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GUAYACÁN

El guayacán
de copa
ahusada
           vencido
de racimos de flores
amarillas
           qué llamarada.

ELLA
De qué manera silenciosa
trabaja.
Sin dejarse oír,
como si fuera
—lo mismo que una bailarina—
en puntas de pies.
Sin dejarse ver,
como si no fuera.
Ella,
la que poco a poco lo ensordece,
la que imperceptiblemente lo ciega,
la que, delicadamente,
le tuerce los huesos.

¡Que cante y baile!


Después,
cuando agotado de bailar,
borracho y ronco de cantar,
no sepa ya de sí
y lo achique la inocencia del sueño,
ella sabrá llevarlo
de la mano como a un niño,
desnudarlo como a un niño,
encubrirlo,
ahijarlo.

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