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ACTIVIDADES

La vie en rose: una mirada a la historia del color rosa Lucina Llorente y Juan Gutiérrez

DEL MUSEO
Jornada en torno a la exposición La Vie en Rose:
Género e identidad a través de la Moda

Ilustración galardonada con el premio del público del #ConcursoExtraModa 2020, de Tannya Guadalupe Villalvazo

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El rosa y la cultura femenina Paula Ramírez

El rosa y la cultura femenina.


Domesticidad y contestación

Paula Ramírez
Subdirectora del Museo del Traje. Centro de Investigación del Patrimonio Etnológico
paula.ramirezj@cultura.gob.es

Resumen: Este texto aborda el color rosa en la moda como un campo simbólico ligado a la cons-
trucción de discursos sobre la femineidad, que evolucionan y se resignifican a lo largo de la histo-
ria. En ese sentido, encontramos en el siglo xix la raíz de un modelo de femineidad doméstica que
cristaliza y se identifica con el rosa en los años 50 y que está sujeto a resistencias, negociaciones
y reinterpretaciones hasta la actualidad.

Palabras clave: rosa; moda; modelos femineidad; tradición; contestación.

Abstract: The article analyses the use of colour pink in fashion as a symbolic field that operates
in the construction of the narratives of femininity. The text shows how discourses on femininity
change through History together with the values related to pink and female-specific attributes in
clothing. The breaking point for this matter is in the 19th century when a model of domestic fem-
ininity develops. It will later crystalize in the 1950s when it also gets strongly identified with pink.
This model finds opposition, is negotiated and re-invented from its origins to the present day.

Keywords: Pink; fashion; femininity models; tradition; subversion

Introducción Según este punto de vista, el vestido actúa


como un medio de comunicación no verbal en
Desde mediados del siglo xx, las ciencias so- el que confluyen al tiempo componentes de
ciales modernas plantean el cuerpo, y por ex- autoexpresión, construcción de la identidad y
tensión la indumentaria, como un elemento de condicionamiento social.
social y cultural en el que se inscriben marcas
de posición social y sexo que nos sirven para Estos condicionantes son especialmente pa-
interactuar con el exterior, para presentarnos a tentes en el caso de las mujeres, debido a que
nosotros mismos y también para «modelarnos» la propia femineidad es una construcción en
de acuerdo con las normas implícitas de nues- la que se sexualiza a la mujer (De Beauvoir,
tra sociedad1. 1949), convirtiendo su cuerpo en objeto del de-
seo masculino, lo que en la práctica biopolítica
Sobre estos conceptos vid: Taylor, 2002: 64-90; Douglas,
1
(Foucault, 1995) lleva a tratar de regular cómo
1988; Merleau-Ponty, 1976; Goffman, 1987: 36; Mauss, 1968:
364-386; Baudrillard, 2009. se cubre y cómo se comporta.

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Siguiendo a Tseëlon, que justifica el origen llegando en ocasiones a desviarlo totalmente


histórico de esta restricción, encontramos ya en de su propósito original (Smith,1988: 37-39).
los mitos que conforman la visión occidental de En relación con lo anterior, en esta ponen-
la mujer (véase Eva, Lilith o Pandora) un víncu- cia abordamos el ejemplo del rosa en la indu-
lo entre la mujer y el cuerpo como morada del mentaria como una construcción simbólica que
deseo, que va a arrastrar al hombre al mal. En remite a un modelo de femineidad que evolu-
el caso de Adán y Eva se establece además una ciona a lo largo de la historia resignificándose.
correlación entre la desnudez y el pecado: la
desnudez se convierte en motivo de vergüenza
una vez que Adán y Eva desobedecen y apa- El siglo xix
rece el pecado, por lo que se ven obligados a
cubrirse, especialmente Eva, a quien se culpa En este periodo encontramos la raíz de un mo-
de ello. delo de femineidad tradicional (más adelante
identificada con el color rosa) que se vincu-
Tseëlon señala esta connotación negativa la al ámbito doméstico y para el que la moda
del cuerpo femenino en la genealogía occiden- se convierte en un medio de expresión funda-
tal y cómo se intenta contrarrestar controlando, mental como espacio de lo emocional, lo sen-
entre otras cosas, la moralidad de la mujer a sual y lo simbólico (Mc Neil, 2009).
través de su indumentaria. Sin embargo la ropa
El desarrollo de grandes maquinarias in-
mantiene una carga ambigua, ya que «a través
dustriales para las fábricas, junto con el avan-
de su proximidad al cuerpo encierra el juego
ce de la legislación contra del trabajo infantil,
entre la modestia y [...] el placer sexual» (Tsee-
hace que los cuidados y el trabajo productivo
lon,1995: 14).
ocupen espacios separados. A esto se suma la
Por otro lado, el énfasis en el cuerpo feme- aspiración de la burguesía y la creciente clase
nino y su indumentaria a lo largo de la histo- media de mostrar estatus alejando a sus muje-
ria hace que las mujeres sean particularmente res del trabajo remunerado, lo que las fija en
conscientes de su apariencia. El aspecto físico una esfera privada claramente separada del es-
se convierte en un recurso que ellas aprenden pacio público, ocupado por los hombres.
a utilizar, reproduciendo en ocasiones esque- Este distanciamiento contribuiría a que la
mas del patriarcado y, en otros casos, llevan- experiencia de hombres y mujeres del mundo
do esos códigos a su propio terreno. De este que les rodea se polarice, y con ello los mode-
modo, la indumentaria se convierte en un cam- los de género socialmente aceptados y la indu-
po simbólico en el que se negocian modelos y mentaria ligada a cada uno de ellos.
subjetividades de género.
En ese sentido, la historiografía tradicio-
En este sentido, Dorothy E. Smith señala que nal de la moda señala cómo en este momento
la femineidad es un discurso que se construye el auge de la burguesía contribuye a afianzar
en relación con una serie de textos (proceden- el valor del trabajo, lo cual, junto al impulso
tes de la literatura, los medios de comunicación, democratizador de la época, convierte la in-
la industria de la moda, etc.) que generan un dumentaria masculina (que en periodos ante-
código común imbuido de modelos patriarca- riores había sido incluso más rica que la fe-
les. Este modelo, sin embargo, no se recibe de menina) en un uniforme de trabajo funcional
forma pasiva, sino que las mujeres lo actualizan y sobrio. Estos cambios acarrean lo que Flügel
sobre sí mismas de manera performativa em- llama la «gran renuncia masculina», que según
pleando su tiempo, sus habilidades y su pensa- este autor implica que los hombres abandonen
miento para crear nuevas posibilidades a través su reivindicación de ser considerados hermo-
de su cuerpo, su indumentaria y sus actitudes, sos (Flügel, 1930: 102-108).

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dumentaria y el vestido se convierte más que


nunca en un elemento comunicador de roles
de género.
Y en cuanto al rol de género vehiculado por
la moda femenina del momento, corresponde
al modelo del «ángel del hogar» (descrito, en-
tre otras fuentes, en el poema de Conventry
Patmore de 1854), es decir, una mujer delica-
da, cuidadora y doméstica, símbolo al tiempo
del estatus familiar y de su moralidad (Moore,
2005: 29). Pese a su importancia, este modelo
también se ve cuestionado por sus contempo-
ráneas, como hace Virgina Woolf en uno de
sus textos, en el que mata al «ángel» para lograr
sobrevivir (Moore, 2005: 29).
En cualquier caso, esta visión tan binaria
de la moda masculina y femenina del siglo xix
dada por los historiadores citados más arriba, ha
sido revisada más recientemente:
Así, Joanne Entwistle señala que la indu-
mentaria femenina no evoluciona de manera
opuesta a la masculina, sino que vive un pro-
ceso de simplificación paralelo, al menos entre
finales del siglo xviii y principios del xix, cuyo
Figura 1. Frac, ca. 1890. Belle Jardinière. Colección del Museo
ejemplo más relevante es el vestido camisa
del Traje, Madrid (MT015514-16) (Entwistle, 2002: 190).
Por otro lado, esta visión sobre la indumen-
Según los análisis de la moda del xix que se taria masculina de este siglo es excesivamente
hacen a partir de esta visión de Flügel (a la que restrictiva, ya que, como señala Edwards, los
contribuyen las aportaciones de otros autores hombres llevaban, junto a trajes más sobrios
como Verblen2 y Roberts3), la renuncia mascu- para los negocios, otros atuendos más deco-
lina supone que el hombre abandone el color rados y coloristas, como las prendas de no-
y los elementos decorativos, y sus valores de che, las deportivas o los uniformes militares
sensualidad y simbolismo. Todo afán de exhibi- (Edwards, 1997: 17); también la ropa de casa
ción se vuelca entonces en la figura femenina, podía ser más colorista, e incorporaba incluso
en la que los varones deben proyectar estos kimonos. Además, incluso en el traje de dia-
impulsos que según Flügel son irrenunciables. rio, los hombres no renunciaron totalmente
En este contexto, la tradicional relación de al color hasta ya avanzado el siglo: el Beau
lo femenino y el textil se afianza al establecer Brummell llevaba colores y es con Baudelaire,
la mujer una relación privilegiada con la in- a partir de 1860, cuando la indumentaria del
dandy se va limitando a tonos sobrios como el
2 Según Verblen la ropa, especialmente la de la mujer, tiene gris y negro. Finalmente, su indumentaria tam-
por objeto mostrar capacidad de gasto innecesario e inca- bién estaba sujeta a modas, aunque estas fue-
pacidad para la vida productiva, con lo que refleja así la ca-
pacidad de su marido de pagar (Verblen, 1899: 82-91) sen menos llamativas que las femeninas, que
Sobre las aportaciones de Roberts vid.: Roberts, 1977: 554-
3 eran seguidas por una población masculina de
564 clase media-alta que sí se interesaba por su

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indumentaria, como señala Breward (Breward,


1999: 2 y 10-11).
En cuanto al significado de la indumentaria
de ambos géneros, Flügel, Verblen o Roberts
hacen una aproximación exclusivamente fun-
cional y relacionan el traje masculino con un
afán de profesionalidad, mientras que el incó-
modo vestido femenino, definido por prendas
como el corsé o el miriñaque, sería la expresión
de la subordinación y opresión de la mujer. Sin
embargo, esta interpretación también ha sido
problematizada Por ejemplo, Edwards, señala
cómo el traje-pantalón subraya las formas mas-
culinas, ensanchando los hombros y el pecho
y señalando sus atributos sexuales a través del
cuello y la corbata, que apuntan a los genitales
(Edwards,1997: 3).
Por su parte, Polhemus relativiza el carác-
ter sobrio atribuido al traje masculino hasta la
actualidad, señalando cómo la moda masculi-
na del siglo xx bebe de las corrientes urbanas
para recuperar su carácter exhibicionista y sim-
bólico (Polhemus, 2010: 653).
En relación con el traje femenino, Steele
(Steele, 1985: 3) y Kunzle cuestionan el carácter
opresor atribuido a la indumentaria femenina Figura 2. Corsé, 1904-1908. Colección del Museo del Traje,
Madrid (MT091849)
y subrayan su papel erótico, que las mujeres
utilizarían para afirmarse sexual y socialmen-
te. Estos autores analizan en concreto el caso colores luminosos que están de moda. En el
del corsé, con el que según Kunzle se oponen traje masculino, los colores son más conteni-
de forma subversiva a la represión sexual de dos y los tonos más claros suelen ver limitada
la época (llegando en sus prácticas extremas a su presencia al chaleco o a la corbata, pero
vincularse al fetichismo4) y al modelo de femi- en ningún caso se excluye el color rosa. Junto
neidad doméstica (Kunzle,1982: 33-34). Desde con lo expuesto anteriormente, otro factor que
este punto de vista, el corsé podría tener un contribuye a la construcción del modelo de fe-
carácter emancipador. mineidad que nos ocupa es el desarrollo del
consumo. Conforme la producción industriali-
En cuanto a la relación del color rosa con los zada va ganando terreno a la que se realizaba
modelos de género dominantes en este perio- en el interior del hogar, los bienes domésticos,
do, cabe señalar que los tonos rosados se diver- y en particular los textiles, se adquieren cada
sifican con la aparición de los tintes sintéticos vez más en el mercado.
a partir de mediados de siglo y son frecuen-
tes en el vestuario femenino junto con otros En este marco, las compras se convierten
pronto en una actividad predominantemente
femenina, que va a ser despreciada como pa-
Kunzle se basa para su argumentación en la revista English-
4
siva y considerada una mera respuesta a las
woman’s domestic magazine, publicada en Londres, desde
1860, que entre 1867 y 1874 incluye una serie de artículos que propuestas provenientes del ámbito masculino
generan un debate entre fetichistas y detractores del corsé. de la producción. Una descripción de este fe-

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nómeno lo encontramos en la novela de Emil para trabajar, estudiar, hacer deporte o viajar,
Zóla Au bonheur des dames, que describe la conquistan terrenos tradicionalmente vetados
aparición de los grandes almacenes como es- a su género (Crane, 2000).
pacios de ejercicio de la compra irracional fe-
Por otro lado, en esta incorporación de las
menina, en los que la mujer es víctima de la
compras a las «tareas propias del sexo femeni-
explotación del mercado: «Le directeur d’une
no», es relevante que esta actividad se realice
grande maison de nouveautés dévait être cé-
en el espacio público, lo cual ayuda a ampliar
libataire, s’il voulait garder sa royauté de mâle
los límites de la esfera femenina, que ahora
sur les désirs épandus de son peuple de clien-
encuentra en la calle, los pasajes o los nuevos
tes» (Zola,1883: 839).
centros comerciales espacios legítimos para
Este punto de vista es, sin embargo, revi- su actividad. A esto se añade que los centros
sado por autores como Penny Sparke, quien comerciales de la época incluyen cada vez
plantea que la elección de los bienes de con- en mayor medida servicios para sus clientes,
sumo, lejos de ser pasiva, implica una actividad como salas de lectura o cafeterías, e incluso
creativa de discriminación. Según ella, aunque algunos organizan exposiciones. En ese con-
con la producción industrial los objetos se es- texto, como señala Thomas Hine, el consumo
tandarizan, también se crea una gran variedad va más allá del materialismo y entra en el te-
de modelos entre los que elegir. Al apropiarse rreno de lo simbólico al permitir a las muje-
de estos objetos, las mujeres los resignifican lle- res expresarse y tener una implicación cultural
vándolos a su propio terreno y comunicando (Hine,1986:15).
valores y aspiraciones que pueden aceptar o
rechazar las construcciones estereotípicas de la
femineidad (Sparke,1995: 7).
El Movimiento Moderno
Concretamente en el ámbito de la indumen-
taria, Dorothy E. Smith sitúa esta elección den- Desde los primeros años del siglo xx se inicia
tro de un proceso en el que las mujeres evalúan lo que conocemos como Movimiento Moder-
los modelos de la publicidad, intercambian im- no, un fenómeno que, haciéndose particular-
presiones sobre las modas, discriminan al com- mente visible en los campos de la arquitectura
prar y elegir sus prendas de vestir y componen y el diseño, va a impulsar un cambio del para-
sus looks, con los que después se (re)presentan digma cultural en Occidente a lo largo de los
a sí mismas en entornos sociales (Smith, 1988). dos primeros tercios del siglo, influyendo en
En este proceso hay espacio para la resistencia, todas las esferas y también en la cultura y la
la oposición, la disensión y la independencia, identidad femeninas.
posturas que se manifiestan en la adopción de
El Movimiento Moderno propone unos
los pantalones para mujer que visten algunas
valores morales y estéticos ligados al mundo
de las pioneras de la época, en las modas liga-
masculino de lo público, lo racional y la pro-
das a la práctica deportiva (como el traje para
ducción, que se oponen a la cultura femenina
montar, ir en bicicleta o nadar) o más adelante
surgida en el periodo anterior. Este contexto
en las modas ligadas a la cultura popular (como
favorece las críticas a los valores identificados
el punk) o movimientos de resistencia (como el
con lo femenino, aunque estas tienen raíces
afro, que reivindica la identidad negra frente
más antiguas.
a los discursos dominantes). En particular, la
adopción de prendas del armario masculino es Un precursor de esta actitud es John Rus-
un fenómeno frecuente a lo largo de la histo- kin, que desde mediados del xix sienta las
ria, que, como señala Diana Crane, supone una bases del «buen diseño» moderno, del que
declaración de independencia por parte de las implícitamente el universo femenino queda
mujeres, las cuales, al servirse de estas prendas excluido. Esto es patente en los comentarios

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despectivos sobre algunas de sus manifestacio- tribuye a vulgarizar este color, que se asocia
nes más significativas, como los arreglos con con la producción barata.
cristal tallado que las amas de casa compraban No se hace esperar una reacción entre los
para sus hogares (Ruskin, 1851: 394), y que, defensores de la «alta cultura», que critican la
junto con el dorado o la inspiración rococó, cultura de masas y en particular las manifesta-
eran considerados por Ruskin y sus seguidores ciones abiertamente femeninas. Un represen-
como la expresión más extrema de la vulgari- tante de esta postura en los años 50 es Vance
dad (Sparke, 199: 59-63). Packard, que analiza las industrias del diseño y
Siguiendo esta estela, los padres del Mo- de la mercadotecnia y critica cómo instrumen-
vimiento Moderno, en particular Loos, con su talizan las ciencias sociales con el fin de mani-
Ornamento y delito publicado en 1908, pero pular al consumidor, al que Packard encarna
también otros como Breuer, Le Corbusier o Van estereotipadamente en el ama de casa ingenua
Doesburg (Sparke, 1955: 106-117), respaldados (Packard, 1961: 12-25). Este autor considera,
por el establishment académico e institucional por ejemplo, el uso del color como un mero
de la época, atacan más o menos directamente recurso para vender, sin valorar, como sí harán
las manifestaciones de la cultura femenina, aso- otros autores como Venturi, que las preferen-
ciándola a la cultura de masas y al mal gusto y cias de los consumidores influyen en el dise-
relegando en general a sus colaboradoras a un ño y que los destinatarios finales se apropian
segundo plano (Hernias y Heras, 2005). de las cualidades expresivas de los productos,
algo que ocurre en particular en el caso de la
En particular, el mundo de la moda queda moda.
excluido del canon moderno por ser considera-
do decadente, caprichoso y opuesto al ideal de
forma universal, al mismo tiempo que la indu- Los años 50
mentaria se identifica cada vez más con la mu-
jer. De este modo, es significativo cómo la alta Tras la nueva mujer, que desde principios de si-
costura (que surge a mediados del xix y que li- glo había conquistado territorios considerados
dera la moda femenina durante un siglo), tiene masculinos, la caída demográfica y la vuelta de
un desarrollo divergente respecto del programa los soldados de la guerra propician, a media-
moderno, pues continúa ligada a los valores de dos del siglo xx, el retorno de un modelo de
individualidad, sensualidad y artisticidad, que femineidad doméstica.
se asocian al universo femenino.
Este es el momento álgido de la asocia-
En paralelo a la tendencia moderna a la ción del rosa con lo femenino, propiciada por
funcionalidad y sobriedad, otras propuestas figuras populares como Mamie Eisenhower.
estéticas de principios del siglo xx, como las La primera dama norteamericana fue famosa
vanguardias, el Art decó y el streamlining en por su afición al rosa tanto en su indumenta-
diseño industrial recuperan características aso- ria como en los interiores de su casa (la Casa
ciadas a lo femenino, como el uso de elemen- Blanca se convierte por obra suya en The pink
tos decorativos, tonalidades luminosas y líneas palace) y contribuye a asociar este color con
sensuales, que suponen alternativas a la estéti- la femineidad más retrógrada, con declaracio-
ca mínima de la modernidad. nes públicas sonadas como «Yo tengo una ca-
rrera, su nombre es Ike»5 (en referencia a su
Esta tendencia se alía con los nuevos plás-
marido Dwight «Ike» Eisenhower), o «Ike go-
ticos (que evolucionan rápidamente gracias a
la experimentación llevada a cabo durante los
conflictos bélicos), y genera una cultura mate- 5 Recogido en Eisenhower National Historic Site (National Park
Service. U.S. Department of Interior. Museum management
rial en la que, por razones técnicas y del gusto program Washington, https://www.nps. gov/museum/exhibits/
de la época, abundan tonos rosas, lo cual con- eise/print.html ). Ultimo acceso 14 de enero de 2020.

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bierna el país, yo ¡doy la vuelta a las chuletas!»


(Steele, 2018: 145).
A la moda del rosa se suman figuras como
Jean Mansfield o Marilyn Monroe, que aportan
una carga sexy a la semiótica del rosa, produ-
ciendo imágenes icónicas para el imaginario
colectivo como las de la película Los caballeros
las prefieren rubias (Howard Hawks, 1953, pro-
ducción de Sol Siegel para la 20th century Fox).
Llevado al mundo de la costura, el nuevo
modelo de mujer se corresponde con la silueta
del New look, impulsada por una generación
de modistas masculinos como Christian Dior,
Cristóbal Balenciaga o Jaques Fath, que tam-
bién recurren con frecuencia a las tonalidades
del rosa. Esta nueva tendencia remite a la figura
de las venus con esteatopigia prehistóricas, de
marcadas caderas y pechos, pero en este caso
exagerados por el amplio vuelo de las faldas, Figura 3. Vestido, 1957. Flora Villareal. Colección del Museo
la cintura estrecha y los zapatos estiletos que del Traje, Madrid (MT104053)

destacan las curvas femeninas.


La silueta en forma reloj de arena se ha rela-
En cualquier caso, la identificación ya muy
cionado habitualmente con una hipersexualiza- clara de este mundo femenino con el color rosa
ción del cuerpo de la mujer destinado a la mi- contribuye a la devaluación simbólica de este
rada masculina y, en relación con esto, con una color. Si ya muy tempranamente se había iden-
cosificación y marginalización de la posición tificado con afeminamiento6, entendido como
de la mujer en la sociedad (Friedman, 1963). debilidad o desviación moral, e incluso se ha-
Sin embargo, la preferencia por una femineidad blaba de pensamiento o moral rosa (Krakauer,
rotunda, la carga sensual, el valor otorgado a lo 1971: 97), a mediados de siglo se utiliza con
estético y lo simbólico y la huida de las líneas frecuencia la palabra pinko para aludir a los
simpatizantes del comunismo (que significa
duras que reinaron en la moda de los años 40,
una degradación del rojo), algo que por ejem-
se han interpretado más recientemente como plo hace profusamente el presidente Richard
un tipo de resistencia por parte de las mujeres Nixon7.
y un modo de afirmar una identidad abierta-
Pero es precisamente la relación del rosa con
mente femenina. las culturas situadas en los márgenes lo que lle-
En este sentido, los tacones altos y las fal- vará a su reivindicación por parte de la cultura
das de vuelo funcionarían según Lee Wright popular. En este sentido cabe destacar iconos
populares como el de las Pink ladies de la pe-
como resistencia frente al papel doméstico que
lícula Grease (Randal Kleiser, 1978, producida
se imponía a las mujeres, por su carácter poco por Alan Karr para la Paramount Pictures), am-
práctico (Wright,1989: 15). Por su parte, Pen- bientada en los años 50, que reivindican el rosa
ny Sparke considera que esta estética supon-
dría en realidad una manera de retar al modelo 6 Ya en los campos de concentración nazis se había usado
masculino, en lugar de emularlo como sucede este color para marcar a los prisioneros homosexuales.
en otros periodos (Sparke,1995: 172). 7 Richard Nixon fue presidente de EEUU entre 1969 y 1974.

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buscan una mayor libertad en todos los ámbi-


tos, en particular de la sexualidad y del cuerpo.
En lo cultural estas rupturas se reflejan tanto
en la «alta cultura»8 como en la cultura popular.
Es en este contexto en el que la juventud
impone sus iconos, que apuestan por estilos
rompedores, también en la indumentaria.
Un ejemplo de ello es la ropa de las estre-
llas del rock y del pop, que incorpora valores
lúdicos, simbólicos y expresivos que dejan de
estar asociados de manera excluyente a lo fe-
menino. Esto se plasma en una moda de co-
lores intensos, motivos orientales, abrigos de
pelo y cabellos largos tanto para ellos como
para ellas. En concreto, el color rosa es escogi-
do con frecuencia por artistas como Elvis, los
Beatles o Jimi Hendrix, abanderando una trans-
gresión de los límites del género binario que
se extrema más adelante en el estilo de artistas
como David Bowie o Boy George.
Incluso en la alta moda, desde los 60 ganan
peso las actitudes más relajadas que dan lugar
a prendas revolucionarias, como el esmoquin
para mujer, lanzado por Yves Saint Laurent, o la
minifalda, impulsada por Mary Quant9 y Cou-
rrèges.
En particular, la minifalda va a suponer
un cambio significativo en la socialización del
cuerpo femenino. Esta prenda es considerada
inicialmente como un elemento liberador por
su comodidad y la reivindicación del cuerpo
y la sexualidad femenina, frente a la modes-
Figura 4. Conjunto, 1972, Roberto Cavalli. Colección del Museo tia exigida tradicionalmente a las mujeres. Sin
del Traje, Madrid (MT104908-09)
embargo, la exhibición del cuerpo que implica
esta prenda pronto se analiza desde otra óp-
como el color de las chicas rebeldes y lo ligan a tica y, con la segunda ola del feminismo, que
una versión más asertiva de la femineidad. alcanza su auge en los 70, se critica la cosifi-
cación de la mujer a través de estas propuestas
de moda.
Las rupturas de los años 60 y 70

Olvidada la austeridad de la posguerra, el cre- 8 Un ejemplo de esto se produce cuando el Team X sacude
cimiento económico y el optimismo definen a desde dentro los cimientos del Movimiento Moderno al de-
una nueva generación que enfatiza aspectos fender valores de identidad, comunidad y flexibilidad frente
a los dogmas de racionalidad y funcionalidad que defiende
de juventud, placer y consumo. Los jóvenes aquel movimiento.
de este periodo se distancian respecto de sus 9 Sobre el impacto de la minifalda en España, ver el artículo de
mayores, cuestionan los valores establecidos y F.J García-Ramos en este mismo número.

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Otra tendencia del armario femenino signi-


ficativa de los desplazamientos en los modelos
de femineidad en los años 70 es la intensifica-
ción de la adopción de prendas masculinas con
la americana, los pantalones anchos, los vaque-
ros, las camisas amplias o los mocasines para la
mujer, que implican un rechazo del modelo in-
dumentario marcadamente binario del periodo
anterior. Esta actitud correspondería a una nueva
generación de mujeres que lucha por conquis-
tar los tradicionales territorios masculinos y se
presenta como «uno de los chicos», como parte
de una estrategia de «igualdad» que consiste en
asimilarse a sus compañeros varones.
Este planteamiento va a ser cuestionado
desde la visión del feminismo de la diferen-
cia, que tiene su auge en Francia e Italia en
este momento y que critica aquella estrategia
porque supone adoptar los valores del opresor Figura 5. Jordan outside of SEX. Fotografía de Sheila Rock,
y refuerza la noción androcéntrica del varón 1977
como medida de lo humano. En su lugar, ar-
tistas e intelectuales como Judy Chicago, Lucy
mo, que ya han abordado distintos autores. Des-
Lippardo o Helène Cixous proponen construir
de sus primeras propuestas, Madonna se sirve
una expresión femenina propia, que deje de
de sus estilismos para subvertir las connotacio-
lado la referencia a los varones y revalorice as-
nes negativas de sumisión o fragilidad de iconos
pectos de la cultura femenina como lo simbóli-
femeninos como el corsé o el rosa y cargarlos de
co, la emotividad o lo irracional10.
una actitud que afirma a la mujer como sujeto
El anterior punto de vista podría relacionar- sexual y social. Por otro lado, y como señalan
se con otras corrientes subversivas que reivin- Laura Viñuela y Mar Álvarez (Viñuela y Alvárez,
dican elementos procedentes de los márgenes, 2018: 209-213), el juego de Madonna con los
de la cultura de masas y de la cultura femenina, arquetipos femeninos presentes en la iconosfera
como es el caso del rosa. Es el caso del punk contemporánea sirve para destacar su carácter
o el camp, que llegan al mundo de la moda a performativo y contribuye a crear un espectro
través de figuras como Vivienne Westwood y intermedio del que sus contemporáneas pueden
su tienda Sex. apropiarse para construirse según sus propias
Aunque en principio se trata de propuestas reglas.
marginales, su alcance pronto se amplifica gra-
cias a figuras que sirven de puente con el esta-
Desde los años 80
blishment, como Zandra Rhodes, que incorpora
la influencia del punk a su pasarela de 1978,
o Madonna, que en sus primeros álbumes de Pese a que las rupturas anteriores se adentran
principios de los años 80 recoge las influencias en los años 80, esta década muestra una ambi-
del punk y de los new romantics. valencia entre el conservadurismo y la contes-
tación.
El caso de Madonna en relación con los mo-
delos de género es un tema de estudio en sí mis- La vertiente más formal de la indumentaria
de los años 80 sigue manteniendo fuertes es-
Vid.: Lippard, 1976; Cixous, 2001
10 tereotipos de género, como se puede ver en

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El rosa y la cultura femenina Paula Ramírez

el caso de la ropa de la mujer profesional, que En cuanto al simbolismo del color rosa, su
sigue ganando terreno en el espacio público. evolución desde este momento es significativa,
puesto que se convierte en bandera de movi-
La indumentaria de la mujer de negocios,
mientos ligados a las mujeres o a la comunidad
que formalmente se aproxima al modelo mas-
LGBT. Un ejemplo de esto es la reapropiación
culino, es sin embargo objeto de un discurso
del triángulo rosa de los campos nazis por par-
dirigido exclusivamente a las mujeres dentro
te de algunos colectivos homosexuales, que lo
de la teoría del «poder en el vestir». Al abordar
retoman invirtiendo la orientación del vértice
las estrategias que deben adoptar hombres y para revertir su carga negativa. Destaca el gru-
mujeres para vestirse de manera exitosa en el po de acción directa Act Up, que para llamar la
entorno laboral, esta teoría, que tiene un auge atención sobre la pandemia del sida usa este
importante desde mediados de los años 70 y signo unido a las palabras silence=death.
durante los 80, evidencia las diferencias de
Al uso del lazo por el activismo ligado al
género: el código destinado a las trabajadoras
sida sigue su apropiación para otras causas. Así,
busca evitar la potencial mirada objetualizado-
las organizaciones contra el cáncer de mama
ra de sus compañeros varones, debido a que
adoptan el color rosa para identificarlo con una
a sus cuerpos se les supone una carga sexual
enfermedad femenina y tratan de resignificar
que no se da al cuerpo masculino (Steele, 2010: esta tonalidad asociando este signo con valores
226-229). Por otro lado, estos manuales tratan tradicionalmente masculinos como la fuerza y
de crear un difícil equilibrio entre los aspectos la valentía. Con este desplazamiento, la cam-
«masculinos» y «femeninos» en la apariencia de paña contra el cáncer de mama, que ha sido
la nueva yuppie, con el propósito de permitir- criticada por invisibilizar el sufrimiento de las
le afirmar su autoridad sin resultar intimidante enfermas, se aleja precisamente de valores tra-
para sus compañeros varones. dicionalmente femeninos como el cuidado o la
En este sentido son clásicos los textos de sensibilidad.
John T. Molloy. En Women: Dress for Success, Otros movimientos que han usado más re-
recomienda a las profesionales llevar pañue- cientemente el rosa identificándolo con una
los en el cuello para centrar la atención en la femineidad fuerte son Codepink: Women for
cara, al tiempo que les desaconseja vestir con Peace o Pussyhat Project, que trata de subvertir
estampados llamativos o con colores demasia- el término despectivo pussy como contestación
do femeninos (como el rosa), ya que considera a su uso por el Presidente Trump, o Gulabi
que restan autoridad (Molloy, 1980). Sin embar- Gang en la India, que lucha contra la violencia
go, esta fórmula también intenta evitar que las sobre las mujeres.
ejecutivas resulten demasiado masculinas a sus
compañeros hombres, para lo que se considera
Conclusión
fundamental sustituir el pantalón del traje por
falda en el uniforme de la mujer profesional. En cuanto al periodo más reciente, podemos
Estas propuestas cristalizan en el icónico observar cómo los valores culturales asociados
uniforme de la mujer de negocios de los años al rosa describen una trayectoria múltiple.
80, de chaqueta con falda tubo, blusa y algún Por un lado, percibimos una mayor permea-
adorno femenino en torno a la cara, que pode- bilidad de las fronteras de género en la tenden-
mos ver en la película Armas de mujer (Mikel cia de algunos iconos masculinos de la cultura
Nichols, 1980, producida por Greenhut para la popular a usar colores o elementos estilísticos
20th Century Fox), reveladora de la intersec- vinculados con lo femenino, como es el caso
ción de los condicionantes de género y clase de David Beckam o de algunas estrellas del
en la sociedad del momento. hip hop. Al mismo tiempo, surgen propues-

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El rosa y la cultura femenina Paula Ramírez

tas de pasarela que rompen los límites entre Bibliografía


la moda masculina y la femenina, como Ales-
sandro Michele para Gucci, o Palomo Spain, y ÁLVAREZ, M. y VIÑUELA, L., «What it feels like
observamos el éxito del milennial pink como for a girl: Madonna y las otras mujeres». En E.
tono unisex. Otro caso llamativo es el del equi- Viñuela (ed.), Bitch, She’s Madonna. La reina
po de rugby francés Stade Français Paris, que del pop en la cultura contemporánea, Madrid:
en 2005 adoptó el rosa para su equipamiento
Editorial Dos Bigotes, 2018, pp. 214-191.
como reclamo, lo cual supondría una novedad
en cuanto a las normas de género ligadas al BARNES R., EICHER, B., Dress and gender. Making
rosa. and meaning, Oxford: Berg Publishers, 1992.

Por otro lado, el uso del rosa en la moda BARREIRO, A. M., «La construccion social del cuer-
sigue revelando la vigencia de una biopolítica po en las sociedades contemporáneas», Papers:
que contribuye a arraigar muchos conceptos revista de sociología, n.º 73, 2004, pp. 127-152.
tradicionales de femineidad. Esta tendencia se BARTHES, R., Le système de la mode, 1967, Paris:
exacerba al acercarnos al caso de algunos bie- Seuil, 1967.
nes cotidianos de consumo que potencian la
disimetría en las relaciones de género, como BAUDRILLARD, J., For a critique of the political
podemos apreciar en la parodia sobre el bolí- economy of the sign, St. Louis, Telos Press, 1981.
grafo rosa para mujeres de Ellen Degeneres11.
BAUDRILLARD, J., La sociedad de consumo, Ma-
Sin embargo, los desplazamientos anterior- drid: Siglo xxi, 2009.
mente descritos parecen indicar que los dis-
cursos desde los márgenes (desde la cultura BREWARD, C., The Hidden Consumer: masculini-
femenina y desde la cultura popular), poco a ties, fashion and city life, 1860-1914, Manches-
poco consiguen influir en las negociaciones de ter University Press, Manchester, 1999.
modelos sociales que se producen a través del
CIXOUS, H., La risa de la medusa. Ensayos sobre la
lenguaje no verbal de la indumentaria, como
escritura, Barcelona: Anthropos, 1995.
señala Diana Crane (Crane, 2000: 99). De esta
forma, el color rosa se asocia a nuevos valores DE BEAUVOIR, S., El Segundo sexo, Madrid: Cate-
que calan en el discurso dominante y hacen dra, 2018.
que los límites de género sean más permeables.
DOUGLAS, M., Símbolos naturales: exploraciones
En paralelo, se advierte el retroceso de al- en cosmología, Madrid: Alianza editorial, 1978
gunas cualidades asociadas tradicionalmente a
EDWARDS, T., Men in the Mirror: Men’s Fashions
la femineidad y al rosa, como el cuidado, la
and Consumer Society, Londres: Bloomsbury,
sensibilidad, la sensualidad, o la afectividad…,
2016.
que se devalúan precisamente por su vincula-
ción a lo femenino. En relación con esto último, ENTWISTLE, J., El cuerpo y la moda. Una visión
nos encontramos ante la necesidad de revalori- sociológica, Barcelona: Paidós, 2002.
zar los aspectos «femeninos» que suponen una
FOUCAULT, M., Historia de la sexualidad, Madrid:
alternativa positiva a los valores patriarcales y
Siglo xxi, 1989.
de reivindicar el rosa y estos valores históricos
desde una concepción abierta y libre del géne- FLÜGEL, J. C., The Psychology of Clothes. Londres:
ro, que permita «rosificar» a todas las personas. Hogarth Press, 1930.
FRIEDAN, B., La mística de la femineidad, Gijón:
Júcar, 1974.

The Ellen Show. BIC pens for women, del 24 septiembre de


11 GOFFMAN, E., La presentación de la persona en la
2019, (https://www.youtube.com/watch?v=eCyw3prIWhc). vida cotidiana, Buenos Aires: Amorrotu, 2001.

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