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Hace miles de años, el dueño del fundo Santa Filomena tenía
fama de avaro y ambicioso.
Estando muy enfermo, por morirse, se levantó de su lecho y fue
a dejar todo su dinero a una cueva donde había una gran piedra; trató
de salir, pero no pudo, quedando atrapado. Sus familiares al echarlo de
menos, lo buscaron día tras día y al fin lo encontraron en la cueva
reclinado en la piedra de la cual no pudieron levantarlo.
Al interior de Lo Castro Quebrada Alvarado existe un lugar muy
hermoso por lo abundante de su vegetación donde crecen árboles de
gran tamaño y corre el agua fresca formando un cafión entre cerros
altos y escarpados.
Los enterraron juntos; causa de la muerte: ataque al corazón.
Pero la historia no termina ahí. La piedra donde cayeron los jóvenes fue
siendo tallada por la caída del agua de cada invierno y hoy se divisa
perfectamente formado un corazón de unos cuatro metros de diámetro por
doce de profundidad.
Tiene las características de un plato hondo, más ancha en la orilla y
angosta hacia el fondo.
Está siempre llena de agua muy helada y es de mucho riesgo para los
bañistas.
N°10
publicación
mensual
julio 2006
Cuentan los ancianos, que hace mucho, mucho tiempo en la sierra huichola se reunieron los
abuelos para platicar de la situación en la que se encontraban. Su gente estaba enferma, no
había alimentos, ni agua, las lluvias no llegaban y las tierras estaban secas.
Decidieron mandar de cacería a cuatro jóvenes de la comunidad, con la misión de encontrar
alimento y traerlo a su comunidad para compartir fuera mucho o poco. Cada uno
representaba un elemento, es decir el fuego, el agua, el aire y la tierra.
A la mañana siguiente emprendieron el viaje los cuatro jóvenes, cada uno llevando su arco y
su flecha. Caminaron días enteros hasta que una tarde de unos matorrales saltó un venado
grande y gordo. Los jóvenes estaban cansados y hambrientos, pero cuando vieron el venado
se les olvidó todo; comenzaron a correr detrás de él sin perderlo de vista. El venado veía a
los jóvenes y se compadeció. Los dejó descansar una noche y al día siguiente los levantó
para seguir con la persecución. Así transcurrieron semanas hasta que llegaron a Wirikuta
(desierto de San Luis Potosí y camino sagrado de los huicholes). Estaban justo en la puerta
al lado del cerro de las Narices, en donde habita un espíritu de la tierra y vieron al venado
que brincó en esa dirección. Ellos juraban que se había ido por ahí, lo buscaron pero no lo
hallaron. De pronto uno lanzó una flecha que fue a caer en una gran figura de venado
formada en la tierra de plantas de peyote. Todas juntas brillaban con el sol, como
esmeraldas mirando a una dirección. Confundidos los jóvenes con lo sucedido, decidieron
cortar las plantas que formaban la figura del venado (marratutuyari) y llevarlas a su pueblo.
Después de días de camino llegaron a la sierra huichola donde los esperaba su gente. Se
presentaron de inmediato con los abuelos y contaron su experiencia. Comenzaron a repartir
el peyote (híkuri) a todas las personas que después de un rato los curó, alimentó y les quitó
la sed. Desde ese momento los huicholes veneran al peyote que a mismo tiempo es venado
y maíz, su espíritu guía. Así cada año, hasta nuestros tiempos, siguen andando y
peregrinando, manteniendo viva esta ruta de la sierra huichola hasta Wirikuta, para pedirle
al Dios lluvias, sustento y salud para su pueblo.
Pampariusi (gracias en la lengua Wirrarika).
Leyendas. La Luciérnaga
Una luciérnaga no alumbra todo su camino, pero todas las luciérnagas estrellan
una noche.
La luciérnaga que prende su luz se arriesga a ser descubierta y devorada por sus
enemigos; así le sucede al hombre que se anima a decir en voz alta su propio
pensamiento.
Cuando es de día las luciérnagas duermen apagadas; El hombre sabio calla lo que
piensa cuando es inútil decirlo.
Hay hombres que son como las luciérnagas: iluminan con su propia luz,
intermitente y pequeña; y hay hombres que son como la luna: brillan con luz fuerte
y constante pero ajena.
Anímate a ser como la luciérnaga, y descubrirás que en tu vida hay un poco de luz
para iluminar a los otros.
Leyendas. El Hornero.
Cuentan que hace muchos, muchísimos años, cuando estas sierras estaban pobladas por indígenas, en medio
de un pequeño valle y al amparo de las rocas, se levantaba una choza muy humilde.
Jahe era un muchacho apuesto, alegre y, por sobre todas las cosas, muy laborioso.
Diariamente se lo veía trepar por las sierras y remontar los arroyos en busca de los alimentos que
pródigamente le proporcionaba la naturaleza. Salvaje, tan salvaje como ahora.
Y una de esas tardes en que regresaba de sus acostumbradas cacerías, Jahe se detuvo a escuchar el canto de un
pájaro. Era un canto diferente al de su amigo el jilguero. No se parecía tampoco al de la calandria imitadora.
Ni al del churrinche que tantas veces lo saludaba temprano.
¿Quién era entonces ese nuevo músico serrano? Atrapado por la curiosidad, se acerco sigilosamente al lugar
de donde provenía el canto, pensando que tal vez seria algún pájaro desconocido; venido de otras tierras. Pero
cuando lo descubrió, su sorpresa no tuvo limite. No se trataba de un pájaro, sino que la melodía provenía de la
garganta de una bellísima muchacha.
Ipona era su nombre, y desde el día que Jahe conoció a Ipona, todos sus pensamientos fueron para ella.
El amor floreció rápidamente y con fuerza incontenible en el corazón de ambos jóvenes. Su felicidad era
solamente comparable con la inmensidad que los rodeaba cuando contemplaban el mundo desde Cashuati, la
cumbre mas elevada.
Su felicidad era reflejada en el agua de cristal del Hueyque Leufú que descendía viboreando de Catanlil y se
deslizaba cantando saltarín junto al Pillahuincó.
Y así, siempre juntos, Ipona y Jahe esperaban dichosos tener lo suficiente para casarse. Claro que, para
casarse, Jahe primeramente tendría que hacerse hombre y, según los ritos y las leyes indígenas, únicamente
lograban ser hombres aquellos que superaban airosamente las pruebas de fuerza y de destreza a que eran
sometidos anualmente todos los muchachos de la tribu.
De manera que nuestro joven enamorado se presento ese año a la competencia. Y con la sonrisa y el canto de
Ipona en su mente poco le costo superar las dos primeras pruebas, en las que además resultó como triunfador.
Faltaba la última prueba, la mas difícil.
Era habitual que el ganador, además de acreditarse el flamante título de hombre, recibiera un valioso premio.
En esa oportunidad el premio seria muy especial y les fue anunciado a los participantes antes de iniciarse esta
tercera y ultima prueba; quien pudiera permanecer encerrado durante cinco lunas, totalmente atado con cueros
frescos de animales, ese año tendría como premio el honor de casarse con Cauté, la hija del cacique de la tribu.
Jahé era el candidato a ganar. Pero Jahé no quería ganar. Su corazón pertenecía a la bella Ipona.
A medida que el sol contraía los cueros, a medida que los participantes iban abandonando, Jahé que no quería
ganar. Tampoco quería abandonar. Y así, gracias a su fortaleza resistió hasta el final.
Cuando los ancianos de la tribu se dirigieron a desatarle los cueros para declararlo vencedor, no lo encontraron
allí. Solo había en ese lugar un pájaro de color canela-rojizo, que salió volando, que se fue a pararse a la rama
mas alta de un guaribay cercano.
Desde allí emitió su canto, un llanto de soledad que abrió una honda herida en el cielo. El eco de su fuerte
grito salto mil veces de ladera en ladera. Fue transportado a través del aire lastimado y llego finalmente a los
oídos de otro pájaro que se acerco volando a la alta rama.
Otro pájaro que canto junto a el con la misma voz que la bella Ipona. Y en ese momento, el las ramas mas
altas del guaribay se estaba celebrando una extraña boda. La boda para la que Jahé había querido ser hombre.
Ipona y Jahé se habían casado tal cual lo habían soñado. Ya no se separarían jamás y siempre cantarían juntos.
Por eso es que las parejitas de horneros una vez que constituyen su hogar, no se separan hasta la muerte y es
por eso que los horneritos siempre cantan juntos.
Leyendas. Walichú. El Gualicho
Decían los viejos tehuelches septentrionales que Walichú ó Háleksem había nacido en las tierras de Tandil, donde el
accidentado terreno le servía de morada. Desde allí este espíritu maligno extendió su dominio por la Patagonia
legendaria...
Es fuerte. Nada escapa a su aguda vigilancia ni a su poder: -¡Roba niños!- y la angustia paraliza a las indias madres.
-¡Asusta y petrifica a las mujeres!- y los guerreros saben que sus flechas son inútiles contra él...
Aborígenes de distintas procedencias le han dado nombres diferentes: es gualichu para los quéchuas, huecué para los
mapuches, halpén para los onas, ieblon par alos indios del sur, o hálekasem para los tehuelches. Pero siempre esa
palabra se dice con miedos ancestrales.
Quienes saben de estas cosas afirman que la malignidad de wualichú (o gualichú) tiene matices que van de la cruel
crueldad destructora a la traviesa picardía. Quizás dependa de su humor del día, o de su aburrimiento, o del respeto
que sus altares naturales despiertan en los viajeros... Lo cierto es que sus remolinos apagan los fogones, y que su
aliento helado mata a los pajaritos refugiados en los matorrales, y que aúllapor las mesetas desoladas... ¿Habrá
alguien que pueda vencerlo?...
El indio sabe desde tiempo inmemorial que es mejor apaciguar su espíritu levantisco con ofrendas. Por eso al
recorrer la patagonia y cruzar por sus dominios paga el tributo obligado.
Si no, ¿cómo escapar su terrible mirada abarcadora?, ¿cómo pasar de largo y con fatal descuido por los sitios
sagrados donde merodea, sin desatar sus iras?...
En realidad, más que eludir hay que convocar y propiciar el espíritu poderoso. Y el camino del gualicho es transitado
con respeto y silencios. Y al árbol del gualicho, -maldito, seco y solitario- al borde, de la senda que le ofrendan
trapitos y bolsitas con llancas (piedras pequeñas) que obtienen rasgando los propios vestidos, matras y ponchos.
Así el árbol mítico florece un fantastico ropaje que ondula al viento, y el hombre pierde retazos de sus prendas...
¡pero llegara salvo a destino! Y a las piedras del gualicho, tan alucinantes y extrañas en el paisaje, apaciguan con el
precioso alimento del aceite, la sal o las hierbas...
La patagónia guarda celosamente el misterio, pero tiene sitios que lo revelan: la piedra del collón curá, la piedra de
caviahue, la piedra Saltona de cajón chico, el meteorito de Kaper-Aike, el bajo del gualicho el cerro, Yanquenao, el
cañadón de las pinturas, las cuevas de las manos, Aquí y allá los espíritus acechan en los parajes solidarios y se
mimetizan en los árboles secos, plantas sagradas, piedras, sendas, travesías..., y hasta el viento interminable.
La precencia del gualicho a sobrevivido al avance de la cultura del blanco y convive con ella. Está en el paisano del
campo y en el habitante del pueblo o ciudad...
Es por cosas del gualicho que todavía hoy en las zonas rurales no se canta de noche o no se usa sombrero dentro de
las casas, o se teme al aire malo, o se respeta al ñamco sagrado, o se esquiva el humo cegador del molle...
También es por temor o conjuaración al Gualicho que en la actualidad, en las ciudades se usan amuletos, cintas
rojas, contra el mal de ojo, ruda macho o ajo macho, o se encienden velas, o se compran hierbas para infusiones
mágicas y lociones que todo lo pueden... si se usan al son de rezos o palabras secretas.
Los viejos -viejos dicen que Gualicho es una diableza en realidad... y quizás sea así, porque las equivalentes
representaciones aborígenes conservan el rasgo femenino, ¿será por eso que persigue las mujeres y roba niños?. ¿Se
mueve a caso por celos o envidias milenarias?. ¡Quien sabe!.
Sin embargo el caracter anifeminista de este espíritu maligno se puede rastear en actividades que se relacionan: el
loncomeo , danza netamente masculina que el araucano tomó del tehuelche, y en la secreta ceremonia de iniciación
ritual de los más jovenes. Dicen que lo atestigua también la celebración indígena del camaruco.
Posiblemente la más admirable y misteriosa conexión con walichú sea el arte rupestre, diseminado en mil rincones
del paisaje patagoniense... Porque es es fama que él es el artista de las míticas pinturas de las cuevas, donde las
manos fantásticas y extraños laberintos, huellas de pisadas humanas, y no humanas, animales estilizados y siluetas
de cazadores, guardas de grecas, tigre, máscarda,... reproducen y guardan al mismo tiempo el espíritu mágico. Son
su obra, y allí está su secreto para cuando podamos decifrarlo...
Entre tanto ¿Cómo conocerlo más en profundidad? ¿Es Gualichú el ansestro de las razas aborígenes de la tierra
austral?. ¿O tal vez una modalidad local de mitológico y universal espíritu guardián?.
El camino sigue abierto al estudio y la conjetura inagotable... ¡porque nuestro gualicho está vivo! Quizás la vieja
sabiduría de los brujos chamanes puede ayudarnos. Pero esa es otra historia.
Así el árbol mítico florece un fantastico ropaje que ondula al viento, y el hombre pierde retazos de sus prendas...
¡pero llegara salvo a destino! Y a las piedras del gualicho, tan alucinantes y extrañas en el paisaje, apaciguan con el
precioso alimento del aceite, la sal o las hierbas...
La patagónia guarda celosamente el misterio, pero tiene sitios que lo revelan: la piedra del collón curá, la piedra de
caviahue, la piedra Saltona de cajón chico, el meteorito de Kaper-Aike, el bajo del gualicho el cerro, Yanquenao, el
cañadón de las pinturas, las cuevas de las manos, Aquí y allá los espíritus acechan en los parajes solidarios y se
mimetizan en los árboles secos, plantas sagradas, piedras, sendas, travesías..., y hasta el viento interminable.
La precencia del gualicho a sobrevivido al avance de la cultura del blanco y convive con ella. Está en el paisano del
campo y en el habitante del pueblo o ciudad...
Es por cosas del gualicho que todavía hoy en las zonas rurales no se canta de noche o no se usa sombrero dentro de
las casas, o se teme al aire malo, o se respeta al ñamco sagrado, o se esquiva el humo cegador del molle...
También es por temor o conjuaración al Gualicho que en la actualidad, en las ciudades se usan amuletos, cintas
rojas, contra el mal de ojo, ruda macho o ajo macho, o se encienden velas, o se compran hierbas para infusiones
mágicas y lociones que todo lo pueden... si se usan al son de rezos o palabras secretas.
Así paso de largo el jabalí. Rato después paso un aguará – guazú. Detrás
de el paso un ciervo, cantando su canción de lamento. Todos ellos
cruzaban con un mensaje sobre aquel desastre. No había escapatoria.
Pero en ese momento había uno entre ellos al que fue comunicado el
siguiente mensaje:
- Mete debajo de la tierra a tu gente. Que todos lleven barro en los bolsos,
para que cuando sientan el calor del fuego, con el barro reboten las
paredes de la tierra. Porque el fuego que ustedes ven, en un momento
pasara por donde ustedes están.
De esta manera fueron metidas estas gentes debajo de la tierra pero hubo
otros que se quedaron en la superficie y fueron totalmente quemados.
Y después que paso aquel fuego, entonces comenzó a llover muy fuerte,
de tal modo que la ceniza fue aplastada como un manto. Entonces el que
los estaba guiando dijo:
- Estén tranquilos mientras salgo a ver el desastre de arriba. Estoy seguro
que no quedo ningún monte.
Entonces el guía se asomo afuera del pozo teniendo sus ojos cerrados
hacia abajo. Después de un rato levanto su mirada despacito para mirar
sobre la tierra y vio la tierra como si fuera que ella tocaba el cielo, de un
extremo a otro, desde la derecha hasta la izquierda, y todo era ceniza.
Y después volvió abajo, donde estaban los demás, y les dijo a ellos:
- Ya podemos subir, pero cuando lleguen arriba, no deberán levantar la
vista para mirar enseguida, para que no les pase nada malo y sean
transformados en animales.
Y cuando la mujer dio a luz eran unos mellizos, mujer y varón fueron sus
hijos.
Y fueron aumentando las familias y aquellas gentes otra vez se hicieron
numerosas y vivían separadas en comunidades.
- Ustedes deben elegir a los que deseen conservar, y los que no les gusta
los tienen que dejar – nada se puede hacer para salvarlos.
Con esto se decía que la tierra fue dos veces quemada. Y cuando paso
aquel desastre, aquellas gentes comenzaron a crecer otra vez en número.