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Henrik López
Profesor de la Universidad de los Andes
Dentro del reciente debate que se ha originado en Estados Unidos sobre los
medios de “interrogación” que utiliza la C.I.A., se ha conocido que éstos utilizan el
ahogamiento simulado. Varios lo han defendido, bajo la idea del mal menor: ¿se
puede justificar que se abstenga de “interrogar”, así sea “fuertemente”, a una
persona, si con ello se evita un daño mayor?
Quien tortura, al igual que aquel que apoya los modos de tortura, impone su propia
fuerza y reivindica la brutalidad como regla estructurante. Claramente evoca el mal
menor, cual miel para endulzar su traición. Pero, por ahí dicen, el que entre la miel
anda, algo se le pega. ¿Qué tanto se le pega? ¿Cuánto está dispuesto a
abandonar por el mal menor?
La teoría del mal menor nos lleva fácilmente, máxime cuando se soporta en
información incompleta o en falacias, a un callejón sin salida, pues quien propone
la justificación envía el siguiente mensaje: “no hay otra opción y toda persona
racional optaría por ésta”. Sin embargo la propuesta justificante oculta las otras
opciones.
La tortura ha sido proscrita por los tratados de derechos humanos. Lo que significa
que en el nivel planetario, la brutalidad de esta práctica se ha rechazado y nuestra
civilización ha logrado imponerse en este plano. También implica que quien abjura
de este mandato, se coloca en la periferia axiológica del orbe. Para el país, esta
es la oportunidad para demostrar nuestra mayoría de edad: ¿tenemos la madurez
para distanciarnos de “líder” que se proscribe a sí mismo? Mucho me temo que
nuestra agenda está dictada por la fascinación por este modelo –nuestras élites- o
por una oposición ciega que cae en el mismo extremismo –nuestros violentos- , de
manera que seguiremos proscritos.