.
Los periodistas deben velar por la correcta satisfacción del derecho de
los ciudadanos a estar informados: y obliga porque el poder sin la
observancia del deber es irresponsable. Por ello más allá de las
consecuencias de las acciones, el profesional debe anticiparse para evitar el
daño. La vida democrática exige información pero no de cualquier
tipo, sino la que los ciudadanos necesitan y les corresponde. Por ello, es
indispensable un periodismo de calidad con un compromiso ético en cada
uno de estos niveles, teniendo en cuenta la tarea pendiente de una
regulación adecuada del sector conforme a los desafíos actuales, así como
las condiciones necesarias para un periodismo virtuoso y de calidad.
El objeto de la ética periodística es regular el comportamiento de los
profesionales para salvaguardar la correcta satisfacción del derecho a
estar informado. Desde el punto de vista de la ética profesional del
periodista, la libertad de expresión queda al servicio de la satisfacción de
ese derecho. La prensa a través del trabajo de sus profesionales, genera
información o construcción mediática de la realidad e incluso se podría decir
que produce una provocación al público que, a su vez, reacciona volviendo
a ella, nueva información que volverá a procesar. El periodismo de calidad
ha de ser inteligible, entendible, de modo que efectivamente sea
información obtenida con rectitud, sea verdadera y sobre todo veraz.
La satisfacción del derecho a estar informado requiere de un sostén ético
que entienda y valore la vida democrática, y que mejor marco ético que uno
que tiene como eje la comunicación y cuyo principio ético consiste en
coordinar las acciones a través de los consensos alcanzados a través del
diálogo. Un diálogo esencial para ejercer la carrera de periodista, por ello,
este nuevo libro contribuye de manera eficaz y pragmática al estudio de la
información, de cómo debe ser tratada y transmitida. Un esencial para
todo aquel que se dedique al mundo de la comunicación o se vaya a
dedicar. Para que desde un principio tome unos principios esenciales de
una profesión de gran calado y vocación social, y que para aquellos que
llevamos y un tiempo nos invite a reflexionar sobre cómo es tratada la
información en nuestro entorno, una información que se canaliza cada vez
más en unos medios que están acabando en manos de los grandes
bolsillos, a costa de la calidad y la independencia. Estos “salvadores”
tienen tendencia a reducir efectivos y la mala costumbre de abusar de
poder, en algunos casos. Cómo solucionarlo: a parte de un sistema
empresarial diferente, debe prevalecer la ética informativa, una ética que
haga cumplir de forma clara, concisa e inteligible la función social de
informar de manera objetiva a la sociedad y por lo tanto contar la verdad, y
no como en El gran carnaval de Billy Wilder en donde Charles Tatum (Kirk
Douglas) un periodista sin escrúpulos que atraviesa una mala racha, razón
por la que se ha visto obligado a trabajar en un pequeño diario de Nuevo
México. Cuando un minero indio se queda atrapado en un túnel, Tatum ve la
oportunidad de volver a triunfar en el mundo del periodismo. Entonces, en
connivencia con el sheriff del pueblo, no sólo convierte el caso en un
espectáculo, sino que, además, retrasa cuanto puede el rescate. Un claro
ejemplo de ausencia total de ética.

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