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CAPITULO II

LA CREACION DE UNA SOCIEDAD


COLONIAL

La p enínsula ibérica de los siglos XV y XVI fue el centro de la


expansión europea en el escenario m undial. Los portugueses ini­
ciarían el dom inio m u n d ial europeo m ediante la co n q u ista de
las ru ta s com erciales oceánicas de Asia y Africa. Pero fue con­
cretam ente la corona castellan a, dentro de la com binación de
m o n arq u ías p en in su lares, la que em prendió la co n q u ista y po-
blam iento de inm ensos territorios en el hem isferio occidental.
América, a diferencia de Africa y Asia, re su lta b a desconocida y
ajena al sistem a m u n d ial an terio r al siglo XV. E n v irtu d de la
c o n q u ista a m erican a , C astilla p ro p o rcio n aría u n cam po de
acción totalm ente nuevo al poblam iento y desarrollo exclusivos
europeos, los que, a su vez, darían a Europa u n a clara ventaja en
su carrera por la influencia m undial. Así la co n q u ista castella­
n a de las tierras de América, ju n tam en te con la conquista p o rtu ­
gu esa de las r u ta s m arítim as in tern acio n ales, aca b aría incli­
n an d o la b a la n z a del poder económ ico m u n d ial a favor de
E uropa, contribuyendo a p rep arar el cam ino a su definitivo do­
m inio industrial. La conquista de América a fines del siglo XV y
com ienzos del XVI fue, pues, crucial en el cam bio de la función
relativa de E uropa en el m undo y en el comienzo de u n a nueva
era histórica m undial.
Si bien los europeos en u n comienzo acaso con sid eraro n a
Am érica como u n a tierra vacía, llena de poblaciones sim ples
que h ab ía que explotar p ara beneficio de E uropa, en realidad
América tam bién cam biaría lo que los actu ale s científicos so ­

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cíales llam an el “m a p a cognitivo” de los pro p io s europeos;
A m érica no encajaba en la visión m undial de la E uropa cristia­
n a prim itiva, p u es estab a totalm ente al m argen de la tradición
cu ltu ral m editerránea y de s u s concepciones su b cu ltu rales cris­
tian as. La Biblia no m en cio n ab a Am érica y s u s indios n u n ca
h ab ían oído ni de Cristo n i de las religiones m á s an tig u as de la
m asa terráq u ea eurasiática. En u n comienzo los europeos igno­
raro n estos datos fácticos totalm ente nuevos en la concepción de
la realidad histórica, pero a lo largo de los tres siglos siguientes
el papel de América com enzaría a co n trib u ir a ero sio n ar algu­
n a s de las creencias y verdades tradicionales de las no rm as cul­
tu ra le s europeas. Así, el im pacto de América com enzó a m in ar
lentam ente, ju n ta m e n te con el carácter cam biante de la estru c­
tu ra económ ica, un o s sistem as europeos de creencias m an ten i­
dos largo tiempo.
F inalm ente, la posesión de im perios am erican o s definió el
poder relativo dentro de la m ism a E uropa entre los varios e sta ­
dos contendientes. Los territorios del Nuevo M undo proporcio­
n aro n a u n estado europeo un im portante m ercado nuevo, así
como u n a poderosa m arina, p ara h acerse se n tir en las lu ch as
in traeu ro p eas. El hecho de que C astilla fu era la p rim era que
participara en la carrera hacia u n imperio am ericano y poseye­
ra la m ayor parte de s u s tierras, recu rso s y población, dio a la
m onarquía castellan a u n poder sobre s u s co n trin can tes eu ro ­
peos que perm aneció intacto h a s ta avanzado el siglo XVII. D u­
rante cerca de u n siglo y medio la m onarquía hisp án ica sería el
poder dom inante en E uropa, precisam en te en el m om ento en
que la m ism a E uropa afianzaba su hegem onía económ ica sobre
el resto del m undo, siendo América la que co n stitu ía esta dife­
rencia.
La m onarquía hispánica, que descargaba los recu rso s de E u ­
ropa sobre América, era por entonces la m ás m oderna y u n a de
las de m ás reciente form ación del continente europeo. Por con­
siguiente, podía Combinar u n a am plia gam a de iniciativas p ri­
v ad as en las c o n q u istas y poblam iento de A m érica con u n a
integración m uy ráp id a de esto s territorios n u ev am en te g a n a ­
dos en u n im perio coherente y controlado centralm ente, adm i­
nistrado desde E uropa. Así como s u s antecesores inkaicos fue­
ron conocidos por su cap acid ad ad m in istrativ a y organizativa,
el genio hispánico residiría ú ltim am en te en su cap acid ad de
integrar el poderoso im pulso europeo de la iniciativa privada en
el contexto de e stru c tu ra s g u b ern am en tales fonnales. Fue ta m ­
bién el prim er pueblo que en la historia m undial creó y sostuvo
u n im perio intercontinental d u ran te cu atro siglos.

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Así pues, la conquista de América significó ta n to s u in teg ra­
ción en el m ercado m undial como su organización dentro de la
m ayor e s tru c tu ra im perial del m u n d o . H asta el siglo XVIII
ningún poder europeo podrá rivalizar con el im perio español. Y
este im perio se extendía desde la tierra de Fuego h a s ta Puget
S ound y desde Sicilia por el este h a s ta las islas filipinas por el
oeste. Pero a p e sa r de la im portancia vital del im perio colonial
am ericano p ara la corona de Castilla en cu an to le proporciona­
b a los recursos p a ra dom inar la política europea, no era el único
de la m o n arq u ía h isp án ica. A ún sin A mérica, C astilla pasó a
ser d u ran te el siglo XVI u n a de las naciones m ás acau d alad as de
E uropa, con u n comercio internacional lanero p u jan te y u n con­
ju n to complejo de exportaciones de los productos clásicos m edi­
terráneos. Tam bién con tab a con u n im portante sector m inero y
u n a población com ercialm ente activa m uy den sa. Así pues,
podía poner en movimiento enorm es recu rso s in tern o s que. con
los que venían de América, se u saro n p ara crea r el ejército y la
m a rin a m ás poderosa de E uropa. Con esta fuerza invencible la
m o n a rq u ía h isp án ica no sólo com batió el p oder tu rco h a s ta
n eu tralizarlo en el M editerráneo oriental, sino que conquistó
sectores im portantes de la Italia m eridional y Sicilia y m antuvo
u n a zona colonial de im portancia en los Países Bajos. Intervino
activam ente en la política de los estad o s alem anes, en las re ­
gio n es fra n c e s a s e in c lu so se en tro m etió en la s lu c h a s
d in ásticas de Inglaterra.
De esta forma, pues, tan to dentro de la península como en E u­
ropa m ism a, h ab ían b a sta n te s posibilidades de progreso perso­
nal de los m iem bros en ascenso de la sociedad hispánica. C asti­
lla m ism a tuvo u n a ex p an sió n trem en d a, su b u ro cracia iba
convirtiéndose en la m ayor de E uropa y su ejército y sectores co­
m erciales avanzaban al m ism o ritm o. Por tan to , a tra ía n a los
m á s osados y m ás m arginados entre los g ru p o s no cam pesinos
p en in su lares. F ueron a América los jo rn alero s pobres y no los
m aestros artesan o s, los hijos b astard o s de la nobleza em pobre­
cida y no los prim ogénitos y n i siquiera los seg u n d o n es de los
latifu n d istas m uy acom odados.
Los sobrinos m enores de las fam ilias d estac ad as de m erca­
deres en Sevilla salieron hacia América, así como los abogados
y notarios m ás pobres que carecían de los recu rso s p a ra com ­
p ra r u n a posición d esp u és de g raduarse. En resu m en , fueron a
América los grupos ínfimos dentro de las clases que podían te­
n er u n a movilidad ascendente. En cu an to a la nobleza m ediana
y superior, les iba suficientem ente bien en la p enínsula y E uropa
com o p a ra n e c e s ita r la n z a rse al riesgo de larga tra v e sía

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atlántica, m ien tras que el inm enso cam pesinado era dem asiado
pobre p a ra em prender el viaje.
E ste telón de fondo ayuda a explicar el carácter sorprendente
de la e stru c tu ra social que crearían los españoles en su imperio
am ericano. E n prim er lugar, h u b o (a au sen cia total de la clase
cam pesina hispánica, que fue reem plazada en el Nuevo M undo
por los cam pesinos indios am ericanos. A dem ás, al no h ab er
instituciones o clases preexistentes que p resen ta ran com peten­
cia y con u n o s recu rso s h u m an o s escasos, todos los que iban a
América tuvieron u n ascenso extrem adam ente rápido en su ra n ­
go, com parado con las anterio res posiciones dentro de la socie­
dad m etropolitana. Para m u ch o s de estos individuos su éxito en
A m érica, en realidad, les im posibilitaría volver a su tie rra de
origen. A unque cuajó en el m ito clásico (tanto en E sp añ a com o
en el resto de Europa), según el cual se podía ir a foijar la fortuna
propia en América y volver como ricachón glorioso —seg ú n lo
llam ab an los ingleses—, en realidad los am ericanos afo rtu n a ­
dos no podían enco n trar lugar en las estru c tu ra s españolas m ás
rígidas. Así, m ien tras los escaso s co n q u istad o res como Pizarro
y C ortés co n seg u irían u n a riqueza parecid a a la de los m ás
gran d es acau d alad o s de E sp añ a, com probaron que la nobleza
española rechazaba incorporarlos a s u s filas y que su riqueza no
les podía com prar u n lugar en E sp añ a equivalente a su rango en
América. M uchos de estos conquistadores fam osos, d esp u és de
u n a breve visita a E uropa, volvieron a su hogar am ericano. Esto
m ism o sucedió en todos los niveles de la sociedad, con los jo rn a ­
leros que b u s c a b a n a c a b a r s u aprendizaje e n E u ro p a y que
rápidam ente se convirtieron en a rte sa n o s poderosos y ricos en
América, pero que no pudieron traslad ar su nuevo rango a E uro­
pa. Sólo quienes h ab ían conseguido s u s títu lo s o co n tab an con
relaciones a n u d a d a s con an terio rid ad a su m igración, podían
em plear la riqueza que h ab ían obtenido en el Nuevo M undo para
co n q u istarse u n a posición en la pen ín su la. El abogado o n o ta ­
rio, anteriorm ente pobres, ah o ra podían com prar u n a plaza co­
diciada en E sp añ a y así lo hicieron rápidam ente. Y ad em ás el
sobrino pobre rápid am en te se convirtió en el acau d alad o m er­
cader am ericano, dejando a su vez a s u s parientes pobres tra s él
al volver a Europa. Pero éstas eran u n a s pocas excepciones de la
regla general, según la cual resu ltab a difícil volver a la casa p ara
quienes h ab ían em igrado a América.
E stos factores contribuyeron, por tanto, a establecer u n a so­
ciedad h isp án ica o criolla en América p rácticam ente desde los
prim eros días. Fue tam bién u n a sociedad que dem ostró de m u ­
ch as form as u n a movilidad m u y superior a la de sociedad de ori­

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gen. M ientras que la prim era generación de conquistadores tr a ­
ta ría de m a n te n e r su c ará cter transitorio, incluso cu an d o u n a
riqueza y rango cam biaba, s u s hijos ya no tuvieron tales condi­
cionam ientos. E n la segunda generación los títu lo s honoríficos
de “don”, “D oña” ya no seguían restringidos cu id ad o sam en te a
la élite, sino que se convertían en generales p ara todos los b la n ­
cos. Por otra parte, la rígida e stru ctu ra gremial p en in su lar no se
pudo tran sferir a América, con los que los oficios se convirtie­
ron en relativam ente perm eables a to d a s la s p erso n as que de­
seab an participar en ellos, en las restricciones anteriores.
E sta a p e rtu ra no significa que la Am érica h isp án ica criolla
fuera u n a sociedad sin clases; en realidad los criollos m an io b ra­
ron con m u ch a rapidez p ara tra z a r las lín eas de clase, ab so r­
biendo rá p id a m e n te los m ejo res re c u rs o s d e n tro de u n a
distribución desigual. Así se formó rápidam ente u n a e stru c tu ra
clasista, que incluso existió en el m ism o m om ento de la con­
quista; el botín de gu erra se dividiría estrictam ente seg ú n la in ­
versión económ ica y el rango relativo de los m iem bros de la
h u este conquistadora. La nueva elite tam bién recurrió a m eca­
nism os no m ercantiles tales como concesiones de tierra libre y
alianzas de parentesco y m atrim onio p ara consolidar las ad q u i­
siciones de tierra, recursos y capitales, p ara cerrar la en tra d a a
s u s filas en cuan to fuera posible. Pero la celosa corona castella­
na n u n c a les perm itió crear u n a e stru c tu ra de clases ta n rígida
como la que existía en la Metrópoli. H asta el final del período
colonial raram en te se practicó el mayorazgo y la progenitura en
América; la clase superior tuvo que m antenerse en el contexto de
am plia a p ertu ra de herencia divisible, en la que todos los hijos
de am bos sexos p articipaban sobre u n a b ase igualitaria. Que lo­
graro n co n serv ar las lín eas fro n terizas de clase, re s u lta evi­
dente al exam inar la e stru c tu ra clasista en cu alq u ier lu g ar de
América; sin em bargo, estas sociedades co n tab an con u n a m o­
vilidad m uy sup erio r a la que se percibía en la sociedad m etro­
politana hispánica.
Así como la élite h isp an o am erican a fue m á s móvil que su
c o n tra p a rte m e tro p o lita n a , ta m b ié n era m en o s p o d ero sa
políticam ente. Se le negó el control de la e stru ctu ra de gobierno
local, tenía que com partir su poder con u n a burocracia real aje­
na a las influencias locales en u n a m edida desconocida en E uro­
pa. Q ue la élite influyó en esa b u ro cracia era evidente, pero
Incluso con toda su riqueza no pudo controlar o dom inar el go­
bierno de la forma como lo hacía en Europa. No obstante, en u n a
/.ona superaron a s u s pares del Viejo Mundo: en relación a los in­
dios lodos los españoles ejercieron m á s poder y control que los

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g ru p o s eq u iv alen tes en relación con los cam p esin o s de la
península. La excusa de la conquista y las diferencias culturales
y raciales dieron a los españoles que llegaban —sea cual fuere su
clase y an teced en tes— u n a posición dom inante desconocida en
Europa.
La creación de la sociedad indiana estuvo influenciada tanto
por la n atu raleza del m ism o proceso de conquista como por los
a n teced en tes sociales y la e s tru c tu ra política m etro p o litan a.
P ues el im perio am ericano castellano, en especial tal como fue
establecido en el m u n d o andino, fue fu n d am en tal y p rim aria­
m ente u n a creación de la conquista: u n a m inoría com puesta de
blancos y de s u s esclavos negros dom inaría a u n a m a sa de in ­
dios am ericanos, en u n comienzo sep arad o s y totalm ente dife­
rentes. Por m ás diferenciados que fu eran in tern am en te, los in­
dios fueron considerados como u n a m asa aislada y reprim ida de
u n rango inferior al del co n quistador m ás pobre y analfabeto.
Al principio los españoles aparecieron a las poblaciones a n ­
dinas sim plem ente como u n grupo co n quistador extranjero m ás
poderoso que no se diferenciaba en nad a im portante de las fuer­
zas co nquistadoras incaicas. Por esto y por el c ará cter relativa­
m ente reciente del som etim iento por p arte del Inka, así como
por la existencia de antagonism os entre g rupos no k ech u a s to­
davía no asim ilados dentro de s u s fronteras, la conquista caste­
llana fue en u n comienzo u n proceso fácil. Como los co n q u ista­
dores parecieron pro m eter la contin u ació n de las e s tru c tu ra s
in tern as de clase, el reconocim iento de las noblezas trad icio n a­
les indias y de todos los otros tipos de privilegio especial conce­
didos al grupo que p restara su apoyo d u ran te u n a guerra de con­
q u ista , m u c h o s indios se u n iero n a los c o n q u ista d o re s en
calidad de aliados. El futuro esquem a de discrim inación y opre­
sión racial todavía no era perceptible en la prim era fase de la
conquista castellana, es decir, en la década de los años trein ta
del siglo XVI.
Así, la con q u ista castellan a del Perú avanzó de u n a form a
m uy parecida a la de México. Una tecnología in m en sam en te s u ­
perior perm itió que u n o s cen ten ares de esp añ o les d o m in aran
ejércitos de m illares de indios. Al propio tiem po, los españoles
utilizaron eficazmente tan to el carácter reciente de la co n q u ista
inkaiea a lo largo de su s fronteras, como los resultados de la gue­
rra civil in tern a en tre los h erm an o s Inka W ascar y Atawallpa
para favorecer s u s propios objetivos. Al comienzo convencieron
a la élite directora inkaiea de que eran sim plem ente u n a fuerza
m ercenaria que saldría en cuanto saciaran su s apetitos de oro y
plata. A los estad o s y trib u s anteriorm ente independientes co n ­

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q u istad o s por los In k a se proclam aron asim ism o liberadores,
m ien tras que al bando perdedor de W ascar de la fam osa gu erra
civil inkaica le prom etieron h acer ju sticia y recom pensar de Lo-
das su s pérdidas.
Utilizando con astu cia todos estos títulos, los españoles ais­
laron eficazm ente al recientem ente victorioso A taw allpa y a s u s
ejércitos profesionales quiteños del resto de la población m eri­
dional del E cuador, consiguiendo la inform ación ta n necesaria,
abastecim ien to y aliados m ilitares au x iliares indígenas. U na
vez d isp e rsa d a s las tro p a s q u ite ñ a s y a sesin ad o A taw allpa,
crearon s u s propios Inka títeres entre la facción de W ascar, p re­
viam ente derrotada. C uando, a su vez, esto s jefes se rebelaron,
obtuvieron el apoyo de s u s propios sirvientes indios y a n á k u n a y
de las fuerzas an tiin k aicas, que les ay u d aro n a so m eter las
ú ltim as g ran d es rebeliones inkaicas. E sta ay u d a india, ju n to
con su superioridad m ilitar en toda línea, significaron que sola­
m ente en casos raro s y especiales de toda esta lucha feroz y s a n ­
grienta m urieron núm eros considerables de españoles. Estos s u ­
frieron m ás b a ja s por las b atalla s in te m a s entre ellos que con
los indios. Por fin, sea cual fuere la esperanza que las victorias
in d ias en g en d ra ra n , la em b estid a de n u ev as tro p a s e in m i­
g ra n te s españoles que llegaban diariam ente, significaron con
claridad que la pérdida de un o s pocos cen ten ares de soldados de
nin g u n a forma m ellaba la capacidad h isp án ica p ara resistir d u ­
ran te u n siglo u n a guerra de conquista y colonización.
Sólo el progresivo endurecim iento del dom inio español, la
extracción cada vez m ás odiosa de recu rso s del excedente de la
élite y del cam pesinado indios, acabaron im pulsando a las dife­
re n te s fuerzas in d ias h acia u n frente siquiera m oderadam ente
an tiblanco. E sta odiosidad re s u lta b a inevitable su p u e s to el
c o n s ta n te flujo de colonos h a m b rie n to s que se p ro p o n ían
a rra n c a r cu an to p u d ieran de la población, que ya había sufrido
u n despojo total. Pero p ara entonces los españoles eran ya de­
m asiado poderosos y los rebeldes indios dem asiado débiles p ara
e x p u lsa r hacia el m a r a los co n q u istad o res. Así p u es, las
grandes rebeliones dirigidas por el Inka, de la segunda m itad de
la década de los años trein ta en adelante, estab a n co n denadas a
u n a total derrota.
E n el contexto de este tejido intrincado de alianzas y rebelio­
nes los grupos altiplánicos al s u r del lago Titicaca entraron, por
fin, en la historia de la co n q u ista castellan a del Perú. La gran
rebelión del presunto títere M anku Inka de abril de 1537 planteó
la necesidad a varios grupos aym aras de optar al fin por u n b a n ­
do. Si bien en u n comienzo h ab ían apoyado a los españoles a

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c a u sa de su propia alianza anterior con la facción perdedora de
W ascar en las g u erras civiles anteriores a la conquista, la deser­
ción del jefe de aquella facción de la cau sa h isp án ica los forzó a
escoger s u s lealtades. D urante el gran asedio al Cuzco por parte
de los Inka rebeldes, levas de m ilicianos fueron enviados desde
m u c h a s de las zonas altiplánicas, destacándose los Lupaqa por
su decidido apoyo a la rebelión. Sin em bargo, los Qolla perm a­
necieron indefectiblem ente hispanófilos, hecho que acabó pro­
vocando u n ataque com binado Inka — Lupaqa contra los Qolla.
A ir en defensa de los Qolla en aprietos en 1538, Francisco Pi-
zarro encabezó u n a co nsiderable fuerza expedicionaria h a sta
C hucuito y el río D esaguadero p ara d e stru ir los ejércitos re ­
beldes inkaicos y los de Lupaqa. El resultado final fue el ya acos­
tum brado de la victoria total de los españoles, a c a u sa de su ab ­
so lu ta superioridad en arm am ento, arm as de acero y caballos.
A trapados en la llan u ra abierta, los rebeldes no pud iero n ofre­
cer resistencia a las cargas m asivas de la caballería, siendo d es­
truidos. E n este m om ento Pizarro decidió dejar a s u s herm anos
en aquella región p a ra que em p ren d ieran la colonización en
g ran escala de las tierras altas y valles bolivianos, m ien tras él
regresaba al Cüzco. Así pues, un o s seis años después del comien­
zo de la conquista, la región an d in a que va del Lago Titicaca h a ­
cia el s u r fue por fin pacificada por los españoles.
La llegada de los españoles en 1532 p ara la definitiva co n ­
q uista del Perú en u n principio h abía pasado desapercibida en el
altiplano y valles al s u r del lago Titicaca; región rica en cam pe­
sinos, rebaños, la n a s y los productos alim enticios tradicionales
indios, no albergaba ni ejército ni el oro ni la plata ta n codicia­
dos por los españoles. Los centro u rb an o s de los reinos aym ara y
las colonias k ech u a s eran pequeños y relativam ente m enos de­
sarrollados que los cuzqueños. Por otra p arte, la región h ab ía
perm anecido profundam ente leal al b an d o de W ascar en la gue­
rra civil inkaica, por lo que al comienzo saludó con alborozo la
intervención hispán ica, co n sid erán d o la u n a victoria sobre s u s
enem igos. A c a u s a de e s ta lealtad , n in g u n o de los ejércitos
quiteños que tan to preocuparon a los españoles en los prim eros
años, perm aneció en la zona, por lo que no atrajo la atención
m ilitar española.
Sólo con la conquista en gran escala del Cuzco por obra de Pi­
zarro y su s seguidores en 1533 y la subsiguiente división real del
Perú, se enviaron expediciones form ales h acia el altiplano. La
p rim era de ellas e sta b a co m an d ad a por Diego de Almagro (el
com petidor de Pizarro en pos del título sobre los territorios m e­
ridionales), atrav esan d o la región en 1535 con u n n u m ero so

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contingente de tro p as inkaicas leales a W ascar bajo la dirección
del h erm ano de M anku Inka, Paullu Inka, quien m a n ten ía es­
trechos vínculos con los reinos aym aras. La expedición atravesó
rápida y pacíficam ente el extrem o occidental del altiplano por
el río D esaguadero, dirigiéndose luego por el lago Poopó, cru zan ­
do después los A ndes y llegando a Chile.
Pero Almagro y s u s seguidores concentraron su atención ante
todo en Chile y, luego, en u n a larga y am arga gu erra civil con la
familia Pizarro por el control del Cuzco. Así pues, quedó en m a­
nos de Francisco Pizarro (quien ahorcó a Almagro a com ienzos
de 1538) em prender el poblam iento definitivo de la región al s u r
del lago Titicaca que los españoles llam arían C harcas. En la se­
gu n d a m itad de 1538 los dos h erm an o s de Pizarro. H ernando y
Gonzalo, hicieron su en trad a por la p arte m eridional de la cor­
dillera oriental, a sen ta n d o dos núcleos de im portancia; el p ri­
m ero y m ás decisivo fue la Villa de C h u q u isaca (Hoy Sucre), en
u n valle de su b p u n a den sam en te poblado, en el extrem o m eri­
dional de la cordillera; el segundo fue u n pequeño cam pam ento
m inero en Porco, hacia el oeste de la Villa de C huquisaca, en ple­
n a zona m ontañosa.
Con la fundación de estas dos poblaciones españolas, por fin
com enzó el poblam iento de la región de C h arcas, u n o s cinco
años después de la cap tu ra del Inka en C ajam arca. Si bien C har­
cas era u n a región apetecible en cu an to a indios y m in as se re­
fiere, los españoles al comienzo estuvieron dem asiado ocupados
en aseg u rar el control efectivo de la parte baja del Perú y en lu ­
c h a r entre ellos p ara p re sta r atención a esta región m eridional.
E sta relativa indiferencia, sin em bargo d aría u n giro de 180°
cuando algunos de los m ineros de Porco descubrieron las betas
de plata m ás ricas del continente en la zona cercana que p asaría
a llam arse Potosí en 1545. Así, en el cénit de la últim a g u erra ci­
vil hispano — p eru an a de im portancia, en la que Gonzalo Piza­
rro tra ta de desafiar al Virrey de nom bram iento real, el Cerro
Rico fue descubierto en Potosí, progresando la fiebre m inera. En
cuanto Gonzalo Pizarro fue derrotado en la zona costeña p e ru a ­
na, las autoridad es de Lima enviaron u n a nueva expedición a la
región de C harcas, que en 1548 aseguró el eje C huquisaca — Po­
tosí — Cuzco con la creación de la Villa crucial de La Paz, en el
corazón de la región aym ara. La Paz se convirtió rápidam ente
en u n im portan te centro com ercial y de tran sb o rd o , así como
u n a población de m ercado agrícola de im portancia.
Pero sería C h u q u isaca la que iba a d em o strar ser la pobla­
ción fronteriza dinám ica de la nueva región ch aq u e ñ a. M ien­
tras que tanto Potosí como La Paz se con cen traro n hacia dentro

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p a ra el desarrollo de s u s regiones locales, C h u q u isac a fue la
zona en que se p rep araro n v arias expediciones im p o rtan tes h a ­
cia las regiones nor-orientales argentinas, en to m o a T ucum án.
De hecho, d u ran te las próxim as d écad as siguientes C huquisaca
trató de convertir a T u cu m án y a las poblaciones sep ten trio ­
nales argentinas en u n a región satélite suya. A unque acabó p er­
diendo el control adm inistrativo en favor de Santiago de Chile;
sin em bargo, C harcas hizo de la región septen trio n al arg en tin a
u n a región económ icam ente dependiente, m ediante la estrech a
participación de la últim a en la econom ía m in era altiplánica.
E n tretan to el bullicio fom entado por Pizarro desde el n o rte h a ­
cia el s u r se había topado con otra corriente de signo contrario,
procedentes de otro grupo español que arran ca b a de las lejanas
regiones orientales de la zona del Río del Plata. A m ediados de la
década de los año s tre in ta los españoles, por fin, poblaron el
puerto fluvial de A sunción, sobre el río Paraguay; los em p resa­
rios locales, decidiendo que su fu tu ra riqueza se podía conseguir
en las tierras interiores orientales, se dedicaron a explorar toda
la región chaqueña. E n 1547 u n grupo paraguayo h abía atrave­
sado con éxito el Chaco y a com ienzos de la década de los años
c u are n ta a sen ta b a avanzadas p erm an en tes en la región de Chi­
quitos y Mojos, cerca de las estribaciones A ndinas. C hocando
rápidam ente con la oposición de los av en tu rero s de Lima y el
Cuzco, los conquistadores paraguayos se vieron finalm ente for­
zados a acep tar como frontera las tierras b ajas y, d esp u és de va­
rias expediciones, se establecieron en la región de S an ta C ruz a
fines de la década de los añ o s cin cu en ta, fu n d an d o por fin la
población de S an ta C m z de la Sierra en 1561, con tro p as p a ra ­
guayas.
E n los añ o s s e s e n ta los lím ites ex tern o s de la fro n tera
ch aq u eñ a quedaban, pues, plenam ente definidos. Los p a ra g u a ­
yos h ab ían abierto u n a ru ta a las tierras altas y aseguraron u n as
pocas poblaciones estratégicas, que m an ten ía n débiles com uni­
caciones con el sudeste. Pero era u n a región fronteriza, llena de
indios hostiles y sem inóm adas, sin n in g u n a clase de m etales y
escaso s cam pesin o s agricultores sed en tario s, todo lo cu al de­
m o stró se r poco a tra y e n te p a ra el p o b lam ien to h isp án ico .
Además, los Chiriguano, Toba y otros grupos de indios del Chaco
y de las tierras b ajas ad ap taro n rápidam ente su sistem a de gue­
rra al de los esp añ o les, logrando m a ta r a m u c h o s soldados
e s p a ñ o le s. E s ta m ism a fro n te ra h o stil in d ia o rie n ta l y
su d o rien tal a veces se am pliaba h acia el oeste y h a b ía n indios
sem inóm adas que con frecuencia in terru m p ían los lazos de co­
m unicación con el s u r hacia la región tu cu m an a, ta n esenciales,

— 49 —
y por ta n to hacia los pueblos atlán tico s del río de la Plata. La
región de lla n u ra s de- las tierras b ajas del G ran C haco fue u n a
fro n tera ta n violenta que hicieron falta los m isio n ero s y for­
tin e s p e rm a n e n te s p a ra m a n te n e rla co n tra las trib u s que la
poblaban; incluso a fines del período colonial todavía seguía in ­
dependiente del control español directo.
D entro del territorio ch aq u eñ o poblado, la orientación fu n ­
dam ental fue, pues, norte — sur. Al convertirse el centro m inero
de Potosí en u n a de las razones fu n d am en tales de la p resencia
española en la región de C harcas, el abastecim iento de e sta s m i­
n a s con anim ales y equipo fue la razón de ser de las poblaciones
del noreste argentino. Al m ism o tiem po, C h u quisaca llegó a ser
el centro adm inistrativo de Potosí y s u m á s cercano núcleo de
abastecim iento agrícola. La Paz servía al m ism o tiem po como
principal eslabón u rb an o que enlazaba Potosí con la c arretera
que iba a A requipa, Cuzco y Lima y, por tan to , p o r m a r h a s ta
E sp añ a y se convirtió en sí m ism a, en u n centro im portante de
abastecim iento en m ano de obra y m ercancías p a ra las m inas.
A unque éstas fu eran el principal objetivo de los españoles, la
región de C harcas a b u n d ab a en aquel otro recurso ex traordina­
rio ta n lim itado en América: la m ano de obra india. Las re ­
giones del Cuzco y La Paz eran las zonas cam pesinas indias m ás
densam ente pobladas del Perú y los españoles ten ían conciencia
de la riqueza potencial de este recu rso escaso. D ejando las tie­
rra s en m anos de los cam pesinos indios, tra ta ro n de proseguir
los esquem as de dominio inkaico m ediante el gobierno indirec­
to. Así se m antuvo a los ayllu y a la nobleza local — los ku raka, o
caciques como a veces los llam aban los españoles— fueron ra ti­
ficados en s u s derechos. A cambio, los bienes y servicios que a n ­
terio rm en te ib an al gobierno inkaico y a la religión e statal,
ahora fueron encam inados exclusivam ente a los españoles. Las
com unidades indígenas cam pesinas q u ed aro n divididas en d is­
tritos y éstos a su vez, en encom iendas. El beneficiario de estos
im puestos, llam ado encom endero, era u n español que h ab ía de
pagar la instrucción religiosa o, en otro caso, preocuparse por la
aculturación de los indios según las norm as hispánicas; a cam ­
bio de ello se le concedía el derecho sobre la m ano de obra y los
b ien es p roducid o s localm ente por esto s indios. Tales conce­
siones eran la m ayor fuente de riqueza p articu lar que h ab ía de
existir en el Perú del siglo XVI, dándose a u n porcentaje m uy
pequeño de conquistadores españoles. Así pues, la concesión de
las encom iendas dio lugar a u n a nobleza española local en todo,
m enos en el nom bre. En realidad, los encom enderos se convir­
tieron en la autoridad gobernante de aquellas regiones y tenían

— 50 —
a su disposición u n a considerable m ano de obra. A unque se tra ­
ta b a de u n sistem a sum am ente explotador, la encom ienda se b a­
sa b a fundam entalm en te en la idea de la conservación de la so­
ciedad y gobierno indios preexistentes.
D entro de la región C h arq u eñ a h acia m ediados del siglo XVI
h abía u n a s ochenta y dos de tales encom iendas, de las que vein­
tiu n a ab arc ab an m á s de mil indios cad a u n a. Si bien el total de
los encom enderos ch arq u eñ o s era pequeño com parado con los
292 de sólo la región A requipa - Cuzco por el m ism o período,
esta últim a región poseía sólo catorce encom iendas de m á s de
1.000 indios cad a un a. Así pues, los encom enderos de C harcas,
au n que en u n núm ero m ucho m enor, tendieron a ser m á s acau ­
dalados y poderosos en prom edio que s u s colegas de la región
m eridional p e ru a n a actu al. El prom edio de la s en com iendas
Cuzco — A requipa contaba con u n o s 400 indios, m ien tras que el
prom edio de las encom iendas ch a rq u e ñ a s doblaba aq uella ci­
fra, es decir, ten ía u n o s 800 indios. Tam bién este grupo de la
élite de encom enderos ch arq u e ñ o s era relativam ente nuevo o,
por lo m enos, hab ía m ilitado con los g rupos an tip izarristas d u ­
ran te las varias g u erras civiles, p u es hacia la década de los años
sesen ta la inm ensa m ayoría de ellos h ab ía conseguido s u s enco­
m ien d as de los Virreyes de Lima. P robablem ente p o r en tonces
los encom enderos vivieron su cénit, m ás de la m itad de los enco­
m enderos se encontraba ya en la segunda generación y la corona
h ab ía logrado a rre b a ta rle s u n a s veinte en com iendas p a ra su
provecho.
Si bien la organización de la vida ru ral ch arq u eñ a h ab ía se­
guido u n o s principios h isp án ico s b a s ta n te b ien establecidos,
que rem o n tab an a C ortés y a la conquista de México, la creación
de u n a fuerza de trabajo m inera eficaz resu ltab a algo nuevo; en
el Perú fueron surgiendo todo u n conjunto nuevo de in stitu cio ­
n es p a ra extraer la m ano de obra india p a ra las m inas. Aquí los
españoles lo in ten taro n todo, desde la esclavitud h a s ta el tra b a ­
jo asalariado, p ara term in ar estableciendo u n sistem a de tra b a ­
jo forzado rotativo en tre u n a g ra n ca n tid a d de p o b lacio n es
indígenas. Pero p a ra sistem atizar esta m a q u in aria y tam bién
resolver los problem as gubernativos en la zona ru ral era n ecesa­
rio reform ar totalm ente la ley y costum bres locales. E sta fue, en
efecto, la ta re a que correspondió al g ran Virrey de Lima, F ra n ­
cisco de Toledo, quien realizó la visita de C h arcas d u ra n te el
período de 1572 — 1576, en el tram o cen tral de su gobierno
v irre in a l.
Las reform as to led an as significaron u n g ran viraje en la or­
ganización social y económ ica del Imperio castellano en C h ar­

— 51 —
cas. E nfrentado con varios problem as de envergadura. Toledo
decidió reorganizar el esfuerzo español a la luz de las n ecesida­
des reales y de las exigencias coloniales. T am bién intentó legiti­
m a r m á s eficazm ente la explotación, vinculándola con el siste ­
m a organizativo p reexistente inkaico. P ara em pezar, Toledo se
enfrentó con dos problem as cruciales en la zona de organización
ru ral y económica. Por u n lado, los españoles h ab ían tratad o de
co n serv ar cu an to pud iero n la población y el gobierno preexis­
tentes, con el fin de obtener los m áxim os beneficios con los cos­
tos m enores. Pero las enferm edades europeas que trajero n con­
sigo diezm aron a los indios de las tie rra s b a ja s y afectaron
gravem ente tam b ién a la población altiplánica. P ara los añ o s
se te n ta resu ltab a claro que to d as las regiones del Perú hab ían
pasado por dism inuciones graves de la población desde el co­
m ienzo de los co n q u istad o res y que este diesm am iento p ro se­
guía. Así pues, la encom ienda ya no era u n a in stitu ció n ta n re­
m u nerativa financieram ente como antes.
En segundo lu g ar la corona h ab ía inform ado a Toledo de su
hostilidad a c re a r u n a nobleza española colonial local b a sa d a
en las encom iendas, b u scan d o p resio n ar a la élite p ara que re­
n u n ciara a esta institución y permit iera que las poblaciones in­
dias p a s a ra n de nuevo al control real como aldeas de “propie­
d ad ” real. Pero a u n aq u í Toledo se en fren tab a con el problem a
de m an ten er las poblaciones aldeanas, a la vista de su constante
explotación y de su descenso demográfico. P ara él la ú nica solu­
ción consistía en reorganizar las b ases social y económ ica de la
vida andina. A tal fin decidió “red u cir” los indios a ald eas fijas
perm anentes, tratan d o de convertir al resto de los a y llu en co­
m unidades concentradas. El modelo que empleó era, evidente, la
com unidad agrícola m editerránea; pero en las tierras altas las
com unidades se com ponían de m uchos a y llu , todos los cuales
poseían colonos en diferentes regiones ecológicas. La m eta de
Toledo fue obligar a estos ayllu altiplánicos a desvincularse de
s u s colonias por u n lado y por otro a reagruparse en poblaciones
m ayores m á s perm anentes, con tierras fijas y contiguas, que p u ­
d ieran se r ad m in istrad a s y g rav ad as con m ayor facilidad. Así
pues, el modelo de com unidad indígena procede de la época de
Toledo; a p esar de la rápida creación de n u m ero sas reducciones,
costó por lo m enos u n siglo consolidar s u s reform as. Se puede
ver en las cifras que im plicaba el volum en m asivo de u n a opera­
ción como la de la cam p añ a de reducciones. E n un o s cinco dis­
tritos tom ados como m u estra (de los m uchos de que se com ponía
C harcas por entonces), 900 com unidades que im plicaban m ás de
129.000 indios fueron reducidas a sólo 44 pueblos. M ientras que

— 52
con an terio rid a d a e s ta “congregación” de indios s u s ald eas
te n ía n u n prom edio de 142 p erso n as, la política reduccional de
Toledo creó pueblos con u n a s 2.900 p erso n as cad a uno. G ran
cantidad de estos pueblos “reducidos” creados por Toledo fueron
ab an d o n a d a s y m u c h a s de las co m u n id ad es b ajas y v allu n as
n u n ca lograron ser sep arad as eficazmente de s u s a y llu s n u clea­
res altiplánicos, p u es los indios lucharon, p a ra co n serv ar de la
d estrucción, su sistem a interregional ecológicam ente diverso.
Pero en conjunto, el sistem a creado por él acabó siendo dom i­
n an te en los Andes.
E n o tro s p u n to s Toledo tuvo éxito m á s in m ed iatam en te.
Q uebró el poder de los encom enderos y limitó la m ayoría de las
encom iendas a tre s generaciones, con lo que se lograba recon­
q u ista r p a ra la corona el control directo sobre las poblaciones
indias. A dem ás, sistem atizó el trib u to con que a p a rtir de ahora
los indios bajo control real h a b ría n de co n trib u ir a la corona. A
p a rtir de entonces las com unidades indias libres h ab ría n de p a­
gar la m ayoría de s u s im puestos en efectivo, m ás que en especie.
E sta m edida sistem atizó la e stru c tu ra trib u ta ria india, generali­
zando a todos la u n id ad trib u taria , p u es las variaciones no se
b a s a b a n en el valor m ercantil cam biante de las m ercan cías re­
colectadas por los cobradores fiscales, sino en alg ú n principio
convenido con la cap acid ad relativa de pago de los indios. Se
hizo corresponder el m onto del trib u to a la cantidad y calidad de
tierra que poseían los indios.
E s ta ap a re n te racionalización de la e s tru c tu ra fiscal en el
últim o térm ino dem ostró se r u n a g ran arm a que forzaba a los
indios a integrarse en la econom ía colonial. Como sólo se podía
conseguir dinero vendiendo bien es en los m ercados españoles,
en los que se cam biaba el dinero por b ien es y servicios, los in­
dios o b ien te n ía n que en tre g a r los b ien es exigidos p o r los
españoles o habían de ofrecer su m ano de obra a cam bio de sala­
rios en ese m ercado. A fin de cu en tas, acabaron haciendo am bas
cosas. Se producía trigo y telas especialm ente producidas de cara
al m ercado urbano; p roductos tradicionales eran llevados p ara
su venta a los nuevos centros u rb an o s españoles. Los indios de
com unidades libres tam b ién acu d ían a la d em an d a de los agri­
cultores, m ercaderes y artesan o s españoles p ara el trabajo de la
cosecha, estacio n al o incluso tem poral, q u ien es v en d ían esa
m ano de obra en los m ercad o s esp añ o les a cam bio de dinero.
A unque los m e rc ad o s tra d ic io n a le s de tru e q u e de b ie n e s
in d íg en as sig u iero n fu n cio n an d o en el P erú, en p a rtic u la r
m ie n tra s p ersistió el im perativo ecológico de p ro d u c ir dife­
ren te s cosechas, g ran p arte de la población cam pesina india se

53 —
vio forzada a in g resar en el m ercado m onetario creado por los
españoles. Así, la necesidad de dinero p ara p ag ar los im puestos
reales dem ostró se r u n g ran factor p a ra in teg rar d u ales que se
desarrollaban en la región C harqueña.
Así como Toledo había de reorganizar la e stru c tu ra d u al de la
sociedad ch arq u e ñ a, tam b ién pudo reo rd en ar im p resio n an te­
m ente su econom ía m inera. Desde 1545 h a s ta com ienzos de la
década de los sesen ta, Potosí h ab ía producido u n a can tid ad de
p la ta siem pre m ayor, convirtiéndose ráp id am en te en la fuente
p articu la r m ás rica de este m ineral del m undo. Pero este creci­
m iento se b a sa b a en la extracción de yacim ientos superficiales
que contenían u n a ley extrem adam ente alta y que se refinaban
fácilm ente por medio de los procesos tradicionales precolom bi­
n o s de fundición. Pero cu an d o esto s yacim ientos superficiales
desaparecieron y fue creciendo la m inería de galería y fue b ajan ­
do la pureza del m ineral, los costos de fundición su b iero n y su
productividad decayó. Así, cu an d o Toledo llegó al altiplano en
1570, la in d u stria m inera se en co n trab a en plena crisis, con u n
decaim iento de la producción, preocupándose desesperadam ente
la corona por conservar este recurso enorme.
Toledo atacó el problem a potosino en varios fren tes. Ante
todo en 1572 introdujo el proceso de am algam ación, por el que el
m ineral de plata se sep arab a de los dem ás m etales m ediante la
am algam a con m ercurio. De u n golpe quebró el control indio de
la fundición, reem plazando m á s de 6.0 0 0 indios fu n d id o res al
aire libre por uno s pocos cen ten ares de ingenios g ran d es de re­
finam iento, controlados por españoles y accionados por energía
hidráulica. P ara aseg u rar el abastecim iento de m ercurio que n e ­
c e sita b a n los m ineros potosinos, Toledo tam b ién organizó la
m in a real de m ercurio de H uancavelica, en la p arte b aja del
Perú, que a p artir de entonces se convirtió en el único ab astece­
dor de m ercurio p ara las m in as del altiplano.
P ara en ca rar el problem a del control gub ern am en tal de la in ­
d u stria m inera y el problem a clásico del co n trab an d o y la eva­
sión Toledo tam b ién creo u n a casa Real de M oneda en Potosí,
exigiendo que toda la plata extraída y refinada en la Villa fuera
convertida en b a rra s y m oneda en aquella casa. En ella la coro­
na se quedaba con el quinto de la producción, así como con los
dem ás im puestos de m onedaje. A dem ás ah o ra que el m ercurio
pasaba a ser u n a necesidad fundam ental p ara la extracción de la
plata, la corona estableció el monopolio que no sólo le dab a u n a
g an an c ia sobre u n producto de p rim era n ecesidad, sino que
ad em ás le perm itía ev alu ar la producción real, cerran d o así la
puerta a la evasión fiscal. R egistrando la corona to d as las com ­

54 —
p ra s de m ercurio, los propietarios de los ingenios, llam ados azo-
gueros, ten ían dificultad de em barcar plata no am onedada o que
no hubiera pagado los im puestos, p u es la am algam a de m ercurio
en general se realizaba en u n a proporción b a sta n te fija. Así, se
conocía la producción potencial de plata de todos los azogueros.
Toledo ta m b ién estableció el código m inero fu n d a m e n ta l­
m ente. Ratificó las p rete n sio n es reales clásicas al m onopolio
sobre las riquezas del subsuelo, exigiendo que los m ineros paga­
ran el quinto de su producción por el uso de u n a propiedad real.
Por o tras parte, el registro de las preten sio n es y derechos en el
uso de galerías y otros a s u n to s técnicos tam b ién fue objeto de
legislación por p arte de Toledo. El establecim iento de no rm as
legales era especialm ente im p o rtan te en Potosí, a c a u s a del
ca rá c te r extrem adam ente complejo de la propiedad m inera. A
diferencia de o tras zonas m in eras del Nuevo M undo, el carácter
concentrado de las b e ta s argentíferas en u n a inm ensa m o n tañ a
de m ineral daba lu g ar en Potosí, a u n a m u ltitu d de galerías s u ­
perpuestas. Ningún m inero poseía m á s que u n a s pocas bocas de
m ina que conducían a u n a de las in n u m erab les b etas de plata,
utilizando num ero so s propietarios diferentes galerías, pero tr a ­
bajando con frecuencia u n a m ism a beta. E n 1585 había alrede­
dor de 612 m inas de propiedad individual en el Cerro Rico, repre­
sentando cada u n a de ellas u n a galería diferente. La necesidad de
elaborar n orm as p ara d eterm in ar la propiedad de las b e ta s era
esencial p ara evitar u n perm anente conflicto arm ado.
Por fin y lo m á s im portante de todo, Toledo resolvió la c u e s­
tión de la m ano de obra p ara los m ineros. La m inería de galería
era u n a em presa su m am en te costosa, siendo la m ano de obra el
factor m á s caro de todo el proceso. C o n stru ir y m a n te n e r u n a
galería adecuadam ente co stab a tan to como c o n stru ir u n a cate­
dral. Por otra parte, las enorm es cantidades de agua que se nece­
sita b a n p a ra poner en m ovim iento la s p ied ras de m oler en los
procesos de fundición, acab aro n exigiendo la co n stru cció n de
u n a com plicada serie de rep resas y de u n a s veinte lag u n as artifi­
ciales, cuyo costo total se calculó en la ex traordinaria su m a de
m ás de dos m illones de pesos. Según los salarios pagados a la
m ano de obra libre en las m in as d u ran te la década de los años
setenta, resu ltab a evidente que sim plem ente no había suficiente
capital disponible p ara proseguir con la m asiva producción m i­
nera que la corona deseaba conservar. Como ya estab a reorgani­
zando las com unidades ru rales y sistem atizando su e s tru c tu ra
fiscal, Toledo dio u n paso m ás y decidió recu rrir al sistem a de
tra b a jo forzado precolom bino, llam ado m il a, p a ra o b te n er
m ano de obra forzada con destino a las m inas de Potosí.

— 55 —
Como abastecedores de la m il'a se designaron u n a s dieciséis
provincias que escalo n ab an entre Potosí y el Cuzco, en la zona
altiplánica. E n ellas u n a séptim a p arte de los ad u lto s varones
habían de quedar sujetos al servicio de u n año en las m inas, tra ­
bajando sólo u n a vez cad a seis años. E sto proporcionaba u n a
fuerza de trabajo an u al de u n o s 13.500 hom bres, la que a su vez
se dividía en tres grupos de m ás de 4.000 cada uno. Estos últimos
grupos trab a jab an de u n a forma ro tato ria tre s se m a n a s y d es­
c a n s a b a n o tras tres, m an ten ien d o así u n ab astecim ien to p e r­
m a n e n te de m an o de obra y al m ism o tiem po se les d ab a
períodos de descanso. Si bien los m ineros q u ed ab an obligados a
pagar a los m it'a y u q k u n a u n pequeño salario, éste no llegaba a
cu b rir n i siquiera las necesidades p ara su sub sisten cia. De h e­
cho, las com unid ad es de m il'a y u q k u n a n ece sitab an ab aste cer
de alim ento a s u s obreros, así como m a n ten er a las fam ilias de
s u s m it'a y u q k u n a au se n te s y p ag ar su traslado a las m inas. La
m ayor parte de los alim entos y la coca que se co n su m ían en las
m in as la pagaban, a su vez, los propios obreros. Así, de u n solo
golpe entre la m itad y dos tercios de la fuerza de trabajo m inera
la corona la proporcionaba a los propietarios de m in as a un o s
precios extrem adam ente bajos, lo que estim uló en g ran m an era
la producción.
La introducción del proceso de am algam a con m ercurio, la re­
glam entación de la e s tru c tu ra legal m inera, el abastecim iento
de m ercurio y la satisfacción de las necesidades de m ano de obra
de los m ineros a costo m uy bajo, todo tuvo su im pacto en la in ­
d u stria que se elevó en la segunda m itad de la década de los se­
te n ta y el fam oso auge de Potosí prosiguió, alcanzando la pro­
ducción de plata niveles extraordinarios en tre la década de los
setenta del siglo XVI y la de los cincuenta del siglo XVII.
H abiendo resuelto los problem as de la organización ru ral y la
reorganización de la in d u stria m inera, Toledo en to n ces se de­
dicó a los problem as del poblam iento hispánico de la región. Si
bien las fro n tera s de C h arcas e s ta b a n ah o ra bien definidas,
h ab ían m u c h a s regiones interiores que todavía no h ab ían sido
plenam ente explotadas por los colonos. Así pues, Toledo favore­
ció toda u n a nueva ola de poblam ientos españoles. La m ás im­
portante de estas nuevas poblaciones prom ovidas por Toledo fue
la Villa de Cochabam ba, fundada en 1571. S ituada en el corazón
de u na am plia serie de valles de su b p u n a, C ochabam ba tam bién
se convirtió en la población central p ara el control de los indios
K echua y vallunos. T am bién se convirtió ráp id a m en te en la
región m ás productora de trigo y maíz de C harcas, vinculándose
estrecham ente con el m ercado potosino d u ran te el siguiente si­

— 56 —
glo de crecim iento económico. Toledo tam bién integró m ejor la
región an d in a m eridional con la fundación de la Villa de Tarija
en 1574. Como C ochabam ba, estab a situ ad a en anchos valles de
su b p u n a densam en te poblados con cam pesinos indios. Por fin,
p ara ase g u ra r la frontera oriental contra los C hiriguano, Toledo
estim uló el poblam iento de la Villa de Tom ina en 1575.
E ntre el poblam iento final de las fronteras y de las villas in­
terio res, el crecim iento de la n u ev a in d u s tria m in era y la
integración de la an tig u a b ase agrícola indígena a la española
nueva. C harcas llegó a ser uno de los centros m ás ricos del nuevp
im perio castellan o de América. S u s d en sas poblaciones de in ­
dios sed en tario s proporcionaron u n a m ano de obra a p a re n te ­
m e n te in a g o ta b le , m ie n tr a s s u s m in a s p a s a b a n a se r
ráp id am en te reconocidas como la principal fuente de p lata de
América, sino de todo el m undo, en la época. Así, la corona no
tardó en fu n d a r u n gobierno viable y sem iautónom o p ara con­
tro la r el destin o de e s ta región y g a ra n tiz a r su a d h esió n al
im perio.
M ientras que Lima y el Cuzco siem pre h ab ían deseado dom i­
n a r las tierras altas m eridionales, de hecho todas las rebeliones
d u ran te la fam osa época de las g u erras civiles, dem ostraron que
C harcas podía a c tu a r fácilm ente como u n factor independiente
y m uy peligroso. A reg añ ad ien tes las au to rid ad es lim eñas, por
tanto, tuvieron que acep tar la creación de u n poder sep arad o y
poderoso, bajo la su p rem a au to rid ad virreinal en la zona m eri­
dional del Lago Titicaca, esta decisión llevó en 1559 a la crea­
ción de u n a audien cia independiente, a se n ta d a en la Villa de
C huquisaca. La audiencia de C harcas dem ostraría ser u n a de las
pocas audiencias cread as en el nuevo m undo con autoridad ju d i­
cial y al m ism o tiem po poder ejecutivo. El presidente de la a u ­
diencia, tam bién ju ez, se convirtió así en la au to rid ad ad m in is­
trativa y ejecutiva principal de la región.

P ara contro lar a la m inoría de la población u rb an izad a y oc­


cidental, la audiencia elaboró u n sistem a de gobierno m uy p are­
cido al que existía en E sp añ a con anterioridad a la conquista. Se
crearo n gobiernos m u n icip ales b a sa d o s en el sufragio libre de
los vecinos, dotados estos gobiernos de am plios poderes. E xten­
diéndose s u s lím ites jurisdiccionales h a sta el interior ru ral, en
los prim eros días fueron los principales concesionarios de enco­
m iendas, controlaron los m ercados locales y aten d iero n la ju s ­
ticia local y los poderes policiales. E n cad a población principal
h a b ía n ta m b ié n fu n cio n a rio s reales, que ib an d esd e u n a
au to iid a d ejecutiva llam ad a corregidor (a com ienzos del siglo

— 57 —
XVII había u n o s cu atro corregim ientos españoles), h a sta u n a se­
rie de oficiales reales cuya ta re a consistía en co b rar los im pues­
tos sobre el comercio y la producción. A p esar de la presencia de
funcionarios reales, esto s gobiernos locales am erican o s llega­
b a n a ser m ás representativos de los in tereses y n ecesidades de
la élite local que de E spaña.

Las área s ru rales contenían m á s del 90% de la población, de


la que — con excepción de u n 10% — todos eran cam pesinos in ­
dios m onolingües. P ara ellos los españoles p rep araro n u n com ­
plejo siste m a de gobierno indirecto. Toledo en s u s reform as
h a b ía g aran tizad o la au to n o m ía local a los n u ev o s pueblos
“congregados” o “red u cid o s”, com enzando a d esarro llarse a n i­
vel local u n gobierno complejo de anciano de la com unidad. Ele­
gidos form alm ente por los originarios (Miembros an tig u o s de la
com unidad), e sta s ad m in istracio n es locales e s ta b a n co m p u es­
ta s de rep resen tan tes de todos los a yllu locales que com ponían
la com unidad y te n ían a su cargo la división y distrib u ció n lo­
cales de tierra y la recaudación de todos los im puestos. Este m is­
mo gobierno tam bién m an ten ía la iglesia de la com unidad local
y patrocinaba las fiestas dedicadas a la celebración del san to p a­
trono de la com unidad. E stos gobiernos com unitarios, au n q u e
aparentem ente elegidos seg ú n el estilo hispánico, con to d a pro­
babilidad prosiguieron las p rácticas an terio res a la conquista,
seleccionando a los ancianos m á s experim entados y m á s afortu­
nados p ara representarlos. E stos hom bres tuvieron la tendencia
de ser sum am ente conservadores, siendo los m á s ancianos y los
m ás responsables de la com unidad. Por su parte, las autoridades
reales los hicieron responsables de todo, desde el m an ten im ien ­
to de la paz local h a s ta la función esencial de proveer los im ­
p u esto s y la m ano de obra de la m it'a. M ientras las exacciones
sobre la com unidad, s u s m iem bros las consideraron razonables,
tal gobierno de ancianos en cabildos y bajo s u s líderes locales (o
jila k a ta ) dem ostró se r u n b alu arte de estabilidad conservadora;
pero cuando estos dirigentes se convencieron que las exacciones
de s u s excedentes p a sa b a n los lím ites aceptables, ellos m ism os
dem ostraron ser el m á s poderoso de s u s enemigos, p u es podían
convocar a toda la com unidad en su apoyo. Las inum erables re­
beliones in d ias en el período posterior a Toledo, n u n c a fueron
asu n to s individuales desorganizados, sino esfuerzos de toda la
com unidad, exclusivam ente dirigidos por s u s ancianos. Esto ex­
plica el fenómeno frecuentem ente extraño de rebeliones lim ita­
das a u n a s pocas com unidades locales fácilm ente definidas, sin
afectar a su s vecinos.

— 58 —
A dem ás, estos gobiernos com unitarios con el tiem po com en­
zaron a servir no sólo como u n a institución de gobierno y direc­
ción, sino tam bién como u n medio de redistribución in tern a de
recu rso s dentro de la com unidad. E n fren tad as a u n medio am ­
biente hostil y am en azan te (tanto ecológicam ente como por la
explotación económica), las com unidades no podían perm itirse
u n a diferenciación in tern a apreciable entre s u s m iem bros com ­
ponentes originales. Por tan to , surgió u n sistem a com plicado de
“em pobrecim iento ritu a l” en m u ch as de estas com unidades: en
v irtud de ella se redujeron considerablem ente las distinciones
en riqueza por medio de la dispersión forzosa de los ah o rro s de
s u s m iem bros m ás afortunados o dotados. Sólo se escogía a los
agricultores afo rtu n ad o s p a ra los cargos de la je ra rq u ía civil o
religiosa que com ponían el gobierno com unitario local, exigién­
doseles g a sta r considerables su m as de dinero y gran can tid ad de
tiempo en el desem peño de s u s cargos anuales. E n especial, en el
aspecto religioso de s u s obligaciones, cargos o deberes se les obli­
gaba a p a tro c in a r las fiestas religiosas locales que exigían el
gasto de s u s ahorros. A cam bio del gasto del tiem po, alim ento,
bebida y dinero, los an cian o s afo rtu n ad o s eran recom pensados
con honor y poder local. Pero por lo general reducían ah o rro s de
toda la vida, con lo que te n d ía n —m ed ian te lodo el proceso
ritu a l— a reducir su patrim onio al nivel general de la co m u n i­
dad. Tal sistem a aseg u rab a que n in g ú n m iem bro originario de
la com unidad con acceso a la tierra dom inara a los dem ás y acu ­
m u lara u n a ventaja que p u d iera p oner en peligro la n atu raleza
com unaria de la propiedad y la integridad de la m ism a. El ejer­
cer cargos civiles y religiosos y el em pobrecim iento ritu al fue un
m odelo general de u n sistem a com pleto que no estuvo to ta l­
m ente e n acción en todos los lu gares ni en todos los tiem pos.
Como verem os, tam poco impidió que su rg ieran grupos de indios
sin tierras que vivían en las com unidades: pero p ara los m iem ­
b ro s con tierras, cu an d o funcionó eficazm ente, contrib u y ó a
im pedir que el funcionam iento del m ecanism o norm al de m er­
cado destruyera la unidad com unal.
D u ran te la m ayor p arte del período colonial tam b ién existió
en las zo n as ru rale s u n grupo de nobleza india local conocido
con el nom bre de k u ra k a , que ju g ó b ásicam en te la m ism a fu n ­
ción que h ab ía tenido bajo los Inka. G eneralm ente los k u r a k a
te n ían a su cargo v arias ald eas y, en c u a n to nobles locales,
ten ían recurso a s u s propias propiedades privadas dentro de va­
rias com unidades, así como los derechos a m ano de obra de la
com unidad y a u n a determ inada can tid ad de otros recu rso s le­
gales. A cam bio de ello, los k u r a k a h a b ía n de p ro teg er la

— 59 —
religión y costum b res locales de los m iem bros de la com unidad,
rep resen tarlo s form alm ente an te las au to rid ad es coloniales y
a c tu a r de am ortiguador entre los cam pesinos locales o s u s jila-
k a ta y la s au to rid a d e s esp añ o las. La su y a era u n a posición
trágicam ente difícil, no sólo por que el k u r a k a era u n te rra te ­
niente y explotador de la m ano de obra, sino porque él m ism o
su fría u n a p e sa d a trib u tació n p o r p a rte de las au to rid a d e s
esp añ o las y h ab ía de g aran tizar el cum plim iento de todos los
im puestos locales y las obligaciones de la m it'a. N aturalm ente,
se apoyaba en los j ila k a ta p ara llevar a cabo e stas exigencias en
las com unidades locales; pero él, s u s tierras y su s bienes eran en
últim o térm ino la g aran tía en caso de que no se reca u d ara por
completo los im puestos o no se entregara la totalidad de la m ano
de obra. Así, a lo largo de los tre s siglos de gobierno colonial
español, la clase noble indígena local poco a poco iría h u n d ié n ­
dose a cau sa de las exigencias españolas y acabaría quedando re­
ducida al rango cam pesino si se quedaba en el campo, o absorbi­
da en las clases m edia o alta si escapaba a las ciudades. Además,
toda la in stitu ció n acab aría desapareciendo como fuerza real­
m ente eficaz en la g ran rebelión de T upaq A m aru de 1780, en la
que los k u ra k a ju g a ro n u n papel organizativo ta n decisivo.
Por m á s indirectos que fueran s u s principios de gobierno, los
españoles co n tro lab an en últim o térm ino el sistem a por esta
razón dividieron to d as las zonas rurales, de la m ism a forma que
las u rb an as, en corregim ientos ru rales bajo el control de au to ri­
dad es reales llam ad as corregidores de indios. E stos fu n cio n a­
rios m al pagados ten ían bajo su responsabilidad el cobro de los
im puestos y la salida de la m ano de obra de su distrito; p ara co­
b rarse s u s servicios podían obligar a s u s súbditos indios a com ­
p ra r m ercancías que im portaban a las zonas rurales. Las v entas
forzadas de prod u cto s españoles a la s com unidades indias de­
m ostraron ser u n a fuente enorm e de riqueza y corrupción de es­
tos funcionarios, convirtiéndolas en objeto de odio p erm an en te
de parte de las poblaciones locales indígenas.
Por fin, p a ra a s e g u ra r la le alta d al estad o ta n to de los
españoles como de los indios recientem ente evangelizados, la
corona patrocinó vigorosam ente la im plantación de la religión
católica en C harcas. Con la llegada de los prim eros colonos en
1538 había llegado el clero secular p ara aten d er las necesidades
de los conquistadores e iniciar la conversión de los indios. Estos
eclesiásticos secu lares se vieron acom pañados rápidam ente por
m isioneros religiosos de to d as las principales ordenes de Amé­
rica: dom inicos, franciscanos, agustinos, m ercedarios y, al cabo
de u n o s tre in ta añ o s, je su íta s . La dirección p a ra to d a e sta

60
actividad procedía del Cuzco y, en el últim o térm ino, de Lima.
Pero este sistem a cam bió en 1552 con la creación del prim er
obispado de la región y nom bram iento de su prim er prelado. Lle­
vando el nom bre de la Plata, tuvo su sede en la Villa de Chuqui-
saca, donde al cabo de u n a década tam bién se instaló la real a u ­
diencia. La creación de u n a au toridad eclesiástica autónom a fue
crucial en-la form ación de u n centro colonial independiente en
C harcas.
E ntre tanto toda la iglesia p eru an a se preocupaba por la evan-
gelización. En 1555 com enzó u n a serie de concilios p eru an o s,
cuyos resultados fueron u n a serie de instrucciones al clero regu­
lar y secu la r p a ra el proceso evangelizados El segundo concilio
de ellos, celebrado en 1561, m andó que los textos catequéticos
fu e ra n trad u c id o s al k ech u a, m ie n tra s que el te rc er concilio
(1582 - 1583), por fin, dispuso que tam bién se p reparara todo u n
bloque de m ateriales en aym ara. El resultado fue la publicación
de la prim era obra en aym ara, h ech a en Lima en 1584. En las
prim eras décadas del siglo XVII los je su íta s Ludovico Bertonio y
Diego de Torres Rubio publicaron u n a gram ática y diccionario
extensas. Esto sucedía casi u n a generación después de la publica­
ción de catecism os, g ram áticas y diccionarios k ech u a s, obra
tam b ién em prend id a por diferentes m isioneros. D ado el p re ­
dominio del kech u a, incluso en C harcas, este com ienzo tardío
del aym ara resu lta com prensible; pero esto significaba que cada
vez m á s el kechua se convertía en u n a lengua franca, im pulsada
por los m isioneros, incluso en las zonas altip lán icas trad icio ­
nales ajan aras y valles adyacentes. E sta preocupación tem p ran a
del Bajo Perú por la evangelización k ech u a ay u d a a explicar la
desaparición de to d as las lenguas que no fu eran el ay m ara o el
kechua en los valles de su b p u n a después de la conquista, que en
la m ayoría de los casos sería reem plazada por el k ech u a dom i­
n an te, traído por los m isioneros.
En otros aspectos, la iglesia no se quedó a trá s en introducirse
en las poblaciones aym aras. Ya 1582 el obispo de La Plata había
concedido a los kuraka de C opacabana el derecho de fu n d ar u n a
cofradía en hono r a la Virgen en este centro religioso tradicio­
nal aym ara del lago Titicaca. El san tu ario construido allí en h o ­
nor a la Virgen de C opacabana, ju n to con el san tu ario dedicado a
la S an ta Cruz co nstruido por la m ism a época en C arabuco, se
convirtieron en sím bolos sincréticos vitales del proceso evange­
lizados En realidad, la im agen de la Virgen de C opacabana llegó
a se r el símbolo religioso cen tral indiscutido de la región. E sta
creación de las form as exteriores de cristian ism o no significa
que la religión an terio r a la co n q u ista d esap areciera ni que el

— 61
clero tuviera u n éxito universal con la ev an g elizaro n de los in­
dios. La existencia de encom iendas p rivadas en la m ayoría de
las zonas h a s ta fines del siglo XVI impidió el acceso directo a los
indios e incluso con la división de C h arca s en ju risd iccio n es
propias de las diferentes órdenes m isioneras, siem pre h u b o m e­
nos clero disponible del que se necesitó. Ahora cada pueblo red u ­
cido y an tig u o poblado co n ta b a con u n tem plo, a u n q u e la
m ayoría de los indios sólo ra ra vez veían a u n sacerdote. De esta
form a las creencias tradicionales, en especial las que se relacio­
n a b a n con la familia y el trabajo, en gran m edida se m an tu v ie­
ron, siendo ta m b ién sistem áticam en te protegidas por lo s jtía -
k a ta y los k u r a k a locales. El cristianism o se hizo se n tir en las
m áxim as esferas de la religión estatal y en orden cosmológico
m ás amplio. La m ejor prueba de este cam bio se puede en co n trar
en la decadencia progresiva de la rebeliones a n ticristian as a lo
largo del siglo y en su reem plazo a fines del siglo XVII por las re­
beliones im p u lsa d a s p o r el sim bolism o c ristian o m esiánico,
que al m ism o tiem po era p ro fundam ente católico y totalm ente
antihispánico. Ya no h ab ía n los w 'a q a locales ni objetos reli­
giosos com unitarios (generalm ente piedras) que se invocaran en
apoyo d u ran te los com bates contra los españoles odiados; ah o ra
se invocaba a la Virgen Morena de C opacabana p ara que guiara a
los Aymara y K echua contra s u s opresores blancos.
Que la creencia total cam bió poco tam bién se pone en eviden­
cia en las visitas p asto rales e investigaciones inquisitoriales de
fines del siglo XVI y com ienzos del siglo XVII, que d em u estran
que en las curacio n es, en las actividades relacio n ad as con la
plantación y cosecha y con todos aquellos su ceso s vinculados al
robustecim iento de los lazos fam iliares de parentesco y del ayllu
local, p re d o m in a b a la c ree n cia y p rá c tic a relig io sa p re ­
h ispánica, p racticad a con frecuencia por sacrista n es de la igle­
sia cató lica local. M ien tras que el alto clero m á s celoso y
consciente tra tó de d e stru ir estas creencias, la debilidad de su
núm ero y las preocupaciones por el m antenim iento del gobierno
indirecto g aran tizaro n fu n d am en talm en te la conservación de
las creencias locales, m ien tras no p u sieran en peligro la legiti­
m idad del cristianism o en su nivel estatal y social.
E n cu an to se refiere a la iglesia m ism a, prosiguió el período
de organización in tern a, que de alg u n a form a se ad ap tó a la
cam b ian te im p o rtan cia económ ica y social de C h arca s como
centro m inero d u ra n te el período posterio r a Toledo. E n reco­
nocim iento del crecim iento del distrito paceño como centro de
la civilización a ltip lá n ic a ay m ara, la co ro n a y el p ap ad o
crearon el nuevo obispado de La Paz en 1605, m ien tras que toda

— 62 — *
la zona fronteriza de las tierras b a ja s fue sep arad a, como zona
independiente, con la creación del obispado de S an ta C ruz aquel
m ism o año. P ara los m isioneros el trabajo con los cam pesinos
a y m a ra s y k e c h u a s perdió ráp id am en te algo de su atractivo
rom ántico, con lo que atrajo vigorosa actividad m isionera, en
p a rtic u la r en el siglo XVII, u n a serie de m isiones de la zona de
Mojos, en las cercan ías de S an ta Cruz y al s u r en el Chaco. La
elevación de S an ta Cruz a la categoría de obispado im pulsó esta
obra. P ara com pletar la organización colonial el obispado de La
P lata fue elevado a la categoría de arzobispado cu a tro añ o s
después, con la que La Plata se convirtió en la sede prim ada de la
iglesia ch arq u eñ a. La p reponderancia del centro adm inistrativo
ch u q u isaq u eñ o quedó finalm ente coronada con la creación de
u n a U niversidad en aquella Villa en 1624. Así C h arca s podía
ah o ra g ra d u a r a su propio clero en todos s u s grados superiores,
en 1681 este centro fu ndam entalm ente teológico pudo tam bién
conceder títu lo s ju rídicos, con lo que se convirtió en la in s titu ­
ción ju ríd ic a principal de todo el Río de La P lata y la zona del
Cono S u r h a s ta fines del período colonial.
Así pu es, con s u s b u ro cracias estatales e iglesia estatal, los
españoles consolidaron ráp id am en te el gobierno efectivo en las
zonas cam pesin as pobladas de C harcas. U nas seis poblaciones
principales de esp añ o les (La Paz, C h u q u isaca, Potosí, Cocha-
bam ba, S an ta Cruz, Tarija), e sta b a n s itu a d a s estratégicam ente
p a ra c o n tro la r in m e n so s h i n í e r l a n d s y d ifere n tes zo n as
ecológicas y económ icas. T am bién se crearon poblaciones fron­
terizas seguras, con u n a frontera m isionera eficaz en las tierras
b ajas orientales p ara im pedir que los indios sem in ó m ad as in ­
g resaran en las zonas pobladas; por fin, se introdujo u n com ple­
to sistem a de gobierno indirecto p ara con tro lar la s poblaciones
cam pesinas indias. Pero todos estos planes concebían a C harcas
esencialm ente como u n sistem a social, económ ico y político
dual. H abía de h a b e r u n a élite b lan ca de habla c aste lla n a y
o rien tació n occid en tal, m á s o m en o s d elim itad a se g ú n las
líneas de la clase p en in su lar b asad a en el nacim iento y el d in e­
ro; a su lado u n a inm ensa m asa cam pesina india autogobernada
pero plenam ente explotable, tam bién diferenciada en u n a clase
de cam pesinos y nobles, pero por lo d em ás influía poco en el
m undo de s u s conquistadores. En realidad, el proceso de co n ­
q u ista y el cará cter de los m ism os conq u istad o res poco a poco
iría ero sio n an d o este m odelo relativ am en te sim ple, crean d o
u n a m ezcla com pleja de n u ev as clases, c a sta s y grupos, tan to
d en tro del m u n d o indio ru ra l como en los cen tro s u rb a n o s
dom inados por los españoles.

— 63
E n prim er lugar, los esp añ o les trajero n consigo u n nuevo
conjunto de enferm edades europeas desconocidas p a ra los in ­
dios altiplánicos. Un sistem a de explotación b asad o en u n a
población de alrededor de u n m illón de cam pesinos, pronto re­
su lta ría que oprim ía sólo a la m itad de aquella cifra con los
m ism os im p u esto s; h acia fines del siglo p arec ía que cad a
generación de indios posterior a la conquista se fuera in m u n i­
zando a las nuevas enferm edades, sólo p ara sufrir de nuevo rei­
te ra d as epidem ias en ciclos de u n o s veinte años, epidem ias que
acab aro n h a s ta bien entrado el siglo XVII. A dem ás los 10.000
españoles que aproxim adam ente llegaron a la región ch arq u eñ a
fueron m ayoritariam ente varones, es decir, libres de las rígidas
restricciones fam iliares europeas, que h a b ía n dejado a trá s en
E spaña. Tam bién trajeron consigo u n núm ero casi igual de e s­
clavos negros africanos. El resultado fue la creación de u n grupo
racial nuevo de m u lato s y m estizos (llam ados cholos en Boli-
via). Así las pérdidas en la población india de alguna form a que­
d a ría n co m p e n sa d a s p o r u n grupo in term ed io racialm en te
am algam ado que com binaba el parentesco de indios y blancos y,
en m enor m edida, de blancos y africanos.
De hecho la co n q u ista tam poco creó como único sistem a el
orden social rígido intercam biable que h ab ía proyectado la co­
rona. De la m ism a forma que la com posición racial de la pobla­
ción iba cam biando lentam ente, tam bién lo hacía su e stru c tu ra
social. La base de todo el orden económico y social era el cabeza
de familia indio que tenía entre 18 y 50 años de edad, que era
m iem bro originario de su ayllu, con acceso directo a los d ere­
chos sobre la tierra. Este indio originario fue el pro d u cto r p rin ­
cipal en la econom ía ch arqueña, pagaba el im puesto básico del
tributo —que era equivalente de la obligación trib u taria de la en ­
com ienda que ahora recaudaba directam ente la corona— y era el
único som etido al im puesto del trabajo de la m it'a. A dem ás, los
originarios tam bién fueron los principales productores p ara s u s
propios k u ra k a , quienes seguían recaudando su propio tributo y
tam bién pagaban los im puestos a la iglesia local. D ada la base
de tierra y la provisión de m ano de obra que los españoles h ere­
daron originariam ente de los Inka, el reclutam iento de origina­
rios no fue excesivo y pudieron soportarlo fácilm ente a cau sa de
las g ran d es can tid ad es de tales originarios disponibles en cada
com unidad.
Pero el colapso dem ográfico de la población india provocó
u n a contracción de la clase originaria, sin n in g ú n alivio consi­
guiente de las exacciones de su producción excedente. Las p re­
siones sobre los originarios no cesaro n de au m e n ta r a lo largo

— 64 —
de dos siglos de decadencia demográfica. El resultado de ello fue,
por u n a parte, el abandono de las com unidades en g ran escala;
por otra parte, la pérdida m asiva de la condición de originario
por parte de los indios. S u p u esta la gran cantidad de abandonos
de la com unidad y la política de nuevas fundaciones co m u n ita­
ria s bajo Toledo y s u s su ceso res, apareció ráp id a m en te u n a
población cam pesin a flotante. Llegando como em igrantes a las
antiguas com unidades o como recién llegados a las nuevas, estos
forasteros —a veces llam ados tam bién agregados— conseguían
u n o s derechos m enores sobre la tierra o sim plem ente n in g u n a
tierra, sino que se lim itaban a in stalarse como trab ajad o res sin
tierra en la parcela de los originarios al cam biar de rango acaso
perdieron entonces s u s tierras, pero tam bién se independizaron
de to d as s u s obligaciones fiscales. H asta el siglo XVIII los foras­
teros no tuvieron que p ag ar el trib u to ni estuvieron sujelos 3 la
m it'a .
Las m ism as presiones dem ográficas y económ icas que dieron
lugar a los forasteros, tam b ién crearo n u n grupo en teram en te
nuevo de indios que no pertenecía a n in g u n a co m unidad libre,
sino que vivía en las propiedades de los españoles. A m edida que
el valor de las encom iendas fue declinando y la corona obligó a
su renuncia, los colonos acaudalados encontraron fuentes alter­
n ativ as de riqueza en la pro d u cció n agrícola d irecta. Con el
descenso de las poblaciones indias y la reorganización co n sta n ­
te de las com unidades, m u ch a tierra, de las zonas tradicionales,
quedó disponible p ara la explotación privada. E sta s tie rra s fue­
ron ráp id am en te ab so rb id as por los españoles m á s ricos, s u r ­
giendo u n a nueva clase: la de los hacendados. Al principio co n ­
siguieron su m ano de ob ra de en tre la población flotante de
sirvientes indios llam ados y a n a k u n a : pero pronto los españoles
se dieron c u e n ta que los an tig u o s originarios se m o rían por
trab a jar en las propiedades de los colonos a cam bio del u su fru c ­
to de u n a parcela de tierra. A dem ás, los españoles no hicieron
nada por d estru ir la e stru c tu ra del a yllu , que en las h acien d as
funcionaba como en las com unidades. Si b ien el térm ino y a n a
procedía del im perio inkaico y al comienzo de la época colonial
se refería a aquellos trab ajad o res sin conexiones con el a y llu o
sin tierra, concedidos a los nobles dirigentes a otros fu n cio n a­
rios por el Inka en calidad de servidores o casi esclavos, a fines
del siglo XVI aquel térm ino llegó a significar sim plem ente tr a ­
bajador sin tierra. Los conq u istad o res prim itivos acaso utiliza­
ron algunos y a n a k u n a precolom binos, pero esta nueva clase de
y a n a k u n a procedía fu n d am en talm en te de la fuerza de trab ajo
expulsada por la ru in a de com unidades m á s tradicionales.

— 65 —
A unque las h acien d as se d esarrollaron con rapidez a p a rtir
de la segunda m itad del siglo XVI, pronto alcanzaron u n límite
en su crecim iento cu an d o las com unidades libres se estabiliza­
ron, en la segunda m itad del siglo XVII. Esto dio lugar al fin de la
prim era época de la expansión de la hacienda. P ara entonces
h ab ían h acien d as por todas las tierras altas y en la m ayoría de
los valles de su b p u n a, au n q u e sólo absorbía aproxim adam ente
u n tercio de la fuerza laboral indígena de toda la región de C har­
cas. Las co m u n id ad es libres siguieron siendo la form a dom i­
n an te de organización social y de tenencia de tierra en la zonas
ru rales, absorbiendo tres c u a rta s p artes del cam pesinado indio.
Pero a diferencia de las co m u n id ad es y a y llu hom ogéneos del
período an terio r a la co n q u ista, las co m u n id ad es in d ias libres
del siglo XVII ab arc ab an dos clases diferentes: los m iem bros ori­
ginarios con tierras y s u s fam ilias y los forasteros llegados pos­
teriorm ente (que gozaban de m enores derechos a la tierra y e sta ­
b a n obligados a cum plir p restaciones laborales en favor de los
originarios). Si b ien la s co m u n id ad es seg u ían siendo todavía
en tid ad es corporativas co n tro lad as p o r s u s m iem bros y, a su
vez, poseían el título suprem o sobre las tierras p ara todos ellos,
ahora incluían u n o s ciudadanos de la segunda clase que, de h e­
cho, re p re se n ta b a n la m ayoría de s u s m iem bros en la m ayor
parte de los casos. Pero estas diferentes categorías no eran fijas
ni inm utables. Hubo m u ch o s originarios que en curso del tiem ­
po renunciaron a s u s derechos y se convirtieron o en yq.naku.na
en las h acien d as de los colonos o forasteros en o tras co m u n i­
dades. Asimismo, h u b o y a n a k u n a que con relativa facilidad
ascendieron al rango de forasteros. Sólo el ingreso al rango de
originario dem ostró se r difícil, p arecien d o que sólo p o r m a ­
trim onio existía la posibilidad p a ra q u ien es no h a b ía n nacido
en aquel rango.
E ste cam bio y movimiento en las zonas ru rale s fue tam bién
acom pañado por u n a in ten sa m igración interregional del cam ­
po a las ciudades. A los indios originarios que cum plían el servi­
cio de la m il'a en Potosí con frecuencia les pareció difícil o poco
atractivo volver a s u s com unidades de origen, por lo que m uchos
se tran sfo rm a ro n en obreros libres asala riad o s o “m ín g an o s”
en la región m inera. M uchos indios originarios tam b ién deci­
dieron a b an d o n a r su vida ru ra l por com pleto, traslad án d o se a
las poblaciones españolas. E stas poblaciones de varios m iles de
h a b ita n te s com enzaron ráp id am en te a llenarse de indios, que
cum plían todas las ta re as de trabajo u rbano y que llegaron a ser
el factor dom inan te en la clase trab a jad o ra u rb an a. H ablando
sim u ltá n e a m e n te s u s le n g u as n ativ as y el castellan o , estos

66
n u e v o s i n d io s u r b a n o s c o n f r e c u e n c i a a b a n d o n a r o n s u i n d u m e n ­
t a r i a t r a d i c i o n a l y e m p e z a r o n a v e s t i r e n u n a a d a p ta c ió n d e l e s ­
tilo h i s p á n i c o , al t ie m p o q u e c o n s u m í a n a lim e n to s d e o r ig e n
e u r o p e o t a le s c o m o e l p a n . S e c o n v i r t i e r o n e n c h o lo s u r b a n o s ,
a u n q u e s u a s c e n d e n c i a e r a p u r a m e n t e i n d ia . L a d e s ig n a c ió n d e
in d io , c h o lo y b l a n c o p e r d i ó , p u e s r á p i d a m e n t e s u c o n te n i d o
b i o ló g i c o , c o n v i r t i é n d o s e e n c a t e g o r í a s c u lt u r a l e s o d e " c a s ta
s o c ia l" , d e t e r m i n a d a s p o r f a c t o r e s e x t r í n s e c o s t a le s c o m o el
id io m a , e l v e s ti d o y e l c o n s u m o d e a l i m e n to s . T a m p o c o la é lite
e s p a ñ o l a m e s t i l a n t e e s t u v o i n m u n e a t a l e s c a m b i o s , d a d o q u e el
c o n c u b i n a t o y e l n a c i m i e n t o e x t r a m a t r i m o n i a l s e c o n v ir t ie r o n
e n la n o r m a y lo s f r u t o s b a s t a r d o s c o n a s c e n d e n c ia m u ltir r a c ia l
a s c e n d í a n a la m i s m a c la s e d e la é li te , j u n t a m e n t e c o n lo s ku-
raka c a s t e l l a n i z a d o s q u e s e c o n v i r t i e r o n e n m ie m b r o s d e la s
c la s e s t e r r a t e n i e n t e s l o c a le s .
E l r it m o d e l c a m b i o s o c ia l e n B o l i v i a e s tu v o i n f l u e n c i a d o
p o r f a c t o r e s n e g a t i v o s t a l e s c o m o l a d e c a d e n c ia d e m o g r á f i c a
y la e x p lo t a c i ó n d e la m it’a. P e r o e l i m p r e s i o n a n te c r e c im i e n t o
e c o n ó m i c o q u e a f e c tó a t o d a l a r e g i ó n d e s p u é s d e la s r e f o r m a s
d e T o le d o ta m b ié n se h i z o s e n tir . E l p r i m e r a u g e m in e r o d e la
d é c a d a d e lo s c u a r e n t a y c i n c u e n t a h a b í a s id o e s p e c t a c u l a r , p e ­
ro re s u lta b a se r in s ig n ific a n te e n c o m p a ra c ió n c o n el c re c im ie n ­
to m a s i v o e n la s e x p o r t a c i o n e s d e p l a t a d e l g r a n a u g e d e l p e ­
r ío d o 1 5 7 0 - 1 6 5 0 . D u r a n t e e s t e p e r í o d o , P o t o s í s ó lo p r o d u jo
m á s d e l a m it a d d e la p l a t a d e l N u e v o M u n d o , s ie n d o i n d is c u ti ­
b l e m e n t e la f u e n t e i n d iv i d u a l d e m in e r a l m á s i m p o r ta n t e d e l
m u n d o . E l i m p a c to d e P o t o s í e n E u r o p a y e n s u c o m e r c i o c o n
A s i a f u e m u y im p o r ta n t e . P a r a E u r o p a la p l a t a d e P o t o s í i n f l u ­
y ó p r o v o c a n d o la t e n d e n c i a d e la r g o p l a z o h a c ia e l a u m e n t o e n
lo s p r e c i o s . A s i m i s m o e n s u c o m e r c i o c o n A s ia . E u r o p a p o r fin
p o d í a a u m e n t a r e n g r a n m e d i d a s u s i m p o r ta c io n e s d e b ie n e s
a s iá t ic o s , g r a c i a s a s u c a p a c i d a d d e e q u i l i b r a r la b a l a n z a c o m e r ­
c ia l, q u e h a s ta e n to n c e s h a b í a s id o n e g a t i v a , m e d i a n te e l p a g o
c o n p la ta p o to sin a .
P a r a C h a r c a s e l c r e c i m i e n t o d e P o t o s í e n la s e g u n d a m i ­
t a d d e l s ig l o X V I f u e t o d a v í a m á s t r a u m á t i c o q u e p a r a E u r o p a .
L a u b i c a c ió n d e P o t o s í e n e l c e n t r o d e l a r e g ió n c h a r q u e ñ a , e n
u n a z o n a á r i d a y p o b r e p a r a l a a g r i c u l t u r a y l a g a n a d e r ía , s ig n i ­
f ic ó q u e t o d o lo q u e s e n e c e s i t a b a e n la s l a b o r e s m in e r a s , d e s ­
d e lo s a l i m e n t o s y la s h e r r a m i e n t a s , h a s t a lo s a n im a le s y la m a ­
n o d e o b r a , h a b í a d e s e r i m p o r t a d o . E s t a n d o s u s m i n a s ta n l e ­
j o s d e ! m a r ta m b ié n e r a n e c e s a r i o o r g a n i z a r u n c o m p l e j o s is t e ­
m a d e c o m u n i c a c i ó n que h a b i l i t a r á t a n t o la s im p o r ta c io n e s eu­
r o p e a s c o m o la s e x p o r t a c i o n e s d e p l a t a r e f i n a d a . A s í, la s t a r ­

— 67 —
d í a s v i n c u l a c i o n e s e n t r e e l s e c t o r e x p o r t a d o r y lo s m e r c a d o s l o ­
c a l r e g i o n a l e i n t e r n a c i o n a l f u e r o n e x te n s a s . E l c r e c im i e n t o d e la
V illa d e P o t o s í y d e s u i n d u s t r i a m i n e r a s e d e ja r ía s e n t i r d e s d e
e l n o r te d e l a A r g e n t i n a h a s t a e l s u r d e l P e r ú , e n c u a n to u n a i n ­
m e n s a z o n a d e a b a s t e c i m i e n t o e c o n ó m i c o q u e d ó i n te g r a d a a l
m e r c a d o p o t o s i n o . A s i m i s m o lo s m e r c a d e r e s , c o m e r c i a n te s y
c a r g a d o r e s d e L i m a , A r e q u i p a , C u z c o y L a P a z lle g a r o n a j u g a r
u n p a p e l v ita l e n l a v i n c u l a c i ó n d e la s m in a s d e P o t o s í y d e su
é li te s a t é l i t e c h u q u i s a q u e ñ a c o n e l m u n d o e x te r io r .
E l c re c im ie n to d e P o to s í d e s d e u n p o b la d o d e u n o s p o c o s
c e n te n a r e s d e e s p a ñ o l e s y s u s t r a b a j a d o r e s in d io s a u n a p o b l a ­
c ió n c a l c u l a d a e n t r e 1 0 0 .0 0 0 y 1 5 0 .0 0 0 h a b i t a n te s a c o m ie n z o s
d e l s ig lo X V I I , t u v o u n i m p a c to p r o f u n d o e n e l c r e c im i e n t o y
p o b l a m ie n t o d e o t r a s r e g i o n e s d e la s tie r r a s a lta s . C o c h a b a m b a
y s u s v a lle s a d y a c e n t e s s e c o n v ir t ie r o n e n g r a n d e s p r o d u c to s d e
m a íz y t r i g o p a r a lo s m e r c a d o s d e P o t o s í; e l c r e c im i e n t o d e la s
h a c ie n d a s e n a q u e ll a s z o n a s f u e ta n r á p i d o y p o d e r o s o , q u e la s
c o m u n i d a d e s lib r e s r á p i d a m e n t e q u e d a r o n m a r g in a d a s a u n a
p o s ic ió n m in o r it a r i a r e g i o n a l. A d e m á s d e e ll o , la s e x ig e n c ia s d e
m a n o d e o b r a y la r u i n a m u y t e m p r a n a d e l o s ayllu y c o m u n i d a ­
d e s , s ig n i f ic ó q u e C o c h a b a m b a s e c o n v e r t i r ía e n la z o n a in d ia
m á s c h o l i f i c a d a y b i l i n g ü e d e to d o C h a r c a s . S i b i e n e l k e c h u a s i­
g u ió s ie n d o la l e n g u a m á s p r e d o m i n a n t e e n e l v a lle , la le n g u a y
c u lt u r a c a s t e l l a n a s e e x t e n d i e r o n r á p i d a m e n te . M u c h o s d e lo s
c a m p e s in o s a g r i c u lt o r e s s e c o n v ir t ie r o n e n b ili n g ü e s y a b a n d o ­
n a ro n la m a y o r p a r t e d e s u c u l t u r a i n d ia t r a d i c i o n a l p a r a a d o p ta r
u n a n u e v a n o r m a c u lt u r a l m e s t iz a , q u e s u r g ió s in p la n if ic a c ió n
e n tr e lo s d o s g r u p o s a n ti g u o s d e c o n q u is t a d o r e s y c o n q u is ta d o s .
E n e l o tr o e x t r e m o , e l c r e c i m i e n t o d e l a m i n e r í a p o t o s i n a
c o n d u j o a l a e x p a n s i ó n d e l a c u l t u r a a y m a r a e n lo s v a lle s o r ie n ­
ta le s c o n o c i d o s c o m o Y u n g a s , m e d i a n t e e l d e s a r r o ll o d e la s n u e ­
v a s z o n a s d e p r o d u c c i ó n d e c o c a . M i e n t r a s q u e l a m a s t ic a ­
c ió n d e l a h o j a d e c o c a h a b í a s id o u n a f u e n t e i m p o r ta n t e d e e s ­
t im u la n t e s e n l a d i e t a d e la n o b l e z a i n d i a a n t e r i o r a la c o n q u i s ­
t a y p o r t a n to , la p l a n t a n a t i v a h a b í a s id o d o m e s t i c a d a d e s d e
m u c h o a n te s d e la l l e g a d a d e lo s c o n q u i s t a d o r e s , a h o r a su u s o
p a s a r í a p o r u n a t r a n s f o r m a c i ó n i m p o r ta n t e . D e s t r u i d o e l a p a r a ­
to e s ta ta l i n k a i c o , d e s p u é s d e la c o n q u i s t a , la m a s t ic a c ió n d e la
c o c a s e e x t e n d i ó a t o d a s la s c la s e s y lo s e s p a ñ o l e s se d ie r o n
c u e n ta c o n r a p i d e z q u e s e t r a t a b a d e u n c o n s u m o d e a b s o lu t a n e ­
c e s i d a d p a r a lo s m i n e r o s q u e t r a b a j a b a n e n la s m in a s d e p la ta
s itu a d a s a g r a n a lt u r a . A s í p u e s l a d e m a n d a y p r o d u c c i ó n d e c o ­
c a a u m e n t ó e n o r m e m e n t e d e s p u é s d e l a c o n q u i s t a y lo s c e n tr o s
tr a d i c i o n a l e s e n t o r n o a C u z c o y a n o b a s t a b a n p a r a s a ti s f a c e r ta l

— 68 —
dem anda, especialm ente en ch arcas. Si bien la coca h ab ía sido
cultivada en los Y ungas cercanos a La Paz e incluso en la región
del C hapare, cerca de C ochabam ba, desde los tiem pos anteriores
a la conquista, su producción era m uy lim itada en la com para­
ción con la del Cuzco. Pero ah o ra la d em an d a so b rep asab a a la
oferta, con lo que sobre todo los Y ungas se convirtieron en el
centro fu n d am en tal de cultivo de coca en C harcas, que pronto
desplazó a la variedad cuzq u eñ a de los m ercados de los centros
m ineros. El aum ento de la producción y u n g u eñ a que no cesaría
de crecer a lo largo de todo el período colonial, significó que los
indios nóm adas de estos valles serían reem plazados por colonos
cam pesinos aym aras de las tierras altas y que este proceso de
poblam iento, iniciado en el siglo XVI, p roseguiría in in te rru m ­
pidam ente h a sta el siglo XIX. La colonización de Y ungas incluyó
esclavos africanos, que se ad o p taro n ráp id am en te a la cu ltu ra
dom inante, convirtiéndose en m onolingües ay m aras a fines del
período. Así, los y ungas, de ser zona con sólo colonos aym aras
dispersos, se convirtieron en u n a plaza fuerte de c u ltu ra to tal­
m ente aym ara, h a sta el p u n to de llegar a poseer u n a su b cu ltu ra
aym ara negra.
Potosí fue tam bién decisivo p ara el desarrollo de la región tu-
cum ana, llegando a ser las hacien d as y estan cias del n o reste a r­
gentino los ab asteced o res fu n d am en talm en te de ín ulas, vino y
azú car del m ercado potosino, la región de Tarija fue u n a zona
im portante de abastecim iento de cereales, m ien tras que la s u b ­
región del valle de Cinti vivió el desarrollo de la ag ricu ltu ra de
regadío, en posesión m ay oritariam ente de m ineros potosinos,
que se convirtió en la fuente de vinos locales. Al norte de Potosí,
el altiplano fue el proveedor fu n d am en tal de m ano de obra, pro­
d u cto s alim enticios trad icio n ales p a ra co n su m o m inero y la
fuente de los inm ensos rebaños de llam as necesarios p ara tra n s ­
p o rtar la plata h a s ta la costa. Más allá del Lago Titicaca, las m i­
n a s de H uancavelica fueron las proveedoras exclusivas del m er­
curio vital para Potosí; en esta región tam bién se satisfarían las
dem an d as de m ano de obra de la m il'a; ad em ás llegaban a Po­
tosí pro d u cto s tropicales, vinos y otros p ro d u cto s de consum o
alim enticio ta n to de los v alles a lto s com o de lo s llan o s
costeños. Este enorm e comercio y m ovimiento de bienes y servi­
cios lo financió tan to la clase de m ercaderes de Potosí como de
Lima. De hecho, la últim a parece h ab er sido la fuente fundam en­
tal de capital, financiando el movimiento de la m ayor p arte de
las m ercancías desde el norte h acia Potosí y parece h a b e r con­
trolado exclusivam ente todo su com ercio in tern acio n al h a s ta
m uy avanzado el siglo XVIII.

— 69 —
El auge y expansión de la segunda m itad del siglo XV tam bién
tuvo su im pacto en el posterior poblam iento y desarrollo en las
zonas in tern as de C harcas. Así, al fin del siglo la b ú sq u ed a de
yacim ientos m inerales fue in ten sa e in cluso las co m u n id ad es
altiplánicas m á s pobres d esarrollaron cierta actividad m inera.
Se lavaba oro en la región de S orata, en los valles cordilleranos
del noreste; y com unidades tales como Berenguela, al s u r del Ti­
ticaca, siguieron desarrollándose como u n pequeño pero im por­
ta n te ce n tro m inero. Procedió de e n tre esto s m in ero s al-
tiplánicos a medio tiem po la iniciativa de poblar la región de los
indio Uru, al norte del lago Poopó. Toda la región del corregi­
m iento de Paria, (como se llam aba entonces) quedó llen as de
pequeñas m inas, pero en 1595 se descubrió la m ina m ayor de la
zona, cerca de la que sería la ubicación de Oruro. La m ina pasó a
llam arse S an Miguel, produciendo pronto in m en sas can tid ad es
de plata fina.
El resultado de este descubrim iento fue el encadenam iento de
u n a nueva fiebre de la plata entre los m ineros altiplánicos p ro ­
cedentes de casi todos los pequeños centros m ineros. Los m ine­
ros de la Región de Pacajes fueron los que ap o rtaro n el capital y
la experiencia p ara poner en explotación estas n uevas m inas; en
la p rim era década del nuevo siglo el cam pam ento m inero ya
co n ta b a con u n o s 3 .0 0 0 tra b a ja d o re s in d io s y 4 0 0 vecinos
españoles.
Sin concesiones reales p ara la m it a, los m ineros de O ruro —
como los de las dem ás p artes de estas regiones septentrionales —
tuvieron que apoyarse en la m ano de obra libre asalariad a. Co­
m enzaron ofreciendo salario s de cinco reales por jo rn a l a los
peones y m uy superiores de m á s de u n peso al día a los obreros
calificados. Tales salario s consiguieron a tra e r g ran d es c a n ti­
dades de m ano de obra india a las m inas, pero al m ism o tiempo
elevaron tan to los costos de la m ina de O ruro que la producción
sólo progresó lentam ente. En 1605 los m ineros locales creyeron
que el centro había llegado a te n er suficiente im portancia como
p ara conseguir rango oficial; d esp u és de la prolija negociación
se fundó form alm ente la Villa de S an Felipe de A ustria de Oruro
en la segunda m itad de 1606. A p artir de entonces h a sta la déca­
da de los añ o s ochenta, la ciudad fue creciendo con u n ritm o
rápido. En 1607 tenía 30.000 hab itan tes, de los que 6.000 eran
m ineros indios; en la década de los años seten ta la Villa alcanzó
su tam año máximo de u n a s 80.000 personas.
A p esar de este rápido crecim iento, O ruro n u n c a rivalizó en
poder con Potosí y su producción en el m ejor de los caso s no
su p eró u n a c u a rta p arle de la de aquella Villa Im perial. Con

— 70 —
todo, la Villa y s u s m in as adquirieron rápidam ente g ran signi­
ficación. Se convirtió en u n a p arad a de trán sito cru cial en la
ru ta Lima —A requipa —La Paz — Potosí por u n lado; por otro, en
el p u erto principal altiplánico de e n tra d a de los em b arq u es del
m ercurio fundam en tal. Como la vía m ás b a ra ta del m ercurio
producido en H uancavelica p ara Potosí era por m ar, desde Lima
h a sta el puerto de Arica y luego en m uía a las tierras altas, Oruro
se convirtió en la ciudad altiplánica m á s cercan a a aquel p uerto
de Arica. Así, pues, O ruro pudo asegurarse su m ercurio en u n a s
condiciones m ás favorables que Potosí, consiguiendo u n ingreso
im portante con la organización y financiam iento de los envíos
de m ercurio.
T an im portante como su situ ació n céntrica lo fue el d esarro ­
llo crucial de O ruro como el m ayor centro de m ano de obra m i­
nera libre de todo C harcas. M ientras s u s vetas de m inerales m ás
ricas persistieron (lo que sucedió h a s ta la segunda m itad de siglo
XVII), la s m in as o ru re ñ a s fueron el im án de obreros indios li­
bres de toda la región y m antuvieron altos por to d as p a rte s los
salarios, con am argas q uejas incluso de los m ineros potosinos.
Si bien los salarios m ás altos convirtieron la m inería de galería
en u n a em presa sum am en te costosa, sin em bargo dieron a los
indios u n a alternativa bienvenida a las condiciones m á s d u ra s
de Potosí. E sta com binación de factores llevó a la organización
de u n p o b la m ien to m á s p e rm a n e n te , co n v irtié n d o se r á ­
pidam ente la ciudad en u n a población chola an im ad a y de em ­
puje. T am bién dem ostró se r u n a de las ciu d ad es m á s ab ierta y
violenta, en la que los m estizos incluso alcan zab an los niveles
superiores del poder. O ruro se hizo famoso como u n lu g ar relati­
vam ente indóm ito y que g u stab a de la independencia política, lo
que en el siglo XVIII llevaría a v aria s rebeliones im p o rtan tes
an tico lo n iale s.
E n lo que se refiere a su im pacto regional, O ruro tuvo ten d en ­
cia a reforzar los rasgos de m ercado que ya venía induciendo Po­
tosí. T am bién se vio obligada a depender de la producción de
m ercurio de la zona baja peruana; tam bién sacó el núcleo de su
fuerza laboral de en tre los indios altiplánicos ay m aras. Como
Potosí, la m ayoría de s u s alim entos p ro ced ían de los valles
orientales, aunque en este p u nto O ruro incluso dependía m á s del
sistem a del valle cochabam bino cercano, que se convirtió en el
abastecedor individual m á s im portante de víveres tem plados y
sem itropicales. O ruro reprodujo b u e n a p arte del im pacto m er­
cantil de Potosí porque tam b ién e sta b a situ ad o en u n a zona
agrícola fu n d am en talm en te pobre y estéril, con lo que se veía
forzado a im portar la totalidad de s u s bienes alim enticios.

— 71 —
Con la estab ilizació n p erm a n en te de O ruro se c e rra b a el
período básico del poblam iento h ispánico en la tie rra s a lta s y
v alles o rie n ta le s p rin cip ales. A u n q u e en el siglo sig u ien te
crecería y se am pliaría la fro n tera m isionera de las tie rra s b a ­
ja s orientales, la zona n u clear ch arq u eñ a q u ed ab a plenam ente
definida a com ienzos del siglo XVII. A p a rtir de entonces h a s ta
fines del siglo XVII la s poblaciones esp añ o la y chola crecen
constantem ente, ju n to con u n descenso lento pero evidente de la
población india.
Es este u n período de extraordinaria expansión u rb a n a y de la
riqueza de C harcas, que se prolongó h a s ta fines del siglo XVII,
arrastran d o consigo u n auge cu ltu ral y artístico de envergadura.
P ues la riqueza que m a n ab a a ciudades tales de la región como
C huquisaca, Potosí, O ruro y La Paz condujo a u n a construcción
m asiva de tem plos y catedrales, con el crecim iento consiguiente
de las arte s plásticas.
D urante el prim er siglo posterior a la conquista los españoles
trajero n consigo a s u s a rtista s e ideas estéticas. E n el siglo XVI
predom inaron los a rtista s, arte sa n o s y arq u itecto s españoles,
italianos y flam encos, de los que m uchos eran sacerdotes. E n los
tem plos tuvo su m áxim a expresión la vida artística de la colo­
nia, p u es los europeos g a sta b a n con la m áxim a generosidad la
riqueza que sacab a n de las m inas y de los indios en la co n stru c­
ción y ornato de los tem plos. Un tem plo de tam año m ediano re­
quería decenios p ara su construcción y ornam ento: con frecuen­
cia era la construcción m ás costosa de toda la región. Un templo
o m onasterio grande podía absorber cen ten ares de m iles de pe­
sos y equipararse a los ingresos reales totales de u n a ciudad.
A n tes de 1600 la c o n stru c c ió n de tem p lo s y activ id ad
artística se concen traro n en la Villa de C huquisaca, capital a d ­
m in istrativ a y eclesiástica de C harcas. E n este prim er período
las influencias p red o m in an tes fueron eu ro p eas, p u es vinieron
directam en te de E u ro p a a rtis ta s m a d u ro s p ara em p ren d er la
construcción, p in tu ra y escu ltu ra que d eseab an los colonos. Los
eclesiásticos —traslad án d o se según las necesidades de s u s re s­
pectivas órd en es— resu ltab an ser los a rtis ta s m ás accesibles y
económicos que se tenía a m ano au nque a fines de ese prim er si­
glo com enzaron a llegar en g ran núm ero a rtis ta s seglares. Si
bien se en señ ab a a los indios los rudim entos de todas las artes
p lásticas (por doquier co n stitu ían la clase trabajadora), co rres­
pondió a los europeos proporcionar todos los m odelos, ideas y
técnicas iniciales. S upuesto el hecho de que la m ism a m etrópoli
era u n cen tro artístico de im p o rtan cia m u n d ial d u ra n te la
m ayor parte del siglo XVI y b u en a parte del XVII, ya se podía p re­

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decir que los estilos europeos m á s recientes —filtrados a través
de los intereses hisp án ico s— predom inarían en las colonias.
D u ra n te la prim era p arte del siglo XVI las n o rm as a rq u i­
tectónicas estuvieron dirigidas por los tem as e ideas ren acen tis­
ta s tradicionales, m ien tras que en las últim as dos décadas de si­
glo ya se p u ed e a d v ertir el crecim iento de la s in flu en cias
m u d éjares ¡ibéricas. En las a rte s plásticas las influencias fue­
ron m á s variadas, p u es los estilos italiano y flam enco de la épo­
ca tuvieron u n am plio im pacto en los a rtis ta s em igrantes. S u ­
p u esta la riqueza de C harcas, las ciudades del altiplano podían
recu rrir a los a rtis ta s m ás avanzados que llegaban a América y
pronto los tem plos de C h u quisaca estuvieron decorados por los
m ism os a rtis ta s que llevaban a cabo el florecim iento artístico
de Lima e incluso de Sevilla. El m ás destacado de estos a rtistas
prim itivos que tra b a ja ro n en C h arca s fue el je s u ita italiano
B ernardo Bitti, uno de los pintores m ás originales que trabajó
en América en el siglo XVI. Como rep resen tan te típico entre s u s
colegas, Bitti había m ad u rad o s u s ideas form ativas en E uropa,
siendo m uy influido por Miguel Angel; resid iría en todos los
principales centros de la población del virreinato p eru an o , d es­
de su llegada, en la década de los setenta, h a sta su m uerte en la
prim era década del siglo siguiente.
D u ran te los últim os decenios del siglo XVI el predom inio de
los a rte sa n o s europeos y blancos quedó desafiado por la ap a ri­
ción de los prim eros a rte sa n o s indios y cholos; la escu ltu ra fue
su prim er cam po de trabajo. Como desde el com ienzo predom i­
n a b a n entre los indios los talladores de m ad era y picapedreros y
fueron tra b a jad o res y a rte sa n o s indios los que realizaro n las
construcciones de los tem plos m ás im p o rtan tes bajo dirección
europea, re su lta b a n a tu ra l que com enzaran haciéndose se n tir
en la escultura. El m ás im portante de estos a rtis ta s indios p ri­
m itivos fue el escu lto r Titu Y upanki, de C opacabana. Form ado
por europeos en varias ciudades de C harcas, Y upanki se hizo fa­
moso por su estilo ta n original y por la im portante escu ltu ra que
realizó de u n a Virgen p a ra su población n a ta l de C opacabana,
que se convirtió en im agen venerada en toda la región. C om en­
zando con form as europeas, Y upanki derivó ráp id am en te hacia
su propio estilo y creó v arias piezas im p o rtan tes e innovadoras
p ara tem plos locales.
Al llegar el siglo XVII h u b o u n cam bio su til pero im portante
de influencias y orígenes en tre los a rtis ta s y a rte sa n o s de la
región. Con la can tid ad increíble de co n stru ccio n es religiosas y
civiles que se había producido, necesariam ente h ab ían surgido
talleres im portantes de europeos que h ab ían necesitado form ar

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artesan o s indios que les ay u d aran en su trabajo. U na vez form a­
dos, estos oficiales en co n trab an fácilm ente trabajo en el m erca­
do charqueño. Como p a ra co n stru ir y o rn am en tar p o r com pleto
u n tem plo se n e c e sita b a decenios, los a rte s a n o s m a e stro s
tendían a com enzar los proyectos, pasando después a otros y de­
ja n d o a s u s ay u d an tes indios que com pletaran s u s diseños; o
bien fallecían y h a b ía n de se r reem plazados p o r aquéllos. Así,
en el siglo XVI com enzaría a aparecer u n nuevo estilo criollo de­
sarrollado por a rtista s y arte sa n o s indios o cholos de la región.
M ientras que en el siglo XVI y prim era m itad del XVII la a r­
quitectura y las a rte s p lásticas p asaro n por u n auge decisivo, el
prim er siglo de dominio castellano no fue especialm ente fecun­
do p a ra las ta re a s intelectuales no artísticas. E n m u ch o s aspec­
tos seguía siendo u n a ru d a frontera m inera, dom inada por u n a
m entalidad de nuevos ricos. Así pues, quedaron en m anos de los
sacerdotes y funcionarios g u b ern am en tales las expresiones de
u n a “alta cu ltu ra ” intelectual; aquéllos, a su vez, estab a n fu n d a­
m en talm en te p reo cu p ad o s por la conversión y gobierno de la
población india. Dado el m ercado intelectual lim itado, C harcas
no consiguió la im p ren ta h a s ta fines del período colonial, por
los que s u s escaso s a u to re s se vieron obligados a en v iar s u s
obras a Lima o incluso a E uropa p ara im prim irlas.
F uera de las gram áticas y diccionarios de las lenguas aym ara
y kechua, la obra m á s im portante producida por u n escritor de
C harcas en el siglo XVI fue, sin d u d a, el tratad o de G obierno d el
Perú, que escribió el oidor de la audiencia de C harcas, el licen­
ciado J u a n de Matienzo, en 1567. La obra de Matienzo, an álisis
profundo de las condiciones y form as de gobierno locales indias,
tuvo u n a im portancia fu n d am en tal p ara d eterm in ar los rasgos
de las reform as toledanas. De la m ism a generación y clase como
M atienzo, fue el encom endero y licenciado J u a n Polo de Onde-
gardo. Interesado tam b ién en el gobierno y religión de los In­
dios, escribió v arias relaciones sobre los Indios del P erú en la
época pre-colom bina y post — conquista de g ran valor y p en etra­
ción. Pero si dejam os a u n lado a Matienzo, hubo en C harcas po­
cos escritores, si los hubo, en com paración con el grupo coetáneo
de etnógrafos y cro n istas del Cuzco y Lima. Los ch arq u eñ o s pro­
dujeron pocas obras de im p o rtan cia sobre los tiem pos preco­
lom binos, a diferencia de la extraordinaria producción de escri­
to res de las tie rra s b a ja s p e ru a n a s, ta n to de asc e n d e n c ia
h ispánica como india.
Los escritores esp añ o les de C h arcas se co n cen traro n , m ás
bien, en la segunda m itad del siglo XVI y prim era del XVII en es­
crib ir sobre su propia h isto ria p o sterio r a la co n q u ista. Los

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m isioneros escribieron las h isto rias de s u s respectivas órdenes
y provincias o las h isto rias de los tem plos locales; las m á s im­
p o rtan tes son las que refieren a C opacabana. Por fin, la prim era
de u n a serie fam osa de crónicas que se o cuparon de la historia
potosina, fue tam bién la m ás im portante de entre estos h isto ria­
dores primitivos: la R elación de Luis Capoche, escrita en 1585.
Los escrito res de C h arca s de este p rim er período colonial
m anifiestan, como rasgo m á s sobresaliente, u n interés por el de­
sarrollo p resen te y fu tu ro de la región. Fue éste tam b ién u n
período en el que se h ab ía producido u n a in ten sa colonización,
como reacción al nivel creciente de la producción de plata. Pero
la crisis de producción argentífera que comenzó a sen tirse en los
decenios cen trales del siglo XVII, tuvo u n efecto adverso sobre
las o p o rtu n id ad es económ icas, sociales y políticas de los em i­
g ran tes llegados m ás recientem ente. Este trasfondo de opo rtu n i­
dades en declive y de u n a creciente estratificación ayuda a expli­
car la serie de conflictos u rb an o s entre españoles, que se conoce
con el nom bre de “g u erras civiles” del siglo XVII.
El m á s im p o rtan te de esto s n u ev o s conflictos u rb a n o s se
había de producir en el m ism o corazón del sector exportador, es
decir, en la Villa Im perial de Potosí. Los com ienzos del siglo
XVII d em o strarían ser u n período de conflictos p articu larm en te
intensos entre m ineros y m ercaderes españoles por el control de
la in d u stria m inera, d isp u ta s que acab aro n conduciendo a u n a
guerra abierta entre los diferentes bandos. El m ás fam oso de es­
tos conflictos implicó u n a larga y prolongada serie de en fren ta­
m ientos violentos en tre los vascos y los dem ás esp añ o les (lla­
m ados genéricam ente “V icuñas”, a cau sa del tipo de vestido que
llevaban) por el control del gobierno m unicipal de Potosí. E sta
llam ada “g u erra civil” entre V icuñas y V ascongados tuvo lu g ar
entre 1622 y 1625; fundam entalm ente significó el in tento de los
V icuñas por desalojar a los Vascos del control sobre las m in as y
del cabildo. A p esar de la can tid ad de violencias, el n úm ero total
de m u e rto s fue relativam ente pequeño y el resu ltad o final fue
que los m ineros vascos tradicionales conservaron el poder.
Pero la creciente ten sió n entre españoles u rb an o s, que im ­
plicó lu ch as de poder de tipo sem ejante en m u ch o s de los otros
centros urbanos, era otro indicio de la gravedad de la larga deca­
dencia económ ica que com enzaba a sentirse en las décadas cen­
trales del siglo. Ya em pezaban a agotarse los recu rso s disponi­
bles y el acaparam iento de esto s recu rso s p o r grupos decisivos
significaba la elim inación de o p o rtu n id ad es p a ra los europeos
recién llegados pero sin contactos, que tam b ién d eseab an am a­
sa r su fortuna. Habiendo fracasado en su intento por desalojar a

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la s élites a trin c h e ra d a s en el co n tro l de m in a s e Indios, los
españoles recién llegados o m á s pobres em igrarían de C h arcas
d u ran te el próximo siglo, con lo que com enzaría u n a decadencia
de largo plazo en to d o s los p rin cip ales cen tro s u rb an o s. Así,
pues, el fin del prim er siglo de expansión económ ica Iría seguido
de período secular de depresión, que ten d ría profundos y prolon­
gados efectos tanto en el sector u rb an o como ru ral de la sociedad
y econom ía bolivianas.

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