Está en la página 1de 73

UNA MORTAJA

SERIE NEGRA
dirigida por
RICARDO PIGLIA
Charles WHllams

1. Dashlell Hammett y otros: CUENTOS POLICIALES DE LA SERIE NEGRA


2. José Giovannl: A TODO RIESGO
3. Horace McCoy: iACASO NO MATAN A LOS CABALLOS? 2a. edición
4. Dashlell Hammett: EL HOMBRE FLACO
5. José Glovannl: EL ULTIMO SUSPIRO
6. Raymond Chandler: EL SIMPLE ARTE DE MATAR
7. Horace McCoy: LUCES DE HOLLYWOOD
8. José Glovannl: ALIAS 'HO'
9.
10.
ll.
12.
David Goodls: AL CAER LA NOCHE
Dashlell Hammett: LA MALDICION DE LOS DAIN
José Glovannl: UN TAL LA ROCA
Raymond Chandler: VIENTO ROJO
UNA MORTAJA
13. James Hadley Chase: EVA
14. Charles Wllllams: UNA MORTAJA

EDITORIAL TIEMPO CONTEMPORANEO


BUENOS AIRES
T{tulo del original inglés
THE SAILCLOTH SHROUO
I
Traducción
FLOREAL MAZIA
Me encontraba en la punta del palo mayor del Topaz, en un
Tapa
CARLOS BOCCARDO
baso, cuando el coche policial entró en el astillero, a eso de las
once de la mañana del sábado. El astillero no funciona los
sábados, de modo que no había nadie por ahí, salvo yo y d
sereno, afuera, en el portón. El coche se detuvo cerca del extre-
mo del muelle al cual se encontraba anclado el Topaz, y dos
hombres descendieron. Los miré sin .mucho interés, y seguí con
mi trabajo, que consistía en lijar el palo del cual se había eli-
minado el barniz viejo. Lo más probable era que buscasen a
algún tipo exuberante del camaronero, pensé. Era el Leila M, la
única embarcación que había en el astillero, en ese momento,
aparte de la mía. ·
Pero salieron al muelle, bajo el sol ardiente, y se detuvieron
frente al palo mayor, para mirarme. Usaban trajes de tela liviana
y sombreros de paja, blandos, y tenían la camisa arrugada por
la transpiración.
- ¿Usted es Rogers? -preguntó uno de ellos. Era de media-
na edad, de rostro cuadrado, rubicundo, e inexpresivos ojos
grises-. ¿Stuart Rogers?
- En efecto - respondí.,-. ¿En qué puedo serles útil?
- Policía, queremos hablar con usted. ·
-Adelante.
- Baje.
Me encogí de hombros y me guardé el papel de lija en un
bolsillo de los pantalones de trabajo. Desaté el cabo, solté la
cuerda y me dejé caer sobre el puente. El sudor me adhería a la
cara y el torso el polvo de la operación de lijado. Me pasé un
pañuelo y conseguí sacar un poco de él. Bajé al muelle, me
metí un cigarrillo en la boca y ofrecí el atado a los hombres.
Los dos menearon la cabeza.
- Yo me llamo Willetts -dijo el de más edad-. Este es mi
IMPRESO EN LA REPUBLICA ARGENTINA socio, Joe Ramírez.
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723 Ramírez movió la cabeza en señal de afirmación. Era un hom•
ede todas las ediciones en castel lano by bre joven, de ojos azules sorprendentes en un rostro latino bien
EDITORIAL TIEMPO CONTEMPORANEO, S.A., 1973 parecido. Observó el Topaz con admiración.
Viamonte 1453 · Buenos Aires
7
- Linda· goleta, esa que tiene ahí. ,
- Queche ... - empecé · a decir, pero me in~errump1. ¿De ardía como vidrio líquido al sol, apenas quebrada por la ola de
qué servía que nos metiéramos en eso'/ - Gracias. ¿Para qué proa de un buque-tanque cargado que se dirigía hacia alta mar,
querían verme? . , desde una de las refinerías situadas más arriba. Keefer no era un
- ¿Conoce a un hombre que se llama Keefer? - inquirio encanto, Dios lo sabía muy bien, y yo no le había tenido
Willetts- . mucho aprecio, pero... Resultaba difícil aceptarlo.
- Por supuesto. - Hice chasquear el encendedor y sonreí- . - Vamos - dijo Willetts- . ¿Quiere cambiarse de ropa?
¿Consiguió volver a meterse en una celda? - Sí. - Lancé el cigarrillo al agua con un papirotazo y volví
Willetts pasó por alto la pregunta. a subir' a bordo. Los detectives me siguieron hasta abajo. Se
- ¿Hasta qué punto lo conoce? quedaron mirando mientras yo tomaba una muda de ropa y una
- Hasta lo que permiten tres semanas de contacto - res- toalla del cajón, debajo de uno de los camastros de la cabina de
pondí- . Señalé el queche con la cabeza. Me ayudó a traerlo popa. Cuando volví a subir por la escala de cámara Willetts
desde Panamá. preguntó: '
- Descríbalo. - ¿Tiene un cuarto de baño aquí?
- Tiene unos treinta y ocho años. Cabello negro, ojos azules. - En este momento no hay agua a bordo - repuse- . Uso el
Uno setenta y cinco, más o menos; ochenta a oc_henta y cinco lavatorio del astillero.
kilos. Tiene un diente roto adelante. Y un tatuaje en el brazo - Ah. - Volvieron al puente y me acompañaron hasta el
derecho. Un corazón, con un nombre de mujer adentro. Do- muelle, bajo el húmedo caJor de la costa del golfo- . Lo espera-
reen Charlene... uno de esos. ¿Por qué? remos en el coche - dijo Willetts- . El lavatorio se encontraba
Era ~orno volcar información en un agujero del suelo. No recibí en un ed'ficio bajo, pegado a un extremo del taJler de máqui-
nada en cambio, ni siquiera una modificación de la expresión. nas, a la derecha y más aJlá de las gradas. Me desnudé y me di
- ¿Cuándo lo vio por última vez? una ducha. ¿Podía ser Keefer el mu~rto del que hablaban? Era
- Hace un par de noches, me parece. un borracho y resultaba muy posible que lo hubieran asaltado,
- ¿Le parece? ¿No lo sabe? ¿pero por qué matarlo y arrojarlo a la bahía? Y en esos mo-
Empezaba a gustarme muy poco su_ a~titud, per_o me lo guardé. mentos, de cualquier manera, no podía tener más que unos
Responder a los ladridos de los pohcias es un Juego de tontos. pocos dólares. Lo más probable era que no fuese Keefer.
- No lo anoté en el libro de bitácora, si se refiere a eso 1:fe sequé con la toalla y me puse un par de pantaJones descolo-
- dije- . Pero déjeme pensar. .. Hoy es s~bado, de modo que tiene ndos, !avables, zapatillas y una camisa blanca de mangas cortas.
que haber sido el jueves por la noche, mas o menos a medianoche. Despues de volver a colocarme el reloj en la muñeca, me guardé
Los detectives intercambiaron·miradas. la cartera, los cigarrillos y el encendedor, llevé lós pantalones de
- Será mejor que venga con nosotros - dijo Willetts-. trabajo a bordo del Topaz y cerré el candado de la cubierta de
- ¿Para qué? escotilla.
- Para verificar una identificación, en primer lugar... Conducía Ramírez. El viejo sereno levantó con curiosidad la
- ¿Identificación? mirada de su revista, cuando pasamos por el portón. Willetts se
- La Patrulla de Puertos pescó un cadáver, esta mañana, de- dio vuelta en el asiento delantero.
bajo del ·Muelle siete. Creemos que puede ser su amigo Keefer, - Usted recogió a ese tipo Keefer en Panamá, ¿verdad?
pero no tenemos muchos elementos para afirmarlo. Encendí un cigarrillo y asentí.
Lo miré con la boca abierta. - No llegó a tiempo para la partid de su barco en CristóbaJ
- ¿Quiere decir 9-ue se aho~ó? . , y quería regresar a Estados Unidos. '
- No -respondio con laconismo- . Alguien lo mato. - ¿Por qué no tomó un avión?
- Ah - diie- . Más allá del astillero la superficie de la bal1ía - No tenía. dinero.
- ¿Cómo?
8
9
nero que Keefer, pero no creo que nunca haya sido un profesio-
nal.
_ No tenía dinero para un pasaje de avión. ...:. ¿Usted y Keefer tuvieron algún problema? ·
- ¿Cuánto le pagó usted? -No.
_ Cien dólares, ¿por qué? , . d l Los pálidos ojos se clavaron en mi cara, tan inexpresivos como
,
Willetts no respondió. El coche cruzo a toda vel~~da ~s vias bolitas.
del ferrocarril y se internó en el distrito de depositos e mdus- - ¿Ninguno? Por lo que decía el periódico, fue un viaje
trial paralelo a los muelles. ., l bastante accidentado.
_ No lo entiendo -dije- . ¿No ha~í~ identificac1on a guna en - No fue una merienda campestre - contesté-.
el cadáver que .encontraron en ~a bah1a. - ¿No tuvieron una pelea, o algo por el estilo?
-No. - No. Oh, le jaboné la cabeza por rifar la vela mayor, pero
_ •y entonces por qué piensan que pue de ser Keef,er?• no se lo puede llamar una pelea. Se lo merecía, y lo sabía.
_ ~ay un par de cosas - dijo Willetts, seco-. ¿Este era su El coche se detuvo un instante para esperar el cambio de las
puerto de destino? luces de tránsito, y viró, serpenteando por entre los vehículos
_ No lo creo - contesté- . Me dijo que había sal'd d Fil
1o e a- del centro.
delfia. ,? - ¿Qué es eso de la vela?
- · Qué más sabe acerca de el. .
_ ts marineró de primera. Su nombre _c?mpleto es Franc1s - Un asunto técnico. Digamos que se equivocó y la arruinó.
L Keefer pero por lo general se lo conoc1a con el. apodo de Fue inmediatamente después que murió Baxter, y yo estaba
BÍack.ie. Por lo que parece, era un tipo de vida a_gitada, que nervioso, de modo que le grité.
había tenido problemas con el sindicato, porque vanas veces no - ¿No mantuvo contacto con él desde que llegó?
llegó a tiempo para embarcarse. Esa vez esta~~ en. un car~e~o - No, no lo vi desde que le pagué, salvo unos pocos minu-
de cabotaje que viajaba hacia San Pedro. BaJO a tierra en ns- tos, anteanoche.
t, bal se e~borrachó y terminó en una cárcel del lado pana- El coche aminoró la marcha y bajó una rampa para entrar en
~eñ~ en Colón. El barco zarpó sin él. un cavernoso garaje, en un sótano, en el cual se veían estacio-
- ¿De modo que le pidió trabajo? nados varios coches patrulleros y una ambulancia. Nos desli-
- Así es. d • zamos en un compartimie nto numerado y descendimos. Al otro
_ Un tanto extraño, ¿no es cierto? Q mero
.
ec1r que no es lado del garaje había un' ascensor, y a la izquierda de él un
habitual que los marineros mercantes se embarquen e~ cacha- corredor oscuro. Willetts abrió la marcha por el corredor, hasta
rros como el suyo, ¿no es así? Uegar a una puerta situada a la derecha. Adentro había una fría
_ No pero creo que usted . no me entiende bien. El estaba habitación de hormigón enjalbegado, con una lamparita sin pan-
encallad~. Sin un centavo. Apenas tenía la ropa que usaba, y el talla. A ambos lados estaban las bóvedas que eran los aterra-
temblor del whisky, y eso era todo. Tuve que adelantarle vemte dores archivos de los muertos anónimos y no reclamados de la
dólares para comprarse un par de pantalones y otros elementos ciudad, y en el extremo •más lejano una escalera llevaba al piso
para el viaje. de arriba. Cerca de• la escalera había dos o tres mesas metálicas,
_ ¿y sólo estaban los tres? ¿'(_\sted y Keefer, Y ese o t ro esmaltadas, con ruedas, y un escritorio ante el cual se encon-
tipo, el que murió en 1 mar? ¿Cómo se llamaba? traba sentado un anciano de chaquetilla blanca. Se puso de pie
7
- Baxter -respond1-. y se acercó a nosotros, llevando en la mano una tablita con una
- ·También él era marinero mercante? pinza.
_ ~o. Era un empleado de no_ ~ qué. Contador, me pa- - Cuatro - dijo Willetts- .
rece ... aunque es apenas una supos1c1?n. . ? El anciano tiró del cajón, que se deslizó sobre sus rodillas. El
_ ¡Pero como! , ¿no le dijo en que trabaJaba. , .
_ No hablaba mucho. En realidad era dos veces mas mar1•
11
10
.xiante, y sentí que el sudor me perlaba el rostro. Quería dejar
cadáver estaba cubierto por una sábana. Ramírez tomó una de ver a Keefer.
punta de ella en la mano, y me miró. - ¿Por qué diablos lo golpearon de esa manera·? ¿Eso fue lo
- Si tomó un desayuno, aférrese a él. que lo mató?
Tiró de la sábana hacia atrás. Contra mi voluntad, inspiré pro-
fundamente, y el sonido apenas se escuchó én medio del silen- Willetts encendió un fósforo con la uña del pulgar y exhaló una
cio. No era bonito. Luché contra la repugnancia que crecía bocanada de humo.
dentro de mí, y me obligué a mirar de nuevo. Era Blackie, en - Lo golpearon con una pistola. Y lo mataron con un golpe
efecto; había muy pocas dudas en ese sentido, a pesar de la en la nuca. Pero deje que las preguntas las hagamos nosotros,
ruina de su rostro. Es claro que no se veía sangre - el agua la ¿eh? ': no trate de ocultarme nada, Rogers; podemos hacer
había lavado hacía tiempo-, pero la falta de ella no hacía nada que ans1e no haber nacido.
para aminorar el horror de la paliza que había sufrido antes de Sentí un leve aletazo de ira, pero lo contuve.
- ¿Por qué cuernos habría de ocultarle nada? Si puedo ayu-
morir. dar en alguna forma, me alegraré de hacerlo. ¿Qué quiere
- ¿Y bien? - preguntó Willetts con su voz monocorde, nada
saber?
emotiva- . ¿Es Keefer? - Quién es usted, por empezar. Qué hace aquí. Y cómo fue
Asentí. que estaba con ese barco en Panamá.
- ¿Y el tatuaje?
Ramírez retiró la sábana del todo y dejó el cadáver al desnudo. - Lo co~pr~ en la zona del Canal - respondí- . Saqué la
En un antebrazo se veía el contorno azul de un corazón con el cartera y fm de1ando caer los documentos de identificación so-
nombre de Dar/ene escrito oblicuamente sobre él, en letras ro- bre_ la mesa: licencia de conductor de Florida, tarjeta de verifi-
jas. Entonces era cierto. Me aparté, mientras recordaba un puen- cación de licencia de la Comisión Federal de Comunicaciones
te que se sacudía, y una lluvia azotada por el viento, en tanto de socio de un club deportivo de Miami Beach y de la Cámar~
que yo tomaba a Keefer de la empapada camisa y lo sacudía, de Comercio de Miami. - Willetts tomó nota de la dirección- .
maldiciéndolo. Lo siento, Blackie. Ojalá no lo hubiese hecho. Soy el dueño de la goleta Orion. Está en el ancladero de yates
· - ¿No hay dudas'! - inquirió Willetts- . ¿Es el tipo que trajo de la ciudad, en Miami, y hace cruceros, por contrato, hacia las
de Panamá? Bahamas . ..
- No hay duda alguna - respondí- . Es Keefer. - ¿Y para qué compró otro?
- Bueno. Vamos arriba. - Estoy tratando de decírselo, si me lo permite. El verano es
La habitación estaba. en el tercer piso; era un cuartucho sin una estación de poco movimiento, desde ahora hasta finales de
ventilación, con una ventana sucia que daba al techo de un octubre, y el Orion está arrendado. Me enteré de ese negocio
edificio vecino, de granza calcinada por el sol. Los únicos mue- del. Topaf, por intermedio de un vendedor de yates que es
bles· eran unos archivos de acero, una mesa que ostentaba las amigo mio. Unos muchachos de OJ<lahoma, con fortunas petro-
cicatrices de viejas quemaduras de cigarrillos y varias sillas de lera~, , lo_• compraron hace un par de mese~ y partieron hacia
respaldo recto. Tahih sm preocuparse de averiguar si podían cruzar la bahía
Willetts se dirigió a Ramírez. Biscayne en un barco. Con un poco de suerte, se las arreglaron
- Joe, decile al teniente que estamos aquí. . para llegar hasta el Canal, pero ya se sentían hartos de esplen-
Ramírez salió. Willetts dejó caer el sombrero sobre la mesa, se dor Y romance, y de pasarse mareados las veinticuatro horas del
quitó el saco y se aflojó el cuello de la camisa. Después de sacar día, · de modo que lo dejaron allí y volvieron en avión. Yo
un atado de cigarrillos del saco, lo colgó ael respaldo de una de estaba familiarizado con la embarcación, y sabía que podía con-
las sillas. seguir _el doble del precio en Estados Unidos, de modo que pedí
-- Siéntese. un p~estamo al banco, me trepé al vuelo siguiente de la Pan
Me senté ante la mesa. El ambiente de la habitación era asfi- Amencan, lo inspeccioné y lo compré . .

13
12
- ¿Por qué lo trajo aquí, en lugar de llevarlo a Florida?
- Hay mejores posibilidades para una venta rápida. Miami
·e stá siempre repleta de barcos.
- Y tomó a Keefer y a ese hombre Baxter para que lo
ayudaran? 11
- Así e~. _Es demasiado barco para que lo gobierne uno solo,
y en definitiva navegar solo es n•da más que una exhibición. Sacudí la cabeza, aturdido.
Pero a los cuatro días de salir de Cristóbal Baxter murió de un -:-- ¿No lo entiendo. ¿Está seguro de eso?
ataque cardíaco. . . '
- Por supuesto que estamos seguros. ¿De dónde cree que
- I-,eí la crónica en el diario -dijo Willetts- . Se sentó y sacamos la primera pista para la identificación? Teníamos un
ªP?Yº los brazos sobre la mesa. Muy bien, pasemos a Keefer. Y cadáver sin nombre. Tránsito tenía un Thunderbird abollado,
quiero saber de dónde sacó todo su dinero. con chapas de alquiler, que alguien abandonó después de blo-
Lo miré. quear con él una boca de incendio, y una denuncia presentada
- ¿Dinero? No tenía... por la Agencia Willard de Alquiler de Coches. El gerente de la
- ¡Ya lo sé, ya lo sé! - me interrumpió Willetts-. Ya me lo Willard nos dio una descripción y una dirección local, en el
dijo varias veces. Lo recogió en la playa, en Panamá, con el hotel Warwick, lo mismo que un nombre. Sólo que este Francis
rabo entre las piernas. No tenía ni un centavo, ni equipaje, ni Keefer que todos están tratando de encontrar faltaba de su
ropa, aparte de la que llevaba puesta. Y le pagó nada más que habitación desde el jueves, y se parece mucho al fiambre que
cien dólares. ¿Es así? tratamos de identificar. Se la pasó distribuyendo enonnes pro-
- Sí. pinas en el Warwick, y le dijo a uno de los botones que acababa
Willetts hiz~ un ademán con el cigarrillo. de llegar de Panamá, en un yate partiéular, de modo que al-
- Bueno, tiene que pensarlo. mejor. Da la casualidad de que guien se acordó de la crónica del Telegram del miércoles. En-
sabemos que cuando bajó a tierra tenía entre tres y cuatro mil tonces lo buscamos a usted, entre otras cosas, y nos viene con
dólares. esta historia de que Keefer era nada más que im marinero mer-
- Imposible. Estamos hablando· de dos personas distintas. cante, sin un cobre encima. Ahora bien. Keefer le mintió o
- Escuche, Rogers, cuando sacaron a Keefer de la bahía usted está tratando de engañarme. Y si es lo último, que Dios
tenía puesto un traje nuevo, de ciento setenta y cinco dólares.
Durante los últimos cuatro días había estado conduciendo un lo ayude.
Todo aquello era una locura.
Thunderbird_ ~quilad~, y se hospedaba en el hotel Warwick, que - ¿Por qué diablos habría de mentirle? - pregunté-. Y le
no es una p10Jera, creame. Y todavía es el fiambre más rico de digo que era un marinero. Dígame, ¿no estaban los documentos
la heladera. En el Warwick tienen guardado un sobre, a su nom-
bre, que contiene dos mil ochocientos dólares. Y ahora hable entre sus cosas del hotel?
- No. Apenas algunas maletas nuevas, y ropa nueva. Si tenía
usted. algún documento, debe de haberlo -llevado encima cuando lo
mataron, y lo eliminaron junto con el resto de su identificación.
Sabemos que tenía una licencia de conductor· de Pennsylvania.
Ahora están confirmando eso. Pero volvamos al dinero.
- Bueno, quizás había abierto una cuenta de ahorro en algu-
na parte. Admito que no parece muy de Keefer. . . .
- No. Escuche. Usted ancló aquí el lunes por la tarde. El
martes por la mañana estuvieron ocupados los dos en la oficina
del jefe de policía por el asunto de Baxter. De modo que el
14
15
martes por la tarde fue cuando le pagó a Keefer. ¿A qué hora - Cuan.do Baxter murió, hice un inventario de sus efectos
bajó dc:l barco? personales, y lo anoté en el cuaderno de bitácora. Tenía en la
- A las tres. Quizás un poco más tarde. billeter~ _un~s ciento setenta dó]ares. Están en la oficina del jefe
· - Bueno, ya ve. Si mandó a pedir ese dinero a alguna parte, de pohc1a, Junto con sus demas cosas, para entregárselas a sus
tiene que haber -pasado por un banco, y para esa hora ya esta- parientes más cercanos.
ban cerrados. Pero cuando llegó al Warwick, un poco después - Quizá Keefer le ganó de mano.
de las cuatro, ya llevaba el dinero encima. En efectivo. - Baxter no habría podido tener tanto dinero; no cabe duda.
:N:> entiendo - dije- . No sé de dónde puede haberlo sacado . Estaba igual que Keefer, como la arboladura de una goleta.
Pero sé que er~ un marinero. Puede confirmarlo en la oficina - ¿Arboladura de goleta?
del jefe de policía, y en la guardia costera. Tuvo que firmar, - Sin ropa ni equipaje. No dijo nada acerca de eso como no
como testigo, las anotaciones del cuaderno de bitácora, y las hablaba de ninguna otra cosa, pero se veía a las ~laras que
declaraciones juradas, de modo que ellos cuentan con un regis- pasa~a por una racha de mala suerte. Y viajaba en barco porque
tro de sus documentos. quena ahorrarse el costo del pasaje de avión. ¿Pero por qué es
.- Eso ya lo estamos investigando - interrumpió Willetts con tan importante el dinero, aunque no sepamos de dónde lo sacó
brusquedad- . Vea... ¿No puede ser que tuviese ese dinero en Keefer? ¿Qué tiene que ver con el hecho de que lo mataran a
el barco sin que usted lo supiera? golpes y lo arrojaran a la bahía?
- Por supuesto. Antes que Willetts pudiese contestar, apareció Ramírez en la
- ¿Cómo? No es un barco muy grande, y ustedes navegaron puerta. Lo llamó con la mano, y Willetts se puso de pie y salió.
durante más de dos semanas. Pude escuchar el murmullo de sus voces en el corredor. Me
- Bueno, es claro que yo no revisé sus cosas personales. acerqué a la ventana. Una mosca zumbaba con inútil monotonía
Puede haber estado en el cajón de abajo de su litera. Pero sigo contra uno de los vidrios sucios, y .el calor ondulaba sobre la
diciendo que no lo tenía. Llegué a conocerlo bastante bien, y ~~za del techo vecino. Todos parecían saber lo que estaban
no creo que tuviese ningún dinero. diciendo, de modo que sin duda era cierto. Y si uno conocía a
- ¿Por qué? Keefer, era muy de él, esa gran exhibición de dinero la borra-
- Por lo menos por dos razones. Si no hubiera estado seco, chera sin límites, y hasta el Thunderbird hecho pedazos: un
ni siquiera se le hubiera ocurrido trabajar para pagarse el pasaje adolescente de tr~inta y ocho años, con una fortuna inesperada
de regreso a Estados Unidos en un queche de doce metros. encima. ¿Pero de dónde la había sacado? Eso resultaba tan .
Keefer no era hombre de. barcos pequeños. No sabía nada de desconcertante como la brutalidad sin sentido con que lo mata-
velas, ni le importaba. Su idea en materia de navegación era la ron.
de hacer dieciocho nudos, duchas de agua dulce y horarios ex- . Los dos detectives volvieron y me indicaron, con una señal, que
traordinarios. De modo que si hubiese tenido dinero habría me sentase .
comprado un pasaje de avión... Aparte de que también podía - Muy bien - dijo Willetts-. Usted lo vio el jueves por la
gastárselo en una borrachera. Cuando yo lo encontré, no tenía noche. ¿Dónde fue, y cuándo?
ni siquiera para beber. Y necesitaba un trago. , - En una cervecería del puerto llamada Dominó -respon-
- Está bien. De modo que salió de Panamá con los bolsillos d1-. No está lejos de la dársena, a un par de cuadras más arriba
vacíos y llegó aquí con cuatro mil dólares. Ya veo que elegí un Y al otro lado de las vías. Creo que la hora era más o menos las
mal oficio. once y media. Yo había ido a ver una película, y volvía al
- ¿Cuánto dinero tenía usted a bordo? barco. Me detuve para beber una cerveza antes de subir a
- Unos seiscientos. bordo. Keefer estaba allí, con alguna chica que se había levan-
- Entonces debe de habérselos sacado a Baxter. tado.
Sacudí negativamente la capeza. - ¡,Había alguien más con él, aparte de la chica?

16 17
Se volvió hacia mí.
-No. - ¿Keefer y usted salieron juntos del bar?
- Díganos qué sucedió. . . . - Nó. El salió primero. Después de beber el café. Se bambo-
- El lugar estaba bastante repleto, pero encontré un asiento leaba mucho, y yo tenía miedo de que cayera en alguna parte,
ante el bar. En el momento de recibir la cerveza, miré en torno, de modo que traté de que me permitiera llamar un taxi para
y vi a Keefer y a la chica en un compartimiento, a mi espalda. que lo llevase al lugar en que se hospedaba, pero no aceptó.
Me acerqué y le hablé. Cuando insistí, se enfureció. Dijo que no necesitaba ninguna
Estaba bastante bebido, y la muchacha apenas un poco maldita nodriza; cuando yo usaba paflales, él ya sabía beber sin
menos que él, y discutían. embriagarse. Salió tambaleándose. Yo terminé mi cerveza y me
- ¿Cómo se llamaba ella? fui unos diez minutos después. No lo ví por ningún lado.
- No nos presentó. Me quedé un momento y volví al bar.. - ¿Alguien lo siguió cuando salió?
- Descríbala. - No. Por lo menos que yo sepa.
- De tipo descarado. Una rubia delgada, de veintitantos. - ¿Y eso fue un poco antes de las doce?
Aros colgantes, cejas depiladas, demasiado maquillaje. ~reo que Lo pensé.
dijo que era cajera de un restaurante. E11 que, atend1a el bar - Sí. En verdad, el sereno del turno de las cuatro hasta la
parecía conocerla. medianoche acababa de ser relevado cuando yo llegué al portón,
- ¿Se fueron primero ellos o usted? , y todavía estaba allí, hablando con el otro.
- Se fue ella, sola, unos diez minutos después. No se por - ¿Y supongo que lo vieron?
qué discutían, pero de pronto se puso de pie, le gritó y salió. - Seguro. Tomaron nota de mi entrada.
Entonces Keefer se acercó al bar. Parecía aliviado de haberse - ¿Volvió a salir esa noche?
librado de ella. Hablamos durante un rato. Le pregunté si ya se Sacudí la cabeza en seflal de negación.
había anotado en la bolsa de trabajo, y dijo que sí, pero que - No salí hasta las seis y media de la maflana siguiente, para
conseguir un embarque llevaba tiempo. Me preguntó si había desayunarme.
recibido alguna oferta por el Topaz, y cuándo me parecía que Willetts· se volvió hacia Ramírez.
el astillero terminaría con él. - Está bien Joe ... -Este salió- .
- ¿Exhibía dinero? - ¿No hay forma de entrar en el astillero o salir, si no es
- No, a menos de que lo haya hecho antes que yo llegase. pasando por delante del sereno? -interrogó Willetts- .
Mientras estábamos sentados ante el bar, pidió una vuelta de - No lo creo - contesté- .
bebidas, pero yo no quise dejarlo pagar, pues pensaba que no Ramírez volvió con una hoja de papel. Se la entregó a Wi-
tenía dinero. Cuando terminamos, quiso pedir má,s, pero ya lletts.
había bebido demasiado. Traté de hacer que comiese algo, pero - Coincide, en efecto.
no tuve mucha suerte. El lugar es una especie de parada de Willetts la miró, pensativo, y asintió. Se dirigió a mí:
estibadores, y al fondo hay un pequefio mostrador para c_omer. - ¿El barco ese está cerrado?
Lo llevé allá y pedí una hamburguesa y una taza de cafe para - Sí -contesté-. ¿Por qué?
él. Bebió el café ... - Déle la llave a Joe, queremos inspeccionarlo.
Un momento - interrumpió Willetts-. ¿Comió algo de la Lo miré con frialdad.
hamburguesa? - ¿Para qué?
- Un par de bocados. ¿Por qué? - Esta es una investigación de un asesinato, amigo. Pero si
Los dos se miraron, sin prestamie atención. Ramí_rez se volvió insiste, conseguiremos una orden. Y lo encerraremos hasta que
para salir, pero Willetts sacu'dió la cabeza. terminemos de corroborar su relato. Hágalo como quiera, por
- Esperá un momento, Joe. P¡imero escuchemos lo que fal- las buenas o las malas ... Es cosa suya.
ta, y después podés pedirle ayuda al teniente para confirmarlo.

18 19
Me encogí de hombros y entregué la llave. Ramírez asintió - ¿Quizás algunos jóvenes matones?
1 1
con afabilidad, con lo cual anuló parte de la aspereza de los Willetts meneó la cabeza.
modales de Willetts. Salió. Willetts volvió a estudiar la hoja de - A esa hora 'de la mañana, imposible. A cualquier melenudo
papel, tamborileando sobre la mesa. Luego volvió a plegarla. que ande haciéndose el automovilista de carrera después de me-
- Su relato parece coincidir muy bien con esto. dianoche lo traemos aquí a toda velocidad. Y no tenía marca
- ¿Qué es? - inquirí- . , alguna en las manos; no golpeó a nadie. A mí me suena como
- El informe de la autopsia. Me refiero a esos dos bocados un trabajo de pesados profesionales.
de hamburguesa que comió. Siempre resulta difícil ubicar el
momento de la muerte, después de ,tanto tiempo, y en especial - ¿Pero por qué lo mataron?
- Dígamelo ustd. - Willetts se puso de pie y tomó el som-
si el cadáver ha estado en el agua, de modo que el único ele- brero- . Vamos a la oficina. El teniente Boyd quiere verlo den-
mento que tenía como base era el contenido del estómago. Y
eso no sirve de nada si no se sabe cuándo comió por última vez. tro de un rato.
Pero si el hombre del mostrador del Dominó confirma lo que Seguimos por el corredor hasta una puerta del extremo. Aden-
usted dijo, podemos establecerlo con bastante exactitud. Keefer tro había una habitación larga, con varios escritorios y una
füe asesinado entre las dos y las tres de la mañana. batería de archivos de acero. El piso era de linóleo castaño,
- No puede haber sido mucho más tarde - dije- . No habrían maltrecho, encuadrado por tiras de bronce. La mayor parte de
podido arrojarlo en un muelle a la luz del día, y ahora amanece la pared del fundo estaba cubierta por especificaciones de
antes de las cinco. turnos y dos tableros de boletines, festoneados de n~ticias y
- Es imposible decir dónde lo tiraron - replicó Willetts- . circulares mecanografiadas. Un par de ventanas abiertas a
Eran las siete y media, esta mañana, cuando lo encontraron, de medias, en la derecha, daban a la calle. En el otro extremo una
modo que estuvo en el agua más de veinticuatro horas. puerta de vidrio esmerilado comunicaba, en apariencia, con una
Yo asentí. oficina interior.
- Con cuatro cambios de mare¡i. En verdad, tuvieron suerte Un hombre en mangas de camisa escribía un informe, a máqui-
de que subiese a la superficie tan pronto. na, en su escritorio; nos miró sin curiosidad y continuó con su
- Las hélices, dijo la Patrulla de Puertos. Algunos remolca- trabajo, El ruido del tránsito llegaba desde la calle para mez-
dores estaban llevando un barco al Muelle Siete, y lo impul- clarse con el aire inerte y sus rancios olores a polvo viejo y
saron a la superficie; alguien lo vio y lo llamó. humo de cigarro y sudorosa autoridad, acumulados a lo largo de
- ¿Dónde encontraron el coche? los años y de un millar de investigaciones pasadas. Willetts se-
- En la cuadra del trescientos de Armory. Es más de un ñaló con la cabeza una silla que se encontraba ante uno de los
kilómetro y medio desde la zona portuaria, y más o menos la escritorios desocupados. Me senté, preguntándome, con impa-
misma distancia desde el lugar en que se encuentra esa cerve- ciencia, cuánto tiempo más me demorarían allí. Tenía mucho
cería. Un patrullero lo encontró a la una y veinticinco de la que hacer a bordo del Topaz. Luego, con sentimiento de culpa-
mañana del jueves. Tiene que haber sido una hora y media bilidad, pensé en el rostro salvajemente mutilado de Keefer y
después que salió de la cervecería, pero no había nadie a la cubierto por una sábana. ¿Te quejas de tus problemas?
vista, de modo que no saben a qué hora sucedió. Puede haber Willetts acomodó la masa del cuerpo en una silla, detrás del
sido pocos minutos después que usted lo vio. El coche se trepó escritorio, sacó unos papeles de un cajón y los estudió durante
a la acera, derribó una boca de incendio, volvió a bajar a la un ·instante.
calzada y avanzó otros cincuenta metros antes de chocar de - ¿Keefer y Baxter se conocían? - preguntó--. Quiero decir,
nuevo contra la acera y detenerse. Puede haber sido nada más antes que se embarcaran con usted.
que un accidente de un ebrio, pero no me convence. Creo que - No - respondí-.
fue empujado a la acera por otro coche. - ¿Seguro?
20 21
- Yo los presenté. Por lo que sé, nunca se habían visto hasta
entonces. - Este es Rogers -dijo Willetts--.
- ¿A cuál de los dos tomó primero? Boyd se puso de pie y extendió la mano.
- A Keefer. Pero no conocí a Baxter hasta la noche anterior - I-le leído algo acerca de usted -dijo, lacónico-.
al día de nuestra partida. ¿Qué tiene que ver eso con el asesi- Nos sentamos. Boyd encendió un cigarrillo y habló a Willetts.
nato de Keefer? - ¿Encontró algo ya?
-; No sé. - Will~tts. volvió a su_ estudio de los papeles que - Identificación positiva de Ro,gers y del gerente de la em-
tema sobre el escntono- . En algun lugar de la ciudad resonó presa de alquiler de coch~s. También del botones del Warwick.
un silbato. Era mediodía. Encendí otro cigarrillo y me resigné a De modo que Keefer es un solo hombre. Pero nadie tiene la
e~~rar. Dos detectives entraron con una joveri que lloraba. Los mejor idea de dónde encontró todo ese dinero. Rogers jura que
01 mterrogarla en el otro extremo de la habitación. no podía tenerlo cuando salió de Panamá. -Siguió hablando, y
Willett~ apa!"1ó los papeles y se recostó contra el respaldo. repitió todo lo que-yo le había dicho- .
. - Sigo sm ent~mder ese asunto de que no pudiese llegar a Cuando terminó, Boyd preguntó:
tierra con el cadaver de Baxter. Hacía apenas cuatro días que - ¿Qué pasa con la confirmación de esta declaración?
habían salido del Canal. - Parece estar bien. Todavía no encontramos a la muchacha,
Suspiré. ótro de los que preguntan sin saber qué. No era sufi- pero el que atiende el mostrador por la noche, en la cervecería,
ciente con que la Guardia Costera le revisase a uno la garganta la conoce, y recuerda a los tres. Está seguro de que Keefer salió
p_or dentro; todavía tenían que venir con sus opiniones los gra- de allí más o menos a la hora que nos dio Rogers. Dice que
ciosos que no sabían distinguir una amura de estribor de un Keefer lanzó una cantidad de palabrotas cuando rechazó el taxi
rizo con cola de rata. En realidad era muy sencillo. Uno tenía que Rogers quería llamar, de modo que él mismo le dijo que se
que ser nada más que timonel, marinero, cardiólogo, fabricante calh:ra o se fuese. El sereno del astillero afirma que Rogers
de velas, em?alsamador, y un mago de primera clase, capaz de regre~ó a las doce y cinco, y que no volvió a salir. Ese trozo de
sacar _u!l~ bnsa del sombrero. Y -entonces me di cuenta, quizá hamburguesa coincide c9n el informe de la autopsia, y fija la
por v1gesrrna vez, que me mostraba demasiado a la defensiva y hora que lo mataron entre las dos y tres de la mafl.ana.
agresivo respecto de todo el problema. El recuerdo me ,dolía Boyd asintió. .
porque, por naturaleza, soy incapaz de soportar la sensación d; - ¿Y te parece que Keefer tenía estacionado el Thunderbird
desamparo, y había estado desamparado. fuera de la cervecería a esa hora? ·
- Todo eso está registrado - respondí con acento fatigado-. - Puede ser - admitió Willetts-.
Hubo una audiencia. . . -me interrumpí cuando sonó el telé- - Tiene sentido, de modo que Rogers debe de estar diciendo
fono en un escritorio vecino-. Willett.s lo tomó. la verdad sobre el dinero. Keefer no quería que viese el coche y
- Homicidios, Willetts... Si. .. ¿Nada? ... Sí... sí. .. - La se pusiera demasiado curioso. ¿Hay algo en el barco?
conversación siguió unos minutos más-. Y luego Willetts agre- - No. Joe dice que nada. Ni armas, ni dinero, nada. Pero eso .
gó: Está bien, Joe. Podés volv~r. - no es una prueba. ·
Dejó el aparato en su lugar y se volvió otra vez hacia mí. - No. Pero no tenemos motivos para retener a Rogers.
- Antes que me olvide, el sereno del astillero tiene sus llaves. •- ¿Qué le parece si lo tenemos hasta que hablemos con
Vamos a ver.'al teniente Boyd. · ' Miami? ¿Y hasta que recibamos de la Oficina un informe sobre
~a habitacióJ?, que había del otro lado de la puerta de vidrio esme- las impresiones digitales de Keefer?
rilado era mas pequeña, y contenía un solo escritorio. El hom- - No -dijo Boyd con sequedad-.
bre en mangas de camisa, sentado detrás de él tendría unos Willetts apagó el cigarrillo con furia.
treinta Y tantos años: hombros macizos, expr;sión de recio - ¡Pero maldito sea, Jim, hay algo que apesta en todo este
aplomo Y penetrantes ojos _grises, ni amistosos ni hostiles. asunto . . .!·
- . ¡Guardátelo! No podés arrestar a un mal olor.
22
23
l
1 I•
1
- Pensalo un momento! . - protestó Willetts- . Tres hombres
salen de Panamá en un barco, con unos ochocientos dólares en
total. Uno desaparece en mitad del océano y el otro baja a 111
tierra con cuatro mil dólares, y cuatro días después está muerto
él. ..
- ¡Un momento! - intervine- Si me está acusando de algo,
quiero saber de qué. Nadie "desapareció", como '?ce. usted. Por lo menos, pensé, taciturno, cuando salíamos del ascen-
Baxter murió de un ataque al corazón. Hubo una aud1enc1a, con sor el Edificio Federal tenía aire acondicionado. Si uno debía
un médico presente, y quedó establecido... pas~rse el resto de la vida sometiéndose a interrogatorios refe-
- Sobre la base de sus declaraciones. Y con un testigo que rentes a Keefer, por todos los organismos nacionales de aplica-
acaba de ser asesinado. ción de las leyes, resultaba de alguna utilidad contar con un
- ¡Basta! - ladró el teniente- . Movió una mano impaciente poco de comodidad. No porque tuviesen nada contra el calor en
hacia Willetts. Por favor, no tenemos jurisdicción en el Caribe. sí mismo. Me gustaban los países cálidos, siempre que estu-
La muerte de Baxter fue investigada por las autoridades com- vieran lo bastante lejos de la civilización como para eliminar el
petentes, y si ellas están conformes, yo también.. Y cuando yo uso de camisas que no hacían otra cosa que pegársele a uno
estoy conforme vos también. Ahora buscá a alguien que lleve a como una especie de película húmeda. Todo el día se había ido
Rogers de vuelta a su barco. Si lo necesitamos otra vez, podemos al demonio, pero esto era un progreso respecto del cuartel de
recogerlo. policía. .
Me puse de pie.
Miré de reojo, con desganada admiración, al Agente Especial
- Gracias - dije- . Me quedaré una semana más, por lo me- Soames: frío, eficiente y de traje impecablemente planchado. El
nos. Quizá dos.
sudor jamás sería un problema para este individuo; si le moles-
- Está bien -dijo Boyd. Sonó el teléfono en su escritorio e taba, lo apagaría. En los <;li.ez minutos trascurridos desde que lo
interrumpió el ademán de despedida para tomarlo. Salimos y
comenzamos a atravesar la oficina exterior. Antes de llegar al conocí en la oficina del teniente Boyd, no tenía conocimiento
corredor nos detuvo la voz del teniente, a nuestras espaldas. · alguno de los motivos por los cuales deseaban hablar conmigo.
- ¡U~ momento! ¡Vengan aquí! · Pregunté cuáles eran, cuando estuvimos en la calle, y s~ me
Nos volvimos. Boyd había asomado la cabeza por la puerta ofreció una sonrisa amistosa y una seguridad afable y cortes de
de su oficina. que se trataba de un simple asunto de rutina. Lo discutiríamos
- Traé a Rogers de vuelta un minuto. . en la oficina. Soames tenía unos treinta y tantos aflos,. el cabe-
Regresamos. Boyd estaba al teléfono. llo cortado al rape, pero cualquier cosa juvenil e ingenua que
pareciera tener era superficial en todo sentido. Su mirada era
- Sí... Todavía está aquí. . .. En la oficina... Muy bien. helada y mortífera.
Dejó el aparato y me dirigió un movimiento de cabeza.
- Será mejor que vuelva a estacionarlo. Era el FBI. Seguimos por el corredor; mis suelas de goma crepe chirria-
Lo miré, intrigado. ban sobre las baldosas enceradas. Soames abrió una puerta de
- ¿Qué quieren? . vidrio esmerilado y se apartó para dejarme entrar. En el interior
había una pequeña antesala. Una mujer delgada, canosa, de traje
- ¿Le parece que alguna vez le dicen algo a alguien? Sólo
pidieron que lo retuviésemos hasta que pudieran enviar un hom- de hilo, escribía enérgicamente a máquina ante un escritorio en
bre aquí. el que se veía un teléfono y un tablero para derivar llamadas.
Detrás de ella se encontraba la puerta cerrada de una oficina
interior, y a la izquierda pude ver un pasillo sobre el cual daban
varias puertas más. Soames miró su reloj y escribió algo en el

24 25
libro que había en un escritorio pequeño cerca de la puerta.
Luego movió la cabeza con cortesía y dijo: pies, que compró en Cristóbal, zona del Canal de Panamá, el 27
- Por aquí, por favor. de mayo de este afio, por intermedio de Joseph Hillyer, comi-
Lo seguí por el corredor hasta la última puerta. La oficina era sionista de Miami, quien actuó en representación de los vende-
reducida, inmaculadamente limpia y fresca, con paredes de dores. ¿Es así?
color ver.de claro, linóleo gris marmolado y una ventana sobre - Así es.
la cual se inclinaban las tiras blancas de una cortina de c~losías. - Zarpó de Cristóbal el 1 de junio, a las diez y veinte de la
Había un solo escritorio con un sillón giratorio detrás de él. mafiana, en dirección a este puerto, acompafiado por otros dos
Una butaca, adelante, cerca de un extremo, daba de frente a la hombres que contrató como marineros de cubierta para el bar-
luz que entraba por la ventana. Soames la sefialó con la cabeza co. Uno era Francis L. Keefer, un marino mercante, que poseía
y me tendió cigarrillos. certificados válidos de marinero de primera, y de conocimientQs
- Siéntese por favor. Volveré en seguida. . de salvamento, según los números indicados; era norteamericano
Encendí un cigarrillo. Cuand9 guardé el encendedor en el bolsi- natiyo, nacido en Buffalo, Nueva York, el 12 de setiembre de
llo, dije con curiosidad: 1920. Ei otro era Wendell Baxter, ocupación o profesión no
- No lo entiendo. ¿Por qué Keefer le interesa al FBI? especificadas, pero supuestamente empleado; no poseía docu-
- ¿Keefer? - Soames estaba a punto de salir- , se detuvo en mentos de marinero de ningún tipo, aunque era evidente su
la puerta. familiaridad con el mar, y su conocimiento del manejo de em-
- Ah, esa es una cuestión para la policía local. barcaciones pequefias tales como un yate; su dirección se esta-
Lo miré sin entender. Si no les interesaba Keefer, ¿qué querían blecía en San Francisco, California. Cuatro días después de salir
saber? Soames volvió al cabo de un rato, con una carpeta de de Cristóbal, el 5 de junio, Baxter se desvaneció en cubierta
papel manila. Se sentó y comenzó a sacar el contenido: el cua- más o menos a las tres y treinta de la tarde, mientras orientab~
derno de b_iJácora que yo había llevado en relación con el viaje, un foque, y· murió unos veinte minutos después. Usted no pudo
la declarac1on firmada y autenticada respecto de la muerte de hacer nada para ayudarlo, por supuesto. No encontró medicina
Baxter y el inventario de sus efectos personales. alguna en su maleta, el botiquín del barco no tenía otra cosa de
Levantó la vista por un instante . . los elementos de primeros auxilios, y se hallaban a varios cente-
- Supongo que conoce todo esto... nares de millas del médico más cercano.
- Sí, es claro - respondí- ¿Pero cómo llegó aquí? ¿Y qué - Eso es -dije- Y si nunca vuelvo a sentirme tan impor-
desea de mí? · tante como entonces, no me resultará nada molesto.
- Nos interesa Wendell Baxter. - Soames sacó de la pila la Soames asintió. · ·
declaración autenticada y la estudió con expresión pensativa- . - Su posición, en ese momento, era 16,10 norte, 81,40
No tuve mucha posibilidad de analizar esto, ni su libro de bi- oeste, a unas 400 millas del Canal, y más o menos a unas 100
tácora, de modo que me agradaría recapitular los hechos con de la costa de Honduras. Es evidente que se encontraba por lo
usted, por un momento, si no le molesta. menos a .otros seis días del puerto norteamericano más cercano,
- En modo alguno -contesté-. Pero yo tenía entendido que de modo que viró en seguida para volver a la Zona del Canal
todo ese asunto estaba cerrado. La oficina del jefe de policía . . . con su cadáver, pero a los tres días se dio cuenta de que no
- Oh, sí -me aseguró Soames..,. Es que hemos tropezado llegaría a tiempo. ¿Las cosas son así, en esencia?
con una pequefia dificultad en lo que respecta a localizar a los - En tres días hicimos 85 millas -repuse- . Y la tempera-
parientes cercanos de Baxter y pidieron nuestra ayuda. tura, abajo, en la cabina, donde se encontraba el cadáver era
- Entiendo. superior· a los 32 grados.
Continuó hablando con voz enérgica. - ¿No podrían haberse dirigido hacia algún puerto de Hon-
- Usted es el dueño y capitán del queche Topaz, de cuarenta duras?
Esbocé un ademán de impaciencia.
26
27
1 1

1 I
- Todo esto ya lo discutí con la Guardia Costera. Había Baxter tuviera el ataque. Antes del atardecer pude ver que hacia
podi4o tratar de llegar a algún puerto de Honduras o Nicaragua, el este se formaba una borrasca. Parecía un poco peliaguda,
o seguir hasta Georgetown~ Gran Caimán, que estaba a menos pero yo no quería arriar más velas de las necesariás; dadas las
de 200 millas al norte. . . Sólo que no tenía autorización para circunstancias. De modo que dejamos todo como estaba, y sólo
ninguno de esos lugares. Báxter ya estaba muerto, de modo que pusimos un par de rizos en la mayor y mesana. O por lo menos
es dudoso que las autoridades portuarias lo hubiesen consi- empezamos. Estábamos terminando con la mayor cuando em-
derado una verdadera emergencia. Y si llegábamos sin autoriza- pezó a aletear un poco, y la lluvia cayó sobre nosotros. Corrí el
ción, sin carta de sanidad ni nada, llevando el cadáver de un timón para mantenerlo de proa al viento, mientras Keefer ataba
hombre que había muerto en el mar, de una enfermedad los últimos rizos y empezaba a levantar vela de nuevo. Supongo
no especificada... nos habrían metido en cuarentena y envuelto que la culpa fue mía por no vigilar, pero había rozado la línea
en papeleos burocráticos hasta que la barba nos llegara a las rodi- de la borrasca y cuando miré el palo mayor ya era demasiado
llas, Además de encajarnos una multa. Lo único que podía hacer tarde. Tenía tensa la driza y la llevaba al malacate. LE) grité que
era regresar. aflojara, pero no me escuchó debido a la lluvia. Lo que ocurrió
- ¿Y no tuvieron otra cosa que mala suerte, desde el co- fue que había mezclado un par de colas de rata, ató una de la
mienzo? segunda hilera con otra del lado opuesto de la tercera. Eso
- Vea - dije, acalorado- , lo intentamos. Lo intentamos hasta deforma la vela y acumula toda la tensión en un solo lugar. Fue
que no pudimos soportarlo más. Créame, yo no quería la res- un milago que no se hubiese soltado todavía. Volví a gritarle y
ponsabilidad de enterrarlo en el mar. En primer lugar, no resul- al cabo me escuchó y miró en tomo, pero no hizo más que
taría agradable frente a su familia. Y si no podíamos llevar el menear la cabeza, como si no entendiera lo que le decía. En el
cadáver a tierra para una autopsia, habría que organizar una momento en que salté detrás del timón y eché a correr hacia
audiencia de algún tipo para averiguar de qué había muerto. adelante, deslizó la punta en la cabria y le dio una vuelta, y ahí
Los entierros en el mar nada tienen de nuevo, por supuesto, en empezó todo. Se rasgó por completo.
especial en la época en que los barcos eran mucho más lentos "No teníamos otra a bordo. Los dueños anteriores embrolla-
que ahora, pero un barco mercante o naval que lleve entre ron todo el inventario de velas en el viaje al Canal. Habían
treinta y varios centenares de personas a bordo es. . . Bueno, dejado caer una mayor y un foque por la borda. Conseguí
una especie de comunidad en sí mismo, con alguien que cuenta remendar esa un poco, usando material de una estay vieja, pero
con aútoridad suficiente y decenas de testigos. Tres hombres me llevó dos días. Quizá no hubiera modificado nada, porque el
solos, en un barco pequeño, es algo muy distinto. Cuando sólo tiempo se arruinó por completo: calma chicha 1a mitad del
regresan dos, hace falta una explicación un poco mejor que la tiempo, con brisas de vez en cuando, que venían de todos los
• de decir que Bill cayó muerto y lo arrojamos por la borda. Esa puntos de la rosa de los vientos. Pero con esa mesana que
es la razón de un informe tan detallado sobre los síntomas del apenas era un pañuelo, y con estays y foque de t rabajo, era lo
acceso. - Lo redacté en cuanto me di cuenta de que probable- mismo que si hubiéramos tratado de llegar al Canal a remo.
mente tendríamos que hacerlo. Usamos el motor auxiliar hasta que no nos quedó ya nafta a
Soames asintió. bordo, y después, cuando no había viento, navegábamos a la
- Es bastante completo. En apariencia, el médico que lo deriva. Keefer no hacía más que quejarse y exigir que nos des-
analizó no tuvo dificultad en diagnosticar el acceso como una prendiéramos del otro; decía que no podía dormir en la cabina
forma muy clara de ataque cardíaco, y quizás de trombosis con un muerto. Y ninguno de nosotros podía hacer frente a la
coronaria. Me pregunto si querría informarme en pocas palabras idea de tratar de preparar comida alguna, con él depositado ahí,
sobre lo que ocurrió después que regresaron. delante de la cocina. Al cabo nos mudamos del todo a la cu-
- Por empezar -dije-, hicimos polvo el palo mayor. El bierta.
tiempo se había descompuesto esa mañana, aun antes que "El domingo por la mañana -8 de junio- supe que era

28 29
ll necesario hacerlo. Lo cosí en lo que quedaba del viejo estay,
Y el dolor era terrible, hasta que al cabo perdió la conciencia.
- Entiendo. -Los . ojos azules de Soarnes estaban . pensa-
con el plomo de la sonda atado a los pies. Creo que fue el más tivos-. ¿Quiere describírmelo?
desdichado de todos los funerales. No recordaba más de media - Yo diría que tenía unos cincuenta aflos. Más o menos de
docena de palabras del servicio de entierro en el mar, y a bordo mi estatura, 1,82. Pero muy delgado; dudo que pesase más de
no llevábamos biblia alguna. Nos afeitamos y nos pusimos ca- 70 kilos. Ojos castaflos, cabello castaflo corto, con muchas
.misa, y eso fue todo. Lo enterramos a la una de la tarde. La canas, en especial en las siénes, pero no ralo ni escaso. Cara
posición está anotada en la bitácora, y creo que es más o menos delgada, frente más bien alta, una buena nariz y estructura ósea,
exacta. El tiempo mejoró esa noche, y llegamos aquí el 16. muy tranquilo, de hablar suave... cuando decía algo. En una
Junto con el informe, entregué sus pertenencias personales a la película, uno le hubiera dado el papel de médico o abogado, o
oficina del jefe . de policía. Pero no entiendo por qué no pu- de director del departamento de inglés de una universidad. Ese
dieron encontrar a ninguno de sus familiares; su dirección está es el asunto, ¿entiende? No se mostraba altanero ni grosero en
allí, 1426, avenida Roland, San Francisco." lo que respecta a no hablar de sí mismo; sólo era reservado. Se
- Por desgracia - replicó Soames-, no existe tal avenida Ro- ocupaba de sus cosas, y parecía esperar que uno se ocupara de
land en San Francisco. las propias. Y como en apariencia pasaba por una racha de mala
- Ah - exclamé- . suerte, daba la impresión de que resultaría de mal gusto meterse
- De modo que teníamos la e~peranza de que usted pudiese en cosas de las que no quería hablar.
ayudamos. - ¿Y qué hay de su manera de hablar?
Fruncí el ceflo, y me sentí vagamente inquieto. Quién sabe por - Bueno, lo que más se destacaba es que hablaba muy poco.
qué, volvía a estar ante la borda, en ese día de calma aceitosa y Pero resultaba evidente que tenía una buena educación. Y si
de aplastante sol tropical, observando el cadáver envuelto en su existía alguna huella de acento regional, yo no la percibí.
mortaja de orlón, que se hundía por debajo de la superficie e - ¿No había nada de extranjero en todo eso? No me refiero
iniciaba su largo deslizamiento hacia el abismo. a eso de las comedias grotescas o del vaudeville, sino a alguna
- Espléndido - dije- . Yo tampoco sé nada de él. vacilación o torpeza en la formación de las frases.
- En cuatro días tiene que haberle dicho algo referente a su - No -respondí- . Era norteamericano.
persona. - Entiendo. .- Soames golpeó, meditativo, en el escritorio
- Se lo puedo repetir en cuarenta segundos. Me dijo que era con el extremo de un lápiz.- Ahora bien, usted dice que era un
ciudadano norteamericano, su hogar estaba en California, había marino experto. Pero no tenía papeles, y usted no cree que
llegado a la Zona del Canal por no sé qué trabajo que fracasó al haya sido nunca un marinero mercante, de modo que debe de
cabo de pocos meses. haber pensado al respecto. ¿Puede adelantar alguna suposición,
Quería ahorrarse el costo del pasaje de avión para volver a acerca de dónde acumuló ese conocimiento de mar?
Estados Unidos, y por eso viajaba conmigo. - Sí. Pienso decididamente que era dueflo de barcos propios,
- ¿No mencionó el nombre de ninguna firma, de ningún y que los tripulaba, quizá barcos de la clase de crucero costero
organismo del gobierno? y de carreras oceánicas. En rigor, un marinero mercante no
- Ni una palabra. Supuse que era un puesto de empleado o habría conocido muchas de las cosas que sabía Baxter, a menos
de ejecutivo de algún tipo, porque tenía ese aspecto. Y sus de que tuviera más de setenta aflos y hubiese navegado en vele-
manos eran blandas. ros. Keefer ofrecía un buen ejemplo. Era un marinero de pri-
- ¿Nunca habló acerca de una esposa? ¿Hijos? ¿Herma- mera clase; conocía la rutina de la navegación, y cómo empal-
nos? mar y manejar cabos, y sí se le daba un rumbo de la brújula
- Nada. podía timonear. Pero si uno navegaba a barlovento y no podía
- ¿No dijo nada durante el ataque cardíaco? trazar el rumbo, la mayor parte del tiempo se la habría pasado
- No. Parecía tratar de hacerlo, pero no le quedaba aliento.
31
30
clavado en el agua, sin darse cuenta. No tenía percepción.
Baxter st Era uno de los mejores timoneles que jamás he cono- o de un club de yates, o algo por el estilo. Llámenos si se le
cido. Además de un talento innato, hace falta, para ese, mucha ocurre algo de utilidad.
experiencia, que no se consigue en una granja o manejando - Por supuesto, cuente conmigo - respondí- . Pero no en-
lanchas .de motor o barcos de vapor. tiendo por qué me dio una dirección falsa. ¿Le parece que el
- ¿Sabía algo de navegación astronómica? nombre también era falso?
- Sí -contesté-. Es extrafío, pero creo que sabía. Quiero La expresión de Soames era cortés, pero indicaba que la conver-
decir que nunca lo mencionó, ni preguntó si podía usar el sex- sación había terminado.
tante y trabajar con él para practicar, pero no sé por qué, por - En verdad no tenemos motivos para pensarlo, que yo sepa.
la forma en que me miraba, quizá, se me ocurrió que sabía de
eso tanto como yo. O quizá más. Yo no soy un experto, no Caminé hasta encontrar un taxi frente al hotel Warwick. Du-
surgen muchas ocasiones para usarlo en las Bahamas. rante el viaje de diez minutos a través de la ciudad, hasta el
- ¿Empleó alguna vez un término que pudiese indicar que extremo este del puerto y el astillero de Harley, traté de encon-
era un ex oficial de la Armada? ¿Jerga de servicio, cualquiera trar algún sentido en todo ese asunto. Quizá Willetts tuviera
que fuese? razón, a fin de cuentas. Keefer podía haber robado el dinero de
- No. Por lo menos que yo recuerde en este momento. Pero la maleta de Baxter. Si se daba por sentado que éste había
ahora que lo menciona, casi todos los aspectos de su persona- mentido acerca de su lugar de procedencia, también podría
lidad coincidirían. Estoy muy seguro de que en la Academia haber mentido en todo lo demás. Y en rigor nunca había dicho
ensef'ían a los guardiamarinas a navegar a vela. que no tuviese dinero; apenas lo insinuó. Eso era lo malo de la
- Sí. Así lo creo. cuestión; jamás dijo nada. Se volvía más misterioso cada vez
- Pero no tenía un anillo de graduación. Ni de ninguna otra que uno lo miraba, y cuando se trataba de aferrarse de algo
clase. concreto, era tan incorpóreo como la neblina.
¿Pero y Keefer? Aunque no pudiese aceptar la premisa de
- ¿Entiendo que no había una cámara fotográfica a bordo? que era lo bastante miserable como para roba{le a un muerto,
- No - respondí-. cosa demasiado difícil de tragar- ., ¿cómo pudo ser tan estúpi-
- Qué lástima; una instantánea habría sido de gran utilidad. do? Quizás no fuese un gigante mental, pero tiene que habér-
¿E impresiones digitales? ¿Se le ocurre algún lugar de a bordo sele ocurrido que si Baxter llevaba encima.tanto dinero, alguien
en que pudiéramos encontrar algunas? Me doy cuenta de que tenía que saberlo, algún amigo o pariente, y cuando se descu-
han pasado dieciséis días . .. briese que el dinero faltaba, habría una investigación y acu-
- No. Dudo de que haya posibilidades. Hace cuatro d(as que saciones de robo. Y entonces se me ocurrió un pensamiento
está en el astillero, y todo ha sido lavado. inquietante. Hasta ese momento nadie había reclamado el di-
- Ya me doy cuenta. -Soames se puso de f)ie- . Bueno, nero. ¿Qué conclusión se podía sacar de eso? ¿Keefer lo supo
tendremos que tratar de encontrar en la Zona a alguien que lo antes de tomarlo? ¿Pero cómo podía saberlo? Me encogí de
conociera. Gracias por venir, Mr. Rogers. Puede que más tarde hombros y me di por vencido. Cuernos, ni siquiera había prue-
nos pongamos en contacto con usted, y le agradecería que vuel- bas de que Keefer hubiese robado algo.
va a pensar un poco en esos cuatro días, cuando tenga tiempo, El taxi traqueteó por sobre las vías. Descendí en la entrada
y anote cualquier otra cosa que recuerde. Está viviendo a del astillero y pagué al conductor. Ese extremo del puerto se
bordo, ¿no es cierto? encontraba envuelto en el silencio. en la tarde del sábado. A la
- Sí. derecha había otro astillero pequeño, ahora cerrado, y a unos
- A veces las asociaciones ayudan. Quizá le recuerde alguna ochocientos metros más allá el ancladero de yates de la ciudad,
observación casual que él haya hecho, el nombre de una ciudad, y Cuarentena, y luego las largas escolleras que se inte¡naban en

32 33
construcció n. Si no lo había vendido en diez días, lo entregaría
el golfo. A la izquierda estaban los cobertizos y ?1uelles donde a un comisionista, a un precio inicial de veinte, y volvería a
los camaroneros se apiñaban en una s~lva de m_astiles Y. de .redes Miami. El nuevo palo mayor me había costado demasiado, y no
colgadas. En la cuadra siguiente se ve1an las primeras terminales contaba con tener que reconstruir la refrigeradora, pero aun así
de vapores', los grandes muelles de hormigón y los diques que se
terminaría el asunto con menos de nueve mil de gastos.
extendían a lo largo de la parte principal del puerto.
Una ganancia de seis mil no estaba mal para menos de dos
El viejo sereno abrió al portón... . . meses de trabajo y un pequeño riesgo calculado. Eso represen-
- Aquí tiene la llave - d1Jo-. Me. hicieron acompañarlos
taría nuevas baterías y un nuevo génerador para el Orion. Un
mientras registraban el barco. No revolvieron nada. sillón de cuero y una mesa de teca en el salón... Bajé a cubier-
- Gracias - respondí- . ta. Guardé el balso y empecé a lijar el botalón.
- No dijeron qué buscaban - continuó, tanteando- . - ¡Mr. Rogers!
- A mí tampoco - dije- . Subí a bordo del Topaz y me Levanté la vista. El sereno me llamaba desde el extremo del
cambié de ropa en la cabina de ambiente asfixiante. Nada esta- muelle, y advertí con sorpresa que era el hombre del turno de
ba fuera de su lugar, hasta donde podía ver. Eran apenas las cuatro a medianoche, Otto Johns. Ni me había dado cuenta del
tres de la tarde , quizá todavía pudiese trabajar un poco. ~e tiempo transcurrido.
llené de papel de lija los _bol~illos de los pantalone~ , vo!v1 a •
- Teléfono - gritó- . Larga distancia desde Nueva York.
subir al palo mayor y contmue la tarea, donde la hab1a d~Jado,
un poco más abajo de la punta. Me sente en el_ balso, las p1em~s
alrededor del palo para sostenerme mientras alisaba la sup~r~c1e
con largas pasadas del abrasivo. Por el momento me olvide de IV
Keefer de Baxter y de todo ese enigmático embrollo. Aquello
me gu;taba más. Si no se p'bdía navegar, lo mejor, aparte de
eso, era trabajar en un barco, conservarlo! ~domarlo_ hasta_ que
¿Nueva York? Debía de ser un error, pensé, mientras caminaba
brillara, afinarlo hasta que pareciese algo v1V1ente. Casi sentl que por el muelle. No conocía allí a nadie que pudiese tratar de
era una lástima ofrecerlo en venta, ahora que empezaba a tomar
telefonearme. La oficina del sereno estaba al lado del portón,
forma. El dinero no tenía gran importanci a, aparte de que se lo
podía usar para el mantenimi ento y mejora~ien Jo del Orion con una puerta y una amplia ventana que daban al camino para
Miré hacia abajo, de proa a popa. T~rmmana dentro de tre_s coches. Johns puso el aparato sobre el mostrador de la ventana.
o cuatro días. Había sido reparado, raspado y pint_ado con anh- - Aquí tiene. . ·
hongo. El puente brillaba, blanco. Los palos y todo el r~sto del Lo tomé.
maderamen habían quedado al desnudo, y cuando terminase ~e - Hola. Habla Rogers.
lijar ése y el de mesana, les a_plicaría la primera capa de barniz. Era una voz de mujer.
Repasar las guías de los guardmes, remplazar las dnzas de fuera, - ¿Es el Stuart Rogers dueño del yate Topaz?
pasar nuevos cabQ_s de mayor y mesana, remplazar el estay de - En efecto.
proa con un trozo de acero inoxidab!e, darle al puente una - Bien. -Percibí en su voz un evidente alivio- . Luego conti-
mano de gris antideslizante, y eso sena todo. El. nuevo pal_o nuó, con_ voz suave: - Señor Rogers, estoy preocupada . No ten-
go todavía noticias de él-.
mayor llegaría el martes, y para ent_onces el astiller? _habr~a
reparado la refrigeradora, y la tendna a bordo. Quiza sena - ¿De quién? - pregunté sorprendid o-.
mejor que les diese un poco de prisa, en ese sentido, el lunes - Oh, lo siento - contestó ella- . Es que estoy muy inquieta.
Habla Paula Stafford.
por la ma11ana. , . , . ., Por la forma en que lo dijo, parecía que el nombre tenía que
Podía poner el anuncio en el period1c? el proxlffio m1~rc~les,
pensé. No era demasiado pedir 15.000 dolares, dado su diseno y explicarlo todo.

34 35
- No entiendo -dije-. ¿Qué desea? Fruncí el ceño. Era raro que Blackie no me lo hubiera mencio-
- El le habló de mí, ¿no es cierto? nado cuando me encontré con él en el Dominó.
Suspiré. , , • d - ¿Está seguro de que era Keefer?
_ Miss Stafford... o Mrs. Stafford... No se que quiere e- - Ese era el nombre que me dio. Un tipo de pelo negro.
cirme. ¿Quién me habló de usted? Dijo que era el que había viajado desde Panamá con usted. Le
- Se muestra cauteloso sin necesidad, Mr. Rogers. Le aseguro dije que usted se había ido al cine, y que no volvería hasta las
que soy Paula Stafford. Han pasado ya más de dos semanas, once, más o menos.
creo y todavía no tengo noticias de él. No me gusta nada. ¿Le - ¿Venía en un coche? - pregunté- . ¿Y había una mucha-
pare~e que puede haber ocurrido algo malo? , cha con él?
- Volvamos atrás y empecemos de nuevo - sugen- Me Johns sacudió la cabeza.
llamo Stuart Rogers, 32 años de edad, var9n, soltero, capitán de - Estaba solo. Y no ví ningún coche; por lo que sé, llegó a
yates contratados. . . ., . . pie. Calculo que había bebido un par de tragos, porque se aca-
- Por favor . .. - me interrumpio con sequedad. Luego hiz,o loró mucho cuando no le dejé subir a bordo. Me volvió a decir
una pausa, en_ apariencia para dominarse, y continuó, con mas que era amigo suyo y que vino desde Panamá en el barco, y yo
serenidad- . le respondí que no me importaba si lo había ayudado a viajar
- Está bien quizá tenga razón en no arriesgarse sin alguna desde Omaha, Nebraska. Si ya no estaba en la tripulación, no
prueba. Por fo;tuna, ya he reservado mi pasaje ~e ~vión. Llegaré subiría a bordo sin ser acompañado por usted.
a las dos y veinte de la mafíana, y me alo1are en el. hotel - ¿Qué quería? - interrogué-. ¿Se lo dijo?
Warwick- . ¿Quiere tener la bondad de encontrarse conmigo en - Se había olvidado la máquina de afeitar cuando le pagó.
cuanto llegue? Es de vital importancia. Le contesté que para eso tenía que verlo a usted. Se fue y no
Y colgó. regresó.
Me encogí de hombros, dejé el aparato y encendí un ciga- - Ah - dije- . La cubierta de escotilla estaba cerrada con
rrillo. Una tipa rara. candado; de cualquier manera no hubiese podido subir a bordo.
_ ¿Alguna chiflada? - preguntó Johns- . Er,a un hombre del- Tenía que saberlo.
gado de cabello blanco y ojos azules. Se apoyo en el mostrador Subí al Topaz. Eran ya las seis pasadas; podía dar por ter-'
de 1; ventana y comenzó a cargar una pipa apestosa y apelma- minado el día. Fuí al lavatorio, me di una ducha, me afeité y
zada. - Tengo un yerno que e~ policía, y ~ice que ci:a~do el me puse pantalones limpios y una camisa de deporte lavada. De
nombre de uno sale en los periodicos, todo tipo de lunaticos lo vuelta en la cabina, mientras guardaba las cosas de afeitar, pensé
acosan a cada rato- . en Keefer. Era raro, con tanto dinero como tenía, que volviera
- Quizá sea una borracha - contesté- . nada más que para recoger el estuche barato de elementos para
- Qué lástima lo de ese sujeto Keefer - continuó Johns- . afeitarse que había comprado en Panamá. Un momento. Ahora
¿Le dije que la otra noche vino aquí a buscarlo? que lo pensaba, ni siquiera volví a verlo desde que Keefer se
Levanté la vista con rapidez. fue. ¿Era una simple excusa para subir a bordo? Quizás el
- ¿Estuvo? ¿Cuándo fue? , hombre era un ladrón. Abrí el cajón de abajo del camastro que
_ Hmmm. La misma noche que dicen que lo mataron. Sena había ocupado Keefer. No se veía en él ninguna maquinita de
el jueves: Creo que debo de haberme olvidado de de~írselo, afeitar. El maldito ... Bueno, no te ofusques, pensé; fijate si no
porque cuando llegó Ralph acababa de relevarme y estabamos está a bordo. Pasé a proa y abrí el pequeño botiquín que se
conversando. encontraba sobre la piletita. Estaba allí, el estuche de estireno
- ¿A qué hora llegó? con una máquina de afeitar y un paquete de hojitas. Perdó-
_ A eso de las siete, siete y media. No mucho después que name, Blackie.
usted saliera. Subí por la escalera de toldi\la. La cubierta se encontraba

36 37
ahora cubierta por las sombras cada pista respecto del lugar de donde venía. Pensalo. ¿Qué dijo
vez más largas ~e los edifi- Soames acerca de la asociación de ideas? Todo había sucedido
cios del muelle, y con una leve brisa que soplaba hacia la bah1a,
desde el golfo, hada un poco más ahí mismo, en esa extensión de doce metros. Empezá por el
de fresco. Me senté en los principio, con la primera ocasión en que conociste a Baxter, y
asientos de popa, saqué un cigarrillo y me detuve en el momen---
to en que iba a encenderlo. repasá cada uno de los minutos:
Paula. Interrum pí mis pensamientos. ¿Para qué hacía falta eso? O
Paula Stafford. .. , más bien, ¿por qué sentía yo que era necesario? ¿Por qué ese
¿Tenía el nombre algo de familiar? ¿No !º hab1_a es~uch~,do
antes en alguna parte? O quizás era nada mas que unaginac1on.
temor subconsciente de que no descubriesen en Panamá a nadie
que conociera a Baxter?
Dejé ~aer el encendedor en_ el bolsill_o ~ inhal~ profunda mente ~I
El hombre había dicho que trabajó allí. En ese caso, el FBI
humo. Pero la acuciante idea pers1stia. Qu1za Keefer lo hab1a
podía encontrar lo en un día. ¿Acaso era porque la dirección de
mencionado en algún momento del viaje. O Baxter. . . San Francisco resultó ser un callejón sin salida? No, tenía que
Baxter. . . No sé por qué, volví a !ener c~nc1enc1a de la habeºr algo más...
extraña sensación de inquietud que hab1a experimentado en la
oficina del FBI. Con sólo volver la cabeza podía ver, e1el lado
de babor de la cubierta, entre la mesana y el ~ayor, el punto
en que ese día, con la cabeza descubierta baJO el tremendo Durante la tarde llovió, con un chubasco tropical y aplastante
calor del sol observé cómo el cadáver se hundía lentamen te Y que tamborileó a lo largo del puente y agujereó la superficie
desaparecía, 'caía, en silencio, en las profundidad~~ y las apla~- del agua como granizo, pero ahora el tiempo estaba claro, y
tantes presiones, y la oscuridad eterna, tres kilometros mas las cálidas estrellas de las latitudes meridionales ardían en el
abajo. Era el terrible aspecto definitivo de todo eso ... _el hecho cielo . El Topaz estaba amarrado de popa a un bajo muelle de
de que si el FBI no podía en~ont;ar nad_a refe~~nte a el, des~u- madera, con el ancla a proa, envuelto en sombras, bajo la leve
iluminación de una lámpara, a media cuadra de distancia, ~dWJ--i
brir su pista en alguna parte, Jamas sabnan qu1~n e~a. Y ':lmzá de la hilera de palmeras que bordeaba n la calle se agitaban I y
no hubiese una segunda oportunidad. No ex1st1an unpre_s10~_es
murmura ban con la brisa que llegaba del Caribe.
digitales, ni fotografías, ni posibilidades de .~na ~escnpc1on
Eran las ocho de la noche. Keefer había ido al bar más
mejor, nada. Había desaparecido para siempre, sm d_eJa! rastros. cercano con los dos o tres dólares que le quedaban de los
· Sería así? · Me acosaría durante el resto de m1 vida ... el veinte que le adelanté. Bajé para catalogar y guardar los, pi~~
~~chef de que "no hubiese podido traer a tierra el cadáver, donde pas que había comprado . Encendí la luz de arriba y me de-1
se lo habría podido identificar? tuve por un momento al pie de la escala de toldilla, mirando
_ Ah, cuernos, pensé, furioso, es que te has puesto morboso. hacia adelante. Era un barco magnífico. Tenía una buena dis-
Hiciste todo lo humanamente posible. Aparte de extraerle el posición interior, y el salón de proa, de uno ochenta y cinco,
estómago; eso habría sido útil, pero te asustaste., Y bueno, le era adecuado.
tenía simpatía; pero esa no es una excusa. Ya _esta hecho. Pero La cocinita de gas en garrafa y la pileta de acero inoxida-
a la larga no habría modificado nada. Todav1a estabas a tres- ble se encontrab an del lado de babor, a proa, con la refrigera-
cientas millas del Canal. Y con ese calor, tratar, de prolongar!? dora abajo y la estiba arriba. A estribor había un sofá. Arriba
habría sido mucho más que desagradable; pod1a resultar peli- estaban el goniómetro, el radioteléfono, y una mesa de mapas
groso. El entierro era una necesidad práctica mucho antes de que se plegaba cuando no se la utilizaba. 'Delante de ese sec-
convertirse en un ritual. , tor había dos literas permanentes, y más allá un armario a
Pero tenía que haber alguna clave. Estuvimos juntos d:1rai:ite babor y el pequeño recinto de proa a estribor. Todo esto, y
cuatro días, y en ese lapso hasta un hombre tan col!lumcativo la cortina que los separaba, constituía una pasillo que llegaba
como Baxter tiene que haber dicho alKO que proporcionase una

38'· 39
! 1
'1 hasta el compartimiento de adelante, más estrecho y que con- Me sentí sorprendido, pero lo disimulé. Baxter no tenía el
aspe_cto ni el po~e de una persona que buscara un trabajo de
tenía otras dos literas. marinero de cubierta. Un estudiante universitario podía ha-
Los mapas estaban en el sofá, arrollados. Corté la cuerda
que los ataba y, bajé la _mesa de map~s. Encendf la luz de cerlo; pero ese hombre tendría unos cincuenta años de edad.
arriba y comence a coteJarlos con la hsta, enrollandolos por - Bueno, ya tengo un hombre .-dije-.
separado y guardándolos en el estante. Allí abajo hacía calor, - Entiendo. ¿Entonces no desea pensar en tomar otro?
todo estaba en silencio, y el sudor me corría por el rostro. Quiero decir, para abreviar las guardias.
Me lo enjugué, pensando con satisfacción que al día siguiente , - Las gua~dias por mitades son bastante fatigosas - admi-
ti-. Y por cierto que no me molestaría tener dos. ·Tiene al-
estaríamos en alta mar. guna experiencia? ¿
Tenía extendido sobre la mesa un mapa general del Caribe,
de la Oficina Hidrográfica, y estaba a , punto de encend~r un - Sí.
cigarrillo cuando una voz resonó, no muy fuerte, desde tierra: - ¿Lejos de la costa? El Caribe suele ponerse muy pesado
para una balandra de doce metros.
- ¡Eh, a bordo del Topaz ! .
Asomé la cabeza por la cubierta de escotilla. La oscura figura B~ter había estado mirando el mapa. Lévantó la mirada con
del muelle era alta, pero indiscernible bajo la débil luz, y no rapidez, pero los ojos castaños sólo expresaban cortesía.
pude ver el rostro. Pero no cabía duda de que la v~z era nor- - ¿Balandra?
teamericana, y a juzgar por la forma en que hab1a llamado Sonreí.
tenía que ser alguien de los otros yates. - _Tuve dos_ solic,itantes que lo· llamaron goleta, y uno que
- Suba a bordo - lo invité- . quena saber s1 tenia la intención de anclar todas las noches
Retrocedí y el hombre apareció en la escala de toldilla, pri- .Una leve sonrisa rozó los labios de Baxter. ·
mero unos pesados zapatones, y luego largas piernas enfun- - Ya entiendo.
dadas en franela gris, y al final un saco,de twe~d castafio. Era - ¿! uvo y~ oportunidad de inspeccionarlo? - pregunté- .
una forma rara de vestirse en Panama, pense, donde todos - S1. Lo v1 esta mañana.
usaban ropas blancas y nada más pesado que una tela de hilo. - ¿Qué le parece?
Apareció la cara del hombre, y se quedó al pie de la escalera, - Es una con~etura, por supuesto, pero yo diría que fue
con la cabeza un tanto inclinada debido a su estatura. Era un probablement~ _diseñado por Alden, y construido en Nueva
rostro delgado, bien formado, de edad mediana, pero no flojo Inglaterra, qu12a menos de diez años atrás. Parece haber sido
ni arrugado, con el sello de la serenidad, la inteligencia y bue- reparado hace poco, de unos dos meses a esta parte, a menos
nos modales estampado en él. Los ojos eran castaños. No lle- de qu~ haya estado anclado en agua dulce. El aparejo está
vaba sombrero, y el cabello castaño, corto, comenzaba a enca- muy bien, aparte de que el obenque inferior del lado de ba-
bor d:l palo mayor tiene algunos hilos rotos.
necer. Asenti. Ya tenía a bordo el alambre para remplazar ese oben-
- ¿Mr. Rogers? - preguntó con cortesía- .
que por 1~ mañana antes de zarpar. Baxter no era un agricul-
- Sí - respondí- . tor. Sefiale el mapa con la mirada.
- Me llamo Baxter, Wendell Baxter.
- ¿Qué le parece el rumbo tal como lo tracé?
Nos estrechamos la mano. Lo estudió por un momento. ' ·
- Bienvenido a bordo -dije-. ¿Qué le parece _)ln poco de
- ~i los alisios .s~ mantienen, habrá una bordada amplia la
café? mayo, ~arte ~el viaJe. Una vez que esté lo bastante al norte
- Gracias, no. - Baxtei se desplazó un tanto hacia un cos-
tado de la escala de toldilla, pero siguió de pie- . Iré al grano, para deJar atr~s. Gracias a Dios, es probable que llegue al ca-
Mr. Rogers. Entiendo que usted necesita a alguien que lo ayu- nl!-1 de Yucatan sin cambiar de rumbo. ¿Tiene foque y vela
triangular?
<le a llevar el barco al norte.
41
40
- Muy bien, pensé, un poco molesto no necesitas hablar
- No -respondí-. Nada más que las velas de trabajo. Es .
s1. no quieres. ' ' '
probable que necesitemos doce días más para llegar a South- No me gustaba que me ubicaran en la posición de una ancia-
port, y lo ú.nico que puedo ofrécerle es cien dólares por el na murmuradora a quien había que frenarla cuando se entro-
pasaje. ¿Está- seguro que quiere venir? metía. Pero un momento más tarde lo pensé mejor y decidí
- La paga no es importante -contestó- . Lo único que me que me •estaba mostrando jnjusto. Un hombre que a los cin-
interesa es ahorrar el viaje en avión. cuenta añ9s, es_taba de _mal~ suerte podía muy bien no abrigar
- Supongo que es ciudadano norteamericano. deseos de analizar la historia de su vida con desconocidos. A
- Sí. Vivo en San Francisco. Vine aquí por un trabajo que pesar de toda su reserva, Baxter me parecía un hombre con
no resultó, y me gustaría volver al menor costo posible. quien podía simpatizar.
- Entiendo -dije- . Tuve la sensación de que detrás de los Ke~fer v~lvió una hora más tarde. Los presenté. Baxter se
.modales tranquilos y la reserva bien educada, Baxter estaba mostro cortes y reservado. Keefer, altanero, a consecuencia de
tenso de ansiedad y deseaba escucharme decir que sí. Y bue- la ~erveza que había bebido, y repleto de la convicción del
tlífür, ¿por qué no? Era evidente que el hombre tenía experien- mannero mercante, de que cualquiera que normalmente viviése
cia, y no tener que hacer guardia de seis a seis valdría muy en tierra era un campesino, se mostró con inclinación a la
bien los cien dólares de más. - Estamos de acuerdo, enton- condescendencia. Yo nada .dije. Era probable que a Blackie le
ces-. ¿Puede venir por la mañana temprano? Me gustaría zar- esperasen ~n par ~e sorpresas; tenía la intuición de que Bax-
par antes de las diez. ter era meJor marmo de lo que él jamás lo sería. Todos nos
Asintió. acostamos poco después de las diez. Cuando desperté,' •ánit'és
- Traeré mis cosas a bordo en menos de una hora. del alba, Baxter ya estaba despierto y vestido. Se encontraba
Salió y regresó a los tres cuartos de hora con una sola maleta al lado de su litera, apenas visible detrás del borde de la cor-
de cuero, dé las que tienen capacidad para tres trajes. tina, usando la tapa de su maleta como escritorio mientras
- Keefer y yo ocupamos estas literas - dije-. Tome cual- escribía algo en un bloque de papel de avión.
q~iera de las del compartimiento de adelante. Puede dejar la - ~P5>r qué no usa la mesa de mapas? - pregunté-.
Me miro. ·
maleta en el otro. ·
- Gracias. Está muy bien - respondió - . Guardó sus perte- - Oh. Esto está bien así. No quería despertarlo.
nencias, se quitó el saco de tweed y abrió el ventilador de
arriba, en forma de hongo. Salió a cabo de un rato y se sen-
tó en silencio, a fumar un cigarrillo, mientras yo controlaba el Arrojé el _tercer cigai;rillo por la borda, me desperecé y me
cronómetro con la señal horaria de WWV. puse de pie. No habia en eso nada, aparte del hecho de que
los pantalones y el saco de tweed de Baxter parecían un poco
- Supongo que habrá navegado un poco - dije- , para tan- fuera d~ lugar_ en Panamá_. Pero quizá sólo se trataba de que
tearlo. 11:º hab1a quendo gas!ar dinero en ropas tropicales, en especial
1
- Solía hacerlo - respondió- . s1 el puesto no parecia demasiado permanente.
- ¿En el Caribe y las Indias Occidentales? Era ya la hora del atardecer, y el resplandor que pendía
- No. Nunca estuve aquí hasta ahora. sobre la ciudad ardía contra el cielo. Cerré el candado en la
~ - Mi territorio normal es "las Bahamas" -continué-. Es
cubierta de escotilla y me encaminé hacia el portón. Johns
una región maravillosa. levantó la mirada de su revista.
- Sí. Entiendo que es así. -Las palabras fueron pronuncia- - ¿Sale a cenar?
das con la misma grave cortesía, pero como no dijo nada - Sí. ¿Dónde hay un buen restaurante con aire acondicio-
más, resultaba evidente que no deseaba. continuar la conversa- nado que tenga un bar?
ción-. ·
43
42
..
- Pruebe el Golden Pheasant, en la Tercera y San Benito. forma espasmódica en el abdomen, a medida que las náuseas
¿Quiere que le llame un taxi? se desenroscaban dentro de mí. Tuve conciencia de un ruido
Sacudí la cabeza. de vómito y de una sensación de asfixia.
- Gracias. Voy a ir a pie, hasta encontrar el ómnibus. - Enderezálo - dijo una voz aburrida- . ¿Querés ahogarlo
Crucé las vías en medio de la oscuridad que se espesaba, y con eso?
entré en la calle. La parada del ómnibus estaba una cuadra Sentí que me incorporaban y me empujaban contra algo, a
hacia arriba y dos a la derecha. Era un distrito de grandes mis espaldas. Volvía a tener arcadas y retortijones.
depósitos e industria pesada, y las calles ahora se encontraban - Arrojale un poco de agua - ordenó la voz- . Apesta.
desiertas y mal iluminadas. Doblé a la derecha en la esquina, Ruido de pisadas que se alejaban y volvían. El agua· me dio
y estaba a mitad de la otra cuadra, delante de un baldío en la cara, echándome la cabeza hacia atrás y entrándome por
oscuro, repleto de chatarra con altos montículos de automóvi- las fosas nasales.
les arruinados, cuando un coche dobló en la calle, a mis es- Me ahogué. El resto me salpicó la parte delantera de la ca-
paldas, salpicándome por un instante con sus luces. Se arrimó misa. Volví a abrir los ojos. La luz los quemó. Estiré la mano
a la acera y se detuvo. para tratar de alejarla, pero descubrí que, en apariencia, me
- Eh, usted - gruñó una voz- . apuntaba desde alguna distancia incalculable, porque las yemas
Me volví y contemplé el oscuro cañón de una automática que de los dedo~ no pudieron llegar a ella. Quizá fuese el sol.
sobresalía de la ventanilla delantera. Encima de ella había la Quizá, por otra parte, estaba en el infierno.
impresión del ala de un sombrero y un brutal afloramiento de En algún punto de la oscuridad que había detrás de mi
mandíbula. propio y pequeño cosmos de luz y dolor, y del olor a vó-
- Entrá - ordenó la voz-. mito, una voz preguntó:
La calle estaba desierta a varias cuadras de distancia, en uno - ¿Podés escucharme, Rogers?
y otro lado. Detrás de mí se veía la verja alta, infranqueable , Traté de decir algo, pero volví a tener otra arcada. Más agua
del baldío. Contemplé los kilómetros de absoluta nada que me abofeteó la cara. Cuando se me escurrió de la nariz y la
existían entre mi persona y la esquina. boca, lo intenté de nuevo. Esta vez pude formar algunas pala-
- Está bien. Llevo la cartera en el bolsillo de atrás del bras. Eran breves y muy ambiguas.
pantalón... - Rogers, te estoy hablando - dijo la voz- . ¿Dónde lo pu-
- No queremos tu cartera. ¡Te dije que entres! El caño siste en tierra?
del arma se movió de manera casi imperceptible , y se abrió la Busqué a tientas, en mi cerebro, algún significado para esas
portezuela trasera. Me adelanté hacia ella. Cuando me incli- palabras, pero abandoné la tarea.
naba, salieron de la oscuridad un par de manos y tironearon - ¿Quién? ¿De qué me habla?
de mí. Caí hacia adentro. Algo me golpeó en el hombro iz- - De Wendell Baxter. ¿Dónde lo desembarcaste?
quierdo. El brazo se me paralizó hasta la punta de los dedos.
Traté de incorporarme. En el fondo de mis ojos estalló una
luz.
V

Tenía la cabeza repleta de precipitadas embestidas de dolor.


Subían y bajaban, volvían a subir, presionándome el cráneo - ¿Baxter? ~ Me llevé la mano a los ojos para protegerlo
con calientes olas anaranjadas, y cuando abrí los ojos el ana- de la luz-. ¿Desembarcado?
ranjado dejó paso a un blanco quemante que me hizo estre- - No puede ser tan estúpido. - Esta parecía una voz distin-
mecer y volver a cerrarlos. Los músculos se me contraían en ta. Dura, con una inflexión áspera- . Dejame que le de una.

44 45
- Todavía no. -Otra vez la primera, incisiva, imperiosa, - Dejame que lo trabaje un poco.
una voz con cuatro galones. - Te digo que todavía no. ¿Querés atontarlo otra vez para
Una fr~se suelta, desgajada de algún contexto perdido, hirvió que tengamos que esperar una hora más? Hablará. Bueno,
en i:ned10 del dolor y de la embrollada confusión de mis pen- Rogers, ¿hace falta que te lo deletree?
s~m1ento~... Pesados profesionales... Lo había dicho ese poli- - No me interesa qué pueda deletrearme. Baxter está muer-
c!ª· ¿Willetts? Eso. Me parecen más bien pesados profe- to. -
sionales.. . - Escuchá, Baxter subió a bordo del Topaz la noche del
- Vamos a ~ener que ablandarlo un poco. 31 de mayo, en Cristóbal. Los tres zarparon a la mañana si-
- Callate. Roger, ¿dónde lo desembarcaste? ¿En México? guiente, 1 de junio, y vos y Keefer llegaron aquí el 16. Bax-
¿En Honduras? ¿En Cuba? ter te pagó diez mil dólares para que Jo dejaras en algún pun-
- No sé de quién me habla. to de la costa de América Central, México o Cuba, y para
- Estamos hablando de Wendell Baxter. inventar esa historia sobre el ataque cardíaco y el entierro en
- Baxter está muerto -dije-. Murió de un ataque al cora- el mar. . .
zón ... - ¡Le digo que murió!
- Y vos lo enterraste en el mar. Dejá eso Roger leímos - Callate hasta que termine. Baxter no era tan tonto como
los periódicos. ¿Dónde está? ' ' para confiar en un estúpido como Keefer. Lo conocemos muy .
La cabeza se me aclaraba un poco. No tenía idea de dónde bien. La noche antes de que zarparan d~ Panamá no tenía un
estaba, pero me cjí cuenta de que me encontraba sentado en dólar, mendigaba tragos en un bar del puerto. Cuando llega-..
un tosco piso de madera, con la espalda apoyada contra una ron aquí, dieciséis días después, se alojó en el hotel más cos-
pared, y que la luz que me encandilaba era una poderosa lin- toso de la ciudad y empezó a arrojar dinero en tomo como
terna que alguien sostenía enfrente y encima de mí. Cuando un borracho con una cuenta de gastos. En la caja fuerte del
miré ~or debajo de ella pude ver piernas cubiertas de pantalo- hotel tienen dos mil ochocientos dólares de él, y llevaba en la
nes gnse,s y un par de zapatos de aspecto lujoso. A mi dere- cartera más de seiscientos, cuando se le terminó la suerte. Eso
cha babia otro par de zapatos, enormes, por lo menos núme- suma más o menos unos cuatro mil, de modo que vos debés
ro cuarenta y cinco. Miré a la izquierda y vi otro par. Estos de· tener más. Era tu barco. ¿Dónde está Baxter ahora?
eran negros, y casi tan grandes, el derecho tenía un corte en - En el fondo del mar, a unas dos mil brazas de profundi-
la capellada, donde. debía de estar el dedo pequeño, como si dad -respondí desesperado-. ¿De qué servía eso? No me
el que los usaba tuviese un 9allo. En mi estado de aturdimiento, creerían nunca. Keefer se había ocupado de eso para siempre.
me aferraba a detalles como esos, como un niño que viese el Pensé en la pulpa informe que los caños habían hecho de su
mundo por primera vez. El agua me corría por la ropa, estaba rostro, y me estremecí. Estos eran los hombres que lo hicie-
sentado en un charco. El cabello y la cara todavía me cho- ron, y también me lo harían a mí.
rreaban, y cuando me pasé la lengua por los labios me di - Está bien -dijo la voz en la oscuridad, más allá de la
cuenta de que era salada. Estábamos, sin duda, en un muelle linterna- . Quizá sea mejor que lo estimules un poco.
o a bordo de un barco. Un brazo enorme cayó y la mano abierta me sacudió ,la cara.
- ¿Hacia· dónde se dirigía Baxter? Traté de ponerme de pie; otra mano me tomó de la parte de-
Quizás estaban locos. lantera de la camisa y tiró de ella. Me bamboleé, débil, en un
- Está muerto -repetí con paciencia..:... Lo enterramos en intento de golpear el bulto oscuro que tenía delante. Me to-
el mar. P.or Dios, ¿por qué habría de mentir? maron los brazos por la espalda. Un puño como un bloque .de
- Porque él te pagó. hormigón ,me golpeó el estómagb. Me incliné hacia adelante y
Abrí la boca para decir algo, pero la cerré. Un estremecimien- caí, retorciéndome de dolor, cuando el hombre que tenía
to me recorrió la columna vertebral cuando empecé a entender. atrás me soltó.

46 47
I

- ¿Dónde está Baxter?


/ duda. Pero el resto de la foto me llamó la atención: el barco
1
Me era imposible hablar. Uno de ellos me levantó hasta sen- mismo, y el segundo plano. Había algo muy familiar en este
tarme y me lanzó contra la pared. Aspiré aire en un sollozo, último.
mientras la luz se me clavaba encima como un ojo gigantesco - ¿Y bien? -preguntó la voz con frialdad-
y malévolo. La extendí.
- ¿Por qué tenés que ser estúpido? - preguntó la voz-. - Es Baxter. - Era inútil mentir-.
Lo único que queremos saber es dónde lo desembarcaste. Vos - Tipo inteligente, por supuesto que es. ¿Estás dispuesto a
no le debés nada; cumpliste con tu parte del trato. De cual- decírnoslo ahora?
quier manera, · está convirtiéndote en un tonto. Sabía que te - Ya se lo dije, está muerto.
metía en esto, pero no te lo dijo, ¿no es cierto? - No te entiendo, Rogers. Sé que no podés ser tan estú-
- ¿Y entonces por qué habría yo de mentir? - repliqué ja- pido como para pensar que estamos bromeando. Ya viste a
deando- . Si lo hubiese desembarcado, se lo diría, pero no lo Keefer.
hice. - Sí, lo vi. ¿Y qué sacaron con eso? Un pobre diablo
- ¿Te prometió que después te daría más dinero? ¿Es enloquecido de dolor, tratando de imaginar qué querían que
eso? · dijese para poder decirlo. ¿Eso es lo que quieren? No soy
- No me prometió nada, ni me dio nada. No sé de dónde más valiente con la cara rota que cualquier otra persona, de
sacó Keefer ese dinero, a menos de que lo-haya robado de la modo que lo más probable es que haga lo mismo.
maleta de Baxter. Pero sé que éste está muerto. Yo mismo le - ¡Ya perdimos bastante tiempo con él! - Era otra vez la
cosí la mortaja y lo enterré. voz ruda- . ¡Agárrale los brazos!
Intervino la voz áspera. Traté de calcular la distancia que había hasta la linterna, y
- ¡Terminá con esa mierda, Rogers! No te preguntamos si me preparé. Era inútil, pero tenía que hacer algo. Me incor-
lo pusiste en tierra. Eso ya lo sabemos, de labios de Keefer. poré de un salto antes que las manos me tomaran, me aparté
Pero él no sabía dónde porque vos eras el que fijaba el rum- de la pared y me lancé hacia la luz. Una mano me aferró de
bo. Fue en la desembocadura de algún río, pero él no sabía la camisa, que se rasgó. La luz retrocedió, pero yo ya estaba
cuál, ni en qué país. sobre ella; cayó al suelo y rodó, pero no se apagó. El haz
- ¿Eso lo dijo después que le rompieron todos los huesos . baí'ió la pared de enfrente. Había una puerta abierta, y detrás
de la cara? -inquirí-. ¿O mientras estaban rompiéndoselos? de ella un par de hitones de amarra y los contornos oscuros
Vea, supongo que usted conocía a Baxter. ¿Nunca tuvo otro de una barcaza. Un golpe me hizo perder el equilibrio; una
ataque cardíaco? mano tanteó, tratando de aferrarme. Me aparté de ella, en di-
- No. rección de la puerta. Un par de zapatos frotaron el suelo de-
- ¿Baxter es el verdadero apellido? trás de mí, y oí . un gruñido y maldiciones, cuando los dos
- No importa cuál es su apellido. chocaron en la oscuridad. Algo me golpeó el costado d~ la
- Calculo que no lo es. ¿Y entonces por qué están tan se- cabeza, y estuve a punto de caer. Choqué contra el marco de
guros de que el hombre que viajó conmigo es el que buscan? la puerta, me aparté de él de un empellón. Giré, todavía de
- Se lo vio en Panamá. pie, quién sabe cómo, y me encontré al aire libre. Las estre-
- Aun así podría ser un error. llas brillaban arriba, y pude percibir el resplandor oscuro del
- Mirá esto. -Una mano apareció en el cono de luz, soste- agua, más allá del extremo de la barcaza.
niendo una fotografía-. La tomé. Era una instantánea de un Traté de volverme, de correr a lo largo del muelle. Uno de
hombre en los mandos de cubierta de un pesquero de depor- ellos chocó contra mí desde atrás, y me tomó de la cintura.
te, un hombre alto y muy delgado, con shorts color caqui y Nuestro impulso nos llevó hacia afuera, hacia el borde. Mis ·
un gorro de pescar de visera ancha. Era Baxter, no cabía piernas tropezaron con uno de los cabos de amarre de la bar-

48 49
I
caza, y me precipité hacia afuera y abajo, para caer entre ella ver a nadar contra la corriente. Seguí pataleando hacia ade-
y el muelle. El agua se cerró sobre mí. Traté de nadar lateral- lante. El agua se hizo más somera aún; ahora tenía las rodillas
mente antes de subir a la superficie, y salí al lado de una hundidas en el lodo, y la espalda raspaba -el fondo de la bar-
plancha de acero sólido. Me encontraba contra el costado de caza.
la barcaza. Me separé de ella de un puntapié y rocé contra De pronto sólo hubo agua delan_te de mí, y avancé con
unos percebes que me tajearon el brazo. Era uno de los pilo- más velocidad. Empezaron a dolenne los pulmones. Pasé la
tes. Me aferré a él, di la vuelta hacia el otro lado y subí. curva de la bodega y m.e precipité hacia arriba. Por fin mi
- ¡Traé la luz! ¡Que alguien traiga la luz! -gritaba un cabeza asomó fuera de la superficie, e inspiré profundamente,
hombre, encima de mí- . En apariencia se había aferrado a la una, dos veces, para volver a hundirme en el momento en que
.maroma y salvado de caer. Oí un ruido de pisadas que tam- la luz estallaba sobre el agua, a menos de tres metros, a mi
borileaban sobre los tablones de madera. Podían venne, . si no izquierda. Habían atravesado la barcaza a la carrera y busca-
me ocultaba más adentro del muelle, pero la marea me empu- ban por ese lado. Me quedé abajo, pataleando con fuerza y
jaba hacia afuera, contra la barcaza. Traté de aferrarme al pi- dejando que la corriente me arrastrara Cuando salí de nuevo
lote, para ver si había otro, más lejos, al cual pudiese llegar, estaba a unos cincuenta metros de distancia. Todavía movían
pero en esa dirección la oscuridad era impenetrable. La co- la luz de un lado a otro y maldecían. Nadé a través de la
rriente era demasiado fuerte para nadar contra ella. corriente, hacia la línea oscura de la playa. Poco después sen-
La luz estalló en el agua que me rodeaba tí el fondo bajo las manos y me puse de pie. Me volví y
- ¡Ahí está! ¡Ahí está el canalla! - gritó alguien- . ¡Ahí miré hacia atrás. ·
está su mano! .
Inspiré profundamente y me sumergí, y en el acto volví a Ahora me encontraba a unos buenos doscientos metros del
chocar contra el costado de la barcaza. Podía nadar junto a muelle y de la barcaza. La luz de la linterna avanzaba por la
ella una distancia, pero cuando saliese a la superficie seguiría playa, en mi dirección. Retrocedí hasta tener sólo la cabeza
estando al alcance de la luz. f!ice lo único que me quedaba fuera del agua, y esperé.
por hacer. Nadé directamente hacia abajo, contra el costado Los oí hablar. Cuando estaban casi frente a mí, se volvie-
de la barcaza. Los oídos comenzaron a dolerme un poco,. de ron y regresaron. Un poco más tarde un coche arrancó, cerca
modo que supe que me encontraba por debajo .de los tres me- del extremo del muelle. Los faros gemelos giraron en un arco,
tros y medio cuando las planchas se inclinaron-· hacia adentro, y vi cómo las luces rojas traseras se atenuaban y desaparecían.
en la curva de la bodega, y debajo de mí sólo quedó un va- Subí a tierra en la oscuridad. La reacción se apoderó de mí
cío. La oscuridad absoluta era aterradora, lo mismo que no de repente, y me sentí débil, con las rodillas temblorosas, y
saber qué ancho tenía o cuánta agua había debajo del fondo tuve que sentarme.
chato, pero no resultaba ni la mitad de espantoso que los tres Al cabo de un rato me quité la ropa y la retorcí para sa-
matones que me .esperaban en el muelle. De cualquier manera, carle un poco de agua. Todavía tenía la cartera, el reloj y el
era imposible Volver; la corriente ya me arrastraba p@r abajo. encendedor. Estrujé toda el agua que pude de los papeles mo-
Moví las piernas con fuerza y sentí que la nuca rozaba las jados, y del dinero de la cartera, y arrojé los cigarrillos empa-
planchas del fondo. pados. En la oscuridad resultaba difícil volver a ponerse las
Luego toqué fango con las manos. Durante un instante casi ropas mojadas. No había viento, y !_os mosquitos emitían agu-
fui presa de pánico; en seguida recuperé la presencia de áni- dos gemidos al lado de mis orejas. Lejos, a la derecha, pude
mo, lo bastante como para saber que la única oportunidad ver el resplandor de las luces de Southport reflejadas contra el
que me quedaba consistía en seguir adelante. Si me volvía cielo. Ubiqué a Polaris para orientarme y empecé a caminar,
ahora, jamás saldría. Aunque no perdiera todo sentido de
orientación y me extraviase por completo, nunca podría vol-

50 51
- ¿Dónde es? -preguntó Willetts- ¿Puede describir el cabeza se había convertido en palpitaciones sordas. Viajamos sin
lugar? interrupciones buena parte de la distancia, y el recorrido llevó
- Sí -contesté--. Tiene que ser a unos doce o catorce kiló- apenas quince minutos. En cuanto llegamos al extremo del ca-
_metros al oeste de la ciudad. Caminé unos cinco antes de poder mino ondulado y descuidado, con superficie de conchilla, y nos
encontrar un patrullero. Es un sólo espigón de madera, con un detuvimos, lo reconocí. Willetts y Ramírez sacaron linternas y
cobertizo. Hay una barcaza de acero anclada al costado oeste. caminamos hasta el ripio ennegrecido del muelle.
Por lo que parece, los edificios se incendiaron hace mucho tiem- Encontramos la puerta del cobertizo, frente a la barcaza. El
po; no quedan más que cimientos y escombros. interior estaba oscuro y vacío. El piso, contra la pared del
Willetts intercambió una mirada con Ramírez, y los dos asintie- frente, todavía se hallaba mojado, en el lugar en que vomité y
ron. me arrojaron agua, y cerca se encontraba el cubo para incendios
- Parece el viejo trapiche azucarero de Bowen. Está fuera que usaron. Tenía un trozo de cuerda anudado al asa. Willetts
de los límites de la ciudad, pero podemos ir a echar una mira- se lo llevó para que buscaran impresiones digitales. Nada más
da. Será mejor que venga con nosotros, para ver si puede identi- había, ni rastros de sangre; nada que indicase que Keefer había
ficarlo. ¿Está seguro de que ah\)ra se siente bien? sido asesinado allí. Salimos al muelle. Ramírez enfocó la lin-
- Por supuesto - respondí. terna en el agua, entre los pilotes y el costado de la barcaza.
Eran las diez de la noche pasadas. Nos encontrábamos en la - ¿Y usted nadó debajo de esos? Caramba. .·
Recepción de Emergencia del hospital del Distrito, a donde me - En ese momento no había mucho que elegir - dije.
habían llevado los hombres del patrullero. Se comunicaron por Volvimos al cuartel de policía, a la oficina en que estuve esa
radio en cuanto les conté lo que había sucedido, y recibieron la mañana.
orden de retenerme hasta que pudiesen interrogarme. Un abu- Me tomaron declaración.
rrido interno me revisó, dijo que tenía un fuerte golpe en la - ¿No les vio la cara? - preguntó Willetts.
nuca, pero ninguna fractura, me desinfectó los tajos de los per- - No. Todo el tiempo me tuvieron enfocada la luz en los
cebes en los brazos, me puso unos trozos de tela adhesiva y me ojos. Pero eran tres, y dos de ellos, por lo menos, eran corpu-
dio un cigarrillo y dos aspirinas. lentos y bastante duros.
- Seguirá viviendo - me dijo, con la enorme falta de interés - ¿Y admitieron haber asesinado a Keefer?
de los médicos por las personas sanas. - ¿Usted ya anotó las palabras exactas - respondí- . Yo no
Me pregunté durante cuánto tiempo seguiría viviendo. Por el diría que haya muchas dudas al respecto.
momento me habían dejado, pero volverían cuando descubriesen - ¿Tiene alguna idea de por qué buscan a Baxter?
que no me había ahogado. ¿Qué podía hacer? ¿Pedir protec- - No. _
ción policial para el resto de mi vida? Sería una risa, un hom- - ¿O quién es Baxter en realidad?
bre adulto pidiendo protección contra tres pares de zapatos. - Quien era Baxter en realidad - dije- . Y la respuesta es no.
¿Quién era Baxter? ¿Por qué lo buscaban? ¿Y de dónde - ¿Pero ahora le parece que podría ser de Miami? .
sacaban la idea de que lo habíamos desembarcado? Seguía gol- - Por lo menos en algún momento de su vida. No sé cuánto
peándome la cabeza contra la misma pared desnuda, veinte mi- hace de eso, pero la foto que me mostraron fue tomada en la
nutos después, cuando aparecieron Willetts y Ramírez. Estaban bahía Biscayne. Estoy casi seguro.
fuera de servicio, por supuesto, pero los llamaron porque Keefer - ¿Y no dieron ningún motivo acerca de la idea de que
era el caso de ellos. Repetí el relato. usted lo había desembarcado? Quiero decir, ¿aparte del hecho
- Está bien, vamos - dijo Willetts. de que Keefer apareciese con tanto dinero?
. Salimos y nos introdujimos en el coche. Conducía Ramírez ... a - No.
gran velocidad, pero sin usar la sirena. Mi ropa estaba apenas Encendió un cigarrillo y se inclinó sobre el escritorio.
húmeda, ahora, y el aire fresco resultaba agradable; el dolor de - Vea, Rogers, esto es nada más que un consejo de alguien

52 53
que está en el negocio. Lo que haya ocurrido en Panamá o en Todo estaba tan tranquilo como en el mar abierto, y no había
el medio del océano está fuera de nuestra jurisdicción, y no nos nadie a la vista, aparte del viejo Ralph, el sereno del turno de
interesa,, pero usted se encuentra en aprietos. Si sabe algo acerca doce a ocho, sentado en una silla echada hacia atrás, del lado
de esto y no lo dice, será mejor que empiece a hablar antes que de adentro del portón, leyendo una revista· en su cálido charco
termine en un callejón, contemplado por algunos gatos. de luz. Miró con curiosidad el coche policial y mis zapatos
- No sé nada que no le haya dicho - repliqué. embarrados, pero no dijo nada. Le deseé buenas noches y crucé
- Muy bien. Tenemos que aceptar su palabra; usted es el el astillero. Cuando subía a bordo del Topaz y me dirigía a proa,
único que queda vivo, y no hay una sola prueba real que diga metí la mano en el bolsillo para tomar la llave. Y entonces vi
lo contrario. Pero puedo oler a estos matones. Son profesiona- que no la necesitaría.
les, y no creo que sean de aquí. Presioné a todas las fuentes de La escotilla estaba abierta y faltaba el candado. La argolla
informaciones que tengo en la ciudad, y nadie sabe nada de pulcramente cortada sin duda con pinzas de presión. Miré hacia
ellos. Nuestra única posibilidad de encontrar alguna pista al res- el interior oscuro de la cabina y sentí que se me erizaban los
pecto consistiría en averiguar quién era Baxter, y qué estaba pelos de la nuca. Escuché con atención, absolutamente inmóvil,
haciendo. pero supe que era inútil. Si todavía estaba allí, ya me habría
- Muy bueno -dije- . Con Baxter hundido en el fondo del oído. Bueno, podía averiguarlo. El interruptor de la luz estaba
Caribe. al lado de la escala, accesible desde el lugar en que me encon-
- Lo que más me intriga es qué demonios hacía en ese barco traba. Me corrí a un costado de la escotilla, estiré en silencio la
suyo, por empezar. La única forma en que se puede explicar ese mano y lo toqué. Nada sucedió. Atisbé hacia adentro; se había
dinero de Keefer es que se lo robó a Baxter. De modo que si ido. Pero estuvo allí. La cabina parecía haber sido removida con
éste huía de un grupo de pistoleros y tenía cuatro mil dólares una gigantesca cuchara.
en efectivo, ¿por qué habría de intentar · huir en un barco que
quizás hace ocho kilómetros por hora barranca abajo? Yo, en
lugar de él, habría buscado algo más veloz.
- No sé - repuse- . Resulta cada vez más enloquecido, a me- VI
dida que lo analizo. Lo único que sé con seguridad ahora es que
deseo no haber oído hablar jamás de Baxter o Keefer.
- Está bien. Por ahora no podemos hacer nada más. Tengo Las literas habían sido desarmadas, la ropa de cama se encon-
la corazonada de que el FBI querrá echar una larga y lenta traba apilada en el sofá y en la pileta. Mi maleta y mi bolso,
mirada a todo esto, pero pueden ir a buscarlo por la mañana. Lo vaciados en las literas; los cajones de abajo de éstos volcados en
enviaremos de vuelta a su barco en uno de nuestros coches. Y si cubierta. Las alacenas se hallaban vacías y saqueadas. Mapas,
tiene que recorrer la ciudad por la noche, por amor de Dios, almanaques náuticos, tablas de azimut, revistas y libros, disper-
tome un taxi. . sos por todas partes. Contemplé la escena con creciente furia.
- Por supuesto -dije-. Me dieron la impresión de que te- Gran fuerza de seguridad, la que tenían allí, un viejo y crujiente
nían un miedo mortal a los conductores de taxis. · pensionado sentado, tranquilo, leyendo una revista, mientras los
- Les tienen miedo a los testigos, sabe vivo. Todos ellos le ladrones le hacían a uno pedazos el barco. Y entonces me di
tienen miedo. Y cuando no pueden verlos con claridad, tienen cuenta de que no era culpa de él, ni de Otto. Quien hizo eso no
más posibilidades. pasó por los portones, y no era un ratero común. Los serenos
Eran las doce y veinte cuando el coche policial me dejó ante ]os hacían la ronda del muelle una vez por hora, con un reloj, pero
portones del astH!ero y se alejó. Miré con nerviosidad hacia uno en el muelle no había ningún punto de control. Tomé una
y otro lado del puerto, con sus sombras y lúgubres muelles, y linterna y volví corriendo a cubierta. El Topaz se hallaba cerca
traté de quitarme de encima la sensación de que me vigilaban. del extremo final de muelle, proa afuera y amura de estribor al

54 55
ta; de cualquier manera nadie los habría oído. Guárdeme este
costado. Había una luz en•el lado de tierra del muelle, pero allí
estaba bastante oscuro, especialmente a proa. El ferrocarril por- cronómetro y sextante en su oficina, hasta que Froelich llegue
tuario y el barco camaronero obstruían la visual desde el por- por la maflana. -Froelich era el capataz del astillero-. Entré-
tón. Había una alta cerca de alambre, coronada de alambres gueselos a él, y dígale que ponga una nueva argolla y candado
espinosos, a cada lado del astillero, de modo que nadie podía en esa escotilla. Por cuenta del astillero, de paso. Y pídale que
entrar o salir a pie, como no fuese por el portón, pero la parte no deje entrar a nadie en la cabina hasta que la policía pueda
de la bahía se encontraba abierta de par en par, por supuesto, a registrarla en busca de impresiones digitales. Volveré a eso de
cualquiera que tuviese un bote. las nueve.
Apunté el haz de luz de la linterna hacia el lado de babor, y lo - Sí, seflor - dijo. Por cierto que lo haré. Y lo lamento
encontré casi enseguida. Las bordas recién pintadas de blanco mucho, Mr. Rogers.
son al mismo tiempo la alegría y la maldición de la .vida del - Olvídese de eso- le dije.
duefio de un yate. Son hermosas y deslumbrantes como una Llamé a la policía e informé, con un pedido de que notificasen
nevada reciente, y se estropean con la misma facilidad. Debajo a Willetts cuando volviese a tomar su turno. Tuve que explicar-
mismo de la brazola de los asientos de popa había un leve lo, porque Willetts estaba en Homicidios y nada tenía que ver
raspón, con pintura verde. Un esquife, pensé, o una lancha con robos. Al fin lo dejamos aclarado, y llamé un taxi. El
pequefla con motor fuera de borda; había chocado contra el conductor recomendó el Bolton como un buen hotel comercial.
costado, al acercarse. Si tenían un motor, lo más probable es Contemplé las calles desiertas mientras atravesábamos el dis-
que lo hayan apagado a cierta distancia para acercarse a remo. trito industrial y de depósitos. Nadie nos siguió. Inclusive la
Quizás ocurrió durante el tumo de Otto, después que me fui. idea de la violencia pare9a irreal. El Bolton se encontraba en el
Eso signficaba, entonces, que por lo menos eran cuatro. ¿Pero centro del distrito comercial, a unas tres cuadras del Warwick.
qué buscaban? Tenía aire acondicionado. Me inscribí y seguí al botones por los
Acababa de incorporarme cuando vi algo más. Detuve la luz y corredores desiertos, a las dos de la maflana, recordando la des-
volví a mirar, para cerciorarme. Había otra abolladura, a unos cripción de un hotel en una de las novelas de Faulkner. Filas de
tres metros de distancia de la primera. ¿Qué cuernos, se habían agujeros de sueño. La habitación era un agujero, en efecto, pero
acercado a veinte nudos por hora y ·rebotado? Me incliné y tenía. un cerrojo nocturno y una cadena en la puerta. Cuando el
arrodillé para mirar .más de cerca. Esa tenía una mancha de botones se fue, deslicé la cadena en su lugar, tomé una ducha y
pintura amarilla. ¿Dos botes? No. tenía sentido. Una de las me eché en la cama con un cigarrillo.
abolladuras debía de haber sido hecha antes, pero no podía ser ¿Quien era Baxter?
mucho antes, porque el jueves pinté las bordas. Es un legado, pensé. Un íncubo que heredé, con la ayuda de
Bueno, no importaba gran cosa. El hecho es que habían Keefer. Baxter a Keefer a Rogers... Parecía una jugada de un
estado allí,y que podían volver. Si quería dormir, era mejor que equipo de béisbol en un baldío. ¿Por qué había subido a bordo
me trasladase a un hotel; y era muy fácil entrar en ese barco. del Topaz? Era evidente que mintió acerca del trabajo y de que
Bajé y acomodé un poco el desorden. Hasta donde podía ver, quería ahorrarse el dinero del viaje en avión. Pero no me pare-
no faltaba nada. Me puse un traje liviano, el único que llevaba ció un embustero; distante, quizás, y reservado, pero no un
conmigo, me cambié de zapatos y cargué en un bolso el resto embustero, y por cierto que no un delincuente. Me había gus-
de mi equipaje. Tomé el sextante y el cronómetro, las únicas tado.
cosas valiosas que tenía a bordo, y me dirigí al portón. ¿Quiénes eran los hombres que lo perseguían? ¿Y por qué
El anciano se mostró sacudido y un poco asustado, y me no querían creer que había muerto de un ataque al corazón?
pidió disculpas cuando se lo conté. . ¿Y qué podía hacer yo ahora? ¿Pasarme el resto de la vida
- ¡Pero es que yo no oí nada, Mr. Rogers! -dijo. mirando debajo de la cama, durmiendo detrás de las puertas
~ Quizás ocurrió en el tumo de otro -dije-, pero no impar- cerradas, en pisos altos de hoteles? Era escalofriante, cuando se

56 57
pensaba en eso, lo poco que la policía podía hacer respecto de aérea y me pidi◊ que la depositase en un buzón.
una cosa como esa, a menos de que yo quisiese ir allá y vivir en ¡Paula Stafford!
la sala del cuartel de policía y no salir nunca más. Y era una Me incorporé en la cama tan de repente, que dejé caer el
farsa tratar de convencerme a mí mismo de que podía hacer cigarrillo y tuve que recuperarlo del suelo. El nombre lo había
frente a pistoleros profesionales. La violencia era él oficio de • oído entonces. O visto, más bien. Cuando iba a' echar la carta
ellos. No era un deporte, como el fútbol, con reglas, con tiem- advertí, ociosamente, que estaba dirigida a alguien que se hospe-
po de descuento cuando uno se lesionaba. Aunque hubiese teni- daba en un hotel de Nueva York. No tenía la intención de
do una pistola y penniso para llevarla, habría sido inútil; no era leerla; sólo fue porque me llamó la atención la dirección de
un pistolero, y no quería serlo. · Nueva York, puesto que él venía de San Francisco, y eché una
Encendí _otro cigarrillo y miré el reloj; eran casi las tres. .. ojeada al nombre. ¿Stanford? ¿Sanford? ¿S tafford? Eso es;
La única forma de ubicarlos, había dicho Willetts, consistía estaba seguro.
en averiguar quién era Baxter. Y como los restos físicos de éste ¡Dios, qué estúpido! Me había olvidado de su llamada. Qui-
se encontraban hundidos más allá del alcance de la raza huma- zás estuviese en el hotel Warwick en ese momento, y pudiese
na, para toda la eternidad, lo único que quedaba era seguir sus aclarar todo el misterio en cinco minutos. Tomé el teléfono.
huellas hacia atrás, en busca de alguna pista. Eso, por supuesto, Esperé con impaciencia mientras el operador discaba.
era una tarea para el FBI. Pero hasta entonces éste ni siquiera - Buenos -días - dijo una voz musical- . Hotel Warwick.
había contado con un punto de partida. Y yo tuve cuatro días. - ¿Tienen registrada allí a una Paula Stafford? - pregunté.
Tomalo desde el momento en que zarparon, pensé; la maña- - Un momento, por favor ... Sí, señor.
na en que levamos ancla. Después del desayuno los tres nos - ¿ Quiere llamarla, por favor?
dedicamos a reemplazar la cubierta inferior, de acero inoxida- - Lo siento, señor, su línea está ocupada.
ble, del lado de babor del palo mayor. Baxter era un trabajador Quizá trataba de ubicarme en el astillero, pensé. Me incorporé
dispuesto, y sabía manejar el alambre, pero sus manos eran de un salto y empecé a vestirme a toda rapidez. Había sólo tres
suaves, y en apariencia no tenía guantes. También advertí que cuadras hasta el Warwick. Las luces de tránsito parpadeaban en
trabajaba con los pantalones de franela fris. Mientras estábamos el amarillo, y las calles estaban desiertas, aparte de uno o dos
en eso, llegaron las provisiones. Las subimos a bordo y las esti- ómnibus, y de un camión del Departamento de Sanidad. Llegué
bamos. Había una diferencia en la factura, que yo quería dis- al Warwick en tres minutos. El gran vestíbulo pasaba por la
cutir con el abastecedor marítimo, de modo que le pedí al parte de menos actividad de su ciclo cotidiano. Todas las tien-
conductor que me llevase a la ciudad en el camión. Cuando me das estaban cerradas, y algunas de las luces apagadas en los
disponía a bajar, Baxter apareció desde abajo y me llamó. sectores periféricos, y sólo funcionaba el escritorio, un tablero
Me entregó veinte dólares. telefónico y un ascensor, como los centros nerviosos de algún
- Me pregunto si le molestaría conseguirme dos pares de complejo animal dormido. Me dirigí a los teléfonos internos,
pantalones de trabajo mientras está en el centro. Las tiendas que se encontraban a la derecha del mostrador.
estaban cerradas ayer por la noche. Me contestó casi en el acto, como si estuviese pegada al lado
- Por supuesto - respondí- ¿Qué número? del aparato.
- Treinta y dos de cintura, y los más largos que tengan. - ¿Sí? ¿Miss Stafford? - pregunté.
- Está bien. ¿Pero por qué no viene usted también? No -Sí - respondió con ansiedad- . ¿Quién es? .
tenemos ninguna prisa. - Stuart Rogers. Estoy abajo, en el vestíbulo.. .
Rechazó la proposición con un tono de disculpa. - ¡Oh, gra'cias a Dios! -parecía un tanto histérica- Estuve
- Gracias, pero prefiero quedarme a terminar con ese alam- tratando de comunicarme con usted en ese astillero, pero el
bre. Es decir, si no le molesta comprarme los pantalones. hombre me dijo que se había ido, y que no sabía a dónde. Pero
Le dije que no me molestaba. Sacó del bolsillo una carta de vía no importa. ¿Dónde está?

58 59
- Abajo, en el vestíbulo - repetí. comenzó a tratar de abrirla-. Perdóneme. ¿No quiere sentarse?
- ¡Suba! Habitación 1508. Y permítame que le sirva un trago.
Era a la derecha, dijo el botones. Salí del ascensor y recorrí un Le saqué de las manos la botella de whisky antes que la dejara
pasillo silencioso y cubierto por una gruesa alfombra. Cuando caer, y la puse sobre la mesa.
golpeé, abrió la puerta en el acto. Lo primero que me llamó la - Gracias, no quiero beber, pero me agradaría alguna infor-
atención en ella fueron sus ojos. Eran grandes e intensamente mación.
azules, con largas pestafias negras, pero borroneados por el Ni siquiera me escuchó, y no advirtió que le había sacado la
insomnio y agitados por una intensa emoción soportada durante botella.
mucho tiempo. Siguió hablando.
- ¡Pase, Mr. Rogers! - ...Casi enloquecida, aunque sé que tiene que haber moti-
Retrocedió, me ofreció una sonrisa nerviosa pero amistosa, que vos muy concretos para que no se haya puesto .en contacto
desapareció antes de llegar, y sacó una píldora de un frasco que conmigo hasta ahora.
tenía en la mano izquierda. Tendría unos treinta y cinco años, - ¿Quién?
pensé. Su cabello era negro, un tanto revuelto, como si hubiera Eso lo escuchó. Se interrumpió, me miró con expresión de· sor-
estado pasándose las manos a través de él, y usaba una bata presa y dijo:
azul, anudada con fuerza en la cintura. Paula Stafford era una - Brian... quiero decir, Wendell Baxter.
mujer muy atrayente, aparte de la impresión de que si uno Entonces me tocó el turno a mí. Parecía increíble que no estu-
dejaba caer algo o hacía un movimiento súbito podía saltar viese enterada. Me sentí horriblemente mal por tener que decír-
hasta la lámpara del techo. selo de esa manera.
Entré en la habitación y cerré la puerta mientras ella tomaba - Lo siento, Miss Stafford, pero di por supuesto que lo ha-
un vaso de agua de la mesa situada a la izquierda y tragaba la bía leído en los periódicos. Wendell Baxter ha muerto.
píldora. En la mesa había además un cigarrillo encendido en Sonrió.
una boquilla larga, en precario equilibrio sobre el borde, otro - ¡Oh, es claro! Qué estúpida. - Se dio vuelta y comenzó a
frasco de píldoras de color distinto, y una botella cerrada de revolver el bolso que había en la cama- . Debo decir que no se
whisky Jack Daniel. A mi izquierda estaba la puerta, abierta en equivocó al confiar en usted, Mr. Rogers.
parte, del cuarto de bafio. Detrás de ella se veía una gran cama Contemplé, atónito, su nuca, saqué un cigarrillo y lo encendí.
doble, con una colcha color níspero. La pared más lejana era En algún punto de mi cerebro latía la vaga impresión de que su
casi toda un ventanal, cubierta por una celosía baja y cortinas conversación -si era eso- adquiriría sentido si yo poseyera la
color níspero. La luz provenía de la puerta del cuarto de bafio clave correspondiente.
y de la lámpara de pie, al lado del tocador, que estaba más allá - Oh, aquí está - dijo, y se volvió con un sobre azul, de vía
de los pies de la cama, ,a mi izquierda. Un vestido, en apariencia aérea, en la mano. Experimente un pequeño estremecimiento
el que había usado antes, estaba tirado sobre la cama, junto con cuando vi el sello de la Zona del Canal; era el que yo había
una media enagua, su bolso y un par de gafas para el sol, en llevado al correo. Por fm era posible que averiguase algo-. Esto
tanto que la maleta se hallaba abierta, desbordante de ropa aclarará sus dudas acerca de quién soy yo. Adelante, léala.
interior y medias, en el soporte de equipaje, al pie de la cama. Saqué la carta del sobré.
· Resultaría difícil decidir si vivía en la habitación o si la habían
arrojado en ella.
- ¡Hábleme de él! -exigió- ¿Le parece que está bien?
- Después, antes que pudiese abrir la boca, se interrumpió con
otra sonrisa nerviosa e indicó la l:)utaca, al lado de los pies de la
cama, y al mismo tiempo tomó la botella de Jack Daniel y

60 61
Pienso que en ese momento empecé a perder la cordura. Es que
1 de junio todo era tan inútil. La tomé de los brazos.
- ¡Escuche! ¿Baxter estaba loco?
Queridísima Paula: - ¿Loco? ¿Qué está diciendo?
- ¿Quién es Slidell? ¿Qué quiere?
Apenas tengo _tiempo para una brevís~a n?ta. - No sé -respondió.
Slidell está aqui, en la Zona, y me ha visto. Tiene - ¿Usted no sabe?
vigilado el aeropuerto, pero encontré una fonna de Se soltó con un movimiento brusco y retrocedió.
escurrinne. - Nunca me lo dijo, Slidell sólo era uno de ellos, pero no sé
Escribo ésta a bordo del queche Topaz, que pron- qué quería. · .
to zarpará hacia Southport, Texas. Me he contratado - ¿Alguién más que yo ha leído esta carta?
para viajar como marinero de cubierta, con el nom- - Mr. Rogers, usted está loco. Por supuesto que nadie más la
bre de Wendell Baxter. Puede que se den cuenta, es vio.
claro, pero yo podría no estar a bordo cuando lle- - Bueno, mire -continué-, ¿le parece que tenía veintitrés
guen. En cuanto estemos a salvo, en el mar, le ~e- mil dólares encima? . ·
diré al capitán Rogers que me desembarque en algun - Sí. Por supuesto que los tenía. ¿Pero por qué me hace
punto, más lejos, en la costa de América Cent~al. todas estas preguntas? ¿Y por qué no contesta las mías?
Por supuesto, es posible que no l<;> haga, p~ro abngo ¿Dónde está?
la esperanza de convencerlo. Quizas el precio sea ele- - Estoy tratando de decírselo -respondí. Murió de un ata-
vado, pero por fortuna todavía tengo encima más de que cardíaco cuatro días después de salir de Cristóbal. Y en
23.000 dólares. Volveré a escribir en cuanto desem- esos cuatro días nunca dijo nada acerca de su deseo de que lo
barque, ya sea en Southport o en cualquier lugar de desembarcara. Hice un inventario de sus efectos personales, y
América Central. Hasta entonces, recuerda que estoy no poseía veintitrés mil dólares. Tenía unos ciento setenta y
a salvo, no importa lo que puedas escuchar, y que te cinco. O Baxter estaba loco, o no hablamos del mismo hombre.
amo. El rostro de ella estaba entonces inmóvil por completo. Me
miró, con ojos que se abrían cada vez más.
Brian - Usted lo mató -susurró- . Por eso nunca volví a tener
noticias de él.
- ¡Basta! - ordené-. Tiene que haber alguna respuesta...
Veintitrés mil dólares. . . Me quedé ahí, atontado, mientras - ¡Usted lo mató! - Se llevó las manos a las sienes y gritó,
ella me sacaba la carta de entre los dedos, la plegaba y volvía a con las venas sobresaliéndole de la garganta: - ¡Usted lo mató!
deslizarla dentro del sobre. ¡Usted lo mató!
Me miró. , - ¡Escuche!
_ Y ahora -exclamó con ansiedad-, ¿Dónde esta, Mr. Siguió gritando. La expresión de sus ojos era de demencia.
Rogers? · Salí corriendo.
Tenía que decir algo. Ella esperaba una respuesta.
- Está muerto... Murió de un ataque al corazón ...
Me interrumpió con un ademán de exasperación, teñ.ido de des-
precio. .
. - ¿No es un poco ridí~ulo? Y~ leyó_ la carta, ya sape quien
soy. ¿Dónde lo desembarco? ¡,A donde iba?

62 63
VII que ocurriera ninguna de esas otras cosas. Me senté al costado
de la cama, con la cabeza entre las manos.
Y eI3tonces se me ocurrió un extraño pensamiento. ¿Quién
Varias puertas se abrieron en el corredor y asomaron algunas les babia da~o a e?lo~ la idea de que yo desembarqué a Baxter? ·
caras. Cuando llegué al ascensor, estaba subiendo. Sin duda era Ahora parecia existir alguna base para esa teoría demencial
el detective del hotel. Me lancé a las escaleras, con los gritos ¿pero cómo lo supieron? Por lo que yo sabía, él escribió única~
resonándome todavía en los oídos. Cuando llegué al vestíbulo, ment~ esa cart~, y ella juró que nadie más la había visto. Cerré
se encontraba en silencio. A los hoteles de la clase del Warwick los, _OJOS Y _volvi a ver a Baxter. Baxter al timón, observando Ja
no les agrada que los policías se apifien en el vestíbulo, si bruJula, mirando hacia arriba, para ver el aleteo del borde de la
pueden evitarlo. Crucé las hectáreas de desierto, sintiendo la vela mayor; Baxter ten~and? las vela_s, fü~xter lavando los platos,
mirada del empleado clavada en la espalda. En menos de cinco Baxter fumando un cigarr!llo en silencio, y mirando hacia el
minutos estaba de vuelta en mi propia habitación del Bolton. mar, '.11 atar~ecer., Me obsesionaba. Estaba convirtiéndose en una
Enganché la cadena en la puerta y me derrumbé sobre un cos- pesadilla. Si decia en serio lo que Je había escrito a Paula
tado de la cama. Tomé un cigarrillo, y, quién sabe cómo, logré Stafford, .4por qué ni una sola vez, en esos cuatro días, inició la
encenderlo. conversacion acerca del desembarco? Yo no habría aceptado
¿Y ahora qué? Era inútil tratar de volver a hablar con ella; por s_u.puesto, pero ~1- no podía estar seguro de ello hasta qu;
se encontraba al borde de un derrumbe nervioso. Y aunque la me hiciese la, proposición y me paseara el dinero ante las nari-
hubieran calmado, el solo hecho de verme la volvería a trastor-
ces. ¿P~r que caf1:bió de idea? Si tenía 23.000 dólares, ¿dónde
nar. Lo que tenía que hacer era llamar al FBI. Y entonces estaban_. Era posible que Keefer hubiese robado 4.000 ' pero
pensé en la carta. Si llegaban a verla... por que se detuvo ahí?
Era en todo sentido mortífera; cuanto más lo pensaba, peor Contó c_on cuatro días enteros para hablar del asunto pero
resultaba. ¿Cómo podría nadie creerme ahora? Baxter había
zarpado en el Topaz con 23 .000 dólares, y jamás se lo volvió a nunca_ l?, hizo. ¿Por qué? Algo debe de haberlo hecho c~biar
ver. Yo juré que había muerto de un ataque al corazón, y que de op1m~i:1, ¿pe~o qué? Durante un instante atorment ador tuve
el único dinero que tenía sumaba 175 dólares. Después se des- la sensa~t;m de que conocía la respuesta de eso, de que podía
cubrió que Keefer tenía 4.000 que nadie podía explicar, y él saber qm~!l era B3:"ter e,n realidad. Y al instante siguiente todo
desaparec10. Expenme nte deseos de golpearme la cabeza con los
fue asesinado. Yo era el único sobreviviente. Sólo podía ofrecer puños.
mi palabra, no corroborada, inclusive en lo referente al ataque
Está bien, pensé, colérico, ¿qué sabía de él? Vamos a sumar-
cardíaco de Baxter, y seguían faltando 19.000 dólares.
Lo menos que harían sería sospechar que había robado a un lo todo: Era de MiaJ?,i, o había ~stado en Miami en alguna
muerto para enterrarlo luego en el mar y destruir su identifica- oportum~ad. Yo tarnb1en era de alh, y conocía a mucha gente
ción para encubrir el robo. O que lo desembarqué en la costa en especial en el puerto. El nombre era Brian. La fotografía l~
de América Central, como lo pidió él, y luego presenté el falso mostraba en ~os ,mandos de cubierta de un pesquero de deporte,
testimonio de que estaba muerto. La tercera posibilidad era la lo cu_al constit~ia ~na clave definida, porque yo tenía una idea
peor. Keefer y yo lo habíamos asesinado . Quizá no podían del !1po Y babia visto las dos últimas letras del nombre Quizás
lo ,vi en otra ocasión, en alguna parte, u oí hablar de él. ¿Por
condenarme en ninguno de esos aspectos -tendrían tan pocas
pruebas, por su parte, como yo por la mía- , pero la sola sos- qu~ no volver ahora a Miami, en lugar de quedarme sentado
ah1,. como un pato en una galería de tiro al blanco? Tomé el
pecha me arruinaría. Yo estaba en el negocio de contratación telefono.
de yates. Recorra las exóticas Bahamas con el capitán Rogers y . Había dos l!neas aére_as con servicio de allí a Florida. {a
desaparezca. Me anularían la licencia. Por supuesto aparte que pnmera no tenia nada disponible antes de las doce y treinta ·
los pistoleros que perseguían a Baxter podían matarme antes Llamé a la otra. .,
64 65
/
guar quién era. Creo que provenía de Miam
i, y tengo algo así
como una impresión de que ya he oído habla
_ Si señor -dijo la joven del most rador de reserv escuchás? . r de él ¿Me
as de pasa- '
jes- , t¿dav ía tenemos luga~ en el vuelo ~02. - Seguí disparando. ¿Cómo era él?
S~e de Sou~hp~rt
a las cinco y cincuenta y cinco de la manana, Le di una breve descripción y conti nué:
y llega a M1arm a
la una y cuarenta y cinco de la tarde, con - La corazonada de Miami proviene de una
escalas en Nueva fotografía que
Orleans y Tampa. . . me most raron . Estoy muy seguro de que lo
Miré mi reloj . Eran las cinco que vi en segun do
meno plano era parte de la Carretera MacArthur y
_ Muy bien -dije - . Me llamos veinte .
Stuar t Rogers. Recogere e1
,
islas ubicadas a lo largo de Government Cut.
de algunas de esas
pasaje en el aeropuerto en cuant llegue. Estab a en el puen-
te de mand o de un pesquero de deportes.
Corté la comunicación y volví a ollama r a la operadora del hotel . grande, de aspecto lujoso, y creo que se tratab
Una embarcació n
- Deme larga distancia, por favor. . a de una de las.
. ... Rybovich. Si era dueiío de ella, es probable "que
Cuando llamó la operadora de larga d1stanc1a, tuviese much o
dinero cuand o vivía. allí, por_que no son preci
_ Me gustaría hacer una llamada a Miami. -diLeJe• . ,
del grupo de Segu ndad Social. Uno de los
samente juguetes
d1 ;l nume ro. salvavidas estab a
- Gracias. ¿Quiere esperar un mom ento, por favor detrás de él, y pude ver las dos últimas letras
. A B"ll
Esperé escuchando el parlo teo de las opera
doras . a-t. Por el tama ño de las letras, lo más proba ble del nombre. Era
1 es
Redrn~nd le encan taría que lo sacara de la ~ama nombr~ largo. El de él era Brian. B-r-i-a-n. ¿Ente que fuese un
la maiíana. Era un viejo amigo - había mos sido a esa hora de - S1. Y soy como vos. Creo que oigo un timbr
ndiste todo?
compaiíeros de e tratan do de
estudios en la Universidad de Miami- , pero resonar.
repor tero en el Herald, y lo n:ás probable es trabaJ aba corr:io
que acabara e . - También se menc ionó a otro homb re
dormirse. El Herald es un matu tmo.
. Shdell. Quizás alguien haya oído hablar de del cual no sé nada.
él. Estaré en Miami
_ Hola. - Era una voz de muchacha, de una Joven tan pront o como pueda llegar. Tratá de ver
muy ador- si podés averiguar
mil~d;~ngo una llamada de larga distancia algo.
de South port, Te- - Muy bien. Tomátelo con calma, marinero.
xas ... - Empezó a decir la operadora. No tuve problemas en hacer las maletas· no las
- No conozco a ningún texan o .. . había deshecho
Llamé al mostr~dor para que me preparasen
- Lorraine - interr umpí - , habla Stuar t. la cuent a y m~
_ Ay, Dios mío. ¡Los solteros! Tend ría que buscaran un tax1. El vestíb ulo estaba desierto,
haber una ley. y sólo se veía al
empleado. Pagué la cuent a, y estaba guardando
- ¿Podés llamar a Bill? Es impo rtante .
_ ¿Qué decís.. .? Bueno, apart ate y lo pinchare, el cond uctor del taxi entró y tomó la maleta. el vuelto cuand o
con algo. Salimos. Comen-
zaba a aclarar. La calle había sido lavada, y
Lo escuche mascullar, entre sueños. Luego: en ese breve mo-
me~t o, anter ior al alba, la ciuda d estaba fresca
_ Oíme, ¿Tenés alguna idea de 1~ hora que es? hacia uno y otro lado de la calle; no había y limpia. Miré
_ No impo rta - le dije- . Podra ! dorrrur cua_nd .. peato nes a la vista,
_o seas v1eJO. y apenas uno que otro coche.
Necesito ayuda. Se trata de, un viaJe desde
Cnsto bal, con ese . -; Al aerop uerto - dije al cond uctor , y partim
queche que fui a comp rar alli. os.
. Mire por la ventanilla trasera, y antes de llegar
Me interrumpió, despierto ya del_todo. a la esquina vi
_ Lo conozco. La AP publico algunas !mea , que un coche se separaba del cordó n de la
acerc
reprodujimos debido al aspecto local de la
s, y _nosotros _las ~osot~os. Tenía las luces encendidas, de modo a detrás de
cuestion. Un tipo qu~ result aba
que murió de ataque al corazón. ¿Cómo se llama imposible formarse una idea acerca de su marc
a o color. Dos
_ De eso se trata -dije- . ¿Cómo se llamaba? ba? cuadras más allá doblamos a la izquierda.
El coche - u otro
Se supone que igual- conti nuab a a la zaga. Seguí mirando.
se llamaba Baxte r, pero resulta que es un_ apelli
algo extra ño en todo eso, y yo estoy metld do falso. Hay ment o hubo dos, después tres, y luego volvi Dura nte un mo-
? en un treme nd? mos a uno solo.
problema que te conta ré en cuant o llegue alla.
Tengo que aven-
67
66
Resulta ba imposible decir si era el mismo, pero siempre se man- -: ~racias , Mr. Rogers - dijo la joven Unió el talón de .
tenía a la misma distancia, más o menos a una cuadra. Hicimos equipaj e a la autoriza ción para subir a· bordo y me di m:
otros viraje, para entrar en la carreter a que salía de la ciudad, y ~e!t0 -;.- Puerta B, Salida siete. El llamado pára el vueli s~
todavía seguía allí. Empecé a preocup arme. El aeropue rto esta- ara m~s o menos dentro de diez minuto s
ba bastant e lejos, y sin duda existían bastant es tramos l,lesiertos Compre un periódi co y me senté en u·n banco . d
de carreter a, en los cuales podían obligarnos a detener mos si
estaban persiguiéndome. Mi única posibilidad -si tenía alguna-
~u~ro~ Pª1 e~perar, sudand o, los diez minuto
por lo menos
s. Si
de
!~ 1

meter
!!;ía! e
a u~
ra anan e, u en ese vuelo, o
sería la de saltar del coche y salir corrien do. Pero tendría que hombre en el. Yo me encontr aba detrás de las dos filas ue se
prevenir al conduc tor. Si trataba de distanciarse de ellos, era hre~n~ aban rara _ide_ntificarse,. Las observé con cautela , mi¿ntra s
casi seguro que lo mataría n. En cuanto los viera empezar a
acercarse, le diría que se detuviese. ui::g::tu~re ed/~~a ~cl~ ~~~:. ~o~º::: ~a~~~~ ado~/a nos?, con
Luego, de pronto, doblaro n, y quedam os solos. Después de maestra s de vacaciones. Una mujer de edad. u~ fiorrib~~ ~i::i
1
otro kilómet ro y medio con la carreter a comple tamente desierta que lleva?ª una cartera portado cument os. Un infante de marina.
detrás de nosotros, lancé un suspiro de alivio. Falsa alarma. Dos mariner os de uniform e blanco Un hombre b . h
Estaba demasiado nervioso. Cuernos, ni siquiera sabían que esta- ~o, ?edhom bdros anchos, que llevaba el abrigo sobieº'e {t~a~~-
ba en el hotel; nadie nos había seguido cuando llegué desde el 1 mua a se etuvo y volvió a él. ·
astillero. Ahora se encontr aba a la cabeza de la fila en la hil
Y entonce s me di cuenta de que era un niño para ese tipo de ¿ue yo mismo estuve ~tes. Sin duda se había 'metido ene!~ae~
cosas, y que en frente tenía a verdaderos profesionales. Quizás
os ~1 tres lug~res de distancia de mí, pensé. La joven hablaba
habían estado siguiéndonos. Cuando llegamos al lugar en que
con eh, slacudien do, negativamente la cabeza. Me esforcé por
doblaro n era evidente hacia dónde me dirigía, de modo qu~ ya escuc ar o que decia.
no tenían por qué manten erse a la vista. Quizás hicieron lo
T - . ; .todos vendidos. Pero podemos ponerlo en la lista.
mismo cuando salí del astillero. Hablaron a los hoteles hasta oda:v1~ ,hay, cuatro que no se han present ado
que me ubicaro n; lo más probable es que no hubiese más de El asmt10. Solo podía verle la espalda. .
media docena. Me sentí ridículo y estúpid o, y un poco asusta- - Su nombre , por favor - pregunt ó la muchac ha ·
do. Si me perseguían, ¿cuál era el mejor plan? Recordé lo que - J . R. Bonner.
había dicho Willetts: tenían miedo a los testigos. Entonc es ha- La voz era un baríton o grave, pero no había en ella nada de la
bía que perman ecer al aire libre, rodeado de mucha gente, pen- asperez a Y amenaza que percibí en la otra. .
sé. Dejamos la ciudad atrás, atravesamos las urbanizaciones peri- Bueno ' "·y. por , d haberla, dadas las circunstan-
' h b na e
féricas, y cruzamos un arroyo cubierto por arriba de oscuras . ? N , qu~ a
encinas y de colgantes penacho s de musgo. El sol comenzaba a ~ia~. ~i8t pod1a decir mucho acerca de una voz con solo una
, os p a ras escuchadas. Le miré los zapatos , Eran ne gros ,
salir cuando nos detuvim os delante de la termina l de pasajeros numero cuarent a Y cuatro o cuarent a Y cinco.
del aeropue rto. Pagué al conduc tor y entré con mi maleta.
Era una termina l de grandes dimensiones, con mucha activi-
dad, inclusive a esa hora de la mañana . Los grandes ventanales
=~~;~~~abd~l u~e~~~~i. t :i~:Z't :id~e~ ó~~!.º t}i::rl ~{r~ªf li
mogl~ento despues s_e aparto del mostrad or. Lo miré !n la f~rmá
del frente daban hacia las pistas, y en cada uno de los extremo s
ne igente, c?m? sm ver, en que la mirada de uno pasa J?or
estaban las puertas que llevaban a la salida. A la izquierd a se sobte cualquier mtegran te .de una multitu d · A Parte de una rrn-
veían algunas tiendas, e1 puesto de periódicos y un restaura nte, presión de f
u,na u~rza casi brutal que ofrecía n los hQmbros
en tanto que todos los mostrad ores de las líneas aéreas se ex-
tendían hacia la derecha. Me acerqué a uno de ellos, me identi-
'
~;~◊;' ehq~~pr~a
d .
J'e°t~f~ ser u;1a_ persona cualqui era: adiestr ad!r
01 pro1es1ona1, o capataz de una em
fiqué y pagué mi pasaje. e constru cciones pesadas. Llevaba un sombre ro de paja bl~~~:
68
69
camisa blanca y corbata azul, y los pantalones y el abrigo que rar, la~ piernas, se les permitió entrar primero. Los que subían
tenía sobre el brazo, eran los componentes de un conservador al!1 mismo ~asaron en fila india, mientra~ el empleado que aten-
traje azul. Tendría unos cuarenta años, uno setenta y dos de dia el port~n controlaba nuestros pasajes. Yo era el último.
estatura y más de noventa y cinco kilos, pero caminaba con Cuando subi los escalones me resistí a un impulso de mirar
tanta ligereza como un gran felino. Su mirada se cruzó con la hacia atrás. El esta:ía vigilándome desde algún punto, para ase-
mía por un instante, con la helada y desierta impersonalidad del gu_rarse de q~e subia a bordo. Todavía quedaban cuatro o cinco
espacio exterior, y siguió de largo. Se sentó en el banco, a mi asientos vacios, pe:o eso nada significaba. Dos serían para las
izquierda. Yo volví a mi periódico. ¿Cómo pod,ía saber uno? azafatas, y _era posible que alguno de los pasajeros que seguían
¿Qué significaba la apariencia exterior? Podía ser un pistolero vuelo t;stuv1ese todavía en la terminal. Ocupé uno sobre el -pasi-
con la acabada letalidad de una cobra, o en ese momento quizá llo, mas adelante de la puerta. Inclusive podía ser que hubiese
se preguntara si debía comprar un osito de juguete a su hija de otras personas, delante de él, en la lista de los que esperaban las
cinco años, o uno de los libros del doctor Seuss como regalo de anulacione§. Esperé. Me hallaba del lado desde el cual no se
regreso al hogar. Volví a mirarle los pies, y esta vez lo vi. El podía ver la puerta, inclusive aunque tuviese el asiento de la
zapato derecho había sido cortado en la capellada, unos dos ventanilla. Hacía mucho calor, con el avión posado en tierra. El
centímetros, debajo del dedo más pequeño. sudor me bañaba el rostro. Subió otro pasajero, una mujer.
Plegué el periódico, me lo golpeé ociosamente contra la Luego _uno d~ uniforme, un comandante de la Fuerza Aérea.
mano, me puse de pie y pasé delante de él. No me prestó Empece a abngar esperanzas. El capitán y el primer oficial pasa-
atención. Me acerqué a la larga pared de vidrio del frente, y ron por la p_ue!1a y siguieron hacia adelante. Se cerró la puerta
contemplé las pistas, el pasto marchito y la brillante piel metá- del compartm11ento del vuelo. Luego, dos minutos antes que
lica de un DC-7 que quebraba los rayos del sol matinal. La de sacaran la rampa de acceso, apareció Bonner. Ocupó el último
ser perseguido era una sensación extraña, aterradora. Y a plena asiento vacío.
luz del día, en un aeropuerto activo y pacífico. Era irreal. Pero
más irreal aun resultaba el hecho de que yo no podía hacer Bajamos en medio del calor húmedo de Nueva Orleans, a las
nada. Supongamos que llamase a la policía. Arresten a ese hom- 8,05, para una parada de veinte minutos. Bonner actuó con
bre: tiene un corte en el zapato. cautel~i yo me q.ued~ _en el asiento mientras el grupo descendía
Me pregunté si llevaba algún arma. En apariencia no había del av10n'. pero el ~aho con ellos. Me di cuenta de la precisión
Jugar alguno en el que pudiera llevarla, a menos de que la de 1~ actitud. Podia observar la rampa desde el interior de la
guardase en el bolsillo del abrigo echado sobre el brazo. Si la termmal, para_ ver si yo descendía o no, de modo que me tenía
tenía bien acomodada, nadie podía darse cuenta. No llevaba embote~~do sm mostrar~e é~ mism?. En cambi?, si se quedaba
equipaje, y lo más probable era que estuviese solo. Con los en el avion y yo descend1a, cmco mmutos despues se habría visto
pasajes del vuelo vendidos por completo, no tenía sentido que obligado a seguirme. Astuto, pensé. Bajé del avión. En cuanto estu-
más de uno se inscribiera en la lista de los que anulaban su ve de~tro de la te!illinal lo vi. Leía un periódico, sin prestarme
pedido de pasaje. Si subía a bordo, podría mantenerme vigilado atenci~:m. Me pasee P?r a_fuera, hacia las limousines y los taxis.
hasta que los otros lo alcanzaran. Bueno, todavía no estaba a Y alh estaba, todavia sm prestarme atención. Ya no cabían
bordo. Y quizá no llegara a estarlo. Anunciaron el vuelo. Salí dudas. Quizá pudiese llamar a la policía y hacer que lo arresta-
por la Puerta B, sintiendo su mirada en el centro de la espalda, ran. N_o, eso no serviría. No tenía prueba alguna. Sin duda
a pesar de que sabía que quizá ni siquiera estuviese mirándome. contana con docume~tos de identificación, un buen relato, una
¿Por qué habría de hacerlo? Sabía a dónde iba. El número 302 coartada. . . No podrian retenerlo ni diez minutos. Tenía que
era un vuelo de escala, de modo que sólo había nueve o diez escapa!me de él de 3;1guna manera. ¿Pero cómo? El era un
personas en el Portón Siete esperando subir a bordo. A algunos profesional que conocia todas las tretas; yo era un aficionado.
pasajeros que seguían vuelo, y que habían descendido para esti- Y entonces comenzó a formárseme una idea. Si se convertía el

70 71
juego en novicio contra novicio quizá tuviese .alguna probabili- seguimos con la roja, enganchó los paragolpes con los de un
dad. Aterrizamos en Tampa a las 11,40 de la maña~a. En cu,an- camión, en mitad de la intersección.
to se abrió la puerta me puse de pie, me desperece y segu1 al - Muy bien hecho - dije- . Ahora a la terminal de ómnibus
resto de la gente hacia la tenninal. Du,ra~te un moment? ;>bser- Greyhound.
vé con actitud ociosa, los libros en rustica que se exhibian en Descendí allí y le pagué lo que marcaba el taxímetro, además
el'puesto de periódicos, y luego salí con lentitud. Tenía la vaga de los otros veinte dólares. En cuanto desapareció de la vista,
esperanza de encontrar un solo taxi en la fila de la par~da fuera atravesé la estación, me dirigí a una hilera de taxis estacionados
de la estación. Había cuatro. Pero el conductor del primero se frente a un hotel y tomé otro en dirección a la agencia Hertz.
hallaba detrás del volante, listo para partir. Bonner acababa de Treinta minutos después viajaba hacía el sur, en la carretera 41 ,
salir por la puerta, a unos· seis metros a mi izquierda, y ence1;1-
día un cigarrillo y miraba hacia cualquier lado, menos hacia en un Chevrolet alquilado. Resultaba imposible predecir cuánto
me duraría la buena suerte, pero por el momento me había
aquel en que me encontraba yo. Cam~é con indiferenci~ a lo
largo de la fila, hasta que me encontre a la altura del ynmero. desprendido de ellos.
Me volví con rapidez, abrí la portezuela y me deslicé aden- Volví a sentir dolor de cabeza, y me era difícil permanecer
despierto. De pronto me di cuenta de que era domingo por la
tro. tarde, y que no me acostaba desde el viernes por la noche.
- Al centro, Tampa - le dije al conductor.
- Sí señor. - Oprimió el arranque- . Nos apartam~s, de ~a Cuando llegue a Punta Gorda me detuve ante un motel y dormí
zona de carga. Cuando nos dirigíamos hac~a la calle mue ~ac1a durante seis horas. Entré en Miami poco después de las dos de
atrás. Bonner trepaba al segundo taxi. Temamos una ventaJa de la mañana. Sería muy peligroso ir al aeropuerto a recoger mi
una cuadra. Saqué veinte dólares de la cartera y los dejé caer en maleta, inclusive aunque hiciese que la recogiera un mozo de
cuerda. Bonner estaría allí, o haría que alguien me vigilase.
el asiento delantero, al lado del conductor. Entregué el coche y tomé un taxi hasta un hotel del Boulevard
- Hay un taxi que nos sigue - dije- . ¿Puede desprenderse de
Biscayne, expliqué que mi maleta se había separado de mí
él? cuando cambié de avión en Chicago, y me inscribí como
Su mirada bajó hacia el dinero que tenía en el asiento y luego
Howard Summers de Portland, Oregón. Esta vez no me ubica-
volvió a mirar hacía adelante: rían con solo llamar a los hoteles. Pedí una habitación que
- Si es un policía, no. diese al Parque Bayfront, compré un Herald y seguí al botones
- No lo es. hasta el ascensor. La habitación se encontraba. en el piso doce.
- Eso lo 'dice usted. En cuanto el joven se fue, me acerqué a la ventana y separé las
- ·Por qué habría de tomar un taxi? Hay un coche de la
tiras de las celosías. A la izquierda se veía apenas el ancladero
oficint del sheriff ahí mismo, en la terminal. de yates de la ciudad. Los altos palos del Orion se destacaban
El asintió. · en el apiñamiento de embarcaciones de turismo y de lanchas
Entró en la calle y apretó el acelerador. pesqueras de alquiler. Me entristeció estar tan cerca y no poder
- Haga de cuenta que ya lo hemos perdido d~ vista. , . subir a bordo. Me volví y tomé el teléfono. Bill Redmond debía
Miré hacia atrás. El otro taxi serpenteaba por entre el transito,
de estar ya en su casa. Contestó al primer timbrazo.
un poco menos de una cuadra más atrás. No ten~ríamos nin- - Stuart... - empecé a decir-.
guna posibilidad pensé, si uno de sus colegas profesionales estu-
viese sentado ai{te el volante, pero ahora las probabilidad_ eran Me interrumpió.
- ¡Dios! , ¿dónde estás?
parejas. No, inclusive algo más que parejas. Nosotros sabiamos
Le mencioné el hotel.
lo que íbamos a hacer, pero él tenía que es~erar has!a qu~ lo - Habitación 1208.
hiciéramos para darse cuenta. Apenas necesitamos diez minu- - ¿Estás en Miami? ¿Nunca leés los periódicos?
tos. La segunda vez que cruzamos con luz amarilla y él trató de - Tengo un Herald, pero no miré la...

72 73
- Leélo. Ya voy para allá. -Colgó- . . alboroto. La encontró muy trastornada, gritando, en forma casi
El periódico estaba ~n la cama, do~de _lo había deJado caer incoherente, que alguien había sido asesinado. Como no se
cuando entré. Lo abn, me llevé un c1gamllo a la boca y estaba advertían muestras de violencia, ·y resultaba evidente que no
a punto de encenderlo cuando lo vi. había nadie más allí, muerto o no, logró calmarla y se fue
después que ella tomó una de sus píldoras somníferas. Pero a
CAPJTANDE YATES LOCAL las diez de la mañana, cuando trataron de llamarla y no obtu-
BUSCADO POR MISTERIO MAR/TIMO vieron respuesta, entraron en la habitación con una llave del
hotel y la encontraron inconsciente. Se llamó a un médico. Este
encontró las píldoras restantes en la mesa de al lado de la cama,
La policía tenía la carta de Baxter. e hizo que la llevaran a un hospital. No se sabía si. la dosis
excesiva era accidental o un intento de suicidio, puesto que no
se encontró nota alguna. Pero cuando llegó la policía para inves-
tigar encontFÓ la carta de Baxter. Y entonces se armó la gorda.
VIII Se enteraron de mi visita. El ascensorista y el empleado noc-
turno dieron mi descripción a la policía. Fueron a buscarme y
yo había desaparecido del astillero. La carta de Baxter se
Estaba fechado en Southport. publicó, completa. había una recapitulación de toda la historia
hasta ese momento, incluida la muerte de Keefer y los 4.000
La aureola de misterio que rodea el viaje del malha- dólares no explicados.
dado yate To paz se acentuó hoy, en un extraño Ahora, además, parecía que faltaban 19.000 más. Yo había
acontecimiento nuevo que estuvo a punto de costar desaparecido, y nadie tenía una idea respecto de lo que en
la vida de otra víctima. verdad había ocurrido con Baxter.
Esta tarde seguía todavía en condición crí~ica, en ~n
hospital local, a consecuencia de una dosis e~ces1v_a ...a la luz de este nuevo suceso, la verdadera iden-
de píldoras somníferas, una atrayente morena identi- tidad de Wendell Baxter está envuelta en el misterio
ficada en principio como Miss Paula Stafford de
Nueva York. La policía cree que tenía una estrecha más profundamente que nunca. La policía se negó a
vinculación con Wendell Baxter, misteriosa figura especular acerca de si Baxter podía o no seguir con
cuya muerte o desaparición en el viaje_ de Panamá a vida. El teniente Boyd replicó a la pregunta dicien-
Southport, en el Topaz, se ha convertido en !1n? de do: "Es evidente que hay una sola persona que co-
los enigmas más desconcertantes de los ulhmos noce la respuesta a eso, y la estamos buscando".
años... · Los agentes locales de la Oficina Federal de
Investigaciones no ofrecieron más comentario que
Seguí adelant;,--salteándome las partes que conocía. C?~tinuaba una declaracióh de que se buscába al Capitán Rogers
en una sección posterior. Lo hojeé, d(ljando caer las paginas que para nuevos interrogatorios.
no me servían, y continué leyéndolo. Luego me senté y volví a
leerlo. Dejé el periódico a un lado y volví a probar suerte con el
cigarrillo. Esta vez conseguí encenderlo. La carta por sí misma
no era mala, pensé; yo la había empeorado· al huir. Por lo
Estaba todo allí. El detective del hotel había subido a su habi- menos, así parecería; en cuanto la leí, salí corriendo como una
tación poco después de las tres y treinta de la mañana, _cuando gacela asustada. En ese momento ya habrían seguido mis rastros
los· ocupantes de habitaciones vecinas informaron acerca de un hasta el Bolton y luego al Aeropuerto. Y yo había alquilado el

74 75
coche en Tampa con mi propio nombre, para entrégarlo después - Bueno, callate, Scarface. ¿Cómo puedo saber que sos un
aquí. Cuando el hombre de la agencia Hertz leyera el periódico, fugitivo? Jamás leo otra cosa que el Wall Stréet Journal.
los llamaría: el conductor del taxi recordaría que me había Cedí, pero insistí en que saliéramos del hotel por separado. El
llevado al hotel. Y el}.tonces se me ocurrió que ya estaba pen- me dijo dónde estaba el coche y salió. Esperé cinco minutos
sando como un fugitivo. Y bien, lo era, ¿o no? Se escuchó un antes de seguirlo. Las calles estaban desiertas. Me itltroduje en
golpecito ligero en la puerta. el auto y él se internó en el Boulevard Biscayne, rumbo al sur.
Me dirigí a ella. Vivían cerca del centro, en una pequeña casa de departamentos
- ¿Quién es? de la Avenida Brickell. Por costumbre, miré por la ventanilla
- Bill. trasera. Hasta donde podía verlo, nadie nos seguía.
Lo dejé entrar y cerré la puerta. Suspiró y meneó la cabeza. - Lo último que supimos es que la mujer Stafford sigue viva
- Amigo, cuando te metés en un problema, no te andás con - dijo- , pero todavía no pudieron interrogarla.
vueltas. - Tengo la triste impresión de que, de cualquier manera, no
Somos de la misma edad y más o menos de la misma esta- sabe mucho acerca de él - dije-. Me dijo que no sabía quiénes
y nos conocemos. desde que cursábamos el tercer grado. El eran esos hombres, o qué querían, y creo que decía la verdad.
es delgado, inquieto, deslumbrantemente inteligente, un tanto Em~iez~, a dudar de que Baxter existiera. Creo que es una
cínico, y uno de los peores hipocondríacos del mundo. Las alucmac10n que la gente comienza a ver un poco antes de vol-
mujeres lo consideran hermoso, y quizá lo sea. Tiene un verse loca.
rostro delgado y de expresión temeraria, ojos azules irónicos y· - Todavía no oíste .nada - dijo-. Cuando te cuente lo que
cabello negro que encanece prematuramente. Fuma tres atados encontré creerás que estamos locos los dos. .
de cigarrillos por día, y deja de fumar semana por _medio. Jamás - Bueno, seguí haciéndote el misterioso - dije con acritud-.
bebe. Es un "Alcoholista Anónimo". Eso es lo que me falta. .
- Muy bien - dijo- , hablá. - Esperá hasta que entremos.
Se lo conté todo. Se internó en un camino para coches, entre umbrías palmeras, y •
Lanzó un suave silbido. Después dijo: estacionó al lado del edificio. Tenía sólo cuatro departamentos,
- Bueno, lo primero que hay que hacer es sacarte de aquí cada uno con su propia entrada. El de ellos era el de la izquier-
antes que te arresten. da, abajo. Volvimos por el sendero bordeado de hibiscos y
. - ¿~or qué? - pregunté- . Si el FBI me busca, quizá lo me- entramos por la puerta del frente. El living estaba en penum-
Jor sera que me entregue. Por lo menos no me matarán. Los bras, y silencioso, fresco gracias al acondicionador de aire. No
otros sí. había luces encendidas, pero la cocina proporcionaba suficiente
- Eso puede esperar hasta mañana, si seguís decidido a ha- iluminación para encontrar nuestro camino entre el tocadiscos
cerlo. Entretanto tengo que conversar con vos sobre Baxter. de alta fidelidad y los álbumes de discos, y las hileras y pilas de
- ¿Tenés alguna pista sobre él? - inquirí-. libros, y las lámparas y estatuas que Lorraine había hecho. Es
- No estoy seguro -respondió-. Por eso necesito hablar con ceramista.
vos. En ese momento fabricaba huevos revueltos; era una morena
Lo que descubrí es tan absurdo, que si tratase de contárselo a de piernas largas, aterciopelada piel tostada, revuelto cabello
la policía podrían encerrarme en un manicomio. Salgamos. castaño oscuro y ojos grandes, grises y alegres. Llevaba panta-
-- ¿Adónde vamos? - ave1ige- . lones bermudas y sandalias, y una camisa blanca anudada en
-- A casa, estúpido. Lorraine está friendo unos huevos y ha- torno de la cintura. Más allá de la cocina había un mostrador
ciendo café. con tapa de fórmica amarilla, y taburetes altos, amarillos, y un
- Es claro. Albergar a un fugitivo es apenas una broma ino- pequeflo rincón para,, el desayuno, y una ventana con cortinas
cente. Sea nuestro invitado en la encantadora y graciosa Atlanta. amarillas.

76 77
decía a pingún otro. Se llamaba ~rian Hardy, y el no~bre del
pesquero era Princess Pat. ¿Empezas a entenderlo _ah_ora.
Dejó de revolver los huevos el tiempo suficiente para besar- - Todo coincide -dije, excitado- . Hasta el ultimo detalle .
me y señalar el mostrador con la mano. Era Baxter, no cabe duda.
- Estacionálo, Asesino. ¿Qué es ese rumor de que te persi- - Eso es lo que me temía -respondió Bill- . Brian Hardy
gue la policía? murió hace más de dos meses. Y esta es la parte que te encan-
- Mujeres -dijo Bill-, siempre metiendo la nariz. - Depositó tará. Se perdió en el mar.
una botella de whisky y un vaso, en el mostrador, delante de La información empezó a filtrárseme en el cerebro.
mí. Su teoría afirmaba que nadie podía estar seguro de que no - ¡No! - exclamé-. NO ...
bebía si no había bebida cerca. Me serví una buena porción y la
bebí; tomé un sorbo de café hirviente y comencé a sentirme Lorraine me oalmeó la mano.
- Pobre viejo· Rogers. ¿Por qué no te casás, para dejar de
mejor. Lorraine puso los huevos sobre la mesa y se sentó frente
a mí, apoyó los codos en el mostrador y sonrió. meterte en líos? O metete constantemente en ellos y acostum-
- Miremos las cosas a la cara, Rogers. L~ civilización no es brate. • al d
tu ambiente. Me refiero a la civilización con base en tierra. - Entendeme no tengo prejuicios en ese sentido, guno e
Cada vez que apareéés con la marea alta, deberías llevar una mis mejores amigos están casados. Sólo que no me gustaría que
plaquita, como los excavadores de túneles. Algo así como "este mi hermana se casara con una pareja de casados. ,
hombre no es totalmente anfibio, y puede verse en dificultades - Sucedió en abril, y creo que ento~ces estabas _e~ algun
en tierra firme. Lléveselo a toda prisa al agua salada más cer- punto de las islas exteriores -continuó Bill- . Pero qmzas haya
cana y sumérjaselo en ella" . oído hablar de eso.
- Sí - dije-. Estallido e incendio ¿no? En algún punto de la
- Me parece bien -dije- . Sóio que todo el asunto empezó
en el mar. Eso puede asustarlo a uno. corriente del golfo.
- En efecto. Estaba solo. Había refiido con Grimes esa ma-
- ¿Ya se lo dijiste? -le preguntó a Bill.
ñana, y lo despidió, y él mismo p_ensab_a llev~r; al Prince·ss Pat a
- Voy a hacerlo ahora. -Echó en mi plato los huevos que Bimini. Le dijo a alguien que tenia la mtenc1on de contratar a
no había tocado, y encendió un cigarrillo- . A ver qué te parece un capitán nativo y a un marinero de cubierta, _para un pa_r de
esto: tu hombre tenía de cuarenta y ocho . a cincuenta años, semanas de pesca de peces espada. Era buen tiempo, casi no
uno ochenta de estatura, ochenta· y cinco kilos, cabello castaño había viento y la corriente del golfo estaba tan llana como la
con algunas canas, ojos castaños , bigote, tranquilo, modales bahía de Bi;cayne. Zarpó alrededor del_ mediodía, y ~ebe de
cultos, reservado y maniático de la navegación. haber llegado ahí tres o cuatro horas _mas tarde. D_espues hubo
- Exacto - respondí- .'Salvo el bigote.· dos barcos que informaron haberlo visto a la denva, pero no
- Alguien puede haberle hablado de la existencia de las na- había pedido ayuda, de modo que no se· acercaron. Pasado el
vajas de afeitar. Llegó aquí hace unos dos años y medio -el 19 anochecer llamó a la Guardia Costera.. .
de febrero del 56, para ser exactos- , y parecía tener bastante - Es claro - interrumpí-. Eso es. Ahora recuerdo. Estaba
dinero. Alquiló una casa en una de las islas -grande, lujosa, hablando con ellos en el momento del estallido.
con muelle privado- , y compró ese barco de pesca deportiva, Bill asintió.
una balandra de nueve metros, y un velero menor, de no sé qué - Fue muy fácil imaginar lo que había sucedido. Cuando se
tipo. Era soltero, viudo o divorciado. Tenía una pareja cubana comunicó con ellos dijo que había tenido problemas con el
que se ocupaba de la casa y el jardín, y un hombre llamado motor durante toda la tarde. Suciedad u óxido en los ta~ques
Charley Grimes para piloMar el pesquero. Por lo que parece, no de combustible. Había estado limpiando tubos de combustible y
trabajaba en nada, y dedicada casi todo el tiempo a pescar y filtros, y raspando campanas, y lo más probable es que las
navegar. Tenía varias amiguitas en la ciudad, casi todas las cua: sentinas estuviesen repletas de nafta para entonces. Por supues-
les quizás se habrían casado con él si él lo hubiera pedido, pero
parece que nunca les dijo, acerca de sí mismo, más de lo que
79
78
to, sabía que no tenía que fumar, de modo que debe de haber tra diez a que fue una muchacha llamada Paula Stafford. La
sido la propia radio la que lo provocó. Quizás una chispa de corriente del golfo estaba tranquila; la joven pudo haber salido
una escobilla del transformador, o un contacto del relé. Esa fue de Fort Lauderdale en cualquier tipo de crucero de motor, o
la teoría de la Guardia Costera. Sea como fuere, se interrumpió inclusive en una de esas embarcaciones grandes, veloces, de mo-
en la mitad de la frase. Luego, unos minutos más tarde, un tor fuera de borda. Encontrarlo en la oscuridad podía resultar
buque tanque que navegaba hacia el norte, mucho más allá de una tarea difícil para un marinero de ªW!.ª dulce, a no ser que
la corriente del golfo, frente a Fort Lauderdale, informó acerca él le hubie$e dado un goniómetro portatil y una señ.al del Prin-
de algo que parecía un incendio en un barco, al este de la cess Pat para encontrarlo, pero en rigor ella no estaba obligada
posición de ellos. Cambiaron el rumbo y se acercaron, y llega- a hacerlo en la oscuridad. Podía estar ya allí antes de la puesta
ron allí antes que la Guardia Costera, pero no pudieron hacer del sol, a una milla, más o menos, de distancia, donde no tu-
nada. El barco era ya una masa de llamas, y en pocos minutos viera dificultades para ver sus luces. O si no había otros barcos
ardió hasta la línea de flotación y se hundió. La Guardia Cos- cerca, era posible que se acercara antes del oscurecer.
tera dio vueltas durante varias horas, en la esperanza de que - Pero ni el buque tanque ni la Guardia Costera vieron nin-
hubiese podido saltar, pero si lo había hecho, ya estaba aho- guna otra nave cuando llegaron allá.
gado. Jamás encontraron rastro alguno de él. Por supuesto, no - Por supuesto - dije- . Mirá, dieron por supuesto que la
había dudas en cuanto a cuál era el barco. Estaba exactamente explosión se había producido mientras él hablaba con ellos,
en la posición que él les dio antes. Navegó a la deriva, hacia el porque la radio dejó de funcionar. Y bien, dejó de funcionar
norte, en la corriente, mientras sus motores no funcionaban. sencillamente porque él la apagó. Luego volcó varios litros de
- ¿Encontraron el cadáver? - pregunté. nafta en la cabina y los asientos de popa, armó una mecha de
- No. cualquier tipo, que necesitara varios minutos para provocar el
- ¿Sus compafíías de seguro de vida hicieron el pago corres- estallido, pasó a la otra embarcación y se alejó. Es posible que
pondiente? el buque tanque necesitara unos diez minutos para llegar hasta
- Por lo que pudo saberse, no tenía seguro de vida. allí, inclusive después que avistaron el incendio. De modo que
Nos miramos en silencio. Los dos asentimos. con una lancha veloz, Baxter estaría ya a siete millas de distan-
- Cuando vengan a buscarte - dijo Lorraine- , deciles que cia, y navegando sin luces cuando apareció. Y en el momento
me esperen. Yo también pienso lo mismo. en que llegó la Guardia Costera ya estaba en tierra, be_biendo un
- Es claro •- exclamé, excitado- . Mira ... Eso es lo que me trago en algú* bar de Fort Lauderdale. Era muy fácil. Por eso
intriga desde entonces. Quiero decir, ¿por qué esos tres pistóle- pregunté sobre el seguro. Habría sido tan sencillo preparar la
ros estaban tan seguros de que yo lo había desembarcado en escena de ese modo, que si contaba con una póliza realmente
alguna parte, sin conocer siquiera el contenido de la carta? importante, lo más probable es que no le pagaran hasta después
Sencillamente, porque ya lo había hecho antes. de siete añ.os, o cualquier otro plazo que sea el que rige.
- No tan rápido -previno Bill- . Recordá que esto ocurrió - Bueno, pero no tenía póliza -replicó Bill- , de modo que
por lCJ menos a unas veinte millas de la costa. Y ese día, antes eso no fue un problema. Tampoco tenía herederos que nadie
de zllrpar, se detuvo e~ una estación de servicio marítimo, en hubiese podido encontrar, y los únicos bienes, aparte de los
Govemment Cut y cargo nafta. Estaban seguros de que no lle- otros barcos, parecen ser una cuenta bancaria con once mil
vaba chinchorro. Los que pescan por deporte nunca lo llevan, o dólares depositados.
muy pocas veces, por supuesto, de modo que se habrían dado -· ¿Qué más averiguaste? -pregunté-.
cuenta si él lo tenía. - Busqué su sobre en el archivo, pero no había gran cosa en
- Eso no demuestra nada -dije- , aparte de que tenemos él, aparte de los recortes de los primeros días. De modo que
razón. El quería que se supiese que no tenía otro bote a bordo. empecé a llamar a distintas personas. La policía todavía trata de
Tiene que haberlo .recogido algún otro, y te apuesto cinco con- ubicar a algunos de sus familiares. La cas·a sigue desocupada; la
80 81
tenía en alquiler, y pagaba el arriendo una vez por afio, de
modo que todavía lo tiene pago hasta febrero. Nadie puede Asentí.
entender su situación financiera. Su modo de vida presuponía - Esa es la impresión que uno empieza a tener al cabo de un
enormes ingresos, pero no saben de dónde provenían. No en- tiempo. Subió a bordo del Topaz de la misma manera. Aparece
contraron inversiones de ninguna clase, acciones, bonos, bienes como una revelación.
inmuebles ahorros ni nada. Solamente la cuenta bancaria. - Pero acerca de la casa, -continuó Bill- , todavía no te lo
- Bue~o, el b~nco tiene que saber cómo se mantenía la dije todo. Yo estuve ali í esta tarde y hay una posibilidad de
cuenta. que haya tropezado con algo. No sé.
- Sí. Casi siempre por medio de gruesos cheques de caja, Levanté la vista con rapidez.
diez mil o más por vez, de bancos de fuera de la ciudad. El - ¿Qué?
mismo podía haberlos comprado. , - No te hagas demasiadas ilusiones. Las probabilidades son,
- Eso da la impresión de que estaba huyendo, ocultandose mil contra uno, de que nada tiene que ver con el asunto. Se
de alguien, ya entonces. Si tenía mucho dinero, lo ten!a en trata de un libro autografiado y de una carta.
efectivo, y siguió teniéndolo así, de modo de poder llevarselo - ·¿Cómo entraste? - inquirí- . ¿Qué libro es, y de quién es
consigo si necesitaba desaparecer. . la carta?
- La policía piensa de la misma manera. En fin de cuentas, Encendió otro cigarrillo.
no sería precisamente · un caso singular. Nosotros tenemos nues- - La policía me permitió entrar. Fui a ver a un teniente que
tra propia cuota de fugitivos, de tipos que rehuyen los bancos, conozco y le hlce una proposición. Quería hacer una especie de
y de estadistas latinoamericanos que se fugan un momento an- artículo de suplemento dominical sobre Hardy, y si ellos cola-
tes que los busque el pelotón de fusilamiento, con un baúl lleno boraban podía ser útil para ambos. Cualquier publicidad perio-
de botín. dística resulta siempre ventajosa cuando se trata de encontrar a
Encendí un cigarrillo. amigos o parientes de alguien que ha muerto. Ya lo sabés.
- Quiero entrar en esa casa. ¿Conocés la dirección? - Hizo un ademán impaciente, y continuó.- Sea como fuere, se
Asintió. . mostraron amables. Tenían una llave de la casa, y enviaron a un
- Conozco la dirección, pero no podría entrar. Sería difícil, hombré conmigo. Pasamos más o menos una hora en la casa,
inclusive para un profesional. Es una casa que vale unos setenta revisando todos los escritorios y cajones de las mesas, y sus
mil dólares, y en esa clase no hacen que las cosas resulten ropas, y hojeando libros y <lemas. . Todo lo que ya se había
fáciles para los ladrones. revisado antes. No encontramos nada, por supuesto. Pero cuan-
- ¡Tengo que entrar! Mirá ... Baxter me volverá loco, hará do nos íbamos vi alguna correspondencia en una mesita, en el
que me maten o que me encarcelen. Tiene que ha~~r una ex~li- vestíbulo de adelante. La mesa estaba debajo de la abertura del
cación en relación con él. Si pudiese averiguar qmen demonios .buzón, pero no la habíamos visto cuando entramos porque
era en realidad, tendría por lo menos un punto de partida. queda detrás de la puerta cuando se la abre.
Meneó la cabeza en señal de negación. "Según parece, lo que sucedió es que eso fue entregado entre
- No lo encontrarás aquí. La policía ya habrá revisado hasta el momento en que la policía estuvo allí por última vez - poco
el último centímetro, y no encontraron nada que les diese un~ después del accidente-, y el momento en que a alguien se le
pista, ni una carta, ni un recorte, ni un trozo de papel, _Y ~1 ocurrió al cabo notificar a la Oficina de Correos de que estaba
siquiera nada que yubiese comprado antes de llegar ~ M1am1. muerto. Sea como fuere, toda la correspondencia tenía el mata-
Inclusive revisaron las etiquetas y marcas de lavandena de sus sellos de abril. El detective la abrió, pero no había nada de
ropas, y son todas locales. Por lo que parece, se despla~aba. de importancia. Dos o tres facturas y algunas circulares, y esa carta
la misma manera en que nace un niño: desnudo, y sm vida y el libro. Los dos tenían el sello de Santa Bárbara, California,
anterior. y la carta era del autor del libro. Una cosa de rutina, diciendo
que se devolvía el libro autografiado, tal como él lo había solí-
82

- 83
citado, y le agradecía por su interés. El detective se quedó con · Gracias, cambio y fuera. La única posibilidad es la de que lo
ambos, por supuesto, pero me dejó leer la carta, y yo tengo conociera por algún otro nombre.
otro ejemplar del libro que saqué de la biblioteca pública. Un - ¿No recordás la dirección?
minuto. El se mostró dolorido.
Fue al living y volvió con él. Lo reconocí en seguida.. En - Esa es una pésima pregunta para hacérsela a un reportero.
rigor, tenía otro ejemplar de él a bordo del Orion. Era un Aquí tenés. - Buscó en su cartera y me entregó una tira de
trabajo con pretensiones artísticas y más bien lujoso, una colec- papel. En ella se leía, garabateado, Patricia Reagan, 16 Belve-
ción de algunas de las más hermosas fotografías de veleros que dere, Santa Bárbara, California .
haya conocido nunca. La mayoría de ellos eran yates de ca- Miré mi reloj y vi que inclusive con la diferencia de tiempo
rrera, con todo el velamen despleg~do, y el título era Música en sería casi la una de la mañana en California.
el viento. Muchas d.e las fotografías habían sido tomadas por la - Cuernos, llamala ahora - dijo Bill- . Me dirigí al living,
joven que coleccionó y preparó el libro, además de escribir el disqué el número de la operadora, le di el nombre y la direc-
material descriptivo. Se llamaba Patricia Rigan. ción, y esperé. Mientras ella se comunicaba con Información en
- Lo conozco - dije, mirándolo con un poco de descon- Santa Bárbara, me pregunté qué haría yo si alguien me desper-
cierto. No entendía qué quería decirme- . Son fotografías mag- tara de un sueño profundo, desde cuatro mil ochocientos kiló-
níficas. Eh, no querrás decir... metros de distancia, para preguntarme si alguna vez había oído
Meneó la cabeza. hablar de Juan Pérez III. Bueno, lo peor que ella podía hacer
- No. No hay en él una fotografía de nadie que se asemeje a era cortar la comunicación.
la descripción de Brian Hardy. Yo ya lo miré . El teléfono sonó tres veces.
- ¿Y entonces de qué se trata? -pregunté-. Luego una joven dijo, con voz adormilada:
- Un par de cosas -respondió-. Y las dos bastante remotas. - Hola.
La primera es que tenía cientos de libros, pero este es el único - ¿Miss Patricia Rígan? - preguntó la operadora-. La llaman
autografiado. La otra es el nombre. de Miami.
- ¡Patricia! - exclamé- . - ¿Pat? , ¿eres tú? - dijo la joven-. ¿Dónde demonios . .. ?
Asintió. - No - explicó la operadora- . El llamado es para Miss .. .
- Lo corroboré. Cuando compró ese barco de pesca, se lla- Yo intervine.
maba Dolphin III, o algo .por el estilo. El se lo cambió por el de - No importa, operadora, hablaré con cualquiera que esté
Princess Pat. ahí. .
- Gracias. Adelante, por favor.
- Hola -dije- . Estoy tratando de encontrar a Miss Reagan.
- Oh, perdón -respondió la joven-. No está aquí. Yo soy
IX su compañera de habitación. La operadora dijo Miami, de modo
que pensé que era Pat quien llamaba.
- ¿Quiere decir que está en Miami?
- Los dos tienen una gran imaginación -dijo Lorraine- . - Sí. Es decir, Florida, cerca de Miami.
- En la situación en que me encuentro, la necesito -repli- - ¿Sabe la dirección?
qué-. ¿Cómo estaba redactada la carta? ¿Daba algún indicio - Sí. Ayer recibí una carta de ella. Un momento.
de que ella lo conociera? Esperé. Luego ella dijo:
- No. Cortés, pero en todo sentido impersonal. Según pa- - ¡Hola! Aquí está. Él pueblo más cercano parece ser un
rece, él le había escrito, elogiando el libro y enviando un ejem- lugar llamado Marathon. ¿Sabe dónde es?
plar para que se lo autografiara. Ella lo firmó y se lo devolvió. - Sí -dije-. En los Cayos.

84 85
todo esto? ¿Está borracho?
- Está en el Cayo Español, y la dirección postal es a cargo - No estoy borracho -respondí-. Estoy metido en pro-
de W. R. Holland. blemas hasta el cuello, y trato de encontrar a alguien que co-
- ¿Tiene teléfono? nociera a este hombre. Tengo la tenue impresión_de que él la
- Creo que sí. Pero no conozco el número. conocía. Permítame que lo describa.
- ¿Está allí como invitada? -No me agradaba la idea de - Muy bien -dijo ella con tono fatigado-. ¿De quién ha-
despertar a toda una casa con una pregunta estúpida. blaremos primero? ¿De Mr. Hardy 'o del otro?
- Se aloja en la casa mientras los dueños están en Europa. - Son el mismo hombre -contesté-. Debe de tener unos
Trabaja en unos artículos para revista. No sé hasta qué punto la cincuenta años, es delgado, quizá de un poco más de uno
conoce, pero no le aconsejo que la interrumpa mientras trabaja. ochenta de estatura, ojos castaños, cabello castaño un _t~nto
- No - repuse- . Sólo mientras duerme. Y un millón de gra- encanecido, aspecto distinguido y bien educado. ¿Conoc10 al-
cias. guna vez a alguien que coincida con esta descripción?
Colgué. Bill y Lorraine habían entrado en la sala. Les conté lo - No. -Me pareció percibir una muy leve vacilación, pero
que sabía y llamé a la central telefónica de Marathon. El telé- decidí que estaba imaginándola- . Que yo recuerde, no. Aunque
fono sonó y siguió sonando. Cinco. Seis. Siete. Era una casa es más bien general. .
muy grande, o bien ella tenía el sueño demasiado pesado. - ¡Inténtelo! -la insté-. Escuche, era un hombre tranquilo,
- Hola. - Tenía una voz agradable, pero parecía malhumo- muy reservado y cortés. No usaba anteojos, ni siquiera para
rada-. Bien, pensé, ¿y quién no estaría de mal humor? leer. Fumaba mucho. Chesterfield, dos o tres atados diarios. De
- ¿Miss Reagan? - pregunté-. tez no muy oscura, peto con un buen atezado. Era un muy
- Sí. ¿Qué ocurre? buen tripulante de barcos pequeños, un timonel natural,, Y_ su-
- Quiero disculparme por despertarla a esta hora de la ma- pongo que habrá participado en muchas carreras oceamcas.
ñana, pero la llamo por un motivo de importancia vital. Se ¿Nada de esto le recuer4a a alguien que haya conocido alguna
refiere a un hombre llamado Brian Hardy. ¿Alguna vez lo co- vez?
noció? - No -respondió con frialdad-. No me recuerda a nadie.
- No. Nunca oí hablar de él. - ¿Está segura? ¿Absolutamente nadie? .
- Por favor, piense con cuidado. Solía vivir en Miami, y le - Bueno da la casualidad de que es una excelente descnp-
pidió que le autografiara un ejemplar de Música en el viento. . ción de m¡' padre. Pero si esto es algo así como una broma,
Que, de paso, es un libro hermosísimo. Yo tengo también un debo decir que es de muy mal gusto.
ejemplar de él. -· ¿Qué? .
- Gracias -dijo, con tono un poco más amable- . Ahora que - Mi padre está muerto. -El receptor me golpeó en el oído
lo menciona, recuerdo, con cierta vaguedad, el nombre. Para cuando ella cortó la comunicación-.
decírselo con franqueza, no estoy hundida en una montaña de Dejé caer el instrumento en el soporte Y, ~usqu~, desalentado1
pedidos de autógrafos, y recuerdo que él me envió el libro por un cigarrillo. De pronto me detuve y mire a Bill. ¿Hast~ que
correo. punto podía llegar mi estu~idez? Por,supuesto que era as1. ?sa
- En efecto. Pero por lo que sabe, nunca se encontró con él. era la única cosa que habia en comun en todas las sucesivas
- No, estoy segura de eso, y su .carta nada decía acerca de manifestaciones de Wendell Baxter; cada vez que uno se topaba
que me conociera. con él, lo encontraba muerto.
- ¿Estaba escrita a máquina o a mano? Tomé el teléfono y volví a hacer la llamada. Después de
- A máquina, creo. Sí. Estoy segura de eso. sonar durante tres minutos sin respuesta, me rendí.
- Entiendo. Bueno, ¿conoció alguna vez a un hombre lla-
mado Wendell Baxter?
- No. ¿Y le molestaría decirme quién es usted y a qué viene
87
86
Aquí tenés tu pasaje -dijo Bill- . Pero sigo creyendo que Eso no modificaría nada. Seguiría siendo mi palabra, sin res~
deberías llevarte el coche, o dejarme que te lleve yo con él allá. paldo alguno, contra el resto del mundo, en, cuanto a lo que le
- Si me arrestaran, también vos te verías en un aprieto. Es- había sucedido a él y al dinero que afirmo tener. Me estaba
taré bastante seguro en el ómnibus, tan lejos de la terminal de devanando los sesos por nada. De cualquier forma que se l,o
Miami. mirase, sólo había un testigo viviente: era yo, y nunca habna
Ya había salido el sol, y nos encontrábamos estacionados cerca
ningún otro. ,
de la estación de ómnibus en Homestead, a unos cuarenta y Pasamos por Islamorada y Marathon. Eran poc~ mas de las
ocho kilómetros al sur de Miami. Yo me había afeitado y pues- once cuando llegamos a Cayo Español y nos detuvunos delante
to un par de pantalones de Bill, y una camisa de ·sport, y de la estación de servicio y almacén de ramos gener_ales. D~s-
llevaba puestos anteojos para el sol. cendí sintiendo el impacto repentino del calor despues del lllre
- No te hagas demasiadas ilusiones -me previno Bill. Estaba acondicionado, y el ómnibus siguió su marcha. Pude ver e~ ca-
preocupado por .mí- . Es tan frágil como no sé que. No cabe mino secundario, en el punto en que arrancaba desde _los pmos
duda de que ella tiene que saber si su padre murió o no. 1
a unos cuatrocientos metros más allá, pero no sabia en que
- Lo sé - respondí- . Pero tengo que hablar con ella. dirección seguir. Un hombre flaco, de rostr? correoso y overol,
- Supongamos que no es nada, ¿y entonces qué? Llamáme, con gorra de ferroviario, limpiaba el p~_rabnsas d~ _un coche e!1
y dejáme que vaya a buscarte. la playa de estacionamiento de la estacion de_ servicio. _Lo ~ame.
- No - dije- . Llamaré al FBI. No me sirve de nada correr de
esta manera, y si sigo así demasiado tiempo, Bonner y los otros • - ¿Holland? - Señaló- Tome el camino a la tzqmerda.
matones me atraparán. Son unos dos kilómetros y medio.
El ómnibus entró en la estación. Bill hizo un ademán con el - Gracias - contesté- . .
pulgar y el índice. Durante los primeros ochocientos metros no vi c~sas. El carruno
- Suerte, amigo. de greda no apisonada serpenteaba por entre pinares baJOS }'
- Gracias -respondí-. palmitos que le daban un aspecto más parecido al interior de
Me deslicé fuera del coche y subí a bordo. El ómnibus estaba Florida que a los Cayos. De vez en ~uando ent!eveí_3: el agua ~
lleno hasta los dos tercios, y varios pasajeros leían el Herald con mi derecha. Luego el camino doblo en esa direccion y pase
mi descripción en la primera plana, pero nadie me prestó aten- cerca de algunas casas ubicadas en la playa; pude ver el canal de
ción. No había foto, gracias a Dios. Encontré un asiento en la poco menos de un kilómetro que separaba a Cayo Espaflol del
parte trasera, al lado de un marinero que se había dormido, y vi más próximo hacia el oeste. Las casas estaban cerradas,. con
cómo se alejaba Bill. postigos contra huracanes como si sus dueños se hubiesen
Menos de una hora más tarde estábamos en Cayo Largo e ausentado durante el veran~. Me detuve a encender un cigarrillo
iniciábamos el largo trayecto descendente por la carretera Over- . y enjugarme el sudor de la cara. Todo ruido de coche que
seas. Era una calurosa manafla de junio, con un sol brillante y pasaran por la carretera Overseas ~ había extingu~do ya a mis
una suave brisa del sureste. Contemplé el agua, con sus cien espaldas. Si ella quería un lugar lllslado para trabaJar, pensé, lo
gradaciones de color, del verde botella al aflil, y deseé poder había encontrado.
despertar de ese sueño para encontrarme de vuelta a bordo del Los pinos empezaron a ralear un poco, y el camino dobló
Orion, en algún lugar de las islas, frente a las Bahamas. ¿Cuánto hacia el este, paralelo a la playa del lado sur del Cayo. El buzón
hacía que duraba eso? Hoy era. . . ¿qué día? ¿Lunes? Sólo siguiente era el de Holland. La casa estaba en la playa, a unos
cuarenta y ocho horas. Parecía un mes. Y empeoraba cada vez cien metros del camino, con un curvo sendero para coches y un
más. Había empezado con un Baxter muerto, y ahora ya tenía retazo de césped verde adelante. Era grande, para ser u~a, casa
tres. de playa, sólidamente construida con bloques ~e hormigon Y
¿Y qué demostraría, en realidad, si averiguaba quién era? estuco, pintada de un blanco enceguecedor baJ? . el sol, con
techo de tejas rojas y brillantes toldos de alumllllo sobre las
88
89
- Sí. ¿Qué desea?
ventanas y las puertas. En el garaje de la derecha había un MG - Me llamo Stuart Rogers. Me agradaría conversar con usted
con chapas patente de California. Estaba en casa. durante un minuto.
Subí el breve caminito de hormigón y toqué el timbre. Nada - Usted es el hombre que me llamó esta mañana. -Era una
ocurrió. Volví a oprimir el botón y esperé. No se oía sonido afirmación, no una pregunta-.
alguno, salvo el golpeteo del agua en la plaza, al fondo, y en - Sí - respondí, con la misma sequedad- . Quiero pregun-
algún lugar, más lejos, frente a la costa, un motor fuera de tarle algo acerc;a de su padre.
borda. A unos doscientos metros, playa arriba, había otra casa - ¿Por qué?
bastante parecida a esa, pero no se veía coche alguno, y parecía - ¿Por qué no vamos a la sombra y nos sentamos? - su-
desocupada. Todavía no se oían ruidos desde adentro. Las cor- gerí- .
tinas estaban corridas detrás de las ventanas de celosía, a ambos - Está bien. :...se inclinó para tomar la cámara pero yo le
lados de la puerta. El motor fuera de borda resonó más cerca.
Di vuelta a la esquina y lo vi. Se acercaba hacia ese lado;
gané de mano; la seguí. Te?ía un metro sesenta r cinco de
estatura, más o menos, pense. El cabello esta~a moJa~o en las
tendría unos tres y medio a cuatro metros, y corría una buena puntas como si el gorro de baño no lo hubiese cubierto por
velocidad levantándose casi sobre el agua. Ante el volante se
veía a una muchacha con un breve manchón de traje de baño

compl~to, y algunos mechones se le pegaban la nuca. En la
galería hacía más fresco. Se sentó en un sof~,. con una la~~a
amarillo. pierna esbelta plegada bajo el cuerpo, y me miro con expresion
Allí atrás se extendía una larga galería baja, otra estrecha interrogadora. Yo le tendí cigarrilfos, me agradeció y tomó uno.
franja de césped, unos pocos cocoteros inclinados hacia el mar Se lo encendí.
y una ardiente extensión de arena coralina, blanca, a lo largo de Me senté frente a ella.
la playa. Había varios muebles de jardín, de colores brillantes, - Esto no ocupará demasiado tiempo. No hurgo en sus asun-
en la galería y bajo las palmeras, y una sombrilla y varias col- tos personales porque no tenga nada mejor que hacer. Usted
chonetas de playa, rayadas, en la arena. El agua era somera, y dijo que su padre había muerto. ¿Puede decirme cuándo falle-
no había resaca debido a los arrecifes de frente a la costa y al ció?
hecho de que la brisa casi no soplaba ya, - En 1956 - respondió- .
A lo lejos pude ver un buque tanque que navegaba hacia el Hardy había aparecido en Miami en febrero de 1956. Eso no
oeste, contorneando el borde de la corriente del golfo. Un mue- dejaba mucho margen.
lle de madera se internaba unos quince metros dentro del agua, - ¿En qué mes? - interrogué- .
y la joven se dirigía ahora a él. Fui hacia allá para recoger un - En enero - contestó-.
cabo, pero ella me ganó de mano. Levantó una máscara y tubo Suspiré. El asunto iba bien. Los ojos castaños comenzaron a
de respiración, y una cámara fotográfica submarina, metida en arder.
una caja de plástico trasparente, y subió al muelle. - A menos de que tenga una buena explicación para esto,
Era esbelta y de estatura más bien elevada, una joven muy Mr. Rogers...
atezada y de cabello color rojo vino. En ese momento estaba - La tengo. Tengo una muy buena. Pero puede librarsé de
vuelta de espaldas hacia mí y amarraba la lancha. Se enderezó y mí de una vez por todas si contesta una sola pregunta más.
se volvió, y vi que sus ojos eran castaños. El rostro era delgado, ¿Estuvo presente en su funeral?
la boca muy agradable, una barbilla empecinada, y el conjunto Contuvo una exclamación.
estaba tan tostado como el resto de su cuerpo. En verdad no ..:.. ¿Por qué pregunta eso?
existía un parecido notable con Baxter, pero era muy posible - Creo que ahora ya lo sabe -dije-. No hubo funeral, ¿no
que fuese su hija.
es cierto?
- Buenos días -dije- . ¿Miss Reagan?
Asintió con frialdad. - No. -Se inclinó h.acia adelante, tensa.- ¿Qué quiere de-
1

91
90
cir? ¿Que piensa que todavía está vivo'! sado dos años y medio. Si encontró la forma de salir de allá,
- No -dije-. Lo siento. Ahora está muerto. Murió de un ¿no le parece por lo menos posible que haya tratado de hacér-
ataque al corazón el 5 de este mes, a bordo de mi barco, en el melo saber? ¿O cree que el hombre que murió en su barco
Caribe. sufría de amnesia y no sabía quién era?
Su rostro estaba pálido bajo el tostado, y temí que se desvane- - No - repuse-. Sabía muy bien quién era.
ciera. - Entonces creo que hemos dejado el asunto solucionado
Pero nada de eso ocurrió. Meneó la cabeza. - dijo, comenzando a incorporse- . No era mi padre. De modo
- No. Es imposible. Fue algún otro ... que si me perdona. . . ,
- ¿Qué ocurrió en 1956? - pregunté-. ¿Y dónde? - No tan rápido · - interrumpí-. Estoy metido ya en mas
- En Arizona. Se internó en el desierto, en un viaje de caza, problemas de los que puede tener un solo hombre, y usted va .a
y se perdió. · conseguir empeorarlos si llama a la poli<,ía y hace que me encar-
- ¿Arizona? ¿Qué hacía allí? celen. De modo que no trate de deshacerse de mí hasta que
- Vivía allí -replicó ella- . En Phoenix. hayamos terminado, porque esa .es la única forma en que lo
Me pregunté si, en fin de cuentas, habría errado el camino haremos. Creo que será mejor que me diga cómo se perdió.
cuando estaba tan cerca. No podía ser--Baxter. Era un aficio- Durante un momento pensé que no podía apostar a que no
nado al yate, un marino; ni siquiera resultaba posible imaginarlo me abofetearía. Era una joven muy altiva. Fogosa. Después dio
en un ambiente desértico. Y entonces recordé Música en el la impresión de que conseguía dominar~e. _. .
viento. Ella no había adquirido ese intenso sentimiento de la - Está bien - dijo- . Cazaba codormces -pros1gu1ó- . En una
belleza de un velamen gracias a la contemplación de las diapo- región muy montañosa e inaccesible, desértica, a ciento cin-
sitivas en color de alguna otra persona. cuenta o ciento sesenta kilómetros de Tucson. Había ido solo.
- ¿Había nacido allí? -inquirí- . Eso ocurrió un sábado por la mañana, y en realidad no lo
- No. Somos de Massachusetts. Se trasladó a Phoenix en dimos por perdido hasta que no apareció en el banco el lunes.
1950. - Usted o su madre no sabían dónde estaba? - averigué- .
Ahora estábamos llegando a algo. - El y mi madre se divorciaron en 1950 -repuso-. Al mis-
- Vea, Miss Reagan -dije- , usted admitió que la descripción mo tiempo, se trasladó a Phoenix. Vivíamos en Massachusetts.
que le di por teléfono podía ser la de su padre. También admite El volvió a casarse, pero estaba separado de su segunda esposa.
que no tiene pruebas definidas de que haya muerto; sólo desa- - Ah - dije-. Lo siento. Continúe.
pareció. ¿Entonces por qué se niega a creer que pudiese ser el - El banco llamó a su departamento, pensando que quizás
hombre del cual le hablo? estuviese enfermo. Cuando no obtuvieron respuesta, llamaron al
- Pienso que es evidente -respondió con tono cortante-. El administrador de la casa. Este dijo que había visto a mi padre
nombre de mi padre era Clifford Reagan. No Hardy... o no sé · partir el sábado, con su rifle y ropa _de c~a, pero n~ sabí~ con
cómo dijo usted. seguridad dónde pensaba cazar o cuanto tiempo tema la mten-
- Puede haberlo cambiado. ción de quedarse. Se informó a la oficina del sheriff, y ellos
- ¿Y por qué habría de hacerlo? - Los ojos castaños volvie- ubicaron la tienda de artículos deportivos en la cual había com-
ron a llamear, pero tuve la sensación de que había algo de prado algunos cartuchos el viernes por la tarde. Le mencionó al
defensivo en su cólera. · empleado, en general, el lugar en que pensaba caz¡ir.. Organiza-
- No sé - respondí- . ron un grupo de rescate, pero era una región tan inmensa, tosca
- Hay varias otras razones -continuó ella-. No habría po- y remota, que llegó el viernes antes que encontraran el coche.
dido vivir en ese desierto durante más de dos días sin agua. La Se hallaba cerca de unas viejas huellas de un sendero por lo
búsqueda no se interrumpió hasta mucho después que todos menos a treinta kilómetros de la casa más cercana. En aparien-
abandonaron toda esperanza de que siguiera con vida. Han pa- cia se había perdido mientras cazaba y no pudo encontrar el

92 93
~amin_o de regre~o. Siguieron buscando, con jeeps y caballos, e
mclus1ve con aviones, hasta el domingo siguiente pero no lo - Aquí no. Tengo algunas en el departamento de Santa Bár-
e~contraron. Casi un año más tarde algunos buscadores de ura- bara.
nio hallaron su saco de caza. Estaba a unos diez u once kilóme- - ¿Admite ahora que era su padre?
tros del lugar en que habían encontrado el coche. · Está satis- - No sé. Todo esto carece por completo de sentido. ¿Por
fecho ahora? 1., qué habría de hacerlo?
- ~í - resRo~dí- . Pero no en la forma en que usted cree. - Huía de alguien -dije- . En Arizona, y después en Miami,
¿Leyo el penod1co esta mañana? y por último en Panamá.
Ella meneó la cabeza. - ¿Pero de quién?
- Todavía está en el buzón. No lo recogí aún. - No sé -dije- . Tenía la esperanza de que usted lo su-
.- Yo se lo traeré - dije- . Quiero que lea algo. piera- . Pero en realidad lo que quiero saber es esto: ¿tuvo su
Fm a buscarlo. padre alguna vez un ataque cardíaco?
- Soy el capi!án Rogers al que se hace mención - dije, cuan- - No - respondió-. Que yo sepa.
d~ se lo entregue- . El hombre que firmó Brian en la carta es el - ¿Existe alguna historia de enfermedades cardíacas o coro-
rmsmo que me dijo que se llamaba Wendell Baxter. narias en la familia?
Ella leyó el artículo, luego plegó el diario y lo dejó a un lado Sacudió negativamente la cabeza.
en un ademán de desafío. ' - No. lo creo.
- E~ a~surdo - dijo - . Hace ya dos años y medio. Y mi Encendí un cigarrillo y miré, por sobre los arrecifes, los azules
padre Jam~s tuvo veintitrés mil dólares, ni motivo alguno para y verdés inundados de sol. Estaba haciéndolo a la perfección.
llamarse Bnan. En apariencia, todo lo que había logrado hasta el momento era
- Escu~he -le repliqué- . Un mes después de la desaparición establecer que Baxter había muerto a bordo del Topaz, por
e1: es~ des1e_rt_o, un hombre que podía ser su doble apareció en tercera vez, en forma muy decisiva y con gran efecto dramático,
Miam1,, alquilo una gran casa en una isla, en la bahía Biscayne, sin dejar un cadáver que ·10 demostrase. De modo que lo único
compr? ,un pesquero de deporte de cuarenta mil dólares, al que que podía hacer ahora era convencer a todo el mundo de que
rebautizo con el nombre de Princess Pat. . esta vez era cierto. Si hubiese muerto de peste bubónica en la
Estuvo a punto de lanzar una exclamación. tarima de los oradores de una convención de la Asociación Mé-
Yo continué sin piedad. · dica Norteamericana, pensé con amargura, y lo hubieran cre-
. - ... Y. vivió allí como un príncipe indio, sin fuente de mado en el escaparate de Macy, nadie lo habría tomado en
ingresos evidentes, hasta la noche del 7 de abril de este año en serio. Ya volverá a aparecer muchachos, esperen un poco ..
qu_e él desapareció, Se lo consideró perdido en el mar cuand~ el - ¿Significa algo para usted el apellido Slidell? - pregunté-.
J>r:mcess !'at es~alló., ardió hasta la línea de flotación y se hun- - No -contestó- . Me sentí convencido de que decía la ver-
dió a veinte millas de la costa de Florida en Fort Lauderdale dad-. Nunca lo escuché.
Y una vez más, no se encontró el cadá~er. Se llamaba Bria~ - ¿Sabe de dónde puede habe.r sacado ese dinero?
Hardy, y era el que le envió ese libro para ser autografiado. Se pasó, desesperada, las manos'por el cabello, y se puso de pie.
Poco men~~ de dos meses más tarde, el 31 de mayo, Brian - No. Mr. Rogers, nada de esto tiene el menor sentido para
Hardy sub10 a bordo de mi queche, en Cristóbal usando el mí. No puede haber sido mi padre. '
nombre de Wendell Baxter. Aquí no estoy adivinando ni usan- - Pero usted sabe que era. ¿No es cierto? - dije-. '
d~ descripciones, porque vi una fotografía de Hardy ,' y era el Asintió.
mismo hombre . Y yo digo que Hardy era su padre. ·Tiene - Me temo que sí.
alguna fotografía o instantánea de él? 1., - ¿Dice que trabajaba en un banco?
Ella meneó la cabeza, aturdida. - Sí, en el Departamento de Fideicomisos del Drovers Natio-
nal.
94
95
- ¿No hubo errores en sus cuentas? corredor se veía un macizo escritorio sobre el cual se encon tra-
Por un momento pensé que la cólera volvería a encenderse. ~an p~sados un teléfono, una máquina de escribir portátil, va-
Luego respondió, con tono fatigado. nas caJas de papel y otras dos cámaras, una Rolleiflex y un
- No, esa vez no. aparato de 35 milímetros. Me acerqué al escritorio y vi que
- ¿Esa vez? también había allí varias bandejas de diapositivas de color y una
Hizo un pequef'ío ademán de resignación. pila de fotografías de escenas de los Cayos, en su mayor parte
Puesto que puede ser muy bien el que le creó problemas ampliaciones en blanco y negro, y en color. Me pregunté si las
supongo que tiene derecho a saberlo. Una vez tomó algún di~ habría hecho ella, y luego recordé Música en el viento. Era una
nero de otro. banco. No sé qué relación puede tener c.o n todo artista con una cámara. En algún lugar de la casa al otro lado
esto, pero qmzá la tenga. Si espera mientras me doy una ducha del vestíbulo, se oía el ruido apagado de una .duch~.
,Y me cambio, se lo relataré. Pocos minutos después regresó. Se había cambiado y ahora
llevaba un vestido veraniego de no sé qué tela azul clara, y
usaba sandalias. Su cabello, más bien corto que daba una im-
presión de indiferencia y picardía, parecía ~n poco más oscuro
X de lo que lo había visto al sol. Patricia Reagan era una joven
muy ~trayente. Había recuperado un tanto su aplomo, y logró
sonreu.
Se quitó _la ~rena de los pies_ descalzos y abrió la puerta del ...:. Lamento haberlo hecho esperar.
extremo 1Zqu1erdo de la galena. La cocina brillaba con tos azu- - No es nada - respondí- . Nos sentamos y encendimos ciga-
lejos de color y el esmalte blanco. La seguí a través de una rrillos.
puerta de arcada, a una gran sala-comedor. · - ¿Cómo me encontró? - preguntó- .
- Sién.tese, por favor - dijo- . No tardaré. Se lo dije. ~
Desapareció por un corredor que se abría a la derecha. - Su compaf'íera de habitación de Santa Bárbara indicó que
estaba haciendo algunos artículos para una revista.
Encendí un cigarrillo y contemplé la habitación. Era có-
moda, y la luz agradabl~mente tamizada después del resplandor Rechazó la afirmación con un ademán:
de la blanca arena coralma de afuera. Las cortinas de la ventana - No es un encargo, me temo. Todavía no soy una profe-
del frente eran de no sé qué material liviano, color verde oscu- sional. El director de una revista prometió leer un artículo so-
ro, Y las pare~es de un v_erde más claro, así como el piso des- bre los Cayos, y a mí se me presentó la oportunidad de vivir en
nudo, de trocitos de marmol, se sumaban a la impresión de esta casa mientras Mr. y Mrs. Holland se encuentran en Europa.
fres~ura. E_n la pared de la izquierda, -del mismo lado que el Eran vecinos nuestros en Massachusetts. Y entre tant o hago
gar~Je_ habia _un acondicionador de aire cuyo -leve zumbido era algunas diapositivas de color, fotos submarinas a lo largo de los
el umco somdo que se escuchaba. Encima se veía una licencia escollos.
enmarcada, bastante grande. Entre ella y la ventana del frente - Hacer fotos submarinas a solas no es una práctica, aconse-
de ese lado, un tocadiscos de alta fidelidad con gabinete d~ jable -dije- .
madera clara. Al fondo de la habitación había un aparador y - Oh, yo trabajo a poca profundidad. Pero toda esta zona es
lf:na mesa hecha de bambú y vidrio grueso. El largo diván y dos fascinante, y el agua es magnífica.
sillones, con una mesita de café de teca entre ellos formaban Sonreí.
un grupo ?~rea del centro _de la habitación. El divá¿ y las bu- - Yo soy de Florida, y no me gusta parecer antipatriótico
tacas tamb1en eran de bambu, con almohadones de colores vivos pero usted tendría que probar en las Bahamas. Los colores dei
Al otro lado _de la habitación, entre el corredor y la part~ agua, en buenas condiciones de luz, pueden llegar a causarle
delantera, habia anaqueles repletos de libros. A la derecha del dolor, de tan hermosos.

96 97
Ella asintió, sombría. - Nadie se enteró nunca de eso, salvo el presidente del ban-
-Estuve allí una vez, cuando tenía doce años. Mis padres y co y la _familia -dijo~_miránd~se las manos, posadas en el rega-
yo recorrimos las exumas y navegamos en derredor de Eleuthera zo- . Mi, a~uelo ~ubno_ ,el déficit, de modo que no lo procesa-
durante un mes, en una balandra de poco calado. ron. La unica eshpulacion fue la de que debía renunciar. y no
- ¿Alquilada? - inquirí. volver a trabajar jamás en un banco.
- No. Era nuestra. El y yo la trajimos, y mamá viajó a - ¿Pero trabajaba en uno en Phoenix? - dije.
Nassau, en avión, para unirse a nosotros. Siempre se mareaba Asintió.
frente a la costa. · - En r!gor, no había forma de que nadie se lo impidiese.
- ¿Cómo se llamaba la balandra? Todo se lúzo con tanta reserva, que ni siquiera se enteró de ello
Los ojos castafíos se encontraron con los míos en una mirada la compafíía lúpotecaria. Mi abuelo temía que volviera a suceder
rápida. Luego sacudió la cabeza, un tanto turbada. ¿rero q~é podía hacer? ¿Decirle al banco de allí que su propi~
- Enchantress. Princess Pat. Era algo así como un apodo, hlJO habia robado dinero? ¿Y quizá arruinar la última posibili-
una de esas bromas secretas entre padres e lújas muy jóvenes. El dad que le quedaba de redimirse?
era el único q.ue lo usaba. - ¿Pero cómo consiguió, un hombre de más de cuarenta
- Siento tener que hablar de todo esto - dije- . ¿Pero cómo ª~?s de edad, un puesto en un banco, sin referencias? - averi-
llegó a Phoenix? gue- .
- Barranca abajo, en apariencia. - Una mujer - respondió- . Su segunda esposa.
Me lo contó, y aun después de tanto tiempo se percibía dolor y E~ probable q~e R~agan ~~biese elegido Arizona por estar tan
desconcierto · en el relato. Los Reagan procedían de un pueblito le1os de cualquier vmculacion de su vida. pasada como resultara
llamado Elliston, de la costa de Massachusetts, cerca de Lynn. posible, sin salir del "planeta. Trabajó durante algún tiempo co-
Siempre habían sido marinos, profesionales o aficionados, y va- mo representante de cuentas en una oficina de comisionistas y
rios fueron pilotos y patrones durante la era de los clíppers, en muy p_ronto, lleg~ a conocer a mucha gente de algunos de Íos
las décadas del 40 y 50, y otro fue un bucanero durante la suburb10s mas admerados de Phoenix. Para esa época conoció a
Revolución. Clifford Reagan era socio del club de yates, y ha- Mrs. Canning, y se casó con ella en 195 l. L a mujer era la viuda
bía participado en varias carreras oceánicas, aunque no con su de un urbanizador de terrenos de Columbus, Olúo, que había
embarcación propia. comprado 1:1?ª enorme hacienda cerca de Phoenix y criaba caba-
Entendí que s,u padre estaba en una posición económica bas- llos. Tambien era duefía de un gran paquete de acciones del
tante· buena, aunque ella no le dio mayor importancia. Había Drovers National, -de modo que nada podía ser más sencillo que
trabajado en el ramo de fundición y en bienes raíces, y poseía el he,cho de que Reagan entrase a trabajar allí, si eso era lo que
muchas acciones en el principal banco de la ciudad, de cuya quena hacer.
junta de directores era miembro. Clifford Reagan fue a trabajar El_mat,rim_on~? no duró -se separaron en 1954- , pero, cosa
al banco cuando terminó sus estudios universitarios. Se casó con extrana, el s1gu1? ocul:'ando el puesto. En el banco lo aprecia-
una joven del pueblo, y Patricia fue su hija única. Se adivinaba ban, ;,: él t~abaJaba bien. El aspecto distinguido, los modales
que habían tenido relaciones muy estrechas con su padre, de t~anqu1los, bien educados, y el hecho de que tenía buenas rela-
pequeña. Luego, cuando cumplió dieciséis, todo se desmoronó. ciones con una multitud de adinerados clientes en potencia
Sus padres se divorciaron, pero eso fue apenas el comienzo. tampoco resultó perjudicial. Recibió varios ascensos, y en 1956
Cuando los abogados de la madre quisieron establecer una con- estaba al frente del departamento de fideicomisos.
tabilidad de los bienes gananciales, se descubrió todo lo demás; - Pero se sentía de~dichado, -cont~nuó la joven- . Creo que
él no sólo había perdido todo lo que poseían, en una compra desesper~damente desdichado. Yo podia presentirlo, aunque no
de acciones mineras canadienses, sino además 17.000 dólares nos habl~bamo~ ya como antes. Lo veía sólo una vez por año,
que sacó del banco. cuando iba alh, a pasar un par de semanas, al finalizar los

98 99
cursos. Los dos hicimos grandes esfuerzos, pero creo que hay un gritito ahogado y volvió el rostro hacia el otro lado. Yo .
un territorio muy especial en que viven los padres y las hijas contemplé mi cigarrillo, y ella se puso de pie de repente, y se
pequefias, y que una vez que se sale de él no se puede volver. dirigió a la cocina. Me quedé sentado allí, _con una sensación de
Jugábamos al golf, andábamos a caballo, hacíamos tiro al blan- pesadl!mbre. A despecho de todos los líos en que me había
co, y él me llevaba a fiestas, pero las verdaderas líneas de comu- metido, el hombre me resultaba simpático, y ahora empezaba a
nicación ya estaban cortadas. gustarme la hija.
Se dio cuenta de que él odiaba el desierto. Estaba en un Bueno, siempre supe que no resultaría fácil tener que hacer
mundo erróneo, y ahora ya tenía una edad demasiado avanzada frente a su familia y hablarle de eso. Pero ahora era peor por-
para irse a cualquier otra parte y empezar de nuevo. No creía que, si bien ella sabía en el fondo que se trataba de su padre,
que bebiera mucho; no era de ese tipo. Pero pensaba que hubo jamás habría una prueba definitiva. Siempre quedaría en pie ese
muchas muchachas en su vida, cada una quizás más joven que la pequefio residuo de duda, junto con toda~ las preguntas i!Ilpo-
anterior, y viajes a Las Vegas, aunque sin duda lo hacía con sibles de contestar. ¿Se encontraba. en algun Jugar del desierto,
cuidado debido a su puesto en el banco. o bajo tres kilómetros de aguas, en el Caribe? Y estuviese don-
Ella estaba ya en el último año de la universidad, en ese de estuviera ¿por qué estaba allí? ¿Qué había ocurrido? ¿De
enero de 1956, cuando llegó el llamado de la oficina del sheriff. qué huía?
Viajó en avión a Phoenix. De repente volvió a crecer en mí la extrafia sensación de
- Estaba asustada - continuó- , lo mismo que mi abuelo. inquietud que siempre me sobrecogía cuando recordaba el m0-
Ninguno de nosotros pensábamos volver a encontrarlo vivo. mento del entierro, el instante exacto en que me encontraba
Teníamos en la mente la idea del suicidio, aunque por distintos junto a la borda, viendo cómo su cadáver se deslizaba hacia las
motivos. El abuelo tuvo miedo de que hubiese vuelto a meterse profundidades. Imposible explicarlo. Ni siquiera sabía de qué se
en problemas. De que hubiera sacado dinero del banco. trataba. Cuando intentaba aferrarlo, desaparecía; como una
- ¿Pero no fue así? - inquirí. pesadilla recordada sólo en parte, y lo único que quedaba era
- No - contestó- . Por supuesto, si lo hubiese hecho, se ha- ese temor informe de que iba a suceder algo terrible, o de que
bría descubierto. Inclusive tenía varios cientos de dólares en su ya había sucedido. Traté de disiparlo con un encogimiento de
propia cuenta, y casi un mes de salario que le adeudaban. hombros. Quizás había sido una premonición. ¿Por qué seguir
Ya ves, pensé : una pared absolutamente desnuda. No había ro- preocupándome por eso? Ya había recibido todas las malas
bado al banco, sino que desapareció en forma deliberada. Y noticias.
cuando apareció un mes más tarde, con eI nombre de Brian
Hardy , era rico. Volvió al cabo de un minuto, como si hubiese estado llo-
Ella guardó silencio. Encendió un cigarrillo. Bueno, eso era el rando y borrado con cuidado las sefiales. Traía dos botellas de
final; sería mejor que llamase al FBI. Y entonces la joven dijo, coca de la refrigeradora.
en voz baja: -¿Qué hará ahora? -preguntó.
- ¿Quiere hablarme de eso? - No sé - le contesté- . Llamar al FBI, supongo. Prefiero
Se lo narré, sin mencionar los dolores del ataque cardíaco, de tratar de convencerlos a ellos, y no a esos gorilas. ¡Ah! Supon-
modo que le resultase tan fácil como fuera posible. Expliqué lo go que esto será un tanto desesperado, pero ¿oyó hablar alguna
del palo mayor quebrado y lo de la calma chicha, y el hecho de vez de un hombre llamado Bonner? ¿J. R. Bonner? El nombre
que no tuve .más remedio que enterrarlo en el mar. Sin llegar a tenía que ser falso, por supuesto.
mentir; conseguí dejar a un lado el aspecto demasiado escueto Lo describí.
del fun•eral y el hecho de que yo no conocía el servicio de Ella negó con la cabeza.
entierro en el mar. Le dije que había sucedido un domingo, le - No. Lo siento.
di la posición, y traté de explicarle qué tipo de día era. Lanzó - Lamento tener que meterla en esto -dije-, pero tendré

100 101
- Entonces debe de estar todavía a bordo del Topaz.
que c0ntárselo a ellos. Es probable que haya una investigación - No -repliqué-. Ha sido registrado dos veces. Por expertos.
acerca de su padre. - Entonces queda una única posibilidad -continuó. Hizo
- No puede evitarse - respondió ella. una pausa, y luego siguió diciendo, con acento de tristeza-. No
Encendí un cigarrillo. , -- . . es fácil decirlo, dadas las circunstancias, ¿pero supone que pue-
- Usted es la única, hasta ahora, que no me acuso de asesi- de haber estado ... desequilibrado?
narlo robarle el dinero o desembarcarlo y mentir acerca de su - No lo creo - contesté. Es claro que lo supuse cuando leí la
muerte. ¿No cree que lo haya hecho, o es nada más que cor- carta. Quiero decir, que hablaba de tener veintitrés mil dólares
tesía? encima, pero nadie los había visto nunca. Afirmaba que me
Me dedicó una breve sonrisa. pediría que lo llevase a tierra, pero no lo hizo. Y el hecho de
- No creo que lo haya hecho. Acaba de ocurrírseme que lo que pensara esperar y hacerme una proposición tan absurda
conozco .. . Por lo menos por reputación. Algunos amigos míos como esa después de zarpar no parecía muy lógico. Un hombre
de Lynn tienen una muy elevada opinión de usted. racional se habría dado cuenta de cuán pocas posibilidades exis-
- ¿Quién? - pregunté. tían de que alguien lo aceptara, y me habría sondeado antes de
- Ted v Francis Holt. Navegaron con usted dos o tres veces. zarpar. Pero si uno vuelve a examinar todas estas cosas, no se
- En _los últimos tres años - dije - . Hicieron alguna&· esplén- siente muy seguro.
didas películas submarinas en las cercanías de las Exumas. "En apariencia tenía algún dinero consigo, por lo menos cua-
- Supongo que uno de nosotros tendría que decir que éste tro mil. De modo que si tenía eso, quizá tuviera todo el resto.
es un mundo muy pequeño - caviló- . Mr. Rogers ... Y esperar hasta que estuviésemos en alta mar para hacerme la
- Stuart - dije. proposición tiene algún sentido si se lo mira desde un punto de
- Stuart. ¿Por qué nadie cree que ese hombre Keefer puede vista correcto. Si lo proponía antes de salir, yo podía negarme a
haberse llevado todo el dinero ... suponiendo que estuviese a embarcarlo. Lo más importante para él era salir de la Zona del
bordo? Parece haber tenido una suma importante que nadie Canal antes de que ese Slidell lo atrapara. Si me hablaba del
puede explicar. otro asunto más tarde, y yo lo rechazaba, por lo menos estal:la
- Lo habrían descubierto - respondí. Cuando suman lo que fuera de Panamá, y a salvo por el momento.
había en la caja del hotel y lo que supuestamente gastó, sigue - De modo que estamos otra vez en el punto de partida.
siendo .menos de cuatro mil, y ni siquiera un borracho podría - Así es -dije- . Con fas dos preguntas de siempre. ¿Que
dilapidar 19.000 dólares en tres días. Pero el factor más impor- pasó con el resto del dinero? ¿Y por qué cambió de opinión?
tante es que no podía tenerlo consigo cuando salió del barco. Sonó el timbre de la puerta.
Yo estaba allí.. No llevaba equipaje, ¿entiende? Porque todas Intercambiamos una mirada rápida y n1os pusimos de pie. No
sus cosas seguían estando en el barco que perdió en Panamá. ' se había e,scuchado ruido alguno de coche afuera, ni de pasos .
Había comprado un par de pantalones de trabajo para el viaje, en el sendero. Me señaló el corredor con la mano y se dirigió a
pero yo estaba al lado de él cuando los enrolló, y no puso nada la puerta, pero antes que llegara a ella, ésta se abrió, y un
dentro de ellos. Y no llevaba saco. Puede haber guardado cuatro hombre alto, de traje gris y anteojos color verde oscuro se
mil dólares en su cartera y en los bolsillos de los pantalones, introdujo y la empujó hacia adentro. En el mismo instante oí
pero no veintitrés mil, a menos de que estuviesen en billetes que se abría la puerta trasera. Giré. En la puerta de arcada que
grandes. Cosa que dudo. Un hombre que huye y trata de ocul- comunicaba con la cocina había un turista de anchos hombros,
tarse atrae demasiada atención cuando pretende cambiar un bi- con camisa deportiva de colores chillones, gorra de paja y un
llete mayor de cien dólares. par idéntico de anteojos verdes para el sol. Se los quitó y. me
- Quizá se lo llevó a tierra cuando amarraron. sonrió con frialdad. Era Bonner.
- No. Yo estaba junto a él también en ese momento. Resultaba imposible huir. El primer hombre tenía una pis-
Frunció el ceño.

102 103
tola; percibí el peso de ella en el_ ?olsillo ~el saco. Patricia
ahogó una exclamación y retroced10, los o~os eno;111emente extremo del escritorio, balanceando, ocioso, sus anteojos para el
sol, que sostenía por una de las patillas curvas, mientras miraba
abiertos por la alarma. Volvió al escritorio situado JU~~º- a la
entrada del vestíbulo. Bonner y el otro hombre se dmg1eron algunas de las fotografías de la joven.
Conseguí ponerme de pie y golpeé a Bonner una vez. Esa fue
hacia mí. El último extrajo un atado de cigarrillos. ., la última ocasión en que participé en la pelea. Volvió a arro-
- Estábamos esperándolo, Rogers - dijo, y me lo tend10-
jarme contra la pared, y me caí de vuelta. Me levantó y me
¿Fuma? sostuvo contra ella con la izquierda, mientras me hundía la
Por un instante los tres nos quedamos paralizados al\1,, ell~s,d~s
en una actitud casi de diversión, en tanto que yo m1Taba mutil- derecha en la cara. Fue como si me hubiesen golpeado con un
mente en torno buscando una arma cualquiera, y esperaba, con bloque de hormigón. Sentí que algunos dientes se me aflojaban.
Ja boca seca a que uno de ellos se moviese. Entonces vi lo que La habitación comenzó a dar vuelta ante mis ojos. Antes que se
oscureciera del todo, me dejó caer. Yo traté de incorporarme, y
hacía ella, y' me asusté más que nunca. No podría logr~rlo con
esa gente, pero no había manera de que yo la_ detuy1ese. El llegué a ponerme de rodillas. Me plantó el pie en la cara y
empujó. Caí de espaldas al suelo, jadeante, con sangre en la
teléfono estaba detrás de ella. Estiró la mano hacia atras, ~evan-
tó el receptor, Jo depósito con suavidad en la superficie del boca y los ojos. Me miró.
escritorio, e intentó llamar a la Operadora. Yo tomé una de l_as - Esto es en pago de lo de Tampa, estúpido.
botellas de coca. Eso hizo que miraran un segundo o dos mas. El otro hombre dejó caer las fotografías en el escritorio y se
puso de pie.
Y entonces el disco emitió un chasquido.
· Bonner giró, volvió a colocar con negli~encia el receptor ~~ - Basta - dijo con sequedad-. Ponelo en esa silla.
su lugar y golpeó con la mano derecha abierta, de filo, la mep- Bonner me arrastró por el piso, tomándome de un brazo, y me
lla de la joven. Produjo un sonido agudo, restallante, e_n med1~ depositó en una de las butacas de bambú, en el centro de la
del silencio como un disparo de rifle, y ella se tambaleo y cayo habitación. Alguien arrojó una toalla que me golpeó en la cara.
al suelo en' un confuso remolino de faldas y enaguas Y largas Me limpié la sangre, tratando de no vomitar.
piernas desnudas. Yo ya me lanzaba sobre él, blandiendo la - Muy bien - dijo el otro hombre- , volvé al motel y traé a
botella de coca. Le di un golpe de refilón y se le cayó el Flowers. Luego sacá el coche de la vista. Ponelo allá, entre los
sombrero de paja. Se enderezó y yo volví a gol~ear. Recibió el árboles, en algún lugar. .
golpe en el brazo y me hundió un puñ? en el estomago. . Patricia Reagan se había incorporado. Bonner la señaló con la
Me quitó el aliento pero consegu1 mantenerme de pie. Le cabeza.
lancé un botellazo a Ía cara. Echó la cabeza hacia atrás lo - ¿Y qué hacemos con la muchacha?
suficiente como para que se deslizara, inofensivo, po~ delante de - Se queda hasta que terminemos.
su mandíbula sonrió con desprecio y sacó del bolsillo una ca- - ¿Por qué? Será un estorbo.
chiporra. Era ~n artista con ella, ?orno u~ buen c)ruja:10 con un - Usá la cabeza. Rogers tiene amigos en Miami, y algunos de
escalpelo. Tres movimientos reduJeron m1 brazo 1zqmerdo a un ellos puede saber dónde está. Cuando no vuelva, es posible que
peso muerto y bamboleante; otro me desgarró u~a tira de piel llamen aquí, para ver si lo encuentran. Ponela en el sofá.
de la frente y me llenó los ojos de sangre. Trate de abraza~lo. Bonner señaló con el pulgar.
Me empujó hacia atrás dejó caer la cachiporra y me propinó - Estacionalo, chica.
una derecha corta y b~tal contra la mandíbul_a._Caí ~ontra lo_s Ella lo miró con desprecio.
controles del acondicionador de aire y me deslice al piso. Patri- El se encogió de hombros, la tomó de un brazo y empujó.
cia Reagan gritó. Me enjugué la sangre de la cara y ~ra!é ~e Patricia pasó volando ante el extremo de la mesita de café y
ponerme de pie, y por un instante vi al otro hombre. ~1 s1qme- cayó en el sofá, frente a mí. Bonner salió.
ra se había molestado en mirar. Estaba sentado a medias en un - Lo siento - dije-. La culpa es mía. Pero pensé que los
había despistado.
104
105
- Lo hará. Créame.
- Y lo hiciste, por un momento -intervino el hombre- . - ¿Usted es Slidell? - pregunté.
Pero no te seguimos aquí. Estábamos esperánd.o te. Asintió.
Lo miré sin entender. - Podés llamarme así.
Acercó la otra butáca a la mesita de café y se sentó , allí, - ¿Por qué buscaba a Reagan?
porque desde ese punto podía vigilarnos a los dos. Si Bonner . -: Seguim?s buscándolo -corrigió- . Reagan nos robó medio
era un oficial en el campo de la eficiencia mortífera profesional, millon de dolares en bonos, a mí y a algunos otros hombres.
este era un ejecutivo de primera línea. Se veía con demasiada Queremos recuperarlo, o encontrar lo que quede.
claridad en los modales secos, incisivos, en el sello de la inteli- - ¿Y supongo que ustedes lo robaron a su vez antes que
gencia que se leía en su cara, y en la mirada insondable, inmó- él? '
vil. Podía tener entre cuarenta y cincuenta años, cabello corto, - Di~amos q~e estaban un poco marcados. Es claro que se
grueso, rojo, ojos color gris acero y un rostro delgado, cobrizo, l<;>s pod1a n~goc1ar, pero un monto de esas dimensiones es difí-
con un atezado reciente. cil de. maneJar; colo~arlo~ por las vías habituales habría llevado
- Ella no sabe nada de esto. demas1~do tiempo, o unphcado un descuento demasiado grande.
- Eso lo sabemos, pero no estábamos seguros de que vos lo Conoc1 a Reagan en Las Vegas, y cuando averigüe lo que hacía
supieras. Cuando te perdimos en Tampa, te esperamos aquí, lo _sondeé. Era el contacto que necesitábamos. Al principio no
entre otros lugares. 9u1So hacerlo, p~ro yo descubrí que le debía dinero a algunos
La sangre seguía goteándome de la cara a la camisa. Me la sequé Jugadores profesionales de Phoenix, y conseguí que lo presio-
con la toalla. Los ojos empezaban a cerrárseme, y sentía hin- naran 1.11!-, poco. Entonces aceptó. Negoció cien mil dólares por
chada toda la cara. Resultaba difícil hablar a consecuencia de la la comis10n que convenimos, y nosotros le entregamos el resto.
herida y de los labios hinchados. Me pregunté durante cuánto ¿Supongo que ella te habrá dicho Jo que ocurrió?
tiempo estaría ausente Bonner. En ese momento estaba magu- Asentí. ·
llado, demasiado débil y enfermo para levantarme del sillón, Continuó.
pero con unos pocos minutos de descanso podía hacerme cargo - Lo vigilábamos muy de cerca se entiende e inclusive
de ese, o por lo menos retenerlo lo suficiente como para que cua11:do inició_ ese viaje. ~e caza, ese' sábado por 1~ mañana, lo
ella huyese. Entonces, como si hubiese leído mis pensamientos, seguimos e\ tiempo suf1c~ente para asegurarnos de que no tra-
sacó la pistola del bolsillo y meneó la cabeza. tab~ de huir. Pero era mas listo de lo que pensábamos, O bien
- No te muevas, Rogers - dijo- . Sos demasiado valioso co- tenia _otro coche oculto allí, o alguien Jo recogió. Necesitamos
mo para que te matemos, pero no llegarías muy lejos con una . dos anos para encontrarlo, inclusive con detectives privados que
rodilla de menos. lo buscab~~ en todos los lugares probables. Estaba en Miami,
La habitación quedó en silencio, interrumpido sólo por el zum- pero no visitaba los clubes nocturnos y los grandes lugar.es lujo-
bido del acondicionador. Patricia tenía la cara pálida, pero se sos de la playa. Lo encontramos por pura suerte. Alguien· vio
obligó a tomar un cigarrillo de la mesita de café, encenderlo y una foto _en una revista d7 caza y p~s~a, que se parecía a él, y
contemplarlo con una mirada fija. cuando dimos con el fotografo e h1c1mos una ampliación del
- No pueden hacer esto con impunidad - dijo. negativo original, vimos que era Reagan.
- No sea estúpida, Miss Reagan -replicó él-. Conocemos al "Pero volvió a burlarnos. Parece que también él vio la foto
dedillo süs costumbres ·de trabajo; nadie viene aquí para moles- . Y cuand? llegamos a Miami y le seguimos la pista descubrimo~
tarla. Ni siquiera tiene llamados telefónicos, salvo que alguien 9ue ha:~1a muerto d_os meses antes, cuando su barco estalló y se ·
llame buscando a Rogers. En cuyo caso usted dirá que estuvo mcend10 en_tre Flonda y las Bahamas. Al principio no estába-
aquí y se fue. . mos demas!ado seguros de que fuese una cosa fingida, pero
~lla lo miró con expresión de desafío. cuando registramos la casa y el terreno, y no encontramos si-
- ¿Y si no lo hago?
107
106
horas. Puede que esté muerto por una de va1ias razones. Vos y
quiera una llave de una caja fuerte bancaria, comenzamos a Keefer habrían podido matarlo.
visi~ar a. sus am!guitas , y descubrimos que una había partido - Oh, por favor ...
hacia Smza el mismo d1a. O por Jo menos así se Jo dijo a todo - Estás frito. Tu relato apestó desde el comienzo, y empeora
el mundo. Pero no fue muy cuidadosa. Cuando registramos su cada vez que lo repetís. Tomemos ese hermoso informe que
departamento encontramos una nota de agencia de viajes, en su entregaste a la oficina del jefe de policía, con la descripción del
cesto de los papeles, que confirmaba la reseIVa de pasajes para a~aque car!1íaco. Eso engañó a todo el mundo al principio, pero
un señor y una señora Charles Wayne, en un vuelo a San Juan. SI de_ssubn como lo hiciste, ¿no te parece que también lo des-
Debe de habemos visto allí, porque cuando lo ubicamos había cubnra el FBI? Puede que no paguen tanto por las informa-
vuelto a desaparecer. Le seguimos los rastros hasta Nueva York. ciones como pago ·yo, pero tienen más personal. Vos hiciste
Para enton~es se habían separado, y él la ocultó en algún lugar, que pareciera convincente. Quiero decir, que el lego corriente
porque sabia que ya estábamos cerca. Viajó en avión a Panamá. que trata de describir en el papel un ataque al corazón habría
Yo estaba a ~n día de distancia de él, en ese momento,y se me mo~trado inclinación a exagerarlo y agrandarlo un poco, y a
escapó por solo doce horas de diferencia en Cristóbal cuando decir que Reagan estaba haciendo un trabajo muy pesado cuan-
partió con vos." '
- dije. do eso ocurrió, porque todos saben que eso es Jo que siempre
- Y ahora está muerto
mata a un hombre con lesiones coronarias. Todos menos los
Sonrió con frialdad. médicos. Ellos saben que uno también puede mori; de un ata-
- Por tercera vez. que mientras está en cama, esperando que alguien le pele una
- Le digo... - me interrumpí. ¿De qué seIVía eso? Y enton- uva. Y resulta que vos también lo sabés. Uno de tus tíos murió
ces se me ocurrió algo- . Vea, tiene que haber ocultado el di- de trombosis coronaria cuando tenías unos quince años de
nero en alguna parte. edad ...
- Es evidente. Todo, menos los veintitrés mil que usaba para - Ni siquiera estuve presente - dije- . Eso sucedió en su ofi-
fugarse. cina de Norfolk, en Virginia.
- Entonces ustedes no tienen suerte. ¿No se da cuenta? . - Lo, sé. Pero estuviste presente cuando tuvo un ataque ante-
Saben dónde está ella; está en un hospital de Southport y si nor. Mas o menos un año antes, cuando vos y él y tu padre
sigue con vida, la policía le arrancará todo el relato, Ella t~ndrá pescaban en un barco alquilado, frente a Miami Beach. Y él no
que decirles dónde está. luchaba con un pez cuando ocurrió. Estaba sentado en la silla
- Puede que no lo sepa.
de pescar, bebiendo una botella de ceIVeza. Todo tiene sentido
- ¿Sabe por qué vino ella a Southport? - pregunté- . Q.iería Rogers. Todo tiene sentido. '
verme a mí, porque no tenía noticias de él. ¿No se da cuenta Era la primera vez, en muchos años, que pensaba en eso. Estuve
de que le digo la verdad? Si él todavía siguiera con vida le a punto de decirlo, pero volví la cara en ese momento y miré a
~ía~~- '
Patricia Reagan. Sus ojos estaban clavados en mi rostro y había
- Sí. A menos que también huyese de ella. duda en ellos, y algo más, muy cercano al horror. Dadas las
Me dejé caer contra el r;spaldo. Era inútil, y aunque pudiese circunstancias, pensé, ¿quién podía censurarla? Entonces se
convencerlos de que dec1a la verdad, ¿de qué seIVía ahora? De abrí~ la pue_rta del frente. Entró Bonner, seguido por un hom-
cualquier manera nos matarían. brec1to de OJOS saltones, que llevaba una caja de metal negro de
- Sin embargo - continuó él-, hay un serio defecto en esa las dimensiones de un grabador de cinta portátil. '
s~posici?n. Si ~b~igaba la intención de dej~rla plantada, no te-
ma sentido escnbirle esa carta desde Cristóbal.
- ¿Entonces admite que podría estar muerto?
- En efecto, Este asunto tiene muchos aspectos raros, Ro-
gers, pero vamos a llegar al fondo de ellos en las próximas
109
108
XI
blema técnico. Me envolvió la tela de ':1n 1t~nr~: ~t:n~~ id;~;
del brazo derecho, s?~reOt el ~ºfeº~ ~;t~/ ; el p~pel empezó a
rodeó el pecho. Movio ro m - s i,
dentada s a me-
- Quédense los dos donde están -orden ó Slidell. Se puso de deslizarse. L~s ªtujas t~aza~ai f!¿~~~ a~~;~: nea y respiración.
pie y se volvió hacia Bonner -. Traéle a Flowers una mesa y una corree-
silla. dida qu_e r~~stra agó ~~~yd : 'en el silencio. Hizo leves
encorva do
La hab1tac1 on que ó silla y se sentó
Bonner fue al vestíbulo y vqlvió con una mesita de luz. La Iªconcentrada de u~ sacerdote.
ciones en los contro~es, acere_,
dejó, junto con una de las sillas, cerca del sillón en que yo me
encontraba sentado, y me hizo girar de modo que mirase la :i%e ae~1 fa: ~i~ó ~/~f
1;ª~º ;::~º~n señal de asentimiento. •
ventana del frente, con la mesa a la derecha. Después encendió _ Muy bien, Rogers -dijo Slidell~~ }eº i!n~oci~~e~~~é:0';;:~
un cigarrillo y se recostó contra la puerta de entrada, obser-
vando, aburrido. hacer
te parezca, pero contest . ega e
i
es contestar a las lr~gun :as a\acer lo , ·recibirás el cañ.o
:- Todo esto es un derroche de tiempo, si me lo preguntás de la pistola en la cara. lo estú-
- observó.
- Adelante -dije. alDenonada servía eahsoº~afu~:spa~d~~o pedirle
- No te lo pregunté - replicó Slidell con sequedad. d h bía sido pensar en .
Bonner se encogió de hombros. Miré a Patricia Reagan, pero pi o que a . . b con el detecto r de mentiras.
ella eludió mi mirada, y observó a Flowers, tan intrigada como al FBI que ~e, hic1~se una pru~. a stado- . Todos saben cómo
yo. Este era un hombrecito frágil, de treinta y tantos años, con - No servua -.~110 Bo~er , isgu ulso cambian cuando uno
una semicalvicie y un rostro agrio, arrugado, que los ojos un funciona. La tens10nst sangu~nea y edop ue cómo puede saberse
tanto salientes hacían grotescos. Depositó el estuche negro so- está inquieto ? ~s':1 ado. c,~~s; º el c¿mienzo está asustado_'.
bre fa mesa y le sacó la tapa. La superficie de arriba contenía nada ~on un hmdb1"'._1
_ Siempre a ra un duoa ~~:viación respecto de la norma -d1Jo
varios controles e interruptores, pero buena parte de ella estaba
ocupada por una ventanilla debajo de la cual había una hoja de Flowers con des~recio_._ . Flowers quiere decir es
papel de gráficos y tres agujas montadas sobre brazos pequeños. - Para traducir -diJo Shdell- , lo que estad o norm al de él , el
, d d ·edo como
Levanté la vista y encontré los ojos de Slidell clavados en que si Rogers estad.ira~ro
cuan, ed~1está duro de miedo. y ahora ca-
mí, en una fría expresión de diversión. instrum ento nos
- Estamos a punto de llegar a esa meta universal de todos llate.
los grandes filósofos, Rogers. La verdad. Bonner se tranquilizó.
- ¿Qué quiere decir? - ¿Cómo te llamás? -pregu nto Slidell.
- Este es un detector de mentiras. _ Stuart Rogers.
- No bromee. ¿Dónde diablos podía conseguir uno? _ ¿Dónde naciste?
- Un detector de mentiras no tiene nada de esotérico. Casi _ En Coral Gables, Florida.
cualquiera podría fabricar uno. Pero hacerlo funcionar es una _ ¿Dónde estudiaste? . .
cosa muy distinta, y en ese aspecto tenemos buena suerte. _ En la Universidad de M1ami.
Flowers es un genio. El aparato le habla. - De qué trabaja tu padre?
Flowers no prestó atención. Llevó un largo cable hasta un to- _ Era abogado. ?

macorrientes eléctrico, y puso en marcha el aparato. Luego co- - ¿Quiere decir que ha muerto .
. menzó a conectármelo con tanta serenidad y método como si _ Sí -respon dí.
estuviésemos en un cuartel de policía. Si se le ocurrió que había •Í>e qué murió? ., .
- §e mató en un accidente automovillstico. .
algún aspecto de locura en la situación, en apariencia lo rechazó s
. ce o veinte preguntas de esas, iniciale s, mientra
como impertinente. Todo el asunto era para él apenas un pro- Hubo - otras qum
110 111
~l,owers estudiaba con atención sus gráficos. Luego Slidell inqui- - No estoy seguro de que mienta. Reagan podría estar muer-
no: to esta vez. Ya te lo dije antes. Y ahora apartáte.
- ¿Conociste a un hombre que te dijo que se llamaba Wen- Bonner volvió a recostarse contra la puerta. Slidell y Flowers
dell Baxter? siguieron mirando hasta que las agujas se tranquilizaron. Patricia
- Sí. Reagan se había vuelto, con el rostro apoyado en los brazos, en
- ¿Y zarpó con vos de Cristóbal, el 1 de junio a bordo de el respaldo del sofá. No pude darme cuenta si lloraba.
tu barco? ' - Escuchá, Rogers - dijo Slidell- , vamos a conocer la verdad
- Sí. de lo que sucedió allí, en ese barco, aunque nos lleve una
-: ¿Y lo desembarcaste en algún punto de América Central o semana y tengas que explicar cada hora del viaje, minuto por
México? - No - Contesté-. minuto, y nosotros nos veamos obligados a repetir las preguntas
Sl!dell se inclinó sobre el hombre de Flowers, vigilando el movi- hasta que te derrumbes y empieces a gritar. La policía jamás te
m1ent?, de las agujas. Flowers meneó apenas la cabeza. Slidell encontrará, y no podés huir. ¿Me entendés?
me mrro con el ceño fruncido. - Sí -respondí fatigado-.
- ¿Dónde lo desembarcaste? - Muy bien. ¿Está muerto Reagan?
- No lo desembarqué - respondí-. -Sí.
- ¿Dónde está? - ¿Cuándo murió?
- Está muerto. - A los cuatro días de partir de Cristóbal. El 5 de junio, más
Flo~ers _miró a Slidell y extendió los brazos con las palmas o menos a las tres y media de la tarde.
hacia arnba. - Lo mataron vos y Keefer.
- ¿No ve ningún cambio en el trazado? - preguntó Slidell- . - No.
-:-- No. Por supuesto, . es imposible decir gran cosa con un - ¿Cómo murió?
registro breve . .. - A consecuencia de un ataque. El médico que revisó el
Bonner se acercó. informe dijo que probablemente se tratase de una trombosis
- . Te dije que no resultaría, dejáme que te muestre cómo se coronaria.
consigue la verdad. - Su mano estalló contra el costado de mi - ¿Vos redactaste el informe?
cara Y me lanzó contra el respaldo del sofá. Sentí sabor a - Yo lo escribí.
sangre. - Ya sabés a qué me refiero. ¿Era la verdad?
- Tendrá que mantener a este imbécil lejos de él - dijo Flo- - Era la verdad. Dije exactamente lo que había ocurrido.
wers co~ amargura- . Mire lo que hizo. Slidell se volvió hacia Flowers.
Las aguJas se movían con violencia. - ¿Hay algo?
- Odio - explicó Flowers- Flowers meneó la cabeza.
Me froté la cara y miré a Bonner. - Ningún cambio.
- Dígale a su aparato que tiene mucha razón - Está bien, Rogers, vos leíste la carta que Reagan le escri-
- Apartáte de él - ordenó Slidell- . · bió a Paula Stafford. Decía en ella que llevaba encima 23.000
- Dame esa pistola, y dejáme cinco minutos. dólares, y que te pediría que lo desembarcases en algún lugar.
- Por supuesto - dijo Slidell con frialdad-. Para que lo ma- Faltan 19.000 dólares de ese dinero. Keefer no los tenía, y no
tes antes que avergüemos nada, como hiciste con Keefer. ¿No ·están en tu barco. Si Reagan ha muerto, ¿dónde están?
pue?des mete~te_ en la cabeza la idea de que Rogers es el últi- - No sé -respondí-.
mo. Es la umca persona en la tierra que puede contestar a Vos los robaste.
estas preguntas. - Ni siquiera los vi.
- Bueno, ¿y de qué sirve si sigue mintiendo? - ¿Te pidió Reagan que lo desembarcara?
11 2
113
sillón, y Bonner me _gritó en la ~ara. Y entonces lo perdí por
- No. completo. Todo habia desaparecido. La voz de Slidell tajeó el
- ¿En los cuatro días no mencionó el asunto? alboroto como un cuchillo y Bonner me dejó caer y la habi-
- No. tación quedó en silencio. ' '
- ¿Por qué no lo hizo? - ¿Cuándo lo mataste? -bramó Slidell-.
- ¿Cómo puedo saberlo? - repliqué- . - ¡No lo maté!
Flowers levantó una mano. Suspiró.
- Repita esa secuencia. Hay algo raro aquí. - Está bien, empezá con el primer día.
Lo miré. _Dno_d~ nosotros debía de estar loco ya.
- Estas mrnhendo, Rogers - dijo Slidell-. No puede ser de
otr~ modo .. Reagan partió en ese barco con el fin de que lo Salimos del muelle con el motor auxiliar, entre los grandes rom-
pusieses en berra. Inclusive se lo dijo a Paula Stafford. ¿Leíste la peolas de piedra contra los que se estrellaba la marea. Baxter
carta? tomó el timón, mientras Keefer y yo izábamos las velas. Era ya
- Sí. pasado el mediodía, y los alisios empezaban a crecer, hasta
- ¿Y querés decirme que ni siquiera te lo pidió? convertirse en una brisa fuerte, que venía del noreste, con un
- Jamás nada dijo acerca de eso. mar moderado en el cual el barco cabeceaba un poco y recibía
- ¿Por qué no lo dijo? unas rociaduras que salpicaban las velas y humedecían los almo-
- No sé - contesté- . hadones de los asientos de popa. Lo teníamos cefiido sobre la
- Aquí aparece otra vez - interrumpió Flowers- . Un cambio amura de estribor cuando empezamos a orientarnos mar aden-
muy claro en la reacción emocional. Creo que él lo sabe. tro.
- Vos lo mataste, ¿no es cierto? - ladró Slidell- . - ¿Cómo responde? - le pregunté a Baxter- . Este estaba
- ¡No! - exclamé- . con la cabeza descubierta y sin camisa, como todos nosotros, y
Xentonc~s volví a e~tar junto a la borda, esa tarde del domingo, su mirada mostraba más felicidad que en ningún momento ante-
viendo como el cadaver amortajado se hundía en las profundi- rior.
da~es, y el ext_rafio sentimiento de terror se apoderó otra vez de ·- Muy bien - respondió- . Apenas pide un poco de correc-
m1. Contemple el aparato. Las aguj,as se sacudían en desorden ción a barlovento.
tr~zando fre~éticas curvas en el papel. ' Observé la bitácora.
Shdell acerco su cara a la mía. - ¿Hay alguna posibilidad de trazar el rumbo?
- ¡Lo mataron vos y Keefer! El dejó que se soltara un poco, y las planchas de guía de los
- ¡No! - grité. guardines comenzaron a repiquetear contra el borde de la vela
Flowers asintió. mayor. El rumbo todavía seguía medio punto a barlovento.
- Está mintiendo. - Puede que tire un poco más hacia el este cuando nos
Tenía las manos apretadas con fuerza. Cerré los ojos y trae de apartemos de la costa - dijo- .
encontrar la re~puesta en la oscura confusión de mis pensamien- Tomé el timón durante unos minutos, para ver cómo 'se sentía,
tot, Estaba alh, en alguna parte, fuera de mi alcance. ¿Qué y llamé a Blackie.
pod_ia hacer?_ El agua se cerró sobre él. Y unas pocas burbujas - Si querés aprender a ser timonel, este es un buen momen-
sub1eror: al liberarse ~l _aire encerrado dentro de la mortaja, y él to para empezar.
comenzo a caer, deshzandose cada vez más profundamente de- Sonrió, descarado, y tomó el timón.
s~pa~eciendo_ de la vista, y yo empecé a temer algo qu~ ni - ¿Esta chata? Podría dirigirla con un remo de canoa. ¿Cuál
s1qu1era podia nombrar, y sentí deseos de traerlo de vuelta. es el rumbo?
Oí q~e Patricia Reagan lanzaba una exclamación. Una mano - De bolina franca - le dijo- .
me tomo de la pechera de la camisa, y me levantó a medias del
115
114
- ¿Qué es eso?
nosotros- . ¿Vamos a navegar en ese barco piojoso desde Pana-
- Es un término que usan los marinos -respon dí- . El sefior má, milla por milla?
Baxter te lo explicará mientras yo preparo un poco de café. - Pie por pie, si tenemos que hacerlo -replicó Slidell, con
Al mediodía hice sandwiches y tomé el timón. La brisa se acen- tono cortante - , hasta que descubramos Jo que ocurrió.
tuó y desplazó casi un punto hacia el este. Baxter me relevó a - Nunca lo lograrás de esta manera. El aparato no sirve. El
las cuatro, en momentos en que las montafias de Panamá se lo engafió la primera vez.
hacían más borrosas y comenzaban a hundirse en el mar a Flowers lo miró con frígido desprecio.
popa. Cabeceaba con fuerza, con todas las velas izadas y' se - Nadie puede vencer a este aparato. Cuando él comience a
lev~ntaba( a~ompafian?o el ~ovi~ie nto del mar, con un l~go y mentir, nos lo dirá.
fácil movumento de tirabuzon, mientras el agua siseaba y gorgo- - Sí. Es claro. Como Jo hizo cuando dijo que Baxter murió
teaba a lo largo de la borda de sotavento con ese sonido satis- de un ataque al corazón.
factorio que significaba que el velamen 'estaba correctamente - ¡Calláte! - ordenó Slidell- . Salí del paso. Lleváte a la
orientado, y que se sentía feliz y devoraba millas. La espuma
muchacha a la cocina, y decile que prepare un poco de café. Y
volaba a proa y la sentíamos, fría, en la cara. Cuando tomé el
timón, volví a mirar hacia arriba y luego contemplé la vela no le pongas la mano encima.
mayor con un sentimiento de duda. El sonrió y meneó la cabe- - ¿Por qué?
za, y yo c_oncordé co!1 él. No era posible mejorarlo. - A cualquiera que no fuese un idiota le resultaría evidente.
- ¿Q~e largo de !mea de flotación tiene? - pregunt ó-. No quiero que grite y perturbe la reacción emocional de
- Tremta y cuatro - respondí- . Rogers.
Existe una fórmula para calcular la velocidad máxima absoluta Estábamos todos locos, pensé. Quizá todos los que tenían algún
de un ?.arco de des~laz ~iento, sea cual fuere el tipo o la contacto con Baxter enloquecían a la larga. No, Baxter no. Se
proporc1on de energ1a aplicada. Es una función del sistema llamaba Reagan. Yo estaba sentado ahí, conectado a un resplan-
on_dulatorio trocoide establecido por la nave, y es 1,34 veces la denciente aparato electrónico, como una vaca a una máquina de
ra1z cuadrada de la longitud de la línea de flotación . Vi que ordefiar, en tanto que un agrio gnomo, de ojos saltones, me
Baxter la resolvía en ese momento. • arrancaba la verdad... Verdad que en apariencia ya no conocía
En el papel - dije- tiene que haber un poco más de siete ni yo mismo. No había matado a Reagan. Aunque estuviese
nudos y medio. Joco ahora, no lo estuve entonces. Todos los detalles del viaje se
El asintió. destacaban con claridad en mi cerebro. ¿Pero cómo podía ser?
- Yo diría que está haciendo cerca de seis. La máquina había dicho que trataba de ocultar algo. ¿Qué? ¿Y
Cuando bajamos para preparar la cena lo vi volverse una vez y cuándo sucedió? Me llevé las manos a la cara, y me dolió en
m~ar a popa, haci~ la línea de la costa de Panamá, que se todos los lugares que toqué. Tenía los ojos tan hinchados, que
ale1aba cada vez :n;ias. Cuando se volvió para mirar la bitácora casi se me habían cerrado. Estaba muerto de cansancio. Miré el
advertí una sensación de alivio o satisfacción en los ojos casta~ reloj, y vi que eran casi las dos. Y entonces se me ocurrió que
fios generalmente graves. si hubiesen llegado cinco minutos más tarde, yo ya habría lla-
La brisa bajó un poco con el sol, pero todavía seguía cantu- mado al FBI. Era un gran consuelo pensar ahora en eso.
rreando. Keefer tomó la guardia de ocho a doce y yo dormí Bonner hizo una sefial con la cabeza, y Patricia Reagan se levan-
unas pocas horas. Cuando subí a cubierta a medianoche había tó del sofá y lo siguió hacia la cocina, como una sonámbula, o
apenas una brisa leve, y el mar se calmaba. . . ' como un juguete mecánico de largas piernas.
- ¿Todavía le queda bastante papel? -pregun tó Slidell a
Flowers- . Este asintió.
- ¿Qué diablos es esto? -pregun tó Bonner. Se detuvo ante - Muy bien, Rogers -dijo Slidell. Volvió a sentarse, de fren-
te ~ mí-. Reagan todavía estaba con vida en la mafiana del
116 117
segundo día...
- Estuvo con vida hasta las tres y media de la tarde del cargo de la guardia de doce a cuatro. Tiré por sobre la borda el
cuarto día. cartón de leche vacío, lo miré retroceder a popa mientras trata-
Me interrumpió. ba de calcular nuestra velocidad, y encendí un cigarrillo. Estaba
- Dej~e hablar. Estaba vivo en la mañana del se undo d, satisfecho, esa era la manera de vivir.
¿y tod~via no había dicho nada acerca de desembarca~lo? ra, Era un día magnífico. El viento s.e había acentuado un tanto
.- ~1 una palabra - respondí-. · desde la mañana temprano, y ahora era una brisa moderada del
Asmho a flowers, quien volvió a hacer correr el papel este, en ángulo recto con la quilla del barco que corría, ligero,
- Segu1. · devorando las millas del largo tramo hacia el norte, batiendo el
Con~inu~mos.. En la habitación reinaba el silencio, aparte del agua hasta dejarla como crema a lo largo de las bordas. El sol
s?m o e m1 voz Y. del leve zumbido del acondicionador de ardía con fuerza, me secaba la espuma de la cara y las manos, y
aire. El papel de graftcos se arrastraba con lentitud en el instru. chisporroteaba sobre la superficie del mar mientras las largas
0 olas avanzaban, nos levantaban y seguían hacia adelante. Aflojé
::~~;a::titd~~i~d~s ;;~~ :~a~~t1e~~s agujas continuaban con un poco la vela mayor, decidí que estaba bien antes, y volví a
tensarla. Baxter subió a cubierta en el momento en que yo
terminaba. Sonrió.
El alba lleg~ co~ vientos suaves y un mar tran uilo , - Pienso que ningún buen marinero se siente nunca satisfe.
mos solos? sm tierra visible por ningún lado. E~ cila:t estabt cho.
ver el horizonte, Baxter me relevó de modo . o pu e
una serie de lecturas estelares Las' elaboré baJ~eli~i~ese i~m:r Sonreí.
- Supongo que no. Pero me pareció que se había acostado.
~i~ ~~=vid~~a~~'¡d\\ª mesa de mapas1 mie~tras Keefe; ~~n~:~= ¿No pudo dormir?
- Un día como este es demasiado hermoso para derrocharlo
cían a ! era, un poco mas alla. Dos de ellas pare.
ha! serh b~':nas. Estabamos a ochenta y cuatro millas de Cristó- -replicó- . Y pensé que podía tomar un poco de sol.
nudor y ~~~%os leerochola udne promedio de poco más de cuatro Llevaba puesta una bata blanca, con los cigarrillos y el encen-
· nva era un tanto ma d dedor en uno de los bolsillos. Encendió uno, se quitó la bata, la
esperaba, y corregí el rumbo. yor e 1o que enrrolló en forma de almohada y se tendió al sol, al lado de los
A las siete llamé a Keefer y d d. , - . almohadones del lado de estribor; tenía puestos sólo un par de
:~:penº;a~~aanddeo e_Isots saqué de la :;rig:ra~~r:, ad!::~b~?;:: !~ pantaloncitos de pugilista. Se acostó con los pies hacia adelante,
a era apenas un poco , fi la cabeza casi a la altura del timón. Cerró los ojos.
en apariencia no funcionaba como mas q~e resca, Y que - Estuve mirando el mapa -dijo- . Si seguimos haciendo de
desayuno revisé las baterías del siste:~reJf~~dc1ea.dpdespues de} cuat ro a cinco nudos, el domingo estaremos en el canal de
un poco de agu d -1 d . n 1 o, agregue
un rato Nos haªb, esti a ~ e hice funcionar el generador durante Yucatán.
- Es posible- respondí, con indiferencia. Domingo o lunes,
io!!~:e\i iu~r~~Ji~}:jiF~:~ny;/
once y media. ' oc O
d!ª dho~~a ~fe~~;a~~~:~;es;
oce. Me llamo a las
en realidad carecía de importancia. No tenía prisa. Uno tensaba
y aflojaba las velas, y timoneaba, y mantenía siempre un ojo
clavado en el viento, como si la última fracción de un nudo

~~1:~i:~t{}:ºF 0
!n n~~~::a d~ ~~is~~bri. ni;x~~~~~t~:u~:1e1
bandeja de gruesis sf:~~ici~ss calculos, Y Keefer preparó una
fuese un asunto de vida o muerte, pero nada tenía que ver con
el ahorro de tiempo. Se trataba, sencillamente, de una cuestión
de idoneidad, de dirigir un barco en lugar de viajar en él y nada
más. .
de cebolla. Yo comí el mío J·u~t~º~ ~:mrn~nend cons;rvda yhrodajas Guardó silencio durante unos minutos. Luego preguntó:
o , espues e acerme
- ¿Qué tipo de barco es el Orion?
118
119
- Goleta de quince metros. Cangrejas adelante y foques so- carne en conserva venía en latas, no podía estar mal. Y la leche
bre la mayor, y_ lleva una trinquete, estys y foque de traba'o tenía sabor fresco.
Puede llevar a seis personas, aparte de las dos de la tripulaci6n - Fueron las cebollas -dijo.:... Nunca pude comerlas.
-- ¿Es muy vieja? - Hay bicarbonato en uno de los armarios, sobre la pileta
- Sí. Ahora ~ie~e más de veinte años. Pero es sólida. - le dije- .
- El 1!1_antemm1~nto llega a ser un problema, sin embar 0 - Yo tengo algo aquí - respondió- . Guardó con cuidado el
-:-Cresp°ndio, pen_satiV:º:-· Quiero decir, a medida que envejece~ encendedor en el bolsillo de su bata, y sacó un frasquito de
1., ua1 es su prec10 bas1co de contrato? · píldoras. Extrajo una y se la llevó a la boca.
- Qu~entos p~~ semana, más los gastos. - Tenga el timón - dije- y le traeré un poco de agua.
- Entiendo - ?iJO-. Pero me parece que le vendría mejor - Gracias - contestó--, no la necesito.
1 un poco mas grande. Digamos un buen queche de poco
\1~d Se recostó, con la cabeza sobre la bata y los ojos cerrados. Una
c. a o., .? u!1a ~alandra, de unos dieciocho metros. Con una o dos veces se movió un poco y levantó las rodillas, como si
dispos1c10n mtenor correcta, quizá podría llevar más gente y estuviese incómodo, pero nada dijo, salvo para responder con
e~tonce_s, elevar el pre~io del ;trriendo. No se necesitaría ~na un breve "sí" cuando le pregunté si se sentía mejor. Al cabo de
tnpulacion mayor, Y SI todavia estuviese bastante nuevo un rato buscó el frasco y tomó otra de las píldoras, y luego
costos de mantenimiento serían inferiores. ' sus permaneció inmóvil durante media hora, en apariencia dormido.
- Sí, ya lo ~ - respondí- . He estado buscando algo así La cara y el cuerpo le brillaban de sudor mientras el sol caía de
fu~an~e mu~ho tiem~o, pero nunca pude encontrarlo. Necesi- lleno sobre él, y empecé a temer que se insolase. Le toqué un
ana e 9umce a vemte mil más de lo que pudiese conseguir hombro para despertarlo.
por e1 0 non. - No exagere el primer día - dije- .
- Sí - admitió- , sería bastante caro Pero no estaba dormido.
- Sí, supongo que tiene razón - repuso- . Creo que me acos-
i~~dflfs Jilencio. El se inco~~ró _para tomar otro cigarrillo taré .
. t do sil o e su bata.. Me parec10 o1rle decir algo y levanté la
vis a e a rosa de los vientos. ' Se- puso de pie, un tanto inseguro, y bajó por la escala de
- ¿Perdón? toldilla. Cuando se fue me di cuenta que h¡ibía olvidado llevarse
la bata. La arrollé y la metí detrás de un almohadón, de modo
N? reJpohdi?· Tenía la cara vuelta un tanto hacia el otro lado que el viento no la lanzase por la borda.
~r~ o ac~a adelante, de modo que sólo le vi la nuca Soste' Un banco de marsoplas nos alcanzó y escoltó durante un
ma e encen edor en la mano, como si hubiese estado ~ unt~ rato, saltando juguetonas, cerca de la borda. Las contemplé,
d\ ence:d~r el cigarrillo y luego lo hubiera olvidado Ec1ó la gozando con su compañía, como siempre me ocurría en el mar.
ca ezda acia atrás, estirando el cuello, y se llevó una ~ano a la Una media hora después apareció Keefer con un jarro de café.
b ase e 1a garganta.
Se sentó en los asientos.
-;- ¿Al~o anda mal? - pregunté-. - ¿Quiere una taza? - inquirió- .
~!~ ~ª! 0
1
;~~~~
hi~e t:ti~~~! i~~!f:t~J;. Miré la rosa de los
Miré mi reloj. Eran las tres.
- No, gracias. Beberé una cuando Baxter tome el timón.
Ah di' - Alguien tendría que damos de puntapiés en el trasero
tió; - ~o en voz baja-. N_o. Apenas un poco de indiges-
-dijo- por no pensar en comprar una línea de pesca. A esta
Sonreí. velocidad, podíamos sacar un delfín o una picuda.
Bla;/so nyo es una gran recomendación para los sándwiches de - Tenía la intención de hacerlo -respondí-, pero me olvidé.
ie. - entonces pensé inquiet0 f . Hablamos durante un rato de la pesca de arrastre. En la actua-
caso de botul' d, ' ., en 1a re ngeradora; un
. ismo po ia ser muy peligroso en el mar. Pero la lidad, cuando casi todos los barcos hacían dieciséis nudos o
120 121
n:iá.s, no había ni qué pensar en ella, pero cuando él empezó a estaba amarrado y corrí hacia proa. Pude verla. Estaba a unos
via3ar por el mar, antes de la Segunda Guerra Mundial, estuvo cincuenta metros más allá, pero sólo una parte muy pequefia
en algunos de los viejos buques-ta nque de ocho y diez nudos, aparecía sobre la superficie- . ¡Un poco a la izquierda! -gri-
en la ruta costera de Texas a la costa oeste, y a veces, en la té-. ¡Firme ahí!
corriente del golfo, instalaban una línea de arrastre, de gruesa Desapareció. Marqué el punto con la mirada, y cuando llegamos
cuerda trenzada, con un tubo interior como freno. Por lo gene- me arrodí!lé en la borda, un poco adelante del palo mayor y
ral el pez se desprendí a o enderezaba el anzuelo pero de vez en atisbé hacia abajo, con el bichero preparado. Llegamos al punto
cuando conseguían sacar uno. ' exacto, y la vi directame nte debajo de mí, a poco más o menos
Se puso de pie y se desperezó. de un metro debajo de la superficie, una forma blanca que se
- B~eno, ~reo que voy a volver a echarme un poquito. desplazaba con lentitud hacia abajo, a través del azul traslúcido
Empezo a ba3ar. Cuando sus hombros desaparecían por la escala del agua . ..
de toldilla, mi mirada cayó sobre la bata de Baxter, que se
empapaba de espuma.
- Tomá - le grité- lleváte esto abajo, ¿querés? - ¡Mire! - exclamó Flowers- .
La arrollé y se la tiré. La distancia no era de más de dos metros
y medio, pero antes que llegase a sus manos extendidas, una
caprichosa . bo anada de viento encontró una abertura, y de
7
pronto se inflo como un globo y fue arrebatada hacia sotaven- XII
to: Ab~ndoné el timón y me precipité a atraparla, pe ro revolo-
teo baJo la botavara de mesana, cayó en el agua, a unos tres
m~tros de distancia, y comenzó a quedar atrás, hacia popa. La Se apifiaron en tom o de la mesa, para mirar el instrumen to, y
mrré y me maldije por mi idiotez. el repentino sacudimie nto espasmódico de sus agujas.
- ¡Vigilá la burda! - le grité a Keefer- . Volveremos a reco- Apreté los brazos de la butaca a medida que todo comen-
gerla. zaba a ubicarse en su lugar: el miedo sin nombre y lo que en
Y entoncés recordé que no habíamos virado una sola vez desde realidad lo había provocad o, y el detalle, en apariencia insigni-
nuestra salida de Cristóbal. Para cuando le expliqué cómo se ficante, que se alojó en mi mente subconciente, dieciséis afios
hacía para arriar la burda de temporal e izarla del otro lado antes, a bordo de otro barco, un pesquero de deporte, arrenda-
cuando dábamos la bordada, ta bata estaba a unos ciento cin'. do, fre nte a Miami Beach. Yo había matado a Baxter. O por Jo
cuenta metros a popa. menos era responsable de su muerte.
- ¡Todo a sotavento! - grité, y di vuelta el timón- . Bonner grufió y giró para tomanne de la camisa.
N~s pusimos de proa al viento, con las velas gualdrapeando. - ¡Estás mintiendo! De modo que oigamos ahora lo que
BaJé el foque de babor y tensé el de estribor. Corrían a proa, su cedió en verdad .. .
por cuerdas de sonda, hasta cabrias ubicadas en la parte delan- Traté de tirarle un golpe a la cara, pero Slidell me tomó del
tera de los asientos de popa. Blackie colocó el pasador. Las brazo antes que pudiese hacer que el instrumen to volara de la
velas se hincharon y yo hice girar el timón toda una vuelta para mesa, arrastrado por sus cables de conexión.
hacer que el barco cruzase nuestra estela. Lo enderecé a sota- - ¡Cállese ! - rugí- . ¡Sálgase de encima mío, mono estúpi-
vento de ésta. do! ¡Yo también estoy tratando de entender!
- ¿Podés verla? - le grité a Keefer- . Slidell lo apartó con un movimiento de la• mano.
- _Direc~amente adelante, a unos cien metros - respondió , - ¡Andáte ! - Bonner re trocedió, y Slidell me habló: - ¿No
también gntando- . Pero empieza a hundirse. recuperar on la bata? -
¡Tomá el timón! - ordené- . Saqué un bichero de donde - No ..:...dije-. Toda la furia desapareció de mí de repente, y
122
123
me recosté en el asiento, con los ojos cerrados-. La toqué con templar, embelesado, sus expresiones cambiantes. Quizás eso era
el extremo del bichero, pero no pude levantarla. lo que se quería decir· cuando se hablaba del desarrollo unilate-
Eso era lo que había visto, pero no quise ver, la tarde en que lo ral del genio.
enterramos. No su cadáver, envuelto en orlón blanco, que se - Muy bien -dije-. Estoy mintiendo, o lo hice antes. Me
h~r_idía debajo de mi pies, desapareciendo para siempre en tres mentí a mí mismo. Habría una razón por la cual tendría que
kilometros de agua, smo esa maldita bata blanca. Y mientras haber sabido que era un ataque cardíaco, pero no entendí de
trataba de hundirla en mi subconciente lo otro - ya enterrado qué se trataba hasta hoy, cuando pensé en el que sufrió mi tío.
allí- pugnaba por desenterrarlo. ' - ¡,Qué era eso? - inquirió Slidell-.
- ¿Y eran las únicas que tenía? - inquirió Slidell- . - No tragó esas píldoras - dije- .
. - Supongo que sí - respondí, con voz apagada- . Oí a Patri- - ¿Por qué? - inquirió Bonnor-. ¿Qué tiene que ver eso?
cia Reagan que sollozaba con suavidad a mi izquierda. - Eran de nitroglicerina - le dijo Slidell con impaciencia-.
La áspera voz de Bonner intervino: Yo me incorporé en la butaca y busqué a tientas un cigarrillo.
- ¿De qué diablos están hablando? - Creo que debe haber quedado clavado en mi memoria du-
Slidell no le prestó atención. O quizá debe de haberle hecho un rante todos estos años -continué- . Quiero decir que era la
ademán, ordenándole que callara. Yo tenía los ojos todavía ce- primera vez que oía hablar de píldoras que uno tomaba pero no
rrados. tragaba. Se disolvían debajo de la lengua:'Reagan estaba hacien-
- Y aun así ¿no te dijo de qué se trataba? - continuó Sli- do lo mismo, pero yo no lo recordé hasta ahora. Simplemente
dell- . ¿No te diste cuenta de ello hasta que tomó la segunda la pensé que las tragaba sin agua.
que lo mató ...? ' Slidell volvió a sentarse, encendió un cigarrillo y me miró con
- ¡Oiga! - grité colérico- . ¡Ni siquiera me di cuenta enton- una sonrisa fría.
c~s! ¿Por qué habría de darme cuenta? Dijo que era indiges- - Es una lástima que tus conocimientos médicos no sean tan
tión, y tomo una píldora, y luego otra, y se quedó allí descan- amplios como esa estúpida conciencia tuya y tus mecanismos de
sa~do, y tomando un baño de sol durante media hora, y luego defensa, Rogers. Nos habrías ahorrado mucho tiempo.
baJó y se acostó. No gimió, ni gritó. No se parecía para nada a Fruncí el entrecejo.
lo otro; es probable que el dolor no fuese tan intenso, pues de - ¿Qué quiere decir?
lo contrario no habría podido disimularlo de esa manera. - Que quizá no habría modificado en nada las cosas si hu-
"Yo no tenía motivos para vincular las dos cosas. Ahora bieses tenido un balde repleto de esas píldoras de nitroglicerina.
entiendo por qué no dijo nada al respecto, inclusive cuando le Son un tratamiento para la angina, que en esencia es nada más
hablé de la pérdida de la b'ata. Sabía que yo lo llevaría de que una advertencia. La señal de peligro. Reagan, según su
vuelta a Panamá, y prefería correr el riesgo de otros diez días informe, murió por una coronaria en masa, y habría muerto
en el mar, sin la medicina, antes que eso. ¿Pero por qué habría igual aunque le dieras aspirina o un digestivo.
de tener yo motivos para sospecharlo? Lo único que sabía de - ¿Cómo sabe tanto al respecto? -pregunté- .
él era lo que me había dicho. Se llamaba Wendell Baxter y se - Fui a ver a un médico y lo consulté -respondió-. Cuando
indigestaba cuando comía cebollas. ' se trata de sumas del orden de medio millón de dólares, hay
No, pens~, eso no era ci7rto del todo. Y luego, antes que pudie- que conocer todos los aspectos. Pero no importa. Sigamos con
se corregirme, se escucho la voz de Flowers: eso.
- Espere un minuto ... Me pregunté qué esperaba descubrir ahora, pero no lo dije en
Ni_ si9uiera levantó la vist~, pensé; las personas, como tales, no voz alta. Ahora que era posible admitir que Reagan estaba
e~1sti3:11_ de ver_dad para el; eran nada más que una especie de muerto, y que yacía en el fondo del Caribe, con su secreto, el
d1spos1tivos estimulantes o abastecedores de energía que él co- espectáculo había terminado, pero mientras se negara a aceptar-
nectaba a su maldita máquina, para poder sentarse ahí y con- lo y me mantuviese atado a ese aparato, contestando preguntas,

124 125
hecho de que faltaran era la única buena noticia que le que-
Patricia Reagan y yo segumam os vivos. Cuando se cansara,
daba. Y otra cosa que era preciso tener en cuenta era la de que
Bonner nos eliminaría. Así de sencillo era.
Reagan había sido advertid o. Sabía que exis~ía por lo. menos
- Podemo s suponer -contin uó- que sabemos ahora por qué una posibilidad de que no llegase a Estados Urudos c_on vida.
Reagan no te pidió que lo desembarcaras. Ese primer ataque
cardíaco - y la pérdida de su remedio - lo asustó. No cabe duda La excitació n me recorrió los nervios a gran velocidad. Todos
de que ya venía sufriend o angina, porque de lo contrario no los fragmentos empezab an a tener se~tido ah_ora, y yo d_ebía
llevaría encima la nitroglicerina, pero eso era algo más .. . ó por saber dónde establl el dinero. Y no solo el dmero. Lo ~1smo
lo menos así le pareció, cosa que viene a ser lo mismo. Es claro que él buscaba. Una carta. Habría po_dido hacerlo hace tiempo,
que podía morir antes de llegar a Southpo rt, pero aun así ten- pensé, si no hubiese tratado subconc1entemente de rechazar la
dría más posibilidades si se quedaba a bordo que si bajaba en idea de que yo tenía la culpa de la muerte de Reagan.
un tramo desierto de playa y tenía que abrirse paso, por su - Aquí hay algo - exclamó Flowers con vo~ suave- .
propia cuenta, a través de una selva. De modo que apostó a esa Levanté entonces la mirada, y al cabo me d1 cuent!I de la v~r-
posibilidad. dadera belleza de la trampa en que me habían cazado. I!1clus1ve
- Sí -dije yo- . Ahora eso parecía más o menos evidente. pensar en la solución haría que me matasen. La dura muada de
- ¿Qué llevaba puesto cuando murió? Bonner estaba clavada en mi rostro, y Slidell me contemp laba
- Pantalon es de trabajo - respondí- , y un par de zapatillas. con los serenos ojos mortífer os de un felino en acecho.
- Si llevaba encima un cinturón con bolsillos, para guardar el - ¿Se le ocurrió algo? - preguntó- .
dinero, ¿vos lo habrías visto? Sonó el teléfono.
El inesperado timbrazo pareció estaliar _e n medio. . .
- Sí. Pero no tenía ninguno. del silen~10,
Flowers y Bonner miraban el aparato en silencio. Yo me volví y y todos se volvieron para mirarlo, salvo S_li~ell. Se puso de pie e
lancé una mirada a Patricia Reagan. Tenía la cara pálida, pero hizo una breve señal con la cabeza a Patricia Reagan.
en esa ocasión no esquivó mi mirada. Por lo menos eso era algo. - Contestá , y desembarazate de qt:ien sea. Si es alguien que
Quizá no me culpaba por su muerte. busca a Rogers, él se fue. No sabe a dond~. ~~ntendé~? . .,
- ¿No le pusiste más ropa cuando lo enterrast e? Ella lo contemp ló un instante, y luego asmtio y se dmg10, con
- No - repuse- . pasos inseguros hacia el escritorio. Yo estaba al lado de ella
- ¿Y todo lo que poseía le fue entregad o al jefe de policía? cuando tomó ei receptor , y le señalé que lo incl!1;ara de 11_1~d_o
- En efecto. que yo también pudiese escuchar. Bonner se volv10 y me vigilo.
Exhaló humo y miró al cielo raso. - Hola -dijo ella. Y luego: sí. Está bie~.
- Ahora creo que estamos llegando a alguna parte, ¿no te Hubo una pausa más prolongada. Luego d110:
parece? Todavía faltan unos 19.000 dólares de ese dinero. No - Sí. Estuvo aquí. Pero se fue ... No, no dijo ...
bajaron a tierra con sus elemento s personales_, no fueron ente- De modo que era Bill. Ella escucha~~- Miró, impotente_, a Sli-
rrados con él, Keefer no los tenía, vos no los tenés, y no creo dell. Este le quitó el receptor , lo cubno con la mano y d110:
en la posibilidad de que estén en tu barco. ¿Qué queda, en- - Decíle que no, no habría podido ser, y colgá.
tonces?
Patricia lo repitió.
- Nada - dije- . A menos de que simplemente no los llevase
consigo.
=- No es nada -dijo-, y colgó el receptor. . ,
· Qué haría él ahora? No cabían dudas acerca de lo que hab1a
Sonrió con frialdad. ~reguntado. Y yo le había dicho que si la pista de Reag~n
- Pero yo creo que sí. resultaba ser un callejón sin salida, llamaría al FBI. Como peno-
Entonce s empecé a entende r. Había que recordar dos cosas. La dista que era, podía averiguar si lo había hecho o no. ¿Cuánto
primera era la de que ni siquie_ra de lejos le interesaban 19.000 tiempo pasaría antes que decidiera que algo andaba mal? Era
dólares de alim_e ntos para gallinas. Desde su punto de vista, el

126 127
un error muy leve, y él no podia sabe_rlo de ninguna manera, - Estoy casi seguro de que la verdadera razón, o por lo
pero en definitiva Slidell lo había cometido. .menos una de ellas, cuando aceptó hacer lo que le_ pedíamos, es
Indicó a Patricia, con un ademán, que volviera a su lugar, y la de que había estado metiendo la mano en la caJa del ~rovers
tomó a su vez el teléfono. National como lo hizo antes en el otro banco, y que vio una
- Southport, Texas - dijo--. El hotel Randall, y quiero ha- forma d; devolver el dinero antes de que se dieran cuenta. Pero
blar con Mr. Shaw. · también existía un riesgo en eso, de modo que decidió llevárse-
Esperó. Patricia se sentó en el sofá, y_ cuan~o yo _me volví haci~ lo todo y desaparecer.
ella hizo un movimiento de impotencia, casi de disculpa, y trato "Por lo menos si todavía me entendés, por lo que respecta a
de sonreir. Yo asentí e intenté hacer lo mismo, pero no tuve su hija estaba m~erto, enterrado, y seguía siend? un h?mbre
mucho más éxito. honrado. Pero si el dinero aparecía a la luz del dia, habna una
- ¿Hola? - dijo Slidell-. Sí. Aquí hay algún progreso. Nos investigación, a la larga descubrirían quién era él en realidad, y
encontramos con un viejo amigo, y estamos discutiendo a fon- ella tendría que volver a enterrarlo, _pero esta ~e~ como uno de
do. ¿Hay alguna novedad allí? ... Ya ~eo ... ¿Pero_ ~odavía no los ladrones más conocidos desde la epoca de D1lhnger. .
pudieron hablar con ella? ... ~uy bien... Magn1f1c_o... Me "De modo que tenía que hacer algo con eso. ¿Pero q~e?
parece muy bien. Bueno, segm esperando, te llamare cuando ¿Arrojarlo por la borda? Eso podía parecer un poco demasiado
tengamos algo. extremo más tarde cuando llegase a Southport con buena sa-
Colgó. lud. ¿Ocultarlo en' algún lugar del barco? Era mejor, porque
Había entendido unas pocas partes. Un hombre se hallaba entonces, si llegaba bien, no hacía más 9.~e sacarlo de su, esc?n•
todavía en Southport, encargado de esa parte del asunto. Paula drijo y seguir camino. Pero hay dos dificultades: habna sido
Stafford seguía con vida, pero la policía no había podido inte- muy difícil, si no del todo. imposible, ocultar nada de manera
rrogarla hasta ahora, por lo que él sabía. Pero no entendí a permanente en una embarcación de doce, metros, por_ empe~ar,
quién se refería cuando hablaba "de la otra". y además estaba Paula Stafford. Ella sabia que él tema e! din~-
Regresó y se sentó. Me pregunté qu~ haría Bill, y cuánto ro, de modo que cuando se supiera que faltaba, aun po_d1a salir
tiempo nos quedaba. del escondite y hablarte a vos de eso, cosa que _llevar~a a una
- Analicemos qué habría hecho Reagai:i - dijo- . Sabía q~e investigación, precisamente lo que él trataba de impedir. _Y no
podía morir antes de llegar a Estados Umdos. Vos entreganas cabe duda de que prefería que ella se quedase con el dmero.
su maleta a la policía y se descubriría el dinero. A primera Junto con todo lo demás. De modo que lo más posible es que
vista, eso no parecería una gran desgracia, pues ya no lo necesi- tratase de hacer que lo recibiera, en el caso de muerte, sin que
taría pero el asunto no es tan sencillo. Hice un estudio bastan- nadie se enterase de que lo tenía a bordo. ¿Pero cómo? ¿Y
te c~mpleto de Reagan - todo el que me robe medio millón de qué fue lo que salió mal?
dólares puede contar con mi interés- , y era un hombre bastan- Ahora lo enfocaba desde una dirección distinta, pero me
te complejo. Un ladrón, pero un ladrón inquieto, si me enten- llevaba hacia eso de manera tan inevitable como yo mismo ha-
dés. El juego de azar es lo que siempre lo había metido en bía hecho. Me pregunté hasta dónde llegaríamos ante~ que el
problemas, pero todo eso está fue'ra del tema. Lo que quiero aparato me traicionara, o antes que el esfuerzo consciente de
decir es que quería mucho a su hija. Había hecho un embrollo • ocultamiento quedase escrito allí, en sus garabatos ondulado_s
de su vida - es decir, desde su punto de vista-, y si bien estaba que Flowers vería. Las cosas que medía estaban fuera del domi-
dispuesto a aceptar las consecuencias, quería hacer cualquier nio voluntario. •
cosa que estuviese dentro de sus posibilidades para no volver a Su mirada se desplazó del aparato hacia mi rostro, como los
lastimarla. ojos de un animál carnicero, y esperó.
Patricia lanzó un gritito. Slidell la miró con indiferencia y - No sabemos cómo intentó hacerlo. Pero es evidente- que lo
continuó. que salió mal fue Keefer. Cuando tuvo el ataque grande, ¿cuán-

128 129
to tiempo pasó desde que empezó hasta el momento de su - ¿Bajaron a tierra?
muerte? .
- Yo no. Keefer sf. Me pidió un anticipo de otros vemte
- Creo que unos veinte minutos -respondí- . Por supuesto, dólares y fue a la ciudad.
no tenía un reloj a la vista, y de cualquier manera no es fácil - Entonces no era del t odo estúpido. Vos sabías que él no
aseg1,1rarlo, a pesar de la tranquilidad con que lo hacen en la tenía dinero, de modo que tuvo la suficiente sensatez como
televisión. Es posible que hubiese estado muerto cinco o diez para pedírtelo. ¿En ese momento podía estar llevando parte de
minutos antes que lo supiéramos. -Agrega todos los detalles él encima?
posibles, pensé, siempre que sean ciertos y no tengan impor- - No mucho - repuse- . Yo estaba abajo cuando se lavó y
tancia. vistió, y de modo que no lo llevaba atado alrededor del cuerpo.
- Gracias, doctor - replicó, con una sonrisa helada- . ¿Más o Vi su cartera cuando metió los veinte dólares en ella. Estaba
menos cuánto tiempo estuvo consciente? vacía. Y no habría podido llevar mucho en los bolsillos.
- Apenas los primeros minutos. Cinco, cuando mucho. - ¿No abandonaste el barco para nada?
- ¿No dijo nada? - Sólo cuando lo llevé a remo hasta el muelle, en el chin-
- No. - Nada coherente, estuve a punto de decir, pero lo chorro. Fui al teléfono del club de yates y llamé a los tasadores
pensé mejor. Ella estaba pasando un momento bastante penoso, de un par de astilleros para que viniesen a ver el trabajo.
sin necesidad de que le hablase de los sonidos que él emitió - ¿A qué hora regresó Keefer?
entonces. .
- A la mañana siguiente, a eso de las ocho. Medio borracho.
- ¿Keefer estuvo a solas con él en algún momento? - Debe de haber tenido parte del dinero, entonces, a menos
- No - respondí. de que haya establecido un récord mundial en lo referente a
- ¿De modo que él fue a buscar el remedio en la maleta? sacarles jugo a esos veinte dólares. ¿Y que pasó esa mañana?
- Sí. - Se afeitó y bebió una taza de café, y nos dirigimos a la
Flowers contemplab a los garabatos con embelesada atención, oficina del jefe de policía. No puede haber recogido nada a
pero nada había dicho todavía. Mientras yo me concentrase en bordo del barco, porque fue ron apenas diez minutos, y yo estu-
una pregunta por vez, todo iría bien. Pero cada una era un paso ve allí todo el tiempo. Pasamos la mañana cori el jefe de policía
que llevaba- hacia donde me esperaba el dogal. y la Guardia Costera, y volvimos al amarradero de yates a las
- ¿Cuándo inventariaste sus cosas?
- A la mañana siguiente. dos y media de la tarde. Le pagué el resto del dinero, arrolló
- ¿Y por lo menos la mitad de ese tiempo te la pasaste en sus dos pares de pantalones, la única ropa que tenía que lle~ar,
cubierta, ante el timón, mientras él estaba abajo, solo? y volví a transportarlo a remo al muelle. No habna podido
- Si quiere decir que ,puede haber revisado la maleta de guardar nada en los pantalones. Es claro que yo no lo vigilaba
Reagan - dije con frialdad- , es claro que pudo. Y es probable adrede; sólo estaba allí , a su lado, conversando con él. Se fue
que lo haya hecho, puesto que tenía cuatro mil dólares cuando en el camión del astillero de Harley. Me habían traído nafta, de
llegamos a Southport. Pero no puede haberse llevado veintitrés modo que pude llegar al astillero; los tanques estaban . se~os,
mil a tierra, a menos que estuviesen en billetes de quinientos o porque la habíamos us~do toda para !ratar de volv~r, a C~~stob~l
mil. De todos mocj.os, no los tenía, pues de lo contrario la cuando nos sorprendio la calma chicha. La poltc1a diJO, sm
policía los habría encontrado. vacilaciones, que tenía de tres a cuatro mil con~igo, media hora
- Eso lo sé - interrumpió- . Pero tapemos todos los agujeros más tarde, cuando se inscribió en el registro del hotel, de modo
a medida que avanzamos. Vos anclaste en Sou,thport el lunes que debe de haberlos tenido en la cartera.
por la tarde, el 16. ¿Fue en el astillero? -: ¿Entonces llevaste el barco al astillero de Harley esa tar-
- No - respondí- . No nos acercamos a un muelle durante de? ¿Bajaste a tierra esa noche?
todo ese día. Anclamos en el amarradero de yates de la ciudad. - No.
- ¿Y el miércoles por la noche?
130
131
- No -resp ondí- . Las dos noches fui al Domin o, para de la cabina de modo que podía recogerlo cuand o vos
co- no estu-
mer algo, y estuve ausente cuando mucho media hora vieses cerca. ' Vos y la gente del astillero trabaj aban en
o cuaren- el barco
ta y cinco minutos, antes de oscurecer. Tenía mucho durant e el día, y vos no bajabas a tierra de noche, de
trabajo, ~odo ~ue
como para dedicarme a la vida nocturna. duran te los dos días siguientes no tuvo suerte . Despu
es, el
- ¿No viste a Keefer para nada durant e ese tiempo? ves por la noche, fuiste a ver una película. Lo más probab Jue-
~e es
- No. -respo ndí. que apenas desaparecieras de la vista, él pasara por el
portan Y
Pero bajaste a tierra el jueves a la noche , y no volvist tratase de hacer que el sereno lo dejara subir a bordo
e hasta . No l?
las doce. Keefer habría podid o subir a bordo entonces. dejó. De modo que hizo lo mismo que hic~mos nosotr
os: tomo
- ¿Y pasar por delante del sereno, en el portón ? un esquife en el dique cercano, donde estan todos los
pesque-
preguntándom e si podría salvarme de esa-. De cualqu - dije, ros, y entró por la parte de atrás. , .
ier mane- - Es posible - respon dí- . Pero no son mas que conJet
ra la cabina del bote estaba cerrada.
- Con un canda do que cualquiera podía abrir con golpe - No. Shaw habló con esa muchacha con la cual estaba uras.
de en el
un buñue lo viejo. Domino. Ella dijo que Keefe r tenía que pasar a buscar
la a las
- Pero no sin hacer el suficiente ruido como para ocho y media. Llamó y dijo q1:1~ quizá dem~r~s~ un
que se eran casi las diez cuand o aparec10. Y ahora ad1vma dónde poco, Y
escuchara en el portón - repliqué- . Por eso su hombr estu-
e usó
pinzas de presió n para cortar el candado. vo.
Estábamos ahora peligrosamente cerca de eso, y yo tenía • l
- Muy bien - dije- . Pero si subió a bordo y o cons1g · , ·
~10,
decidi r, en el minut o siguiente, qué haría. ¿Aguantarlo, que ¿qué pasó con el resto? Fue a buscar a la muchac~a
sudan- a las diez,
do, y esperar que ellos dejasen todo en suspenso hasta estuvo con ella hasta que yo los encon tré, un poco
antes de
hombr e de South port pudiese ir a confirmarlo? Pasarí que el medianoche, y ya sabe lo que ocurrió después.
an otras Sonrió con frialdad.
siete u ocho horas antes que lograse hacerlo, porqu .
e
que esperar por lo menos hasta después del anochecer, tendrí a - Esos eran los dos último s agujeros. No se lo dio a la mu-
y a pesar chacha, y sabemos que no los arrojér fuera del coc~e
de lo aislado que era ese lugar, no podía n quedarse
siempre. Y como él mismo había dicho, estábamos cerran
en él para Bonner y Shaw Jo empuj áron contra la acera, unos vemtecua~do
do los mmu-
agujeros a medida que avanzábamos. Cuando llégasemos tos después, y lo recogieron para preguntarle ace~~a de
al últi- Por lo tanto, no lo había encon trado. Cuando sub10 a Reaga n.
mo, ¿qué quedaría? bordo , ya
- ¿Cuántas llaves había de ese candado? había desaparecido.
- Sólo una - respon dí- , por lo que sé. - ¿Desaparecido? - repetí- . ¿Quiere decir que le parece
que
- Pero podía haber otra por ahí. Los candados siemp lo encon tré yo?
nen con dos, y debe de haber estado a bordo cuando re vie-
compraste Meneó la cabeza.
el barco. ¿Dónde se guardaba la llave cuand o estaba _ ¿Qué equipo ·se sacó de ese barco para someterlo
n en el a repa-
mar? raciones?
- En un cajón de la cocina, junto con el candado. - La refrigeradora - dije, y me zambu llí so~re él.
- De modo que si Keefer quería tener la seguri dad de Había estado miran do a Flowers, y ya met1a la mano
volver en el
más tarde, contó con diez días para ponerse práctic bolsillo para sacar la pistola.
o en abrir
ese candado. O para hacer una impresión de la llave,
y conse-
guir que le hicieran un duplicado. No hacía falta un cocien
te de
inteligencia superi or a ciento cuarenta para imaginar algo
. estilo, ¿no es verdad? por el
- No - respon dí.
- Muy bien. Tenía el resto del dinero oculto en algún
lugar
132 133
En el momento en que nos arrancó el arma, ella apareció
XIII detrás de él, balanceando la cámara de treinta y cinco milíme-
tros, sostenida por la correa. Le dio de lleno detrás de la oreja,
y él lanzó un grufiido y cayó de rodillas. La pistola se le escu-
Caí sobre él antes que la sacara del todo. Su silla·se derrumbó rrió de entre los dedos. Yo la tomé, y entonces Slidell la agarró
hacia atrás, debajo de los dos. Sentí el tironeo de los cable~ gue del caño.
me conectaban con el detector de mentiras, cuando los estire al - ¡Corré! - le grité- . ¡Andate! ¡La policía! ·
máximo, y lo oí estrellarse contra el suelo, a nuestras espaldas, Entonces entendió. Giró y salió corriendo por la puerta de
llevándose la mesa consigo. Flowers lanzó un chillido agudo, no adelante.
sé si por indignación o por terror, y corrió hacia la puerta. Slidell le aulló a Bonner.
Slidell y yo estábamos envueltos en una maraña de brazos y - ¡Andá a buscarla!
piernas, todavía apoyados contra la silla derribada, mientras lu- Bonner sacudió la cabeza como un pugilista a quien acaban de
chábamos por el arma. El ya la había sacado del bolsillo. La contarle nueve, se puso de pie y miró en torno. Se pasó una
tomé del cilindro y caño con la izquierda, apartándola de mí, y mano por la cara y corrió hacia la puerta trasera.
traté de golpearlo con la derecha, pero el cable conectado a mi - ¡La de adelante! -chilló Slidell. Tironeó del arma y trató
brazo estaba enredado en no sé qué lugar de la maraña, y me lo de asestarme un rodillazo en la ingle. Me deslicé de costado,
detuvo. Y entonces Bonner estuvo junto a nosotros. La cachi- apartándome, esquivándolo, y lo golpeé a un costado de la cara.
porra descendió, errándome la cabeza y golpeándome en ~I Punzantes agujas de dolor me recorrieron el brazo. Bonner se
hombro. Hice un movimiento brusco y rodé de modo que Slt- volvió y salió corriendo por la puerta del frente. Yo tiré del
dell quedó encima de mí. Por un instante pude ver el sofá en el arma, y esta vez pude aflojar el asidero de Slidell. Rodé, aleján-
cual ella había estado sentada, Ya no se encontraba allí. Gracias dome de él, y me puse penosamente de pie. Me temblaban las
a Dios, había salido corriendo en cuanto yo me lancé sobre él. rodillas. Inspiraba entre jadeos, y toda la habitación me daba
Si tenía suficiente delantera, era posible que lograra escapar. vueltas. Cuando la puerta del frente pasó a mi lado, me preci-
Dimos otra vuelta, mientras Bonner volvía a golpearme con pité sobre ella. Pero los restos del detector de mentiras todavía
la cachiporra, y entonces la vi. No se había escapado. Estaba estaban unidos a mi brazo derecho. Me hicieron girar y perdi el
ante el teléfono, y lo levantaba para empezar a discar. Oí que eq4ilibrio precisamente en el momento en que Slidell se ponía
Bonner lanzaba un grufiido. Slidell y yo volvimos a rodar, y ya . de pie y me golpeaba en la cintura con un vigoroso takle.
no la pude ver, pero escuché el ruido del golpe, y el grito de Caímos sobre el borde de la mesa, en el lugar en que había
ella el caer. Ahora tenía el brazo libre. Golpeé a Slidell en la estado el instrumento. El dolor se abrió pasos a tajos a través
cara. Este gimió, pero siguió aferrado a la pistola, tratando de de mi costado izquierdo. Me hizo lanzar un grito, y sentí que
blandida y de apoyar el caño contra mi cuerpo. Volví a gol- las costillas cedían como una rama verde que se quiebra a me-
pe arlo. Su mano comenzaba a debilitarse en el arma. Lo golpeé dias. La mesa se derrumbó debajo de nosotros, y cuando caí-
con ira y frustración. ¿No le acertaría nunca? Y entonces mos la pistola quedó debajo de mí. La saqué, me la pasé de la
Bonner se inclinó sobre nosotros, y nos sacó la pistola a los mano izquierda a la derecha y lo golpée en la sien izquierda con
dos. Detrás de él vi a Patricia Reagan levantándose del suelo, al ella, en el momento en que se arrodillaba. Gimió y cayó de cara
lado del teléfono, donde Bonner lo había dejado caer después al suelo, sobre lo que quedaba de la mesa.
de arrancar el cable de la pared. Se aferró a un extremo. del Conseguí ponerme de pie, y esta vez recordé el amado apara-
escritorio y estiró el brazo para tomar algo que había en él. to de Flowers. Traté de desenrollar la tela de presión de alre-
Quise gritarle que se fuera. ·Si pudiese entender que sí uno de dedor del brazo, pero me temblaban los dedos y casi no veía,
nosotros escapaba era posible que ellos se rindiesen y se fueran de modo qué pisé el aparato y tiré hacía arriba, hasta que se
también ... quebró el cable. El que se unía al tubo que me rodeaba el

134 135
pecho ya se había roto. Corrí a la puerta del frente. Una acera- disparé al pecho. Se le doblaron las rodillas y cayó de cara al
da trampa de dolor me atenaceó el costado izquierdo . .Me in- suelo. Cuando llegué hasta ella, el agua que lo rodeaba comen-
cliné, con la mano sobre él, y seguí andando. zaba a enrojecerse, y Bonner se sacudió convulsivarnente, levan-
El sol era cegador después de la penumbra de adentro. Vi a tó las piernas y pataleó, empujando con la cabeza contra mis
Bonner. Estaba a unos cien metros de distancia, cerca del bu- piernas, mientras yo le rodeaba a Patricia los hombros con los
zón, corriendo con suma rapidez para un hombre de su contex- brazos y la levantaba. La saqué no sé cómo, la llevé más allá del
tura robusta y pesada. Corrí tras él. A ella no se la veía desde fango resbaladizo, y cuando se atragantó un par de veces y
allí, pero él dobló a la izquierda, hacia la carretera, cuando comenzó a respirar, caminé unos pasos más, caí de rodillas y
llegó al camino. vomité.
Me sentía como si me hubiesen vaciado el torso para llenarlo Al cabo de un rato empezamos a caminar hacia la carretera
después de vidrio molido o cáscaras de huevo. Cada inspiración en busca de un teléfono. Cuando la policía llegó a casa, encon-
era un tormento, y corría con torpeza, con la sensación de que tró a Slidell entre los pinos, tratando de hacer un puente en el
me habían cortado en dos y que la parte superior de mi cuerpo arranque del coche alquilado. Las llaves estaban en el bolsillo de
no hacía más que cabalgar, no muy bien equilibrada, sobre la Bonner. ·
wferior. Y entonces la vi. Corría a lo largo del camino de Un médico de Marathon me puso tela adhesiva en el costado, y
conchillas, a menos de cincuenta metros delante de él. Bonner para entonces habían llegado ya los hombres del FBI. Me lleva-
la alcanzaba con rapidez. En el momento en que yo llegué al ron a un hospital de Miami para hacerme rayos X, ponerme
camino, ella miró hacia atrás y lo vio. Se precipitó hacia la más tela adhesiva y dejarme en una habitación privada que pare-
derecha, corriendo por entre los palmitos y los pinos achapa- cía repleta de personas que hacían preguntas. Dijeron que Patri-
rrados, para tratar de ocultarse. Yo no podría llegar a tiempo. cia Reagan había sido examinada, y que la encontraron bien, y
Levanté la pistola y disparé, sabiendo que no podía acertarle a ahora estaba en un hotel. Al cabo me dormí, y cuando desperté
esa distancia, pero con la esperanza de que el ruido del disparo por la mañana, con un costado rígido como el acero y la cara
lo detuviese. No prestó atención. Y en ese momento salió del magullada, con ojos que apenas podían ver, había más hombres
camino, acercándose más a ella. del FBI, y cuando se fueron entró Bill.
Corrí tras él. Durante un momento los perdí, y me sentí - Hermano, qué cara - dijo- . Si esa es la única manera de
aterrado. Bonner no necesitaría más de un minuto para matarla. convertirse en una celebridad, no cuenten conmigo.
¿Por qué no gritaba ella? Pasé por entre una cortina de malezas Soames, el agente del FBI de Southport, había encontrado la
y entonces los vi en un sector abierto, que rodeaba a un peque- carta. Estaba en la puerta de la refrigeradora del Topaz, en el
ño estanque salino. Ella se metió a la carrera en él, tratando de taller de electricidad del astillero de Harley, junto con un gran
cruzar. El agua le llegaba apenas por encima de la rodilla. Se sobre de papel manila que contenía 19 .000 dólares. Era una
tambaleó y cayó, y él se lanzó sobre ella antes que pudiese puerta gruesa, de madera por fuera y de acero esmaltado por
ponerse de pie. Se inclinó, la tomó del cabello y le mantuvo la dentro, con material aislante entre una y otro. Keefer había
cabeza debajo del agua. Traté de gritar, pero ya no me quedaba sacado algunos tornillos, separado el acero lo suficiente como
aliento. Tropecé con una raíz de mangle y caí en el barro, al para sacar parte del aislamiento, y metido adentro el sobre. Por
borde del agua. El me oyó. Se incorporó, y miró en torno. Ella supuesto, no fue eso lo que creó la necesidad de las reparacio-
se agitó débilmente, trato de levantarse pero volvió a caer, con nes; el problema se encontraba en la propia unidad de refrige-
la cara debajo del agua. ración, y había comenzado el primer día que salirnos de Pana-
- Ayude ...Ayude ... - jadeé-. Levántela... má. Si Keefer no hubiese sido un marino indiferente, que jamás
El me enfrentó con desprecio. prestaba atención a nada de lo que ocurría a bordo de un
- Vení a levantarla vos. barco, habría sabido que yo la haría reparar cuando llegásemos
Amartillé la pistola, la apoyé sobre el antebrazo izquierdo y le al astillero.

136 137
Reagan lo había planeado todo con gran inteligencia. La car- había de notificar y a dónde era preciso enviar sus cosas. Y por
t~ _e~taba en un sobre de vía aérea, separado y estampillado, supuesto, no abrirías un paquete cerrado de viejas cartas de
ding1do a Paula Stafford, pero no sellado. El dinero se hallaba amor. Dentro del sobre con el dinero había otra nota para ella,
en el gran sobre de manila que encontró en el barco; antes firmada Brian, en la que decía que h;ibía dejado la otra maleta
había contenido algunos boletines de la Oficina Hidrográfica. en un depósito autorizado de la Compañía Rainey de Mudanzas
Pero no puso simplemente el dinero en él, en billetes sueltos o y Almacenamiento. Llevaba adjunto el recibo del depósito y
en atados. Lo metió en una docena o más de sobres de tamaño una carta firmada Charles Wayne, que autorizaba a la Rainey a
cart~, y los selló, de modo que cuando quedaba cerrado el más entregarle la maleta. Le decía que fuese a buscarla, pero que si
grande, parecía que contuviese -varias cartas. Estaba sellado... O Slidell la encontraba, se la entregase, en lugar de seguir hu-
lo estuvo hasta que lo abrió Keefer. yendo.
La carta decía: Asentí. El movimiento hizo que me doliese la cara.
Yate Topaz - Pero según parece nos equivocamos en la idea de que
Keefer vio el dinero por primera vez cuando fue a registrar la
en el mar, 3 de junio maleta en busca del remedio. El sobre grande ya estaba cerrado.
Mi querida Paula De modo que tiene que haber visto a Reagan cuando lo llenaba.
- Bueno, es una suerte que el viejo Keefer el Hurgón oliese
En realidad no sé cómo empezar ésta... mucho más dinero en la carta y decidiese aferrarse también a él.
Te escribo con el corazón dolorido, porque si llegas Si lo hubiera arrojado por la borda, vos abrías llegado a viejo
a leerla será sólo debido a que estoy muerto. La antes que quedase confirmado, para satisfacción· de todos, que
verdad es que hace tiempo que me molesta la angi- Reagan estaba enfermo del corazón. Pensá en la necesidad de
na, y ayer tuve lo que creo que fue un ataque coro- tratar de encontrar al médico que había extendido la receta de
nario. Y si bien no hay mot.ivos para pensar que esas pt1doras de nitroglicerina, con todos los lugares en que
pueda tener otro antes que lleguemos a puerto, sien- Reagan estuvo y los nombres que usó durante los últimos dos
to que debo escribir esto por si alguien provocase meses.
mi muerte antes que logre dirigirte mi último adiós. - Dejá eso - contesté-. Todavía me da miedo. ¿Han_descu-
Me temo que esto ha modificado mis planes para bierto quién es Slidell?
el futuro, acerca de los cuales te escribí, pero si Encendió un cigarrillo y señaló el periódico. ·
llego a salvo a Southport, podemos discutir otros - Un importante delincuente de Los Angeles. Varios arrestos
cuando estemos juntos. Conservo todavía tus precio- por extorsión y un par de asesinatos, pero ninguna condena.
sas cartas, que tanta importancia tienen para mí. Se Los bonos eran el producto de tres o cuatro grandes robos de
encuentran en un sobre, en mi maleta, que se te bancos de Texas y Oklahoma. Todavía no saben con seguridad
enviará si tengo un ataque fatal antes que lleguemos si Slidell participó en ellos o si apenas los planeó. Estaba muy
a puerto. relacionado con la gente joven de sociedad, o la que pasa por
Querida mía, espero que jamás recibas esta carta. serlo en California del Sur, y una casa propia en Phoenix. Lo
Pero si la recibes, recuerda que te amo y que mis raro es que su familia provenía del mismo medio que la de
últimos pensamientos fueron para ti. Reagan, y que tenía una buena educación, e inclusive un par de
Para siempre tuyo. años de estudios de medicina. El FBI pudo hablar con la
Wendell. Stafford ayer por la noche, y sacaron la maleta del depósito de
Nueva York. Pero todavía guardan silencio en cuanto a la can-
- Muy bien pensado - dijo Bill-. Esta habría estado abierta en tidad que contenía. Están seguros de que ella. no sabía la proce-
la maleta; de modo que vos la leyeses para averiguar a quién dencia del dinero, ni que el verdadero nombre de su amigo,

138 139
fuese Clifford Reagan. Cuando éste cerró el libro, amigo, lo
SERIE NEGRA
cerró en forma definitiva.
Miré por la ventana. 1. CUENTOS POLICIALES DE LA SERIE NEGRA
- ¿Y Bonner? Nadie dijo nada todavía: Dashiell Hammett, Frederic Brown, Erle Stanley Gardner, Ray-
mond Chandler, James M. Caln, Ross MacDonald, Peter
- Homiéidio justificable, ¿qué otra cosa podría ser? Esta: Cheyney.
mañana le tomaron declaración a ella. ¿Acaso tenías que que-
darte allí, mirando cómo la mataba? La expresión "novela negra", que tuvo como creador a Dashiell
No respondí. En las películas y la televisión, uno apunta la Hammett, autor tan elogiado por Gide y Malraux,, ª?are"; ese s~c-
pistola y todos obedecen, pero quizá no se encontraban muy a tor de literatura americana que nos prese!1ta, en ultima mstancia,
menudo con un Bonner. No hubo elección posible, pero pasaría las imágenes más crueles y 1>rutales de su tiempo; mundo ~e gangs-
ters, de fulleros, estafadores y asesinos. En ~sta antologia se. han
mucho tiempo antes que olvidase el horror de ese momento en reunido síete autores y siete cuentos de pare¡o valor, cuyos climas
que agitó las piernas y me empujó con la cabeza, en medio del participan por igual de la angustia y del miedo.
agua que enrojecía. Si alguna vez lo olvidaba. La Nación, Buenos Aires
Esa tarde esperé con impaciencia, hasta que al cabo Patricia
Reagan llegó a visitarme. Había vuelto para cerrar la casa y 2. A todo riesgo
llevarse sus cosas. Estaba recuperada por completo, y tenía un José Glovanni
aspecto encantador, aparte de una pequeña hinchazón en un
lado del rostro. Yo quería pagar los daños sufridos por el mobi- Las páginas de esta novela mantienen, desde el pl"incipio, un es~do
de angustia en el lector, casi de amargurn fr~nte a las ten:1bles
liario, y hacer que reinstalaran el teléfono. Discutimos en forma experiencias de este hombre. La atmósfera febnl de A todo nesgo
amistosa al respecto, y al cabo decidimos que nos dividiríamos va creciendo su "clímax" a medida que la novela avanza, hasta
la responsabilidad por mitades. Conversamos un rato, sin apar- alcanzar una tensión que no disminuye hasta el final.
tarnos del tema de los barcos y la navegación, cosas que ambos La Nación, Buenos Aires
conocíamos y amábamos, pero el diálogo agonizó poco a poco,
y ella se fue. . 3. ¿Acaso no matan a los caballos?
Volvió a la tarde siguiente, y ocurrió lo mismo. Yo la espe- Horace McCoy
raba con ansiedad, ella parecía cada vez más hermosa, y en McCoy arranca el hampa de los suburbios y los sucios hoteles para
apariencia le alegraba verme, sonreía, hablábamos, dichosos, so- convertirla en una atmósfera, en un ámbito total, sin localizaciones.
bre las Bahamas, y acerca de su futuro en el periodismo gráfico, Periscopio, Buenos Aires
y de que iríamos a las islas, donde podría sacar unas fotos
realmente espléndidas, y luego la conversación comenzaba a 4. El hombre flaco
decaer. Y nos volvíamos corteses y formales. Dashiell Hammett
Antes que se fuera aparecieron Bill y Lorraine. Bill ya la
conocía, pero yo se la presenté a Lorraine. El Jwmbre flaco es un extenso dialogo en el cual la trama se com-
Cuando se fue, ésta me miró con ese viejo resplandor de plica hasta la comicidad, funda líneas que no cerrará nunca, juega
con toda la torpeza y la brillantez de la novela-problema.
casamentera en la mirada.
Periscopio, Buenos Aires
-Es una chica realmente espléndida, Rogers, viejo. ¿Quéh_ay
entre ustedes dos? 5. El último suspiro
- Su padre - respondí. , José Giovanni
Recibí una tarjeta de ella, cuando regresó de Santa Bárbara,
pero jamás volví a verla. El último suspiro propone -como otras obras del autor- una mo-
ralidad peculiar y espléndida en su género, y diferente, desde lue-
go, de las que rigen en el área de la ley. A partir de esa morali-
140 dad, los protagonistas gozan o padecen encuentros y desencuentros,
solidaridades y traiciones.
An611ala, Buenos Aires
6. El simple arte de ma,tar
Raymond Chandler 11. Un tal la Roca
Dos de los tres cuentos presentados en este volumen son memora- José Giovanni
bles. "El denunciante", donde aparece el célebre detective privado
El escritor maneja bien y con originalidad la prosa de intriga y domi-
Philip Marlowe, y "El rey de amarillo", so~ piezas sorprenden~~-
mente perfectas, donde la brevedad que eXIge un cu~nto es utili- na los matices y el clima de violencia que late contenida en el sub-
zada al extremo: una vertiginosa sucesión de hechos tiene un des- mundo del hampa. Giovanni ennoblece, por así decir, a sus persona-
enlace violento e imprevisto. jes, casi siempre criminales, sujetándolos a una especie de lealtad viril
Panorama, Buenos Afres y a un desprecio total del miedo. Las virtudes que cuentan son el
coraje y la cainaradería comprendida como un entendimiento que casi
7. Luces de Hollywood no necesita de las palabras para comunicarse; todo lo demás, proble-
Horace McCoy mas sociales o esquemas morales no cuenta. Más allá de las vicisitudes
de la anécdota cuentan los personajes hábilmente logrados, que mar-
Con el oficio de un maestro combina el suspenso de la historia chan hacia el final sin posibilidades de eclosión, ni de redención:
con el apasionado enjuiciamiento de una realidad. aventureros de un mundo sin salida, a quienes todo les está negado,
La Nacl6n, Buenos Aires menos el derecho de matar y de morir.
la Opini6n, Buenos Aires
8. Alias "Ho"
José Giovannl
12. Viento rojo
Alias "Ho" es el patético, conmovedor retrato de Fran~ois Holin,
el conductor de autos de una banda que paulatinamente va ad- Raymond Chandler
quiriendo la grandeza de un antihéroe. El pasaje es sutil y el
desenlace es imprevisto y en los tramos intermedios ,Giovanni desata Es una excelente novela de la "serie negra", en la que la trama clásica
los íntimos fulgores que depara su conocimiento del hampa. del relato policial se entrecruza con la crítica social y hace un retrato
Panorama, Buenos Aires
feroz· y nostálgico de las grandes ciudades norteamericanas. La traduc-
ción es del argentino (y muy conocido) Rodolfo Walsh, quien consi-
9. Al caer la noche gue con maestría que no se pierda el estilo ágil y nervioso de Ray-
David Goodis mond Chandler, uno de los más importantes escritores norteameri-
cano~ de este siglo.
Acostumbrados, como estamos, a los ingredientes casi obligados
en las novelas de suspenso -sexo y violencia-, es extraño y do-
blemente atractivo comprobar que Goodis, sin demasiadas con-
cesiones a estas dos constantes, ha logrado una pieza donde el 13. Eva
suspenso crece en cada página y el clima de angustia ·que vive James Hadley Chase ,
el personaje central alcanza al lector con la historia simple de un
acusado, sus ocasionales cómplices y un detective. Escrita -en un estilo denso, aunque la novela no pertenezca a la intriga ,
La Nac16n, Buenos Aires policial - género que cultiva el autor-, el clima y el suspenso que
alientan preferentemente en la segunda parte del libro denuncian su
10. La maldición de los Dain maestría y su oficio en ese tipo de literatura. El escenario donde se
Dashlell Hammett mueven los personajes es Hollywood, lo que permite a Chase una•des-
cripción de ese mundo de directores, guionistas y adaptadores donde
Se trata de un relato ambientado en el sur; reconstruye, dentro el snob se da la mano con el hombre de talento y con el mediocre, y
de un clima faulkneriano, el proceso de la decadencia de la aris- que el autor habrá tenido ocasión de revivir bien de cerca y precisa-
tocracia local. El contraste entre las tradiciones patricias y el mente ,a causa de esta novela, ya que Eva, dirigida por Joseph Losey,
cinismo ,que asoma en cada punta del diálogo, la tensión de un
fue llevada al cine protagonizada por Jeanne Moreau.
ritmo narrativo febril que se contrapuntea· con escenas de deslum-
brante violencia, la crueldad concebida como constante de una la Naci6n, Buenos Aires
sociedad más bien carnívora, son solo algunos de los ejes sobre
los que se desplaza la eficacia del relato.
Dlnnera, Buenos Aires
Este libro se terminó de imprimir
en los Talleres Gráficos TALGRAF
Talcahuano 638 p.b. "H " Buenos Aires
.en el mes de mayo de ~973

También podría gustarte