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Históricamente, la importancia de las comidas como espacio de encuentro en la tradición judeo-cristiana contribuyó de
forma significativa al desarrollo del mantel y al posterior cuidado de la “puesta en escena” de la mesa.
Los galos y romanos ya usaban manteles de lino en tiempos del Imperio Romano, algunas veces teñidos de colores.
Como dato curioso, señalar que los invitados llevaban sus propias servilletas o mappae. Los vikingos, algo más rudos,
disponían de sacos de cereal para quitar la suciedad de la mesa durante las copiosas comidas. En cambio, los
antiguos pueblos nómadas del Sahara utilizaban cactus sin espinas para su limpieza.
En la edad media, los manteles decorados con bordados y flecos cobraron relevancia y se utilizaban frecuentemente.
Se convirtieron en objeto de genuina veneración, debido a que eran una marca de nobleza.
Al mismo tiempo, algunas tabernas colocaban un trozo de tela amarrado a la pared, más adelante denominada touaille,
donde la gente limpiaba sus manos.
Pasada la Revolución Francesa, el duque Jaques de Serviliet abrió su propio restaurante, donde envolvía los cubiertos
con una tela para ayudar a los comensales a limpiarse las manos. Actualmente, sigue siendo un uso cotidiano, incluso
con papel.
La servilleta como la conocemos hoy data del siglo XVI, pero era bastante larga. Elaborada con lino de Damasco, sus
adornos eran inmensos y variados: pájaros, animales, frutos, sombreros,..
Con el paso del tiempo, los manteles y las servilletas han caído en desuso, pero las buenas viandas no faltan sobre de
la mesa. Aunque un buen trozo de tela sobre una mesa es una promesa de calidad.