El idioma estándar es un factor complejo y siempre varío del
sistema lingüístico y de la comunidad que lo usa. El enfoque
funcionalista postula que el mejor modo de dar cuenta de un objeto cultural como el lenguaje es en términos de sus funciones. Dentro del lenguaje hay una relación de interdependencia entre propiedades y funciones, que además interactúan con un conjunto de actitudes por parte de los hablantes. Garvin y Mathiot proponen definir que un idioma estándar es la forma codificada de un idioma, que es aceptada y que sirve de modelo a una comunidad relativamente grande. Según esto, el idioma estándar no se confunde con la lengua, se trata más bien de una versión de la lengua delimitada por la cultura: el proceso de estandarización afecta tanto a la lengua como a sus hablantes. Está sujeto a intervención abierta por parte de sus hablantes. El concepto de idioma estándar está más cerca del concepto de norma, los modos socialmente establecidos y culturalmente válidos de realizar las posibilidades abstractas del sistema. Las normas propias del lenguaje estándar (L.E) se caracterizan por su codificación explícita, la cual depende de factores sociales y culturales que no siempre aparecen en las comunidades lingüísticas. El concepto de codificación implica la intervención explícita en la lengua, el proceso está condicionado por los tipos de modelos de uso que operan efectivamente en cada comunidad. PROPIEDADES DEL IDIOMA ESTÁNDAR Los lingüistas praguenses distinguieron dos propiedades: intelectualización y estabilidad flexible. Pero la complejidad de las situaciones de idioma estándar sugiere que sin duda hay otras propiedades: arraigo y urbanización. Esto plantea la necesidad de diferenciar entre dos tipos de propiedades, propiedades estructurales y propiedades culturales. Intelectualización y estabilidad flexible son propiedades estructurales, y caracterizan al idioma estándar en cuanto sistema de signos, o sea, afectan la estructura misma de la lengua. Arraigo y urbanización se consideran propiedades culturales porque tienen que ver con el idioma estándar en su dimensión social y afectan a la comunidad hablante más inmediatamente que a la lengua. La propiedad estructural de intelectualización se refiere a la adaptación de la lengua, sobre todo el léxico pero también la gramática, reforzando el lado intelectual del hablar. Claridad, exactitud y evitación de ambigüedades son rasgos típicos de idiomas estandarizados. En el plano gramatical, la intelectualización significa que ciertos procesos deben codificarse con gran precisión, afecta a la estructura gramatical de la lengua estándar al realzar una especie de transparencia al nivel de la oración. La propiedad de estabilidad flexible está relacionada con la capacidad intrínseca que tienen las lenguas de cambiar y al mismo tiempo seguir siendo ellas mismas. Debe ser suficientemente flexible como para funcionar en todas las redes a veces contradictorias de interacción que se dan en este tipo de sociedades, y también debe ser sensible a la enorme cantidad de nueva información que literalmente inunda cada día a las comunidades hablantes modernas. Esta flexibilidad es controlada, estabilizada, por una codificación apropiada. Un idioma estándar es por naturaleza diverso. Las propiedades culturales caracterizan al idioma estándar en cuanto institución cultural. La propiedad cultural de arraigo implica que el idioma estándar está ligado a la cultura e historia de la comunidad hablante en cuanto sociedad culturalmente identificable. En muchos casos se considera al idioma estándar como una de las creaciones culturales más apreciadas de esa sociedad. De hecho es una condición sine qua non para que el proceso de estandarización se desarrolle, pues las demás propiedades y funciones del idioma estándar no ocurren en el vacío sino sobre el trasfondo de un entorno social. Una lengua carente de la propiedad de arraigo carecerá también de una comunidad hablante que vea como empresa válida el cultivo de esa lengua. Aunque la propiedad de arraigo implica la dimensión histórica, es de hecho una propiedad sincrónica del idioma estándar. Por último, el arraigo es una propiedad del idioma estándar y no de la comunidad hablante, aunque caracterice al idioma en cuanto institución social. La propiedad cultural de urbanización tiene que ver con la calidad y extensión de la vigencia del idioma estándar en la comunidad hablante. Básicamente, decir que un idioma está urbanizado significa que la comunidad hablante ha desarrollado ciertas formas de erudición lingüística que traen como correlato un grado de disponibilidad del idioma. Dicho de otro modo, el idioma estándar es un bien público. La noción de disponibilidad implica que el idioma estándar no puede ser propiedad de una casta dentro de la comunidad hablante o estar bajo el control exclusivo de esta casta. El hecho de que haya un grupo que como tal tiene mayor acceso al idioma estándar no convierte a este en idioma de casta, cerrado e inaccesible. Otro aspecto de la propiedad cultural de urbanización es que el idioma estándar es objeto de extensiva labor de erudición lingüística por parte de sus hablantes. Es un hecho histórico que en situaciones no estandarizadas no existe erudición lingüística nativa. Un correlato de lo anterior es que un idioma estándar es siempre un idioma escrito (lo que no niega, ni mucho menos, que haya una forma estándar hablada). FUNCIONES: Algunas funciones dependen de las propiedades estructurales y otras de las propiedades culturales del idioma estándar, aunque están todas interrelacionadas. La función de marco de referencia está ligada a las propiedades estructurales y hace que este pueda servir como centro de gravedad para la corrección gramatical y como punto de vista desde el cual se mida la variación. En estas situaciones, es común que toda variación se explique en términos de lo que se considera la norma aprobada. Las propiedades culturales del idioma estándar dan lugar a cuatro funciones: unificadora, separadora, de prestigio y de participación. Las funciones unificadora y separadora son los polos opuestos de una misma función básica general que consiste en la mantención y acrecentamiento de la identidad de la comunidad hablante. La función unificadora favorece la cohesión de los hablantes como grupo reconocible y la función separadora contribuye a diferenciar a la comunidad hablante de otras comunidades hablantes, creando así un tipo de autoidentificación por contraste. La función separadora individualiza a los hablantes de un idioma, pero puede actuar también dentro de un mismo idioma. Un mismo idioma lo comparten dos o más entidades nacionales que aspiran a una identidad lingüística que también las diferencie entre sí. La función de prestigio actúa principalmente dentro de la comunidad hablante y tiene que ver con la percepción del idioma como institución respetable cuyo conocimiento activo y pasivo hace al hablante un miembro más apreciable dentro de la comunidad. La función de participación se da de modo interno y externo a la comunidad hablante de un idioma estándar. En cuanto a los hablantes nativos del idioma, les posibilita relacionarse con el resto del mundo al darles los medios para referirse a los eventos culturales, tecnológicos, políticos, etc. Por otra parte, implica que en ese idioma se almacena y comunica información importante, que trasciende los intereses de los hablantes locales y la hace válida para grupos más amplios, de modo que hablantes de otros idiomas se sienten atraídos hacia él. Presentan dos rasgos típicos en este sentido: una gran difusión y ductilidad para la traducción tanto desde otros idiomas como hacia otros idiomas. Un idioma estándar resulta ser así un idioma internacional que ensancha los horizontes de la comunidad hablante en vez de confinarla en sus propias fronteras culturales y geográficas.