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H en ri Bergson

M A TER IA Y M EM O R IA
En sayo sobre la relación
del cuerpo con el espíritu

Prólogo
BER G SO N , EL V ITALISTA
(M aría Pía López)

Editorial Cactus
Serie «Perenne»
Los filósofos que han especulado sobre la
significación de la vida y el destino del hombre
no han notado lo suficiente que la naturaleza
se ha tomado la molestia de informarnos sobre
sí misma. Ella nos advierte por un signo preciso
que nuestro destino está alcanzado.
Ese signo es la alegría. Digo la alegría, no digo
el placer. E l placer no es más que un artificio
imaginado por la naturaleza para obtener
del ser viviente la conservación de la vida;
no indica la dirección en la que la vida es
lanzada. Pero la alegría anuncia siempre que
la vida ha triunfado, que ha ganado terreno,
que ha conseguido una victoria: toda gran
alegría tiene un acento triunfal. Ahora bien,
si tomamos en cuenta esta indicación y si
seguimos esta nueva línea de hechos, hallamos
que por todas partes donde hay alegría, hay
creación: más rica es la creación, más profunda
es la alegría.

H. Bergson
Materia y Memoria, Ia Edición, Buenos Aires: Cactus, 2006.
280 p. ; 20x14 cm.- (Perenne, 2)
ISBN-13: 978-987-21000-4-9

Título original en francés: «Matiére et mémoire. Essai sur la relación du corps i I’esprit»
Autor: Henri Bergson

Título en español: «Materia y memoria. Ensayo sobre la relación del cuerpo con el espíritu»
Ira. edición en español - Buenos Aires, Abril de 2006
Ira. reimpresión - Buenos Aires, junio de 2007
2da. reimpresión - Buenos Aires, Abril de 2010
3ra. reimpresión - Buenos Aires, Octubre de 2013

Traducción: Pablo Ires

Imagen de tapa: Vicky Biagiola

Diseño de interior y tapa: Manuel Adduci

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.


ISBN-13: 978-987-21000-4-9

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índice

Componendas para la presente edición


6
Bergson, el vitalista
(M aría Pía López)
9

Materia y Memoria: Prólogo


27
Capítulo I: De la selección de las imágenes
para la representación.Elpapel del cuerpo.
35
Capítulo II: D el reconocimiento de las imágenes.
La memoria y el cerebro.
93
Capítulo III: De la supervivencia de las imágenes.
La memoria y el espíritu.
147
Capítulo IV: De la delimitación y fijación de las imágenes. Percepción
y materia. Alma y cuerpo.
189
Resumen y conclusión
233
Componendas para
la presente edición

Tarde pero a tiem po n os llegaron ecos de Bergson . Con tra toda


apariencia, eran ecos de explosiones. Rara vez nos h abíam os chocado
con un a lectura que produjera este efecto y con tuviera tal mecan is­
m o: dispositivo de relojería, carga paciente, pólvora a granel, silencio
previo, un a débil ch ispa y ... explosion es, tales com o la naturaleza
dispon e por doquier. Algun as in dicacion es n os con dujeron a Materia
y memoria. Un a lectura no sin bemoles n os llevo a ensayar un a tra­
ducción propia en las que in ten tam os seguir la propia inspiración, a
m edias explícita, del texto: solo se puede traducir por empatia. Esa
m ism a em patia, in man en cia, es la que presentan esos seres-cuerpos-
imágenes-movim ien tos de aquel m un do bizarro pin tado por Bergson.
Im ágen es entre la cosa y la representación, entre sujeto y objeto, entre
concreto y abstracto, entre pasado y porvenir. Imágen es más allá de
un a con cien cia imaginante. Im ágen es sin soporte.
Y es ese m un do an terior al h ombre, y por qué no, posterior, el que
nos sigue in trigan do y el que sigue con vocan do el pen sam ien to, tanto
tiem po después -aun que «tan to tiem po» sign ifique tan poco en este
caso- de que este perenne esparciera sus líneas. Imágen es sin soporte
que n os em pujan fuera de los límites con sabidos del pensar, que nos
exigen h acer des-existir n uestros m odos h abituales de conocer, de
idear, de expresar, y que atraviesan y transversalizan los m un dos físicos,
biológicos, fisiológicos, psicológicos, morales, y si tiramos de la cuerda
m ás allá de Bergson , pero no obstan te con él, musicales, pictóricos,
cinematográficos, m ágicos, cósm icos...
Valerse de la in tuición bergson ian a para experimentar en todos los
cam pos, hacerlo vibrar al com pás de nuestros propios problemas. Y,
dicién dolo, no creemos forzar las cosas, o mezclar registros me- m
ramen te ideológicos, ya que n un ca un in strumen to se prestó tan 1 11
dúctil y plástico a la deform ación constructiva, lo cual prueba sin • |.f
du da su vitalidad, a través de los tiempos. H
Prólogo
Bergson, el vitalista

Primera capa: La escritura


Bergson h a sido leído en diversas daves: algunas provenían de épocas
distintas, otras de la escucha singular de sus receptores. A principios
del siglo veinte, Georges Sorel supo leerlo para inventar un a política;
Alejan dro Korn , pocos añ os después, lo solicitaba para com batir el
positivismo dom in an te; nuestro con temporán eo Paolo Virn o encontró
inspiración en su idea de tiempo. Nom bres extraídos de la su m a de sus
lectores, cuya sola mención hace evidente que la suya fue un a filosofía
generosa con distintos derroteros. Buscaremos aquí otro camin o, otro
Bergson: el vitalista. El que dio consistencia filosófica a esa sensibilidad
que recorrió las primeras décadas del siglo. Porque el vitalismo fue sen­
sibilidad o atm ósfera1. Bajo su tono, se construyeron dos filosofías de
nombre propio, la del francés que estamos prologando, y la de Nietzsche.

1 Para usar la ajustada idea de Jean Hyppolite sobre el existencialismo. («Del


bergsonismo al existencialismo, La biblioteca N ° 2/3)
Am bos crearon filosofías de la im presión y el pen sam ien to provo­
cador, y no del sistem a. Fueron , tam bién , form as de la experien cia
estética. Gilíes Deleuze su po decir qu e la filosofía de Bergson estaba
recorrida «por un tem a lírico: un verdadero can to en h on or de lo
nuevo, de lo imprevisible, de la in ven ción , de la libertad».2 Fran cisco
García Calderón h abía escrito que «este pen sador es poeta: maestro
en im ágen es y sím bolos».3
Can to y poesía. N o h abría que lim itar estas apreciacion es al gran
escritor que fue Bergson —cuyo estilo lo h izo acreedor del prem io
Nobel de Literatura-, sin o que son ten den cias expresivas propias de
la sen sibilidad vitalista, qu e in ten ta com u n icar aquello qu e se resiste
a toda com un icación . Com o escribía, en 1912, Edu ardo Le Roy, el
autor de Materia y memoria logra la «m agia de un estilo qu e sabe
evocar lo in expresable».4
La expresión parece posible en la cercan ía con el arte.5 En las
filosofías de la vida, el estilo n o parece obedecer a un a volu n tad
de form a, sin o a la coh eren cia con los argum en tos filosóficos. La
con strucción de imágenes o ritmos, en la escritura, es un m od o de
dism in uir los riesgos que el len guaje de las palabras porta: el de tom ar
la vida en su rigidez o en el m om en to de su au tom atism o. «La letra
m ata al espíritu», h abía dich o Bergson , par a señ alar que ese riesgo
es persisten te y, al m ism o tiem po, in eluctable es la luch a frente a él.

2 Gilíes Deleuze, «Bergson. 1859-1941», en L a isla desiertay otros textos. Textosy


entrevistas (1953-1974), Pre-cextos, Españ a, 2005.
3 Francisco García Calderón, «El bergsonismo», en L a N ación, octubre de 1912.
4 Eduardo Le Roy, Bergson, Biblioteca de Iniciación cultural, Barcelona, 1928.
5 Esta cercanía es más clara aún en el caso de Nietzsche, que en A sí h ablaba
Z aratustra llevó a la culminación un arte filosófico-poético, al construir un conjunto
de alegorías en las cuales se puede interrogar los motores fundantes de su filosofía.
Moisés Vincenzi veía en las ideas del alemán «calor estético», ya que había logrado
traducirlas en «figuras vivientes del pensamiento moderno», en imágenes superiores a
cualquier concepto, ya que su fuerza «magnética» les permitiría «sugerir una serie de
ideas que se desenvuelva sin fracturar la continuidad del proceso que la manifieste.»
[El caso Nietzsche. Apuntespara un estudiofilosófico de Nietzsche, Imprenta Gutténberg,
San José, Costa Rica, 1930)
El au tom atism o acech a la vida. Eso es fuen te de risa6 pero tam ­
bién tr am pa para el pen sam ien to. La filosofía n o debe aceptar las
con ven cion es del len guaje, si n o quiere con vertirse en adm in istra­
ción .7 Porque el len guaje es h erram ien ta de cristalización : detien e lo
que fluye (las cualidades, las form as, los actos) y los con gela en un a
represen tación . Adjetivos, sustan tivos y verbos son , para el filósofo,
«in stan tán eas que produ cen discon tin u idad».8
Si la len gua está forzada a erigirse sobre la deten ción , es porque
expresa u n a in teligen cia utilitaria, cuyo pragm atism o trata al m un do
com o con ju n to de cosas dadas. El filósofo-escritor debe distan ciar al
pen sam ien to de ella, y gestar un a escritura que pon ga en eviden cia
el m ovim ien to/m u tación que la propia len gu a traicion a. Para ello,
se ve con vocado a con struir im ágen es, m etáforas, desplazam ien tos
poéticos.9 Y ritm os: esta bú squ eda qu e se despliega en tre las posibi­
lidades de la palabra h ablada y de las poten cias expresivas del arte,
in ven tará el ritm o de la escritura com o reflejo del ritm o vital. Lo
que fluye se expresa com o m ú sica.10

(' Henri Bergson, La risa, Sarpe, 1985, Madrid.


7 Henri Bergson, E l pensam iento y lo movible, Ercilla, Chile, 1936.
8 Aclaremos: los adjetivos son instantáneas en el plano de las cualidades; los
sustantivos sobre el de las formas; y los verbos sobre los actos. (Henri Bergson, La
evolución creadora, Claudio García y Cía editores, Montevideo, 1942)
9 Ese dilema parece menos gravoso en la oralidad. Georges Sorel, pensador
de la inmediatez, decía que «la comunicación verbal es much o más fácil que la
escrita, porque la palabra dicha actúa en los sentimientos de manera misteriosa y
establece fácilmente un vínculo de simpatía entre las personas; así, un orador puede
convencer mediante unos argumentos que, a quien después lee su discurso, le parecen
difícilmente inteligibles. Sabido es cuán útil es haber escuchado a Bergson para conocer
debidamente las tendencias de su doctrina y comprender sus libros como es debido.»
(«Introducción. Carta a Daniel Halévy», en Reflexiones sobre la violencia) Los tonos
de la oralidad, entonces, permiten la comunicación simpática, la apelación a una
comprensión no argumentativa. Es, se sabe, el orden de la seducción retórica; pero
también el de la situación vivida contra la palabra cristalizada.
10 Raúl Orgaz advierte la relación entre el estilo y los núcleos del pensamiento de
Bergson: «Por el cauce que forman las antítesis bergsonianas (...) corre, impetuoso, el
torrente de la metafísica vitalista. (...) Percíbase de nuevo la predilección del filósofo
por la atmósfera en que se mueve el arte musical, predilección que señaló Sorel cuando
El estilo, prim era capa, superficie qu e n o es superficial, sin o ex­
presión de un riesgo, u n a dificultad, u n a n ovedad. El estilo, m odo
del pen sam ien to.

Segunda capa: E l método


Bergson crea un estilo de gran libertad expresiva y de belleza for­
m al. Para evitar, decía, los au tom atism os de un a len gu a cristalizada.
¿Cóm o se con oce aqu ello qu e con tan tos cuidados y m ediacion es
podría ser expresado? La segu n da capa, si vam os desde la superficie
del texto al corazón del im pu lso vital, es el m étodo de con ocim ien to:
la intuición.
Para com pren der tal m étodo es n ecesario un rodeo. Q u e en la
primera estación dice: la m etafísica debe seguir un cam in o sin gular
y au tón om o respecto del con ocim ien to cien tífico, porque este se
basa en la inteligen cia. Al h acerlo, la cien cia acepta com o destin o y
sen tido el dar cuen ta de lo útil; y con tin ú a las coaccion es utilitarias
que organ izan la percepción cotidian a. La in teligen cia, m ovida por
las n ecesidades, con struye sím bolos, con ceptos, len guajes, con los
cuales apreh ender a los objetos en su faz n ecesaria. Lejos, así, de
com pren derlos en su plen itu d, se lim ita a con siderarlos en relación
a las accion es posibles. H em os visto, ya, qu e con stitu ía un len guaje
produ ctor de discon tin u idades, h erram ien ta de escisión de la fluidez
real. Por eso, la in teligen cia está in h ibida de percibir la m utación - a
la qu e reduce a acciden te- y la n ovedad —con cibien do lo n uevo com o
reajuste de lo existente-. Su destin o, in siste Bergson en «La in tuición
filosófica», es dar cuen ta de las leyes de la materia.

L’evolution créatice vio la luz.» («Los fundamentos sociológicos de la moral en Bergson»,


en AAW , Hom enaje a Bergson, Instituto de Filosofía —UN C, Córdoba, 1936)
Nietzsche tiene un grado mayor de autoconciencia respecto del problema dei
lenguaje y de sus posibilidades expresivas. Se podría leer Ecce homo como exposición
de la travesía hacia una lengua filosófica que es, necesariamente, musical: «voy a añadir
ahora algunas palabras generales sobre mi arte del estilo. Comunicar un estado, una
tensión interna de pathos, por medio de signos, incluido el tempo (ritmo) de esos
signos - t al es el sentido de todo estilo.» (Ecce homo. Cómo se llega a ser lo que se es,
Alianza editorial, Madrid, 2003)
La cien cia, en ton ces, pu ede explicar la m ateria. Pero resulta in ca­
paz de com pren der la vida, en lo qu e tien e d e in n ovación radical y
perm an en te. Esta será la tarea de la m etafísica, qu e debe deshacerse
de sus lím ites —aquellos qu e le señ alaban u n persisten te resto in cog­
n oscible a la vez qu e esencial—m edian te la in tuición . El cam in o de
su au ton om ía su pon e tal m étodo, ju n to con un estilo expositivo —un
len guaje de «im ágen es m ediadoras», capaces de m ostrar sin congelar,
com o sí tien de a h acer el con cepto—.
En la segunda estación leem os: la vida creó la in teligen cia, pero
tam bién creó el in stin to. La prim era se desplegó en la h um an idad; el
segun do llegó a su perfección en los in sectos. Am bos son h erramien ­
tas para el actuar. El in stin to articula u n a com pren sión sim pática del
m u n do —con oce por in m ersión y com plicidad- con la férrea rigidez
de su repetición . La in teligen cia perm ite form as m ás libres y móviles
(com o se advierte en el len guaje h um an o, en el que sign os y cosas
n o están adh eridos), y con oce en exterioridad, con oce m ecan ism os.
La separación crea u n dilem a: «h ay cosas qu e ún icam en te la in te­
ligen cia es capaz de buscar, pero qu e p or sí sola n o h allará jam ás.
Estas cosas el in stin to las h allaría, pero jam ás las buscará», escribe
en La evolución creadora.
Con t r apu estas y disím iles son , sin em bargo, facu ltades de la
evolución de la vida. Y si bien están desplazadas n o están del todo
excluidas p or su con traria: en los h um an os, al lado de la in teligen cia
quedan restos del in stin to, vagos, ocultos, in utilizados.
La tercera estación sin tetiza: la articulación de la com pren sión sim ­
pática del in stin to con la libertad de la in teligen cia, es ia in tuición .
La in tu ición es retorno a la percepción , a un m om en to an terior al
en garce con la u tilidad11, al m om en to previo a su tom a por la lógica
del espacio y por el len guaje. Esta filosofía n o descubre un a razón
con ocedora qu e vaya m ás allá de la percepción , sin o que se propon e
recom en zar más acá, m ás en la afin idad qu e en la distan cia.

11 Henri Bergson, M ateriay memoria, Cayetano Calomin o editor. La Plata, 1943.


Un a m etafísica capaz de ah on dar la percepción para «h un dirse
en las cosas» y de con ocer p or el «roce con el pu ro querer». Con o­
cim ien to de la in m ersión , del roce, de la in m an en cia, del arrojo: es
en la acción libre, cuan do la con cien cia está arrojada al acto, que
puede percibir su propia poten cia desplegán dose, y com pren der así
—por afin idad con él- el despliegue del im pulso vital. Con oce porque
crea, y porque puede in terrogar la propia experien cia del fluir de la
con cien cia.12 Y si las «cosas» tam bién pueden ser com pren didas en
ese acto único e indivisible de la in m ersión es por qu e ellas eviden cian
no la ausen cia total de la du ración si n o el m om en to de su deten ­
ción , con servan la h uella del «gesto creador qu e se desh ace». En tre
con cien cia y m ateria (entre m em oria y m ateria, en tre duración y
materia) no hay diferencia de naturaleza, sin o de grado e in ten sidad.13
El m étodo Bergson n o su pon e alejarse de la percepción , com o
h an h ech o las distin tas m etafísicas, para con stru ir los con ceptos que
perm itieran com pletar lo qu e se percibía d e u n m od o lacun ar. Por
el con trario, se trata de ah on dar las m ism as facultades perceptivas:
ir más acá del sen tido com ú n , por qu e este ya pon e sím bolos, clasifi­
cacion es, tipos, discon tin u idades, abstrae en exceso lo percibido. Ir
h acia su n úcleo d e buen sen tido: «al lado del sentido común, prim er
esbozo de cien cia positiva, h ay el buen sentido, qu e difiere profu n da­
m en te de él y qu e señ ala el com ien zo de lo que se llam ará m ás tarde
in tuición filosófica. Es un sen tido de lo real, de lo con creto, de lo
origin al, de lo viviente, un arte de equilibrio y de precisión , un tacto
de las com plejidades, en palpación con tin u a com o las an ten as de
ciertos in sectos. Envuelve cierta descon fian za d e la facu ltad lógica
con respecto a sí m ism a; h ace u n a guerra in cesan te al au tom atism o
in telectual, a las ideas ya h ech as, a la dedu cción lin eal... es pen sa­
m ien to que se con serva libre, actividad qu e perm an ece despierta,

12Henri Bergson, M em oriay vida, Alfaya, Barceloná, 1994 (comp. Gilíes Deleuze)
13Según Deleuze -cu ya interpretación de Bergson es difícil eludir y de cuyo impacto
es difícil sustraerse- la duración es diferencia. Y sólo al interior de esa diferencia se
pueden pensar grados o intensidades. («La concepción de la diferencia en Bergson»,
en L a isla desiertay otros textos, op.cit.)
flexibilidad de acritud, aten ción a la vida, aju ste siem pre renovado
a situacion es siem pre n u evas.»14
La cuarta estación es u n a coda: que versa sobre el desplazam ien to
de la filosofía h acia el arte, p or m edio de la idea —extrema- de in ­
tuición . Por un lado, la crítica de la cien cia n o deja de proyectarse
sobre el revés de un festejo de las poten cias del arte para desgarrar los
lím ites de la percepción : «su pon ed, en cam bio, que n o tratam os de
elevarn os p or en cim a de la percepción d e las cosas, sin o qu e ah on ­
dam os en ella, para agran darla en profu n didad y altura; su pon ed
qu e in trodu cim os en ella n uestra volu n tad, y qu e n uestra volun tad,
al dilatarse, dilata tam bién n uestra visión de las cosas (...) Se m e
dir á qu e este en san ch am ien to es im posible. Pues, ¿cóm o exigir a los
ojos del cuerpo o a los del espíritu, que vean m ás de lo qu e ven? La
aten ción puede precisar, aclarar, in ten sificar, pero n o pu ede crear,
en el cam po de la percepción , lo qu e n o se h alle de an tem an o en él.
Esa es la objeción . Pero esa objeción queda, según creemos, refutada
por la experien cia. En efecto, existen desde h ace siglos ciertos seres
cuya fun ción es cabalm en te ver, y h acern os ver, lo qu e n o percibim os
n aturalm en te: esos seres son los artistas.»15
Por otro lado, aparece el problem a de la sin gularidad. El cam in o
de la in tuición es el de la com pren sión por sim patía (la vida es ca­
paz de com pren der a la vida), por iden tificación con la experiencia.
Sign ifica que la in tuición se dirige h acia lo que h ay «de ún ico y de
in expresable» en un objeto. Bergson im agin a un em pirism o radical,
«un em pirism o que n o trabaje m ás que a m edida, se ve obligado
a su m in istrar un esfuerzo com pletam en te n uevo para cada nuevo

14Eduardo Le Roy, Bergson, op.cit. Permítaseme una digresión: La contraposición


entre sen tido común y buen sen tido -oposición que n o deja de reconocer la
imbricación interna entre ambos- no deja de recordar a Gramsci, que vio en el buen
sentido las posibilidades de la resistencia popular. Un Gramsci, lector de Sorel,
quien había traducido los problemas filosóficos de Bergson al terreno de la política,
haciendo de la idea de mito un modo de la inmediatez equivalente a la supuesta en
la idea de intuición.
15 El pensamiento y lo movible, op.cit.
objeto que estudia. Cor ta para el objeto un con cepto apropiado al
objeto solo, con cepto del que apen as se pu eda decir qu e sea todavía
un con cepto, puesto qu e sólo se aplica a esta ún ica cosa», escribe en
E l pensamiento y lo movible.
La tarea de h allar un con cepto para cada objeto pon e a la filosofía
en estado de estupor. En este sen tido, el bergson ism o (y se podría
generalizar: el vitalism o) debe en ten derse com o crítica in tern a a la
disciplin a, y a sus m odos de con ocim ien to. La in tuición es el m étodo
—descubrim ien to en estado de in m an en cia, qu e debe ser prolon gado
por la in teligen cia- por el cual se pu ede con ocer la vida; m ien tras
la capa expositiva es con figurada p or las artes en que la palabra se
quiere im agen , ritm o, son ido.

Tercera capa: E l impulso vital


La in tuición descubre y com pren de la vida com o duración . M ien ­
tras la cien cia pien sa al tiem po espacializado y m ed id o16; Bergson
descubre el tiem po com o m ovim ien to y m utación , el tiem po que
tran scurre com o evolución creadora. A eso, que es con dición de la
novedad, n om bra duración . El todo —el universo- es la coexisten cia
de las distin tas duracion es: las h ay m ás in ten sas —la con cien cia, la
m em oria, el im pulso vital-; las h ay m ás dispersas y extensas —las
materiales-. N o difieren entre sí p or n aturaleza, sin o por grados de
in ten sidad. Pero se ve qu e si las prim eras perm iten pen sar —com o
afirm a Deleuze- la diferen cia —en tan to son creación in m an en te
y perm an en te, la diferen cia es m atiz o alteración que difiere de sí
m ism a-; las segun das con figuran el plan o de la repetición .
La duración se presenta —sigo glosan do a ese lector de Bergson que
marca su interpretación actual- com o memoria, cuan do está dirigida al
pasado; y com o impulso vital, si se liga a la temporalidad del futuro.17
Los tres conceptos aluden a la indeterminación, tanto de la evolución

16 El pensamiento y lo movible, op.cit.


17 Gilíes Deleuze, «Bergson. 1859-1941» y «El concepto de la diferencia en
Bergson», ambos ya citados.
natural com o de la posibilidad del h ombre de arrojarse a un acto libre.
Correspon den todos al plan o de lo virtual, que n o puede cesar de actua­
lizarse, pero que al hacerlo se detiene, tom a u n a forma, cae en la materia.
Para el au tor de La energía espiritual, el m u n do es resultado de
la evolución d e un im pulso vital ún ico y origin al, qu e se va m u l­
tiplican do y bifurcan do, qu e irrum pe sobre la m ateria portan do
distin tas virtualidades, arrastrán dola «h acia la organ ización ». N o
h ay trayectoria ún ica de la vida, h ay estallido y fragm en tación , tan ­
to p or la resisten cia qu e le opon e la m ateria com o por el in estable
equilibrio de la fuerza vital: «si en su con tacto con la materia, la
vida es com parable a un ím petu o a u n a im pulsión , con tem plada
en sí m ism a, es in m en sidad de virtualidades, m u tu a in vasión de mil
y m il ten den cias que, sin em bargo, sólo serán m il y m il’ u n a vez
exteriorizadas un as con relación a las otras, es decir, espacializadas. El
con tacto con la m ateria determ in a esta disociación , porque aquella,
efectivam en te, divide lo qu e sólo virtualm en te era m últiple; en este
sen tido, la in dividualidad es, en parte, obra de la m ateria y en parte
efecto de lo qu e la vida lleva con sigo.»
La tarea de esta filosofía es ver en la m ateria la h uella del im pulso
vital realizado, que se desh ace —fuerza suicida- para poder hacer. Se
sum erge en lo determ in ado, para h acer acto de in determ in ación . La
m ateria está con den ada a u n a legalidad extern a; el espíritu, por el
con trario, irrum pe com o im pulso y creación.
Si la con cien cia es «sin ón im o de in ven ción y libertad», es en el
h om bre don de esa fuerza se libera. En la existen cia h um an a se in ten ­
sificó la duración m ism a. Pero el h om bre es, de todos m odos, un a
m ás de las deten cion es de la materia, n o su resultado final, un «lugar
de paso», porque «lo esen cial de la vida está en el m ovim ien to que la
trasm ite.»18 Lu gar de paso, la form a h u m an a pod r á ser arrasada por
el m ism o im pu lso vital qu e la h a creado, ya qu e la evolución n o se
detien e y crear es, al m ism o tiem po, an iquilar.

18 H en iy Bergson, Las dosfuentes de la m oraly la religión, Editorial Sudamericana,


Buenos Aires, 1946.
El h om bre es, para Bergson , la in ven ción m ás sin gular de la vida,
en tan to en él se h an expan dido las fuerzas de la diferen cia y de la
creación. Sin em bargo, h a tam bién creado m u n dos rígidos con trarios
a la in ten sidad vital. Son los tem as de Sim m el, que veía lo h um an o
com o ten sión irresoluble. El pen sador fran cés lo lleva al dram a de un a
vivencia qu e resulta expr opiada de su real sen tido: en la experien cia
ve —para usar su feliz expresión - el rastro de un gesto creador qu e
se desh ace, un im pulso qu e par a crear debe fracasar: «h asta en sus
obras m ás perfectas, cuan do parece h aber triun fado de las resistencias
interiores y tam bién d e la su ya propia, está m erced de la m ateriali­
d ad que h a sabido darse. Y esto pu ede experim en tarlo cada un o de
n osotros en sí m ism o. N u estr a libertad, en los m ovim ien tos m ism os
por los qu e se afirma, crea los h ábitos n acien tes que la ah ogarán si
n o se renueva p or un esfuerzo con stan te: el au tom atism o la acech a.»
Bergson ve la m ism a luch a en todo escenario. En el mayor, de la
evolución de la vida, es el com bate entre la fuerza —la vida, el impulso
vital- y sus formas - d e las que requiere, sin dudas, para realizarse-. En el
menor, el producido por la actividad h um an a, es el encuentro agónico
entre la libertad —fuerza creadora- y el automatismo de las formas creadas
por aquella. Formas que son, vale recordarlo, n o un a expresión de lo real,
sino una apariencia tom ada por la percepción: instantáneas en las qu e
se solidifica la «contin uidad fluida de lo real en imágenes discontinuas.»
La vida tiene una con dición paradojal: n o pu ede desplegarse —en
este plan eta- sin o m aterializán dose, cayen do en la espacialidad. Al
h acerlo, produce la aparien cia de discon tin u idad y de in m ovilidad.
La form a es el m odo en qu e estas aparien cias se presen tan . En la vida
social, esas form as pueden coaccion ar a los h om bres a obedecer un a
rigidez ajen a al m odo de evolución real de la vida. En este plan o,
la revisión filosófica en carada p or Bergson revela su fuerza crítica.
Y tam bién el engarce preciso de sus capas: por qu e el m étodo será
el descubrim ien to de esas duracion es qu e sólo difieren en grado; el
estilo, la búsqueda de im ágen es alejadas de la abstracción y sustraídas
de los autom atism os; y la política —si es qu e un texto pu eda proveer­
la- será la de afirm ar la n ovedad radical.
E l tono: La afirmación
Tan to Bergson com o Nietzsch e colocaron la creación en la cum bre
de la actividad. En La evolución creadora, la con cien cia es más un crear
que un con ocer: es lo qu e actú a com o poten cia de in determ in ación
sobre la m ateria; an tes que ser un registro de lo que ya h a caído en
la m ateria. Se pod r ía decir qu e el vitalism o es el in ten to de pen sar en
la in ten sidad —en ese m om en to del gesto creador, de la irrupción de
la poten cia qu e in augura- y n o en la in terrupción . D e allí, qu e n o se
lo pu eda con siderar la pu esta en ju ego de u n a volu n tad positivista,
propen sa a la glorificación de lo dado. El con ocim ien to y el h acer
deben con stituirse con tra aquello que n iega la vida. Es ésta, su fluir
avasallan te, destru ctor y creador, lo que se afirm a.
En Bergson la afirm ación es el ton o que im pregn a las distin tas
capas: porque es alegría de la escritura en la primera; decisión m etodo­
lógica en la segun da; e iden tificación con el im pulso vital en la tercera.
Jean H yppolite h a señ alado qu e la filosofía de Bergson descon o­
ce el ton o de la an gustia. Y qu e eso es lo qu e la h a h ech o la fuerte
an tagon ista de las filosofías existen cialistas —las de u n H eidegger en
el qu e la an gustia era la con dición de lo h um an o-, y tam bién la que
la h izo in apropiada an te el deven ir oscuro del siglo XX. Si pu do
con stitu ir u n a filosofía de ton o afirm ativo es porque, com o Nietzs­
ch e, fue ren uen te a con siderar qu e el h om bre era algo m ás qu e un
m om en to de un trán sito mayor. Pero el an tih um an ism o evolucionista
de Bergson n o es in com patible con su afirm ación de la capacidad
h um an a. El h om bre, dirá, es capaz de iden tificarse con el im pulso
vital, y reen con trarse con la «alegría de crear».8
Un estilo forjado con im ágen es de luch a vital, propositivo y polé­
m ico —p or m om en tos cercan o a la elegía y al m an ifiesto-, afirm a, en
cada lín ea, las poten cias del pen sam ien to: «En ton ces la realidad no
se n os ofrecerá ya en estado estático, en su m odo de ser, sin o qu e se
afirm ará din ám icam en te, en la con tin u idad y la variabilidad de su
ten den cia; lo qu e en n uestra percepción h aya d e in m óvil y aterido,
en trará en calor y en m ovim ien to. Todo se an im ará en torn o n uestro
y revivirá den tro de n osotros. Un gran alien to se apoderará de los
seres y de las cosas, y n os sen tirem os elevados, im pelidos, llevados
por él. Sen tirem os m ás vida, y este au m en to vital traerá con sigo la
con vicción de que los graves en igm as filosóficos podrían descifrarse
o tal vez podrían dejar de plan tearse, por h aber n acido de un a visión
con gelada de lo real y por n o ser m ás qu e la traducción , en términ os
in telectuales, de cierto debilitam ien to artificial de n uestra vitalidad.
En efecto, cuan to más n os h abitu em os a pen sar y percibir sub specie
durationis, m ás n os sum ergirem os en la duración real.»8
Las con traposicion es —lo estático/lo din ám ico; lo m óvil/lo inmóvil;
frío/calor- y las im ágen es —la del gran alien to, la de la elevación- ex­
presan un a filosofía que se quiere partícipe de la fuerza de la vitalidad,
y n o un con ocim ien to del m om en to de caída de ese im pulso. Si
sentir más vida se con vierte en objetivo del pen sam ien to, la filosofía
se escribe com o llam ado a la acción .
La afirm ación es, tam bién , decisión teórica: la de desbrozar falsos
y reales problem as. Los falsos son los qu e se derivan de su pon er que
existe la n ada o el desorden . Palabras, dirá en los en sayos de E l pen-
samiento y lo movible, que sólo expresan que n o h ay el orden o las
cosas que el filósofo esperaba en con trar. La percepción decepcion ada
bautiza desorden o n ada, por qu e está im pedida de recon ocer allí lo
descon ocido de un a creación in cesan te. Del m ism o m od o, con sidera
la idea de posible com o ilusoria: lo posible n o es m ás que lo real
proyectado h acia el pasado.
La n egación y la idea de posibilidad su pon en agregar algo al m u n ­
do: la idea de inexistencia. Declarar, im agin ar, qu e todo lo qu e existe
no existe. Ese «n o» provien e de un ju icio o de la m em o r ia—creemos
que algo debiera existir o recordam os qu e existió, y en ton ces decla­
ram os su no existen cia én la actualidad-, pero n o pu ede proven ir
de la experien cia. Al con trario, para Bergson , un espíritu apegado
a la experien cia no n egaría, afirm aría lo que h ay en ella, vien do esa
realidad com o lleno qu e «n o cesa de h en ch irse». N o estam os lejos
de aquello que Nietzsch e reclam ó com o amorfati, con dición de un
h om bre —no ya h om bre- liberado.
A Nietzsch e le fueron reveladas las tran sm utacion es del camello,
del león y del n iñ o —la del decir sí después de saber de la carga y
de la n egación . A Bergson lo con m ovió la idea de un perm an en te
despliegue vital, que se rein icia pese a las deten cion es, que n o cesa de
transcurrir, y que ese transcurrir es crear. Am bas in tuicion es producen
alegría en la escritura, por qu e son descubrim ien tos de la profu n da
iden tidad del crear con la vida: «Pero la alegría an un cia siem pre que
la vida h a triun fado, qu e h a gan ado terren o, qu e h a logrado un a
victoria; toda alegría tien e un acento triun fal. Ah ora bien, si ten emos
en cuen ta esta in dicación , y si seguim os esta n ueva lín ea de h ech os,
veremos qu e siem pre que h ay alegría h ay creación ; cuán to m ás rica
es la creación , m ás profu n da es la alegría (...) Pen sad en alegrías
excepcion ales, la del artista que h a realizado su pen sam ien to, la del
sabio qu e h a descubierto o in ven tado. (...) es creador, porque lo
sabe y porqu e la alegría que esto le produ ce es u n a alegría divin a».19
Esa alegría, en el filósofo, provien e de la in tu ición afortu n ada, del
m om en to del descubrim ien to, de esa com pren sión in m an en te, basa­
da en la sim patía con el m un do, en la com pren sión del im pulso vital a
través de su propio esfuerzo creador.20 La afirm ación es afirmación de
la vida con lo que ella tien e de violen cia, de desgarro, y d e con flicto.
N o por lo que ella su pon dría de reden ción n i de positividad ni de
benéfico. Se afirm a lo qu e existe, en lo qu e tien e de n o recon ciliado,
en lo qu e tiene de irrecon ciliable, en lo qu e tien e d e fuerzas capaces
de n egarlo y tran sform arlo. La afirm ación , en ton ces, es afirm ación

19 Henry Bergson, La energía espiritual, Claudio García y Cía. editores, 1945,


Montevideo.
20 Maurice Merlau-Ponty ve en este modo de la filosofía no un modo de fundirse
con el ser, sino una «complicidad de duraciones». Porque entre las cosas, el mundo, y el
saber hay discordancia y concordancia, no plena identidad —ni siquiera, para Merleau-
Ponty en el momento de la intuición-, la filosofía bergsoniana n o es puramente
afirmativa, sino que lleva en su seno una encomiable ambigüedad, que mantiene la
evidencia del carácter problemático de la relación entre duraciones disímiles. La lectura
no es desdeñable, pero aún cuando esa ambigüedad estuviera presente en la compleja
máquin a filosófica de Bergson, no lo está en su tono, en el modo de exposición que sí
es radicalmente afirmativo. {Elogio de la filosofía, Nueva Visión, Buenos Aires, 1970,)
de la m utación con stan te, d e esa in n ovación qu e n o cesa de abrir
las com puertas de lo dado.
An tesala: Materia y memoria
En 1943, el editor Cayetan o Calom in o, de la ciu dad de La Plata,
editó Materia y memoria, cuyo su btítulo es Ensayo sobre la relación
del cuerpo con el espíritu. En un a librería de viejo de u n a calle tradi­
cion al de Buen os Aires, h abía u n ejemplar. Con u n a sobrecubierta,
en la que un retrato poco estilizado es acom pañ ado p or un círculo
am arillo sobre el qu e se im prim e u n a frase de García Calderón : «el
bergson ism o es la filosofía de las razas jóven es, an im adas de ven ce­
dor optim ism o, qu e afirm an , al vivir, la libertad m oral, el valor del
esfuerzo y de la luch a.»
Es in quietan te el m odo en qu e fue leída esa filosofía, com o clave
para la acción o com o elogio de u n a ju ven tu d in som n e y dispu esta
al h eroísm o. Y es extrañ o qu e de ese m od o se presen te el libro más
sistem ático de Bergson . Un libro en el qu e la elaboración con ceptual
tiene la prim acía y don de es difícil h allar la poética del com bate
vitalista. Sin em bargo, es en este libro —qu e h em os leído en aquella
traducción n o carente de desdich as- don de fu n da las n ocion es para
un a n ueva filosofía.
Es en este libro don de fu n d a u n a ¡dea de im agen —dirá: m ás que
represen tación , m en os qu e m ateria- cuyas con secuen cias filosóficas
son tan h on das qu e sus prom esas y augurios n o pueden declararse
cerrados. ¿En qué clave será leído ahora? ¿Q ué lectores le deparará este
siglo en Argen tin a? Es de esperar que n o m en os felices ni in quietos
que aquellos que desh ojaron sus textos duran te el siglo vein te.

M aría Pía López


Henri Bergson
Materia y Memoria
Ensayo sobre la relación
del cuerpo con el espíritu
Prólogo
de H en ri Bergson a la
séptim a edición fran cesa

Este libro afirm a la realidad del espíritu y la realidad de la materia,


e in ten ta determ in ar la relación en tre am bas a través de un ejem plo
preciso, el de la m em oria. El es, pues, n etam en te dualista. Pero, por
otra parte, con sidera cuerpo y espíritu de tal m an era que espera ate­
n uar m uch o, sin o suprim ir, las dificultades teóricas que el dualism o
h a plan teado siem pre y qu e h acen que, sugerido p or la con cien cia
in m ediata, adoptad o p or el sen tido com ún , goce m u y poco de la
h on ra de los filósofos.
Estas dificultades provienen, en su mayor parte, tan to de la con ­
cepción realista, com o idealista, que uno se h ace de la materia. El
objeto de nuestro prim er capítulo es m ostrar qu e idealismo y realismo
son dos tesis igualm en te excesivas, que es falso reducir la materia a la
representación qu e ten emos de ella, falso tam bién h acer de ella un a
cosa que produciría en n osotros representaciones pero que sería de
otra naturaleza qu e estas. La materia, para n osotros, es un con jun to
de «imágenes». Y por «im agen » en ten demos un a cierta existencia que
es más que lo que el idealismo llam a un a representación, pero men os
que lo que el realismo llam a un a cosa, un a existencia situada a m edio
camin o entre la «cosa» y la «represen tación». Esta con cepción de la
materia es sim plem en te la del sen tido com ún . Se asom braría m uch o
un h om bre ajen o a las especulacion es filosóficas si se le dijera que el
objeto que tiene delante suyo, que él ve y toca, no existe m ás que en
su espíritu y por su espíritu, o in cluso, m ás gen eralmen te, n o existe
más que por un espíritu, com o preten día Berkeley. Nuestro interlo­
cutor sosten dría siempre que el objeto existe in depen dien tem en te de
la con cien cia que lo percibe. Pero, por otra parte, sorpren deríamos
tam bién a ese in terlocutor dicién dole que el objeto es totalm en te
diferente de lo que distin guim os en él, que no tiene ni el color que
el ojo le atribuye, ni la resisten cia que la m an o en cuen tra en él. Este
color y esta resistencia están, para él, en el objeto: no son estados de
nuestro espíritu, son elemen tos con stitutivos de un a existencia in de­
pen dien te de la nuestra. Así pues, para el sen tido com ún , el objeto
existe en sí m ism o y, por otra parte, el objeto es en sí tan pin toresco
com o lo percibimos: es u n a im agen , pero un a imagen que existe en sí.
Este es precisam en te el sen tido en qu e tom am os la palabra «im a­
gen » en n uestro prim er capítu lo. N os u bicam os en el p u n to de
vista de un espíritu que ign or aría las discu sion es en tre filósofos.
Ese espíritu creería n atu ralm en te qu e la m ateria existe tal com o la
percibe; y puesto que la percibe com o im agen , h aría de ella, en sí
m ism a, u n a im agen . En u n a palabra, con sideram os la m ateria an tes
de la disociación qu e el idealism o y el realism o h an operado entre
su existen cia y su aparien cia. Sin du das se vuelve difícil evitar esta
disociación luego que los filósofos la h an en gen drado. Pedim os
sin em bargo al lector qu e la olvide. Si en el curso de este prim er
capítu lo, se presen tan objecion es a su espíritu con tra tal o cual de
n uestras tesis, le pedim os qu e exam in e si esas objecion es n o n acen
siem pre de algo qu e se vuelve a situ ar en u n o de los dos pu n tos de
vista m en cion ados de los cuales in vitam os despegarn os.
Fue un gran progreso par a la filosofía el día en qu e Berkeley
establece, con tra los «mechanical philosophers», que las cualidades
secun darias de la m ateria ten ían al m en os tan ta realidad com o las
cualidades prim arias. Su error fue creer qu e por eso era preciso
tran sportar la m ateria al in terior del espíritu y h acer de ella un a
pu r a idea. Sin dudas, Descartes pon ía la m ateria dem asiado lejos
cuan do la con fu n día con la exten sión geom étrica. Pero, para apro­
xim árn osla, en absolu to h abía n ecesidad de ir h asta el pu n to de
h acerla coin cidir con n uestro propio espíritu. Por h aber ido h asta
allí, Berkeley se m uestra in capaz de dar cuen ta del éxito de la física
y se ve obligado, m ien tras qu e Descartes h abía h ech o de las relacio­
nes m atem áticas entre los fen óm en os su esen cia m ism a, a tener el
orden m atem ático del universo por un puro acciden te. La crítica
kan tian a devien e en ton ces necesaria para dar razón de este orden
m atem ático y para restituir a n uestra física un fun dam en to sólido,
por el cual ella sólo triun fa lim itan do el alcan ce de n uestros sen tidos
y de n uestro en ten dim ien to. La crítica kan tian a, al m en os sobre este
pu n to, n o h abría sido n ecesaria; el espíritu h um an o, al m en os en
esta dirección , n o h abría sido llevado a lim itar su propio alcan ce; la
m etafísica n o h abría sido sacrificada a la física si se h ubiese tom ado
partido p or dejar la m ateria a m edio cam in o entre el pu n to al que
la llevaba Descartes y el pu n to al qu e la traía Berkeley, es decir, en
su m a, ah í don de el sen tido com ún la ve. Nu estro prim er capítulo
defin e esta m an era de observar la m ateria; n uestro cuarto capítulo
saca las con secuen cias de ello.
Pero com o an un ciamos de entrada, sólo consideramos la cuestión de
la materia en la m edida en que involucra el problem a abordado en el
segun do y el tercer capítulo de este libro, el cual constituye el objeto del
presente estudio: el problem a de la relación del espíritu con el cuerpo.
Esta relación , aun que siem pre se trate de ella a través de la h istoria
de la filosofía, h a sido en realidad m u y poco estudiada. Si dejam os
de lado las teorías que se lim itan a con statar la «un ión del alm a y del
cuerpo» com o un h ech o irreductible e in explicable, y aquellas que
vagam en te h ablan del cuerpo com o de un in strum en to del alm a, n o
qu eda m u ch o para otra con cepción de la relación psicofisiológica
m ás qu e la h ipótesis «epifen om en ista» o la h ipótesis «paralelista», que
arriban am bas en la práctica —quiero decir en la in terpretación de
los h ech os particulares- a las m ism as con clusion es. En efecto, que se
con sidere el pen sam ien to com o un a sim ple fun ción del cerebro y el
estado de con cien cia com o un epifen óm en o del estado cerebral, o que
se ten gan los estados del pen sam ien to y los estados del cerebro por
dos traduccion es, en dos len guas diferentes, de un m ism o origin al,
en un caso com o en el otro se con cibe an te todo que si pudiéram os
pen etrar en el in terior de un cerebro que trabaja y asistir al cruce
de los átom os qu e com pon en la corteza cerebral, y si por otra parte
poseyéram os la clave de la psicofisiología, con oceríam os todo el
detalle de lo que pasa en la con cien cia correspon dien te.
A decir verdad, esto es lo m ás com ú n m en te adm itido, tan to por
los filósofos com o por los científicos. Sin em bargo, cabría pregun tarse
si los h ech os, exam in ados sin tom ar partido, sugieren realmen te un a
h ipótesis de ese tipo. Q u e h aya solidaridad en tre el estado de con ­
cien cia y el cerebro es in con testable. Pero tam bién existe solidaridad
entre la ropa y el clavo en el qu e esta se cuelga, pues si se arran ca el
clavo, la ropa cae. ¿Direm os por esto qu e la form a del clavo diseñ a
la form a de la ropa o n os perm ite en algu n a for m a presen tirla? Así,
de que el h ech o psicológico esté colgado en un estado cerebral n o
se pu ede con clu ir el «paralelism o» de las dos series psicológica y
fisiológica. Cu an d o la filosofía preten de apoyar esta tesis paralelista
con los datos d e la cien cia, in cu rre en un verdadero círculo vicioso:
pues, si la cien cia in terpreta la solidaridad, qu e es un h ech o, en
el sen tido del paralelism o, qu e es u n a h ipótesis (y u n a h ipótesis
bastan te poco in teligible1)» lo h ace con ciern e o in con cien tem en te
p or razones de orden filosófico. Esto ocurre debido a que ella h a
estado h abitu ada por cierta filosofía a creer qu e n o existe h ipótesis
m ás plausible, m ás con form e a los intereses de la cien cia positiva.

1 Sobre este último punto hemos in sistido muy particularmente en un artículo


intitulado: Le paralogisme psychophysíologique (Revue de métaphysique et de morale,
noviembre 1904)
Ah ora bien , desde que se d em an da a los h ech os in dicacion es
precisas para resolver el problem a, un o se ve tran sportado al terreno
de la m em oria. Podía esperarse, pues el recuerdo -com o en la pre­
sen te obra in ten tam os mostrar- represen ta precisam en te el pu n to
de in tersección en tre el espíritu y la materia. Poco im porta la razón:
n adie discutirá, creo yo, que del con ju n to de los h ech os capaces
de ech ar algu n a luz sobre la relación psicofisiológica, aquellos qu e
con ciern en a la m em oria, sea en estado n orm al, sea en estado pato­
lógico, ocu pan un sitio privilegiado. N o solam en te los docu m en tos
son en este pun to de un a abu n dan cia extrem a (pién sese solam en te
en la m asa form idable de observacion es recogidas sobre las diversas
afasias), sin o que en n in gún sitio tan to com o en este la an atom ía,
la fisiología y la psicología h an salido airosos en prestarse un m utuo
apoyo. Para aquel qu e aborda sin idea precon cebida, sobre el terreno
de los h ech os, el an tigu o problem a de las relacion es en tre el alm a y
el cuerpo, este problem a aparece rápidam en te com o ciñ én dose en
torn o a la cuestión de la m em oria, e in cluso m ás específicam en te, de
la m em oria de las palabras: sin n in gu n a du da, de allí deberá salir la
luz capaz de ilu m in ar los lados m ás oscuros del problem a.
Se verá com o in ten tam os resolverlo n osotros. D e un m odo general,
el estado psicológico n os parece, en la m ayoría de los casos, desbordar
en orm em en te el estado cerebral. Q u iero decir qu e el estado cerebral
no traza en esto m ás qu e un a pequ eñ a parte, aqu ella qu e es capaz de
traducirse por m ovim ien tos de locom oción . Tom en un pen sam ien to
com plejo que se desarrolla en u n a serie de razon am ien tos abstractos.
Este pen sam ien to se acom pañ a con la represen tación de imágen es,
al m en os n acien tes. Y esas im ágen es n o están represen tadas en la
con cien cia sin qu e se tracen, en estado de esbozo o de ten den cia,
los m ovim ien tos a través de los cuales esas im ágen es ten drían lugar
en el espacio —qu iero decir, im prim irían al cuerpo tales o cuales ac­
titudes, liberarían todo el m ovim ien to espacial qu e im plícitam en te
con tien en -. Y bien , este pen sam ien to com plejo qu e se desarrolla es,
en n uestra visión , aquello qu e el estado cerebral subraya en todo
m om en to. Aquel qu e pudiese pen etrar en el in terior de un cerebro,
y distin guir lo que allí se produce, probablem en te estaría in form ado
sobre estos m ovim ien tos esbozados o preparados; n ada prueba que
estaría in form ado sobre otra cosa. Au n qu e estuviese dotado de un a
in teligen cia sobreh um an a o tuviese la clave de la psicofisiología, no
estaría esclarecido sobre lo que pasa en la con cien cia correspon dien te,
m ás de lo que podem os estarlo sobre u n a pieza de teatro a través de
las idas y vueltas de los actores sobre la escena.
Es decir que la relación de lo m en tal a lo cerebral no es u n a relación
con stan te, m uch o m en os u n a relación simple. Según la n aturaleza de
la pieza que se representa, los m ovim ien tos de los actores dicen más o
menos: casi todo, si se trata de un a pan tom im a; casi nada, si es una fina
comedia. D e este m odo nuestro estado cerebral contiene más o menos
que nuestro estado men tal, según que ten dam os a exteriorizar nuestra
vida psicológica en acción o a interiorizarla en con ocim ien to puro.
H ay pues, finalmen te, ton os diferentes de la vida men tal, y nuestra
vida psicológica puede ju garse a alturas diferentes, un as veces más
cerca, otras veces m ás lejos de la acción , según el grado de n uestra
aten ción a la vida. Esta es un a de las ideas directrices del presen te
libro, ella h a servido de pu n to de partida a n uestro trabajo. Lo que
com ún m en te se con sidera u n a gran com plicación del estado psicoló­
gico, nos parece desde nuestro pun to de vista u n a m ayor dilatación de
n uestra person alidad en tera, la qu e n orm alm en te con streñ ida p or la
acción, se extiende tan to m ás cuan to m ás se distien de el en torn o en el
que ella se deja com prim ir y, siem pre in divisa, se expan de sobre un a
superficie tan to m ás con siderable. Lo qu e com ú n m en te se con sidera
un a perturbación de la vida psicológica m ism a, un desorden interior,
un a en ferm edad de la person alidad, n os parece desde n uestro pu n to
de vista un relajam ien to o u n a perversión de la solidaridad que liga
esta vida psicológica a su m otor con com itan te, u n a alteración o un a
dism in ución de n uestra aten ción a la vida exterior. Esta tesis, así
com o aquella que con siste en n egar la localización de los recuerdos
de palabras y en explicar las afasias d e otro m od o qu e a través de esta
localización, fue con siderada com o paradojal luego de la prim era pu ­
blicación de esta obra (1896). H oy en d ía lo parecerá m uch o m en os.
La con cepción de la afasia que era clásica en ton ces, un iversalmen te
adm itida y ten ida p or in tan gible, es fuertem en te discu tida después
de algu n os añ os, sobre todo por razones de orden an atóm ico, pero
en parte tam bién por razones psicológicas del m ism o gén ero que las
que n osotros expon íam os desde esa época2. Y el estudio tan profun do
y origin al qu e Pierre Jan et h a h ech o de la n eurosis lo h a con du cido
en estos últim os añ os, por otros cam in os, a través del exam en de las
form as «psicastén icas» de la en ferm edad, a usar esas con sideracion es
de «ten sión » psicológica y de «aten ción a la realidad» que se califican
en prin cipio com o vistas m etafísicas3.
A decir verdad, n o h abía razón estrictam en te para calificarlas así.
Sin discutir con la psicología, tam poco con la m etafísica, su derecho
a erigirse en cien cias in depen dien tes, estim am os qu e cada un a de
esas dos cien cias debe plan tear problem as a la otra y puede, en cierta
m edida, ayudar a resolverlos. ¿Cóm o podría ser de otro m odo, si la
psicología tien e p or objeto el estudio del espíritu h u m an o en tan to
que fun cion a útilm en te para la práctica, y la m etafísica n o es más que
ese espíritu h um an o h acien do esfuerzos para liberar con dicion es de
la acción útil y recobrarse com o pu r a en ergía creadora? Estos proble­
mas, que parecen ajen os un os a otros, si n os aten em os estrictam en te
a los térm in os en que am bas cien cias los plan tean , aparecen m uy
próxim os y capaces de resolverse los un os a través de los otros cuan do
se profu n diza así su sign ificación interior. N o h abríam os creído, al
com ien zo de n uestras in vestigacion es, qu e pu diese h aber u n a con e­
xión cualquiera en tre el an álisis del recuerdo y las cuestion es que se
agitan en tre realistas e idealistas, o en tre m ecan icistas y din am istas, a
propósito de la existen cia o de la esen cia de la materia. Sin em bargo

2Ver los trabajos de Pierre Marie y la obra de F. Moutier, L’aphasie de Broca, Paris,
1908 (en particular el capítulo VII). Nosotros no podemos entrar en el detalle de las
investigaciones y las controversias relativas a la cuestión. Sin embargo, tenemos que
citar el reciente artículo de J. Dignan-Bouveret, «L’aphasie motrice souscorticale»
{Journ al depsychologie nórm ale etpathologique, enero-febrero 1911).
3 E Janet, Les obsessions et la psychasthénie, Paris, F. Alean, 1903 (en particular
págs. 474-502)
esta con exión es real, in cluso ín tim a; y si un o la tom a en cuenta,
un problem a m etafísico capital resulta tran sportado al terreno de
la observación , don d e p od r á ser resuelto progresivam en te, en lugar
de alim en tar in defin idam en te disputas en tre escuelas en el cam po
cerrado de la dialéctica pura. La com plicación de ciertas partes de la
presente obra se sostien e en el inevitable en trecruzamien to de proble­
mas que se produce cuan do se tom a la filosofía desde este án gulo. Pero
a través de esta com plicación , qu e se atien e a la com plicación m ism a
de la realidad, creem os qu e u n o se orien tará sin dificu ltad si n o deja
escapar dos prin cipios qu e n os h an servido a n osotros m ism os de
h ilo con du ctor en n uestras bú squ edas. El prim ero es qu e el an álisis
psicológico debe situ arse siem pre en relación al carácter u tilitario
de n uestras fu n cion es m en tales esen cialm en te vueltas a la acción .
El segun do es que los h ábitos con tr aídos en la acción , rem on tan do
en la esfera de la especu lación , crean problem as ficticios, y qu e la
m etafísica debe com en zar p or disipar esas oscuridades artificiales.
Capítulo I

De la selección de las
imágenes para la representación.
El papel del cuerpo.

Vamos a ñngir por un instante que no conocemos nada de las teo-


rías de la materia y del espíritu, nada de las discusiones sobre la realidad
o idealidad del mundo exterior. H em e aquí, pues, en presencia de
imágenes, en el sentido más vago en que pueda tomarse esta palabra,
imágenes percibidas cuando abro mis sentidos, inadvertidas cuando
los cierro. Todas esas imágenes obran y reaccionan unas sobre otras en
todas sus partes elementales según leyes constantes, que llamo las leyes
de la naturaleza, y corno la ciencia perfecta de esas leyes permitiría sin
dudas calcular y prever lo que pasará en cada una de esas imágenes, el
porvenir de las imágenes debe estar contenido en su presente y no
añadirle nada nuevo. Sin embargo existe una de ellas que contrasta con
todas fas otras por el hecho de que no la conozco exclusivamente desde
afuera por percepciones, sino también desde adentro por afecciones: es
mi cuerpo. Examino las condiciones en que esas afecciones se producen:
hallo que siempre vienen a intercalarse enere conmociones que recibo
desde afuera y movimientos que voy a ejecutar, como si debieran ejer-
cer una influencia mal determinada sobre la marcha final. Paso revista
a mis diversas afecciones: me parece que cada una de ellas contiene a su
manera una invitación a obrar y, al m ism o tiempo, la autorización de
esperar e incluso de no hacer nada. M iro más de cerca: descubro
movimientos comenzados pero no ejecutados, la indicación de una
decisión más o menos útil, pero no la obligación que excluye la elección.
Evoco, comparo mis recuerdos: recuerdo que por rodas partes he creído
ver aparecer en el mundo organizado esta misma sensibilidad en el
instante preciso en que la naturaleza, habiendo conferido al ser viviente
la facultad de moverse en ei espacio, señala a la especie, a través de ía
sensación, los peligros generales que la amenazan e indica a los individuos
precauciones para escapar de ellos. Interrogo por último a mi conciencia
sobre el papel que ella se atribuye en la afección: responde que en efecto
asiste, bajo la forma de sentimiento o de sensación, en todos los
procedimientos en los que creo tomar la iniciativa, que por el contrario
se e.cíipsa y desaparece desde que mi actividad, volviéndose automática,
declara de ese modo no tener ya necesidad de ella. Pues bien, o todas
las apariencias son tramposas, o el acto en el cual desemboca el estado
afectivo, no es de aquellos que podrían deducirse rigurosamente de los
fenómenos anteriores, como un movimiento de un movimiento, y
desde entonces añade verdaderamente algo nuevo al universo y a su
historia. Ateniéndonos a las apariencias, voy a form ular pura y
simplemente lo que siento y lo que veo: Todo pasa como si, en este
conjunto de imágenes que ¡Limo universo, nada realmente nuevo se
pudiera producir ¡mis que por la intermediación de ciertas imágenes
particulares, cuyo tipo me es suministrado por mi cuerpo.
Ahora estudio, sobre cuerpos semejantes al mío, la configuración de
esta imagen particular que llamo mi cuerpo. Diviso nervios aferentes
que transmiten conmociones a los centros nerviosos, luego nervios
eferentes que pai ten del centro, conducen conmociones a la periferia,
y ponen en movimiento las parces del cuerpo o el cuerpo entero.
Interrogo al fisiólogo y al psicólogo sobre el destino de unos y otros.
Ellos responden que si los movimientos centrífugos del sistema nervioso
pueden provocar el desplazamiento del cuerpo, los movimientos
centrípetos, o al menos ciertos enere ellos, hacen nacer la representa'
ción del mundo exterior. ¿Qué hay que pensar de esco?
Los nervios aferentes son imágenes, el cerebro es una imagen, las
conmociones transmitidas por los nervios sensitivos y propagadas en
el cerebro son también imágenes. Para que esta imagen que llamo
conmoción cerebral pudiera engendrar las imágenes exteriores, sería
necesario que las contuviera de un modo u otro, y que la representación
de todo el universo material estuviese implicada en la de ese movimiento
molecular. Ahora bien, bastaría enunciar una proposición semejante
para demostrar su absurdo. Es el cerebro el que forma parte del mundo
material, y no el mundo material el que forma parte del cerebro.
Supriman la imagen que lleva el nombre de mundo material, aniquilarán
en el mismo golpe el cerebro y la conm oción cerebral que son sus
partes. Supongan por el contrario que esas dos imágenes, el cerebro y
la conmoción cerebral, se desvanecieran: en hipótesis ustedes no borran
más que a ellas, es decir muy poca cosa, un detalle insignificante en un
inmenso cuadro. El cuadro en su conjunto, es decir el universo, subsiste
integralmente. Hacer del cerebro la condición de la imagen total, es
verdaderamente contradecirse uno mismo, puesto que el cerebro, en
hipótesis, es una parce de esta imagen. N i los nervios ni los centros
nerviosos pueden pues condicionarla imagen del universo.
Detengámonos sobre este último punto. H e aquí las imágenes
exteriores, después mi cuerpo, después en fin las m odificaciones
aportadas por mi cuerpo a las imágenes circundantes. Veo cómo las
imágenes exteriores influyen sobre la imagen que llamo mi cuerpo:
ellas le transmiten movimiento. Y veo también cómo ese cuerpo influye
sobre las imágenes exteriores: él les restituye movimiento. M i cuerpo
es pues, en el conjunto del mundo material, una imagen que actúa
como las demás imágenes, recibiendo y devolviendo movimiento, con
esta única diferencia, quizás, que mi cuerpo parece elegir, en cierta
medida, la manera de devolver lo que recibe. Pero, ¿cómo es que mi
cuerpo en general, mi sistema nervioso en particular, podrían engendrar
toda o parte de mi representación del universo? Dígan que mi cuerpo
es materia o digan que es imagen, poco importa la palabra. Si es materia,
orma parte del mundo material y el mundo material en consecuencia
.wisre alrededor de él y más allá de él. Si es imagen, esta imagen no
podrá dar más de lo que se haya puesto allí, y ya que ella es, en hipótesis,
idam ente la imagen de mi cuerpo, sería absurdo querer extraer de ella
la imagen de todo el universo. M i cuerpo, objeto destinado a. mover
objetos, es pues un centro de acción; no sabría hacer nacer una
representación.

Pero si mi cuerpo es un objeto capaz de ejercer una acción real y


nueva sobre los objetos que lo circundan, él debe ocupar una situación
privilegiada respecto a ellos. En general, una imagen cualquiera influye
en las otras imágenes de una manera determinada, incluso calculable,
conforme a lo que llamamos las leyes de la naturaleza. C om o no tendrá
que escoger, no tiene tampoco necesidad de explorar la región de
alrededor, ni de probarse de antemano con varias acciones simplemente
posibles. La acción necesaria se cumplirá por sí misma cuando su hora
haya sonado. Pero he supuesto que el roí de la imagen que llamo mi
cuerpo era el ele ejercer sobre las otras imágenes una influencia real, y
por consecuencia el de decidirse entre varios caminos materialmente
posibles. Y puesto que esos caminos sin dudas le son sugeridos por la
m ayor o m enor ventaja que ella puede extraer de las imágenes
circundantes, es preciso que esas imágenes dibujen de alguna manera,
sobre la cara que ellas voltean hacia mi cuerpo, el partido que mi cuerpo
podría extraer de ellas. De hecho, observo que la dimensión, la forma,
el color mismo de los objetos exteriores se modifican según que mi
cuerpo se aproxim e o se aleje de ellos; que la tuerza de los olores, la
intensidad de los sonidos aumentan o disminuyen con la distancia; en
fin que esta misma distancia representa sobre todo la medida en que
los cuerpos circundantes están asegurados, de algún modo, contra la
acción inmediata de ni i cuerpo. A medida que mi horizonte se ensancha,
las imágenes que me rodean parecen dibujarse sobre un fondo más
uniform e y volvérseme indiferentes. M ás estrecho ese horizonte, más
los objetos que circunscríbese escalonan distintamente según la mayor
o menor facilidad de mi cuerpo para tocarlos y moverlos. Ellos

.1(1
devuelven pues a mi cuerpo, como harta un espejo, su influencia even-
tual; se ordenan según las potencias crecientes o decrecientes de mi
cuerpo. Los objetos que rodean mi cuerpo reflejan la acción posible de mi
cuerpo sobre ellos.

Sin tocar las otras imágenes, ahora voy a m odificar ligeramente eso
que llamo mi cuerpo. En esta imagen, secciono a través del pensamiento
todos los nervios aferentes dei sistema cerebro-espinal. ¿Qué va a pasar?
Algunos golpes de escalpelo habrán corlado algunos manojos de fibras:
el resto del universo, e incluso el resto de mi cuerpo, quedarán como
eran. El cam bio operado es pues insignificante. De hecho, «mi
percepción» entera se desvanece. Exam inem os pues más de cerca lo
que acaba de producirse. H e aquí las imágenes que componen el
universo en general, luego aquellas que se avecinan a mi cuerpo, luego
por último mi cuerpo mismo. En esta última imagen, el papel habitual
de los nervios centrípetos es el de transmitir movimientos al cerebro y
a la médula; ios nervios centrífugos devuelven ese movimiento a la
periferia. Eí seccionamiento de los nervios centrípetos no puede pues
producir más que un único efecto realm ente inteligible, el de
interrumpir la corriente que va de la periferia a la periferia pasando por
el centro; se trata, en consecuencia, de poner mi cuerpo en la
imposibilidad de extraer, en el medio de las cosas que lo rodean, la
cualidad y la cantidad de movimiento necesarias para obrar sobre ellas.
He aquí lo que concierne a la acción, y solamente a la acción. Sin
embargo es mi percepción la que se desvanece. ¿Qué implica decir esto
sino que mi percepción dibuja fielmente en el conjunto de las imágenes,
a la manera de una sombra o un reflejo, las acciones virtuales o posibles
de mi cuerpo? Ahora bien, el sistema de imágenes donde el escalpelo
sólo ha operado un cambio insignificante es lo que generalmente
llamamos el mundo material; y, por otra parte, lo que acaba de
desvanecerse es «mi percepción» de ia materia. D e ahí, provisoriamente,
estas dos definiciones: Llamo materia al conjunto de las imágenes, y
percepción de la materia a esas mismas imágenes relacionadas a la acción
posible de una cierta imagen determinada, mi cuerpo.
Profundicemos esta última relación. Considero mi cuerpo con ios
reñiros nerviosos, con los centros centrípetos y centrífugos. Sé que los
objetos exteriores imprimen a los nervios aferentes conmociones que
se propagan a los centros, que los centros son el teatro de movimientos
moleculares muy variados, que esos movimientos dependen de la
naturaleza y de ia posición de los objetos. Cam bien los objetos,
modifiquen su relación con mi cuerpo, y todo habrá cambiado en los
movimientos interiores de mis centros perceptivos. Pero también todo
habrá cambiado en «mi percepción». M i percepción es pues íunción
de esos movimientos moleculares, ella depende de ellos. Pero ¿cómo
depende? Ustedes dirán quizás que los traduce, y que no me represento
ninguna otra cosa, en últim o análisis, más que los movimientos
moleculares de la sustancia cerebral. Pero, ¿cómo esta proposición
podría tener el menor sentido si la imagen del sistema nervioso y de
sus movimientos interiores 110 es, en hipótesis, más que ia de un cierto
objeto material, y yo me represento el universo material en su totalidad?
Es verdad que aquí intentamos dar vuelta la dificultad. Se nos muestra
un cerebro en su esencia análogo al resto del universo material; imagen,
pues, en tanto que el universo es imagen. Luego, como se pretende
que los movimientos interiores de ese cerebro crean o determinan la
representación de todo el mundo material, imagen que desborda
infinitamente a la de las vibraciones cerebrales, se finge no ver en esos
movimientos moleculares, ni en el m ovimiento en general, imágenes
como ias otras, sino algo que sería más o menos que una imagen, en
todo caso de otra naturaleza que la imagen y de donde la representación
surgiría por un verdadero milagro. La materia deviene de este modo
cosa radicalmente diferente de la representación, de la cual no tenemos
en consecuencia ninguna imagen; frente a ella se ubica una conciencia
vacía de imagen de ia que 110 podemos hacernos idea alguna; finalmente,
para llenar ia conciencia se inventa una acción incomprensible de esia
materia sin forma sobre este pensamiento sin materia. Pero lo cierto es
que los movimientos de la materia son muy claros en taino que
imágenes, y que no hay lugar para buscar en el movimiento otra cosa
que lo que allí se ve. 1.a única dificultad provendría de hacer nacer de
esas imágenes muy particulares la variedad infinita de las representa-
ciones; pero ¿por qué pensar esto cuando está a la vista de todos que las
vibraciones cerebralesy¿n;//w parte del mundo material, y cuando esas
imágenes no ocupan en consecuencia más que un pequeñísim o rin-
cón de la representación? ¿Q ué son pues, por fin, esos movim ientos,
y qué papel juegan esas imágenes particulares en la representación del
todo? N o podría dudar de esto: son movim ientos destinados a pre-
parar en el interior de mi cuerpo, iniciándola, la reacción de mi cuer-
po a la acción de los objetos exteriores. Imágenes ellas mismas, no
pueden crear imágenes; pero marcan en todo mom ento, com o haría
una brújula que se desplaza, la posición de cierta imagen determina-
da, mi cuerpo, en relación a las imágenes circundantes. En el conjun-
to de la representación, son m uy poca cosa; pero tienen una im por-
tancia capital para esa parte de la representación que llam o mi cuer-
po, pues esbozan en todo m om ento sus cam inos virtuales. N o hay
entonces más que una diferencia de grado, no puede haber una dife-
rencia de naturaleza entre la (acuitad llamada perceptiva del cerebro y
las funciones reflejas de la médula espinal. La médula transforma las
excitaciones sufridas en m ovim ientos ejecutados; el cerebro las pro-
longa en reacciones simplemente nacientes; pero en un caso como en
el otro, el papel de la materia nerviosa es el de conducir, com poner o
inhibir movim ientos. ¿De dónde proviene entonces el hecho de que
«mi percepción del universo» parezca depender de los m ovim ientos
internos de la sustancia cerebral, cam biar cuando ellos varían y des-
vanecerse cuando son abolidos?
La dificultad de este problema consiste sobre todo en que uno se
representa la sustancia gris y sus modificaciones como cos-'.s que se
bastarían a sí misma y que podrían aislarse del resto del universo.
Materialistas y dualistas acuerdan, en el fondo, sobre este punto. Ellos
consideran separadamente ciertos movimientos moleculares de la
materia cerebral : entonces, unos venen nuestra percepción conciente
una fosforescencia que sigue esos movimientos e ilumina su trazo; los
otros despliegan nuestras percepciones en una conciencia que expresa
sin cesar, a su manera, los sacudimientos moleculares de la sustancia
cortical: en un caso com o en el otro, se trata de estados de nuestro
sistema nervioso que la percepción supone diseñar o traducir. Pero,
¿puede concebirse vivo al sistema nervioso sin el organismo que lo
nutre, sin la atrnóslera en la que el organism o respira, sin la Tierra
que esta atmósfera baña, sin e! sol alrededor del cual la Tierra gravita?
Más generalmente, ¿no implica la ficción de un objeto material aislado
una especie de absurdo, puesto que este objeto toma sus relaciones
físicas de las relaciones que mantiene con todos los otros, y debe
cada una desús determinaciones, en consecuencia su existencia misma,
al lugar que ocupa en el conjunto del universo? N o decimos pues
que nuestras percepciones simplemente dependen de los movimientos
moleculares de la masa cerebral. D ecim os que ellas varían con ellos,
pero que dichos m ovim ientos quedan inseparablemente ligados al
resto del mundo material. Ya no se trata entonces solamente de saber
cómo nuestras percepciones se vinculan a las modificaciones de la
sustancia gris. El problema se amplia, y se plantea también en términos
mucho más claros. H e aquí un sistema de imágenes que llamo mi
percepción del universo y que se trastorna de arriba a abajo por suaves
variaciones de cierta imagen privilegiada, mi cuerpo. Esta imagen
ocupa el centro; sobre ella se regulan todas las otras; todo cambia
con cada uno de sus m ovim ientos, com o si se hubiera dado vuelta
un caleidoscopio, He aquí, por otra parte, las mismas imágenes pero
relacionadas cada una consigo misma; influyendo sin dudas unas
sobre otras, pero de m odo que el electo perm anece siem pre
proporcionado con la causa: es lo que llamo el universo. ¿Cóm o
explicar que estos dos sistemas coexistan, y que las mismas imágenes
sean relativamente invariables en el universo e infinitamente variables
en la percepción? El problem a pendiente entre el realismo y el
idealism o, quizás incluso entre el materialismo y el esplritualism o,
se plantea pues, para nosotros, en los siguientes términos: ¿De dónde
proviene el hecho de que las mismas imágenes puedan entrar a la t>cz
en dos sistemas diferentes, uno en el que cada imagen paría por si misma
y en la medida bien definida en que ella padece la acción real de las
imágenes circundantes, otro en el que todas varían por una sola, y en la
medida variable en que ellas reflejan la acción posible de esta imagen
privilegiada?
Toda imagen es interior a ciertas imágenes y exterior a otras; pero
del conjunto uno no puede decir que nos sea interior ni que nos sea
exterior, puesto que la interioridad y la exterioridad no son más que
relaciones entre imágenes. Preguntarse si el universo existe solamente
en nuestro pensamiento o más allá de él, es enunciar el problema en
términos insolubles, suponiendo que ellos sean inteligibles; es
condenarse a una discusión estéril, donde los términos pensamienco,
existencia, universo estarán necesariamente tomados en una y otra parte
en sentidos totalmente diferentes. Para zanjar el debate, es preciso ante
todo encontrar un terreno común en eí que se entable la lucha, y puesto
que nosotros sólo captamos las cosas bajo forma de imágenes, es en
función de imágenes, y solamente de imágenes, que unos y otros
debemos plantear el problema. Ahora bien, ninguna doctrina filosófica
discute que las mismas imágenes puedan entrara la vez en dos sistemas
distintos, uno que pertenece a la ciencia, y en el que cada imagen, no
estando relacionada más que a sí misma, conserva un valor absoluto,
otro que es el mundo de la conciencia, y en el que todas las imágenes se
regulan sobre una imagen centra!, nuestro cuerpo, cuyas variaciones
ellas siguen. La cuestión planteada entre el realismo y el idealismo se
vuelve entonces muy clara: ¿cuáles son las relaciones que estos dos
sistemas de imágenes sostienen entre sí? Y es fácil de ver que el idealismo
subjetivo consiste en hacer derivar el primer sistema del segundo, el
realismo materialista en extraer el segundo de! primero.
£1 realista parte en efecto del universo, es decir de un conjunto de
imágenes gobernadas en sus relaciones mutuas por leyes inmutables,
donde los electos permanecen proporcionados a sus causas, y cuyo
carácter es no tener centro, todas las imágenes se despliegan sobre un
mismo plano que se prolonga indefinidamente. Pero también es forzoso
conscatar que además de este sistema existen percepciones, es decir
sistemas en los que esas mismas imágenes están relacionadas a una única
imagen entre ellas, se escalonan alrededor suyo sobre planos diferentes,
y se transfiguran en su conjunto por modificaciones ligeras de esta
imagen central. El idealismo parce de esta percepción, y en el sistema
de imágenes que se da hay una imagen privilegiada, su cuerpo, sobre el
cual se regulan las otras imágenes. Pero desde que pretende religar el
presente al pasado y prever el porvenir, está obligado a abandonar esta
posición central, a resituar todas las imágenes sobre el mismo plano, a
suponer que ya no varían por él sino por ellas, y a tratarlas como si
formaran parte de un sistema en el que cada cambio da la medida
exacta de su causa. Solamente con esta condición la ciencia del universo
se vuelve posible; y puesto que esta ciencia existe, puesto que ella
consigue prever el porvenir, la hipótesis que la luncla no es una hipótesis
arbitraria. El primer sistema no es dado sino a la experiencia presente;
pero creemos en el segundo sólo por esto que afirmamos, la continuidad
del pasado, del presente y del porvenir. Así, tanto en el idealismo como
en el realismo, se plantea uno de los dos sistemas, y luego se busca
deducir el otro.
Pero ni el realismo ni el idealismo llegan a mucho con esta deducción,
puesto que ninguno de los dos sistemas está implicado en el otro, y
cada uno de ellos se basta a sí mismo. Si ustedes se dan el sistema de
imágenes que no posee centro, y en el que cada elemento posee su
tamaño y su valor absoluto, no veo por qué a ese sistema se le adjuntaría
un segundo, en el que cada imagen toma un valor indeterminado,
sometido a todas las vicisitudes de una imagen central. Para engendrar
la percepción será preciso pues evocar algún ricas exmiichhui ral como
la hipótesis materialista de la conciencia-epifenómeno. Entre todas las
imágenes de los cambios absolutos que se habrán puesto de enriada, se
escogerá aquella que llamamos nuestro cerebro, y se conferirá a los
estados interiores de esta imagen el singular privilegio de duplicarse,
no se sabe cómo, en la reproducción esta vez relativa y variable de
todas las otras. Es cieno que luego se fingirá no dar ninguna importancia
a esta representación, ver allí una fosforescencia que las vibraciones
cerebrales dejarían detrás de sí: ¡como si la sustancia cerebral y las
vibraciones cerebrales incrustadas en las imágenes que componen esta
representación, pudiesen ser de otra naturaleza que ellas mismas! Así
pues, todo realismo hará de la percepción un accidente, y en

i2
consecuencia un misterio. Pero inversamente, si ustedes se dan un sis-
tema de imágenes inestables dispuestas alrededor de un centro privile-
giado y que se modifican profundamente por desplazamientos insen-
sibles de ese centro, excluyen de entrada el orden de !a naturaleza, este
orden indiferente al punto donde se lo ubica y al término por el que se
lo comienza. N o podrán restituir este orden más que evocando a vues-
tro turno un deas ex machina, suponiendo, a través de una hipótesis
arbitraria, no se cuál armonía preestablecida entre las cosas y el espíri-
tu, o al menos, para hablar como Kanc, entre la sensibilidad y el enten-
dimiento. Es ¡a ciencia la que se volverá entonces un accidente, y su
éxito un misterio. Ustedes no podrían pues deducir ni el primer siste-
ma del segundo, ni el segundo del primero, y esas dos doctrinas opues-
tas, realismo e idealismo, cuando finalm ente se las sitúa sobre el
mismo terreno, acaban en sentidos contrarios chocando contra el
mismo obstáculo.
Profundizando ahora por debajo de las dos doctrinas ustedes
descubrirán en ellas un postulado común, que formularemos así: la
percepción tiene un interés completamente especulativo; ella es
conocimiento puro. Toda !a discusión consiste en el rango que hay que
atribuir a este conocimiento frente al conocimiento científico. Unos
se dan el orden exigido por la ciencia y no ven en la percepción más
que una ciencia confusa y provisoria. Los otros ponen la percepción en
primer lugar, la erigen en absoluto, y román a la ciencia como una
expresión simbólica de lo real. Pero para unos y otros percibir significa
ante todo conocer.
Ahora bien, este es el postulado que nosotros discutimos. El es
desmentido por el examen, aún el más superficial, de la estructura del
sistema nervioso en la serie animal. Y uno no podría aceptarlo sin
oscurecer profundamente el triple problema de la materia, de la
conciencia y de su relación.
¿Seguimos en efecto, paso a paso, el progreso de la percepción externa
desde la monera hasta los vertebrados superiores? Encontramos que en
el estado de simple masa protoplásmica la materia viviente es ya irritable
y contráctil, que sufre la influencia de los estímulos exteriores, a los
que responde a través de reacciones mecánicas, físicas y químicas. A
medida que nos elevamos en la serie de los organismos, vemos dividir-
se el trabajo fisiológico. Aparecen células nerviosas, se diversifican, tien-
den a agruparse en sistema. A l mismo tiempo, el animal reacciona a la
excitación exterior a través de movimientos más variados. Pero, aun
cuando la conm oción recibida no se prolongue de inmediato en
movimiento cumplido, parece simplemente esperar la ocasión para
ello, y la misma impresión que las modificaciones ambientes transmiten
ai organismo lo determinan o lo preparan para adaptarse a ellas. En los
vertebrados superiores, se vuelve sin dudas radical la distinción entre el
puro automatismo, que reside sobre todo en la médula, y la actividad
voluntaria, que exige la intervención del cerebro. Uno podría imaginar
que la impresión recibida, en lugar de florecer en movimientos, se
espiritualiza en conocimiento. Pero basta comparar la estructura del
cerebro con la de la médula para convencerse de que entre las funciones
de! cerebro y la actividad refleja del sistema medular sólo existe una
diferencia de complejidad, y no una diferencia de naturaleza. ¿Qué
sucede, en efecto, en la acción refleja? El movimiento centrípeto
comunicado por la excitación se refleja de inmediato por intermedio
de las células nerviosas de la médula en un movimiento centrífugo que
determina una contracción muscular. ¿En qué consiste, por otra parte,
la función del sistema cerebral? La conmoción periférica, en lugar de
propagarse directamente a la célula motriz de la médula e imprimir al
músculo una necesaria contracción, remonta en primer lugar al encéfalo,
luego vuelve a descender a las mismas células motrices de la médula
que intervenían en el movimiento reflejo. ¿Qué se ha ganado con este
rodeo, y qué ha ido a buscar en las células llamadas sensitivas de la
corteza cerebral? N o comprendo, no comprenderé jamás que extraiga
de esto la milagrosa potencia de transformarse en representación de las
cosas, y además tengo esta hipótesis por inútil, como se lo verá luego.
Pero lo que veo muy bien es que esas células de las diversas regiones
llamadas sensoriales de la corteza, células interpuestas entre las
arborizaciones terminales de las Fibras centrípetas y las células motrices
de la zona rolándica, permiten a la conmoción recibida ganar a voluntad
ral o cual mecanismo motor cle la médula espinal y escoger así su efec-
to. M ás se multiplicarán esas células interpuestas, más emitirán pro-
longaciones ameboideas capaces de unirse diversamente, más numero-
sas y variadas serán también las vías capaces de abrirse frente a una
conmoción venida de la periferia, y en consecuencia, habrá más siste-
mas de movimientos entre los cuales una misma excitación permitirá
escoger. El cerebro no debe pues ser otra cosa, en nuestra visión, que
una especie de oficina telefónica central: su papel es el de «dar la comu-
nicación», o el de hacerla esperar. No añade nada a lo que recibe; pero
como todos los órganos perceptivos envían allí sus últimas prolonga-
ciones, y como todos los mecanismos motores de la médula y del
bulbo tienen allí representantes acreditados, constituye realmente un
centro en el que la excitación periférica se pone en relación con tal o
cual mecanismo motor, elegido y no ya impuesto. Por otra parte, de-
bido a que una multitud de vías motrices pueden abrirse todas a la vez
en esta sustancia, por una misma conmoción venida de la periferia,
esta conmoción posee la facultad de dividirse allí al infinito, y en
consecuencia, perderse en reacciones m otrices innum erables,
simplemente nacientes. De este modo, el papeí del cerebro es tanto el
de conducir el movimiento recogido a un órgano de reacción elegido,
como el de abrir a ese movimiento la totalidad de las vías motrices
para que esboce allí todas las reacciones posibles de las que está preñado,
y para que se analice él mismo al dispersarse. En otros términos, el
cerebro nos parece un instrumento de análisis en relación al movimiento
recogido y un instrumento de selección en relación al movimiento
ejecutado. Pero en un caso como en el otro, su rol básico se limita a
transmitir y a dividir el movimiento. Y ni en los centros superiores de
la corteza ni en la médula los elementos nerviosos trabajan en vista del
conocimiento: no hacen más que esbozar de un sólo golpe una
pluralidad de acciones posibles, u organizar una de ellas.
Es decir que el sistema nervioso nada posee de un aparato que serviría
para fabricar o aún para preparar representaciones. Él tiene por función
recibir excitaciones, montar aparatos motores y presentar el mayor
número posible de esos aparatos a una excitación dada. Tanto más se
desarrolla, tamo más numerosos y más alejados devienen los puntos
.en el espacio que pone en relación con mecanismos motores siempre
más complejos: así se agranda la amplitud que él deja a nuestra acción,
y en esto consiste justamente su creciente perfección. Pero si el sistema
nervioso está construido, de un extremo al otro de la serie animal, en
vista de una acción cada vez menos necesaria, ¿no es preciso pensar que
la percepción, cuyo progreso se regula por el suyo, está por completo
orientada, ella también, hacia ía acción, no hacia el conocimiento puro?
Y desde entonces la riqueza creciente de esta misma percepción, ¿no
debe simbolizar sencillamente ía parte creciente de indeterminación
dejada a la elección del ser viviente en su conducta frente a las cosas?
Partimos pues de esta indeterminación como del verdadero principio.
Buscamos, una vez planteada esta indeterminación, si 110 se podría
deducir de ella la posibilidad y aún la necesidad de la percepción
concierne. En otros términos, nos damos este sistema de imágenes
solidarias y ligadas que llamamos el mundo material, e imaginamos
aquí y allá, en este sistema, centros de acción real representados por la
materia viviente: digo que es preciso que alrededor de cada uno de
estos cen tros se dispongan imágenes subordinadas a su posición y variables
con respecto a ellos; digo en consecuencia que la percepción conciente
1debe producirse, y que además es posible comprender cómo surge.
Notemos ante codo que una ley rigurosa liga la extensión de la
percepción conciente con la intensidad de acción de ia que el ser viviente
dispone. Si nuescra hipótesis es fundada, esta percepción aparece en el
momento preciso en que una conmoción recibida a través de la materia
no se prolonga en reacción necesaria. En el caso de un organismo
rudimentario, será necesario, es cierro, un contacto inmediato del objeto
interesado para que la conmoción se produzca, y entonces la reacción
no puede apenas hacerse esperar. Es así que, en las especies inferiores, el
tacto es pasivo y activo a la vez; sirve para reconocer una presa y para
tomarla, para sentir el peligro y hacer el esfuerzo para evitarlo. Las
prolongaciones variadas de los protozoarios, ios ambulacros de los
equinodermos, son tanto órganos de movimiento como de percepción
táctil; el aparato urticante de los celentéreos es un instrumento de

‘i(>
percepción ai mismo tiempo que un medio de defensa. En una pala-
bra, cuánto más inmediata debe ser la reacción, más necesario que ia
percepción se asemeje a un simple contacto, y el proceso completo de
percepción y de reacción apenas se distingue entonces del impulso
mecánico seguido de un movimiento necesario. Pero a medida que la
reacción se vuelve más incierta, que ella deja lugar a la hesitación,
también se incrementa la distancia respecto a la cual se hace sentir sobre
el animal la acción del objeto interesado. A través de la vista, del oído,
el animal se pone en relación con un número siempre mayor de cosas,
sufre influencias cada vez más lejanas; y sea que esos objetos le permitan
una ventaja, sea que lo amenacen de un peligro, promesas y amenazas
retrasan su concreción. La parte de independencia de la que dispone un
ser vivo, o como diremos nosotros, la zona de indeterminación que
rodea su actividad, permite pues evaluar// priori el número y la distancia
de las cosas con las cuales él está en relación. Cualquiera sea esa relación,
cualquiera sea pues la naturaleza íntima de la percepción, se puede
afirm ar que la am plitud de la percepción mide exactamente ia
indeterminación de la acción consecutiva, y en consecuencia enunciar
esta ley: la percepción dispone del espacio en la exactaproporción en que
la acción dispone del tiempo.
Pero, ¿por qué esta relación del organismo con objetos más o menos
lejanos tómala forma particular de una percepción conciente? Nosotros
hemos examinado lo que sucede en el cuerpo organizado; hemos visto
movimientos transmitidos o inhibidos, metamorfoseados en acciones
cumplidas o dispersados en acciones nacientes. Nos ha parecido que
esos movimientos interesaban a la acción, y solamente a ella; ellos
permanecen absolutamente ajenos al proceso de la representación.
Hemos considerado entonces la acción misma y la indeterminación
que la rodea, indeterminación que está implicada en la estructura del
sistema nervioso, y en vista de la cual este sistema más bien parece
haber sido construido para otra cosa que en vista de la representación.
De esta indeterminación, aceptada como un hecho, hemos podido
deducir la necesidad de una percepción, es decir de una relación variable
entre el ser viviente y las in fluencias más o menos lejanas de los objetos
que le interesan. ¿De dónde proviene el hecho de que esta percepción
sea conciente, y por qué rodo sucede como si esta conciencia naciera de
los movimientos interiores de la sustancia cerebral?
Para responder a esta pregunta, vamos en primer lugar a simplificar
mucho las condiciones en que se cumple la percepción conciente. De
hecho, no hay percepción que no esté impregnada de recuerdos. A ios
datos inmediatos y presentes de nuestros sentidos les mezclamos miles
de detalles de nuestra experiencia pasada. Lo más frecuente es que esos
recuerdos desplacen nuestras percepciones reales, de las que no retenemos
entonces más que algunas indicaciones, simples «signos» destinados a
recordarnos antiguas imágenes. La com odidad y la rapidez de la
percepción existen a ese precio; pero de allí nacen también las ilusiones
de todo género. Nada impide sustituir esta percepción, penetrada
completamente de nuestro pasado, con la percepción que tendría una
conciencia adulta y formada pero encerrada en el presente y absorbida,
con exclusión de cualquier otro trabajo, en la tarea de moldearse sobre
el objeto exterior. ¿Se dirá que hacemos una hipótesis arbitraria, y que
esta percepción ideal, obtenida por la eliminación de los accidentes
individuales, ya no responde en nada a la realidad? Mas nosotros
esperamos mostrar precisamente que los accidentes individuales están
injertados sobre esta percepción impersonal, que esta percepción está
en la base misma de nuestro conocimiento de las cosas, y que es por
haberla desconocido, por 110 haberla distinguido de lo que la memoria
le añade o le resta, que se ha hecho de la percepción una especie de
visión interior y subjetiva, que no diferiría del recuerdo más que por
su mayor intensidad. Tal será pues nuestra primera hipótesis. Pero por
naturaleza ella entraña otra. Por corra que se suponga una percepción,
ella ocupa en efecto una cierta duración, y exige en consecuencia un
esfuerzo de la memoria que prolongue unos en otros una pluralidad
de momentos. Incluso, como intentaremos mostrarlo, la «subjetividad»
de las cualidades sensibles consiste sobre todo en una especie de
'contracción de lo real, operada por nuestra memoria. Resumiendo, la
^memoria bajo esas dos formas, en tanto recubre con un manto de
recuerdos uñ fondo de percepción inmediata y en tanto contrae a su
vez una multiplicidad de momentos, constituye el principal aporte de
la conciencia individual a la percepción, el costado subjetivo de nues-
tro conocimiento de las cosas; y descuidando esta iportación para vol-
ver nuestra idea más clara, nosotros avanzamos mucho más lejos de lo
que conviene en el camino en que estamos comprometidos. Estare-
mos libres para volver enseguida sobre nuestros pasos, y para corregir,
sobre todo a través de la restitución de la memoria, lo que nuestras
conclusiones podrían tener de excesivas. N o es necesario pues ver en lo
que sigue más que una exposición esquemática, y pediremos que se
entienda provisoriamente por percepción no mi percepción concreta y
compleja, aquella que es hinchada por mis recuerdos y que ofrece
siempre un cierto espesor de duración, sino la percepción pura, una
percepción que existe de derecho más que de hecho, la que tendría un
ser situado donde soy, viviendo como vivo, pero absorbido en el
presente, y capaz de obtener de la materia, a través de ía eliminación de
la memoria bajo todas sus formas, una visión a la vez inmediata e
instantánea. Coloquémonos pues en esta hipótesis, y preguntémonos
cómo se explica la percepción conciente.
Deducir la conciencia sería una empresa muy audaz, pero no es
realmente necesario aquí, puesto que ubicando el mundo material uno
se ha dado un conjunto de imágenes, y es imposible darse otra cosa.
Ninguna teoría de la materia ha escapado a esta necesidad. Reduzcan la
materia a átomos en movimiento: esos átomos, todavía desprovistos
de cualidades físicas, no se determinan por tanto más que en relación a
una visión y a un contacto posibles, aquella sin iluminación, y este sin
materialidad. Condensen el átomo en centros de tuerza, disuélvanlo
en remolinos que progresan en un fluido continuo: ese fluido, esos
movimientos, esos centros no se determinan más que en relación a un
tacto impotente, a un impulso ineficaz, a una luz descolorida: son
todavía imágenes. Es cierto que una imagen puede « rsin serpercibida-,
puede estar presente sin estar representada; y la distancia entre estos
dos términos, presencia y representación, parece medir precisamente el
intervalo entre la materia misma y la percepción conciente que tenemos
de ella. Pero examinemos estas cosas más de cerca y veamos en qué

-í(>
consiste exactamente esta diferencia. Si hubiera más en el segundo
término que en el primero, si para pasar de la presencia a la representa-
ción hubiera que añadir algo, la distancia sería infranqueable, y el pasa-
je de la materia a la percepción quedaría envuelto de un misterio impe-
netrable. Esto no sería del mismo modo si uno pudiera pasar del pri-
mer al segundo término por vía de disminución, y si la representación
de una imagen fuera menos que su sola presencia; pues entonces bastaría
que las imágenes presentes fuesen forzadas a abandonar algo de sí
mismos para que su simple presencia las convirtiera en representaciones.
Ahora bien, he aquí la imagen que llamo un objeto material; poseo su
representación. ¿De dónde proviene el hecho de que ella no parece ser
en sí lo que es para mí? Resulca del hecho de que, solidaria de la totalidad
de las o eras imágenes, se continúa en las que le siguen tal como
prolongaba a las que la precedían. Para transformar su existencia pura y
simple en representación, bastaría suprimir de un golpe aquello que la
sigue,•aquello que la precede, y también aquello que la llena, no
conservando más que la costra excerior, la película superficial. Lo que
la distingue a ella, imagen presente, realidad objetiva, de una imagen
representada, es la necesidad que tiene de obrar a través de cada uno de
sus puntos sobre todos los puntos de las otras imágenes, de transmitir
la totalidad de lo que recibe, de oponer a cada acción una reacción
igual y contraria, de no ser finalmente más que un sendero sobre el
cual pasan en todos los sentidos las modificaciones que se propagan en
la inmensidad del universo. Yo la convertiría en representación si pudiera
aislarla, si sobre todo pudiera aislar lo que la envuelve. La representación
está allí, pero siempre virtual, neutralizada en eí instante en que pasaría
al acto por la obligación de continuarse y perderse en otra cosa. Lo que
hace falta para obtener esta conversión no es iluminar el objeto, sino
por el contrario oscurecerle ciertos costados, reducirle la mayor parte
de sí mismo, de manera que el sobrante, en lugar de quedar encajado
en el entorno como una cos/i, se despegue de él como un cuadro. Ahora
bien, si los seres vivientes constituyen en el universo «centros de
indeterminación», y si el grado de esta indeterminación se mide a través
del número y la elevación de sus funciones, se concibe que su sola
presencia pueda equivaler a la supresión de codas las parces de los obje-
tos en las que sus funciones no están comprometidas. Se dejaran atra-
vesar, en cierto modo, por aquellas de entre las acciones exteriores que
le son indiferentes; las otras, aisladas, devendrán «percepciones» por su
mismo aislamiento. Todo sucederá entonces para nosotros como si
reflejáramos sobre las superficies la luz que emana de ellas, luz que
propagándose siempre, nunca hubiera sido revelada. Las imágenes que
nos rodean parecerán volverse hacia nuestro cuerpo, pero esta vez ilu-
minada la cara que le interesa; ellas soltarán de su sustancia lo que
nosotros habremos fijado a su paso, aquello que somos capaces de
afectar. Indiferentes las unas de las otras en razón del mecanismo radi-
cal que las liga, se presentan recíprocamente todas sus caras, lo que
equivale a decir que actúan y reaccionan entre ellas a través de todas sus
partes elementales, y que ninguna en consecuencia es percibida ni per-
cibe concienremente. Que si, por el contrario, se enfrentan en alguna
parte a una cierta espontaneidad de reacción, su acción es rebajada otro
tanto, y esta disminución de su acción es justamente la representación
que tenemos de ellas. Nuestra representación de las cosas nacería pues,
en suma, de que ellas vienen a reflejarse contra nuestra libertad.
Cuando un rayo de luz pasa de un medio a otro, lo atraviesa
generalmente cam biando de dirección. Pero tales pueden ser las
densidades respectivas de los dos medios que, por un cierto ángulo de
incidencia, no haya ya refracción posible. Se produce entonces la
reflexión total. Del punto luminoso se forma una imagen virtual, que
simboliza, en cierto modo, la imposibilidad en que se encuentran los
rayos luminosos para proseguir su cam ino. La percepción es un
fenómeno del mismo género. Lo que está dado es la totalidad de las
imágenes del mundo material con la totalidad de sus elementos
interiores. Pero si ustedes suponen centros de actividad verdadera, es
decir espontánea, los rayos que allí llegan y que interesarían esta
actividad, en lugar de atravesarlos, parecerán volver a dibujar los
contornos del objeto que los envía. N o habrá ahí nada de positivo,
nada que se añada a la imagen, nuda nuevo. Los objetos no harán más
que abandonar algo de su acción real para figurar así su acción virtual,
es decir, en el fondo, la influencia posible del ser viviente sobre ellos.
La percepción se asemeja pues a esos fenómenos de reflexión que pro-
vienen de una refracción impedida; es como un efecto de espejismo.
Esto equivale a decir que para las imágenes existe una simple diferencia
de grado, y no de naturaleza, entre ser y ser percibidas candentemente.
La realidad de ía materia consiste en la realidad de sus elementos y de
sus acciones de codo género. Nuestra representación de la materia es la
medida de nuestra acción posible sobre los cuerpos; resulta de la
eliminación de aquello que no compromete nuestras necesidades y
más generalmente nuestras funciones. En un sentido, se podría decir
que la percepción de un punto material inconciente cualquiera, en sil
instantaneidad, es infinitamente más vasta y completa que la nuescra,
puesto que ese punto recoge y transmite las acciones de todos los puntos
del mundo material, mientras que nuestra conciencia no alcanza más
que ciertas partes a través de cierros coscados. La conciencia -e n el caso
de la percepción exterior- consiste precisamente en esa selección. Pero,
en esa pobreza necesaria de nuestra percepción conciente, existe algo
positivo y que anuncia ya el espíritu: se trata,'en el sentido etimológico
del término, del discernimiento.
Toda la dificultad del problema que nos ocupa proviene del hecho
de que uno se representa la percepción como una vista fotográfica de
las cosas, que se captaría desde un punto determinado con un aparato
especial, como el órgano de percepción, y que se desarrollaría enseguida
en la sustancia cerebral por no sé qué proceso de elaboración química y
psíquica. Pero, ¿cómo no ver que la fotografía, si ella existe, ya está
tomada, sacada en el interior mismo de las cosas y para todos los puntos
del espacio? Ninguna metafísica, ninguna física incluso, puede sustraerse
a esta conclusión. Com pongan el universo con átomos: en cada uno
de ellos se hacen sentir, en cualidad y en cantidad variables según la
distancia, las acciones ejercidas por todos los átomos de la materia.
¿Con centros de fuerza? Las líneas de fuerza emitidas en todos los
sentidos por todos los centros dirigen sobre cada centro las influencias
del mundo material por completo. ¿Con mónadas, en fin? Cada
mónada, como pretendía Leibniz, es el espejo del universo. Todo el
mundo está pues de acuerdo sobre este punto. Sólo que, si se conside-
ra un lugar cualquiera del universo, se puede decir que la acción entera
de la materia pasa allí sin resistencia y sin desperdicio, y que la fotogra-
fía es allí del todo traslúcida: falta, tras la placa, una pantalla negra
sobre la cual se recortaría la imagen. Nuestras «zonas de indetermina-
ción» jugarían en cierto modo el rol de pantalla. Ellas no añaden
nada a lo que es; hacen únicamente que la acción real pase y que la
acción virtual permanezca.
N o se trata aquí de una hipótesis. Nos limitamos a formular los
datos que ninguna teoría de la percepción puede dejar pasar. Ningún
psicólogo, en efecto, abordará el estudio de la percepción exterior sin
plantear al menos la posibilidad de un mundo material, es decir, en el
fondo, ia percepción virtual de todas las cosas. En esta masa material
simplemente posible se aislará el objeto particular que llamo mi cuerpo,
y en ese cuerpo los centros perceptivos: el estremecimiento se me
aparecerá llegando desde un punto cualquiera del espacio, propagándose
a lo largo de los nervios, ocupando los centros. Pero aquí se consuma
un golpe de efecto. Ese mundo material que rodeaba el cuerpo, ese
cuerpo que aloja el cerebro, ese cerebro en el qite se distinguían centros,
son bruscamente expulsados; y como bajo el influjo de una varita
mágica se hace surgir, a la manera de una cosa absolutamente nueva, la
representación de lo que se había puesto al principio. Esta representación
es impulsada fuera del espacio, para que ya no tenga nada en común
con la materia de donde había partido: en cuanto a la materia misma,
se querría prescindir de ella, sin embargo no se puede, pues sus
fenómenos presentan entre ellos un orden tan riguroso, tan indiferente
al punto que se tome por origen, que esta regularidad y esta indiferencia
constituyen verdaderamente una existencia independiente. Será preciso
resignarse entonces a conservar el fantasma de la materia. Cuanto menos,
se la despojará de todas las cualidades que dan la vida. Se recortarán
figuras que se mueven en un espacio amorfo; o incluso (lo que equivale
más o menos a lo mismo), se imaginarán relaciones de magnitud que
se compondrían entre ellas, funciones que evolucionarían desenrollando
su contenido: desde entonces la representación, cargada con los despojos
de la materia, se desplegará libremente en una conciencia inextensa.
Pero no basta cortar, es preciso coser. Hará falta ahora explicar cómo
esas cualidades que ustedes han liberado de su sostén material, van a
reencontrarlo. Cada atributo cuya materia reducen, ensancha el intervalo
entre la representación y su objeto. Si ustedes hacen inextensa esa materia,
¿cómo recibirá ella la extensión? Si la reducen al m ovim iento
homogéneo, ¿de dónde nacerá pues la cualidad? Sobre todo, ¿cómo
imaginar una relación entre la cosa y la imagen, entre la materia y el
pensamiento, si cada uno de esos dos términos sólo posee, por
definición, lo que le falta al otro? Así las dificultades van a nacer bajo
vuestro paso, y cada esfuerzo que hagan para disipar una de ellas no
podrá más que resolverse en muchas otras. ¿Qué les pedimos entonces?
Simplemente renunciar a vuestro golpe de varita mágica, y continuar
por el camino en el que habían enerado desde un principio. Ustedes
nos habían mostrado las imágenes exteriores afectando los órganos de
los sentidos, modificando los nervios, propagando su influencia en el
cerebro. Vayan hasta el final. El movimiento va a atravesar la sustancia
cerebral, no sin hacer un alto allí, y brotará entonces en acción voluntaria.
He aquí todo el mecanismo de la percepción. En cuanto a la percepción
misma en tanto imagen, no tienen que rehacer su génesis, puesto que
la han situado desde el principio y no podían, además, no situarla:
dándose el cerebro, dándose la menor parcela de materia, ¿no se dan
ustedes la totalidad de las imágenec? Le que ustedes tienen pues que ,
explicar, no es como nuce l<i percepción, sino cómo se limita, puesto que
ella sería, de derecho, Lt imagen del todo, j1puesto que se reduce, de
hecho, a aquello que a vosotros interesa. Pero si justamente ella se discingue
de la imagen pura y simple en que sus partes se ordenan en relación a
un centro variable, su limitación se'comprende sin esfuerzo: i ndeímida
de derecho, ella se lim ita, de hecho, a d ib u jar la parte de
indeterminación dejada por el paso de esta imagen especial que ustedes
llam an vuestro cuerpo. Y por consecuencia, inversam ente, la
indeterminación de los movimientos del cuerpo, ral como se deduce
de la estructura gris del cerebro, da la med ida exacta de la extensión de
vuestra percepción. N o es preciso pues asombrarse si iodo sucede como
si vuestra percepción resultara de los movimientos interiores del cere-
bro y surgiese, en cieno modo, de los centros corticales. Ella no podría
venir de allí, pues el cerebro es una imagen como las otras, envuelta en
la masa de las otras imágenes, y sería absurdo que el continente surgiera
del contenido. Pero como la estructura del cerebro ofrece el plan
minucioso de ios movimientos entre los cuales ustedes eligen; como,
por otro lado, la porción de las imágenes exteriores que parece volver
sobre sí misma para constituirla percepción dibuja precisamente todos
los puntos del universo que esos movimientos habrían ocupado,
percepción concierne y m odificación cerebral se corresponden
rigurosamente. La dependencia recíproca de estos dos términos proviene
pues simplemente del hecho de que ellos son, el uno y el otro, función
de un tercero, que es la indeterminación del querer.
Sea, por ejemplo, un punto luminoso P cuyos rayos actúan sobre
los diferentes puntos ¿i, b, c, de la retina. En ese punto P la ciencia
localiza vibraciones de una cierta amplitud y de una cierta duración.
En ese mismo punto P la conciencia percibe la luz. Nos proponemos
mostrar, en el curso de este estudio, que ambos tienen razón, y que no
hay diferencia esencial entre esa luz y esos movimientos, siempre que
se restituya la unidad al m ovim ien to, la in d ivisib ilid ad y la
heterogeneidad cualitativa que un mecanismo abstracto le niega, siempre
que también se vea en las cualidades sensibles otras tantas contracciones
operadas por nuestra memoria: ciencia y conciencia coincidirían en lo
instantáneo. Limitémonos provisoriamente a decir, sin prof undizar
demasiado aquí en el sentido de las palabras, que el punto P envía a la
retina conmociones luminosas. ¿Qué va a suceder? Si la imagen visual
del punto P no estuviese dada, tendría sentido investigar cómo se forma,
y uno se encontraría muy rápido en presencia de un problema insoluble.
Pero de cualquier manera que aquí se lo tome, uno no puede impedir
planteáiselo de entrada: la única cuestión es, pues, saber por qué y
cómo esta imagen es escogida para formar parte de mi percepción,
mientras que una infinidad de otras imágenes permanecen excluidas
de ella. Ahora bien, veo que las conmociones transmitidas desde el
punto P a los diversos corpúsculos retinianos son conducidas a los
sim plem en te del h ech o de qu e ellos son , el u n o y el otro, fun ción
de un tercero, que es la in determ in ación del querer.
Sea, por ejem plo, un pu n to lu m in oso P cuyos rayos actúan sobre
los diferentes pun tos a, b, c, de la retin a. En ese pu n to P la cien cia
localiza vibracion es de un a cierta am plitu d y de u n a cierta duración .
En ese m ism o pun to P la con cien cia percibe la luz. N o s propon e­
m os m ostrar, en el curso de este estudio, qu e am bos tien en razón,
y que n o h ay diferen cia esen cial entre esa luz y esos m ovim ien tos,
siem pre que se restituya la u n idad al m ovim ien to, la in divisibilidad
y la h eterogen eidad cualitativa que un m ecan ism o abstracto le niega,
siem pre que tam bién se vea en las cualidades sen sibles otras tan tas
contracciones operadas por n uestra m em oria: cien cia y con cien cia
coin cidirían en lo in stan tán eo. Lim itém on os provisoriam en te a
decir, sin profun dizar dem asiado aqu í en el sen tido de las palabras,
que el pun to P en vía a la retin a con m ocion es lu m in osas. ¿Q u é va a
suceder? Si la im agen visual del pu n to P n o estuviese dada, ten dría
sen tido investigar cóm o se form a, y un o se en con traría m u y rápido
en presen cia de un problem a in soluble. Pero de cualquier m an era
que aqu í se lo tom e, uno n o puede im pedir plan teárselo de en tra­
da: la ún ica cuestión es, pues, saber por qué y cóm o esta im agen
es escogida para form ar parte de m i percepción , m ien tras que un a
in fin idad de otras im ágen es perm an ecen excluidas de ella. Ah ora
bien, veo que las con m ocion es tran sm itidas desde el pu n to P a los
diversos corpúsculos retin ian os son con du cidas a los cen tros ópticos
sub-corticales y corticales, a m en udo tam bién a otros cen tros, y que
esos cen tros unas veces las tran sm iten h acia m ecan ism os m otores,
otras las detien en provisoriam en te. Los elem en tos n erviosos in te­
resados son pues los que dan a la con m oción recibida su eficacia;
ellos sim bolizan la in determ in ación del querer; de su in tegridad
depen de esa in determ in ación ; y por con siguien te, toda lesión de
esos elementos, dism in uyen do n uestra acción posible, dism in u irá
a su vez la percepción . En otros térm in os, si existen en el m un do
m aterial pun tos en los qu e las con m ocion es recibidas n o son m ecá­
n icam en te tran sm itidos, si existen com o decim os n osotros zon as de
in determ in ación , esas zon as deben en con trarse precisam en te sobre el
trayecto de lo qu e se llam a el proceso sen so-m otor: y desde en ton ces
tod o debe ocurrir com o si los rayos Va, Fb, Pe fueran percibidos a
lo largo de ese trayecto y proyectados a con tin uación en P. Aún más,
si esta in determ in ación es algo qu e escapa a la experim en tación y al
cálculo, no pasa lo m ism o con los elem en tos n erviosos a través de
los cuales es recibida y tran sm itida la im presión . Es pues de estos
elem en tos qu e deberán ocuparse fisiólogos y psicólogos; sobre ellos
se regulará y a través de ellos se explicará todo el porm en or de la
percepción exterior. Se podrá decir, si se quiere, qu e la excitación ,
luego de h aber tran sitado a lo largo de esos elem en tos, luego de h a­
ber gan ado el cen tro, se con vierte allí en u n a im agen con cien te que
es exteriorizada a con tin uación en el pu n to P. La verdad es que el
pu n to P, los rayos que él em ite, la retin a y los elem en tos nerviosos
interesados form an un todo solidario, qu e el pun to lum in oso P form a
parte de ese todo, y qu e es en P, y n o en otro lugar, qu e la im agen
de P es form ada y percibida.
Represen tán don os así las cosas, n o h acem os m ás que volver a
la con vicción in gen ua del sen tido com ún . Tod os n osotros h em os
com en zado por creer que en trábam os en el objeto m ism o, que lo
percibíam os en él, y n o en n osotros. Si el psicólogo desdeñ a u n a idea
tan sim ple, tan cercan a a lo real, es porque el proceso in tracerebral,
esa parte m ín im a de la percepción , parece ser para él equivalen te a
la percepción entera. Su pr im an el objeto percibido con servan do ese
proceso in tern o; a él le parece que la im agen del objeto perm an ece. Y
su creen cia se explica sin esfuerzo: existen n um erosos estados, com o
la alucin ación o el sueñ o, en los que surgen im ágen es qu e im itan en
todo pun to a la percepción exterior. Com o, en esos casos, el objeto h a
desaparecido m ien tras qu e el cerebro subsiste, se con cluye allí qu e el
fen óm en o cerebral es suficiente para la producción de la imagen. Pero
n o es n ecesario olvidar que, en todos los estados psicológicos de ese
género, la m em oria ju ega el rol prin cipal. Ah ora bien , in ten tarem os
m ostrar m ás adelan te que, u n a vez adm itida la percepción tal com o
la en ten dem os, la m em oria debe surgir, y que esta m em oria, al igual
que la percepción m ism a, n o posee su con dición real y com pleta en
un estado cerebral. Sin abordar aún el exam en de estos dos pun tos,
lim itém on os a presen tar un a observación m u y sim ple, qu e n o es
n ueva adem ás. M u ch os ciegos de n acim ien to poseen sus cen tros
visuales in tactos: sin em bargo viven y m ueren sin h aber form ado
jam ás un a im agen visual. Sem ejan te im agen n o pu ede aparecer más
que si el objeto exterior h a ju gad o algún papel al m en os u n a pri­
m era vez; en con secuen cia, al m en os por prim era vez, él debe h aber
en trado efectivam en te en la represen tación . Ah ora bien , n o n os
exigim os otra cosa por el m om en to, pues es de la percepción pura
que n osotros h ablam os aquí, y no de la percepción com plicada de
m em oria. Rech acen pues la aportación de la m em oria, con sideren
la percepción en estado bruto, estarán obligados a recon ocer qu e n o
h ay jam ás im agen sin objeto. Pero desde que ustedes adju n tan a los
procesos in tracerebrales el objeto exterior qu e es su causa, veo m u y
bien cóm o la im agen de ese objeto está dada con él y en él, n o veo
en absoluto cóm o ella n acería del m ovim ien to cerebral.
Cu an do un a lesión de los n ervios o de los cen tros in terrum pe el
trayecto de la con m oción n erviosa, la percepción es a su vez dism i­
n uida. ¿Es preciso asom brarse de esto? El rol del sistem a nervioso es
el de utilizar esta con m oción , con vertirla en pasos prácticos, real o
virtualmen te cum plidos. Si por u n a razón o por otra, la excitación ya
no pasara, sería extraño que la percepción correspon dien te tuviera lu­
gar aún, puesto que esta percepción pon dría en ton ces n uestro cuerpo
en relación con pun tos del espacio qu e ya n o in vitarían directam en te
a h acer un a selección . Seccion en el n ervio óptico de un an im al; la
con m oción que parte del pu n to lu m in oso ya n o se tran sm ite al cere­
bro y de ah í a los n ervios m otores; el h ilo que un ía el objeto exterior
a los m ecan ism os m otores del an im al, en globan do el nervio óptico,
se h a roto: la percepción visual h a deven ido pues im poten te, y la
in con cien cia con siste precisam en te en esa im poten cia. Q u e la m a­
teria pu eda ser percibida sin el con curso de un sistem a nervioso, sin
órgan os de ios sen tidos, n o es algo teóricam en te in con cebible; pero
es prácticam en te im posible, porque u n a percepción de ese género n o
serviría par a n ada. Ella sería adecu ada par a un fan tasm a, n o para un
ser vivien te, es decir, obran te. N o s represen tam os el cuerpo viviente
com o un im perio den tro de un im perio, el sistem a nervioso com o un
ser aparte, cuya fu n ción sería en prim er lu gar elaborar percepcion es,
después crear m ovim ien tos. La verdad es que m i sistem a n ervioso,
in terpuesto en tre los objetos qu e sacuden m i cuerpo y aquellos que
yo podría in fluen ciar, ju ega el papel de un sim ple con du ctor que
tran smite, reparte o in h ibe el m ovim ien to. Ese con ductor se com pon e
de u n a m u ltit u d en orm e d e h ilos ten didos de la periferia al cen tro y
del centro a la periferia. Tan t o existen h ilos yen do de la periferia h acia
el cen tro com o pu n tos del espacio capaces de solicitar m i volu n tad y
de plan tear, por así decirlo, u n a pregu n ta elemen tal a m i actividad
m otriz: cada pregu n ta plan teada es precisam en te lo qu e llam am os
u n a percepción . La percepción tam bién resulta d ism in u ida en uno
de su s elem en tos cada vez qu e un o de los h ilos llam ados sen sitivos
es cortado, porqu e en ton ces algu n a parte del objeto exterior deviene
im poten te para solicitar la actividad, y tam bién cada vez qu e un
h ábito estable h a sido con traído, porque esta vez la réplica siem pre
pron ta vuelve la pregu n ta in útil. Lo qu e desaparece en un caso com o
en el otro, es la reflexión aparen te de la con m oción sobre sí m ism a,
el retorn o de la luz a la im agen de la qu e parte, o m ejor dich o esta
disociación , ese discernimiento que h ace que la percepción se libere
de la im agen . Se puede decir por con siguien te que el detalle de la
percepción se m oldea exactam en te sobre el de los n ervios llam ados
sen sitivos, pero que la percepción en su con ju n to tiene su verdadera
razón de ser en la ten den cia del cuerpo a moverse.
Lo que generalmente produce ilusión sobre este pun to es la aparen ­
te in diferen cia de n uestros m ovim ien tos respecto a la excitación que
los ocasion a. Parece que el m ovim ien to de m i cuerpo para alcanzar
y m odificar un objeto es siempre el m ism o, sea que yo h aya sido
advertido de su existen cia por el oído, sea que m e h aya sido revelado
por la vísta o el tacto. M i actividad m otriz devien e en ton ces un a en ­
tidad aparte, un a especie de reservorio del cual el m ovim ien to surge
a volun tad, siem pre el m ism o para u n a m ism a acción , cualquiera
sea el género de la im agen qu e le h a solicitado producirse. Pero la
verdad es que el carácter de los m ovim ien tos exteriormen te idén ticos
es in teriorm en te m odificado, según que respon dan a un a im presión
visual, táctil o auditiva.
Yo percibo un a m u ltitu d de objetos en el espacio; cada u n o de
ellos, en tan to form a visual, solicita m i actividad. Pierdo bruscam en te
la vista. Sin dudas dispon go aú n de la m ism a can tidad y la m ism a
calidad de m ovim ien tos en el espacio; pero esos m ovim ien tos ya no
pueden ser coordin ados a través de im presion es visuales; a partir de
ah ora deberán seguir im presion es táctiles, por ejem plo, y sin dudas
se esbozará en el cerebro u n a n ueva disposición ; las expan sion es
protoplásm icas de los elem en tos n erviosos m otores en la corteza,
estarán en relación con un n úm ero esta vez m uch o m ayor de esos
elementos nerviosos qu e llam am os sen soriales. M i actividad, por lo
tanto, se ve realmente dism in u ida, en el sen tido de que si bien puedo
produ cir los m ism os m ovim ien tos, los objetos m e proporcion an
men os la ocasión para ello. Y en con secuen cia, la in terrupción brusca
de la con ducción óptica h a ten ido p or efecto esen cial, profu n do,
el de suprim ir toda un a parte de las solicitacion es de m i actividad:
ah ora bien, esta solicitación , com o lo h em os visto, es la percepción
m ism a. Aqu í dim os pruebas del error de aquellos qu e h acen n acer
la percepción de la con m oción sen sorial propiam en te dich a, y n o
de un a especie de pregu n ta plan teada a n uestra actividad motriz.
Separan esta actividad m otriz del proceso perceptivo, y com o ella
parece sobrevivir a la abolición de la percepción , con cluyen que la
percepción está localizada en los elem en tos n erviosos llam ados sen ­
soriales. Pero la verdad es qu e n o está m ás en los cen tros sensoriales
que en los centros motores; ella m ide la com plejidad de sus relaciones,
y existe ah í don de aparece.
Los psicólogos que h an estu diado la in fan cia saben bien qu e n ues­
tra represen tación com ien za por ser im person al. Es poco a poco, y a
fuerza de in duccion es, qu e ella adopta n uestro cuerpo p or cen tro y
deviene nuestra represen tación . El m ecan ism o de esta operación es
adem ás fácil de com pren der. A m edida qu e m i cuerpo se desplaza
en el espacio, todas las otras im ágen es varían; este, por el con tra­
rio, perm an ece in variable. Deb o produ cir pues un cen tro, al cual
ligaré todas las otras im ágen es. M i creen cia en un m u n do exterior
n o viene, no pu ede ven ir, de qu e proyecto fuera de m í sen sacion es
in exten sas: ¿cóm o esas sen sacion es con qu istarían la exten sión , y
de dón de pod r ía yo extraer la n oción de exterioridad? Pero si se
con cede, com o la experien cia da fe de ello, qu e el con ju n to de las
im ágen es está dado desde el prin cipio, veo m u y bien cóm o m i cuer­
po acaba por ocu par en este con ju n to un a situación privilegiada. Y
com pren do a su vez cóm o n ace en ton ces la n oción de lo in terior y
lo exterior, qu e desde el com ien zo n o es m ás qu e la distin ción entre
m i cuerpo y los otros cuerpos. Partan en efecto de m i cuerpo, com o
lo h acem os h abitualm en te; ustedes n un ca m e h arán com pren der
cóm o im presion es recibidas en la superficie de m i cuerpo, y que
n o com prom eten m ás qu e a ese cuerpo, van a con stituirse para m í
en objetos in depen dien tes y form ar un m u n do exterior. Den m e, al
con trario, las imágen es en general; m i cuerpo n ecesariamente acabará
por dibujarse en m edio de ellas com o u n a cosa distin ta, puesto que
ellas cam bian sin cesar y él perm an ece in variable. D e este m odo, la
distin ción de lo in terior y lo exterior se recon ducirá a la de la parte
y el todo. Existe en prim er lugar el con ju n to de las im ágen es; en
este con jun to h ay «cen tros de acción » con tra los cuales las imágen es
com prom etidas parecen reflejarse; así es cóm o nacen las percepciones
y se preparan las accion es. M i cuerpo es lo qu e se dibu ja en el centro
de esas percepcion es; mi persona es el ser al que es preciso relacion ar
esas accion es. Las cosas se esclarecen si un o va de este m odo de la
periferia de la represen tación al cen tro, com o lo h ace el n iñ o, com o
n os in vitan a h acerlo la experien cia in m ediata y el sen tido com ún .
Tod o se oscurece por el con trario, y los problem as se m ultiplican ,
si un o preten de ir, con los teóricos, del cen tro a la periferia. ¿De
dón de vien e en ton ces esta idea de un m u n do exterior con struido
artificialmente, pieza por pieza, con sen sacion es in exten sas de las que
n o se com pren de ni cóm o llegarían a form ar u n a superficie extensa,
n i cóm o se proyectarían después fuera de n uestro cuerpo? ¿Por qué
se quiere, con tra toda aparien cia, qu e vaya de m i yo con cien te a mi
cuerpo, luego de m i cuerpo a los otros cuerpos, cuan do de h ech o
m e sitúo de in m ediato en el m u n do m aterial en gen eral, para lim itar
progresivam en te ese cen tro de acción que se llam ará m i cuerpo y
de este m odo distin guirlo de todos los otros? Existen tan tas ilusio­
nes reun idas en esta creen cia en torn o al carácter en prim er lugar
in exten so de n uestra percepción exterior; se en con trarían tan tos
m alen ten didos en esta idea de qu e proyectam os fuera de n osotros
estados puram en te in tern os, tan tas respuestas tullidas a pregun tas
m al plan teadas, que no podríam os preten der h acer la luz de golpe.
Esperam os que ella se h aga poco a poco, a m edida que m ostrem os
m ás claramente, m ás allá de aquellas ilusion es, la con fusión m etafí­
sica de la extensión in divisa y del espacio h om ogén eo, la con fusión
psicológica de la «percepción pura» y de la m em oria. Pero ellas se
relacionan adem ás con h ech os reales, qu e n osotros podem os señ alar
desde ah ora para rectificar su in terpretación .
El prim ero de esos h ech os es que n uestros sen tidos tienen n ece­
sidad de educarse. N i la vista ni el tacto llegan in m ediatam en te a
localizar sus im presion es. Es n ecesaria u n a serie de aproxim acion es e
in duccion es, a través de las cuales coordin am os n uestras im presion es
entre sí. D e ah í se salta a la idea de sen sacion es in exten sas por esen ­
cia, y que con stituirían lo exten so yuxtapon ién dose. Pero ¿cóm o n o
ver que en la h ipótesis m ism a en la qu e estam os ubicados, n uestros
sen tidos tendrán igualmen te n ecesidad de educarse, n o sin dudas para
con cordar con las cosas, sin o par a pon erse de acuerdo entre ellos? H e
aquí, en m edio de todas las im ágen es, un a cierta im agen qu e llam o
m i cuerpo y cuya acción virtual se traduce p or u n a aparen te reflexión
de las imágenes circun dan tes sobre sí m ism as. Tan t os tipos de acción
posible h ay para m i cuerpo com o sistem as de reflexión diferen tes
h abrá para los otros cuerpos, y cada un o de esos sistem as correspon ­
derá a uno de mis sen tidos. M i cuerpo se con du ce pues com o un a
imagen que se reflejaría en las dem ás an alizán dolas según el pun to de
vista de las diversas accion es a ejercer sobre ellas. Y en con secuen cia,
cada un a de las cualidades percibidas por m is diferen tes sen tidos en
el m ism o objeto sim boliza u n a cierta dirección de m i actividad, un a
cierta n ecesidad. Ah ora bien , todas esas percepcion es de un cuerpo
a través de m is diversos sen tidos ¿van a dar, al reunirse, la imagen
com pleta de ese cuerpo? N o , sin dudas, pues ellas h an sido recogidas
con jun tam en te. Percibir todas las in fluen cias de todos los pun tos
de todos los cuerpos sería descen der al estado de objeto material.
Percibir con cien tem en te sign ifica escoger, y la con cien cia con siste
an te todo en ese discern im ien to práctico. Las diversas percepcion es
del m ism o objeto qu e dan m is diversos sen tidos n o recon stituirán
pues, al reun irse, la im agen com pleta del objeto; quedarán separa­
das un as de otras p or in tervalos que m iden , de cierta m an era, otros
tan tos vacíos en m is n ecesidades: es n ecesaria u n a edu cación de
los sen tidos para colm ar esos in tervalos. Esta educación tiene por
fin arm on izar m is sen tidos entre sí, restablecer en tre sus datos un a
con tin u idad que h a sido rota p or la discon tin u idad m ism a de las
n ecesidades de m i cuerpo, por últim o recon struir aproxim adam en te
el todo del objeto m aterial. Así se explicará, en n uestra h ipótesis,
la n ecesidad de u n a educación de los sen tidos. Com par em os esta
explicación a la preceden te. En la prim era, sen sacion es in exten sas de
la vista se com pon drán con sen sacion es in exten sas del tacto y de los
otros sen tidos para dar, por su sín tesis, la idea de un objeto material.
Pero en prim er lugar n o se ve cóm o esas sen sacion es adquirirán la
exten sión , ni sobre todo cóm o, u n a vez adqu irida la exten sión de
derech o, se explicará, de h ech o, la preferen cia de u n a de ellas por
tal pu n to del espacio. Y a con tin uación u n o puede pregun tarse por
cuál feliz acuerdo, en virtud de qu é arm on ía preestablecida, esas
sen sacion es de diferen tes tipos van a coordin arse en con ju n to para
form ar un objeto estable, solidificado d e ah ora en m ás, com ú n a mi
experien cia y a la de todos los h om bres, som etido fren te a los otros
objetos a esas reglas inflexibles que llam am os las leyes de la naturaleza.
En la segun da explicación , por el con trario, los «datos de n uestros
diferen tes sen tidos» son cualidades de las cosas, percibidas prim ero
en ellas an tes qu e en n osotros: ¿es sorpren den te que ellas se reún an ,
m ien tras que la abstracción las h a separado? En la prim era h ipótesis,
el objeto m aterial n o es n ada de todo lo qu e percibim os: se pon drá
de un lado el prin cipio con cien te con las cualidades sen sibles, del
otro un a m ateria de la qu e n ada se pu ede decir, y qu e se defin e por
n egacion es ya que se la h a despojado de en trada de todo lo qu e la
revela. En la segun da, es posible un con ocim ien to cada vez m ás
profun do de la m ateria. Lejos de su prim ir algun a cosa percibida,
debem os por el con trario relacion ar todas las cualidades sen sibles,
en con trar el paren tesco, restablecer en tre ellas la con tin u idad que
n uestras necesidades h an roto. N u estr a percepción de la m ateria
no es ya en ton ces ni relativa ni subjetiva, al m en os en prin cipio y
h ech a abstracción de la afección y sobre todo de la m em oria, com o
lo veremos den tro de un m om en to; ella está sim plem en te escin dida
por la m ultiplicidad de n uestras n ecesidades. En la prim era h ipó­
tesis, el espíritu es tan in cogn oscible com o la materia, pues se le
atribuye la in defin ible capacidad de evocar sen sacion es, n o se sabe
de dón de, y de proyectarlas, no se sabe por qué, en un espacio en el
que ellas form arán cuerpos. En la segun da, el papel de la con cien cia
está n etam en te defin ido: con cien cia sign ifica acción posible; y las
form as adquiridas p or el espíritu, aquellas qu e n os velan su esencia,
deberán ser descartadas a la luz de este segun do prin cipio. Se entrevé
así, en n uestra h ipótesis, la posibilidad de distin gu ir m ás claram en te
el espíritu de la m ateria, y de operar u n a aproxim ación en tre ellos.
Pero dejem os de lado este prim er pu n to, y lleguem os al segun do.
El segun do h ech o alegado con sistiría en lo que se h a llam ado
duran te largo tiem po «la en ergía específica de los n ervios». Se sabe
que la excitación del n ervio óptico p or un ch oqu e exterior o por un a
corriente eléctrica dará u n a sen sación visual, que esa m ism a corrien te
eléctrica, aplicada al nervio acústico o al gloso-farin geo, h ará percibir
un sabor o escuch ar un son ido. D e esos h ech os tan particulares se
pasa a estas dos leyes tan gen erales: qu e causas diferen tes, actuan do
sobre el m ism o nervio, excitan la m ism a sen sación ; y qu e la m ism a
causa, actuan do sobre n ervios diferen tes, provoca sen sacion es di­
ferentes. Y de esas m ism as leyes se in fiere qu e n uestras sen sacion es
son sim plem en te sign os, qu e el rol de cada sen tido es el de traducir
en su propio len gu aje m ovim ien tos h om ogén eos y m ecán icos que
se cum plen en el espacio. D e ah í en fin, la idea de escin dir n uestra
percepción en dos partes distin tas, de ah ora en m ás in capaces de
reunirse: de un lado los m ovim ien tos h om ogén eos en el espacio, del
otro las sen sacion es in exten sas en la con cien cia. N o n os correspon de
entrar en el examen de los problem as fisiológicos que ia interpretación
de las dos leyes plan tea: de cualquier m an era qu e se com pren dan
esas leyes, sea que se atribuya la en ergía específica a los nervios,
sea que se la rem ita a los cen tros, un o se tropieza con dificultades
insalvables. Pero son las m ism as leyes las que parecen cada vez más
problem áticas. Ya Lotze h abía sospech ado de la falsedad de esto.
El esperaba, para creer en ello, «que on das son oras diesen al ojo la
sen sación de luz, o que vibracion es lum in osas h iciesen escuch ar un
son ido al oíd o1». La verdad es que todos los h ech os alegados parecen
reducirse a un sólo tipo: el ún ico excitan te capaz de produ cir sen sa­
cion es diferentes, los excitan tes m últiples capaces de en gen drar un a
m ism a sen sación , son o la corrien te eléctrica o u n a causa m ecán ica
capaz de determ in ar en el órgan o un a m odificación del equilibrio
eléctrico. Ah ora bien , un o puede pregun tarse si la excitación eléctrica
n o com pren dería componentes diversos, que respon den objetivamente
a sen sacion es de diferen tes gén eros, y si el rol de cada sen tido no
sería sim plem en te el de extraer del tod o la com pon en te qu e le
in teresa: serían en ton ces las m ism as excitacion es las qu e darían las
m ism as sen sacion es, y excitacion es diversas las que provocarían
sen sacion es diferen tes. Para h ablar con m ayor precisión , es difícil
de ad m itir qu e la electrización de la len gu a, p or ejem plo, n o oca­
sion e m odificacion es qu ím icas: ah ora bien , esas m odificacion es
son llam adas p or n osotros, en todos los casos, sabores. P or otra
parte, si el físico h a p od id o iden tificar la luz con u n a pertu rbación
electro-m agn ética, se pu ede decir in versam en te que lo qu e llam a
aqu í u n a pertu rbación electro-m agn ética es la luz, de suerte que
sería la luz lo qu e el nervio óptico percibiría objetivam en te en la

1 LO TZE, M étaphysique, p.526 y sig.


electrización . La d octr in a de la en ergía específica n o parecía m ás
sólidam en te establecida par a n in gún sen tido qu e para el oído: en
n in gu n a parte tam bién la existen cia real de la cosa percibida se h a
vuelto m ás probable. N o in sistim os sobre estos h ech os, pu es se
en con trará la exposición de esto y la discu sión pr ofu n d izad a en
un a obra recien te2. Lim itém on os a h acer n otar qu e las sen sacion es
de las que se h abla aqu í n o son im ágen es percibidas p or n osotros
fuera de n uestro cuerpo, sin o m ás bien afeccion es localizadas en
n uestro m ism o cuerpo. Ah or a bien , resu lta de la n aturaleza y del
destin o de n uestro cuerpo, com o vam os a ver, qu e cada u n o de
su s elem en tos llam ados sen sitivos ten ga su p r opia acción real, qu e
debe ser del m ism o gén ero qu e su acción virtu al, sobre los objetos
exteriores que h abitu alm en te percibe, de suerte qu e se com pren ­
dería así p or qué cada un o de los n ervios sen sitivos parece vibrar
según un m od o determ in ado de sen sación . Pero, para elucidar
este pu n to, con vien e profu n dizar en la n aturaleza de la afección .
Som os con ducidos, por esto m ism o, al tercer y últim o argum en to
que quisiéram os exam in ar.
Este tercer argu m en to su rge del h ech o de qu e se pasa, p or gra­
dos in sen sibles, del estado represen tativo, qu e ocu pa el espacio,
al estado afectivo qu e parece in exten so. D e ah í se con clu ye la
in exten sión n atural y n ecesaria de t od a sen sación , añ adién dose lo
exten so a la sen sación , y con sistien do el proceso de la percepción
en u n a exteriorización de estados in tern os. El psicólogo parte en
efecto de su cuerpo, y com o las im presion es recibidas en su peri­
feria le parecen bastar p ar a la recon stitu ción del un iverso m aterial
p or com pleto, reduce en prin cipio el un iverso a su cuerpo. Pero
esta prim era posición n o es sosten ible; su cu erpo n o h a ten ido ni
pu ede ten er m ás o m en os realidad qu e tod os los otros cuerpos. Es
preciso pues ir m ás lejos, segu ir h asta el fin al la aplicación del pr in ­
cipio, y después de h aber en cogido el un iverso h asta la superficie
del cuerpo vivien te, con traer ese m ism o cu erpo en un cen tro qu e

2 SCH'WAUZ, Das W ahmehmungsproblem, Leipzig, 1892, p. 313 y sig


acabar á p or su pon er se in exten so. En ton ces, de ese cen tro se h arán
par tir sen sacion es in exten sas qu e se h in ch arán , por así decirlo, se
agran darán en exten sión , y acabarán por en gen drar prim ero n uestro
cu erpo exten so, lu ego todos los otros objetos m ateriales. Pero esta
rara su p osición sería im posible si allí n o h u biese, precisam en te
en tre las im ágen es y las ideas, estas in exten sas y aquellas exten sas,
u n a serie de estados in term ediarios, m ás o m en os con fusam en te
localizados, qu e son los estados afectivos. N u est r o en ten dim ien to,
cedien do a su ilusión h abitu al, plan tea este dilem a: qu e u n a cosa es
exten sa o no lo es; y com o el estado afectivo par ticipa vagam en te
de lo exten so, es localizado im perfectam en te, con cluye por esto qu e
este estado es absolu tam en te in exten so. Pero en ton ces los grados
su cesivos de la exten sión , y la exten sión m ism a, van a explicarse
por n o sé qu é pr opied ad ad qu ir id a d e los estados in exten sos: la
h istoria de la percepción va a deven ir la d e los estados in tern os e
in exten sos exten dién dose y proyectán dose al afuera. ¿Se quiere
pon er esta argu m en tación bajo otra form a? N o h ay percepción
qu e n o pu eda, p or un acrecen tam ien to de la acción de su objeto
sobr e n u estro cu er po, deven ir afección y m ás particu larm en te
dolor. Así, se p asa in sen siblem en te del con tacto del alfiler a la in ­
yección . In versam en te, el dolor decrecien te coin cide poco a poco
con la percepción de su cau sa y se exterioriza, p or así decirlo, en
represen tación . Parece pues que h ubiera u n a diferen cia de grado,
y no de n aturaleza, en tre la afección y la percepción . Ah ora bien ,
la prim era está ín tim am en te ligada a m i existen cia person al: ¿qué
sería, en efecto, un dolor separado del su jeto qu e lo experim en ta?
Es preciso pues, parece, que su ceda la segun da, y qu e la percepción
exterior se con stitu ya a través de la proyección en el espacio de la
afección deven ida in ofen siva. Realistas e idealistas con cu erdan
en razon ar de esta m an era. Estos no ven n in gu n a otra cosa en el
un iverso m aterial m ás que u n a sín tesis de estados su bjetivos e in ex­
ten sos; aqu ellos añ aden qu e existe, tras esta sín tesis, u n a realidad
in depen dien te qu e le correspon de; pero un os y otros con cluyen , del
paso gradual de la afección a la represen tación , que la represen tación
del un iverso m aterial es relativa, su bjetiva y p or así decirlo, que
ella h a salido de n osotros, en lu gar de qu e n osotros n os h ayam os
despr en dido de ella.
An tes de criticar esta in ter pr etación d iscu t ib le de un h ech o
exacto, m ostrem os qu e ella n o llega a explicar, n o logra siqu iera
aclarar, ni la n aturaleza del d olor ni ía de la percepción . Q u e estados
afectivos esen cialm en te ligados a m i person a, y qu e se desvan ecerían
si yo desapareciera, lleguen p or el sólo efecto de u n a dism in u ción
de in ten sidad a ad qu ir ir la exten sión , a ocu par un lu gar determ i­
n ado en el espacio, a con stitu ir u n a experien cia estable siem pre de
acuerdo con sigo m ism a y con la experien cia de los otros h om bres, es
algo que difícilm en te se llegará a h acern os com pren der. Cu alqu ier
cosa que se h aga, u n o será llevado a con ceder a las sen sacion es, bajo
u n a for m a u otra, prim ero la exten sión , lu ego la in depen den cia
de la que se quería prescin dir. Pero, p or otr a parte, la afección
n o será m uch o m ás clara en esta h ipótesis qu e la represen tación .
Pues si no se ve cóm o las afeccion es, dism in u yen do de in ten sidad,
devien en represen tacion es, n o se com pr en de m u ch o m ás cóm o
el m ism o fen óm en o qu e estaba d ad o prim ero com o percepción
devien e afección p or u n acrecen tam ien to de in ten sidad. H ay en
el dolor algo positivo y activo, qu e se explica m al dicien do, com o
ciertos filósofos, qu e con siste en u n a represen tación con fu sa. Pero
aún n o está ah í la pr in cipal dificu ltad. Q u e el in crem en to gradu al
del excitan te term in e p or tr an sfor m ar la percepción en d olor es
in discu tible; n o es m en os cierto qu e la tr an sfor m ación se delin ea
a partir de u n m om en to preciso: ¿por qu é este in stan te an tes qu e
este otro? y ¿cuál es la razón específica qu e h ace qu e un fen óm en o
del qu e n o era m ás qu e el espectador in diferen te adqu iera de golpe
par a m í un in terés vital? N o capto pu es, con esta h ipótesis, n i por
qu é en tal m om en to determ in ado u n a dism in u ción de in ten sidad
en el fen óm en o le con fiere un derech o a la exten sión y a u n a
aparen te in depen den cia, ni cóm o un au m en to d e in ten sidad crea
en un m om en to m ás qu e en otro esta p r op ied ad n ueva, fuen te de
acción positiva, qu e se d en om in a dolor .
Volvam os ah ora a n uestra h ipótesis, y m ostrem os cóm o la afección
debe, en un m om en to determ in ado, su rgir de la im agen . Com pr en ­
derem os tam bién cóm o se pasa de u n a percepción qu e ocu pa lo
extenso, a un a afección que se cree in exten sa. Pero algun as notas
prelim in ares sobre la sign ificación real del dolor son in dispen sables.
Cu an d o un cuerpo extrañ o toca u n a de las prolon gacion es de la
am eba, esa prolon gación se retrae; cada parte de la m asa protoplás-
m ica es igualm en te capaz de recibir la excitación y de reaccion ar
con tr a ella; percepción y m ovim ien to se con fu n den aquí en un a
p r opied ad ú n ica que es la con tractibilidad. Pero a m edida que
el organ ism o se com plica, el trabajo se divide, las fun cion es se
diferen cian , y los elem en tos an atóm icos así con stitu id os alien an
su in depen den cia. En un organ ism o com o el n uestro, las fibras
llam adas sen sitivas están exclusivam en te en cargadas de tran sm itir
excitacion es a u n a región cen tral desde don de la con m oción se
p r op agar á h acia elem en tos m otores. Parece qu e ellas h ubieran
ren un ciado a la acción in dividual para con tribu ir, en calidad de
cen tin elas de avan zada, a las evolucion es del cuerpo en tero. Pero,
aisladas, no qu edan por esto m en os expuestas a las m ism as causas
de destrucción que am en azan al organ ism o en su con ju n to; y m ien ­
tras qu e este organ ism o tien e la facu ltad de m overse par a escapar
al peligro o reparar sus pérdidas, el elem en to sen sitivo con serva la
in m ovilidad relativa a la cual la división del trabajo lo con den a. Así
n ace el dolor, qu e n o es p ar a n osotros otr a cosa qu e el esfuerzo del
elem en to lesion ado par a volver a pon er las cosas en su sitio, un a
especie de ten den cia m otr iz sobre un n ervio sen sible. T o d o dolor
debe pues con sistir en un esfuerzo, y en un esfuerzo im poten te.
T od o d olor es u n esfuerzo local, y es este m ism o aislam ien to del
esfuerzo el qu e es cau sa de su im poten cia, pu es el organ ism o, en
razón de la solid ar id ad de su s partes, ya n o es apto m ás qu e a los
efectos de con ju n to. Es tam bién debido a qu e el esfuerzo es local
que el dolor es absolu tam en te desproporcion ado respecto al peligro
corrido p or el ser vivien te: el peligro pu ede ser m ortal y el d olor li­
gero; el dolor pu ede ser in soportable (com o el de un m al den tario) y
el peligro in sign ifican te. H ay pues, debe h aber en esto un m om en to
preciso en qu e el d olor in tervien e: es cu an do la por ción in teresada
del or gan ism o, en lu gar d e acoger la excitación , la repele. Y n o es
solam en te u n a diferen cia d e grado la qu e separa la percepción de
la afección , sin o u n a diferen cia de n aturaleza.
Plan teado esto, h em os con siderado el cuerpo vivien te com o u n a
especie de cen tro desde d on d e se refleja, sobre los objetos circun ­
dan tes, la acción qu e esos objetos ejercen sobre él: la percepción
exterior con siste en esta reflexión . Pero este cen tro n o es un pu n to
m atem ático: es u n cuerpo, expuesto com o todos los cuerpos de la
n aturaleza, a la acción de las causas exteriores que am en azan des­
com pon erlo. Acabam os de ver qu e él resiste a la in fluen cia de ésas
causas. N o se lim ita a reflejar la acción del afuera, sin o que luch a, y
absorbe de ese m odo algo de esa acción . Ah í estaría la fuen te de la
afección . Podríam os decir pues, a través de u n a m etáfora, que si la
percepción m ide el poder reflector del cuerpo, la afección m ide su
poder absorben te.
Pero esto n o es aqu í m ás qu e un a m etáfora. Es preciso ver las cosas
de m ás cerca y com pren der qu e la n ecesidad de la afección deriva de
la existencia de la percepción m ism a. La percepción , en ten dida com o
n osotros la en ten dem os, m ide n uestra acción posible sobre las cosas
y por eso m ism o, in versam en te, la acción posible de las cosas sobre
n osotros. M ayor es la poten cia de obrar del cuerpo (sim bolizada
por un a com plicación su perior del sistem a n ervioso), m ás vasto es
el cam po qu e la percepción abarca. La distan cia qu e separa n uestro
cuerpo de un objeto percibido m ide pues verdaderam en te la m ayor
o m en or in m in en cia de un peligro, el plazo m ás o m en os próxim o de
u n a prom esa. Y p or con siguien te, n uestra percepción de un objeto
distin to a n uestro cuerpo, separado de él p or un intervalo, n o expresa
jam ás otra cosa qu e u n a acción virtual. Pero cuan to m ás decrece
la distan cia entre ese objeto y n uestro cuerpo, en otros térm in os,
cuan to m ás el peligro se vuelve urgen te o la prom esa in m ediata, m ás
la acción virtual tien de a tran sform arse en acción real. Ah ora vayan
h asta el lím ite, su pon gan qu e la distan cia devien e n ula, es decir que
el objeto a percibir coin cide con n uestro cuerpo, es decir en fin que
n uestro propio cuerpo sea el objeto a percibir. Lo qu e esta percepción
tan especial expresará ya n o es en ton ces u n a acción virtual, sin o u n a
acción real: la afección con siste en esto m ism o. Nu estr as sen sacion es
son pues a n uestras percepcion es lo que la acción real de n uestro
cuerpo es a su acción posible o virtual. Su acción virtual con ciern e
a los otros objetos y se d ib u ja en ellos; su acción real le con ciern e a
él m ism o y se d ib u ja por lo tan to en él. Tod o pasará pues com o si
a través de un verdadero retorn o de las accion es reales y virtuales a
sus pu n tos de aplicación o de origen , las im ágen es exteriores fueran
reflejadas por n uestro cuerpo en el espacio qu e lo rodea, y las acciones
reales fueran fijadas por él en el in terior de su sustan cia. Y por eso
su superficie, lím ite com ún del exterior y del in terior, es la ún ica
porción de la exten sión que es a la vez percibida y sen tida.
Esto equivale a decir que m i percepción está siem pre fuera de
m i cuerpo, y que m i afección por el con trario está en m i cuerpo.
D el m ism o m odo qu e los objetos exteriores son percibidos por m í
don de están , en ellos y no en m í, m is estado afectivos son sen tidos
ah í don de se producen , es decir en un pu n to determ in ado de m i
cuerpo. Con sideren este sistem a de imágen es qu e se llam a el m u n do
m aterial. M i cuerpo es u n a de ellas. Alrededor de esta im agen se
dispon e la represen tación , es decir su in fluen cia even tual sobre las
otras. En ella se produ ce la afección , es decir su esfuerzo actual sobre
sí m ism a. T al es en el fon do la diferen cia qu e cada un o de n osotros
establece n aturalm en te, espon tán eam en te, entre u n a im agen y un a
sen sación . Cu an d o decim os qu e la im agen existe fuera de n osotros,
en ten dem os por eso que ella es exterior a n uestro cuerpo. Cu an d o
h ablam os de la sen sación com o de un estado in terior, querem os
decir que ella surge en n uestro cuerpo. Y por eso afirm am os que
la totalidad de las im ágen es percibidas subsiste, in cluso si n uestro
cuerpo se desvan ece, m ien tras que n o podem os su prim ir n uestro
cuerpo sin h acer desvan ecer n uestras sen sacion es.
Por esto n osotros en trevem os la n ecesidad de u n a prim era correc­
ción a n uestra teoría d e la percepción pura. H em os razon ado com o
si n uestra percepción fuera u n a parte de las im ágen es separada de
su sustan cia, com o sí, expresan do la acción virtual del objeto sobre
n uestro cuerpo o de n uestro cuerpo sobre el objeto, ella se lim itara
a aislar del objeto total el aspecto que de él n os interesa. Pero es
preciso tener en cuen ta que n uestro cuerpo n o es un pu n to m ate­
m ático en el espacio, de ah í qu e sus accion es virtuales se com plican
y se im pregn an de accion es reales o, en otros térm in os, que n o existe
aquí percepción sin afección . La afección es pues lo que de n uestro
cuerpo m ezclam os con la im agen de los cuerpos exteriores; lo que
es necesario extraer en prim er lu gar de la percepción para en con trar
la pureza de la im agen . Pero el psicólogo que cierra los ojos sobre
la diferen cia de n aturaleza, sobre la diferen cia de ¡función en tre la
percepción y la sen sación -en volvien do esta u n a acción real y aquella
u n a acción sim plem en te posible- ya no puede en con trar en tre ellas
m ás que un a diferen cia de grado. Aprovech an do qu e la sen sación
(a causa del esfuerzo con fuso qu e envuelve) sólo está vagam en te
localizada, de in m ediato la declara in exten sa, y desde en ton ces h ace
de la sen sación en gen eral el elem en to sim ple con el cual obten em os
por vía de com posición las im ágen es exteriores. La verdad es qu e la
afección no es la m ateria prim a de la que está h ech a la percepción ;
ella es más bien la im pureza qu e se le mezcla. Atrapam os aqu í, en
su origen , el error qu e con du ce al psicólogo a con siderar cada cual
a su turn o la sen sación com o in exten sa y la percepción com o un
agregado de sen sacion es. Este error se h ace más fuerte, com o vere­
m os, cam in o a los argu m en tos qu e él tom a prestados de un a falsa
con cepción del papel del espacio y de la n aturaleza de lo extenso.
Pero adem ás posee para ello h ech os m al in terpretados, que con vien e
desde ah ora examin ar.
En prim er lugar, parece qu e la localización de un a sen sación
afectiva en un lugar del cuerpo requiere u n a verdadera educación .
Tran scurre un cierto tiem po h asta que el n iñ o llega a tocar con el
dedo el pu n to preciso de la piel don de h a sido picado. El h ech o es
in discutible, pero todo lo qu e se pu ede con cluir de esto es qu e se
n ecesita un tan teo para coordin ar las im presion es dolorosas de la
pues a tom ar la sen sación en el pu n to en qu e el sen tido com ú n la
localiza, a extraerla de allí, a relacion arla al cerebro del que parece
depen der m ás todavía qu e del n ervio; y así se llegaría, lógicam en te, a
in troducirla en el cerebro. Pero rápidam en te n os dam os cuen ta que
si ella n o está en el pu n to en qu e parece producirse, n o podrá estar
tam poco en n in gún otro lugar; qu e si n o está en el nervio, tam poco
estará en el cerebro; pues para explicar su proyección del cen tro a
la periferia, es n ecesaria u n a cierta fuerza, que se deberá atribuir a
un a con cien cia m ás o m en os activa. Será preciso pues ir m ás lejos,
y después de h aber h ech o con verger las sen sacion es h acia el cen tro
cerebral, im pulsarlas sim ultán eam en te fuera del cerebro y fuera del
espacio. Se represen tarán en ton ces sen sacion es absolutam en te in ex­
tensas, y por otra parte un espacio vacío, indiferen te a las sen sacion es
que ven drán a proyectarse en él. Despu és se h arán esfuerzos de todo
tipo para h acern os com pr en der cóm o las sen sacion es in exten sas
adquieren la exten sión y escogen , para localizarse allí, tales pun tos
del espacio preferen tem en te a todos los dem ás. Pero esta doctrin a
no sólo es in capaz de m ostrarn os claram en te cóm o lo in exten so se
extien de; ella vuelve igualm en te in explicable la afección , la exten ­
sión y la represen tación . Deberá darse los estados afectivos com o
otros tan tos absolutos, de los qu e n o se ve p or qué ellos aparecen o
desaparecen en la con cien cia en tales o cuales m om en tos. El pasaje
de la afección a la represen tación qu edará en vuelto de un m isterio
tam bién im pen etrable porque, lo repetim os, n un ca en con trarem os
en estados interiores, sim ples e in exten sos u n a razón para qu e ellos
adopten preferen temen te tal o cual orden determ in ado en el espacio.
Y por últim o la represen tación m ism a deberá ser plan teada com o un
absoluto: no se ve ni su origen , ni su destin o.
Las cosas se esclarecen , p or el con trario, si se parte de la represen ­
tación m ism a, es decir, de la totalidad de las imágen es percibidas. M i
percepción , en estado puro y aislada de m i m em oria, n o va de m i
cuerpo a los otros cuerpos; ella está en prim er lu gar en el con ju n to
de los cuerpos, luego poco a poco se lim ita y adopta m i cuerpo p or
cen tro. Y es con du cida en esto ju stam en te p or la experien cia de la
doble facu ltad qu e ese cuerpo posee de cu m plir accion es y de sen tir
afeccion es, en un a palabra, p or la experien cia del poder sen so-m otor
de u n a cierta im agen privilegiada en tre todas las imágen es. D e un
lado, en efecto, esta im agen ocu pa siem pre el cen tro de la represen ­
tación , de m an era que las otras im ágen es se escalon an alrededor de
ella en el orden m ism o en qu e podrían sufrir su acción ; por otro
lado, percibo su in terior, el aden tro, a través de las sen sacion es que
llam o afectivas, en lugar de con ocer solam en te de él, com o de las
otras im ágen es, la pelícu la superficial. Existe pues en el con ju n to de
las im ágen es, un a im agen favorecida, percibida en sus profun didades
y ya no sim plem en te en su superficie, asien to de afección al m ism o
tiem po que fuen te de acción ; se trata de esta im agen particular que yo
adopto por centro de m i universo y por base física de mi person alidad.
Pero an tes de ir m ás lejos y de establecer un a relación precisa entre
la person a y las im ágen es en las qu e se in stala, resum am os breve­
m en te, opon ién dola a los an álisis de la psicología usual, la teoría que
acabam os de esbozar de la «percepción pura».
Volvam os, para sim plificar la exposición , al sen tido de la vista
que h abíam os escogido com o ejem plo. H abitu alm en te n os dam os
sen sacion es elementales, correspon dien tes a las impresion es recibidas
a través de los con os y baston citos de la retina. Con esas sen sacion es
se va a recon struir la percepción visual. Pero en prim er lu gar n o h ay
un a retin a, h ay dos. H ab r á pues que explicar cóm o dos sen sacion es
supuestam en te distin tas se fun den en un a percepción ún ica, respon ­
dien do a lo qu e llam am os un pun to del espacio.
Su pon gam os resuelta esta cuestión . Las sen sacion es de las que se
h abla son in exten sas. ¿Cóm o ellas reciben la extensión ? Ya sea que
se vea en lo exten so un m arco totalm en te preparado para recibir las
sen sacion es o un efecto de la sola sim u ltan eidad de sen sacion es que
coexisten en la con cien cia sin fun dirse con jun tam en te, en un caso
com o en el otro se in trodu cirá con lo exten so algo n uevo, de lo que
n o se dará cuen ta, y qu edarán sin explicación el proceso p or el cual
la sen sación se reún e a lo exten so y la elección para cada sen sación
elem en tal de un pu n to determ in ado del espacio.
Pasem os por alto esta dificultad. H e aqu í con stitu ida la exten sión
visual. ¿Cóm o es qu e ella se en cuen tra a su vez con la exten sión
táctil? T od o lo que m i vista con stata en el espacio, m i tacto lo ve­
rifica. ¿Se dirá que los objetos se con stituyen precisam en te a través
de la cooperación de la vista y el tacto, y qu e el acuerdo de los dos
sen tidos en la percepción se explica por el h ech o de que el objeto
percibido es su obra com ún ? Pero aqu í n o podría adm itirse n ada en
com ún , desde el pu n to de vista de la cualidad, en tre u n a sen sación
visual elem en tal y un a sen sación táctil, puesto qu e perten ecerían a
dos tipos com pletam en te diferen tes. La correspon den cia en tre la
exten sión visual y la exten sión táctil n o pu ede explicarse pues más
que por el paralelism o entre el orden de las sen sacion es visuales y el
orden de las sen sacion es táctiles. N osotr os estam os aqu í pues obli­
gados a supon er, adem ás de las sen sacion es visuales, adem ás de las
sen sacion es táctiles, un cierto orden qu e les es com ú n y que, en con ­
secuen cia, debe ser in depen dien te de un as y otras. Vam os m ás lejos:
este orden es in depen dien te de n uestra percepción in dividual, puesto
que aparece del m ism o m odo en todos los h om bres, y con stituye un
m u n do m aterial don de efectos están en caden ados a causas, don de
los fen óm en os obedecen a leyes. En fin pues, n os vem os con ducidos
a la h ipótesis de un orden objetivo e in depen dien te de n osotros, es
decir de un m u n do m aterial distin to de la sen sación .
A m ed id a qu e avan záb am os, h em os m u lt ip licad o los d atos
irreductibles y am pliado la h ipótesis sim ple de la cual h abíam os
partido. Pero, ¿h em os gan ado algo con ello? Si la m ateria a la cual
desem bocam os es in dispen sable para h acern os com pren der el m a­
ravilloso acuerdo de las sen sacion es en tre sí, no con ocem os n ada
de ella puesto que debem os n egarle todas las cualidades percibidas,
todas las sen sacion es de las qu e ella sim plem en te tien e qu e explicar
la correspon den cia. Ella n o es pues, n o puede ser n ada de lo que
con ocem os, n ada de lo que im agin am os. Ella perm an ece en el estado
de en tidad m isteriosa.
Pero n uestra pr opia n aturaleza, el rol y el destin o de n uestra per­
son a, perm an ecen tam bién en vueltas de un gran m isterio. Pues, ¿de
dón de surgen , cóm o n acen , y para qué deben servir esas sen sacion es
elem en tales, in exten sas, qu e van a desarrollarse en el espacio? Es
n ecesario pon erlas com o otros tan tos absolu tos, de los que n o se ve
n i el origen ni el fin. Y su pon ien do que falte distin guir en cada un o
de n osotros el espíritu y el cuerpo, n o se puede con ocer n ada ni del
cuerpo, ni del espíritu, ni de la relación que ellos sostien en .
Ah ora, ¿en qu é con siste n uestra h ipótesis y sobre qu é pu n to
preciso se separ a de la otra? En lugar de partir de la afección, de la
qu e n ada se pu ede decir puesto que n o existe razón algu n a para
qu e ella sea lo qu e es en lu gar de ser cu alqu ier otra cosa, partim os
de la acción, es decir de la facu ltad qu e ten em os de operar cam ­
bios en las cosas, facu ltad atestigu ada p or la con cien cia y h acia la
cual parecen con verger todas las poten cias del cu erpo organ izado.
N o s situ am os pu es de in m ediato en el con ju n to de las im ágen es
exten sas, y en ese un iverso m aterial percibim os específicam en te
cen tros de in determ in ación , característicos d e la vida. Para qu e de
esos cen tros irradien accion es, es preciso qu e los m ovim ien tos o
in fluen cias de las otras im ágen es sean por un lado recogidos, por
otro utilizados. La m ateria vivien te, bajo su for m a m ás sim ple y en
el estado h om ogén eo, cu m ple ya esta fu n ción , al m ism o tiem po
qu e se n utre o se repara. El progreso de esta m ateria con siste en
repartir este doble trabajo en tre dos categorías de órgan os, de las
qu e los prim eros, llam ados órgan os de n u trición , están destin ados
a m an ten er a los segu n dos: estos ú ltim os están h ech os para actuar,
tien en por tipo sim ple u n a caden a de elem en tos n erviosos ten did a
en tre dos extrem idades, u n a de las cuales recibe im presion es exte­
riores y la otra lleva a cabo m ovim ien tos. Así, para volver al ejem plo
de la percepción visu al, el rol de los con os y de los baston citos será
sen cillam en te el de recibir con m ocion es que se elaborarán en seguida
en m ovim ien tos con su m ados o n acien tes. N in gu n a percepción
pu ede resultar de aqu í, y en n in gun a parte existen en el sistem a
n ervioso cen tros con cien tes; pero la percepción n ace de la m ism a
cau sa qu e h a su scitado la caden a de elem en tos n erviosos con los
órgan os qu e la sostien en y con la vida en gen eral: ella expresa y
m ide la poten cia de obr ar del ser vivien te, la in determ in ación del
m ovim ien to o de la acción qu e seguirá a la con m oción recibida.
Esta in determ in ación , com o lo h em os m ostrado, se tradu cirá por
un a reflexión sobre ellas m ism as, o m ejor por u n a división de las
imágenes que rodean n uestro cuerpo; y com o la caden a de elementos
nerviosos que recibe, detien e y tran sm ite m ovim ien tos es justam en te
el asien to y da la m ed id a de esta in determ in ación , n uestra percep­
ción seguirá todo el detalle y parecerá expresar todas las variacion es
de esos m ism os elem en tos n erviosos. N u estr a percepción pues, en
estado pur o, form aría verdaderam en te parte de las cosas. Y la sen ­
sación propiam en te dich a, lejos de br otar espon tán eam en te de las
profu n didades de la con cien cia para exten derse, debilitán dose por
ello, en el espacio, coin cide con las m odificacion es n ecesarias qu e
sufre, en el m edio d e las im ágen es qu e la in fluen cian , esta im agen
particular que cada u n o de n osotros llam a su cuerpo.
Esta es, sim plificada, esqu em ática, la teoría de la percepción ex­
terior que h abíam os an un ciado. Sería la teoría de la percepción pura.
Si se la tuviera por defin itiva, el rol de n uestra con cien cia en la per­
cepción se lim itaría a un ir a través del h ilo con tin u o de la m em oria
un a serie in in terru m pida de vision es in stan tán eas, qu e form arían
parte de las cosas m ás qu e de n osotros. Q u e n uestra con cien cia
ten ga sobre todo ese rol en la percepción exterior, es adem ás algo
que se puede deducir apriori de la defin ición m ism a de los cuerpos
vivientes. Pues si esos cuerpos tien en p or objeto recibir excitacion es
para elaborarlas en reaccion es im previstas, in cluso la elección de la
reacción n o debe ocurrir al azar. Esa elección se in spira, sin n in gun a
duda, en las experien cias pasadas, y la reacción n o se produ ce sin un
llam ado al recuerdo que situacion es an álogas h ayan podido dejar tras
de sí. La in determ in ación de los actos a con su m ar exige pues, para
no con fun dirse con el pu r o caprich o, la con servación de las imágenes
percibidas. Se podría decir qu e n o ten em os asidero sobre el porven ir
sin un a perspectiva igual y correspon dien te sobre el pasado, que el
ascenso de n uestra actividad h acia adelan te produ ce tras ella un va­
cío en el que los recuerdos se precipitan , y que la m em oria es así la
repercusión , en la esfera del con ocim ien to, de la in determ in ación de
n uestra volun tad. Pero la acción de la m em oria se extien de m uch o
m ás lejos y m ás profun dam en te, aun que este examen superficial no
dejaría adivin ar esto. H a llegado el m om en to de reintegrar la m em o­
ria en la percepción , de corregir por ello lo qu e n uestras con clusion es
pueden tener de exageradas, y de determ in ar de este m odo con más
precisión el pu n to de con tacto en tre la con cien cia y las cosas, entre
el cuerpo y el espíritu.
En prim er lu gar d ecim os qu e si se t om a la m em oria, es de­
cir u n a superviven cia de las im ágen es pasadas, esas im ágen es se
m ezclarán con stan tem en te con n uestra percepción del presen te
y podrán in cluso sustituirla. Pues ellas n o se con servan m ás que
para volverse útiles: en t od o in stan te com pletan la experien cia
presen te en riqu ecién dola con la experien cia ad qu ir id a, y com o
esta va au m en tan do sin cesar, acabará p or recubrir y su m ergir a la
otra. Es in discu tible qu e el fon d o de in tu ición real, y p or así decir
in stan tán eo, sobre el cual se abre n u estra percepción del m u n do
exterior es p oca cosa en com par ación con tod o lo qu e n u estra
m em oria le añ ade. J u stam en te por qu e el recuerdo de in tuicion es
an teriores an álogas es m ás útil que la in tu ición m ism a, estan do
ligado en n uestra m em or ia a tod a la serie de los acon tecim ien tos
subsecuen tes y pu d ien d o p or eso alu m brar m ejor n u estra decisión ,
desplaza a la in tu ición real, cuyo papel ya n o es en ton ces otro m ás
qu e —lo probarem os m ás adelan te— apelar al recu erdo, darle un
cuerpo, volverlo activo y p or eso m ism o actual. Ten íam os razón
pues en decir qu e la coin ciden cia de la percepción con el objeto
percibido existe de derech o m ás que de h ech o. Es n ecesario ten er
en cu en ta qu e percibir acaba p or n o ser m ás qu e u n a ocasión para
recordar, qu e m ed im os pr ácticam en te el grado de realidad p or
el grado de u tilidad, qu e ten em os en fin todo el in terés de elevar
a sim ples sign os de lo real esas in tu icion es in m ediatas qu e en el
fon d o coin ciden con la realidad m ism a. Pero aqu í descu brim os el
error de los qu e ven en la percepción u n a proyección exterior de
sen sacion es in exten sas, extraídas de n uestro propio fon d o, lu ego
desarrolladas en el espacio. Ellos n o sien ten pen a en m ostrar que
n uestra percepción com pleta está preñ ada de im ágen es que n os
perten ecen person alm en te, de im ágen es exteriorizadas (es decir,
en su m a, rem em oradas); ú n icam en te olvidan qu e qu ed a un fon do
im person al, don de la percepción coin cide con el objeto percibido,
y qu e ese fon do es la exterioridad m ism a.
El error capital, qu e rem on tan do de la psicología a la metafísica,
termin a por ocultarn os el con ocim ien to del cuerpo tan to com o el del
espíritu, es el que con siste en ver sólo u n a diferen cia de in ten sidad,
en lugar de un a diferen cia de n aturaleza, entre la percepción pu ra
y el recuerdo. Sin dudas n uestras percepcion es están im pregn adas
de recuerdos, e in versam en te un recuerdo, com o lo m ostrarem os
m ás adelan te, no vuelve a ser presen te m ás que tom an do del cuerpo
algun a percepción en la qu e se in scribe. Estos dos actos, percepción
y recuerdo, se pen etran pu es siem pre, in ter cam bian do siem pre
algo de sus sustan cias p or un fen óm en o de en dósm osis. El papel
del psicólogo sería el de disociarlos, devolver a cada u n o de ellos
su pureza n atural: así se esclarecerían buen n úm ero de dificultades
que prom ueve la psicología, y quizás tam bién la m etafísica. Pero
n ada de eso. Se preten de qu e estos estados m ixtos, com pu estos to­
dos por dosis desiguales de percepción pu r a y recuerdo puro, sean
sim ples estados. Por eso se n os con den a a ign orar tan to el recuerdo
puro com o la percepción pura, al n o con ocer ya m ás que un ún ico
tipo de fen óm en o qu e se llam ará un as veces recuerdo y otras veces
percepción , según qu e predom in ara en él un o u otro de estos dos
aspectos, y al no en con trar en con secuen cia m ás que u n a diferen cia
de grado, y ya no de n aturaleza, entre la percepción y el recuerdo.
Este error tiene por efecto prim ero, com o lo veremos en detalle, el
de viciar profun dam en te la teoría de la m em oria; pues h acien do del
recuerdo u n a percepción m ás débil, o descon ocien do la diferen cia
esencial que separa el pasado del presen te, se ren un cia a com pren der
los fen ómen os del recon ocim ien to y m ás generalmente el m ecan ism o
del in con cien te. Pero in versam en te, y puesto que se h a h ech o del
recuerdo un a percepción m ás débil, ya n o se pod r á ver en la percep­
ción sin o un recuerdo m ás in ten so. Se razon ará com o si ella n os fuera
d ada a la m an era de un recuerdo, com o un estado in terior, com o
u n a sim ple m odificación de n uestra person a. Se descon ocerá el acto
origin al y fun dam en tal de la percepción , este acto con stitutivo de la
percepción pu r a por el cual n os situam os de en trada en las cosas. Y
el m ism o error, qu e se expresa en psicología a través de u n a radical
im poten cia para explicar el m ecan ism o de la m em oria, im pregn ará
profun dam en te, en m etafísica, las con cepcion es idealista y realista
de la materia.
Para el realism o, en efecto, el orden in variable de los fen óm en os
de la n aturaleza reside en un a causa distin ta de n uestras percep­
cion es m ism as, sea qu e esa causa deba perm an ecer in cogn oscible,
sea que podam os alcan zarla por un esfuerzo (siem pre m ás o m en os
arbitrario) de con strucción metafísica. Para el idealista al con trario,
estas percepcion es son toda la realidad, y el orden in variable de los
fen óm en os de la n aturaleza n o es más qu e el sím bolo a través del
cual expresam os, al lado de las percepcion es reales, las percepcion es
posibles. Pero tan to para el realism o com o para el idealism o las per­
cepcion es son «alucin acion es ciertas», estados del sujeto proyectados
fuera de él; y las dos doctrin as difieren sim plem en te en que en un a
esos estados con stituyen la realidad, m ien tras que en la otra van a
llegar a con stituirla.
Pero esta ilusión recubre todavía otra, que se extien de a la teoría
dei con ocim ien to en gen eral. Lo que con stituye el m u n do material,
h em os dich o, son objetos o si se prefiere im ágen es, cuyas partes
actúan y reaccion an un as sobre otras a través de m ovim ien tos. Y lo
que con stituye n uestra percepción pu r a es n uestra acción n acien te
que se dibu ja en el sen o m ism o de esas im ágen es. La actualidad de
n uestra percepción con siste pues en su actividad, en los m ovim ien tos
que la prolon gan , y n o en su m ayor in ten sidad: el pasado n o es más
que idea, el presen te es ideo-m otor. Pero esto es lo qu e n os obsti­
n am os en no ver porqu e ten em os a la percepción por u n a especie
de con tem plación , por qu e se le atribuye siem pre un fin puram en te
especulativo, porque se preten de qu e ella aspire a no sé qué con oci­
m ien to desin teresado: ¡com o si aislán dola de la acción , cortán dole
de ese m odo sus ataduras con lo real, n o se la volviera a la vez in ex­
plicable e inútil! D esde en ton ces es abolida tod a diferen cia en tre la
percepción y el recuerdo, pu esto que el pasado es por esen cia lo que
ya no actúa y puesto qu e descon ocien do este carácter del pasado un o
se vuelve in capaz de distin gu irlo realm en te del presen te, es decir de
lo actuante. N o podrá pues su bsistir m ás que un a diferen cia de grado
entre la percepción y la m em oria, y tan to en u n a com o en la otra el
sujeto n o saldrá de sí m ism o. Restablezcam os, p or el con trario, el
verdadero carácter de la percepción ; m ostrem os, en la percepción
pura, un sistem a de accion es n acien tes que se h un de en lo real a través
de sus profun das raíces: esta percepción se distin guirá radicalm en te
del recuerdo; la realidad de las cosas ya n o será con stru ida o recon s­
truida, sin o tocada, pen etrada, vivida; y el problem a pen dien te en tre
el realismo y el idealism o, en lu gar de perpetuarse en discusion es
metafísicas, deberá ser zan jado p or la in tuición .
Pero tam bién p or esto percibim os claram en te la posición a tom ar
entre el idealism o y el realism o, redu cidos un o y otro a n o ver en la
m ateria m ás que u n a con stru cción o u n a recon strucción ejecu tada
p or el espíritu. Sigu ien do efectivam en te h asta el final el prin cipio
qu e h abíam os plan teado, y segú n el cual la su bjetividad de n uestra
percepción con sistiría sobr e t od o en la aportación de n uestra m e­
m oria, direm os que las pr opias cualidades sen sibles de la m ateria
serían con ocidas en sí, desde aden tro y n o ya desde afuera, si p od e­
m os liberarlas de este ritm o particu lar d e d u r ación qu e caracteriza a
n uestra con cien cia. N u estr a percepción pu r a, en efecto, p or r ápida
que se la su pon ga, ocu pa u n cierto espesor de duración , de suerte
qu e n uestras percepcion es sucesivas n o son jam ás m om en tos reales
de las cosas, com o lo h em os su pu esto h asta aqu í, sin o m om en tos
de n uestra con cien cia. El papel teórico d e la con cien cia en la per­
cepción exterior, decíam os, sería el de u n ir en tre sí, a través del h ilo
con tin uo de la m em oria, vision es in stan tán eas de lo real. Pero de
h ech o n un ca existe para n osotros lo in stan tán eo. En aquello qu e
den om in am os a través de este n om bre ya en tra un trabajo de n uestra
m em oria, y en con secuen cia de n uestra con cien cia, qu e prolon ga
los u n os en los otros, de m an era de captarlos en u n a in tuición re­
lativam en te sim ple, m om en tos tan n u m er osos com o se qu iera de
un tiem po in defin idam en te divisible. Ah ora bien , ¿en qu é con siste
precisam en te la diferen cia en tre la m ateria, tal com o el realismo m ás
exigen te pod r ía con cebirla, y la percepción qu e ten em os de ella?
N u est r a percepción n os en trega u n a serie d e cuadros pin torescos,
pero discon tin u os, del un iverso: de n uestra percepción actual n o
podr íam os dedu cir las percepcion es ulteriores, por qu e n o h ay n ada
allí, en un con ju n to de cu alidades sen sibles, qu e perm ita prever las
n uevas cualidades en las qu e se tran sform arán . P or el con trario la
m ateria, tal com o el realism o la u bica h abitu alm en te, evolucion a
de for m a qu e se pu ede pasar de un m om en to al sigu ien te por vía
de dedu cción m atem ática. Es cierto qu e en tre esta m ateria y esta
percepción el realism o cien tífico n o pod r ía en con trar un pu n to de
con tacto, porque desarrolla esta m ateria en cam bios h om ogén eos en
el espacio, m ien tras lim ita esta percepción a sen sacion es in exten sas
en u n a con cien cia. Pero si n uestra h ipótesis es fu n dada, se ve fácil­
m en te cóm o percepción y m ateria se distin gu en y cóm o coin ciden .
La h eterogen eidad cualitativa de n uestras percepcion es sucesivas del
un iverso con siste en qu e cada u n a de estas percepcion es se extien de
ella m ism a sobre un cierto espesor de du ración ; en qu e la m em oria
con den sa en ella u n a m u ltiplicidad en orm e de con m ocion es que
se n os aparecen todas ju n tas, au n qu e sucesivas. Bastaría dividir
idealm en te este espesor in diviso de tiem po, distin gu ir en ello la
debida m u ltiplicidad de m om en tos, en u n a palabra, elim in ar toda
m em oria, para pasar de la percepción a la m ateria, del su jeto al
objeto. En ton ces la m ateria, deven ida cada vez m ás h om ogén ea a
m edida que n uestras sen sacion es extensivas se reparten en un m ayor
n úm ero de m om en tos, ten dería in defin idam en te h acia ese sistem a
de con m ocion es h om ogén eas del que h abla el realism o sin n o obs­
tan te coin cidir n u n ca en teram en te con ellas. N o h abría n ecesidad
de colocar de un lado el espacio con m ovim ien tos in advertidos, del
otro la con cien cia con sen sacion es in exten sas. Por el con trario, es
ante todo en un a percepción exten siva que sujeto y objeto se unirían,
con sistien do el aspecto su bjetivo de la percepción en la con tracción
que la m em oria opera, con fu n dién dose la realidad objetiva de la
m ateria con las m ú ltiples y sucesivas con m ocion es en las cuales
esta percepción se descom pon e in teriorm en te. Esta es al m en os la
con clusión que se despren derá, esperam os, de la ú ltim a parte de este
trabajo: las cuestiones relativas a l sujeto y al objeto, a su distinción y a
su unión, deben plantearse en función del tiempo más que del espacio.

Pero n uestra distin ción de la «percepción pura» y de la «m e­


m oria pura» apun ta todavía a otro objeto. Si la percepción pura,
al proporcion arn os in dicacion es sobre la n aturaleza de la materia,
debe perm itirn os tom ar posición en tre el realismo y el idealism o,
la m em oria pura, al abrirn os un a perspectiva sobre lo qu e se llam a
espíritu, deberá por su lado terciar en tre esas otras dos doctrin as,
m aterialism o y esplritualism o. In cluso es este aspecto de la cuestión
el que n os preocupará en prim er lugar en los d os capítulos qu e van
a seguir, ya que es por ese lado que n uestra h ipótesis conlleva, en
cierto m odo, un a verificación experim en tal.
Podríam os resumir, en efecto, n uestras con clusion es sobre la per­
cepción pura dicien do qu e hay en la materia algo más, pero no algo
diferente, de lo que actualmente está dado. Sin dudas la percepción
con cien te no afecta el tod o de la m ateria, puesto que ella consiste,
en tan to que con cien te, en la separación o el «discern im ien to» de
lo que en esta m ateria com pr om ete n uestras diversas n ecesidades.
Pero entre esta percepción de la m ateria y la m ateria m ism a n o h ay
más que un a diferencia de grado, y n o de naturaleza, estan do la
percepción pura y la m ateria en la m ism a relación de la parte y el
todo. Es decir que la m ateria n o p od r ía ejercer poderes de otro tipo
que aquellos que percibim os en ella. N o tiene, n o pu ede con ten er
virtud m isteriosa. Para tom ar un ejem plo bien defin ido, adem ás el
que m ás n os interesa, direm os qu e el sistem a n ervioso, m asa m ate­
rial qu e presen ta ciertas cualidades de color, resisten cia, coh esión ,
etc., posee propiedades físicas quizás in advertidas, pero ún icam en te
propiedades físicas. Y desde en ton ces no pu ede tener por rol más
qu e el de recibir, in h ibir o tran sm itir el m ovim ien to.
Ah ora bien , la esen cia de todo m aterialism o es sosten er lo con ­
trario, puesto que preten de h acer n acer la con cien cia con todas
sus fun cion es del solo ju ego de los elem en tos materiales. Por eso
es llevado a con siderar ya las cualidades percibidas m ism as de la
m ateria, las cualidades sensibles y en con secuen cia sen tidas, com o
otras tan tas fosforescen cias que seguirían el trazo de los fen óm en os
cerebrales en el acto de percepción . La m ateria, capaz de crear esos
h ech os de con cien cia elementales, en gen draría tam bién los h echos
in telectuales m ás elevados. Es pues de la esen cia del materialismo
afirm ar la perfecta relatividad de las cualidades sen sibles, y n o por
azar esta tesis, a la que Dem ócrito h a dado su fórm ula precisa, resulta
ser tan vieja com o el m aterialism o.
Pero, p or un a extrañ a obcecación , el espir itu alism o h a seguido
siem pre al m aterialism o en este cam in o. Creyen do en riquecer el
espíritu con tod o lo qu e le qu itab a a la m ateria, n un ca h a du dado
en despojar a esta m ateria de las cu alidades qu e reviste en n uestra
percepción , y qu e serían otras tan tas aparien cias su bjetivas. Así,
dem asiado a m en u do h a h ech o de la m ater ia u n a en tidad m iste­
riosa, la qu e precisam en te d ebido a qu e sólo con ocem os de ella
su apar ien cia van a, p od r ía en gen dr ar t an to los fen óm en os del
pen sam ien to com o los otros.
La verdad es qu e h abría un m edio, y sólo u n o, de refutar al m a­
terialism o: sería establecer qu e la m ateria es absolu tam en te com o
parece ser. En ese caso se elim in aría de la m ateria tod a virtu alidad,
tod a poten cia escon dida, y los fen óm en os del espíritu ten drían un a
realidad in depen dien te. Pero por eso m ism o h abría que dejar a la
m ateria esas cualidades qu e m aterialistas y espiritu alistas acuerdan
en apartarle, estos p ar a h acer de ellas represen tacion es del espíritu,
aqu ellos p or n o ver en ellas m ás qu e el revestim ien to acciden tal
de la exten sión .
Esta es precisam en te la actitu d del sen tido com ú n frente a la m a­
teria, y por eso el sen tido com ú n crea el espíritu. N o s h a parecido
que la filosofía debía adoptar aqu í la actitu d del sen tido com ún ,
corrigién dola sin em bargo sobre un pu n to. La m em oria, práctica­
mente inseparable de la percepción , intercala el pasado en el presente,
con trae a su vez en u n a in tuición ú n ica m últiples m om en tos de la
duración , y de este m odo, por su doble operación , es cau sa de qu e
percibam os de hecho la m ateria en n osotros, cuan do de derech o la
percibim os en ella.
D e ahí la im portan cia capital del problem a de la m em oria. Si la
m em oria es sobre todo la qu e com u n ica a la percepción su carácter
subjetivo, digam os que es a eliminar su aporte a lo que deberá apun tar
en prim er lugar la filosofía de la materia. Ah ora añ adirem os: puesto
que la percepción pu r a n os da el todo o al m en os lo esen cial de la
materia, puesto que el resto vien e de la m em oria y se sobreañ ade a
la materia, es preciso que la m em oria sea, en prin cipio, u n a poten cia
absolutam en te in depen dien te de la m ateria. Si el espíritu es un a
realidad, es aqu í pues en el fen óm en o de la m em oria qu e debem os
con tactarlo experim en talm en te. Y desde en ton ces tod a ten tativa
por derivar el recuerdo puro de un a operación del cerebro deberá
revelarse con el an álisis u n a ilusión fun dam en tal.
Decim os lo m ism o de un a form a m ás clara. N osotr os sosten em os
que la materia no tiene n in gún poder oculto o in cogn oscible, que ella
coin cide, en lo que tien e de esencial, con la percepción pura. D e ah í
con cluim os que el cuerpo vivien te en gen eral, el sistem a n ervioso en
particular, no son más qu e lugares de paso para los m ovim ien tos, los
que recibidos bajo form a de excitación , son tran sm itidos bajo form a
de acción refleja o volun taría. Es decir qu e atribuiríam os van am en te
a la sustan cia cerebral la propiedad de en gen drar represen tacion es.
Ah ora bien , los fen óm en os de la m em oria, en los qu e preten dem os
atrapar el espíritu bajo su for m a m ás palpable, son precisam en te
aquellos que un a psicología superficial con m u ch o gusto h aría surgir
p or com pleto de la sola actividad cerebral, ju stam en te por qu e están
en el pun to de con tacto en tre la con cien cia y la m ateria, y es por
esto que los adversarios m ism os del m aterialism o n o ven n in gún
inconveniente en tratar el cerebro com o u n recipien te de recuerdos.
Pero si se pu dier a establecer positivam en te que el proceso cerebral
n o opera m ás qu e en u n a parte m u y pequ eñ a de la m em oria, que es
su efecto m ás aún que la causa, que la m ateria es aqu í com o allá el
veh ículo de un a acción y n o el substrato de un conocimiento, entonces
la tesis que sosten em os se h allaría dem ostrada sobre el ejem plo que
ju zgam os el m ás desfavorable, y se im pon dría la n ecesidad de erigir
el espíritu com o realidad in depen dien te. Pero por esto m ism o se
esclarecería quizás en parte la n aturaleza de lo qu e se llam a espíritu,
y la posibilidad para el espíritu y la m ateria de obrar el uno sobre el
otro. Pues u n a dem ostración de este tipo n o pu ede ser puram en te
n egativa. H abien do m ostrado lo qu e la m em oria n o es, seremos
llevados a in vestigar lo qu e ella es. H abien do atribuido al cuerpo la
ún ica fun ción de preparar accion es, n os será forzoso in vestigar por
qué la m em oria parece solidaria de ese cuerpo, cóm o influyen en
ella lesion es corporales, y en qu é sen tido se am olda al estado de la
sustan cia cerebral. Es im posible por otra parte que esta in vestigación
n o n os lleve a in form arn os sobre el m ecan ism o psicológico de la
m em oria, com o así tam bién de las diversas operacion es del espíritu
que se relacion an con ella. E in versam en te, si los problem as de
psicología pu r a parecen recoger algu n a luz de n uestra h ipótesis, la
h ipótesis m ism a gan ará con esto en certeza y en solidez.
Pero todavía debem os presen tar esta m ism a idea bajo u n a tercera
form a, para establecer cóm o el problem a de la m em oria es a n ues­
tros ojos un problem a privilegiado. Lo que se despren de de n uestro
an álisis de la percepción pu r a son dos con clusion es en cierto m odo
divergentes, un a de las cuales va más allá de la psicología en dirección
de la psico-fisiología, la otra que va en dirección de la metafísica,
y qu e en con secuen cia n o com portaban ni la u n a ni la otra un a
verificación in m ediata. La prim era con cern ía al papel del cerebro
en la percepción : el cerebro sería un in strum en to de acción , y n o de
represen tación . N o podíam os pedir a los h ech os la con firm ación de
esta tesis, pues la percepción pu r a se sostien e p or defin ición sobre
objetos presen tes, accion an do n uestros órgan os y cen tros nerviosos, y
en con secuen cia todo sucederá siempre como si n uestras percepcion es
em an aran de nuestro estado cerebral y se proyectaran en seguida sobre
un objeto qu e difiere absolu tam en te de ellas. En otros térm in os,
en el caso de la percepción exterior, la tesis que h em os com batido
y aquella con la qu e la reem plazam os con du cen exactam en te a las
m ism as con secuen cias, de suerte qu e se puede in vocar tan to a favor
de un a com o de la otra su más alta in teligibilidad, pero n o la au to­
ridad de la experien cia. Por el con trario, un estu dio em pírico de la
m em oria puede y debe desem patarlos. El recuerdo puro es en efecto,
en h ipótesis, la represen tación de un objeto ausen te. Si la percepción
tuviera su causa n ecesaria y suficiente en un a cierta actividad cerebral,
esta m ism a actividad cerebral, repitién dose m ás o m en os de prin cipio
a fin en ausen cia del objeto, bastará para reproducir la percepción :
la m em oria podrá pues explicarse ín tegram en te por el cerebro. Si
por el con trario h allam os que el m ecan ism o cerebral con dicion a de
cierta m an era el recuerdo pero no basta en absolu to para asegurar
su superviven cia, la que con ciern e en la percepción rem em orada a
n uestra acción más qu e a n uestra represen tación , se pod r á in ferir
que este ju gab a un rol an álogo en la percepción m ism a, y qu e su
fun ción era sen cillam en te la de asegurar la eficacia de n uestra acción
sobre el objeto presen te. Nu estr a prim era con clusión se h allaría de
este m odo verificada. Restaría en ton ces esta segu n da con clusión ,
de orden m ás bien m etafísico: que en la percepción pu r a estam os
realm en te situados fuera de n osotros m ism os, qu e en ton ces con tac­
tam os la realidad del objeto en u n a in tuición in m ediata. Aqu í u n a
verificación experim en tal era im posible todavía, pues los resultados
prácticos serán absolutam en te los m ism os, sea qu e la realidad del
objeto h aya sido percibida in tuitivamen te, sea que h aya sido racional­
m en te con struida. Pero aqu í tam bién un estu dio del recuerdo p od r á
desem patar las dos h ipótesis. En la segun da, en efecto, n o deberá
h aber entre la percepción y el recuerdo m ás qu e u n a diferen cia de
in ten sidad, o más gen eralm en te de grado, pu esto qu e am bos serán
fen óm en os de represen tación que se bastan a sí m ism os. Por el con ­
trario, si h allam os qu e en tre el recuerdo y la percepción n o existe un a
sim ple diferen cia de grado, sin o u n a diferen cia radical de n aturaleza,
las presun cion es estarán a favor de la h ipótesis que h ace intervenir
en la percepción algo qu e n o existe en grado algu n o en el recuerdo,
un a realidad captada in tuitivam en te. D e este m odo el problem a de
la m em oria resulta verdaderamen te un problem a privilegiado, ya que
debe con ducir a la verificación psicológica de d os tesis qu e parecen
inverificables, de las cuales la segun da, de orden m ás bien metafísico,
parecería ir in fin itam en te m ás allá de la psicología.
La m arch a que h em os de seguir está pues com pletam en te traza­
da. Vam os a com en zar por pasar revista a docu m en tos de diversos
gén eros, tom ados de la psicología n orm al o patológica, de los cuales
un o podría creerse autorizado a extraer un a explicación física de la
m em oria. Este examen será n ecesariam en te m in u cioso, a riesgo de
ser in útil. Estrech an do tan cerca com o sea posible el con torn o de
los h ech os, debem os in vestigar dón de com ien za y dón de term in a
el papel del cuerpo en la operación de la m em oria. Y en el caso que
en con tráram os en este estudio la con firm ación de n uestra h ipótesis
n o dudaríam os en ir m ás lejos, al con siderar en sí m ism o el trabajo
elemental del espíritu, y al com pletar así la teoría que h abrem os
esbozado de las relacion es en tre el espíritu y la materia.
Capítulo II

Del reconocimiento
de las imágenes.
La memoria y el cerebro.

En u n ciem os a con tin u ación las con secuen cias qu e se derivarían


de n uestros prin cipios p ar ala teoría de la m em oria. Decíam os que el
cuerpo, in terpuesto en tre los objetos qu e actúan sobre él y aquellos
sobre los qu e él influye, n o es m ás que un con du ctor en cargado de
recoger los m ovim ien tos y de tran sm itirlos, cuan do n o los detien e,
p or m edio de ciertos m ecan ism os m otores, determ in ados si la acción
es refleja, escogidos si la acción es volun taria. Tod o debe suceder pues
com o si u n a m em oria in depen dien te reun iera imágen es a lo largo del
tiem po y a m edida qu e se producen ; y com o si n uestro cuerpo, con
lo qu e lo rodea, n o fuera m ás qu e un a de esas im ágen es, la última,
aqu ella qu e obten em os en cualquier m om en to practican do un corte
in stan tán eo en el deven ir general. En este corte n uestro cuerpo ocupa
el cen tro. Las cosas que lo circun dan actúan sobre él y él reaccion a
sobre ellas. Su s reacciones son m ás o m en os com plejas, m ás o m en os
variadas, según el n úm ero y la n aturaleza de los aparatos que la expe­
rien cia h a m on tado al in terior de su sustan cia. Es pues bajo for m a de
dispositivos m otores, y solam en te de ellos, qu e él pu ede alm acen ar
la acción del pasado. D e don de resultaría qu e las im ágen es pasadas
propiam en te dich as se con servan de otro m odo, y que debem os en
con secuen cia form ular esta prim era h ipótesis:
I. E l pasado sobrevive bajo dos formas distintas: I o en mecanismos
motores; 2 o en recuerdos independientes.
Pero en ton ces, la operación práctica y en con secuen cia ordin aria
de la m em oria, la utilización de la experien cia pasada para la acción
presen te, el recon ocim ien to en fin, debe cum plirse de dos man eras.
A veces se produ cirá en la acción m ism a, y por la pu esta en ju ego
totalm en te autom ática del m ecan ism o apropiado a las circunstancias;
otras veces im plicará un trabajo del espíritu, que irá a buscar en el
pasado, para dirigirlas sobre el presen te, las represen tacion es más
capaces de insertarse en la situación actual. D e ah í n uestra segun da
proposición :
II. E l reconocimiento de un objetopresente seproducepor movimientos
cuando procede del objeto, por representaciones cuando emana del sujeto.
Es cierto qu e u n a ú ltim a cuestión se plan tea, la de saber cóm o
se con servan esas represen tacion es y qu é relacion es m an tien en con
los m ecan ism os m otores. Esta cuestión recién será profu n dizada en
n uestro próxim o capítulo, cuan do h abrem os tratado del in con cien te
y m ostrado en qué con siste, en el fon do, la distin ción del pasado y
el presen te. Pero desde ah ora pod em os h ablar del cuerpo com o de
un lím ite m ovien te en tre el porven ir y el pasado, com o de un pu n to
m óvil que nuestro pasado lan zaría in cesan tem en te en n uestro porve­
nir. M ien tras que m i cuerpo, con siderado en un ún ico in stan te, n o
es m ás qu e un con du ctor in terpuesto en tre los objetos qu e in fluyen
en él y los objetos sobre los qu e él actúa, en cam bio, colocado en el
tiem po que transcurre, está siem pre situado en el pu n to preciso en
qu e m i pasado viene de expirar en u n a acción. Y, en con secuen cia,
esas imágenes particulares que llam o m ecan ism os cerebrales concluyen
en todo m om en to la serie de m is represen tacion es pasadas, sien do
la ú ltim a prolon gación qu e esas represen tacion es en vían al presen te,
su pu n to de enlace con lo real, es decir con la acción . Corten este
enlace, la im agen pasada no es quizás destruida, pero ustedes le qu i­
tan todo m edio de obrar sobre lo real, y en con secuen cia, com o lo
m ostrarem os, de realizarse. Es en este sen tido, y solam en te en este,
que u n a lesión del cerebro pod r á abolir algo de la m em oria. D e ahí
n uestra tercera y últim a proposición :
III. Pasamos, a través de grados insensibles, de los recuerdos dispuestos
a lo largo del tiempo a los movimientos que delinean la acción naciente
oposible en el espacio. Las lesiones del cerebro pueden afectar estos mo-
vimientos, pero no esos recuerdos.
Resta saber si la experien cia verifica estas tres proposicion es.

I. Las dos formas de la memoria. Estu d io u n a lección , y para


apren derla de m em oria la leo prim ero recalcan do cada verso; a con ­
tin uación la repito un cierto n úm ero de veces. A cada lectura n ueva
se con su m a un progreso; las palabras se ligan cada vez m ejor; ellas
acaban p or organ izarse con jun tam en te. En ese m om en to preciso sé
m i lección de m em oria; se dice qu e ella h a deven ido recuerdo, está
im presa en m i m em oria.
Investigo ah ora cóm o h a sido apren dida la lección, y m e represento
un a tras otra las fases por las cuales h e pasado. Cad a u n a de las lec­
turas sucesivas m e rem ite en ton ces al espíritu con su in dividualidad
propia; la repaso con las circun stan cias que la acom pañ aron y que
aún la en m arcan ; ella se distin gue de aquellas qu e la preceden y de
las que le siguen por el lugar propio que h a ocu pado en el tiempo;
en resum en , cada u n a de esas lecturas vuelve a pasar delan te de m í
com o un acon tecim ien to determ in ado de m i h istoria. Tam bién
se dirá que esas im ágen es son recuerdos, que están im presas en m i
m em oria. En los dos casos se em plean los m ism os térm in os ¿Se trata
efectivam en te de lo m ism o?
El recuerdo de la lección , en tan to apren dida de m em oria, posee
todos los caracteres de un h ábito. Com o el h ábito, se adquiere por la
repetición de un m ism o esfuerzo. Com o el h ábito, h a exigido pri­
m ero la descom posición , luego la recom posición de la acción total.
Com o todo ejercicio h abitual del cuerpo, en fin, es alm acen ado en
un m ecan ism o que im prim e u n im pulso inicial en un sistem a cerrado
de m ovim ien tos autom áticos qu e se suceden en el m ism o orden y
ocu pan el m ism o tiem po.
Por el con trario, el recuerdo de esta lectura particular, la segun da o
la tercera por ejem plo, n o posee ninguno de los caracteres del h ábito.
Necesariam en te su im agen está im presa por prim era vez en la m em o­
ria, puesto que las otras lecturas con stituyen , por propia defin ición ,
recuerdos diferentes. Es com o un acon tecim ien to de m i vida; tiene
por esen cia llevar u n a fech a, y n o poder en con secuen cia repetirse.
T od o lo que las lecturas ulteriores le añ adieran n o h aría m ás que
alterar su naturaleza origin al; y si m i esfuerzo para evocar esta imagen
se vuelve cada vez m ás fácil a m edida que lo repito m ás a m en udo, la
imagen m ism a, con siderada en sí m ism a, es n ecesariamente desde un
prin cipio lo que siem pre será. ¿Se dirá que esos dos recuerdos, el de la
lectura y el de la lección, solamen te difieren cuan to m ás cuan to men os
en que las im ágen es sucesivam en te desarrolladas por cada lectura se
recubren en tre ellas, m ien tras que la lección un a vez apren dida n o
es m ás que la im agen com pu esta resultan te de la su perposición de
todas las otras? Es in discutible qu e cada u n a de las lecturas sucesivas
difiere sobre todo de la preceden te en que la lección está allí m ejor
sabida. Pero tam bién es cierto que cada un a de ellas, con siderada
com o un a lectura siem pre ren ovada y n o com o u n a lección cada vez
mejor aprendida, se basta absolutam en te a sí m ism a, subsiste tal com o
se produce, y con stituye con todas las percepcion es con com itan tes
un m om en to irreductible de m i h istoria. Se puede in cluso ir m ás
lejos, y decir que la con cien cia n os revela en tre estos dos tipos de
recuerdo u n a diferen cia profu n da, u n a diferen cia de n aturaleza. El
recuerdo de esta lectura determ in ada es u n a represen tación , y sólo
eso; se sostien e en u n a in tuición del espíritu que puedo alargar o
acortar a m i an tojo; le asign o u n a du ración arbitraria: n ada m e im ­
pide abarcar todo de golpe, com o en un cuadro. Por el con trario, el
recuerdo de la lección apren dida, aú n cuan do m e lim ite a repetir esa
lección in tern am en te, exige u n tiem po bien determ in ado, el m ism o
que h ace falta para desarrollar un o a u n o, au n qu e sólo fuese en la
im agin ación , todos los m ovim ien tos de articulación necesarios: ya
n o se trata pues de u n a represen tación , se trata de u n a acción . Y de
h ech o, la lección u n a vez apren dida n o lleva sobre sí n in gu n a m arca
qu e traicion e su s orígen es y la arch ive en el pasado; ella for m a parte
de m i presen te del m ism o m odo qu e m i h ábito de cam in ar o de
escribir; ella es vivida, es «actuada», en vez qu e represen tada; podría
creerla in n ata, si n o m e gu stara evocar al m ism o tiem po, com o otras
tan tas represen tacion es, las lecturas sucesivas qu e m e h an servido
para apren derla. Esas represen tacion es son pues in depen dien tes de
ella, y com o h an precedido a la lección sabida y recitada, la lección
un a vez sab id a tam bién pu ede prescin dir de ellas.
Llevan do h asta el final esta distin ción fun dam en tal, un o podría
representarse dos m em orias teóricamen te in depen dien tes. La primera
registraría, bajo la for m a de im ágen es-recuerdos, todos los acon te­
cim ien tos de n uestra vida cotidian a a m edida qu e se desarrollan ;
ella n o descuidaría n in gún detalle; en cada h ech o, en cada gesto,
dejaría su ubicación y su fech a. Sin segu n da in ten ción de utilidad
o aplicación práctica, alm acen aría el pasado por el sólo efecto de
un a n ecesidad n atural. A través de ella se volvería posible el recon o­
cim ien to in teligen te, o in telectual m ás bien , de u n a percepción ya
experim en tada; en ella n os refugiam os todas las veces que rem on ­
tam os la pen dien te de n uestra vida pasada para buscar un a cierta
im agen . Pero tod a percepción se prolon ga en acción n acien te; y a
m edida qu e las im ágen es, u n a vez percibidas, se fijan y se alin ean
en esta m em oria, los m ovim ien tos qu e las con tin ú an m odifican el
organ ism o, crean do en el cuerpo disposicion es n uevas para actuar.
Así se form a u n a experien cia de un orden totalm en te distin to y que
se deposita en el cuerpo, u n a serie de m ecan ism os com pletam en te
m on tados, con reaccion es cada vez m ás n um erosas y variadas an te
las excitacion es exteriores, con réplicas com pletam en te listas an te un
n úm ero sin cesar crecien te de in terpelacion es posibles. Tom am os
con cien cia de estos m ecan ism os en el m om en to en que en tran en
ju ego, y esta con cien cia de todo un pasado de esfuerzos alm acen ada
en el presen te es aú n efectivamen te un a m em oria, pero u n a m em o­
ria profun dam en te diferen te de la prim era, ten dida siem pre h acia
la acción , asen tada en el presen te y n o m iran do otra cosa qu e el
porven ir. Ella n o h a reten ido del pasado m ás qu e los m ovim ien tos
in teligen tem en te coordin ados que represen tan su esfuerzo acum ula­
do; recobra esos elem en tos pasados, no en im ágen es-recuerdos que
los evocan, sin o en el orden riguroso y el carácter sistem ático con
que se cum plen los m ovim ien tos actuales. A decir verdad, ya n o n os
represen ta n uestro pasado, lo actúa; y si aún merece el n om bre de
m em oria n o es ya porque con serva im ágen es an tiguas, sin o porqu e
prolon ga su efecto útil h asta el m om en to presen te.
D e estas dos m em orias, un a que imagina y la otra que repite, la
segun da puede su plir a la prim era y a m en udo in cluso dar la ilusión
de ella. Cu an do el perro recibe a su dueñ o a través de ladridos alegres
y de caricias, lo recon oce sin d u d a algun a; pero ¿im plica este reco­
n ocim ien to la evocación de un a im agen pasad a y la aproxim ación
de esta im agen a la percepción presen te? ¿N o con siste m ás bien en la
con cien cia que el an im al tom a de un a cierta actitud especial .adoptada
por su cuerpo, actitu d qu e sus relacion es fam iliares con su dueñ o le
h an form ado poco a poco, y qu e es provocada ah ora m ecán icam en ­
te en él por la sola percepción del dueñ o? ¡N o vayam os tan lejos!
Q uizás vagas im ágen es del pasado desbordan la percepción presen te
del propio an im al, se con cebiría in cluso qu e su pasado com pleto
estuviese virtualm en te d ibu jado en su con cien cia; pero ese pasado
no lo com prom ete tan to com o para liberarlo del presen te que lo fas­
cin a y cuyo recon ocim ien to debe ser vivido an tes que pen sado. Para
evocar el pasado bajo la for m a de im agen , es preciso poder abstraerse
de la acción presen te, es preciso saber apreciar lo in útil, es preciso
querer soñ ar. Q uizás sólo el h om bre es capaz de un esfuerzo de esta
clase. In cluso el pasado que rem on tam os de este m od o es él m ism o
escurridizo, siem pre a pu n to de escapársen os, com o si esta m em oria
regresiva fuera con trariada por la otra m em oria, m ás natural, cuyo
m ovim ien to h acia adelan te n os lleva a obrar y a vivir.
Cu an do los psicólogos h ablan del recuerdo com o de un pliegue
con traído, com o de u n a im presión que se graba cada vez más pro­
fun dam en te al repetirse, olvidan que la in m en sa m ayoría de nuestros
recuerdos se apoyan sobre los acon tecim ien tos y detalles de n uestra
vida, cuya esen cia es estar fech ados y en con secuen cia n o volver a
producirse jam ás. Los recuerdos que se adquieren volun tariam en te
p or repetición son raros, excepcion ales. P or el con trario, el registro
a través de la m em oria de h ech os e im ágen es ún icas en su gén ero
se prosigue en todos los m om en tos de la duración . Pero com o los
recuerdos aprendidos son m ás útiles, se los n ota más. Y com o la
adquisición de esos recuerdos a través de la repetición del m ism o
esfuerzo se asem eja al proceso ya con ocido del h ábito, se prefiere
llevar al prim er plan o este tipo de recuerdo, erigirlo en m odelo, y
n o ver ya en el recuerdo espon tán eo m ás qu e el m ism o fen óm en o en
estado n acien te, el prin cipio de u n a lección apren dida de m em oria.
Pero ¿cóm o n o recon ocer qu e la diferen cia es radical en tre lo que
debe con stitu irse a través de la repetición y lo que, p or esencia,
n o pu ede repetirse? El recu erdo espon tán eo es in m ediatam en te
perfecto; el tiem po n o podrá añ adir n ada a su im agen sin desn atu­
ralizarla; con servará para la m em oria su ubicación y su fech a. Por el
con trario, el recuerdo apren dido surgirá del tiem po a m edida que
la lección esté m ejor sabida; se volverá cada vez m ás im person al,
cada vez más extrañ o a n uestra vida pasada. La repetición n o tiene
pues en absolu to el efecto de con vertir el prim ero en el segun do; su
papel es el de utilizar cada vez más los m ovim ien tos por los cuales
se con tin ú a el prim ero, para organ izados en tre ellos y, m on tan do
un m ecan ism o, crear un h ábito del cuerpo. Adem ás este h ábito
sólo es recuerdo porque m e acuerdo de h aberlo adqu irido; y n o m e
acuerdo de h aberlo adqu irido más que porqu e apelo a la m em oria
espon tán ea, la qu e fech a los acon tecim ien tos y sólo los registra un a
vez. D e las dos m em orias que acabam os de distin guir, la prim era
parece ser efectivam en te la m em oria por excelencia. La segun da, la
qu e los psicólogos estudian de ordin ario, es el hábito alumbrado por
la memoria antes que la m em oria mism a.
Es verdad que el ejem plo de un a lección apren dida de m em oria
es bastan te artificial. Sin em bargo n uestra existen cia tran scurre
en m edio de objetos restrin gidos en n úm ero, qu e vuelven a pasar
más o m en os con frecuen cia frente a n osotros: cada un o de ellos,
al m ism os tiem po que es percibido, provoca de n uestra parte m o­
vim ien tos al m en os n acien tes por los cuales n os adaptam os a ellos.
Esos m ovim ien tos, al repetirse, se crean un m ecan ism o, pasan al
estado de h ábito, y determ in an en n osotros actitudes que suceden
autom áticam en te a n uestra percepción de las cosas. Nu estr o sistem a
nervioso, decíam os, apen as estaría destin ado a otro uso. Los nervios
aferentes aportan al cerebro u n a excitación que, luego de h aber esco­
gido inteligentemen te su cam in o, se tran smite a mecan ism os motores
creados por la repetición . Así se produ ce la reacción apropiada, el
equilibrio con el m edio, la adaptación , en un a palabra, aquello que
es el fin general de la vida. Y un ser viviente que se con ten tara con
vivir n o tendría n ecesidad de otra cosa. Pero al m ism o tiem po que se
prosigue este proceso de percepción y de adaptación qu e con du ce al
registro del pasado bajo la for m a de h ábitos m otrices, la con cien cia,
com o veremos, retien e u n a tras otra la im agen de las situacion es por
las que h a pasado, y las alin ea en el orden en qu e se h an sucedido.
¿Para qu é servirán estas im ágen es-recuerdos? Al con servarse en la
m em oria, al reproducirse en la con cien cia, ¿no van a desn aturalizar
el carácter práctico de la vida, m ezclan do el sueñ o con la realidad?
Sería así, sin dudas, si n uestra con cien cia actual, con cien cia que
justam en te refleja la exacta adaptación de n uestro sistem a n ervioso
a la situación presen te, n o apartara todas aquellas im ágen es pasadas
que n o pueden coordin arse con la percepción actual y form ar con
ella un con jun to útil. Co m o m áxim o ciertos recuerdos con fusos, sin
relación con la situación presen te, desbordan las im ágen es útilmen te
asociadas, dibu jan do alrededor de ellas un a fran ja m en os ilu m in ada
que va a perderse en u n a in m en sa zon a oscura. Pero sobrevien e un
acciden te que descalabra el equilibrio m an ten ido por el cerebro entre
la excitación exterior y la reacción m otriz; relajen p or un in stan te la
ten sión de los h ilos qu e van de la periferia a la periferia pasan do por
el cen tro, en seguida las im ágen es oscurecidas van a avan zar a plen a
luz: es esta últim a con dición la que se realiza sin dudas cuan do uno
duerm e y sueñ a. D e las dos m em orias qu e h em os distin gu ido, la
segun da qu e es activa o m otriz, deberá pues in h ibir con stan tem en te
a la prim era, o al m en os n o aceptar de ella sin o lo que pu eda aclarar
y com pletar útilm en te la situación presen te: así se deducen las leyes
de asociación de las ideas. Pero in depen dien tem en te de los servicios
que pu edan aportar por su asociación a u n a percepción presen te, las
im ágen es alm acen adas p or la m em oria espon tán ea tienen todavía
otro uso. Sin dudas son im ágen es de en sueñ o; sin dudas aparecen y
desaparecen de ordin ario in depen dien tem en te de n uestra volun tad;
y ju stam en te p or eso estam os obligados, para saber realm en te un a
cosa, para ten erla a n uestra disposición , a apren derla de m em oria,
es decir a su stituir la im agen espon tán ea p or un m ecan ism o m otor
capaz de suplirla. Pero existe cierto esfuerzo sui generis qu e n os
perm ite reten er la im agen m ism a, por un tiem po lim itado, bajo la
m ir ada de n uestra con cien cia; y gracias a esta facultad, n o ten em os
n ecesidad de esperar del azar la repetición acciden tal de las m ism as
situacion es para organ izar en h ábito los m ovim ien tos con com itan tes;
n os servim os de la im agen fugitiva para con stru ir un m ecan ism o es­
table que la reem place. Por últim o, o bien n uestra distin ción de dos
m em orias in depen dien tes n o es fu n dada, o si respon de a los h ech os
deberem os con statar u n a exaltación de la m em oria espon tán ea en
la m ayoría de los casos en que el equilibrio sen so-m otor del sistem a
n ervioso fuera perturbado; por el con trario, en el estado n orm al,
u n a in h ibición de todos los recuerdos espon tán eos que n o pueden
con solidar útilm en te el equilibrio presen te, en ñn , la in terven ción
laten te del recuerdo-im agen en la operación p or la que se con trae el
recuerdo-h ábito. ¿Los h ech os con firm an la h ipótesis?
N o in sistirem os por el m om en to ni sobre el prim er pu n to ni sobre
el segun do: esperam os liberarlos a plen a luz cuan do estu diem os las
perturbacion es de la m em oria y las leyes de asociación de las ideas.
Lim itém on os a m ostrar, en lo que con ciern e a las cosas apren didas,
cóm o las dos m em orias van aqu í codo a codo y se prestan un m u tu o
apoyo. Q u e las leccion es in culcadas en la m em oria m otriz se repiten
au tom áticam en te es algo qu e la experien cia cotidian a dem uestra;
pero la observación de los casos patológicos com pru eba que el au­
tom atism o se extien de aqu í m uch o m ás lejos de lo qu e pen sam os.
H em os visto a dem en tes p r odu cir respuestas in teligen tes a un a
serie de pregun tas qu e n o com pren dían : el len guaje fun cion aba en
ellos a la m an era de un reflejo1. A afásicos in capaces de pron un ciar
espon tán eam en te u n a palabra acordarse sin error las letras de un a
m elodía cuan do la can tan 2. O tam bién recitarán corrien tem en te
u n a plegaria, la serie de los n úm eros, la de los días de la sem an a y
los meses del añ o3. D e este m od o m ecan ism os de un a com plicación
extrema, bastan te sutiles para im itar la in teligen cia, pueden fun cio­
n ar por sí m ism os u n a vez con struidos, y en con secuen cia obedecer
por h ábito al sólo im pu lso in icial de la volun tad. Pero ¿qué sucede
m ien tras los con struim os? Cu an d o, por ejem plo, n os ejercitamos
en apren der un a lección , ¿no está ya en n uestro espíritu, in visible y
presen te, la im agen visual o auditiva qu e buscam os recom pon er a
través de m ovim ien tos? D esde el prim er recitado recon ocem os con
un vago sen tim ien to d e m alestar tal error qu e ven im os de com eter,
com o si recibiéram os d e las oscuras profun didades de la con cien cia
u n a especie de adverten cia4. Con cén tren se en ton ces sobre lo que
experim en tan , sen tirán qu e la im agen com pleta está ah í, pero fugi­
tiva, verdadero fan tasm a qu e se desvan ece en el m om en to preciso
en qu e vuestra actividad m otriz quisiera fijar su silueta. En el curso
de experien cias recien tes, em pren didas adem ás con un objetivo to­
talm en te distin to5, los sujetos declaraban experimen tar precisam en te
u n a im presión de ese tipo. Se h acía aparecer an te sus ojos, duran te
algun os segun dos, u n a serie de letras qu e se les pedía retener. Pero,

1RO BERTSO N, ReflexSpeech (Journal qfm entalScience, abril 1888) Cf. el artículo
de Ch . FERÉ, Le langage réflexe (Revue philosophique, enero 1896).
2 O PPENH EIM , Ueber das Verhalten der musikalischen Ausdrucksbewegungen
bel Aphatischen (CharitéA nnalen, XIII, 1888, p. 348 y sis;.).
3 Ibid., p. 365
4 Ver, a propósito de este sen tim ien to de error, el artículo de M U LLER y
SCH U M A N N , Experimen teile Beitrage zur Un tersuch un g des Gedách tnisses
(Zeitschr. f Psych. u. Phys. der Sinnesorgane, diciembre, 1893, p. 305).
! W !G. SM ITH , The relation o f attention to memory (M ind, enero 1894).
para im pedirles señ alar las letras percibidas a través de m ovim ien tos
apropiados de articulación , se exigía que repitiesen con stan tem en te
un a cierta sílaba m ien tras m iraban la im agen . D e don de resultaba
un estado psicológico especial, en el que los sujetos se sen tían en
posesión com pleta de la im agen visual «sin poder sin em bargo re­
produ cir de ella la m en or parte en el m om en to debido: para su gran
sorpresa, la lín ea desaparecía». Al decir de un o de ellos, «h abía en
la base del fen óm en o un a representación de conjunto, u n a suerte de
idea com pleja abrazan do el todo, y en la que las partes ten ían un a
un idad in expresablem en te sen tid a»6.
Ese recuerdo espon tán eo, que se escon de sin dudas tras el recuerdo
adquirido, puede revelarse a través de ilum in acion es bruscas: pero se
h un de al m en or m ovim ien to de la m em oria volun taria. Si el sujeto
ve desaparecer la serie de las letras cuya im agen creía h aber reten ido,
es sobre todo cuan do com ien za a repetirlas: «este esfuerzo parece
im pulsar el resto de la im agen fuera de la con cien cia7». An alicen
ah ora los procedim ien tos im agin ativos de la m em otecn ia, h allarán
que esta cien cia tien e precisam en te por objeto llevar al prim er plan o
el recuerdo espon tán eo qu e se disimula, y pon erlo a n uestra libre dis­
posición com o un recuerdo activo: para eso se reprim e prim ero toda
veleidad de la m em oria actuan te o m otriz. La facu ltad de fotografía

6 «According to one observer, the basis was a Gesammtvorstellung, a sort o f all


embracing complex idea in which the parts have an indefinitely felt unity» (SM ITH ,
op. cit., p. 73).
7 ¿No sería esto algo del mismo género de lo que sucede en esa afección que los
autores alemanes han llamado dislexicü El enfermo lee correctamente las primeras
palabras de una frase, luego se detiene bruscamente incapaz de continuar, como si
los movimientos de articulación hubieran inhibido los recuerdos. Ver, a propósito de
la dislexia: BERLIN, Eine besondere A rt W ortblindheit (Dyslexie), Wiesbaden, 1887,
y SO M M ER, Die Dyslexie ais functionelle Storun g (Arcb. E Psychiatrie, 1893).
Relacionaríamos aún a estos fenómenos los casos tan singulares de sordera verbal en
que el enfermo comprende la palabra del prójimo, pero ya no comprende la suya.
Ver los ejemplos citados por BATEMAN, On A phasia, p. 200; por BERNARD, De
l'aphasie, París, 1889, p. 143 y 144; y por BROADBENT, A case o f peculiar affection
o f speech, Brain , 1878-9. p. 484 y sig.).
m en tal, dice un au tor8, perten ece an tes a la subcon cien cia que a la
con cien cia; ella difícilm en te obedece al llam ado de la volun tad. Para
ejercitarla, un o deberá h abituarse a reten er de golpe, por ejem plo,
varios agrupam ien tos de pu n tos, in cluso sin pen sar en con tarlos9: en
cierto m odo, es n ecesario im itar la in stan tan eidad de esta m em oria
para alcan zar la disciplin a. Aú n persiste caprich osa en sus m an ifes­
tacion es, y com o los recuerdos qu e aporta poseen algo del sueñ o, es
raro qu e su in trusión m ás regular en la vida del espíritu n o perturbe
profun dam en te el equilibrio in telectual.
N u estr o próxim o capítu lo m ostrará qu é es esta m em oria, de
dón de deriva y cóm o procede. Bastar á provisoriam en te u n a con ­
cepción esquem ática. D ecim os pues, para resum ir lo qu e precede,
que el pasado efectivam en te parece alm acen arse, com o lo h abíam os
previsto, bajo esas dos form as extremas, por un lado los m ecan ism os
m otores qu e lo utilizan , p or el otro las im ágen es-recuerdos perso­
nales que dibu jan en él todos los acon tecim ien tos con su con torn o,
su color, y su lu gar en el tiem po. D e esas dos m em orias, la prim era
está verdaderam en te orien tada en el sen tido de la n aturaleza; la
segun da, aban don ada a sí m ism a, iría m ás bien en sen tido con tra­
rio. La prim era, con qu istad a a través del esfuerzo, perm an ece bajo
la depen den cia de n uestra volu n tad; la segun da, com pletam en te
espon tán ea, pon e tan to caprich o en reproducir com o fidelidad en
con servar. El ún ico servicio regular y seguro qu e la segu n da pu ede
dar a la prim era es el de m ostrarle las im ágen es de aquello qu e h a
precedido o seguido en las situacion es an álogas a la situación pre­
sen te, a fin de alum brar su elección : en esto con siste la asociación
de las ideas. N o h ay n in gún otro caso en que la m em oria que vuelve
a ver obedezca regularm en te a la m em oria que repite. Adem ás en
todas partes preferim os con struir un m ecan ism o que n os perm ite,
de ser necesario, dibu jar de n uevo la im agen , por qu e sen tim os que

8 MORTTMER GRANVILLE, Ways o f remembering (Lancet, T I de septiembre


de 1879, p. 458).
9 KAY, Memory an d how to improve it, New York, 1888.
n o podem os con tar con su reaparición . Tales son las dos form as
extrem as de la m em oria, con sideradas am bas en estado puro.
Lo decim os de in m ediato: es por h aberse aten ido a las form as
in term edias y en cierto m odo im puras, que se h a descon ocido la
verdadera n aturaleza del recuerdo. En lugar de disociar prim ero
los dos elem en tos, im agen -recuerdo y m ovim ien to, para in vestigar
a con tin uación a través de qué serie de operacion es acon tecen , al
aban don ar de ese m od o algo de su pureza origin al, al deslizarse uno
en el otro, n o se con sidera m ás que el fen óm en o m ixto que resulta
de su coalescen cia. Este fen óm en o, sien do m ixto, presen ta por un
lado el aspecto de un h ábito m otriz, por otro, el de u n a im agen más
o m en os con cien tem en te localizada. Pero se preten de que sea un
fen óm en o sim ple. Será preciso en ton ces su pon er que el m ecan ism o
cerebral, m edular o bulbario, que sirve de base al h ábito motriz,
es al m ism o tiem po el su bstrato de la im agen con cien te. D e allí la
extrañ a h ipótesis de recuerdos alm acen ados en el cerebro, que se
volverían con cien tes p or un verdadero m ilagro, y n os con ducirían
al pasado por un m isterioso proceso. Algun os, es cierto, se apegan
m ás al aspecto con cien te de la operación y quisieran ver allí algo
m ás qu e un epifen óm en o. Pero com o n o h an com en zado por aislar
la m em oria qu e retien e y alin ea las repeticion es sucesivas bajo la
form a de im ágen es-recuerdos, com o la con fun den con el h ábito que
el ejercicio perfeccion a, son con du cidos a creer qu e el efecto de la
repetición se apoya sobre u n m ism o y ún ico fen óm en o in divisible
que se reforzaría sim plem en te repitién dose: y com o este fen óm en o
visiblem en te acaba p or n o ser m ás qu e un h ábito m otriz y p or co­
rrespon der a u n m ecan ism o, cerebral u otro, ellos son llevados, de
buen o m al grado, a su pon er que un m ecan ism o de ese tipo estaba
desde el com ien zo en el fon do de la im agen y que el cerebro es un
órgan o de represen tación . Nosotr os vam os a con siderar esos estados
in term edios, y separar en cada un o de ellos la parte de la acción na-
ciente, es decir del cerebro, y la parte de la m em oria in depen dien te,
es decir de las im ágen es-recuerdos. ¿Q ué son estos estados? Sien do
por un lado m otores deben , según n uestra h ipótesis, prolon gar un a
percepción actual; pero p or otra parte, en tan to im ágen es, reprodu­
cen percepcion es pasadas. Ah ora bien , el acto con creto por el cual
retom am os el pasado en el presen te es el reconocimiento. Es pues lo
qu e debem os estudiar.

II. D el reconocimiento en general: imágenes-recuerdosy movimientos.


Existen dos man eras h abituales de explicar el sen tim ien to de «déjá
vu». Para un os, recon ocer u n a percepción presen te con sistiría en
in sertarla a través del pen sam ien to en un viejo en torn o. En cuen tro
un a person a p or prim era vez: sen cillam en te la percibo. Si la vuelvo
a en con trar, la recon ozco, en el sen tido de qu e las circun stan cias
con com itan tes de la percepción prim itiva, volvién dom e al espíritu,
dibu jan alrededor de la im agen actual un cuadro qu e n o es el cuadro
actualmen te percibido. Recon ocer sería pues asociar a un a percepción
presen te las imágen es dadas an tañ o en con tigü idad con ella10. Pero,
com o se h a h ech o observar con razón 11, u n a percepción ren ovada
n o puede sugerir las circun stan cias con com itan tes de la percepción
prim itiva más que si esta es evocada prim ero por el estado actual que
se le parece. Sea A la prim era percepción ; B, C, D las circun stan cias
con com itan tes que quedan allí asociadas por con tigüidad. Si llam o
A’ a la m ism a percepción ren ovada, com o n o es con A’ sin o con A
que los térm in os B, C, D están ligados, es preciso que, para evocar
los térm in os B, C, D , un a asociación por sem ejan za h aga surgir
a A en prim er lugar. En van o se sosten drá que A ’ es idén tica a A.
Los dos térm in os, aun que sem ejan tes, perm an ecen n um éricam en te
distin tos, y difieren al m en os por el sim ple h ech o de que A ’ es un a
percepción mientras que A no es m ás que un recuerdo. D e las dos

Ver la exposición sistemática de esta tesis, con experiencias como apoyo, en los
artículos de LEH M ANN, Ueber Wiedererkennen (Philos. Studien de W UNDT, tomo
V, p. 96 y sig., y tomo VII, p. 169 y sig.).
11 PILLO N, La formation des idees abstraites et genérales (Crit. Philos., 1885,
tomo I, p. 208 y sig.). - Cf. W ARD, Assimilation and Association (M ind, Julio 1893
y octubre 1894).
in terpretacion es que h abíam os an un ciado, la prim era acaba de este
m odo p or fun dirse en la segun da, qu e vam os a examin ar.
Se su pon e esta vez qu e la percepción presen te siem pre va a buscar,
en el fon do de la m em oria, el recuerdo de la percepción an terior que
se le parece: el sen tim ien to de «déjá vu» ven dría de u n a yuxtaposi­
ción o de u n a fusión en tre la percepción y el recuerdo. Sin dudas,
com o se lo h a h ech o observar con pr ofu n d idad 12, la sem ejan za es
u n a relación establecida p or el espíritu entre dos térm in os que él
relacion a y qu e en con secuen cia ya posee, de suerte qu e la percep­
ción de u n a sem ejan za es m ás bien un efecto de la asociación más
que su causa. Pero al lado de esta sem ejan za defin ida y percibida
qu e con siste en la com u n idad de u n elem en to captado y liberado
por el espíritu, existe u n a sem ejan za vaga y en cierto m odo objetiva,
esparcida sobre la p r opia superficie de las im ágen es, y que podría
actuar com o u n a cau sa física de atracción recíproca13. ¿Alegaremos
que se recon oce a m en u do un objeto sin lograr iden tificarlo con
un a an tigu a imagen ? Algu n o se refugiará en la h ipótesis cóm od a de
h uellas cerebrales qu e coin cidirían , de m ovim ien tos cerebrales que
el ejercicio facilitaría14, o de células de percepción com un ican do con
células en las que residen los recuerdos15. A decir verdad, es en este
tipo de h ipótesis fisiológicas que, de buen o m al grado, todas estas
teorías del recon ocim ien to term in an por ech arse a perder. Preten ­
den h acer surgir todo recon ocim ien to de un a aproxim ación entre
la percepción y el recuerdo; pero por otra parte la experien cia está
ahí, lo cual dem uestra qu e con m ás frecuen cia el recuerdo n o surge
m ás qu e un a vez recon ocida la percepción . Forzoso es pues volver a
lan zar al cerebro, bajo la form a de com bin ación entre m ovim ien tos

12 BRO CH ARD, La loi de simiiarité, Revuephilosophique, 1880, t. IX, p. 258. E.


RABIER se suma a esta opinión en sus Legortsdephilosophie, 1. 1, Psychologie, p. 187-192.
13 PILLO N, op. cit., p. 207. — Cf. SULLY, James, The hum an M ind, London,
1892, t .I , p. 331.
14 H Ó FFD IN G, Ueber Wiedererkennen, Assocciation und psychische Activitat
{V iertrljahrsschriftf . w issenschafilichePhilosophie, 1889, p. 433).
15 M UNK, Ueber d ir Functionen der Grosshim rinde, Berlin, 1881, p. 108 y sig.
o de ligazón entre células, lo qu e se h abía an un ciado en prim er lugar
com o un a asociación en tre represen tacion es, y explicar el h ech o del
recon ocim ien to —m u y claro según n osotros- a través de h ipótesis
en n uestra visión m u y oscuras de un cerebro qu e alm acen aría ideas.
Pero en realidad la asociación de un a percepción a un recuerdo no
basta en absoluto para dar cuen ta del proceso del recon ocim ien to.
Pues si el recon ocim ien to se produ jera así, sería abolido cuan do las
viejas imágenes h an desaparecido, ten dría lugar siem pre cuan do esas
imágenes son con servadas. La ceguera psíquica, o im poten cia para
reconocer los objetos percibidos, n o sucedería en ton ces sin un a in h i­
bición de la m em oria visual, y sobre todo la in h ibición de la m em oria
visual ten dría in variablem en te por efecto la ceguera psíquica. Ah ora
bien , la experien cia n o verifica n i u n a n i otra de esas dos con secuen ­
cias. En un caso estudiado por W ilbran d16, el en fermo podía describir
con los ojos cerrados la ciu dad en qu e h abitaba y pasearse en ella a
través de la im agin ación : un a vez en la calle, todo le parecía n uevo;
n o recon ocía n ada y n o alcan zaba a orien tarse. H ech os del m ism o
género h an sido observados p or Fr. M ü ller 17y Lissau er18. Los enfer­
m os saben evocar la visión in terior de un objeto qu e se les n om bra;
lo describen m uy bien ; n o pueden sin em bargo recon ocerlo cuan do
un o se los presenta. La con servación , aún con cien te, de un recuer­
do visual no basta pues para el recon ocim ien to de u n a percepción
sem ejan te. Pero in versamen te, en el caso deven ido clásico estudiado
por Ch ar cot 19 de un eclipse com pleto de las im ágen es visuales, no
estaba abolido todo recon ocim ien to de las percepcion es. U n o se
con ven cía de esto sin esfuerzo leyendo de cerca la relación de ese
caso. El sujeto sin dudas n o recon ocía las calles de su ciudad n atal, no
podía ni nombrarlas ni orien tarse en ellas; sabía sin em bargo que eran

16 Die Seelenblindheit ais Herderscheinting, W iesbaden, 1887, p. 56.


17 Ein Beitrag zur Kenntniss der Seelenblindheit {Arch. F. Psychiatrie, t. XXTV,
1892).
18 Ein Fall von Seelenblindheit {Arch. F. Psychiatrie, 1889)
19 Relatado por BERNARD, Un cas de supresión brusque et isolée de la visión
mentale (Progrés médical, 21 de julio de 1883).
calles, y qu e veía casas. N o recon ocía m ás a su m u jer y a sus n iñ os;
n o obstan te p od ía decir, al percibirlos, qu e era u n a m ujer, qu e eran
n iñ os. N ad a de todo esto h ubiera sido posible si h ubiese h abido un a
ceguera psíqu ica en el sen tido absolu to del térm in o. Lo que estaba
abolido era pues u n a cierta especie de recon ocimien to, qu e ten dremos
que analizar, pero n o la facu ltad gen eral de recon ocer. Con clu im os
que todo recon ocim ien to n o im plica siem pre la in terven ción de un a
im agen an tigua, y qu e se pu ede tam bién apelar a esas im ágen es sin
con seguir iden tificar con ellas las percepcion es. En fin, ¿qué es pues
el recon ocim ien to, y cóm o lo defin irem os?
An te todo existe, en el lím ite, un recon ocim ien to en lo instantáneo,
un recon ocim ien to del qu e el cuerpo es capaz com pletam en te solo,
sin que n in gún recuerdo explícito intervenga. Con siste en un a acción,
y no en un a representación. Por ejem plo, m e paseo en u n a ciudad por
prim era vez. A cada curva de la calle, d u d o, n o sabien do don de voy.
Con ozco en la in certidum bre, y com pren do por eso qué altern ativas
se presen tan a m i cuerpo, qu e m i m ovim ien to es discon tin u o en su
con ju n to, que n o h ay n ada en cada u n a de las actitudes que an un ­
cie y prepare las actitudes p or venir. M ás tarde, luego de u n a larga
estan cia en la ciudad, circularé en ella m aquin alm en te, sin ten er la
percepción distin ta de los objetos frente a los qu e paso. Ah ora bien,
en tre estas dos con dicion es extremas, u n a en qu e la percepción no
h a organ izado aú n los m ovim ien tos defin idos que la acom pañ an ,
la otra en que esos m ovim ien tos con com itan tes están organ izados
al pun to de volver in útil m i percepción , existe u n a con dición in ter­
m edia, en la qu e el objeto es percibido, pero provoca m ovim ien tos
ligados en tre sí, con tin u os, y qu e se com an dan los un os a los otros.
H e com en zado por u n estado en el qu e n o distin gu ía m ás que m i
percepción ; finalizo en un o en el qu e sólo ten go con cien cia de mi
au tom atism o: en el in tervalo h a ten ido lugar un estado m ixto, un a
percepción m arcada p or un au tom atism o n acien te. Ah ora bien , si
las percepcion es ulteriores difieren de la prim era percepción en que
en cam in an el cuerpo h acia u n a reacción m aquin al apropiada, si
por otra parte esas percepcion es ren ovadas aparecen en el espíritu
con ese aspecto sui generis qu e caracteriza las percepcion es fam ilia­
res o recon ocidas, ;n o debem os presum ir que la con cien cia de un
acom pañ am ien to m otor efectivam en te regulado, de un a reacción
m otriz organ izada, con stituye el trasfon do de ese sen tim ien to de
fam iliaridad? H abr ía pues un fen óm en o de orden m otor en la base
del recon ocim ien to.
Recon ocer un objeto usual con siste sobre todo en saber servirse
de él. Esto es tan cierto qu e los prim eros observadores h abían dado
el n om bre de apraxia a esta en ferm edad del recon ocim ien to qu e
n osotros llam am os ceguera psíqu ica20. Pero saber servirse del objeto
es esbozar ya los m ovim ien tos que se adaptan a él, es tom ar un a cierta
actitud o al m en os ten der a ella por el efecto de eso que los alem an es
h an llam ado «im pu lsos m otrices» (Bewegungsantriebej. El h ábito
de utilizar el objeto h a acabado pues por organ izar con jun tam en te
m ovim ien tos y percepcion es, y la con cien cia de esos m ovim ien tos
nacientes que con tin uarían la percepción a la m an era de un reflejo
estaría, todavía aqu í, en el fon do del recon ocim ien to.
N o existe percepción qu e n o se prolon gue en m ovim ien to. Ribot 21
y M audsley 22 h an llam ado la aten ción sobre este pu n to después de
un largo tiem po. La edu cación de los sen tidos con siste precisam en ­
te en el con jun to de las con exion es establecidas en tre la im presión
sen sorial y el m ovim ien to qu e la utiliza. A m edida qu e la im presión
se repite, la con exión ,se con solida. El m ecan ism o de la operación no
tiene por otra parte n ada de m isterioso. Nu estr o sistem a n ervioso
está eviden temen te dispuesto en vista de la con strucción de aparatos
m otores, un idos p or in term edio de los cen tros a excitacion es sen si­
bles, y la discon tin u idad de los elemen tos n erviosos, la m ultiplicidad

20 KUSSMAUL, Les troubles de la parole, París, 1884, p. 233 ; - STARR, Alien,


Apraxia and Aphasia (M edicalRecord, 27 de octubre de 1888). - Cf. LAQUER, Zur
Localisation der sensorischen Aphasie (Neurolog: Centralblatt, 15 de jun io de 1888),
y DO D D S, On some central affections o f visión (Brain , 1885).
21 Les mouvements et leur importance psychologique (Revuephilosophique, 1879, t.
VIII, p. 371 y sig.). - Cf. Psychologie de l ’attention, París, 1889, p. 75 (Ed. Félix Alean).
22 Physiologie de l ’esprit, París, 1879, p. 207 y sig.
de sus arborizacion es termin ales capaces sin dudas de relacion arse
diversamente, vuelven ilim itado el n úm ero de las con exion es posibles
en tre las im presion es y los m ovim ien tos correspon dien tes. Pero el
m ecan ism o en vías de con strucción n o podría aparecer a la con cien cia
bajo la m ism a for m a qu e el m ecan ism o con stru ido. Algo distin gue
profun dam en te y man ifiesta claramen te los sistemas de m ovim ien tos
con solidados en el organ ism o. Es sobre todo, creem os n osotros, la
dificultad en m odificar su orden . Se trata aún de esa preform ación
de los m ovim ien tos que prosiguen en los m ovim ien tos qu e prece­
den , preform ación que h ace que la parte con ten ga virtualm en te el
todo, com o acon tece cuan do cada n ota de un a m elodía apren dida,
por ejem plo, qu eda in clin ada sobre la siguien te para supervisar su
ejecución 23. Si toda percepción usual posee pues su acom pañ am ien to
m otor organ izado, el sen tim ien to de recon ocim ien to usual posee su
raíz en la con cien cia de esta organ ización .
Es decir que h abitualm en te actu am os n uestro recon ocim ien to
antes de pen sarlo. Nu estr a vida diaria se desarrolla entre objetos cuya
sola presen cia n os in vita a ju gar un rol: en esto con siste su aspecto de
fam iliaridad. Las ten den cias m otrices bastarían ya pues para darn os
el sen tim ien to del recon ocim ien to. Pero, adelan tém on os a decirlo,
allí se su m a m ás a m en u do otra cosa.
M ien tras qu e en efecto se m on tan aparatos m otores bajo la in ­
fluen cia de las percepcion es cada vez m ejor an alizadas por el cuerpo,
n uestra vida psicológica an terior está ah í: sobrevive -in ten tarem os
probarlo- con todo el detalle de sus acon tecim ien tos localizados en
el tiem po. In h ibida sin cesar por la con cien cia práctica y útil del
m om en to presen te, es decir, por el equilibrio sen so-m otor de un
sistem a nervioso ten dido entre la percepción y la acción , esta m em o­
ria espera sen cillam en te qu e se declare u n a fisura entre la im presión
actual y el m ovim ien to con com itan te para h acer pasar por allí sus

23 En uno de los más ingeniosos capítulos de su Psychologie (Paris, 18 9 3 , 1.1, p.


242) A. FO UILLÉE ha dicho que el sentimiento de familiaridad estaba hecho, en
gran parte, de la reducción del choque interior que constituye la sorpresa.
imágenes. H abitualm en te, par a rem on tar el curso de n uestro pasado
y descubrir la imagen -recuerdo con ocida, localizada, person al, que se
relacion aría al presen te, es n ecesario u n esfuerzo a través del cual n os
liberam os de la acción a qu e n uestra percepción n os in clin a: esta n os
con duciría h acia el porven ir; es preciso que retrocedam os al pasado.
En este sen tido, el m ovim ien to m ás bien desech aría la im agen . Sin
em bargo, por un cierto lado, con tribuye a prepararla. Pues si el con ­
ju n to de nuestras im ágen es pasadas subsiste en n uestro presente, hace
falta todavía que sea elegida en tre todas las represen tacion es posibles
la represen tación an áloga a la percepción actual. Los m ovim ien tos
con sum ados o sim plem en te n acien tes preparan esta selección , o al
m en os delim itan el cam po de las im ágen es que irem os a apresar. Por
la con stitución de n uestro sistem a n ervioso, som os seres en los que
im presion es presen tes se prolon gan en m ovim ien tos apropiados: si
viejas imágenes quieren prolon garse tam bién en esos m ovim ien tos,
aprovechan la ocasión para deslizarse en la percepción actual y hacerse
adoptar por ella. Aparecen en ton ces, de h ech o, a n uestra con cien ­
cia, m ien tras que deberían , de derech o, perm an ecer cubiertas por
el estado presente. Se p od r ía pues decir que los m ovim ien tos que
provocan el recon ocim ien to m aqu in al im piden por un lado, y p or el
otro favorecen el recon ocim ien to a través de imágenes. En prin cipio,
el presente desplaza el pasado. Pero por otra parte, justam en te porque
la supresión de las viejas im ágen es se sostien e en su in h ibición por
la actitud presen te, aquellas cuya for m a podría en cuadrarse en esta
actitud en con trarán un obstáculo m en or qu e las otras; y si desde
en ton ces algun a de entre ellas pu ede fran quear el obstáculo, la que
lo h ará será la imagen sem ejan te a la percepción presen te.
Si n uestro análisis es exacto, las en ferm edades del recon ocim ien to
afectarán de dos form as profu n dam en te diferen tes, y se con statarán
dos especies de ceguera psíquica. Algu n as veces, en efecto, se trata
de las viejas imágen es que ya n o podrán ser evocadas, otras veces se
h abrá roto solam en te el lazo en tre la percepción y los m ovim ien tos
con com itan tes h abituales, provocan do la percepción m ovim ien tos
difusos com o si ella fuera n ueva. ¿Los h ech os verifican esta hipótesis?
N o pu ede h aber discusión sobre el prim er pun to. La aparen te
abolición de los recuerdos visuales en la ceguera psíquica es un h echo
tan com ún qu e h a podido servir, duran te un tiem po, para defin ir
esta afección . Ten drem os que pregun tarn os h asta qué pu n to y en
qué sen tido pu eden realm en te desvan ecerse los recuerdos. Lo que
n os in teresa p or el m om en to es el h ech o de qu e se presen tan casos
en los qu e el recon ocim ien to y a no tiene lugar sin qu e la m em oria
visual esté realmen te abolida. ¿Se trata, com o n osotros preten dem os,
de un a sim ple perturbación de los h ábitos m otrices o al m en os de
u n a in terrupción del lazo que ios un e a las percepcion es sensibles?
N o h abien do n in gún observador qu e h aya plan teado un a pregun ta
de este tipo, n os sería m u y trabajoso respon derla si n o h ubiéram os
relevado aqu í y allá, en sus descripcion es, ciertos h ech os qu e nos
parecen sign ificativos.
El prim ero de estos h ech os es la pérdida del sen tido de la orien ­
tación . T od o s los autores qu e h an tratado la ceguera psíqu ica se
h an sorpren dido de esta particu laridad. El en ferm o de Lissau er
h abía perdido com pletam en te la facultad de orien tarse en su casa24.
Fr. M üller in siste sobre el h ech o de que, m ien tras qu e algu n os cie­
gos apren den m uy rápidam en te a en con trar su cam in o, un sujeto
afectado de ceguera psíqu ica n o puede, in cluso luego de un mes de
ejercicio, orien tarse en su pr opia h abitación 25. Pero ¿es la facultad de
orien tarse algo distin to de la facu ltad de coordin ar los m ovim ien tos
del cuerpo con las im presion es visuales, y de prolon gar m aqu in al­
m en te las percepcion es en reacciones útiles?
Existe un segu n do h ech o, m ás característico aún . N os referimos
a la m an era en que dibu jan esos en ferm os. Un o puede con cebir
dos m an eras de dibujar. La prim era con sistiría en plasm ar sobre el
papel un cierto n úm ero de pun tos, p or tan teo, y un irlos en tre ellos
verifican do en todo m om en to si la im agen se parece al objeto. Es lo

24 A lt. cit., A rch. F Psychiatrie, 1889-90, p. 224. Cf. W ILBRAND, op. cit., p.
140, y BERNH ARDT, Eigenthumlicher Fall von Hirnerkrankung (Berliner klinische
W ochenschrifi, 1877, p. 581).
25 Are. cit., Arch. F. Psychiatrie, t. XXIV, p. 898.
que se llamaría dibu jar «por pun tos». Pero el m edio del que h abitual­
m en te nos valemos es otro distin to. Dibu jam os «por trazo con tin uo»,
luego de h aber observado el m odelo o de h aberlo pen sado. ¿Cóm o
explicar un a facultad sem ejan te, sin o p or el h ábito de discern ir de
in m ediato la organización de los con torn os m ás usuales, es decir, por
un a ten den cia m otriz a figurarse el esqu em a de un trazo? Pero si son
precisam en te los h ábitos o las correspon den cias de ese tipo los qu e
se disuelven en ciertas form as de la ceguera psíquica, el en ferm o aún
podrá, quizás, trazar elementos en lín ea que, mal qu e bien, con ectará
entre ellos; ya no pod r á dibu jar de un trazo con tin uo, por qu e ya
n o ten drá en la m an o el m ovim ien to d e los con torn os. Ah ora bien ,
esto es precisam en te lo qu e verifica la experien cia. La observación
de Lissauer ya es in structiva a este respecto26. Su en ferm o h acía el
m ayor esfuerzo en dibu jar los objetos sim ples, y sí quería dibujarlos
m en talm en te, trazaba porcion es recortadas de ellos, tom adas de
aquí y de allá, y que n o llegaba a un ir en tre ellas. Pero los casos de
ceguera psíquica com pleta son raros. M u ch o m ás n um erosos son
los de ceguera verbal, es decir de u n a pérdida del recon ocim ien to
visual lim itado a los caracteres del alfabeto. Ah ora bien, es un h e­
ch o de observación corriente la im poten cia del en ferm o, en caso
sem ejan te, para captar lo que podríam os llam ar el movimiento de
las letras cuan do in ten ta copiarlas. Com ien za el dibu jo en un pu n to
cualquiera, verificando en todo m om en to si qu eda de acuerdo con
el m odelo. Y es aún más n otable qu e con frecuen cia h a con servado
in tacta la facultad de escribir bajo dictado o espon tán eam en te. Lo
que aqu í está abolido es pues el h ábito de discern ir las articulacion es
del objeto percibido, es decir de com pletar su percepción visual a
través de un a tendencia m otriz a esbozar su esquem a. D e don de
se puede concluir, com o lo h abíam os an un ciado, que aqu í está la
con dición primordial del recon ocim ien to.
Pero debemos pasar ah ora del recon ocim ien to autom ático, que
se produce sobre todo a través de m ovim ien tos, a aquel qu e exige

2SArt. cit., Arch. F. Psychiatrie, 1889-90, p. 233.


la in terven ción regular de los recuerdos-im ágen es. El prim ero es un
recon ocim ien to por distracción ; el segu n do, com o vam os a ver, es
el recon ocim ien to aten to.
El com ien za, tam bién , por m ovim ien tos. Pero m ien tras que en
el recon ocim ien to autom ático, n uestros m ovim ien tos prolon gan
n uestra percepción para extraer de ella efectos útiles y n os alejan de
ese m odo del objeto percibido, aquí al con trario ellos n os conducen
al objeto para subrayar sus con torn os. D e ah í provien e el rol pre­
pon deran te, y ya n o accesorio, que los recuerdos-im ágen es juegan
en esto. Su pon gam os en efecto que los m ovim ien tos ren un cian a
su fin práctico, y que la actividad m otriz, en lugar de con tin uar
la percepción a través de reacciones útiles, retrocede para dibujar
sus trazos salien tes: en ton ces las im ágen es an álogas a la percepción
presen te, im ágen es cuya form a ya h abrán dado esos m ovim ien tos,
ven drán regularm en te y ya n o acciden talm en te a derramarse en ese
m olde, a riesgo, es verdad, de aban don ar m uch os de sus detalles para
facilitarse la en trada.

III. Pasaje gradual de los recuerdos a los movimientos. E l reconoci-


miento y la atención. Aqu í tocam os el pu n to esencial del debate. En el
caso en que el recon ocimien to es aten to, es decir en que los recuerdos-
im ágen es se reún en regularm en te con la percepción presen te, ¿es
la percepción la qu e determ in a m ecán icam en te la aparición de los
recuerdos, o son los recuerdos los qu e se presen tan espon tán eam en te
al en cuen tro de la percepción ?
D e la respuesta qu e se dará a esta pregu n ta depen de la n aturaleza
de las relacion es qu e se establecerán en tre el cerebro y la m em oria.
En toda percepción , en efecto, existe u n a con m oción tran sm itida
a través de los n ervios a los cen tros perceptivos. Si la propagación
de ese m ovim ien to a los dem ás cen tros corticales tuviera por efecto
real h acer su rgir allí imágen es, se podría sosten er, en rigor, que la
m em oria n o es m ás qu e un a fun ción del cerebro. Pero si establece­
m os qu e aquí com o allá el m ovim ien to n o puede produ cir m ás que
m ovim ien to, qu e el rol de la con m oción perceptiva es sen cillam en te
el de im prim ir al cuerpo u n a cierta actitu d en la que los recuerdos
vienen a insertarse, en ton ces, sien do absorbido todo el efecto de las
con m ocion es materiales en ese trabajo de adaptación m otriz, sería
preciso buscar el recuerdo en otro lugar. En la prim era h ipótesis, los
desórden es de la m em oria ocasion ados p or u n a lesión cerebral pro­
vendrían del hecho de que los recuerdos ocupaban la región lesion ada
y h abrían sido destruidos con ella. En la segun da, por el con trario,
esas lesiones in teresarían n uestra acción n acien te o posible, pero
solam en te n uestra acción . En un caso im pedirían al cuerpo tom ar,
de cara a un objeto, la actitu d apr opiad a al recuerdo de la im agen ;
en el otro caso cortarían de ese recuerdo sus ataduras con la realidad
presente, es decir que, su prim ien do la ú ltim a fase de la realización
del recuerdo, suprim ien do la fase de la acción , im pedirían por eso
tam bién al recuerdo actualizarse. Pero ni en un caso ni en el otro,
un a lesión cerebral destruiría verdaderam en te recuerdos.
Esta segun da h ipótesis será la n uestra. Pero an tes de buscar su
verificación, diremos brevemente cóm o n os representamos las relacio­
nes generales de la percepción , de la aten ción y de la m em oria. Para
m ostrar cóm o un recuerdo podría ven ir gradualm en te a in sertarse
en un a actitud o un m ovim ien to, vam os a ten er que an ticipar algo
de las con clusion es de n uestro próxim o capítulo.
¿Q ué es la atención? Por un lado, la aten ción tiene por efecto esen ­
cial el de volver más in ten sa la percepción y despren der sus detalles:
con siderada en su m ateria, ella se reduciría pues a un cierto en gr a­
sam ien to del estado in telectual27. Pero, por otra parte, la con cien cia
con stata un a irreductible diferen cia de for m a entre este aum en to de
in tensidad y aquel que con siste en un a m ás alta poten cia de excitación
exterior: este parece en efecto ven ir de aden tro, y m an ifestar un a
cierta actitud adoptada p or la in teligen cia. Pero aqu í precisam en te
com ien za la oscuridad, pues la idea de u n a actitu d in telectual n o es

27 MARILLIER, Remarques sur le mécanisme de I’attention (Revuephilosophique,


1889. t. XXVII). - Cf. W ARD, art. Psychology de l’Encyclop. Britannica, y BRADLEY,
Is there a special activity o f Attention ? (M ind, 1886, t. XI, p. 305).
u n a idea clara. Se h ablará de u n a «con cen tración del espíritu28», o
in cluso de un esfuerzo «aperceptivo29» para con du cir la percepción
bajo la m irada de la in teligen cia distin ta. Algu n os, m aterializan do
esta idea, supon drán u n a ten sión particular de la en ergía cerebral30, o
in cluso un gasto central de en ergía vin ien do a añ adirse a la excitación
recibida31. Pero de este m odo, o bien se lim itan a traducir el h ech o
psicológicam en te con statado en un len guaje fisiológico que aún nos
parece m en os claro, o bien se vuelve siem pre a un a metáfora.
Gradualm en te, serem os llevados a defin ir la aten ción por un a
adaptación gen eral del cuerpo m ás que del espíritu, y a ver en esa ac­
titud de la con cien cia, an te todo, la con cien cia de un a actitud. Esta es
la posición tom ad a en el debate por Th . Rib ot32, y au n que atacada33,
parece h aber con servado toda su fuerza con tal de que, según creemos
n osotros, no se vea sin em bargo en los m ovim ien tos descritos por Th.
Ribot m ás que la con dición n egativa del fen óm en o. Su pon ien do en
efecto que los m ovim ien tos con com itan tes de la aten ción volun taria
fuesen sobre tod o m ovim ien tos de in terrupción , quedaría por expli­
car el trabajo del espíritu qu e le correspon de, es decir la m isteriosa
operación p or la cual el m ism o órgan o, percibien do en el m ism o
en torn o el m ism o objeto, descubre en él un n úm ero crecien te de
cosas. Pero se puede ir m ás lejos, y sosten er qu e los fen óm en os de
in h ibición n o son m ás qu e u n a preparación para los m ovim ien tos
efectivos de la aten ción volun taria. Su pon gam os en efecto, com o ya
h em os h ech o presen tir, qu e la aten ción im pliqu e u n a vuelta atrás
del espíritu qu e ren un cia a proseguir el efecto útil de la percepción
presen te: h abrá en prim er lu gar un a in h ibición de m ovim ien to,

28 H AM ILTO N, Lectures on Metaphysics, 1 . 1, p. 247.


29 W UNDT, Psychologiephysiologique, t.II, p. 231 y sig. (£d. Félix Alean).
30 MAUDSLEY, Physiologie de l'esprit, p. 300 y sig. —Cf. BASTIAN, Les processus
nerveux dans l’attention (Revue philosophique, t. XXXIII, p. 360 y sig.).
31 W JAM ES, Principies ofPsychology, vol. I, p. 441.
32 Psychologie de l ’attention, París, 1889 (Ed. Félix Alean).
33 MARILLIER, art. cit. Cf. J. SULLY, The psycho-physical process in attention
(Brain, 1890, p. 154).
un a acción de deten ción . Pero sobre esta actitu d gen eral vendrán
rápidam en te a sum arse m ovim ien tos m ás sutiles, de los que algun os
han sido señ alados y descritos34, y que tien en por rol volver a pasar
sobre los con torn os del objeto percibido. Con esos m ovim ien tos
com ien za el trabajo positivo, y no ya sim plem en te n egativo, de la
aten ción . Este se con tin ú a a través de recuerdos.
Si la percepción exterior, en efecto, provoca de n uestra parte m o­
vim ien tos que dibu jan sus gran des lín eas, n uestra m em oria dirige
sobre la percepción recibida las viejas im ágen es qu e se le asemejan
y de la qu e n uestros m ovim ien tos ya h an trazado el esbozo. Ella
recrea de este m odo la percepción presen te, o m ás bien duplica esta
percepción devolvién dole sea su pr opia im agen , sea algun a imagen-
recuerdo del m ism o gén ero. Si la im agen reten ida o rem em orada
no llega a cubrir todos los detalles de la im agen percibida, se lan za
un llam ado a las region es m ás profu n das y alejadas de la m em oria,
h asta qu e los dem ás detalles con ocidos ven gan a proyectarse sobre
aquellos que se ign oran . Y la operación pu ede proseguirse sin fin,
fortalecien do la m em oria y en riquecien do la percepción qu e a su
turn o, cada vez m ás desarrollada, atrae h acia sí un n úm ero creciente
de recuerdos com plem en tarios. Ya n o pen sam os en un espíritu que
dispon dría de n o sé qué can tidad fija de luz, un as veces difun dién dola
a su alrededor, otras veces con cen trán dola sobre un ún ico pun to.
Im agen por im agen , preferim os com parar el trabajo elemental de
la aten ción al del telegrafista quien , recibien do un com un icado im ­
portan te, lo vuelve a en viar palabra por palabra al lugar de origen
para con trolar su exactitud.
Pero para reenviar un com u n icado, es preciso saber m an ipular el
aparato. Y del m ism o m odo, para reflejar sobre u n a percepción la
im agen que h em os recibido de ella, es preciso que podam os repro­
ducirla, es decir recon struirla a través de un esfuerzo de sín tesis. Se
h a dich o que la aten ción era un a facultad de an álisis, y se h a ten ido

34 N. LANGE, Beitr. Zur Theorie der sinniichen Aufmerksamkeit (Philos. Studien


de W UNDT, t. VII, p. 390-422).
razón; pero n o se h a explicado suficien tem en te cóm o es posible un
an álisis de ese tipo, ni a través de qué procesos llegam os a descubrir
en un a percepción lo que n o se m an ifestaba en ella desde un prin ci­
pio. La verdad es que este an álisis se realiza a través de u n a serie de
en sayos de sín tesis, o lo qu e es lo m ism o, por otras tan tas h ipótesis:
n uestra m em oria escoge, un a tras otra, im ágen es an álogas diversas
que lan za en la dirección de la percepción n ueva. Pero esta elección
no opera al azar. Aquello que sugiere las h ipótesis, lo que preside
de lejos la selección , son m ovim ien tos de im itación a través de los
cuales la percepción se con tin úa, y que servirán de m arco com ú n a
la percepción y a las im ágen es rem em oradas.
Pero en ton ces, será necesario representarse de otro m odo el h ech o
de qu e h abitualm en te n o produ cim os el m ecan ism o de la percep­
ción distin ta. La percepción n o con siste ún icam en te en im presion es
recibidas o aún elaboradas p or el espíritu. Al m en os esto es así en
esas percepcion es tan pron to recibidas com o disipadas, aquellas
qu e dispersam os en accion es útiles. Pero tod a percepción aten ta
su pon e verdaderam en te, en el sen tido etim ológico de la palabra, un a
reflexión, es decir la proyección exterior de u n a im agen activam en te
creada, idén tica o sem ejan te al objeto, y qu e vien e a m oldearse sobre
sus con torn os. Si luego de h aber fijado un objeto, desviam os brus­
cam en te n uestra m irada, obten em os u n a im agen con secutiva: ¿no
debem os su pon er que esta im agen ya se pr odu cía cuan do lo m irá­
bam os? El recien te descubrim ien to de fibras perceptivas cen trífugas
n os in clin aría a pen sar que las cosas suceden regularm en te así, y que
al lado del proceso aferen te qu e lleva la im presión al cen tro, existe
otro, inverso, que recon duce la im agen a la periferia. Es verdad que
aquí se trata de im ágen es fotografiadas sobre el objeto m ism o, y d e '
recuerdos in m ediatam en te con secutivos a la percepción de la que
ellos n o son m ás qu e el eco. Pero detrás de esas im ágen es idén ticas
al objeto, están las otras, alm acen adas en la m em oria, y que sim ple­
m en te tienen con él la semejanza, aquellas que en fin no tienen más
que un paren tesco más o m en os lejan o. Ellas se con ducen todas al
en cuen tro de la percepción , y n utridas de su sustan cia, adquieren
suficiente fuerza y vida para exteriorizarse con ella. Las experiencias de
Mün sterberg35, de Kü lpe36, n o dejan n in gun a du d a sobre este último
pun to: toda imagen-recuerdo capaz de interpretar n uestra percepción
actual se cuela de m odo tal qu e n o podem os discern ir ya lo qu e es
percepción y lo que es recuerdo. Pero n ada m ás in teresan te, a este
respecto, que las in gen iosas experien cias de Goldsch eider y M üller
sobre el m ecan ism o de la lectura37. Con t r a Grash ey, que h abía sos­
ten ido en un célebre trabajo 38qu e leem os las palabras letra p or letra,
estos experimen tadores h an establecido que la lectura corrien te es un
verdadero trabajo de adivin ación , tom an do n uestro espíritu de aquí
y de allá algun os trazos característicos y colm an do todo intervalo con
recuerdos-imágen es que, proyectados sobre el papel, sustituyen a los
caracteres realmen te im presos y n os dan la ilusión de ser ellos. D e
este m odo, cream os o recon struim os sin cesar. N u estr a percepción
distin ta es verdaderamente com parable a un círculo cerrado, en el que
la im agen -percepción dirigida sobre el espíritu y la im agen -recuerdo
lan zada en el espacio corren u n a detrás de la otra.
In sistim os sobre este últim o pun to. D e buen grado se n os repre­
sen ta la percepción aten ta com o u n a serie de procesos qu e cam in a­
rían a lo largo de u n h ilo ún ico, el objeto excitan do sen sacion es, las
sen sacion es h acien do surgir fren te a ellas ideas, cada idea sacudien do
progresivam en te pu n tos m ás recón ditos de la m asa in telectual.
H abr ía aquí pues u n a m arch a en lín ea recta, a través de la cual el
espíritu se alejaría cada vez m ás del objeto para n o volver m ás a él.
P or el con trario n osotros afirm am os qu e la percepción reflejada es
un circuito en el qu e todos los elem en tos, com pren dido el objeto
percibido m ism o, se en cuen tran en estado de ten sión m u tu a com o

35 Beitr. z ur experimentellen Psychologie, Heft 4, p. 15 y sig.


36 Grundriss der Psychologie, Leipzig, 1893, p. 185.
37 Zur Physiologie und Pathologie des Lesens {Zeitschr. F. KLinischeMedicin, 1893).
Cf. M cKEEN CATTELL, Ueber die Zeit der Erkennung von Schrifzeichen (Philos.
Studien, 1885-86).
38 Ueber Aphasie un d ihre Beziehungen zur W ahrnehmung (Arch. F. Psychiatrie,
1885, t. XVI).
en u n circuito eléctrico, de suerte que n in gun a con m oción partida
del objeto puede deten er su m arch a en las profun didades del espíritu:
debe siem pre retorn ar al objeto m ism o. N o se debe ver aquí u n a sim ­
ple cuestión de palabras. Se trata de dos con cepcion es radicalm en te
diferentes del trabajo intelectual. Según la prim era, las cosas suceden
m ecán icam en te y por un a serie totalm en te acciden tal de adicion es
sucesivas. En un a percepción atenta, por ejem plo, n uevos elemen tos
que em an an a cada m om en to de un a región más profun da del espíritu
podrían ju n tarse a los an tiguos elemen tos sin crear un a perturbación
gen eral, sin exigir un a tran sform ación del sistem a. En la segun da,
por el con trario, un acto de aten ción im plica tal solidaridad entre el
espíritu y su objeto, se trata de un circuito tan bien cerrado, que no
se podría pasar a estados de con cen tración superior sin crear otras
tan tas piezas con circuitos nuevos que envuelven al prim ero, y que
n o tien en en com ú n entre ellos más qu e el objeto percibido. D e esos
diferen tes círculos de la m em oria, que estudiarem os en detalle m ás
tarde, el m ás lim itado, llam ado A, es el m ás próxim o a la percep­
ción in m ediata. N o con tien e m ás que
el objeto percibido m ism o, llam ado O ,
con la im agen con secutiva que viene a
cubrirlo. Det r ás d e él los círculos B, C,
D , cada vez m ás am plios, respon den a
esfuerzos crecien tes de expan sión in te­
lectual. Es la totalidad de la m em oria,
com o verem os, la qu e en tra en cada uno
de esos circuitos, puesto qu e la m em oria
está siem pre presen te; pero esta m em o­
ria, cuya elasticidad le perm ite dilatarse
in defin idam en te, refleja sobre el objeto
un n úm ero crecien te de cosas sugeridas,
a veces los detalles del objeto m ism o, a
veces detalles con com itan tes que pu e­
den con tribu ir a ilum in arlo. Así, luego
de h aber recon stituido el objeto perci­
bido a la m an era de un todo in depen dien te, recon stituim os con él
las con dicion es cada vez m ás lejan as con las cuales for m a un sistem a.
Llam am os B’, C ’, D ’ a esas causas de profu n didad creciente, situadas
detrás del objeto, y virtualm en te dadas con el objeto m ism o. Se ve
que el progreso de la aten ción tien e por efecto el de crear de nuevo
no solam en te el objeto percibido, sin o los sistem as cada vez más
vastos a los que pu ede relacion arse; de suerte qu e a m edida qu e los
círculos B, C, D represen ten u n a m ás alta expan sión de la m em oria,
su reflexión alcan za en B’, C ’, D ’ capas m ás profu n das de la realidad.
La m ism a vida p sicológica estaría pu es repetida un n ú m ero
in defin ido de veces, según los pisos sucesivos de la m em oria, y el
m ism o acto del espíritu podría actuarse a alturas diferen tes. En el
esfuerzo de aten ción , el espíritu se da siem pre por com pleto, pero
se sim plifica o se com plica según el nivel que escoja para cum plir
sus evolucion es. Es com ú n m en te la percepción presen te la qu e
determ in a la orien tación de n uestro espíritu; pero según el grado
de ten sión que n uestro espíritu adopte, según la altu ra en la qu e se
ubique, esta percepción desarrolla en n osotros un m ayor o m en or
n úm ero de recuerdos-im ágen es.
En otros térm in os, los recuerdos person ales, exactam en te locali­
zados, y cuya serie delin earía el curso de n uestra existen cia pasada,
con stituyen , reun idos, la ú ltim a y m ás an ch a en voltura de n uestra
m em oria. Esen cialm en te fugitivos, n o se m aterializan m ás qu e por
azar, sea que un a determ in ación acciden talm en te precisa de n uestra
actitud corporal los provoqu e, sea qu e la in determ in ación m ism a
de esta actitud deje el cam po libre al caprich o de su m an ifestación .
Pero esta en voltura extrem a se reduce y repite en círculos in teriores
y con cén tricos, los qu e m ás estrech os, sostien en los m ism os re­
cuerdos dism in u idos, cada vez m ás alejados de su for m a person al y
origin al, cada vez m ás capaces, en su gen eralidad, de aplicarse sobre
la percepción presen te y determ in arla a la m an era de u n a especie
en globan do al in dividuo. Llega un m om en to en qu e el recuerdo así
reducido se inserta tan bien en la percepción presen te qu e n o podría
decirse dón de term in a la percepción , dón de com ien za el recuerdo.
En ese preciso m om en to la m em oria, en lu gar de h acer aparecer y
desaparecer caprich osam en te sus represen tacion es, se regula por el
detalle de los m ovim ien tos corporales.
Pero a m edida que esos recuerdos se aproxim an más al m ovi­
m ien to y por eso m ism o a la percepción exterior, la operación de la
m em oria adquiere un a m ayor im portan cia práctica. Las imágen es
pasadas, reproducidas tal cual con todos sus detalles y h asta con su
coloración afectiva, son las imágen es de la fan tasía o el en sueñ o; lo
que llam am os actuar es precisam en te lograr que esta m em oria se
con traiga o m ejor se afile cada vez m ás, h asta n o presen tar m ás que
el filo de su h oja a la experien cia don de ella pen etrará. En el fon do,
es por no h aber distin guido aquí el elem en to m otor de la m em oria
que unas veces se h a descon ocido, otras exagerado, lo qu e h ay de
autom ático en la evocación de los recuerdos. Con form e a nuestro
sentir, un llam ado es lan zado a n uestra actividad en el m om en to
preciso en que n uestra percepción se descom pon e autom áticam en te
en m ovim ien tos de im itación : n os es proporcion ado un esbozo cuyo
detalle y color recream os proyectan do en él recuerdos m ás o m en os
lejan os. Pero n o es así com o se con sideran ordin ariam en te las cosas.
En un os casos, se con fiere al espíritu u n a au ton om ía absoluta; se le
atribuye el poder de obrar a su an tojo sobre los objetos presen tes o
ausen tes; y ya n o se com pren den en ton ces los desórden es profu n dos
de la aten ción y de la m em oria que pueden seguir a la m en or per­
turbación del equilibrio sen so-m otor. En otros casos, al con trario,
se h ace de los procesos im agin ativos otros tan tos efectos m ecán icos
de la percepción presen te; se quiere qu e por un progreso necesario
y un iform e el objeto h aga surgir sen sacion es, y las sen sacion es ideas
qu e se en gan ch en en ellas: en ton ces, com o n o h ay razón para qu e el
fen óm en o, mecán ico al comienzo, cam bie de naturaleza en el camin o,
se desem boca en la h ipótesis de un cerebro en el qu e estados in telec­
tuales podrían depositarse, dorm itar y despertarse. En un caso com o
en el otro, se descon oce la verdadera fun ción del cuerpo, y com o n o
se h a visto para qu é es necesaria la in terven ción de un m ecan ism o, no
se sabe tam poco, un a vez que se apela a él, dón de se lo debe detener.
Pero h a llegado el m om en to de salir de estas gen eralidades. D e­
bem os in vestigar si n uestra h ipótesis está verificada o in validada por
los h ech os con ocidos de localización cerebral. Los trastorn os de la
m em oria im agin ativa que correspon den a lesion es localizadas de la
corteza son siem pre en ferm edades del recon ocim ien to, sea del reco­
n ocim ien to visual o auditivo en general (ceguera 7 sordera psíquicas),
sea del recon ocimien to de las palabras (ceguera verbal, sordera verbal,
etc.). Estos son pues los desórden es qu e debem os examin ar.
Pero si n uestra h ipótesis es fun dada, esas lesion es del recon oci­
m ien to no proven drán en absoluto del h ech o de que los recuerdos
ocu paban la región lesion ada. Ten drán que ver con dos causas: en
un caso a que n uestro cuerpo ya n o puede tom ar autom áticam en te,
en presen cia de la excitación ven ida de afuera, la actitu d precisa
por in term edio de la cual se operaría u n a selección en tre n uestros
recuerdos; en el otro a que los recuerdos ya n o en cuen tran en el
cuerpo un pun to de aplicación , un m edio de prolon garse en acción .
En el prim er caso, la lesión afectará los m ecan ism os que prolon gan la
con m oción recibida en m ovim ien to au tom áticam en te ejecutado: la
aten ción ya no pod r á ser fijada por el objeto. En el segun do, la lesión
com prom eterá esos cen tros particulares de la corteza que preparan los
m ovim ien tos volun tarios proporcion án doles el an teceden te sensorial
n ecesario y que se llam an , con o sin razón , cen tros im agin ativos: la
aten ción ya no pod r á ser fijada por el sujeto. Pero en un caso com o
en el otro, se tratará de m ovim ien tos actuales qu e serán lesion ados
o de m ovim ien tos por ven ir que dejarán de ser preparados: n o h abrá
h abido destrucción de recuerdos.
Ah ora bien, la patología con firm a esta previsión . N os revela la
existen cia de dos especies absolutam en te distin tas de ceguera y de
sordera: psíquicas por un lado, y verbales p or el otro. En la primera,
los recuerdos visuales o auditivos son todavía evocados, pero no
pueden ya aplicarse sobre las percepciones correspon dien tes. En la
segun da, la evocación m ism a de los recuerdos está im pedida. ¿La
lesión afecta, com o decíam os, los m ecan ism os sen so-m otores de la
aten ción au tom ática en el prim er caso, los m ecan ism os im agin ativos
de la aten ción volu n taria en el otro? Para verificar n uestra h ipótesis,
debem os lim itarn os a un ejem plo preciso. D esde luego, podríam os
m ostrar qu e el recon ocim ien to visual de las cosas en general, de las
palabras en particular, im plica en prim er lugar un proceso m otor
sem i-autom ático, luego un a proyección activa de recuerdos que se
insertan en las actitudes correspon dien tes. Pero preferimos apegam os
a las im presion es del oído, y m ás específicam en te a la audición del
len guaje articulado, por qu e este ejem plo es el m ás com pren sible de
todos. O ír la palabra, en efecto, es en prim er lugar recon ocer su so­
n ido, es en segu ida en con trar el sen tido, es en fin llevar más o m en os
lejos su in terpretación : en resum en , es pasar por todos los grados de
la aten ción y ejercer varias poten cias sucesivas de la m em oria. Por
otra parte, n o h ay trastorn os m ás frecuen tes ni m ejor estudiados
qu e los de la m em oria auditiva de las palabras. En fin la abolición
de las im ágen es verbales acústicas n o ocurre sin la lesión grave de
ciertas circun volucion es determ in adas de la corteza: se n os va pues
a proporcion ar un ejem plo in discutible de localización , sobre el cual
podrem os pregun tarn os si el cerebro es realmente capaz de almacen ar
recuerdos. D eb em os pues m ostrar en el recon ocim ien to auditivo
de las palabras: I o un proceso au tom ático sen so-m otor; 2 o un a
proyección activa y p or así decir excén trica de recuerdos-im ágen es.
I o Escuch o con versar a dos person as en u n a len gu a descon oci­
da. ¿Basta para qu e las oiga? Las vibracion es qu e m e llegan son las
m ism as qu e afectan sus oídos. Sin em bargo n o percibo m ás qu e un
ruido con fuso en el que todos los son idos se parecen . N o distin go
n ada y n o podría repetir n ada. En esta m ism a m asa son ora, p or el
con trario, los dos in terlocutores distin guen con son an tes, vocales y
sílabas que apen as se parecen , en fin palabras distin tas. ¿Dón de está
la diferen cia en tre ellos y yo?
La cuestión es saber cóm o el con ocim ien to de u n a len gua, que
no es m ás que recuerdo, puede m odificar la m aterialidad de u n a
percepción presen te, y h acer oír actualm en te a un os lo que otros en
las m ism as con dicion es físicas n o oyen. Se supon e, es cierto, qu e los
recuerdos auditivos de las palabras acum ulados en la m em oria, res­
pon den aquí al llam ado de las im presion es son oras y vienen a reforzar
su efecto. Pero si la con versación qu e oigo n o es para m í m ás que un
ruido, se puede su pon er el son ido reforzado cuan to un o quiera: por
ser más fuerte, el ru ido n o será m ás claro. Para qu e el recuerdo de la
palabra se deje evocar por la palabra oída, es preciso al m en os que
el oído oiga la palabra. ¿Cóm o h ablarán a la m em oria los son idos
percibidos, cóm o escogerán en la tien da de las im ágen es auditivas
aquellas en las que deben posarse si ellas aú n n o h an sido separadas,
distin gu idas, en fin percibidas com o sílabas y com o palabras?
Esta dificultad n o parece h aber afectado lo suficien te a los teóricos
de la afasia sensorial. En la sordera verbal, en efecto, el en fermo se en­
cuen tra respecto de su propia len gua en la m ism a situación en la qu e
n osotros m ism os n os en con tram os cu an do oím os h ablar u n a len gua
descon ocida. Por lo gen eral, él h a con servado in tacto el sen tido del
oído, pero n o com pren de n ada de las palabras qu e oye pron un ciar,
y a m en udo in cluso n o llega a distin guirlas. Se cree h aber explicado
lo suficien te este estado dicien do qu e los recuerdos auditivos de las
palabras están destruidos en la corteza, o qu e un a lesión un as veces
tran scortical, otras veces sub-cortical, im pide al recuerdo auditivo
evocar la idea, o a la percepción reun irse con el recuerdo. Pero, al
m en os para el últim o caso, la pregun ta psicológica perm an ece in tac­
ta: ¿cuál es el proceso con cien te qu e la lesión h a abolido, y por qué
in term edio se produ ce en gen eral el discern im ien to de las palabras y
de las sílabas, dadas an te todo al oído com o u n a con tin u idad son ora?
La dificultad sería in salvable si realmen te sólo tuviéram os que tra­
tar con im presion es auditivas p or un lado, y con recuerdos auditivos
por el otro. N o sería igual si las im presion es auditivas organ izaran
m ovim ien tos n acien tes, capaces de recalcar la frase escuch ada y de
marcar sus principales articulaciones. Estos m ovim ien tos automáticos
de acom pañ am ien to in terior, prim ero con fusos y m al coordin ados,
se desenvolverían cada vez m ejor al repetirse; acabarían p or delin ear
un a im agen sim plificada don de la person a que escuch a recon ocería,
en sus gran des lín eas y su s prin cipales direccion es, los m ovim ien tos
m ism os de la person a qu e h abla. Se desplegaría así en n uestra con ­
ciencia, bajo la for m a d e sen sacion es m usculares n acien tes, lo que
llam arem os el esquema motor de la palabra oída. In struir el oído en
los elem en tos de u n a len gu a n ueva n o con sistiría en ton ces ni en
m odificar el son ido bruto n i en añ adirle un recuerdo; sería coordin ar
las ten den cias m otrices de los m úsculos de la voz con las impresion es
del oído, sería perfeccion ar el acom pañ am ien to m otor.
Para apren der un ejercicio físico, com en zam os por im itar el m ovi­
m ien to en su con ju n to, tal com o nuestros ojos nos lo m uestran desde
afuera, tal com o h em os creído verlo ejecutarse. Nu estra percepción de
esto h a sido con fusa: con fuso será el m ovim ien to con el que se intente
repetirla. Pero m ien tras qu e n uestra percepción visual era la de un
todo continuo, el m ovim ien to a través del cual bu scam os recon stituir
su im agen está com pu esto de un a m u ltitud de con traccion es y de
ten sion es m usculares; y la con cien cia que ten em os de él com pren de
por sí m ism a sen sacion es m últiples, proven ien tes del ju ego variado
de las articulacion es. El m ovim ien to con fuso qu e im ita la im agen es
ya pues su virtual descom posición ; con tien e su an álisis en sí m ism o,
por así decirlo. El progreso que nacerá de la repetición y del ejercicio
con sistirá sim plem en te en liberar lo que estaba en vuelto de en trada,
en dar a cada u n o de los m ovim ien tos elemen tales esa autonomía
que asegura la precisión , con servan do en cada un o la solidaridad
con los otros sin la cual se volvería in útil. Ten em os razón en decir
que el h ábito se adquiere p or la repetición del esfuerzo; pero ¿para
qué serviría el esfuerzo repetido si reprodujera siem pre lo m ism o?
La repetición tiene por verdadero efecto el de descomponer prim e­
ro, recomponer después, y de este m odo h ablar a la in teligen cia del
cuerpo. En cada n uevo in ten to, despliega m ovim ien tos en vueltos;
llam a cada vez la aten ción del cuerpo sobre un n uevo detalle que
h abía pasado in advertido; h ace que divida y clasifique; le señ ala lo
esencial; en cuen tra u n a a un a, en el m ovim ien to total, las lín eas que
m arcan su estructura interior. En este sen tido, un m ovim ien to es
apren dido desde qu e el cuerpo lo h a com pren dido.
Es así com o un acom pañ am ien to m otor de la palabra oída rom ­
perá la con tin u idad de esta m asa son ora. Resta saber en qu é con siste
este acom pañ am ien to. ¿Se trata de la palabra m ism a, reproducida
in tern amen te? Pero en ton ces el n iñ o sabría repetir todas las pala­
bras que su oído distin gu e; y n osotros m ism os sólo ten dríam os que
com pren der u n a len gu a extran jera para pron u n ciarla con el acen to
ju sto. Está claro qu e las cosas n o suceden con tan ta sim pleza. Puedo
tom ar un a m elodía, seguir su trazado, fijarla in cluso en m i m em o­
ria, y no poder can tarla. Distin go sin esfuerzo particularidades de
inflexión y de en ton ación de un in glés h ablan do alem án —lo corrijo
pues in tern am en te—; n o se sigue de esto qu e si yo h ablara daría la
inflexión y la en ton ación ju stas a la frase aleman a. Los h ech os clínicos
con curren por otra parte a con firm ar aqu í la observación diaria. Se
puede in cluso seguir y com pren der la palabra mientras se h a devenido
in capaz de h ablarla. La afasia m otriz n o im plica la sordera verbal.
Sucede que el esqu em a en m edio del cual recalcam os la pala­
bra oída m arca solam en te sus con torn os salien tes. Es a la palabra
m ism a lo que el croquis ai cuadro acabado. O tr a cosa es en efecto
com pren der un m ovim ien to difícil, otra cosa aún pod er ejecutarlo.
Para com pren derlo, basta realizar lo esencial de él, ju sto lo suficien te
para distin guirlo de los otros m ovim ien tos posibles. Pero para poder
ejecutarlo, es preciso adem ás h aberlo h ech o com pren der al cuerpo.
Ah ora bien , la lógica del cuerpo n o adm ite los sobren ten didos. Ella
exige que todas las partes con stitutivas del m ovim ien to dem an dado
estén exh ibidas un a por una, luego recom puestas con jun tam en te.
Se vuelve aqu í n ecesario un an álisis completo qu e n o desatien da
n in gún detalle, y u n a sín tesis actual en la qu e no se abrevie n ada. El
esquem a im agin ativo, com pu esto de algun as sen sacion es m usculares
nacientes, no era m ás que un esbozo. Las sen sacion es m usculares real
y com pletam en te experim en tadas le dan el color y la vida.
Resta saber cóm o podría producirse un acom pañ am ien to de este
género, y si en realidad se produ ce siem pre. Se sabe que la pron u n ­
ciación efectiva de u n a palabra exige la in terven ción sim ultán ea de
la len gua y de los labios para la articulación , de la larin ge para la
fon ación , fin alm en te de los m ú scu los torácicos para la produ cción
de la corrien te de aire expiratoria. A cada sílaba pron u n ciada co­
rrespon de pues la en trada en ju ego de un con ju n to de m ecan ism os
com pletam en te m on tados en los cen tros medulares y bulbarios. Estos
m ecan ism os están un idos a los centros superiores de la corteza a través
de las prolon gacion es cilin dro-axiales d e las células piram idales de la
zon a psico-m otriz; es a lo largo de estas vías qu e cam in a el im pulso
de la volu n tad. D e este m odo, según qu e deseem os articular un
son ido u otro, tran sm itim os la orden d e actu ar a tales o cuales de
esos m ecan ism os m otores. Pero si los m ecan ism os com pletam en te
m on tados qu e respon den a los diversos m ovim ien tos posibles de
articulación y de fon ación están en relación con las causas, cualquie­
ra qu e ellas sean , qu e los accion an en el h abla volun taria, existen
h ech os qu e dejan fuera de d u d a la com u n icación de esos m ism os
m ecan ism os con la percepción auditiva de las palabras. En tre las
n um erosas variedades de afasia descritas por los clín icos, se con ocen
de en trada dos de ellas (4a y 6a form as de Lich th eim ) que parecen
im plicar un a relación de este tipo. Así, en un caso observado por
Lich th eim m ism o, el sujeto h abía perdido com o resultado de un a
caída la m em oria de la articulación de las palabras y en con secuen ­
cia la facultad de h ablar espon tán eam en te; sin em bargo repetía lo
qu e se le decía con la m ayor corrección 39. Por otra parte, en casos
don de el h abla espon tán ea está in tacta, pero en que la sordera ver­
bal es absoluta, n o com pren dien do el en ferm o ya n ad a de lo que
se le dice, la facu ltad de repetir la palabra de otro pu ede aún estar
en teram en te con servada40. ¿Direm os, con Bastian , qu e estos fen ó­
m en os dan testim on io sim plem en te de un a pereza de la m em oria
articulatoria o auditiva de las palabras, lim itán dose las im presion es
acústicas a despertar a esta m em oria de su adorm ecim ien to41? Esta
h ipótesis, a la cual p or otra parte darem os su lugar, n o n os parece
dar cuen ta de los fen óm en os tan curiosos de ecolalia señ alados desde

39 LICH TH EIM , O n Aphasia CBrain, enero 1885, p. 447).


40 Ibid., p. 454.
41 BASTIAN, O n difFerent kinds o f Aphasia (British M edical Journ al, octubre y
noviembre, 1887, p. 935).
h ace m uch o tiem po por Rom berg42, por Voisin 43, por W in slow 44,
y qu e Kussm aul h a calificado, con algu n a exageración sin dudas,
cornos reflejos acústicos45. Aqu í el sujeto repite m aquin alm en te, y
quizás in con cien tem en te, las palabras oídas, com o si las sen sacion es
auditivas se con virtieran ellas m ism as en m ovim ien tos articulatorios.
Partien do de ahí, algu n os h an su puesto un m ecan ism o especial que
ligaría un centro acústico de las palabras a un cen tro articulatorio
del h abla46. La verdad parece estar en el m edio de estas dos h ipótesis:
h ay en esos diversos fen óm en os m ás que accion es absolutam en te
m ecán icas, pero m en os que un llam ado a la m em oria volun taria;
ellos prueban un a tendencia de las im presion es verbales auditivas a
prolon garse en m ovim ien tos de articulación , ten den cia que n o escapa
seguram en te al con trol h abitual de n uestra volu n tad, lo que im plica
quizás in cluso un discern im ien to rudim en tario, y que se traduce, en
estado n orm al, por u n a repetición in terior de los trazos salien tes de
la palabra oída. Ah ora bien , n uestro esquem a m otor n o es otra cosa.
Profun dizan do esta h ipótesis se en con traría quizás la explicación
psicológica de ciertas form as de sordera verbal que pedíam os h ace
un m om en to. Se con ocen algu n os casos de sordera verbal con
superviven cia in tegral de los recuerdos acústicos. El en ferm o h a
con servado in tactos el recuerdo auditivo de las palabras y el sen tido
del oído; sin em bargo n o recon oce n in gu n a de las palabras qu e oye
pron un ciar47. Aqu í se su pon e u n a lesión sub-cortical qu e im pediría

42 ROMBERG, Lehrbuch der Nervenkrankheiten, 1853, t. II.


43 Citado por BATEMAN, On A phasia, London, 1890, p. 79. - Cf. MARCÉ,
Mémoire sur quelques observations de physiologie pathologique (Mém . De la Soc.
De Biologie, 2 ° série, t. III, p. 102).
44 W INSLOW , On obscure diseases ofth e Brain, London, 1861, p. 505.
45 KUSSMAUL, Les troubles de la parole, Paris, 1884, p. 69 y sig.
46 ARNAUD, Con tribution á l’étude clinique de la surdité verbale {Arch. De
Neuro 'logie, 1886, p. 192). —SPAMER, Ueber Asymbolie (Arch. F. Psychiatrie, t. VI,
p. 507 y 524).
47 Ver en particular: E SÉRIEUX, Sur un cas de surdité verbale puré (Revue de
médicine, 1893, p. 733 y sig.); LICH TH EIM , art. cit., p. 461; yARNAUD, Contrib.
a l’etude de la surdité verbale (2o arríele), Arch. De Neurologie, 1886, p. 366.
a las im presion es acústicas ir a en con trar las imágen es verbales au di­
tivas a los cen tros de la corteza don de estarían depositadas. Pero la
cuestión es prim ero saber específicam en te si el cerebro pu ede alm a­
cen ar im ágen es; y luego si la con statación m ism a de un a lesión en
las vías con ductoras de la percepción n o n os dispen saría de buscar la
in terpretación psicológica del fen óm en o. En h ipótesis, los recuerdos
auditivos pueden en efecto ser llam ados a la con cien cia; en h ipótesis
tam bién las im presion es auditivas llegan a la con cien cia: debe h aber
pues en la con cien cia m ism a u n a lagu n a, u n a in terrupción , algo en
fin que se opon ga a la con fluen cia de la percepción y el recuerdo.
Ah ora bien , el h ech o se aclarará si se señ ala que la percepción au di­
tiva bruta es verdaderam en te la de u n a con tin u idad son ora, y que
las con exion es sen so-m otrices establecidas p or el h ábito, en estado
n orm al, deben ten er por rol descom pon erla: u n a lesión de esos
m ecan ism os con cien tes, al im pedir producirse la descom posición ,
deten dría en seco el vuelo de los recuerdos que tien den a posarse
sobre las percepcion es correspon dien tes. Es pues sobre el «esquem a
m otor» que podría asen tarse la lesión . Pásese revista al caso, bastan te
raro adem ás, de sordera verbal con con servación de los recuerdos
acústicos: se n otarán , creemos, ciertos detalles característicos respecto
a esto. Adler señ ala com o un h ech o n otable en la sordera verbal que
los en ferm os n o reaccion an m ás a los ru idos, aún in ten sos, m ien tras
que el oído h a con servado en sí m ism o la m ayor agudeza48. En otros
térm in os, el son ido ya n o en cuen tra su eco m otor. U n en ferm o
de Ch arcot, afectado de sordera verbal pasajera, relata que él oía
bien el tim bre de su reloj, pero que n o h abría pod id o con tar los
pu lsos son ados49. N o llegaría pues, probablem en te, a separarlos y
distin guirlos. O tr o en ferm o declarará qu e percibe las palabras de la
con versación , pero com o un ruido con fuso50. En fin el sujeto que
h a perdido la in teligen cia de la palabra oída la recobra si se le repite

48ADLER, Beitrag zur Kenntniss der seltneren Formen von sensorischer Aphasie
(Neurol. Centralblatt, 1891, p. 296 y 297).
49 BERNARD, De laph asie, París, 1889, p. 143.
50 BALLET, Le langage intérieur, París, 1888, p. 85 (Ed. Félix Alean).
la palabra varias veces y sobre tod o si se la pron u n cia recalcán dosela
sílaba por sílaba51. ¿N o es particularm en te sign ificativo este últim o
h ech o, con statado en varios casos absolutam en te puros de sordera
verbal con con servación de los recuerdos acústicos?
El error de Stricker52 h a sido el de creer en u n a repetición in te­
rior in tegral de la palabra oída. Su tesis ya estaría refutada por el
sim ple h ech o de qu e n o se con oce un sólo caso de afasia m otriz que
haya en trañ ado sordera verbal. Pero todos los h ech os con curren a
dem ostrar la existen cia de u n a ten den cia m otriz a desarticular los
son idos, a establecer su esquem a. Adem ás esta ten den cia au tom ática
no ocurre —lo decíam os m ás arriba—sin un cierto trabajo in telectual
rudim en tario: ¿cóm o podríam os sin o iden tificar con jun tam en te, y
en con secuen cia aten der con el m ism o esquem a, palabras sem ejan ­
tes pron un ciadas a alturas diferen tes con tim bres de voz diferentes?
Esos m ovim ien tos in teriores de repetición y de recon ocim ien to son
com o un preludio a la aten ción volun taria. Señ alan el lím ite entre la
volun tad y el au tom atism o. A través suyo se preparan y se deciden ,
com o lo dejábam os presen tir, los fen óm en os característicos del reco­
n ocim ien to intelectual. Pero, ¿qué es este recon ocim ien to com pleto
llegado a la plen a con cien cia de sí m ism o?

2 o Abordam os la segu n da parte de este estudio: de los m ovim ien ­


tos pasam os a los recuerdos. El recon ocim ien to aten to, decíam os,
es un verdadero circuito en el qu e el objeto exterior n os en trega
partes cada vez m ás profu n das de sí m ism o a m edida qu e n uestra
mem oria, sim étricam en te ubicada, adopta un a m ayor ten sión para
proyectar h acia él su s recu erdos. En el caso particu lar qu e n os
ocu pa el objeto es un in terlocutor cuyas ideas se desarrollan en su
con cien cia a través de represen tacion es auditivas para materializarse

31 Ver los tres casos citados por ARNAUD en los Archives de Neitrologie, 1886, p.
366 y sig. (Contrib. Clinique á l ’étiide de la surdité verbale, 1 ° arricie). —Cf. El caso
de SCH M IDT, Gehors- und Sprach storung in Folge von Apoplexie {Allg. Zeitschr.
F. Psychiatrie, 1871, t. XXVII, p. 304).
32 STRICKER, Du langage et de la m usique, París, 1885.
luego en palabras pron u n ciadas. Será preciso pues, si estam os en lo
cierto, que el oyente se sitúe de golpe entre ideas correspondientes, y las
desarrolle a través de represen tacion es auditivas que recubrirán los
son idos brutos percibidos en caján dose ellas m ism as en el esquem a
m otor. Segu ir un cálculo es reh acerlo p or pr opia cuen ta. D el m ism o
m od o com pren der la palabra de otro con sistiría en recon stituir in te­
ligen tem en te, es decir partien do de las ideas, la con tin u idad de los
son idos qu e el oído percibe. Y m ás gen eralm en te prestar aten ción ,
recon ocer con in teligen cia e in terpretar se con fun dirían en u n a única
y m ism a operación por la cual el espíritu, h abien do fijado su nivel,
h abien do escogido él m ism o en relación a las percepcion es brutas
el pu n to sim étrico de su cau sa m ás o m en os próxim a, dejaría correr
h acia ellas los recuerdos qu e van a recubrirlas.
Apresurém on os a decirlo, n o es así com o h abitu alm en te con si­
deram os las cosas. Aqu í están n uestros h ábitos asociacion istas, en
virtud de los cuales n os represen tam os son idos qu e evocarían por
con tigü idad recuerdos auditivos, y los recuerdos auditivos ideas.
Lu ego existen las lesion es cerebrales, qu e parecen en trañ ar la desa­
parición de los recuerdos: m ás específicam en te, en el caso qu e n os
ocupa, se podrán in vocar las lesion es características de la sordera
verbal cortical. D e este m odo la observación psicológica y los h ech os
clín icos parecen con cordar. H abr ía por ejem plo represen tacion es
auditivas adorm ecidas en la corteza bajo la for m a de m odificacion es
físico-quím icas de las células: u n a con m oción ven ida de afuera las
despierta, y ellas evocan ideas por un proceso in tra-cerebral, quizás
por m ovim ien tos transcorticales que van a buscar las representaciones
com plem en tarias.
Reflexion em os sin em bargo a las extrañas con secuen cias de un a
h ipótesis de este tipo. La im agen auditiva de u n a palabra n o es un
objeto de con torn os defin itivam en te fijados, pues la m ism a palabra
pron u n ciada por voces diferen tes o por la m ism a voz a diferen tes
alturas da son idos diferentes. H ab r á pues tan tos recuerdos auditi­
vos de un a palabra com o niveles de son ido y tim bres de voz. ¿Se
am on ton arán todas esas im ágen es en el cerebro? o si el cerebro elige,
¿cuál preferirá? Su pon gam os sin em bargo qu e ten ga sus razones
para elegir un a de ellas: ¿cóm o esa m ism a palabra, pron u n ciada por
un a n ueva person a, irá a reun irse con un recuerdo del qu e difiere?
Notem os en efecto que este recuerdo es, en h ipótesis, algo inerte
y pasivo, in capaz en con secuen cia de captar u n a sim ilitud in tern a
bajo diferencias exteriores. Se n os h abla de la im agen auditiva de la
palabra com o si fuera u n a en tidad o un gén ero: ese gén ero existe, sin
d u d a algun a, para u n a m em oria activa qu e esquem atiza la sem ejan za
de ios son idos com plejos; pero para un cerebro qu e no registra y n o
puede registrar m ás que la m aterialidad de los son idos percibidos,
h abrá para la m ism a palabra miles y miles de imágen es distin tas.
P ron un ciada por u n a voz n ueva con stitu irá u n a im agen n ueva que
se añ adirá pu r a y sim plem en te a las otras.
Pero he aquí algo no m en os dificultoso. U n a palabra sólo tiene
in dividualidad para n osotros desde el día en que nuestros maestros
nos h an enseñado a abstraería. N o son palabras lo que apren dem os
primero a pronun ciar, sin o frases. U n a palabra siempre se an astom osa
con aquella que la acom pañ a, y tom a aspectos diferentes según el an dar
y el m ovim ien to de la frase de la qu e for m a parte integrante: del m is­
m o m odo, cada n ota de un tem a m elódico refleja vagamen te el tem a
com pleto. Su pon gam os pues qu e h aya recuerdos auditivos modelos,
representados por ciertos dispositivos intra-cerebrales, y esperan do
el paso de las im presion es son oras: estas impresion es pasarán sin ser
recon ocidas. ¿Dón de está en efecto la m edida com ún , dón de está el
pun to de con tacto entre la im agen seca, inerte, aislada, y la realidad
viviente de la palabra que se organ iza con la frase? Com pren do m u y
bien ese com ien zo del recon ocim ien to autom ático que con sistiría,
com o lo h em os visto más arriba, en subrayar las prin cipales articula­
cion es de esta frase, en adoptar de ese m odo su m ovim ien to. Pero a
men os de supon er en todos los h om bres voces idénticas pron un cian do
en el m ism o ton o las m ism as frases estereotipadas, n o veo cóm o las
palabras oídas irían a reun ir sus im ágen es en la corteza cerebral.
Ah ora, si realmen te existen recuerdos depositados en las células
de la corteza, se con statará por ejem plo en la afasia sen sorial la pér­
dida irreparable de ciertas palabras determ in adas, la con servación
in tegral de otras. D e h ech o, n o es así com o las cosas suceden . En
algun os casos es la totalidad de los recuerdos la qu e desaparece, es­
tan do la facultad de audición m en tal pu ra y sim plem en te abolida,
en otros se asiste a un debilitam ien to gen eral de esta fun ción ; pero
es h abitualm en te la fun ción la que está reducida y no el n úm ero de
los recuerdos. Parece qu e el en ferm o n o tuviera ya la fuerza para
volver a captar su s recuerdos acústicos, gira alrededor de la imagen
verbal sin llegar a posarse sobre ella. Para h acerle recon ocer un a
palabra basta a m en udo que se lo en cam in e, que se le in dique la
prim era sílaba53, o sim plem en te que se lo alien te54. U n a em oción
podrá produ cir el m ism o efecto55. Sin em bargo se presen tan casos
en que parece que fueran grupos de represen tacion es determ in adas
las que son borradas de la m em oria. H em os pasado revista a un gran
n úm ero de esos h ech os, y n os h a parecido que se los p od ía repartir
en dos categorías absolutam en te separadas. En la prim era, la pérdida
de los recuerdos es gen eralm en te brusca; en la segu n da es progresiva.
En la prim era, los recuerdos recortados de la m em oria son cualquier
recuerdo, escogidos arbitraria e in cluso caprich osam en te: pueden ser
ciertas palabras, ciertas cifras, o in cluso, con frecuen cia, todas las
palabras de u n a len gua apren dida. En la segun da, las palabras siguen
un orden m etódico y gram atical para desaparecer, aquel m ism o que
in dica la ley de Ribot: los n om bres propios se eclipsan prim ero, luego
los n om bres com un es, por últim o los verbos56. H ast a aqu í las dife­
rencias exteriores. H e aqu í ah ora, n os parece, la diferen cia interna.
En las am n esias del prim er gén ero, qu e son casi todas con secutivas

33 BERNARD, op. cit., p. 172 y 179. Cf. BABILÉE, Les troubles de la mémoire
dans L’alcoolism e, Paris, 1886 (thése de médecine), p. 44.
54 RIEGER, Beschreibung der Intelligenzstorungen in Folge einer Him verletzung,
Würzburg, 1889, p. 35.
55 W ERNICKE, Der aphasische Symptomencomplex, Breslau, 1874, p. 39. —Cf.
VALENTIN, Sur un cas d’aphasie d’origine traumatique (Rev. M edícale de l'Est,
1880, p.171).
56 RIBOT, Les m aladies de la mémoire, Paris, 1881, p. 131 y sig. (Ed. Félix Alean).
a un ch oque violen to, n os in clin aríam os a creer qu e los recuerdos
aparen tem en te abolidos están realm en te presen tes, y no solam en te
presen tes, sin o actuan tes. Para pon er un ejem plo a m en udo tom ado
por W in slow 57, aquel del sujeto qu e h abía olvidado la letra F, y sólo
la letra F, nos pregu n tam os si se pu ede h acer abstracción de un a
letra determ in ada en todas partes don d e se la en cuen tra, recortarla
en con secuen cia de las palabras h abladas o escritas con las qu e form a
cuerpo, si n o se la h a recon ocido im plícitam en te prim ero. En otro
caso citado por el m ism o autor58, el sujeto h abía olvidado idiom as
que h abía apren dido y tam bién poem as qu e h abía escrito. Volvien do
a com pon er, reh ace aproxim adam en te los m ism os versos. Se asiste
adem ás a m en udo, en caso sem ejan te, a u n a restauración in tegral de
los recuerdos desaparecidos. Sin querer pron u n ciarn os dem asiado
categóricam en te sobre un a cuestión d e este tipo, n o podem os evitar
en con trar un a an alogía en tre estos fen óm en os y las escision es de la
person alidad que M . Pierre Jan et h a descrito59: un a de ellas se asemeja
sorpren den tem en te a esas «alucin acion es n egativas» y «sugestion es
con pu n to de referen cia» que in ducen los h ipn otistas60. Com ple­
tam en te distin tas son las afasias del segun do tipo, las verdaderas
afasias. Con sisten , com o in ten tam os m ostrarlo h ace un m om en to,
en un a dism in u ción progresiva de u n a fun ción bien localizada, la
facultad de actualizar los recuerdos en palabras. ¿Cóm o explicar
que la am n esia siga aqu í un a m arch a m etódica, com en zan do por
los n om bres propios y fin alizan do por los verbos? Apen as se vería
el m edio a través del cual esto sucedería si las im ágen es verbales

57 W INSLOW , On obscure Diseases ofth e Brain , London, 1861.


58 Ibid, p. 372.
59 Pierre JANET, État m ental des hystériques, París, 1894, II, p. 263 y sig. - C£,
del mismo autor, L’autom atism epsychologique, París, 1889.
60 Ver el caso de Grashey, estudiado de nuevo por Sommer, y que aquel declara
inexplicable en el estado actual de las teorías de la afasia. En este ejemplo, los
movimientos ejecutados por el sujeto tienen todo el aire de ser señales dirigidas a una
memoria independiente. (SO M M ER, Z itr Psychologie der Sprache Zeitschr. F. Psicol.
U. PhysioL Der Sinnesorgane, t. II, 1891, p. 143 y sig. - Cf. la comunicación de
SO M M ER al Congreso de los alienistas alemanes, Arch. de Neurologie, t.XXTV, 1892).
estuvieran realm en te depositadas en las células de la corteza: ¿no
sería extrañ o, en efecto, qu e la en ferm edad m erm ara siem pre esas
células en el m ism o orden 61? Pero el h ech o se aclarará si se adm ite
con n osotros qu e los recuerdos, para actualizarse, tienen n ecesidad
de un ayudan te m otor, y qu e exigen, para ser recordados, un a es­
pecie de actitu d m en tal in serta ella m ism a en u n a actitud corporal.
En ton ces los verbos, cuya esen cia es expresar acciones imitables, son
específicam en te las palabras que un esfuerzo corporal n os perm itirá
volver a captar cuan do la fun ción del len guaje esté cerca de escapár­
sen os: p or el con trario los n om bres propios, aquellos m ás alejados
de esas accion es im person ales que n uestro cuerpo puede esbozar,
son los que prim ero serían afectados por un debilitam ien to de la
fun ción . N otem os el h ech o sin gular de que un afásico, deven ido
regularm en te in capaz de en con trar n un ca el sustan tivo qu e busca,
lo reem plazará por un a perífrasis apropiada en la que en trarán otros
sustan tivos62, y a veces el sustan tivo rebelde m ism o: n o pudien do
pen sar la palabra ju sta, h a pen sado la acción correspon dien te, y esta
actitu d h a determ in ado la dirección gen eral de un m ovim ien to de
don de la frase es extraída. Es así com o, h abien do reten ido la inicial
de un n om bre olvidado, llegam os a en con trar el n om bre a fuerza
de pron un ciar la in icial63. D e este m odo, en los h ech o del segun do
tipo, es la fun ción la qu e es afectada en su con ju n to, y en aquellos
del prim er tipo el olvido, m ás puro en aparien cia, en realidad n un ca
debe ser defin itivo. En un caso com o en el otro, n o en con tram os
recuerdos localizados en células determ in adas de la sustan cia cerebral
y que serían abolidos p or u n a destrucción de dich as células.
Pero in terroguem os n uestra con cien cia. Pregun tém osle qu é pasa
cuan do escuch am os la palabra d e otro con la idea de com pren derla.
¿Esperam os, pasivam en te, qu e las im presion es vayan a bu scar sus

61 W UNDT, Psychologiephysiologique, 1 .1, p. 239.


62 BERNARD, De l'aphasie, Paris, 1889, p. 171 y 174.
63 Graves cita el caso de un enfermo que había olvidado todos los nombres, pero
se acordaba de su inicial, y llegaba a través de ella a reencontrarlos. (Citado por
BERNARD, De l ’aphasie, p. 179).
imágenes? ¿No sen tim os m ás bien qu e n os colocam os en un a cierta
disposición , variable según el in terlocutor, variable según el idiom a
que h abla, según el tipo de ideas qu e expresa y sobre todo según el
m ovim ien to gen eral de su frase, com o si com en záram os p or regular
el tono de nuestro trabajo intelectual? El esquem a m otor, subrayan do
sus en ton acion es, sigu ien do de rodeo en rodeo la curva de su pen sa­
m ien to, m uestra a n uestro pen sam ien to el cam in o. Es el recipiente
vacío determ in an do con su form a la for m a a la qu e tien de la m asa
fluida que en él se precipita.
Pero se dudará en com pren der así el m ecan ism o de la interpre­
tación, a causa de la inven cible ten den cia que n os lleva a pen sar en
toda ocasión cosas más que progresos. H em os dich o que partíam os de
la idea, y que la desarrollábam os en recuerdos-imágen es auditivos
capaces de insertarse en el esquem a m otor para recubrir los son idos
oídos. Existe ahí un progreso con tin uo por el cual la n ebulosidad de
la idea se con den sa en imágen es auditivas distin tas las que, aún flui­
das, van a solidificarse fin almen te en su coalescencia con los son idos
materialmente percibidos. En nin gún m om en to se puede decir con
precisión qu e la idea o la imagen-recuerdo termina, que la imagen-
recuerdo o la sen sación comien za. Y de h ech o, ¿dón de está la lín ea de
demarcación entre la con fusión de los son idos percibidos en m asa y la
claridad que las im ágen es auditivas rememoradas le añ aden , entre la
discontinuidad de esas imágenes rememoradas mismas y la con tin uidad
de la idea original que ellas disocian y refractan en palabras distintas?
Pero el pen sam ien to cien tífico, an alizan do esta serie in in terrumpida
de cam bios y cedien do a un a irresistible n ecesidad de representación
sim bólica, detiene y solidifica en cosas acabadas las principales fases de
esta evolución. Erige los son idos brutos oídos en palabras separadas y
completas, luego las imágen es auditivas rememoradas en entidades in­
dependientes de la idea que despliegan: estos tres términos, percepción
bruta, imagen auditiva e idea van a form ar así totalidades distintivas
cada u n a de las cuales se bastará a sí m ism a. Y mientras qu e para ate­
nerse a la experien cia pu r a h ubiera sido preciso partir necesariamente
de la idea, dado que los recuerdos auditivos le deben su soldadura y
dado que los son idos brutos a su vez no se com pletan más que por
los recuerdos, no se tiene in con ven ien te cuan do se h a com pletado
arbitrariamen te el son ido bruto y soldado arbitrariamen te a su vez el
con ju n to de los recuerdos en invertir el orden n atural de las cosas al
afirmar que vam os de la percepción a los recuerdos y de los recuerdos a
la idea. Sin em bargo será preciso restablecer, bajo un a form a u otra, en
un m om en to u otro, la con tin uidad quebrada de los tres términ os. Se
su pon drá pues que estos tres términ os, alojados en distin tas porcion es
del bulbo y de la corteza, man tien en com un icacion es entre sí, yen do
las percepciones a despertar a los recuerdos auditivos, y a su turn o
los recuerdos a las ideas. Del m ism o m odo que se h an solidificado en
térm in os independientes las fases principales del desarrollo, se mate­
rializa ah ora este m ism o desarrollo en líneas de com un icación o en
m ovim ien tos de im pulso. Pero n o im pun em en te se h abrá invertido
así el orden verdadero, y por un a con secuen cia necesaria, in troducido
en cada términ o de la serie elementos que sólo se realizan después de
él. Tam poco im pun em en te se h abrá fijado en términ os distin tos e
independientes la con tin uidad de un progreso indiviso. Este m odo
de representación bastará quizás en tan to se lo lim ite estrictamen te a
los h echos que h an servido para inventarlo: pero cada hecho nuevo
forzará a com plicar la representación, a intercalar estaciones nuevas a
lo largo del movim ien to, sin que jam ás estas estaciones yuxtapuestas
lleguen a reconstituir el movim ien to mism o.
N ad a más instructivo a este respecto que la historia de los «esquemas»
de la afasia sensorial. En un primer período, m arcado por los trabajos
de Ch arcot64, de Broadben t65, de Kussm aul66, de Lich th eim67, se tien­
de en efecto a la hipótesis de un «centro ideacional», unido por vías
transcorticales a los diversos centros del habla. Pero este centro de las

64 BERNARD, De l ’aphasie, p. 37.


155 BROADBENT, A case of peculiar affecdon o f speech (Brain , 1879, p. 494).
6r>KUSSM AUL, Les troubles de la parole, París, 1884, p. 234.
67 LICH TH EIM , On Aphasia (Brain, 1885). Es preciso sin embargo remarcar que
Wernicke, el primero que había estudiado sistemáticamente la afasia sensorial, prescindía
de un centro de conceptos. (Der aphasische Symptomencomplex, Breslau, 1874).
ideas es rápidamen te disuelto con el análisis. Mien tras que en efecto la
fisiología cerebral h allaba cada vez m ejor localizar sensaciones y movi­
mientos, nunca ideas, la diversidad de las afasias sensoriales obligaban
a los clínicos a disociar el centro intelectual en centros imagin ativos de
multiplicidad creciente, centro de las representaciones visuales, centro
de las representaciones táctiles, centro de las representaciones auditivas,
etc., aún más, a escindir a veces en dos vías diferentes, la un a ascendente
y la otra descendente, el camin o que las haría com un icar de a dos68.
Este fue el trazo característico de los esquemas del período ulterior, el
de W ysm an 69, de M oeli70, de Freud71, etc. Así la teoría se com plicaba
cada vez más, sin llegar n o obstan te a abrazar la com plejidad de lo real.
M ás aún, a m edida que los esquemas se volvían más complicados,
figuraban y dejaban supon er la posibilidad de lesiones que, por ser sin
dudas más diversas, debían ser adem ás más específicas y más simples,
ten dien do la complicación del esquem a precisamente a la disociación
de los centros que se h abían con fun dido en un prin cipio. Ah ora bien,
la experiencia estaba lejos de dar la razón a la teoría, pues casi siempre
m ostraba reunidas parcial y diversamente much as de esas lesiones psi­
cológicas simples que la teoría aislaba. Destruyén dose de este m odo la
complicación de las teorías de la afasia, ¿es necesario sorprenderse de
ver la patología actual, cada vez m ás escéptica respecto a los esquemas,
volver pura y simplemen te a la descripción de los hechos72?
Pero ¿cóm o p od r ía ser de otro m odo? Con oír a ciertos teóricos
de la afasia sen sorial, se creería qu e n un ca h an con siderado de

68 BASTIAN, On different kinds o f Aphasia (British M edicalJournal, 1887). —Cf.


la explicación (indicada solamente como posible) de la afasia óptica por BERNH EIM :
De la cécicé psychique des choses {Revue de Médecine, 1885).
69 W YSMAN, Aphasie und verwandte Zustande (Deutsches A rchiv fiir klinische
M edicin, 1890). Por otra parte, Magnan había entrado en este camino, como lo indica
el esquema de SKW ORTZOFF, De la cécitédes mots (Th. De méd., 1881, pl. I).
70 MO ELI, Ueber Aphasie bei W ahrnehmung der Gegenstánde durch das Gesich
(Berliner klinische W ochenschrifi, 28 de abril de 1890).
71 FREUD, Z ur A uffassung der A phasien, Leipzig, 1891.
71 SO M M ER, Communication á un congrés d’aliénistes. (Arch. De Neurologie,
t.XXTV, 1892).
cerca la estru ctu ra de u n a frase. Ellos razon an com o si u n a frase se
com pu sier a de n om bres qu e van a evocar im ágen es d e cosas. ¿En
qu é derivan esas diversas partes del d iscu r so cuyo rol es ju stam en te
establecer relacion es y m atices d e tod o tipo en tre las im ágen es? ¿Se
d ir á qu e cada u n a de esas palabras expresa y evoca p or sí m ism a un a
im agen m aterial, m ás con fu sa sin du das, pero determ in ada? ¡Pién ­
sese en ton ces en la m u ltit u d de relacion es diferen tes qu e la m ism a
p alabr a pu ede expresar segú n el lu gar qu e ocu pa y los térm in os que
un e! ¿Alegarán ustedes qu e aqu í se trata de refin am ien tos d e un a
len gu a ya dem asiado perfeccion ada, y qu e es posib le un len gu aje
con n om bres con cretos destin ados a h acer surgir im ágen es de cosas?
Acu er d o sin esfuerzo; pero cu an to m ás pr im itiva y desprovista de
térm in os qu e expresan relacion es es la len gu a en qu e m e h ablarán ,
m ás deberán h acer lu gar a la actividad de m i espíritu, pu esto que lo
fuerzan a restablecer relacion es qu e ustedes n o expresan : es decir que
aban don ar án cada vez m ás la h ipótesis según la cual cada im agen
iría a desen gan ch ar u n a idea. A decir verdad, n u n ca h ay aqu í más
qu e u n a cuestión de grado: refin ada o grosera, u n a len gu a sobreen ­
tien de m u ch as m ás cosas de las qu e pu ede expresar. Esen cialm en te
discon tin u a, puesto que procede por palabras yuxtapuestas, el h abla
n o h ace sin o em pu jar cad a vez m ás lejos las prin cipales etapas del
m ovim ien to del pen sam ien to. Por eso m ism o, com pren deré su
palabr a si parto de un pen sam ien to an álogo al suyo para segu ir sus
sin u osidades con la ayu da de im ágen es verbales destin adas, cual si
fueran letreros, a m ostrarm e de vez en cu an d o el cam in o. Pero n o
la com pr en deré jam ás si parto de las im ágen es verbales m ism as,
por qu e en tre dos im ágen es verbales con secu tivas h ay un in tervalo
qu e tod as las represen tacion es con cretas n o llegarían a colm ar. Las
im ágen es jam ás serán en efecto m ás qu e cosas, y el pen sam ien to
es u n m ovim ien to.
Es pues en van o qu e se traten im ágen es-recuerdos e ideas com o
cosas com pletam en te h ech as, a las cuales luego se asign a p or resi­
den cia cen tros problem áticos. In útil disfrazar la h ipótesis bajo un
len guaje tom ado de la an atom ía y de la fisiología cuan do n o es otra
cosa qu e la con cepción asociacion ista de la vida del espíritu; ella no
tien e de su parte m ás qu e la ten den cia con stan te de la in teligen cia
discursiva a recortar todo progreso en fases y a solidificar luego esas
fases en cosas; y com o h a n acido apriori de u n a especie de prejuicio
m etafísico, no posee ni la ven taja de seguir el m ovim ien to de la
con cien cia ni la de sim plificar la explicación de los h ech os.
Pero debem os perseguir esta ilusión h asta el pu n to preciso en que
desem boca en u n a con tradicción m an ifiesta. Las ideas, decíam os,
los recuerdos puros llam ados desde el fon do de la m em oria, se de­
sarrollan en recuerdos-im ágen es cada vez m ás capaces de insertarse
en el esquem a m otor. A m edida que esos recuerdos tom an la form a
de un a represen tación m ás com pleta, más con creta y m ás con cien te,
tien den a con fun dirse m ás con la percepción qu e los atrae o cuyo
m arco adoptan . Así pues n o hay, n o puede h aber en el cerebro un a
región don de los recuerdos se fijen y se acum ulen . La preten dida
destrucción de los recuerdos a través de las lesion es cerebrales no
es m ás que un a in terrupción del progreso con tin u o por el cual el
recuerdo se actualiza. Y en con secuen cia, si se quiere a tod a fuerza
localizar los recuerdos auditivos de palabras, p or ejem plo, en un
pu n to determ in ado del cerebro, serem os con du cidos por razones de
igual valor a distin guir ese cen tro im agin ativo del cen tro perceptivo,
o a con fu n dir los dos cen tros con ju n tam en te. Ah ora bien , esto es
precisam en te lo qu e la experien cia verifica.
N otem os en efecto la sin gular con tradicción a la qu e esta teoría es
con ducida, a través del análisis psicológico por un a parte, a través de los
h ech os patológicos por otra. Por un lado, parece qu e si la percepción
un a vez con sum ada subsiste en el cerebro en estado de recuerdo alm a­
cenado, esto no puede ocurrir más que com o un a disposición adquirida
de los m ism os elementos que la percepción h a im presion ado: ¿cómo y
en qu é m om en to preciso iría a buscar a los otros? Y es efectivamente
en esta solución n atural que se detien en Bain 73 y Ribot74. Pero por

73BAIN, Lessensetl’inteUigence, p. 304.—C£ SPENCER, Principesdepsychologie, 1.1, p. 483.


74 RIBOT, Les m aladies de la mémoire, Paris, 1881, p. 10.
otra parte ah í está la patología que nos advierte qu e la totalidad de ios
recuerdos de un cierto tipo puede escapársenos mientras que la facultad
correspon dien te de percibir permanece in tacta. La ceguera psíquica no
im pide ver, igual qu e la sordera psíquica oír. M ás específicamente, en
lo que con ciern e a la pérdida de los recuerdos auditivos de palabras -la
ún ica que n os ocupa- existen n um erosos h ech os que la muestran regu­
larm en te asociada a una lesión destructiva de la prim era y la segun da
circun volución tempo-esfen oidai izquierda73, sin que se con ozca un
sólo caso en que esta lesión h aya provocado la sordera propiam en te
dich a: incluso se la h a podido producir experimentalmente en el mon o
sin determ in ar en él otra cosa que la sordera psíquica, es decir un a
im poten cia en interpretar los son idos que con tin úa oyen do76. Será
preciso pues asign ar a la percepción y al recuerdo elementos nerviosos
distin tos. Pero esta h ipótesis ten drá en ton ces en con tra la observación
psicológica m ás elemental; pues vemos que un recuerdo, a m edida
que se vuelve m ás claro y más intenso, tiende a hacerse percepción ,
sin que h aya un m om en to preciso en que un a tran sform ación radical
se opere y en qu e se pu eda decir, en con secuen cia, que se tran sportan
elementos im agin ativos a los elementos sensoriales. Así estas dos h ipó­
tesis contrarias, la prim era que iden tifica los elementos de percepción
con los elementos de m em oria, la segun da qu e los distin gue, son de
tal naturaleza que cada u n a de ellas reenvía a la otra sin que podam os
atenernos a n in gun a.
¿Cóm o podr ía ser esto de otro m odo? Aqu í todavía se con sidera
percepción distin ta y recuerdo-imagen en estado estático, com o cosas
la prim era de las cuales estaría ya com pleta sin la segun da, en lugar
de con siderar el progreso din ám ico por el cual un a devien e la otra.
Por un lado, en efecto, la percepción com pleta n o se defin e y n o
se distin gue m ás que por su coalescen cia con u n a im agen -recuerdo

75Ver la enumeración de los casos más puros en ei artículo de SHAW, The sensory
side o f Aphasia (Brain , 1893, p. 501). Varios autores limitan por otra parte a la primera
circunvolución la lesión característica de la pérdida de las imágenes verbales auditivas.
Ver en particular BALLET, Lelan gage intérieur, p. 153.
76LUCIANI, citado por j. SOURY, Lesfonctionsdu cerveau, París, 1892, p. 2 11.
que lan zam os a su en cuen tro. La aten ción ocurre a este precio, y sin
la aten ción n o h ay m ás qu e u n a yuxtaposición pasiva de sen sacion es
acom pañ adas de un a reacción m aquin al. Pero p or otro lado, com o
lo m ostrarem os m ás adelan te, la pr opia im agen -recuerdo reducida al
estado de recuerdo puro perm an ecería ineficaz. Virtual, ese recuerdo
no puede deven ir actual m ás qu e p or la percepción qu e lo atrae.
Im poten te, tom a su vida y su fuerza de la sen sación presen te en que
se materializa. ¿Esto n o equivale a decir qu e la percepción distin ta es
provocada p or dos corrien tes de sen tidos con trarios, un a de las cuales,
centrípeta, viene del objeto exterior, y la otra, cen trífuga, tien e por
pun to de partida lo qu e llam am os el «recuerdo puro»? La prim era
corriente, com pletam en te sola, n o daría m ás qu e un a percepción
pasiva con las reacciones m aquin ales que la acom pañ an . La segun da,
dejada a sí m ism a, tien de a dar un recuerdo actualizado, cada vez
más actual a m edida que la corrien te se acen tuara. Reun idas, esas dos
corrientes form an , en el pu n to don d e se en cuen tran , la percepción
distin ta y recon ocida.
H e aquí lo qu e dice la observación in terior. Pero n o ten em os
el derecho de deten ern os aquí. D esd e luego es gran de el peligro en
aventurarse, sin suficien te luz, en el m edio de las oscuras cuestion es
de localización cerebral. Pero h em os dich o qu e la separación de la
percepción com pleta y de la im agen -recuerdo pon ía a la observación
clín ica en pu gn a con el an álisis psicológico y qu e de ah í resultaba
un a grave an tin om ia para la doctrin a de la localización de los re­
cuerdos. Estam os obligados a in vestigar en qu é devien en los h ech os
con ocidos cuan do un o deja de con siderar el cerebro com o depósito
de recuerdos77.

77 La teoría que esbozamos aquí se asemeja además, por un lado, a la de Wundt.


Señalamos de inmediato el pun to común y la diferen cia esencial. Con “Wundt
estimamos que la percepción distinta implica una acción centrífuga, y por eso somos
conducidos a suponer con él (aunque en un sentido un poco diferente) que los centros
llamados imaginativos son más bien centros de agolpam ien to de las impresiones
sensoriales. Pero mientras que, según W undt, la acción centrífuga consiste en una
«estimulación aperceptiva» cuya naturaleza n o es definible más que de una manera
Su pon gam os un in stan te, para sim plificar la exposición , que exci­
tacion es ven idas d e afuera dan n acim ien to, sea en la corteza cerebral
sea en los otros cen tros, a sen sacion es elemen tales. N u n ca ten emos
aqu í m ás qu e sen sacion es elemen tales. Ah ora bien , de h ech o, cada
percepción envuelve un n úm ero con siderable de esas sen sacion es,
todas coexisten tes y dispuestas en un orden determ in ado. ¿De dón de
vien e ese orden , y qu é es lo qu e asegura esta coexisten cia? En el caso
de un objeto m aterial presen te n o es d u d osa la respuesta: orden y
coexisten cia vienen de un órgan o de los sen tidos im presion ado por un
objeto exterior. Este órgan o está exactam en te con stru ido en vista de
perm itir a u n a plu ralidad de excitacion es sim ultán eas im presion arlo
de u n a cierta m an era y en un cierto orden , distribuyén dose todas a
la vez sobre partes escogidas de su superficie. Es pues un in men so
teclado sobre el cual el objeto exterior ejecuta de un golpe su acorde
de m il n otas, provocan do así, en un orden determ in ado y en un
ún ico m om en to, u n a en orm e m u ltitu d de sen sacion es elementales
correspon dien tes a todos los pun tos in teresados del cen tro sen sorial.
Ah ora suprim an el objeto exterior, o el órgan o de los sen tidos, o
am bos: las m ism as sen sacion es elemen tales pu eden ser excitadas,
pues las m ism as cuerdas están aqu í prestas a reson ar de la m ism a
m an era; pero ¿dón de está el teclado qu e perm itirá atacar miles y miles
de ellas a la vez y reun ir tan tas n otas sim ples en el m ism o acorde?
Con for m e a n uestro sen tir, la «región de las im ágen es», si ella exis-

general y que parece corresponder a lo que se llama de ordinario la fijación de la


atención, nosotros pretendemos que esta acción centrífuga reviste en cada caso una
forma distinta, la del «objeto virtual» que tiende gradualmente a actualizarse. De ahí
surge una diferencia importante en la concepción del papel de los centros. W undt es
conducido a plantean Io un órgano general de apercepción, ocupando el lóbulo frontal;
2o centros particulares que, incapaces sin dudas de almacenar imágenes, conservan
sin embargo tendencias o disposiciones para reproducirlas. Nosotros sostenemos al
contrario que n o puede quedar nada de una imagen en la sustancia cerebral, y que
tampoco podría existir un centro de apercepción, sino que sencillamente hay, en esta
sustancia, órganos de percepción virtual, influidos por la intención del recuerdo, como
hay en la periferia órganos de percepción real, influidos por la acción del objeto. Ver
la Psychologiephysiologique, t. I, p. 242-252).
te, n o puede ser m ás qu e un teclado de este tipo. Desde luego, no
h abría n ada de in con cebible en qu e u n a causa puram en te psíquica
accion ara directam en te todas las cuerdas in teresadas. Pero en el caso
de la audición m en tal -el ún ico qu e n os ocupa- la localización de la
fun ción parece cierta puesto que u n a lesión determ in ada del lóbulo
tem poral la suprim e, y por otra parte h em os expuesto las razones
que h acen qu e n o podam os adm itir ni in cluso con cebir residuos de
im ágen es depositados en u n a región de la su stan cia cerebral. U n a
única hipótesis perman ece pues plausible: es qu e esta región ocupa, en
relación al centro m ism o de la audición , el lu gar sim étrico al órgan o
de los sen tidos qu e es aqu í el oído: se trataría de un oído men tal.
Pero en ton ces la con tradicción señ alada se disipa. Se com pren de,
por u n a parte, qu e la im agen auditiva rem em orada pon e en ju ego
los m ism os elem en tos nerviosos que la percepción prim era, y que
el recuerdo se tr an sfor m a así gradu alm en te en percepción . Y se
com pren de tam bién , por otra parte, que la facu ltad de rem em orar
son idos com plejos, com o las palabras, pu eda com prom eter otras
partes de la sustan cia n erviosa que la facu ltad de percibirlas: p or eso
en la sordera psíqu ica la audición real sobrevive a la audición m en tal.
Las cuerdas están todavía aquí, y aún vibran bajo la in fluen cia de los
son idos exteriores; lo qu e falta es el teclado in terior.
En otros térm in os en fin , los cen tros don d e n acen las sen sacion es
elementales pueden en cierto m odo ser accion ados p or dos lados di­
ferentes, por delan te y por detrás. Por delan te reciben las im presion es
de los órgan os de los sen tidos y en con secuen cia de u n objeto real; por
detrás sufren , de in term ediario en in term ediario, la in fluen cia de un
objeto virtual. Los cen tros de im ágen es, si ellos existen , n o pueden
ser m ás que los órgan os sim étricos a los órgan os de los sen tidos en
relación a esos cen tros sen soriales. Ellos n o son depositarios de los
recuerdos puros, es decir de los objetos virtuales, m ás de lo qu e los
órgan os de los sen tidos lo son de los objetos reales.
Añ adam os que esto es un a traducción , in fin itam en te abreviada,
de lo que puede suceder en realidad. Las diversas afasias sensoriales
prueban suficien tem en te que la evocación de u n a im agen auditiva
n o es un acto sim ple. Lo m ás frecuente es que en tre la in ten ción ,
qu e sería lo qu e llam am os el recuerdo puro, y la imagen -recuerdo
au ditiva propiam en te dich a, ven gan a in tercalarse recuerdos inter­
m ediarios, qu e deben an te todo realizarse en im ágen es-recuerdos
en cen tros m ás o m en os alejados. Es en ton ces por grados sucesivos
qu e la idea llega a tom ar cuerpo en esta im agen particular que es la
im agen verbal. Por eso la audición m en tal puede estar su bordin ada
a la in tegridad de los diversos cen tros y de las vías que con ducen a
ellos. Pero estas com plicacion es no cam bian n ada del fon do de las
cosas. Cu alqu iera que sean el n úm ero y la n aturaleza de los térm in os
in terpuestos, n o vam os de la percepción a la idea, sin o de la idea a
la percepción , y el proceso característico del recon ocim ien to n o es
cen trípeto, sin o cen trífugo.
Restaría saber, es verdad, cóm o excitacion es qu e em an an del
in terior pueden dar n acim ien to a sen sacion es, a través de su acción
sobre la corteza cerebral o sobre los otros cen tros. Y es eviden te que
n o h ay aqu í m ás qu e un a m an era cóm oda de expresarse. El recuerdo
puro, a m edida qu e se actualiza, tien de a provocar en el cuerpo todas
las sen sacion es correspon dien tes. Pero esas sen sacion es virtuales, para
devenir reales, deben ten der a hacer actuar el cuerpo, a im prim irle los
m ovim ien tos y actitudes de las que ellas son el an teceden te h abitual.
Las con m ocion es de los cen tros llam ados sen soriales, con m ocion es
qu e preceden h abitu alm en te a los m ovim ien tos con su m ad os o
esbozados p or el cuerpo, y qu e tienen in cluso por rol n orm al el de
preparar el cuerpo al com en zarlos, son pues m en os la causa real de la
sen sación qu e la m ar ca de su poten cia y la con dición de su eficacia.
El progreso p or el cual la im agen virtual se realiza n o es otra cosa que
la serie de etapas por las cuales esta im agen llega a obten er del cuerpo
trayectos útiles. La excitación de los cen tros llam ados sensoriales es la
ú ltim a de esas etapas; es el preludio a u n a reacción m otriz, el in icio
de u n a acción en el espacio. En otros térm in os, la im agen virtual
evolucion a h acia la sen sación virtual, y la sen sación virtual h acia el
m ovim ien to real: este m ovim ien to, realizán dose, realiza a la vez la
sen sación de la qu e sería prolon gación n atural y la im agen que h a
debido form ar cuerpo con la sen sación . Vam os a profu n dizar en
estos estados virtuales y, al pen etrar m ás adelan te en el m ecan ism o
in terior de las accion es psíqu icas y psicofísicas, vam os a m ostrar a
través de qué progreso con tin u o el pasado, al actualizarse, tien de a
recon quistar su in fluen cia perdida.
Capítulo III

De la supervivencia
de las imágenes.
La memoria y el espíritu.

Resu m am os brevem en te lo que precede. H em os distin gu ido tres


térm in os, el recuerdo puro, el recuerdo-im agen y la percepción ,
n in gu n o de los cuales por otra parte se produce, de h ech o, aislada­
m en te. La percepción n un ca es un sim ple con tacto del espíritu con
el objeto presen te; está com pletam en te im pregn ada de los recuerdos-
im ágen es que la com pletan al in terpretarla. El recuerdo-im agen , a
su vez, participa del «recuerdo puro» que com ien za a materializar,
y de la percepción en la que tiende a en carn arse: con siderada desde
M este últim o pu n to de vista, se
j defin iría u n a p er cep ción n a-
I ciente. Por ú ltim o el recuerdo
SowcnfnpanSowemrímaQePercepUan . . ,. , , ,
jj" ' " ------ —h puro, in depen dien te de derecho
» sin d u d as, n o se m an ifiest a
i n or m alm en te m ás qu e en la
P im agen coloreada y viviente que
P'b. 2 lo revela. Sim b olizan d o estos
tres térm in os a través de los segm en tos con secutivos AB, BC, C D de
u n a m ism a línea recta A D , se pu ede decir que n uestro pen sam ien to
describe esta lín ea en un m ovim ien to con tin u o que va de A a D ,
y qu e es im posible decir con precisión dón de term in a un o de los
térm in os y dón de com ien za el otro.
Esto es por otra parte lo qu e la con cien cia con stata sin esfuerzo
todas las veces qu e sigue, para an alizar la m em oria, el m ovim ien to
m ism o de la m em oria qu e trabaja. ¿Se trata de recobrar un recuerdo,
de evocar un período de n uestra h istoria? Ten em os con cien cia de
un acto sui generis por el cual n os despren dem os del presen te para
resituarn os prim ero en el pasado en general, luego en u n a cierta re­
gión del pasado: trabajo de tan teo an álogo al en foque de u n a cám ara
fotográfica. Pero n uestro recuerdo qu eda aún en estado virtual; n os
dispon em os de este m odo sim plem en te a recibirlo adoptan do la
actitud apropiada. Poco a poco aparece com o un a n ebu losidad qu e
se con den saría; de virtual pasa al estado actual; y a m edida qu e sus
con torn os se dibu jan y qu e su superficie se colorea, tien de a im itar la
percepción . Pero perm an ece atado al pasado por sus profun das raíces
y si un a vez realizado n o se resin tiese de su virtualidad origin al, si n o
fuera al m ism o tiem po que un estado presen te algo que se destaca
sobre el presente, jam ás lo recon oceríam os com o un recúerdo.
El error con stan te del asociacion ism o es el de sustituir esta con ti­
n uidad del devenir que es la realidad viviente con u n a m u ltiplicidad
discon tin ua de elemen tos inertes y yuxtapuestos. Precisamen te dado
que cada un o de los elementos así con stituidos con tien e, en razón
de su origen, algo de lo que le precede y tam bién algo de lo que le
sigue, debería tom ar a n uestros ojos la form a de un estado m ixto y
en cierto m odo im puro. Pero adem ás el prin cipio del asociacion ism o
preten de que todo estado psicológico sea un a especie de átom o, un
elemento sim ple. D e ah í la n ecesidad de sacrificar, en cada u n a de
las fases que se h an distin guido, lo in estable a lo estable, es decir el
com ien zo al fin. ¿Se h abla de la percepción ? N o se verá en ella m ás
que las sensacion es aglom eradas qu e la colorean ; se descon ocerán las
im ágen es rem em oradas qu e form an su n úcleo oscuro. ¿Se h abla a su
turn o de la im agen rememorada? Se la captará com pletam en te hecha,
realizada en el estado de percepción débil, y se cerrarán los ojos an te el
recuerdo puro qu e esta im agen h a desarrollado progresivamen te. En
la con curren cia qu e el asociacion ism o in stituye de este m odo entre
lo estable y lo inestable, la percepción desplazará siem pre pues al
recuerdo-im agen , y ei recuerdo-im agen desplazará al recuerdo puro.
Por eso el recuerdo puro desaparece com pletam en te. El asociacion is­
m o, cortan do en dos con un a lín ea M O la totalidad del progreso AD ,
no ve en la porción O D m ás que las sen sacion es que la con cluyen y
qu e con stituyen para él toda la percepción ; y p or otra parte reduce la
porción A O , ella tam bién , a la im agen realizada don de desem boca el
recuerdo puro al dilatarse. La vida psicológica se reduce en ton ces por
entero a esos dos elementos, la sen sación y la imagen. Y com o por un a
parte se h a ah ogado en la im agen el recuerdo puro que con stituía su
estado origin al; com o por otra parte se h a aproxim ado todavía la im a­
gen a la percepción m etien do de an tem an o algo de la im agen m ism a
en la percepción , ya n o se en con trará entre esos dos estados m ás que
un a diferencia de grado o de in ten sidad. D e ah í la distin ción entre
los estadosfuertes y los estados débiles, de los cuales los prim eros serían
erigidos por n osotros en percepcion es del presente, los segun dos —no
se sabe por qué- en represen tacion es del pasado. Pero la verdad es que
n un ca alcan zaremos el pasado si no n os colocam os en él de un salto.
Esen cialm en te virtual, el pasado no pu ede ser captado por n osotros
com o pasado m ás qu e si seguim os y adoptam os el m ovim ien to por ei
cual él se realiza en im agen presen te, em ergien do de las tin ieblas a la
luz. Es en van o qu e se bu squ e su h uella en algo actual y ya realizado:
lo m ism o valdría buscar la oscuridad bajo la luz. Este es precisam en te
el error del asociacion ism o: ubicado en lo actual, se agota en van os
esfuerzos por descubrir en un estado realizado y presen te la m arca de
su origen pasado, por distin guir el recuerdo de la percepción , y por
elevar a diferen cia de n aturaleza lo que h a con den ado de an teman o
a no ser más qu e u n a diferen cia de m agn itud.
Im aginar no es recordar. Sin dudas qu e un recuerdo, a m edida
que se actualiza, tien de a vivir en un a im agen ; pero la recíproca no
es verdadera, y la im agen pu r a y sim ple n o m e tran sportará al pasado
m ás qu e si en efecto es al pasado que h e ido a buscarla, sigu ien do de
este m odo el progreso con tin u o qu e la h a llevado de la oscu ridad a
la luz. Es esto lo que los psicólogos olvidan m u y a m en udo cuan do,
del h ech o de que un a sen sación rem em orada se vuelve m ás actual
cuan to m ás se in siste en ella, deducen qu e el recuerdo d e la sen sación
era esta sen sación n acien te. El h ech o qu e alegan es sin du das exacto.
M ás m e esfuerzo para recordar un d olor pasado, m ás tien do a expe­
rim en tarlo realmen te. Pero esto se com pren de sin esfuerzo puesto
qu e el progreso del recuerdo, com o decíam os, con siste ju stam en te
en m aterializarse. La cuestión es saber si el recuerdo del d olor era
verdaderam en te dolor en el origen . Por el h ech o de qu e el sujeto
h ipn otizado acabe por ten er calor cuan do se le repite con in sisten cia
que tiene calor, n o se sigue qu e las palabras de la sugestión ya fueran
calientes. Del hecho de que el recuerdo de un a sen sación se prolon gue
en esta sen sación m ism a, tam poco debe deducirse qu e el recuerdo
h aya sido u n a sen sación n acien te: quizás en efecto ese recuerdo, en
relación a la sen sación que va a nacer, ju egu e precisam en te el papel
de m agn etizador que d a la sugestión . El razon am ien to qu e critica­
m os, presen tado bajo esta form a, qu eda ya pues sin valor probatorio;
n o es aún vicioso, en tan to se ben eficia de esta verdad in discutible
de que el recuerdo se tran sform a a m edida qu e se actualiza. Pero el
absurdo estalla cuan do se razon a siguien do el cam in o inverso —que
sin em bargo debería ser igualm en te legítim o den tro de la h ipótesis
en que se nos sitúa-, es decir cuan do se h ace decrecer la in ten sidad
de la sen sación en lugar de h acer crecer la in ten sidad del recuerdo
puro. En efecto, si los dos estados difirieran sen cillam en te p or el
grado, se debería llegar en ton ces a que en un cierto m om en to la
sen sación se m etam orfosee en recuerdo. Si el recuerdo de un gran
dolor, por ejem plo, n o es m ás que un d olor débil, in versam en te un
dolor in ten so qu e experim en to, term in ará al dism in u ir p or ser un
gran dolor rem em orado. Ah ora bien llega un m om en to, sin n in gun a
duda, en que m e es im posible decir si lo qu e sien to es u n a sen sación
débil que experim en to o u n a sen sación débil qu e im agin o (y esto es
n atural, puesto qu e el recuerdo-im agen participa 7a de la sen sación ),
pero jam ás este estado débil se m e aparecerá com o el recuerdo de un
estado fuerte. El recuerdo es pues otra cosa com pletam en te distin ta.
Pero la ilusión que con siste en n o establecer en tre el recuerdo 7
la sen sación m ás que u n a diferen cia de grado es m ás que u n a sim ple
con secuen cia del asociacion ism o, más qu e un acciden te en la h istoria
de la filosofía. Ella posee raíces profun das. Descan sa, en últim o an áli­
sis, sobre un a falsa idea de la n aturaleza 7 del objeto de la percepción
exterior. N o se quiere ver en la percepción m ás que u n a en señ an za
que se dirige a un espíritu pur o, 7 de un interés com pletam en te
especulativo. En ton ces, com o el recuerdo es él m ism o en esen cia
un con ocim ien to de este tipo, puesto qu e 7a n o tiene objeto, n o se
puede h allar entre la percepción 7 el recuerdo m ás que u n a diferen cia
de grado, desplazan do la percepción al recuerdo, 7 con stitu 7en do
así n uestro presen te sim plem en te en virtud de la le7 del m ás fuerte.
Pero existe algo m ás qu e un a diferen cia de grado entre el pasado 7
el presen te. M i presen te es lo qu e m e com prom ete, lo qu e vive para
m í, 7 para decirlo todo, lo qu e m e m otiva a la acción , m ien tras que
m i pasado es esen cialm en te im poten te. Exten dám on os sobre este
pun to. Com pr en der em os m ejor la n aturaleza de lo que llam am os el
«recuerdo pur o» opon ién dolo a la percepción presen te.
En efecto, se buscaría van am en te caracterizar el recuerdo de un
estado pasado si n o se com en zara p or defin ir la m arca con creta,
aceptada por la con cien cia, de la realidad presen te. ¿Q u é es, para mí,
el m om en to presente? Lo propio del tiem po es tran scurrir; el tiem po
7a tran scurrido es el pasado, 7 llam am os presen te al in stan te en que
se transcurre. Pero n o pu ede tratarse aqu í de un in stan te m atem áti­
co. Sin dudas existe un presen te ideal, pu ram en te con cebido, lim ite
in divisible qu e separaría el pasado del porven ir. Pero el presen te real,
con creto, vivido, aquel del que h ablo cuan do aludo a m i percepción
presen te, ocu pa n ecesariam en te un a duración . ¿Dón de está situada
pues esta duración ? ¿Está m ás acá o m ás allá del pun to m atem ático
qu e determ in o idealm en te cuan do pien so en el in stan te presente?
Es bastan te eviden te que está m ás acá 7 m ás allá sim ultán eam en te,
y que lo que llam o «m i presen te» in vade a la vez m i pasado y m i
porven ir. An te todo m i pasado, pues «el m om en to en que h ablo ya
está lejos de m í»; luego m i porven ir, pues es sobre el porven ir que
ese m om en to está in clin ado, es al porven ir que yo tien do, y si p u ­
diera fijar este in divisible presen te, este elem en to in fin itesimal de la
curva del tiem po, es la dirección del porven ir la que se dejaría ver.
Es preciso pues que el estado psicológico que llam o «m i presen te»
sea sim ultán eam en te u n a percepción del pasado in m ediato y un a
determ in ación del porven ir in m ediato. Ah ora bien , com o veremos,
el pasado in m ediato en tan to qu e percibido es sen sación , puesto
que toda sen sación traduce u n a m u y larga sucesión de con m ocion es
elementales; y el porven ir in m ediato en tan to que se determ in a es
acción o m ovim ien to. M i presen te es pues a la vez sen sación y m ovi­
m ien to; y puesto que for m a un todo in diviso, ese m ovim ien to debe
con ten er a esa sen sación , prolon garla en acción . D e don de con cluyo
que m i presen te con siste en un sistem a com bin ado de sen sacion es y
de m ovim ien tos. M i presen te es por esen cia sen so-m otor.
Es decir que m i presen te con siste en la con cien cia qu e ten go
de m i cuerpo. Exten dido en el espacio, m i cuerpo experim en ta
sen sacion es y al m ism o tiem po ejecuta m ovim ien tos. Sen sacion es
y m ovim ien tos se localizan en pu n tos determ in ados de esta exten ­
sión , no puede h aber allí, en un m om en to dado, m ás que un único
sistem a de m ovim ien tos y sen sacion es. P or eso m i presen te m e
parece ser algo absolu tam en te determ in ado, y qu e se destaca sobre
m i pasado. Situado en tre la m ateria que in fluye sobre él y la m ateria
sobre la qu e él influye, m i cuerpo es un cen tro de acción , el lugar
don de las im presion es recibidas escogen in teligen tem en te su vía
para tran sform arse en m ovim ien tos ejecutados; represen ta pues el
estado actual de m i devenir, aquello que está en vías de form ación
en m i duración . M ás gen eralm en te, en esta con tin u idad de devenir
que es la realidad m ism a, el m om en to presen te está con stituido por
el corte casi in stan tán eo qu e n uestra percepción practica en la m asa
en vías de derrame, y este corte es precisam en te lo que llam am os
el m un do material: n uestro cuerpo ocu pa su cen tro; de ese m u n do
m aterial, él es lo qu e n osotros sen tim os derram arse directam en te; en
su estado actual con siste la actualidad de n uestro presente. Debien do
defin irse según n osotros la m ateria, en tan to qu e exten dida en el
espacio, com o un presen te que recom ien za sin cesar, in versamen te
n uestro presen te es la m aterialidad m ism a de n uestra existen cia, es
decir un con jun to de sen sacion es y m ovim ien tos, n ada más. Y este
con jun to está determ in ado, único para cada m om en to de la duración,
dado que ju stam en te sen sacion es y m ovim ien tos ocu pan lugares del
espacio y dado qu e n o podría h aber allí, en el m ism o lugar, varias
cosas a la vez. ¿De dón de provien e el h ech o de que se h aya podido
descon ocer un a verdad tan sim ple, tan eviden te, y qu e n o es después
de todo m ás que la idea del sen tido com ún ?
La razón de esto es precisam en te qu e n os obstin am os en h allar
sólo un a diferen cia de grado, y no de n aturaleza, entre las sen sacio­
nes actuales y el recuerdo puro. La diferen cia, según n osotros, es
radical. M is sen sacion es actuales son aquello qu e ocu pa porcion es
determ in adas de la superficie de m i cuerpo; el recuerdo puro, por
el con trario, no in teresa n in gun a parte de m i cuerpo. Sin dudas en ­
gen drará sen sacion es al materializarse; pero en ese m om en to preciso
dejará de ser recuerdo puro para pasar al estado de cosa presen te,
actualm en te vivida; y no le restituiría su carácter de recuerdo m ás
que al remitirlo a la operación por la cual lo h e evocado, virtual,
desde el fon do de m i pasado. Es ju stam en te porqu e lo h abré vuelto
activo que él se volverá actual, es decir sen sación capaz de provocar
m ovim ien tos. Por el con trario, la m ayor parte de los psicólogos
n o ven en el recuerdo puro m ás que u n a percepción más débil, un
con ju n to de sen sacion es n acien tes. H abien do de este m odo borrado
de an tem an o toda diferen cia de n aturaleza en tre la sen sación y el
recuerdo, son con du cidos por la lógica de su h ipótesis a materializar
el recuerdo y a idealizar la sen sación . ¿Se h abla del recuerdo? Ellos no
lo perciben m ás qu e bajo la for m a de im agen , es decir ya en carn ada
en sen sacion es nacien tes. H abién dole tran sferido de este m odo lo
esen cial de la sen sación , y n o querien do ver en la idealidad de ese
recuerdo algo distin to que se destaca sobre la sen sación m ism a, están
obligados, cuan do retorn an a la sen sación pura, a dejarle la idealidad
que h abían de este m odo con ferido im plícitam en te a la sen sación
naciente. Si el pasado, qu e en h ipótesis ya n o actúa, pu ede en efecto
subsistir en el estado de sen sación débil, resulta en ton ces qu e existen
sen sacion es im poten tes. Si el recuerdo puro, qu e en h ipótesis n o
in teresa n in gun a parte determ in ada del cuerpo, es u n a sen sación
n acien te, resulta en ton ces que la sen sación n o está esen cialmen te
localizada en un pu n to del cuerpo. D e ah í la ilusión que con siste
en ver en la sen sación un estado flotan te e in exten so, el cual n o ad ­
quiriría la extensión y n o se con solidaría en el cuerpo m ás que por
acciden te: ilusión qu e vicia profu n dam en te, com o lo h em os visto,
la teoría de la percepción exterior, y plan tea un buen n úm ero de los
problem as pen dien tes en tre las diversas m etafísicas de la materia. Es
necesario resignarse: la sen sación es por esen cia extensiva y localizada;
es un a fuen te de m ovim ien to; el recuerdo puro, sien do in exten so e
im poten te, no participa de n in gún m od o de la sen sación .
Lo que llam o m i presen te es m i actitu d frente al porven ir in m e­
diato, es m i acción in m in en te. M i presen te es pues sen so-m otor.
D e m i pasado sólo devien e im agen y en con secuen cia sen sación
al m en os n acien te, aquello que puede colaborar con esta acción ,
in sertarse en esta actitud, en u n a palabra volverse útil; pero desde
que devien e im agen , el pasado aban don a el estado de recuerdo puro
y se con fun de con u n a cierta parte de m i presen te. El recuerdo
actualizado en im agen difiere pues profu n dam en te de ese recuerdo
puro. La im agen es un estado presen te, y n o pu ede participar del
pasado m ás qu e p or el recuerdo pu r o del que surge. El recuerdo,
por el con trario, im poten te en tan to qu e perm an ece in útil, qu eda
puro de toda mezcla con la sen sación , sin ligazón con el presen te, y
en con secuen cia in exten so.

Esta im poten cia radical del recuerdo puro n os ayudará precisa­


m en te a com pren der cóm o se con serva en estado latente. Sin entrar
todavía en el quid de la cuestión , lim itém on os a n otar que nuestra
repugn an cia en con cebir estadospsicológicos inconcientes proviene sobre
todo de que con sideram os la con cien cia com o la propiedad esencial
de los estados psicológicos, de suerte que un estado psicológico no
podría dejar de ser con cien te, parece, sin dejar de existir. Pero si la
con cien cia n o es m ás que la m arca característica del presente, es decir
de lo vivido actualm en te, es decir en fin de lo actuante, entonces lo
que n o actúa podrá en cierto m odo dejar de perten ecer a la con cien cia
sin dejar n ecesariamen te de existir. En otros térm in os, en el dom in io
psicológico, con cien cia n o sería sin ón im o de existencia sin o solamente
de acción real o de eficacia in m ediata, y h allán dose de este m odo
lim itada la extensión de este térm in o, un o ten dría m en os dificultad
en representarse un estado psicológico in con cien te, es decir, en suma,
im poten te. Cualqu ier idea que un o se h aga de la con cien cia en sí, tal
com o ella aparecería si se ejerciese sin trabas, n o se podría discutir el
hecho de que en un ser qu e ejecuta fun cion es corporales, la conciencia
ten ga prin cipalm en te por rol el de presidir la acción e ilum in ar un a
elección. Ella proyecta pues su luz sobre los an teceden tes in m ediatos
de la decisión y sobre todos aquellos recuerdos pasados que pueden
organ izarse útilmen te con ellos; el resto perm an ece en la som bra.
Pero aqu í en con tram os, bajo un a for m a n ueva, la ilusión ren ovada
sin cesar que perseguim os desde el com ien zo de este trabajo. Se
preten de que la con cien cia, in cluso ju n to a fun cion es corporales, sea
un a facultad acciden talm en te práctica, esen cialmen te vuelta h acia la
especulación . En ton ces, com o n o se ve el interés que ella ten dría en
dejar escapar los con ocim ien tos que posee, con sagrada com o estaría al
con ocim ien to puro, n o se com pren de que ren un cie a ilum in ar lo que
no está enteramen te perdido para ella. D e don de resultaría que sólo le
pertenece de derech o lo que ella posee de h ech o, y que en el dom in io
de la con cien cia todo real es actual. Pero devuelvan a la con cien cia
su verdadero rol: n o h abrá ya razón para decir que el pasado se borra
un a vez percibido, del m ism o m odo en que n o la h ay para supon er
que los objetos materiales dejan de existir cuan do dejo de percibirlos.
In sistam os sobre este últim o pun to, pues aqu í está el cen tro de las
dificultades y la fuen te de los equívocos que rodean el problem a del
in con cien te. La idea de u n a representación inconciente es clara, a des­
pech o de un exten dido prejuicio; se puede decir in cluso que h acemos
de ella un uso con stan te y que n o h ay con cepción m ás fam iliar al
sen tido com ún . T od o el m u n do adm ite, en efecto, que las im ágen es
actualm en te presen tes a n uestra percepción n o son la totalidad de
la materia. Pero por otra parte, ¿qué puede ser un objeto m aterial
n o percibido, un a im agen n o im agin ada, sin o u n a especie de estado
m en tal in con cien te? M ás allá de los m uros de vuestra h abitación ,
que u sted percibe en este m om en to, existen las h abitacion es vecinas,
luego el resto de la casa, p or últim o la calle y la ciu dad don de vive.
Poco im porta la teoría de la m ateria a la cual se adscriba: realista o
idealista, usted pien sa eviden temen te, cuan do h abla de la ciudad, de
la calle, de las otras h abitacion es de la casa, en otras tan tas percepcio­
nes ausen tes de vuestra con cien cia y sin em bargo dadas fuera de ella.
Ellas n o se crean a m edida que vuestra con cien cia las acoge; de algun a
m an era ya eran , y puesto qu e en h ipótesis vuestra con cien cia n o las
apreh en día, ¿cóm o podían existir en sí sin o en estado in con cien te?
¿De dón de provien e en ton ces el h ech o de qu e un a existencia por
fuera de la conciencia n os parezca clara cuan do se trata de los objetos,
oscura cuan do h ablam os del sujeto? Nu estr as percepcion es, actuales
y virtuales, se extien den a lo largo de dos lín eas, un a h orizon tal AB,
que con tien e sim ultán eam en te todos los objetos en el espacio, otra
vertical CI, sobre la cual se dispon en n uestros recuerdos sucesivos
escalon ados en el tiem po. El pu n to I, in tersección de las dos líneas,
es el ún ico qu e está dado actualm en te a n uestra con cien cia. ¿De
dón de provien e el h ech o de qu e n o d u dem os en plan tear la realidad
d e la lín ea A B en su
c totalidad, au n qu e per­
m an ezca n o percibida,

l y que por el con trarío,


de la lín ea C I el ún ico
p u n t o qu e n os parece
-» realm en te existir sea el
A I
presen te I actualm en te
Fig. 3
percibido? En el fon do
de esta distin ción en tre am bas series tem poral y espacial existen
tan tas ideas con fusas o m al esbozadas, tan tas h ipótesis desprovistas
de todo valor especulativo, qu e no podríam os agotar su an álisis de
u n a vez. Para desen m ascarar com pletam en te la ilusión sería preciso
ir a buscar en su origen , y seguir a través de todos sus rodeos, el do­
ble m ovim ien to p or el cual llegam os a plan tear realidades objetivas
sin relación con la con cien cia y estados de con cien cia sin realidad
objetiva, parecien do en ton ces el espacio con servar in defin idam en te
cosas que se yuxtapon en en él, m ien tras qu e el tiem po destruiría,
poco a poco, estados que se suceden en él. U n a parte de ese trabajo
h a sido h ech o en n uestro prim er capítulo, cu an do h em os tratado de
la objetividad en gen eral; otra parte lo será en las últim as págin as de
este libro, cu an do h ablarem os de la idea de m ateria. Lim itém on os
aqu í a señ alar algu n os pu n tos esenciales.
En prim er lugar, los objetos escalon ados a lo largo de esta lín ea
AB representan a n uestros ojos lo qu e vam os a percibir, m ien tras que
la línea CI n o con tien e m ás qu e aquello qu e ya h a sido percibido.
Ah ora bien, el pasado ya no posee interés para n osotros; h a agotado su
acción posible, o sólo recobrará un a in fluen cia tom an do su vitalidad
de la percepción presen te. Por el con trario, el porven ir in m ediato
con siste en u n a acción in m in en te, en un a en ergía aún n o gastada.
La parte no percibida del universo material, llen a de prom esas y de
am en azas, posee pues para n osotros u n a realidad qu e n o pueden ni
deben poseer los períodos actualm en te in advertidos de n uestra exis­
ten cia pasada. Pero esta distin ción , totalm en te relativa a la utilidad
práctica y a las necesidades materiales de la vida, tom a en n uestro
espíritu la form a cada vez más pu ra de u n a distin ción m etafísica.
H em os m ostrado en efecto que los objetos situados alrededor
n uestro represen tan , en grados diferentes, un a acción que n osotros
podem os efectuar sobre las cosas o que ten drem os que padecer de
ellas. El plazo de esta acción posible está precisam en te m arcado por
la m ayor o m en or lejan ía del objeto correspon dien te, de suerte que
la distan cia en el espacio m ide la proxim idad de u n a am en aza o de
u n a prom esa en el tiem po. El espacio pues proporcion a así de golpe
el esquem a de n uestro porven ir próxim o; y com o este porven ir debe
derramarse in defin idam en te, el espacio qu e lo sim boliza tien e por
propiedad perm an ecer en su in m ovilidad in defin idam en te abierto.
D e ah í que el h orizon te in m ediato dado a n uestra percepción n os
parezca n ecesariam en te rodeado de un círculo m ás am plio, existen te
aun que no percibido, im plican do este m ism o círculo otro qu e lo
rodea, y así in defin idam en te. Perten ece pues a la esen cia de n uestra
percepción actual, en tan to qu e exten sa, n o ser n un ca m ás qu e un
contenido en relación a u n a experien cia m ás vasta e in cluso in defin ida
que la contien e: y esta experien cia, ausen te de n uestra con cien cia
puesto que ella desborda el h orizon te percibido, n o parece p or ello
m en os actualm en te dada. Pero m ien tras que n os sen tim os su spen ­
didos sobre estos objetos m ateriales que elevam os de ese m od o a
realidades presen tes, n uestros recuerdos p or el con trario, en tan to
qu e pasados, son otros tan tos pesos m uertos qu e arrastram os con
n osotros y de los que preferim os fin girn os desem barazados. El m is­
m o in stin to en virtud del cual abrim os in defin idam en te el espacio
delan te nuestro, h ace que volvam os a cerrar detrás n uestro el tiem po
a m edida qu e se derram a. Y m ien tras que la realidad, en tan to qu e
extensa, nos parece desbordar in fin itam en te n uestra percepción ,
por el con trario en n uestra vida in terior sólo n os parece real lo que
com ien za con el m om en to presen te; el resto es prácticam en te abo­
lido. En ton ces, cuan do un recuerdo reaparece a la con cien cia, n os
produ ce el efecto de un fan tasm a cuya aparición m isteriosa h abría
qu e explicar por causas especiales. En realidad, la adh eren cia de este
recuerdo a n uestro estado presen te es com pletam en te com parable a
la de los objetos n o percibidos respecto a los objetos percibidos, y el
inconciente ju ega en los dos casos un papel sim ilar.
Pero nos cuesta m uch o trabajo represen tarn os de este m od o las
cosas, pues h em os con traído el h ábito de subrayar las diferencias, y al
contrario borrar las semejanzas, entre la serie de los objetos simultán ea­
m en te escalon ados en el espacio y la serie de los estados sucesivamente
desplegados en el tiem po. En la prim era, los térm in os se con dicion an
de un a m an era com pletam en te determ in ada, de suerte que la apari­
ción de cada nuevo térm in o puede ser prevista. Es así que, cuan do
salgo de m i h abitación , yo sé cuales son las h abitacion es que voy a
atravesar. P or el con trario, m is recuerdos se presen tan en un orden
aparen tem en te caprich oso. El orden de las represen tacion es es pues
n ecesario en un caso, con tin gen te en el otro; y es esta n ecesidad la
que h ipostasío en cierto m odo cuan do h ablo de la existencia de los
objetos p or fuera de toda con cien cia. Si n o veo n in gún inconveniente
en supon er dada la totalidad de los objetos que no percibo es porque
el orden rigurosam en te determ in ado de esos objetos le da el aspecto
de un a caden a de la que m i percepción presen te n o sería más que
un eslabón : este eslabón com un ica en ton ces su actualidad al resto
de la caden a. Pero, m iran do esto más de cerca, se vería qu e n uestros
recuerdos form an un a caden a del m ism o tipo, y que n uestro carácter,
siem pre presen te en todas n uestras decision es, es efectivamente la
sín tesis actual de todos n uestros estados pasados. Con den sada bajo
esta form a, n uestra vida psicológica an terior existe para n osotros
m ás aún qu e el m u n do exterior, del qu e n o percibim os n un ca más
que u n a m u y pequeñ a parte, mien tras qu e al con trario utilizam os la
totalidad de n uestra experien cia vivida. Es verdad que de este m odo
sólo la poseem os resum ida, y qu e n uestras viejas percepcion es, con si­
deradas com o in dividualidades distin tas, n os producen la im presión
o de h aber desaparecido totalm en te o de n o reaparecer m ás qu e por
an tojo de su fan tasía. Pero esta aparien cia de destrucción com pleta o
de resurrección caprich osa consiste sencillamente en que a cada instan­
te la con cien cia actual acepta lo útil y rech aza m om en tán eam en te lo
superfluo. Siem pre ten dida h acia la acción , ella n o puede materializar
de n uestras viejas percepcion es m ás qu e aquellas que se com pon en
con la percepción presen te para con tribuir a la decisión final. Si, para
qu e m i volun tad se m an ifieste sobre un pu n to dado del espacio, hace
falta qu e m i con cien cia fran quee un o a un o esos intermediarios o esos
obstáculos cuyo con jun to con stituye lo qu e llam am os la distancia en
el espacio, en cam bio para ilum in ar esta acción le es útil saltar por
en cim a el intervalo de tiem po qu e separa la situación actual de un a
situación an terior an áloga; y com o ella se tran sporta allí de un sólo
brin co, toda la parte in term ediaria del pasado escapa a sus dom in ios.
Las m ism as razones pues que h acen que n uestras percepcion es se
dispon gan en con tin u idad rigurosa en el espacio h acen qu e nuestros
recuerdos se ilumin en de un a m an era discon tin u a en el tiem po. En
lo que conciern e a los objetos no percibidos en el espacio y a los
recuerdos inconcientes en el tiem po n o ten emos que tratar con dos
form as radicalmen te diferentes de la existen cia; pero las exigencias
de la acción son inversas en un caso que en el otro.
D am os aquí con el problem a capital de la existencia, problem a
qu e n o podem os m ás que rozar, bajo pen a de ser con du cidos, de
pregu n ta en pregun ta, al corazón m ism o de la m etafísica. Decim os
sen cillam en te que en lo con cern ien te a las cosas de la experien cia—las
ún icas qu e aquí n os ocupan - la existen cia parece im plicar dos con ­
dicion es reun idas: 1 ° la presen tación a la con cien cia, 2o la con exión
lógica o causal de lo qu e es así presen tado con lo qu e le precede y
lo que le sigue. Para n osotros la realidad de un estado psicológico o
de un objeto m aterial con siste en este doble h ech o de qu e n uestra
con cien cia los percibe y qu e ellos form an parte de u n a serie, temporal
o espacial, en la qu e los térm in os se determ in an los un os a los otros.
Pero estas dos con dicion es su pon en grados, y se con cibe qu e sien do
am bas necesarias sean cu m plidas de m odo desigual. Así, en el caso
de los estados in tern os actuales la con exión es m en os estrech a, y la
determ in ación del presen te p or el pasado n o tiene el carácter de un a
derivación m atem ática, dejan do un am plio lu gar a la con tin gen cia;
en cam bio, la presen tación a la con cien cia es perfecta, librán don os
un estado psicológico actu al la totalidad de su con ten ido en el acto
m ism o p or el cual lo percibim os. P or el con trario, si se trata de los
objetos exteriores, es la con exión la que es perfecta, puesto que esos
objetos obedecen a leyes necesarias; pero en ton ces la otra con dición ,
la presen tación a la con cien cia, n un ca es m ás qu e parcialm en te
cu m plida, pues el objeto m aterial, precisam en te en razón de la
m u ltiplicidad de los elem en tos n o percibidos qu e lo relacion an a
todos los otros objetos, n os parece en cerrar y escon der detrás de sí
in fin itam en te más de lo qu e n os deja ver. Deberíam os pues decir
qu e la existen cia, en el sen tido em pírico de la palabra, im plica
siem pre a la vez, pero en grados diferen tes, la apreh en sión con cien te
y la con exión regular. Pero n uestro en ten dim ien to, que tien e por
fun ción establecer distin cion es tajan tes, n o com pren de las cosas de
este m od o. An tes que adm itir la presen cia, en todos los casos, de los
dos elem en tos m ezclados en proporcion es diversas, prefiere disociar
estos dos elem en tos, y atribuir así a los objetos exteriores de un lado,
a los estados in tern os del otro, dos m odos de existen cia radicalm en te
diferen tes, caracterizados cada uno por la presen cia exclusiva de la
con dición qu e tan sólo h abría que declarar prepon deran te. En ton ces
la existen cia de los estados psicológicos con sistirá en teram en te en
su apreh en sión p or la con cien cia, y la de los fen óm en os exteriores,
en teram en te tam bién , en el orden riguroso de su con com itan cia y
de su sucesión . D e ah í la im posibilidad de perm itir a los objetos
m ateriales existen tes pero n o percibidos la m en or participación
en la con cien cia, y a los estados interiores n o con cien tes la m en or
participación en la existen cia. H em os m ostrado, al com ien zo de este
libro, las con secuen cias de la prim era ilusión : ella con du ce a falsear
n uestra represen tación de la materia. La segun da, com plem en taria
de la prim era, vicia n uestra con cepción del espíritu, al esparcir
sobre la idea del in con cien te u n a oscuridad artificial. Nu estr a vida
psicológica pasada con dicion a por en tero n uestro estado presen te,
sin determ in arlo de un m odo necesario; ella se revela tam bién por
en tero en n uestro carácter, aun que n in gun o de los estados pasados
se m an ifieste en el carácter explícitam en te. Reun idas, estas dos con ­
dicion es aseguran a cada un o de los estados psicológicos pasados un a
existen cia real, aun que in con cien te.
Pero estam os tan h abituados a invertir, para m ayor ven taja de la
práctica, el orden real de las cosas, padecem os en un grado tal la ob­
sesión de las imágenes extraídas del espacio, que n o podem os evitar
pregun tar dónde se conserva el recuerdo. Con cebim os que fen óm e­
n os físico-quím icos tengan lugar en el cerebro, que el cerebro esté
en el cuerpo, el cuerpo en el aire que lo bañ a, etc.; pero si el pasado
se con serva un a vez cum plido, ¿dónde está? Ponerlo en la sustan cia
cerebral en estado de m odificación m olecular parece sim ple y claro,
porque tenemos entonces un reservorio actualmen te dado que bastaría
abrir para h acer deslizar las imágen es latentes en la con cien cia. Pero
si el cerebro no puede servir a un uso semejan te, ¿en qué almacén
alojarem os las imágen es acum uladas? O lvidam os que la relación de
con tin en te a con ten ido tom a su claridad y su universalidad aparentes
de la n ecesidad en que estam os de abrir siem pre el espacio delante
nuestro, de cerrar siempre detrás n uestro la duración . Por el h ech o
de m ostrar que u n a cosa está en otra n o se h a aclarado en absoluto el
fen ómen o de su conservación. M ás aún : su pon gam os por un in stan te
que el pasado sobrevive en estado de recuerdo alm acen ado en el cere­
bro. Será preciso en ton ces qu e el cerebro, para conservar el recuerdo,
se conserve al men os él m ism o. Pero ese cerebro, en tan to que imagen
exten dida en el espacio, n un ca ocu pa m ás que el m om en to presen ­
te; con stituye, con todo el resto del universo material, un corte sin
cesar ren ovado del deven ir universal. O bien pues ustedes h abrán de
supon er que este universo perece y renace por un verdadero milagro
en todos los instantes de la duración , o bien deberán transferirle la
con tin uidad de existencia que n iegan a la conciencia, y h acer de su
pasado un a realidad que sobrevive y se prolon ga en su presente: n ada
habrán gan ado pues con almacen ar el recuerdo en la materia, y se
verán al contrario obligados a extender a la totalidad de los estados
del m un do material esta superviven cia in depen dien te e integral del
pasado que negaran a los estados psicológicos. Esta supervivencia en
sí del pasado se im pon e pues bajo un a form a o bajo otra, y la dificul­
tad que sen tim os en con cebirla viene sim plem en te del h ech o de que
atribuim os a la serie de los recuerdos en el tiem po, esa n ecesidad de
contener y de ser contenidos qu e sólo es cierto en el con jun to de los
cuerpos in stan tán eamen te percibidos en el espacio. La ilusión fun da­
mental consiste en trasportar a la duración m ism a, en vías de derrame,
la form a de los cortes in stan tán eos qu e n osotros practicam os en ella.
Pero, ¿cóm o el pasado qu e en h ipótesis h a dejado de ser podría
conservarse por sí m ism o? ¿N o h ay ah í u n a autén tica con tradic­
ción? Nosotros respon dem os que la cuestión es precisam en te saber
si el pasado h a dejado de existir o si sim plem en te h a dejado de ser
útil. Ustedes defin en arbitrariam en te el presen te com o lo que es,
cu an do el presen te es sim plem en te lo que se hace. N ad a es m en os
qu e el m om en to presen te si por ello en tien den ese lím ite in divisible
qu e separa el pasado del porven ir. Cu an d o pen sam os este presen te
com o debien do ser, todavía n o es; y cuan do lo pen sam os com o
existien do, ya h a pasado. Por el con trario, si con sideran el presen te
con creto y realm en te vivido p or la con cien cia, se puede decir que
ese presen te con siste en gran parte en el pasado in m ediato. En la
fracción de segun do qu e du r a la más corta percepción posible de
luz, trillon es de vibracion es h an ten ido lugar, la prim era de las cuales
está separada de la ú ltim a por un intervalo en orm em en te dividido.
Vu estra percepción , por in stan tán ea que sea, con siste pues en un a
in calculable m u ltitu d de elemen tos rem em orados y a decir verdad
toda percepción es ya m em oria. Nosotros nopercibimosprácticamente
más que elpasado, sien do el presen te puro el im perceptible progreso
del pasad o carcom ien do el porven ir.
En todo m om en to pues la con cien cia alu m bra con su resplan dor
esta parte in m ediata del pasado que, in clin ada sobre el porven ir,
trabaja en realizarlo y en unírsele. Preocu pada así ún icam en te por
determ in ar un porven ir in determ in ado, ella p od r á esparcir un poco
de su luz sobre aquellos de n uestros estados m ás rezagados en el pa­
sado que se com pon drían útilm en te con n uestro estado presente, es
decir con n uestro pasado in m ediato; el resto perm an ece oscuro. Es
en esta parte ilu m in ada de n uestra h istoria que term in am os situados,
en virtud de la ley fun dam en tal de la vida, que es u n a ley de acción :
de ah í la dificultad que experim en tam os para con cebir recuerdos
que se con servarían en la som bra. Nu estr a repu gn an cia en adm itir
la superviven cia in tegral del pasado se sostien e pues en la orien tación
m ism a de n uestra vida psicológica, verdadero despliegue de estados
en el qu e ten em os in terés de observar lo que se despliega, y n o lo
que está com pletam en te desplegado.
D e este m od o retorn am os, p or un largo rodeo, a n uestro pu n to
de partida. D ecíam os qu e existen dos m em orias profu n dam en te
distin tas: un a, fijada en el organ ism o, n o es otra cosa qu e el con ­
ju n t o de los m ecan ism os in teligen tem en te m on tad os qu e aseguran
u n a réplica con ven ien te a las diversas in terpelacion es posibles. Ella
h ace que n os adaptem os a la situ ación presen te y qu e las accion es
padecidas p or n osotros se prolon gu en ellas m ism as en reaccion es
un as veces ejecutadas, otras sim plem en te n acien tes, pero siem pre
m ás o m en os apropiadas. H ábito m ás bien qu e m em oria, represen ta
n uestra experien cia pasada, pero n o evoca su im agen . La otra es la
m em oria verdadera. Coexten siva a la con cien cia, retien e y alin ea
n uestros estados u n os tras otros a m ed ida qu e se produ cen , reser­
van do a cada h ech o su lugar y señ alán dole en con secuen cia su fech a,
m ovién dose realm en te en el pasado defin itivo y n o com o la prim era
en un presen te qu e recom ien za sin cesar. Pero h abien do distin gu ido
profu n dam en te estas dos form as d e la m em oria, n o h abíam os m os­
trado aún su lazo. C o n su s m ecan ism os qu e sim bolizan el esfuerzo
acu m u lado de las accion es pasadas, la m em oria qu e im agin a y qu e
repite plan eaba p or en cim a del cu erpo su spen dida en el vacío. Pero
si n o percibim os n u n ca otr a cosa qu e n uestro pasado in m ediato,
si n uestra con cien cia del presen te es ya m em oria, los dos térm in os
qu e h abíam os separ ado al prin cipio van a soldarse ín tim am en te.
Con sider ad o d esde este n uevo p u n to de vista, n uestro cuerpo en
efecto no es otra cosa qu e la parte in variablem en te ren ovada de
n uestra represen tación , la parte siem pre presen te, o m ejor la qu e
a todo in stan te acaba de pasar. Im agen él m ism o, este cuerpo no
pu ede alm acen ar las im ágen es, pu esto qu e for m a parte de ellas; y
p or eso es qu im ér ica la em presa de querer localizar las percepcion es
pasadas, o in clu so presen tes, en el cerebro: ellas n o están en él; es él
el que está en ellas. Pero esta im agen com pletam en te particular, que
persiste en m edio de las otras y qu e llam o m i cu erpo, con stitu ye a
cada in stan te, com o lo decíam os, un corte tran sversal del un iversal
deven ir. Es pues el lugar de paso de los m ovim ien tos recibidos y
devueltos, el gu ión qu e un e las cosas qu e obran sobre m í y las cosas
sobre las qu e obro, en un a palabra, el asien to de los fen óm en os
sen so-m otores. Si represen to a través de un con o SAB la totalidad
de los recu erdos acu m u lados en
m i m em oria, la base AB asen ­
t ad a en el p asad o p er m an ece
in m óvil, m ien tras qu e el vértice
S qu e represen ta m i presen te en
cu alqu ier m om en to avan za sin
cesar, y sin cesar tam bién toca el
plan o m óvil P de m i represen ta­
ción actu al del un iverso. En S se
con cen tr a la im agen del cuerpo;
y esta im agen , for m an d o parte pjg_ 4
del plan o P, se lim it a a recibir y
a devolver las accion es em an adas
de tod as las im ágen es qu e com pon en el plan o.
La m em or ia del cu erpo, con st itu id a p or el con ju n t o de los
sistem as sen so-m otor es qu e el h ábito h a organ izado, es pu es u n a
m em oria cuasi in stan tán ea a la cual sirve de base la verdadera
m em or ia del pasado. Com o n o con stituyen dos cosas separadas,
com o la prim era n o es, decíam os, más qu e la pu n ta m óvil in sertada
por la segu n d a en el plan o m ovien te de la experien cia, es n atural
que esas d os fu n cion es se presten un m u tu o apoyo. D e un lado,
en efecto, la m em oria del pasado presen ta a los m ecan ism os sen so-
m otores tod os los recu erdos capaces de gu iarlos en su tarea y de
dirigir la reacción m otr iz en el sen tido su gerido por las leccion es
de la experien cia: en esto con sisten precisam en te las asociacion es
p or con t igü id ad y por sim ilitud. Pero p or otro lado los aparatos
sen so-m otor es proporcion an a los recuerdos im poten tes, es decir
in con cien tes, el m edio de tom ar un cuerpo, de materializarse, en fin
de deven ir presen tes. En efecto, para qu e u n recu erdo reaparezca a
la con cien cia es n ecesario qu e descien da de las alturas de la m em oria
pu r a h asta el pu n to preciso en que se ejecu ta la acción. En otros
térm in os, es del presen te qu e parte el llam ado al cu al respon de el
recuerdo, y es de los elem en tos sen so-m otores de la acción presen te
qu e el recuerdo tom a el calor qu e irradia la vida.
¿N o es en la solidez de este acuerdo, en la precisión con la cual
estas dos m em orias com plem en tarias se in scriben la u n a en la otra,
que recon ocem os los espíritu s «bien equ ilibr ados», es decir, en el
fon do, los h om bres perfectam en te ad apt ad os a la vida? Lo que
caracteriza al h om bre de acción es la p r on t itu d con la cual llam a al
auxilio de un a situ ación d ad a todos los recuerdos qu e se relacion an
con ella; pero tam bién la barrera in salvable que en cuen tran en él los
recuerdos in útiles o in diferen tes al presen tarse al u m bral de su con ­
ciencia. Vivir puram en te en el presen te, respon der a u n a excitación
a través de un a reacción in m ed iata qu e la prolon ga, es lo pr opio de
un an im al inferior: el h om bre qu e procede así es un impulsivo. Pero
no está m uch o m ejor ad apt ad o a la acción qu ien vive en el pasado
por el placer de vivir en él, y en quien los recuerdos em ergen a la
luz de la con cien cia sin provech o par a la situ ación actu al: ese no
es ya un im pulsivo, sin o un soñador. En tr e estos dos extrem os se
ubica la acertada d isposición de u n a m em oria bastan te dócil para
seguir con precisión los con torn os de la situ ación presen te, pero
bastan te en érgica para resistir a cu alqu ier otro llam ado. El buen
sen tido, o sen tido práctico, n o es probablem en te otra cosa.
El desarrollo extraordin ario de la m em oria espon tán ea en la m a­
yoría de los niñ os se sostien e precisam en te en qu e todavía n o h an
adherido su m em oria a su con ducta. Siguen p or h ábito la im presión
del instante, y del m ism o m od o qu e la acción n o se pliega en ellos
a las indicaciones del recuerdo, in versamen te sus recuerdos n o se
limitan a las n ecesidades de la acción . Sólo parecen retener con
mayor facilidad porqu e se acuerdan con m en or discern im ien to. La
evidente dism in ución de la m em oria, a m edida qu e la in teligen cia se
desarrolla, se atiene pues a la con cordan cia crecien te de los recuerdos
con los actos. La m em oria con cien te pierde así en exten sión lo que
gan a en fuerza de pen etración : ella ten ía en un prin cipio la facilidad
de memorizar sueñ os, pero es que realm en te soñ aba. Se observa
por otra parte esta m ism a exageración de la m em oria espon tán ea
en hombres cuyo desarrollo in telectual n o sobrepasa apen as el del
niño. Un misionero, luego de h aber predicado un largo serm ón a
salvajes del África, ve a un o de ellos repetirlo textualm en te, con los
m ism os gestos, de prin cipio a fin 1.
Pero si n uestro pasado perm an ece para n osotros casi en teram en te
oculto debido a qu e está in h ibido por las n ecesidades de la acción
presen te, en con trará la fuerza para fran quear el um bral de la con ­
cien cia en todos los casos en que n os desin teresem os de la acción
eficaz para situarn os, de cierta man era, en la vida del en sueñ o. El
sueñ o, n atural o artificial, provoca ju stam en te u n a in diferen cia de
este género. Se n os m ostraba recien temen te en el dorm ir u n a in te­
rrupción del con tacto en tre los elemen tos n erviosos, sen soriales y
m otores2. In cluso si un o n o se detien e en esta in gen iosa h ipótesis, es
im posible no ver en el sueñ o un relajam ien to, al m en os fun cion al,
de la ten sión del sistem a n ervioso, siem pre listo duran te la vigilia a
prolon gar la excitación recibida en reacción apropiada. Ah ora bien ,
es un h ech o de observación corrien te la «exaltación » de la m em oria
en ciertos sueñ os y en ciertos estados de son am bu lism o. Recuer­
dos que se creían abolidos reaparecen en ton ces con u n a exactitud
sorpren den te; revivim os en todos sus detalles escen as de in fan cia
en teram en te olvidadas; h ablam os len guas que n o recordábam os n i
siquiera h aber apren dido. Pero n ada m ás in structivo, a este respecto,
qu e lo que se produ ce en ciertos casos de sofocación brusca, en los
ah ogados y los ah orcados. El sujeto, vuelto a la vida, declara h aber
visto desfilar fren te suyo, en poco tiem po, todos los acon tecim ien tos
olvidados de su h istoria, con sus m ás ín fim as circun stan cias y en el
orden m ism o en qu e se h abían produ cido3.

' KAY, Memory an dh ow to improve it, New York, 1888, p. 18.


2 Mathias DUVAL, Ih éorie histologique du sommeil (C.R. de la Soc. De Biologie,
1895, p. 74). - Cf. LÉP1NE, Ibid., p. 85, y Revue de Médecine, agosto de 1894, y
sobre todo PUPIN, Le neurone et les hypothéses histologiques, París, 1896.
3W INSLOW , On abscure Diseases ofthe Brain, p. 250 y sig. - RIBOT, Les m aladies
de la mémoire, p. 139 y sig. —MAURY, Le som m eil et les reves, Paris, 1878, p. 439. —
EGGER, Le moi des mourants (Revue Philosophique, enero y octubre 1896). —Cf. la
palabra de BA LL: « La mémoire est une faculté que ne perd ríen et enregistre t o u t »
(Citado por RO UILLARD, Les amnésies, Thése de m é d ., Paris, 1885, p. 25).
U n ser h um an o que soñara su existen cia en lugar de vivirla ten dría
así in dudablem en te bajo su m irada, en todo m om en to, la m u ltitud
in fin ita de los detalles d e su h istoria pasada. Y, p or el con trario, aquel
qu e repudiara esta m em oria con todo lo que en gen dra actuaría sin
cesar su existen cia en lu gar de represen társela fielmen te: au tóm ata
con cien te, seguiría la pen dien te de los h ábitos útiles que prolon gan
la excitación en reacción apropiada. El primero n o saldría jam ás de lo
particular, e in cluso de lo in dividual. Con servan do para cada imagen
su fech a en el tiem po y su ubicación en el espacio, vería por dón de
ella difiere de las otras y n o p or dón de se les parece. El otro, siem pre
asen tado sobre el h ábito, n o discern iría p or el con trario en u n a
situación más qu e la arista por dón d e ella se asemeja prácticam en te
a situacion es an teriores. In capaz sin dudas de pensar lo universal,
puesto qu e la idea gen eral su pon e la represen tación al m en os virtual
de u n a m u ltitud de im ágen es rem em oradas, sin em bargo es en lo
universal que evolucion aría, sien do el h ábito a la acción lo que la
gen eralidad es al pen sam ien to. Pero estos dos estados extremos, uno
el de un a m em oria com pletam en te con tem plativa qu e n o apreh en de
m ás que lo sin gular den tro de su visión, otro el de u n a m em oria
com pletam en te m otriz qu e im prim e la m arca de la gen eralidad a su
acción, no se aíslan y n o se m an ifiestan plen am en te m ás que en casos
excepcionales. En la vida n orm al están ín tim am en te mezclados, aban ­
don an do así el un o y el otro algo de su pureza origin al. El prim ero
se expresa a través del recuerdo de las diferencias, el segun do p or la
percepción de las sem ejan zas: en la con fluen cia de las dos corrientes
aparece la idea general.

Aqu í no se trata de tom ar en bloqu e la cuestión de las ideas ge­


nerales. En tre esas ideas están las que no tien en por ún ico origen
percepcion es y qu e sólo se relacion an de m u y lejos a objetos m ate­
riales. Nosotros las dejarem os de lado, para no con siderar m ás que
las ideas generales fu n dadas sobre lo qu e llam am os la percepción de
las semejanzas. Preten dem os seguir la m em oria pura, la m em oria
integral, en su esfuerzo con tin u o por in sertarse en el h ábito motriz.
P or este cam in o h arem os con ocer m ejor el papel y la n aturaleza de
esta m em oria; pero tam bién aclararemos quizás, ai con siderarlos bajo
un aspecto com pletam en te particular, las dos n ocion es igualm en te
oscuras de semejanza y generalidad.
Al estrech ar tan cerca com o sea posible las dificultades de orden
psicológico plan teadas en torn o al problem a de las ideas generales
se llegará, creemos, a encerrarlas en este círculo: para gen eralizar es
preciso prim ero abstraer, pero para abstraer útilm en te es preciso ya
saber generalizar. Es en torn o a este círculo qu e gravitan , con cien te
o in con cien tem en te, n om in alism o y con ceptualism o, ten ien do en
su favor cada un a de las dos doctrin as la in suficien cia de la otra. Los
n om in alistas, en efecto, n o retienen de la idea gen eral m ás que su
exten sión , ven en ella sim plem en te u n a serie abierta e in defin ida de
objetos in dividuales. La u n idad de la idea pues no pod rá con sistir
para ellos m ás que en la iden tidad del sím bolo por el cual design am os
in diferen tem en te todos esos objetos distin tos. Si h ace falta creerles,
com en zam os por percibir u n a cosa, luego le adjun tam os u n a palabra:
esa palabra, reforzada p or la facu ltad o el h ábito de exten derse a un
n úm ero in defin ido de otras cosas, se erige en ton ces en idea general.
Pero para qu e la palabra se extien da y sin em bargo se lim ite de ese
m od o a los objetos que design a, aún h ace falta qu e esos objetos
n os presen ten sem ejan zas que, aproxim án dolas un as a otras, los
distin gan de todos los objetos a los cuales n o se aplica la palabra. La
gen eralización n o ocurre pues, parece, sin la con sideración abstracta
de las cualidades com un es, y gradualm en te el n om in alism o va a ser
con du cido a defin ir la idea gen eral p or su com pren sión , y n o ya
solam en te por su exten sión com o preten día de en trada. Es de esta
com pren sión que parte el con ceptualism o. La in teligen cia, según él,
resuelve la u n idad superficial del in dividuo en cualidades diversas,
de las qu e cada una, aislada del in dividuo qu e la lim itaba, devien e
p or eso m ism o represen tativa de un gén ero. En lu gar de con siderar
cada gén ero com o com pren dien do, en acto, un a m ultiplicidad de
objetos, se preten de ah ora p or el con trario que cada objeto encierre,
en potencia, y com o otras tan tas cualidades que retuviera prision e­
ras, un a m ultiplicidad de gén eros. Pero la cuestión es precisam en te
saber si las cualidades in dividuales, in cluso aisladas p or un esfuerzo
de abstracción , no perm an ecen in dividuales com o eran en un prin ­
cipio y si, para erigirlas en gén eros, n o es n ecesario un n uevo paso
del espíritu por cual im pon e prim ero a cada cualidad un n om bre,
luego coleccion a bajo ese n om bre u n a m u ltiplicidad de objetos
in dividuales. La blan cura de u n a azucen a n o es la blan cura de un a
capa de nieve; ellas persisten com o blan cura de azucen a y blan cura
de nieve, aún aisladas de la n ieve y de la azucen a. Sólo ren un cian
a su in dividualidad si tom am os n ota de su sem ejan za para darle
un n om bre com ún : aplican do en ton ces ese n om bre a un n úm ero
in defin ido de objetos sem ejan tes, rem itim os a la cualidad, por un a
especie de rebote, la gen eralidad qu e la palabra h a ido a bu scar en su
aplicación a las cosas. Pero razon an do de este m odo, ¿n o se vuelve al
pun to de vista de la exten sión que se h abía aban don ado en prim er
lugar? Giram os pues realm en te en un círculo: el n om in alism o n os
con duce al con ceptualism o, y el con ceptu alism o al n om in alism o.
La gen eralización n o pu ede h acerse m ás qu e p or u n a extracción de
cualidades com un es; pero las cualidades, para aparecer com un es,
han debido sufrir ya u n trabajo de gen eralización .
Profun dizan do ah ora en estas dos teorías adversas, se les descubri­
ría un postulado com ún : ellas su pon en , la u n a y la otra, qu e partim os
de la percepción de objetos in dividuales. La prim era com pon e el
género por u n a en um eración ; la segu n da la despren de de u n an álisis;
pero en am bos casos es sobre in dividuos, con siderados com o otras
tan tas realidades dadas a la in tuición in m ediata, qu e apoyan el an á­
lisis y la en um eración . H e aqu í el postu lado. A pesar de su eviden cia
aparen te, n o es ni verosím il n i con form e a los h ech os.
A priori, en efecto, parece que la distin ción pu ra de los objetos
in dividuales fuera un lu jo de la percepción , del m ism o m od o qu e la
represen tación clara de las ideas gen erales es un refin am ien to de la
inteligencia. La con cepción perfecta de los gén eros es sin dudas lo
propio del pen sam ien to h u m an o; exige un esfuerzo de reflexión, por
el cual borram os de u n a represen tación las particularidades de tiem po
y de lugar. Pero la reflexión sobre esas particularidades, reflexión sin
la cual la in dividu alidad de los objetos se n os escaparía, su pon e u n a
facu ltad de n otar las diferen cias, y por eso m ism o u n a m em oria de
las im ágen es, qu e es ciertam en te el privilegio del h om bre y de los
an im ales superiores. Parece pues que efectivam en te n o com en zam os
ni por la percepción del in dividu o ni p or la con cepción del gén ero,
sin o p or un con ocim ien to in term edio, por un sen tim ien to con fuso
de cualidad notable o de sem ejan za: este sen tim ien to, alejado tan to
de la gen eralidad plen am en te con cebida com o de la in dividualidad
puram en te percibida, las en gen dra a am bas por vía de disociación . El
an álisis reflexivo lo depura en idea general; la m em oria discrimin ativa
lo solidifica en percepción d e lo in dividual.
Pero esto aparecerá claram en te si se lo rem ite a los orígen es
com pletam en te utilitarios de n uestra percepción de las cosas. Lo
qu e n os in teresa en u n a situ ación dada, lo qu e en prin cipio debe­
m os captar en ella, es el costado por el cual pu ede respon der a un a
ten den cia o a u n a n ecesidad: ah ora bien , la n ecesidad va derech o
a la sem ejan za o a la cualidad, y n o tiene qu e h acer diferen cias
in dividu ales. A ese discern im ien to de lo útil debe lim itarse de
ordin ario la percepción de los an im ales. Es la h ierba en general la
qu e atrae al h erbívoro: el color y el arom a de la h ierba, sen tidos y
padecidos com o fuerzas (n osotros n o llegam os a decir: pen sados
com o cualidades o gén eros), son los ú n icos datos in m ediatos de su
percepción exterior. Sobre ese fon do de gen eralidad o de sem ejan za
su m em oria p od r á h acer valer los con trastes de don de n acerán las
diferen ciacion es; distin gu irá en ton ces un paisaje de otro paisaje, un
cam po de otro cam po; pero esto es, lo repetim os, lo superfluo de
la percepción y n o lo n ecesario. ¿Se dirá que n o h acem os m ás que
retrasar el problem a, qu e sim plem en te lan zam os al in con cien te la
operación p or la cual se despren den las sem ejan zas y se con stituyen
los gén eros? Pero n osotros n o lan zam os n ad a al in con cien te, por la
sim ple razón de qu e en n uestra visión lo que libera aquí la sem ejan za
n o es un esfuerzo de n aturaleza psicológica: esta sem ejan za actúa
objetivam en te com o u n a fuerza, y provoca reaccion es idén ticas en
virtud de la ley com pletam en te física qu e procu ra que los m ism os
efectos de con ju n to se sigan de las m ism as causas profu n das. Por
el h ech o de que el ácido clorh ídrico actú e siem pre de la m ism a
m an era sobre el carbon ato de cal —sea m ár m ol o creta-, ¿direm os
qu e el ácido disciern e en tre las especies los trazos característicos
de un gén ero? Ah ora bien , n o existe diferen cia esen cial en tre la
operación p or la cual este ácido extrae su base de la sal y el acto
de la plan ta que extrae in variablem en te de los suelos m ás diversos
los m ism os elem en tos qu e le deben servir de alim en to. D en ah ora
un paso m ás: im agin en u n a con cien cia ru dim en taria com o puede
ser la de la am eba m ovién dose en u n a gota de agua: el an im alillo
sen tirá la sem ejan za, y n o la diferen cia, de las diversas sustan cias
orgán icas que puede asim ilar. En resu m en , se sigu e del m in eral a
la plan ta, de la plan ta a los seres con cien tes m ás sim ples, del an i­
m al al h om bre, el progreso de la operación p or la cual las cosas y
los seres tom an de su en torn o lo qu e les atrae, lo qu e les in teresa
prácticam en te, sin que ten gan n ecesidad de abstraer, sen cillam en te
por qu e el resto del en torn o perm an ece para ellos sin asidero: esta
iden tidad de reacción an te accion es su perficialm en te diferen tes es
el germ en que la con cien cia h u m an a desarrolla en ideas gen erales.
Reflexión ese, en efecto, sobre el destin o de n uestro sistem a ner­
vioso, tal com o parece deducirse de su estructura. Vem os aparatos
de percepción m uy diversos, todos ligados por in term edio de los
cen tros a los m ism os aparatos m otores. La sen sación es inestable;
puede tom ar los m atices m ás variados; en cam bio el m ecan ism o
m otor, un a vez m on tado, fun cion ará in variablem en te de la m ism a
man era. Se pueden pues su pon er percepcion es tan diferentes com o
sea posible en sus detalles superficiales: si ellas son seguidas por las
m ism as reacciones m otrices, si el organ ism o puede extraer de ellas
los m ism os efectos útiles, si im prim en al cuerpo la m ism a actitud,
algo com ún se despren derá de ellas, y la idea gen eral h abrá sido así
sen tida, padecida, an tes de ser represen tada. H en os aquí pues en fin
liberados del círculo en el qu e parecíam os en cerrados en un prin cipio.
Decíam os que para gen eralizar h ace falta abstraer las semejan zas,
pero para despren der útilm en te la sem ejan za, es preciso saber ya
generalizar. La verdad es que n o existe círculo, por qu e la sem ejan za
de la qu e parte el espíritu cuan do en un prin cipio abstrae, n o es la
sem ejan za en la que desem boca cuan do gen eraliza con cien temen -
te. Aquella de la que parte es un a sem ejan za sen tida, vivida, o si
ustedes quieren , actuada autom áticam en te. Est a en la que recae es
u n a sem ejan za in teligen tem en te percibida o pen sada. Y es precisa­
m en te en el curso de este progreso qu e se con struyen , por el doble
esfuerzo del en ten dim ien to y de la m em oria, la percepción de los
in dividuos y la con cepción de los gén eros, la m em oria in jertan do
distin cion es sobre las sem ejan zas espon tán eam en te abstraídas, el
en ten dim ien to despren dien do del h ábito de las sem ejan zas la idea
clara de la gen eralidad. Esta idea de gen eralidad n o era en el origen
m ás qu e n uestra con cien cia de un a coin ciden cia de actitu d en un a
diversidad de situacion es; era el h ábito m ism o, escalan do de la esfera
de los m ovim ien tos h acia la del pen sam ien to. Pero, de los géneros
así esbozados m ecán icam en te por el h ábito, h em os pasado por un
esfuerzo de reflexión con sum ado sobre esta operación m ism a a la idea
general delgénero\ y u n a vez con stituida esta idea, h em os con struido,
esta vez volun tariam en te, un n úm ero ilim itado de n ocion es gen era­
les. N o es n ecesario seguir aqu í a la in teligen cia en el detalle de esta
con strucción . Lim itém on os a decir qu e el en ten dim ien to, im itan do
el trabajo de la naturaleza, h a m on tado tam bién él aparatos motores,
esta vez artificiales, lim itados en n úm ero, para h acerlos respon der a
u n a m u ltitu d ilim itada de objetos in dividuales: el con ju n to de estos
m ecan ism os es la palabra articulada.
Lejos se está de que estas dos operacion es divergen tes del espíri­
tu, u n a a través de la cual disciern e in dividuos, la otra por la cual
con struye gén eros, exijan el m ism o esfuerzo y progresen con igual
rapidez. La prim era, no reclam an do m ás que la in terven ción de la
m em oria, se cu m ple desde el com ien zo de n uestra experien cia; la
segu n da se persigue in defin idam en te sin acabarse jam ás. La prim era
con duce a con stituir imágen es estables que, a su turn o, se almacen an
en la m em oria; la segun da form a represen tacion es in estables y eva­
nescentes. Deten gám on os sobre este ú ltim o pun to. Tocam os aqu í
un fen óm en o esencial de la vida mental.
La esen cia de la idea gen eral, en efecto, es la de m overse sin cesar
en tre la esfera de la acción y la de la m em oria pura. Volvam os en
efecto al esquem a qu e ya h em os trazado. En S está la percepción
actual que ten go de m i cuerpo, es decir de un cierto equilibrio sen so-
m otor. Sobre la superficie de la base AB estarán dispu estos, si se
quiere, m is recuerdos en su totalidad. En el con o así determ in ado,
la idea gen eral oscilará con tin u am en te entre el vértice S y la base
AB. En S tom aría la for m a bien n ítida de u n a actitu d corporal o
de un a palabra pron u n ciada; en AB revestiría el aspecto, n o m en os
n ítido, de m iles de im ágen es in dividuales en las que ven dría a es­
trellarse su frágil un idad. Y por eso u n a psicología qu e se aten ga a
lo completamente hecho, qu e n o con ozca m ás que cosas e ign ore los
progresos, no percibirá de este m ovim ien to m ás qu e las extrem idades
entre las que oscila; un as veces h ará coin cidir la idea gen eral con la
acción que la ejecuta o la palabra que la expresa, otras veces con las
im ágen es m últiples en n úm ero in defin ido qu e son su equivalen te
en la m em oria. Pero la verdad es que la idea gen eral se n os escapa
desde que preten dem os fijarla en un a o en la otra de esas dos ex­
trem idades. Ella con siste en la doble corrien te qu e va de u n a a la
otra, siem pre lista sea a cristalizarse en palabras pron u n ciadas, sea
a evaporarse en recuerdos.
Esto equivale a decir qu e en tre los
m ecan ism os sen so-m otores represen­
tados por el pu n to S y la totalidad de
los recuerdos dispuestos en AB h ay
sitio, com o lo dejábam os presen tir
en el capítulo preceden te, para miles
y m iles de repeticion es de n uestra
vida psicológica, represen tadas por
otr as t an tas seccion es d el m ism o
con o, A ’B’, A ” B” , etc. Ten d em os
a dispersarn os en AB a m edida que
n os apartam os m ás de n uestro estado sen sorial y m otor para vivir la
vida del en sueñ o; ten dem os a con cen trarn os en S a m edida que n os
ligam os m ás firm em en te con la realidad presen te, respon dien do a
través de reaccion es m otrices a excitacion es sen soriales. D e h ech o,
el yo n orm al n o se fija jam ás a un a de estas posicion es extremas; se
m ueve en tre ellas, ad opta un a por vez las posicion es represen tadas
p or las seccion es in term edias, o en otros térm in os, da a sus repre­
sen tacion es ju sto lo suficien te de im agen y ju sto lo suficien te de
idea para que ellas pu edan con currir útilm en te a la acción presente.

D e esta con cepción de la vida men tal in ferior pueden deducirse las
leyes de asociación de las ideas. Pero an tes de profun dizar este pun to,
m ostrem os la in suficien cia de las teorías corrien tes de la asociación .
Es in discutible que toda idea que surge en el espíritu tien e una
relación de sem ejan za o de con tigüidad con el estado men tal anterior;
pero un a afirm ación de este tipo n o n os in form a sobre el m ecan ism o
de la asociación e in cluso, a decir verdad, n o n os en señ a absolu ta­
m en te n ada. Se buscarían van am en te, en efecto, dos ideas qu e no
tuvieran en tre sí algún rastro de sem ejan za o qu e n o se tocaran por
algún costado. ¿Se h abla de semejan za? Por m ás profun das que sean
las diferencias qu e separan dos im ágen es se h allará siem pre, al subir
la altura suficien te, un gén ero com ún al cual am bas perten ecen , y
en con secuen cia u n a sem ejan za que les sirve de enlace. ¿Se con sidera
la con tigüidad? U n a percepción A, com o lo decíam os m ás arriba,
n o evoca por «con tigü idad» u n a vieja im agen B m ás qu e si ella
n os recuerda prim ero un a im agen A ’ qu e se le parece, pues es un
recuerdo A ’, y n o la percepción A, quien con tacta realmen te con B
en la m em oria. Por m ás alejados que se su pon gan pues los dos tér­
m in os A y B el un o del otro, siem pre se p od r á establecer en tre ellos
u n a relación de con tigü idad en tan to el térm in o que se in tercala A’
m an tien e con A un a sem ejan za suficien tem en te lejan a. Esto equivale
a decir que en tre dos ideas cualquiera, escogidas al azar, siem pre
existe sem ejan za y, si se quiere, siem pre h ay con tigü idad, de suerte
qu e al descubrir un a relación de con tigü idad o de sem ejan za entre
dos represen tacion es qu e se suceden , n o se explica en absoluto por
qué un a evoca a la otra.
La verdadera cuestión es saber cóm o opera en la percepción pre­
sen te la selección en tre u n a in fin idad de recuerdos que se parecen
todos p or algún lado, y por qu é uno sólo de en tre ellos —este m ás
bien que aquel- em erge a la luz de la con cien cia. Pero el asociacio­
n ismo no puede respon der a esta cuestión , ya qu e h a erigido las ideas
y las im ágen es en en tidades in depen dien tes, flotan do a la m an era
de los átom os de Epicuro en un espacio in terior, aproxim án dose,
en gan ch án dose en tre ellas cuan do el azar con duce a un as a la esfera
de atracción de las otras. Y al ah on dar en la doctrin a sobre este
pun to, se vería qu e su error h a sido el de intelectualizar dem asiado
las ideas, el de atribuirles u n rol com pletam en te especulativo, el de
h aber creído que ellas existen para sí m ism as y n o para n osotros, el
de h aber descon ocido la relación qu e ellas tienen con la actividad
del querer. Si los recuerdos pu lu lan in diferen tes en u n a con cien ­
cia inerte y am orfa, n o h ay n in gun a razón para que la percepción
presen te atraiga preferen tem en te a un o de ellos: sólo p od r ía pues
con statar el en cuen tro u n a vez produ cido, y h ablar de sem ejan za o
de con tigüidad, lo que en el fon do equivale a recon ocer vagam en te
que los estados de con cien cia tienen afin idades en tre sí.
Pero in cluso sobre esta afin idad, que tom a la doble form a de la
con tigüidad y de la sem ejan za, n o pu ede el asociacion ism o p r o­
porcion ar n in gun a explicación . La ten den cia gen eral a asociarse
perm an ece en esta doctrin a tan oscura com o las form as particulares
de la asociación . H abien do erigido los recuerdos-im ágen es in divi­
duales en cosas com pletam en te h ech as, dadas así tal cual al curso
de n uestra vida m en tal, el asociacion ism o se reduce a su pon er entre
esos objetos atraccion es m isteriosas, de las qu e in cluso n o se podría
decir por adelan tado, com o en la atracción física, a través de qué
fen óm en os se m an ifestarán . ¿Por qué u n a im agen que en h ipótesis
se basta a sí m ism a aspiraría en efecto a agregarse a otras imágenes,
o semejantes, o dadas en con tigü idad con ella? La verdad es que esta
im agen in depen dien te es un produ cto artificial y tardío del espíritu.
D e h ech o, percibim os las sem ejan zas an tes qu e los in dividuos que
se asem ejan , y en u n agregado de partes con tiguas, el todo an tes que
las partes. Vam os de la sem ejan za a los objetos sem ejan tes, bordan do
sobre la sem ejan za ese pañ o com ún , la variedad de las diferencias
in dividuales. Y vam os tam bién del tod o a las partes, a través de un
trabajo de descom posición cuya ley se verá m ás adelan te, y que
con siste en parcelar, para m ayor com od idad de la vida práctica, la
con tin u idad de lo real. La asociación no es pues el h ech o prim itivo;
es a través de un a disociación que com en zam os, y la ten den cia de
todo recuerdo a agregarse a otros se explica a través de un retorn o
n atural del espíritu a la u n idad in divisa de la percepción .
Pero descubrim os aquí el vicio radical del asociacion ism o. Estan do
dada una percepción presente que form a con diversos recuerdos varias
asociacion es sucesivas u n a tras otra, decíam os qu e h ay dos man eras
de con cebir el m ecan ism o de esta asociación . Se pu ede su pon er
que la percepción perm an ece idén tica a sí m ism a, verdadero átom o
psicológico al qu e se le agregan otras de ellas a m edida que pasan
a su lado. Tal es el pu n to de vista del asociacion ism o. Pero existe
u n a segun da m an era y es precisam en te aquella que h em os in dicado
en n uestra teoría del recon ocim ien to. H em os supuesto que n uestra
person alidad en tera, con la totalidad de n uestros recuerdos, en traba
in divisa en n uestra percepción presente. En ton ces, si esta percepción
evoca diferentes recuerdos un o por vez, n o es p or u n a agregación m e­
cán ica de elementos cada vez m ás n um erosos que ella atraería in móvil
a su alrededor; es por u n a dilatación de n uestra en tera con cien cia
que, exten dién dose en ton ces sobre u n a superficie m ás vasta, puede
em pu jar m ás lejos el in ven tario detallado de su riqueza. D el m ism o
m odo un cúm ulo n ebuloso, visto a través de telescopios cada vez
m ás poten tes, se resuelve en un n úm ero crecien te de estrellas. En la
prim era h ipótesis (que sólo tien e de su parte su aparen te sim plicidad
y su an alogía con un atom ism o m al com pren dido), cada recuerdo
con stituye u n ser in depen dien te y fijo, del qu e n o se pu ede decir ni
p or qu é aspiraría a agregarse a otros, n i cóm o escoge, para asociár­
selos en virtud d e u n a con tigü idad o de u n a sem ejan za, en tre miles
de recuerdos que ten drían iguales derech os. H ace falta su pon er que
las ideas se en trech ocan al azar, o qu e se ejercen en tre ellas fuerzas
m isteriosas, y ten em os todavía en su con tra el testim on io de la con ­
cien cia, que n o n os m u estra jam ás h ech os psicológicos flotan do en
estado in depen dien te. En la segun da, un o se lim ita a con statar la
solidaridad de los h ech os psicológicos, siempre dados con jun tam en te
a la con cien cia in m ediata com o un todo in diviso que sólo la reflexión
troza en fragm en tos distin tos. Lo qu e es preciso explicar en ton ces n o
es ya la coh esión de los estados in tern os, sin o el doble m ovim ien to de
con tracción y de expan sión p or el cual la con cien cia en coge o en san ­
ch a el desarrollo de su con ten ido. Pero este m ovim ien to se deduce,
com o vam os a ver, de las n ecesidades fun dam en tales de la vida; y es
fácil ver tam bién p or qu é las «asociacion es» que parecem os form ar
a lo largo de este m ovim ien to agotan todos los grados sucesivos de
la con tigü idad y de la sem ejan za.
En efecto, su pon gam os un in stan te que n uestra vida psicológica
se reduce a las solas fun cion es sen so-m otoras. En otros térm in os,
ubiquém on os en la figura esquem ática que h em os trazado (pág. 168),
en ese pu n to S que correspon dería a la m ayor sim plificación posible
de n uestra vida m en tal. En ese estado, toda percepción se prolon ga
ella m ism a en reaccion es apropiadas, pues las percepcion es an álogas
an teriores h an m on tado aparatos m otores m ás o m en os com plejos
qu e n o esperan, para en trar en ju ego, m ás qu e la repetición del
m ism o llam ado. Ah ora bien existe en ese m ecan ism o un a asociación
por semejanza, puesto que la percepción presen te actú a en virtu d de
su sim ilitud con las percepcion es pasadas, y h ay ah í tam bién un a
asociaciónpor contigüidad, puesto que los m ovim ien tos consecutivos a
esas an tiguas percepcion es se reproducen , e in cluso pueden en trañ ar
para su serie un n úm ero in defin ido de accion es coordin adas con la
prim era. Aqu í captam os pues, en su m ism a fuen te y casi con fu n di­
das —no pen sadas, sin du das, sin o actu adas y vividas- la asociación
por sem ejan za y la asociación p or con tigü idad. N o son aqu í form as
con tin gen tes de n uestra vida psicológica. Represen tan los dos aspec­
tos com plem en tarios de u n a ú n ica y m ism a ten den cia fun dam en tal,
la ten den cia de todo organ ism o a extraer de u n a situación dada lo
que tien e de útil y a alm acen ar la reacción eventual, bajo la form a de
h ábito m otriz, para h acerla servir en situacion es del m ism o género.
Tran sportém on os ah ora de un sólo salto a la otra extrem idad de
n uestra vida m en tal. Pasem os, según n uestro m étodo, de la existen ­
cia psicológica sim plem en te «actuada» a la qu e sería exclusivamen te
«soñ ada». Ubiqu ém on os, en otros térm in os, sobre esa base AB de la
m em oria (pág. 168) en qu e se dibu jan en sus m ín im os detalles todos
los acon tecim ien tos de n uestra vida tran scurrida. U n a con cien cia
que, liberada de la acción , tuviera así bajo su m irada la totalidad de
su pasado, n o ten dría n in gu n a razón par a fijarse sobre u n a parte de
ese pasado an tes qu e sobre otro. En un sen tido, todos sus recuerdos
diferirían de su percepción actual, pues si se los tom a en la m ulti­
plicidad de sus detalles, n un ca dos recuerdos son idén ticos. Pero,
en otro sen tido, un recuerdo cualquiera pod ría ser relacion ado a la
situación presen te: bastaría desaten der, en esta percepción y en este
recuerdo, los detalles suficien tes para qu e la sola sem ejan za aparezca.
Por otra parte, un a vez ligado el recuerdo con la percepción , a un
tiem po se un irán a la percepción un a m u ltitu d de acon tecim ien tos
con tigu os al recuerdo, m u ltitu d in defin ida que sólo se lim itaría en el
pu n to en que eligiera deten erse. Las n ecesidades de la vida n o están
ya ah í para regular el efecto de la sem ejan za y en con secuen cia de
la con tigü idad, y com o en el fon do todo se asem eja, se deduce que
todo puede asociarse. H ace un m om en to, la percepción actual se
prolon gaba en m ovim ien tos determ in ados; ah ora ella se disuelve en
u n a in fin idad de recuerdos igualm en te posibles. En AB la asociación
con du ciría pues a un a elección arbitraria; en S a un trayecto fatal.
Pero estos no son m ás que dos lím ites extremos don de el psicó­
logo debe colocarse cada vez para com odidad del estudio y que, de
h ech o, n o son jam ás alcan zados. N o existe, al m en os en el h om bre,
u n pu r o estado sen so-m otor, al igual qu e n o existe en él vida im agi­
n ativa sin u n substrato de vaga actividad. Nu estra vida psicológica
n orm al oscila, decíam os, entre esas dos extrem idades. D e un lado
el estado sen so-m otor S orien ta a la m em oria, de la que n o es en
el fon do más que la extrem idad actual y activa; y de otra parte esta
m ism a m em oria, con la totalidad de n uestro pasado, ejerce un em ­
pu je h acia delan te para in sertar en la acción presen te la m ayor parte
posible de sí mism a. D e ese doble esfuerzo resultan , en todo in stan te,
un a m u ltitud in defin ida de estados posibles de la m em oria, estados
represen tados por los cortes A ’B’, A ” B” , etc., de n uestro esquem a.
Estas son , decíam os, otras tan tas repeticion es de n uestra en tera vida
pasada. Pero cada un o de esos cortes es m ás o m en os am plio, según
que ella se aproxim e m ás a la base o al vértice; y adem ás, cada u n a de
esas representacion es com pletas de n uestro pasado n o trae a la luz de
la con cien cia más que lo que pu ede en cuadrarse en el estado sen so-
m otor, en con secuen cia, lo que se asem eja a la percepción presen te
desde el pun to de vista de la acción a cum plir. En otros térm in os, la
m em oria integral respon de al llam ado de un estado presen te a través
de dos m ovim ien tos sim ultán eos, un o de traslación , por el cual se
presen ta entera al en cuen tro de la experien cia con trayén dose m ás o
m en os de este m odo, sin dividirse, en vista de la acción ; el otro de
rotación sobre sí m ism a, p or el cual se orien ta h acia la situación del
m om en to para presen tarle la cara m ás útil. A esos diversos grados
de con tracción correspon den las form as variadas de la asociación
por semejanza.
T o d o pasa pues com o si en esas miles y miles de reduccion es
posibles de n uestra vida pasad a n uestros recuerdos estuvieran repe­
tidos un n úm ero in defin ido de veces. Ellos tom an u n a for m a m ás
gen eral cuan do la m em oria m ás se estrech a, m ás person al cuan do
se dilata, y en tran así en u n a m u ltitu d ilim itada de «sistem atizacio­
nes» diferentes. U n a palabra pron u n ciada a m i oído en un a len gua
extran jera puede h acerm e pen sar en esta len gu a en gen eral o en un a
voz que la pron u n ciaba d e cierta m an era en otra oportu n idad. Esas
dos asociacion es p or sem ejan za no se deben a la llegada acciden tal
de dos represen tacion es diferen tes qu e el azar h abría acarreado un a
por vez a la esfera de atracción de la percepción actual. Ellas res­
pon den a dos disposiciones m en tales diversas, a dos grados distin tos
de ten sión de la m em oria, aqu í m ás pr óxim a de la im agen pura, allí
m ás dispu esta a la réplica in m ediata, es decir a la acción . Clasificar
esos sistem as, buscar la ley que los liga respectivam en te a los diver­
sos «ton os» de n uestra vida men tal, m ostrar cóm o cada un o de esos
ton os está determ in ado él m ism o por las n ecesidades del m om en to y
tam bién por el grado variable de n uestro esfuerzo person al, sería un a
em presa difícil: tod a esta psicología está aú n por h acerse, y n osotros
n o querem os p or el m om en to in ten tarlo. Pero cada un o de n osotros
sien te qu e efectivam en te esas leyes existen , y que existen relaciones
estables de ese gén ero. Sabem os, por ejem plo, cuan do leem os un a
novela de an álisis, que ciertas asociacion es de ideas qu e se n os pin tan
son verdaderas, que h an podido ser vividas; otras n os ch ocan o n o
n os dan la im presión de lo real, porque sen tim os allí el efecto de un a
aproxim ación m ecán ica entre niveles diferen tes del espíritu, com o
si el au tor n o h ubiera sabido m an ten erse sobre el plan o de la vida
m en tal qu e h abía escogido. La m em oria tien e por tan to sus grados
sucesivos y distin tos de ten sión o de vitalidad, difíciles de defin ir,
sin dudas, pero que el pin tor del alm a n o pu ede con fun dir en tre sí
im pun em en te. La patología viene adem ás a con firm ar aqu í —con
ejem plos bu rdos, es cierto- un a verdad cuyo in stin to ten em os todos.
En las «am n esias sistem atizadas» de los h istéricos, por ejem plo, los
recuerdos qu e parecen abolidos están realm en te presen tes; pero se
relacion an todos sin dudas a un cierto ton o determ in ado de vitalidad
in telectual don de el sujeto ya n o pu ede colocarse.
Si de este m odo existen, en n úm ero in defin ido, planos diferentes
para la asociación p or sem ejan za, sucede lo m ism o en la asociación
p or con tigü idad. En el plan o extremo qu e represen ta la base de la
m em oria, n o h ay recuerdo qu e no esté ligado por con tigü idad a la
totalidad de los acon tecim ien tos que le preceden y tam bién de aque­
llos qu e le siguen . M ien tras qu e en el pu n to en que n uestra acción
se con cen tra en el espacio, la con tigü idad no con duce, bajo la form a
de m ovim ien to, m ás que la reacción in m ediatam en te con secutiva a
un a percepción an terior semejan te. D e h ech o, toda asociación por
con tigü idad im plica un a posición del espíritu in term edia en tre estos
dos lím ites extremos. Si se supon en , todavía aquí, u n a m u ltitu d de
repeticion es posibles de la totalidad de n uestros recuerdos, cada un o
de estos ejemplares de n uestra vida tran scurrida se recortará, a su
man era, en secciones determ in adas, y el m od o de división n o será
el m ism o si se pasa de un ejem plar a otro, por qu e cada un o de ellos
está caracterizado precisam en te p or la n aturaleza de los recuerdos
dom in an tes a los cuales se adosan los otros recuerdos com o a pu n tos
de apoyo. Por ejem plo, cuan to un o m ás se aproxim a a la acción , m ás
la con tigüidad tien de a participar de la sem ejan za y a distin guirse
así de un a sim ple relación de sucesión cron ológica: es así que no
se podría decir de las palabras de un idiom a extran jero, cuan do se
evocan unas a otras en la m em oria, si estas se asocian por sem ejan za
o por con tigüidad. Por el con trario, cuan to m ás n os separam os de
la acción real o posible, m ás la asociación por con tigü idad tien de
pura y sen cillam en te a reproducir las imágen es con secutivas de n ues­
tra vida pasada. Es im posible entrar aqu í en un estudio profu n do
de estos diversos sistem as. Bastará h acer n otar que estos n o están
form ados de recuerdos yuxtapuestos cual si fueran átom os. Existen
siem pre algun os recuerdos dom in an tes, verdaderos pu n tos brillantes
alrededor de los cuales los otros form an u n a n ebu losidad vaga. Esos
pun tos brillantes se m u ltiplican a m edida qu e se dilata n uestra m e­
m oria. El proceso de localización de un recuerdo en el pasado, por
ejem plo, no con siste en absolu to, com o se h a dich o, en sum ergirse
com o en un saco en la m asa de n uestros recuerdos par a retirar de él
recuerdos cada vez m ás aproxim ados en tre los cuales ten drá su lu gar
el recuerdo a localizar. ¿Por cuál dich osa suerte ech aríam os m an o
ju stam en te a un n úm ero crecien te de recuerdos in tercalados? El
trabajo de localización con siste en realidad en un esfuerzo crecien te
de expansión, por el cual la m em oria, siem pre presen te en teram en te
a sí m ism a, extiende sus recuerdos sobre u n a superficie cada vez m ás
am plia y acaba así por distin guir de un cúm ulo h asta ese m om en to
con fuso el recuerdo que n o en con traba su lugar. Aqu í tam bién la
patología de la m em oria n os proporcion aría p or su parte datos in s­
tructivos. En la am n esia retrógrada, los recuerdos qu e desaparecen
de la con cien cia son probablem en te con servados sobre los plan os
extrem os de la m em oria, y el sujeto podrá en con trarlos allí por un
esfuerzo excepcion al, com o aquel que se produ ce en el estado de h ip­
n otism o. Pero sobre los plan os in feriores estos recuerdos esperarían ,
en cierto m odo, la im agen dom in an te a la cual pudieran adosarse.
Este ch oqu e brusco, esta em oción violen ta, será el acon tecim ien to
decisivo al cual se ligarán : y si este acon tecim ien to, en razón de su
carácter repen tin o, se despega del resto de n uestra h istoria, ellos lo
seguirán en el olvido. Se con cibe pues que el olvido con secutivo a
un ch oque, físico o m oral, com pren da los acon tecim ien tos in m e­
diatam en te an teriores, fen óm en o bien difícil de explicar en todas las
otras con cepcion es de la memoria. Notém oslo de pasada: si se rechaza
atribuir algun a espera de ese tipo a los recuerdos recien tes e in cluso
relativam en te alejados, el trabajo n orm al de la m em oria se volverá
in inteligible. Pues todo acon tecim ien to cuyo recuerdo se h a im preso
en la m em oria, p or m ás sim ple que se lo su pon ga, h a ocu pado un
cierto tiem po. Las percepcion es qu e h an llen ado el prim er período
de este in tervalo, y qu e form an ah ora un recuerdo in diviso con las
percepcion es con secutivas, estaban pues realm en te «en el aire» en
tan to la parte decisiva del acon tecim ien to n o se h abía produ cido
aú n . En tre la desaparición de un recuerdo con su s diversos detalles
prelim in ares y la abolición , a través de la am n esia retrógrada, de un
n úm ero m ayor o m en or de recuerdos an teriores a un acon tecim ien to
dado, h ay pues u n a sim ple diferen cia de grado y n o de n aturaleza.

D e estas diversas con sideracion es sobre la vida m en tal in ferior deri­


varía u n a cierta con cepción del equilibrio in telectual. Este equilibrio
n o será m alogrado eviden temen te m ás qu e por la perturbación de los
elem en tos qu e le sirven de materia. Aqu í no p od r ía ser cuestión de
abordar los problem as de patología mental: sin em bargo no podem os
eludirlos en teram en te, puesto qu e bu scam os determ in ar la relación
exacta del cuerpo con el espíritu.
H em os su pu esto qu e el espíritu recorría sin cesar el in tervalo
com pr en dido en tre sus dos límites extrem os, el plan o de la acción y
el plan o del sueñ o. ¿Se trata de u n a decisión a tomar? Con cen tran do,
organizando la totalidad de su experien cia en aquello que llam am os
su carácter, él la h ará con verger h acia accion es en las qu e ustedes
encontrarán la forma imprevista que la person alidad le im prim e, con
el pasado sirviéndole de materia; pero la acción n o será realizable
m ás que si acaba de en cuadrarse en la situación actual, es decir en
ese con jun to de circun stan cias qu e n acen de un a cierta posición
determ in ada del cuerpo en el tiem po y en el espacio. ¿Se trata de un
trabajo intelectual, de un a con cepción a form ar, de un a idea m ás o
m en os general a extraer de la m ultiplicidad de los recuerdos? Por un a
parte se deja un gran m argen a la fan tasía, p or otra al discern im ien to
lógico: pero la idea, para ser viable, deberá con tactar con la realidad
presen te por algún costado, es decir poder gradualm en te y a través
de disminuciones o con traccion es progresivas de sí m ism a, ser m ás o
m en os actuada por el cuerpo al m ism o tiem po qu e represen tada por
el espíritu. Nuestro cuerpo, con las sen sacion es qu e recoge por un
lado, y los movim ien tos que es capaz de ejecutar p or el otro, es pues
efectivamente lo qu e fija n uestro espíritu, lo qu e le d a el lastre y el
equilibrio. La actividad del espíritu desborda in fin itam en te la m asa
de los recuerdos acum ulados, com o esta m asa m ism a de recuerdos
desborda infin itamente las sen sacion es y los m ovim ien tos de la h ora
presen te; pero esas sensaciones y esos m ovim ien tos con dicion an lo
que se podría llam ar la atención a la vida, y p or eso en el trabajo
n ormal del espíritu todo depen de de su coh esión, com o un a pirám ide
que se sostendría de pie sobre su pun ta.
Éch ese además un vistazo sobre la estructura fin a del sistem a ner­
vioso tal como descubrim ien tos recientes lo h an revelado. En todas
partes se creerá percibir conductores, en n in gun a parte centros. H ilos
colocados de prin cipio a fin y cuyas extrem idades se aproxim an sin
dudas cuan do la corrien te pasa, h e aqu í todo lo qu e se ve. Y h e aqu í
quizás todo lo que hay, si es verdad qu e el cuerpo n o es m ás qu e un
lugar de encuentro entre las excitaciones recibidas y los m ovim ien tos
ejecutados, así com o lo h em os supuesto en todo el curso de n uestro
trabajo. Pero esos h ilos que recogen con m ocion es o excitacion es
del m edio exterior y que las devuelven bajo for m a de reacciones
apropiadas, esos h ilos tan sabiam en te ten didos de la periferia a la
periferia, aseguran ju stam en te a través de la solidez de sus con exion es
y la precisión de sus en trecruzam ien tos el equilibrio sen so-m otor del
cuerpo, es decir su adaptación a la situación presen te. Relajen esta
ten sión o rom pan este equilibrio: todo pasará com o si la aten ción
se despegara de la vida. El sueñ o y la alien ación n o parecen ser otra
cosa m u y distin ta.
H ablábam os h ace un m om en to de la reciente h ipótesis qu e atribu­
ye el dorm ir a u n a in terrupción de la solidaridad en tre las n euron as.
In cluso si un o no acepta esta h ipótesis (con firm ada n o obstan te a
través de curiosas experiencias), será preciso supon er duran te el sueño
profun do al m en os un a in terrupción fun cion al de la relación estable­
cida en el sistem a n ervioso entre la excitación y la reacción m otriz.
D e suerte que el sueñ o sería siem pre el estado del espíritu en el que
la aten ción n o es fijada p or el equilibrio sen so-m otor del cuerpo. Y
parece cada vez m ás probable que esta disten sión del sistem a nervioso
esté debida a la in toxicación de sus elem en tos por los produ ctos n o
elim in ados de su actividad en el estado de vigilia. Ah ora bien, el sueñ o
im ita en todo pu n to a la alien ación . N o solam en te se en cuen tran en
el sueñ o todos los sín tom as psicológicos de la locura —al pu n to que
la com paración en tre estos dos estados h a deven ido trivial- sin o que
la alien ación parece ten er su origen igualm en te en un agotam ien to
cerebral, el cual estaría causado, com o la fatiga n orm al, por la acu­
m ulación de ciertos ven en os específicos en los elem en tos del sistem a
n ervioso4. Se sabe qu e la alien ación es a m en udo con secutiva a las
en ferm edades in fecciosas, y se sabe adem ás que todos los fen óm en os
de la locu ra pueden reproducirse experim en talm en te con drogas5.
¿N o es probable, desde en ton ces, que la ru ptu ra del equilibrio m en ­
tal en la alien ación sólo se deba sen cillam en te a u n a perturbación
de las relacion es sen so-m otrices establecidas en el organ ism o? Esta

4 Esta idea h a sido desarrollada recientemente por diversos autores. Se encontrará


su exposición sistemática en el trabajo de CO W LES, The mechanism o f insanity
CAmerican Jou rn al o f Insanity, 1890-91).
5Ver sobre todo M O REAU D ETO U RS, Du hachisch, Paris, 1845.
perturbación bastaría para crear un a especie de vértigo psíqu ico, y
para provocar de este m odo qu e la m em oria y la aten ción pierdan
contacto con la realidad. Léan se las descripcion es dadas p or ciertos
locos de su nacien te en ferm edad: se verá qu e experim en taban con
frecuencia un sen tim ien to de extrañ eza o, com o ellos dicen , de
«n o-realidad», com o si las cosas percibidas perdieran para ellos su
relieve y su solidez6. Si n uestros an álisis son exactos, el sen tim ien to
concreto que ten emos de la realidad presen te con sistiría en efecto
en la con cien cia que t om am os de los m ovim ien tos efectivos a través
de los cuales nuestro organ ism o respon de n aturalm en te a las exci­
taciones; de suerte que ah í don de las relacion es en tre sen sacion es y
movimientos se relajan o se ech an a perder, el sen tido de lo real se
debilita o desaparece7. Aqu í h abría que h acer adem ás un m on tón de
distinciones, no solam en te en tre las diversas form as de alien ación ,
sino tam bién entre la alien ación propiam en te dich a y esas escisio­
nes de la person alidad que u n a psicología reciente h a aproxim ado
tan curiosam en te a ella8. En esas en ferm edades de la person alidad,
parece que grupos de recuerdos se sueltan de la m em oria cen tral
y renuncian a su solidaridad con los otros. Pero es raro qu e n o se
observen tam bién escision es con com itan tes de la sen sibilidad y de
la m otricidad9. N o pod em os evitar ver en estos últim os fen óm en os
el verdadero substrato m aterial de los prim eros. Si es verdad que
nuestra vida intelectual descan sa p or com pleto sobre su pu n ta, es
decir sobre las fun cion es sen so-m otrices a través de las cuales ella se
inserta en la realidad presen te, el equilibrio in telectual será diver­
sam en te trastorn ado según qu e esas fun cion es sean lastim adas de
un a u otra man era. Ah ora bien , al lado de las lesion es qu e afectan
la vitalidad general de las fun cion es sen so-m otrices, debilitan do o
abolien do lo que h em os llam ado el sen tido de lo real, existen otras

6 BALL, Lefons sur les m aladies m entales, París, 1890, p. 608 y sig. Cf. un análisis
bien curioso: Visions, a personal narrative {Journ al o f m ental Science, 1896, p. 284).
7Ver más arriba, pág. 145.
8 Pierre JANET, Les accidents m entaitx, París, 1894, p. 292 y sig.
9 Pierre JANET, L’autom atism epsychologiqiie, París, 1889, p. 95 y sig.
qu e se traducen p or u n a dism in u ción m ecán ica, y n o ya din ám ica,
de dich as fun cion es, com o si ciertas con exion es sen so-m otrices se
separaran pu r a y sen cillam en te d e las otras. Si n uestra h ipótesis es
fu n dada, la m em oria será afectada m uy distin tam en te en am bos
casos. En el prim ero, n in gún recuerdo estará distraído, pero todos
estarán m en os atiborrados, m en os sólidam en te orien tados h acia lo
real, de allí u n a verdadera ru ptu ra del equilibrio m en tal. En el se­
gu n do, el equilibrio n o será roto, pero perderá su com plejidad. Los
recuerdos con servarán su aspecto n orm al pero ren un ciarán en parte
a su solidaridad, pues su base sen so-m otriz en lu gar de ser, p or así
decirlo, quím icam en te alterada, estará m ecán icam en te dism in u ida.
Adem ás, en un caso com o en el otro, los recuerdos n o serán direc­
tam en te afectados o lesion ados.
La idea de qu e el cuerpo con serva recuerdos bajo la form a de
dispositivos cerebrales, qu e las pérdidas y las dism in u cion es de la
m em oria con sisten en la destrucción m ás o m en os com pleta de
esos m ecan ism os, y que la exaltación de la m em oria y la alucin ación
con sisten por el con trario en un a exageración de su actividad, no
es pues con firm ada ni por el razon am ien to ni p or los h ech os. La
verdad es que h ay un caso, un o sólo, en que la observación parece­
ría sugerir en un prin cipio esta visión : h ablam os de la afasia, o m ás
gen eralm en te de los trastorn os del recon ocim ien to auditivo o visual.
Se trata del ún ico caso en qu e se puede asign ar a la en ferm edad un a
sede con stan te en u n a circun volución determ in ada del cerebro; pero
precisam en te tam bién es el caso en el qu e n o se asiste a la rem oción
m ecán ica e in m ediatam en te defin itiva de tales y cuales recuerdos,
sin o m ás bien al debilitam ien to gradual y fun cion al del con ju n to de
la m em oria in teresada. Y h em os explicado cóm o la lesión cerebral
p od ía ocasion ar este debilitam ien to, sin que h aga falta su pon er de
n in gun a m an era u n a provisión de recuerdos acum ulados en el ce­
rebro. Las que son realm en te afectadas son las region es sen soriales
y m otrices correspon dien tes a ese tipo de percepción y sobre todo
las anexas que perm iten accion arlas in teriorm en te, de suerte qu e el
recuerdo, n o en con tran do ya de qué tom arse, term in a p or deven ir
prácticam en te im poten te: ah ora bien , en psicología, im poten cia
sign ifica in con cien cia. En todos los otros casos la lesión observada
o supuesta, n un ca n ítidam en te localizada, actú a a través de la per­
turbación que acarrea al con ju n to de las con exion es sen so-m otrices,
sea que altere esta m asa sea qu e la fragm en te: de ah í un a ruptura
o un a sim plificación del equilibrio in telectual y, de rebote, el des­
orden o la disyun ción de los recuerdos. La doctrin a qu e h ace de la
m em oria un a fun ción in m ediata del cerebro, doctrin a que plan tea
dificultades teóricas in salvables, doctrin a cuya com plicación desafía
toda im agin ación y cuyos resultados son in com patibles con los datos
de la observación in terior, no pu ede in cluso con tar con el apoyo de
la patología cerebral. Tod o s los h ech os y todas las an alogías están
a favor de un a teoría que no vería en el cerebro m ás que un in ter­
m ediario entre las sen sacion es y los m ovim ien tos, que h aría de este
con ju n to de sen sacion es y m ovim ien tos la pu n ta extrem a de la vida
m en tal, pu n ta sin cesar in serta en el tejido de los acon tecim ien tos y
que, atribuyen do de este m od o al cuerpo la sola fun ción de orien tar
la m em oria h acia lo real y de ligarla al presen te, con sideraría esta
m em oria m ism a com o absolu tam en te in depen dien te de la materia.
En este sen tido el cerebro con tribuye a evocar el recuerdo útil, pero
m ás todavía a descartar provisoriam en te todos los otros. N o vem os
cóm o la m em oria se alojaría en la materia; pero com pren dem os bien
—según la palabra profu n da de un filósofo con tem porán eo- cóm o
«la m aterialidad pon e en n osotros el olvido10

10 RAVAISSON, Laph ilosoph ie en France au XIX o siécle, 3o ed. p. 176.

188
Capítulo IV

De la delimitación y fijación
de las imágenes.
Percepción y materia.
Alma y cuerpo.

D e los tres primeros capítulos de este libro se deriva u n a con clusión


gen eral: se trata de que el cuerpo, siem pre orien tado h acia la acción ,
tiene p or fun ción esen cial lim itar, en vista de la acción , la vida del
espíritu. Con stituye en relación a las representaciones un in strumen to
de selección , y sólo de selección . N o sabría n i en gen drar ni ocasion ar
un estado in telectual. ¿Se h abla de la percepción ? Por el lugar que
ocu pa en todo in stan te en el universo, nuestro cuerpo señ ala las partes
y los aspectos de la materia sobre los que ten dríam os potestad: nuestra
percepción , qu e m ide ju stam en te n uestra acción virtual sobre las co­
sas, se lim ita de este m od o a los objetos qu e in fluyen actualm en te en
n uestros órgan os y preparan n uestros m ovim ien tos. ¿Con sideram os
la m em oria? El papel del cuerpo n o es el de alm acen ar los recuerdos,
sin o sim plem en te el de escoger, para llevarlo a la con cien cia distin ta
por la eficacia real que confiere, el recuerdo útil, aquel que com pletará
y esclarecerá la situación presente en vista de la acción final. Es verdad
que esta segun da selección es m uch o m en os rigurosa que la primera,
porque n uestra experien cia pasada es u n a experien cia in dividual y no
ya com ún , porque siem pre ten em os recuerdos diferen tes capaces de
con cordar igualm en te con u n a m ism a situación actual, y porqu e la
n aturaleza no puede ten er aqu í, com o en el caso de la percepción ,
un a regla inflexible para delim itar n uestras represen tacion es. Se deja
pues esta vez n ecesariam en te un cierto m argen a la fan tasía; y si los
an im ales no sacan m u ch o partido de ella, cautivos com o están de la
n ecesidad material, parece qu e el espíritu h um an o p or el con trario
se precipita sin cesar con la totalidad de su m em oria con tra la puerta
que el cuerpo va a entreabrirle: de ah í los juegos de la fan tasía y el
trabajo d e la im agin ación , otras tan tas de las libertades qu e el espíritu
se tom a con la n aturaleza. N o es m en os verdad que la orien tación
de n uestra con cien cia h acia la acción parece ser la ley fun dam en tal
de n uestra vida psicológica.
En rigor podríam os deten ern os aquí, pues h abíam os em pren dido
este trabajo para defin ir el papel del cuerpo en la vida del espíritu.
Pero por un lado h emos plan teado en cam in o un problem a metafísico
que n o podem os decidirn os a dejar en suspen so, y p or otra parte
n uestras in vestigacion es, au n qu e prin cipalm en te psicológicas, n os
h an dejado entrever en diversos tram os, sin o un m edio de resolver
el problem a, al m en os un lado por don de abordarlo.
Este problem a no es n ad a m en os que el de la u n ión del alm a con
el cuerpo. El se n os plan tea bajo u n a for m a agu da, por qu e n osotros
distin guim os profu n dam en te la m ateria del espíritu. Y n o podem os
tenerlo por in soluble, por qu e n osotros defin im os espíritu y m ateria
a través de caracteres positivos, n o de n egacion es. Es verdaderamen te
en la m ateria que la percepción pu r a n os colocaría, y es realmen te
en el espíritu m ism o que pen etraríam os ya con la m em oria. Por
otra parte, la m ism a observación psicológica que n os h a revelado la
distin ción de la m ateria y del espíritu n os h ace asistir a su un ión . O
bien pues n uestros an álisis están tach ados de un vicio origin al, o ellos
n os deben ayudar a salir de las dificultades que plan tean .
En todas las doctrin as, la oscuridad del problem a con siste en la
doble an títesis que n uestro en ten dim ien to establece en tre lo extenso
y lo in exten so p or un lado, la cualidad y la can tidad por el otro. Es
in discutible que el espíritu se opon e de en trada a la m ateria com o
u n a u n idad pu r a a un a m u ltiplicidad esen cialm en te divisible, que
adem ás n uestras percepcion es se com pon en de cualidades h eterogé­
n eas m ien tras qu e el universo percibido parece tener que resolverse
en cam bios h om ogén eos y calculables. H abr ía pues de un lado lo
in exten so y la cualidad, del otro lo extenso y la can tidad. H em os
repu diado el m aterialism o, que preten de h acer derivar el prim er
térm in o del segu n do; pero n o aceptam os tam poco el idealism o, que
preten de que el segu n do sea sim plem en te u n a con strucción del pri­
m ero. Sosten em os con tra el m aterialism o que la percepción traspasa
in fin itam en te el estado cerebral; pero h em os in ten tado establecer
con tra el idealism o que la m ateria desborda por todos los costados
la represen tación qu e el espíritu, por así decirlo, h a arran cado a
través de u n a elección in teligen te. D e esas dos doctrin as opuestas
u n a atribuye al cuerpo y la otra al espíritu un verdadero don de
creación, la prim era preten dien do que n uestro cerebro en gen dre la
representación y la segun da que nuestro en ten dimien to dibuje el plan
de la n aturaleza. Y con tra esas dos doctrin as in vocam os el m ism o
testim on io, el de la con cien cia, la cual n os perm ite ver en n uestro
cuerpo u n a im agen com o las otras, y en n uestro en ten dim ien to un a
cierta facu ltad de disociar, de distin guir y de opon er lógicam en te,
pero n o d e crear o de con struir. D e este m od o, prision eros volun ­
tarios del an álisis psicológico y en con secuen cia del sen tido com ún ,
parece qu e n osotros h em os cerrado todas las salidas que la m etafísica
pod ía abrirn os después de h aber alterado los con flictos que plan tea
el dualism o vulgar.
Pero ju stam en te porqu e h em os llevado el dualism o al extremo,
n uestro an álisis h a disociado quizás sus elem en tos con tradictorios.
La teoría de la percepción pura, por un lado, la teoría de la m em oria
pura, por otro, prepararían en ton ces las vías para u n a aproxim ación
en tre lo in exten so y lo exten so, en tre la cualidad y la can tidad.
¿Con sid er am os la percepción pura? Al h acer del estado cerebral
el com ien zo de u n a acción y n o la con d ición d e u n a percepción ,
ech ábam os fu era de la im agen de n u estro cu erpo las im ágen es
percibidas d e las cosas; volvíam os a colocar pu es la per cepción en
las cosas m ism as. Pero en ton ces, for m an d o n u estra percepción
parte de las cosas, las cosas p ar ticipan d e la n atu raleza de n u estra
per cepción . La exten sión m aterial n o es m ás, n o p u ed e ser m ás
esa exten sión m ú ltiple de la qu e h ab la el geóm etra; ella se asem eja
m ás bien a la exten sión in d ivisa de n u estra r epr esen tación . Es
decir qu e el an álisis de la p er cepción p u r a n os h a d ejad o en trever
en la idea de extensión u n a ap r oxim ación p osib le en tre lo exten so
y lo in exten so.
Pero n uestra con cepción de la m em oria pura debería con ducir,
por un a vía paralela, a aten uar la segun da oposición , la de la cualidad
y la can tidad. Nosotros h em os separado radicalm en te, en efecto, el
recuerdo puro del estado cerebral qu e lo con tin ú a y le apor ta efica­
cia. La m em oria no es pues en grado algun o u n a em an ación de la
materia; bien por el con trario, la m ateria, tal com o la captam os en
un a percepción con creta qu e ocu pa siem pre u n a cierta duración ,
deriva en gran parte de la m em oria. Ah ora bien , ¿en dón de reside
exactamen te la diferen cia en tre las cualidades h eterogén eas que se
suceden en n uestra percepción con creta y los cam bios h om ogén eos
que la cien cia pon e detrás de esas percepcion es en el espacio? Las
primeras son discon tin uas y n o pueden deducirse las unas de las otras;
las segun das por el con trario se prestan al cálculo. Pero para qu e se
presten a esto, no h ay n ecesidad de h acer de ellas puras can tidades:
valdría tan to com o reducirlas a n ada. Basta que de cierto m odo
su h eterogen eidad esté dilu ida lo suficien te para volverse, desde
n uestro pu n to de vista, prácticam en te despreciable. Ah ora bien, si
toda percepción con creta, p or m ás corta qu e se la su pon ga, es ya la
síntesis, a través de la m em oria, de un a in fin idad de «percepcion es
puras» qu e se suceden , ¿no debem os pen sar qu e la h eterogen eidad
de las cualidades sen sibles con siste en su con tracción en n uestra
m em oria, com o la h om ogen eidad relativa de los cam bios objetivos
en su disten sión n atural? Y ¿n o p od r ía en ton ces ser ach icado el
intervalo de la can tidad a la cualidad a través de con sideracion es
de tensión, com o la distan cia de lo extenso a lo in exten so lo es por
con sideracion es de extensión ?
An tes de an im arn os en esta vía, form u lem os el prin cipio gen eral
del m étodo qu e qu er ríam os aplicar. N osot r os ya h em os h ech o
uso de él en u n tr abajo an terior e in clu so, im plícitam en te, en el
presen te tr abajo.
Lo que ordin ariam en te se llam a un hecho n o es la realidad tal com o
aparecería a un a in tuición in m ediata, sin o un a adaptación de lo real
a los intereses de la práctica y a las exigen cias de la vida social. La
in tuición pura, exterior o in tern a, es la de un a con tin u idad in divisa.
N osotr os la fraccion am os en elem en tos yuxtapuestos que respon den
aquí a palabras distin tas, allí a objetos independientes. Pero justam en te
porque h em os roto de este m odo la un idad de n uestra in tuición origi­
n al, n os sen tim os obligados a establecer en tre los térm in os disyun tos
un lazo, qu e ya n o podrá ser m ás que exterior y sobreañ adido. A la
u n idad vivien te que n acía de la con tin u idad in terior, la su stituim os
por la un idad ficticia de un cuadro vacío, in erte com o los térm in os
que m an tien e un idos. Em pirism o y dogm atism o acuerdan en el fon ­
do en partir de los fen óm en os así con stituidos, y difieren ún icam en te
en que el dogm atism o se apega m ás a esta form a, el em pirism o a esa
m ateria. El em pirism o, en efecto, sin tien do vagam en te lo qu e h ay
de artificial en las relacion es qu e un en a los térm in os, se atien e a los
térm in os y desatien de las relacion es. Su error n o con siste en valorar
dem asiado alto la experien cia, sin o por el con trario en sustituir la
verdadera experien cia p or aquella qu e n ace del con tacto in m ediato
del espíritu con su objeto, u n a experien cia desarticulada y sin du das
desn aturalizada por con secuen cia, con certada en todos los casos para
la m ayor facilidad de la acción y del len guaje. Ju stam en te porqu e esa
parcelación de lo real se efectúa en vista de las exigen cias de la vida
práctica, es que n o h a seguido las lín eas in teriores de la estructura de
las cosas: es por eso qu e el em pirism o no puede satisfacer al espíritu
sobre n in gun o de los gran des problem as e in cluso, cuan do llega a
la plen a con cien cia de su prin cipio, se abstien e de plan tearlos. El
dogm atism o descubre y despeja las dificultades sobre las que el em ­
pirism o cierra los ojos; pero a decir verdad, bu sca su solución en la
vía que el em pirism o h a trazado. Acepta, él tam bién , esos fen ómen os
recortados, discon tin u os, de los que el em pirism o se con ten ta, y se
esfuerza sim plem en te en h acer un a sín tesis que, n o h abien do sido
dada en un a in tuición , ten drá siem pre n ecesariam en te un a form a
arbitraria. En otros térm in os, si la m etafísica n o es más qu e un a
con strucción , h abrá varias m etafísicas igualm en te probables que se
refutan en con secuen cia un as a otras, y la ú ltim a palabra quedará
para un a filosofía crítica qu e ten ga todo con ocim ien to por relativo
y el fon do de las cosas p or in accesible al espíritu. T al es en efecto
la m arch a regular del pen sam ien to filosófico: partim os de lo que
creemos ser la experien cia, en sayam os diversas disposicion es posibles
entre los fragm en tos qu e aparen tem en te la com pon en y, fren te a la
fragilidad recon ocida de todas n uestras con struccion es, term in am os
por ren un ciar a con struir. Pero h abría u n a ú ltim a em presa a em ­
prender. Con sistir ía en ir a buscar la experien cia a su fuen te, o más
bien en lo alto de esa curva decisiva don de, desvián dose en el sen tido
de n uestra utilidad, devien e propiam en te la experien cia humana. La
im poten cia de la razón especulativa, com o Kan t lo h a dem ostrado,
no es quizás en el fon do m ás que la im poten cia de u n a in teligen cia
esclavizada por ciertas n ecesidades de la vida corporal y ejercién dose
sobre un a m ateria a la qu e h a n ecesitado desorgan izar para la satis­
facción de nuestras n ecesidades. Nu estr o con ocim ien to de las cosas
ya n o sería en ton ces relativo a la estructura fun dam en tal de n uestro
espíritu, sin o solam en te a sus h ábitos superficiales y adqu iridos, a
la form a con tin gen te que se atien e a n uestras fun cion es corporales
v a nuestras n ecesidades in feriores. La relatividad del con ocim ien to

no sería pues defin itiva. Desh acien do lo que esas n ecesidades h an


provocado, restableceríam os la in tuición en su pureza prim era y
retom aríam os con tacto con lo real.
Este m étodo presen ta, en su aplicación , dificultades con siderables
y sin cesar renacientes, pues exige un esfuerzo en teram en te n uevo
para la solución de cada n uevo problem a. Ren un ciar a ciertos h ábitos
de pen sar y aún de percibir ya es difícil: n o se trata todavía m ás que
de la parte n egativa del trabajo p or hacer; y cuan do se lo h a h ech o,
cuan do un o se h a colocado en eso que llam ábam os la curva de la ex­
perien cia, cuan do uno se h a aprovech ado del naciente resplan dor que
ilu m in an do el paso de lo inmediato a lo útil da com ien zo al alba de
n uestra experiencia h um an a, resta aún recon stituir con los elementos
in fin itamen te pequeñ os de la curva real que de este m odo percibimos,
la for m a de la curva m ism a qu e se extien de en la oscuridad detrás
de ellos. En este sen tido, la tarea del filósofo, com o la en ten dem os,
se asem eja m uch o a la del m atem ático que determ in a u n a fun ción
partien do de su diferen cial. El ru m bo extrem o de la in vestigación
filosófica es u n verdadero trabajo de in tegración .
H em os tan teado en otra oportu n idad la aplicación de este m é­
todo al problem a de la con cien cia, y n os h a parecido qu e el trabajo
utilitario del espíritu, en lo qu e con ciern e a la percepción de n uestra
vida in terior, con sistía en un a especie de refracción de la duración
pu ra a través del espacio, refracción que n os perm ite separar n uestros
estados psicológicos, llevarlos a u n a form a cada vez m ás im person al,
im pon erles n om bres, en fin h acerlos en trar en la corrien te de la vida
social. Em pirism o y dogm atism o tom an los estados in teriores bajo
esta form a discon tin u a, el prim ero aten ién dose a los estados m ism os
para no ver en el yo m ás qu e u n a serie de h ech os yuxtapuestos, el
otro com pren dien do la n ecesidad de un lazo, pero n o pudien do
en con trar este lazo m ás qu e en u n a form a o en u n a fuerza —form a
exterior don de se in sertaría el agregado, fuerza in determ in ada y por
así decirlo física que aseguraría la coh esión de los elem en tos— D e
ah í los dos pu n tos de vista opu estos sobre la cuestión de la libertad:
para el determ in ism o, el acto es la resultan te de u n a com posición
m ecán ica de los elem en tos en tre sí; para sus adversarios, si estuviesen
rigurosam en te de acuerdo con su prin cipio, la decisión libre debería
ser un fia t arbitrario, u n a verdadera creación ex nihilo. H em os pen sa­
do que h abría un tercer partido qu e tom ar. Con sistiría en volvernos
a colocar en la duración pu ra, cuyo derram am ien to es con tin uo, y en
la qu e se pasa por grados in sen sibles de un estado al otro: con tin u i­
d ad realmente vivida pero artificialm en te descom puesta para m ayor
com odidad del con ocim ien to usual. En ton ces h em os creído ver a
la acción surgir de sus an teceden tes por u n a evolución sui generis,
de tal suerte que se en cuen tran en esta acción los an teceden tes que
la explican y sin em bargo ella añ ade allí algo absolutam en te nuevo,
estan do en progreso respecto a ellos com o lo está el fruto respecto
a la flor. La libertad n o es con du cida por esto en absoluto, com o se
h a dich o, a la espon tan eidad sen sible. Com o m áxim o sería así en el
an im al, cuya vida psicológica es prin cipalm en te afectiva. Pero en el
h om bre, ser pen san te, el acto libre puede ser llam ado u n a sín tesis de
sen tim ien tos e ideas, y la evolución que allí lo con duce un a evolución
racional. El artificio de este m étodo con siste sen cillam en te, en sum a,
en distin guir el pu n to de vista del con ocim ien to usual o útil y el del
con ocim ien to verdadero. La duración en la que nos vemos actuar y
en la que es útil qu e n os veam os es un a duración cuyos elemen tos
se disocian y se yuxtapon en ; pero la duración en la qu e actuamos
es un a duración en la qu e n uestros estados se fun den los un os en
los otros, y es ahí que debem os h acer el esfuerzo para volvern os a
situar a través del pen sam ien to en el caso excepcion al y ún ico en
que especulam os sobre la n aturaleza ín tim a de la acción , es decir en
la teoría de la libertad.
¿Es aplicable un m étodo de este tipo al problem a de la materia?
La cuestión es saber si en esa «diversidad de los fen óm en os» de
la que h a h ablado Kan t, la m asa con fusa de ten den cia extensiva
podría ser captada m ás acá del espacio h om ogén eo sobre el cual se
aplica y por in term edio del cual la su bdividim os, del m ism o m odo
que n uestra vida in terior pu ede liberarse del tiem po in defin ido y
vacío para volver a ser du ración pura. D esd e luego, sería quim érica
la em presa de querer fran qu ear con dicion es fun dam en tales de la
percepción exterior. Pero la cuestión es saber si ciertas con dicion es
que ten em os de ordin ario por fun dam en tales, n o atañ erían a la
costum bre de h acer cosas, al provech o práctico qu e se puede extraer
de ellas, m uch o m ás qu e al con ocim ien to puro qu e podem os tener
de ellas. M ás específicam en te, en lo qu e respecta a la exten sión
con creta, con tin ua, diversificada y al m ism o tiem po organ izada, se
pu ede discutir que ella sea solidaria del espacio am orfo e in erte que
la subtien de, espacio qu e dividim os in defin idam en te, en el que re­
cortam os figuras arbitrariam en te, y en el que el m ovim ien to m ism o,
com o lo decíam os en otra parte, no puede aparecer m ás qu e com o
u n a m ultiplicidad de posicion es in stan tán eas, puesto qu e n ada p o ­
dría asegurar allí la coh esión del pasado y del presen te. U n o podría
pues, en cierta m edida, liberarse del espacio sin salir de lo extenso,
y h abría ah í efectivam en te u n retorn o a lo in m ediato, puesto que
percibim os de veras la exten sión , m ien tras qu e n o h acem os más
que con cebir el espacio a la m an era de un esquem a. ¿Se reproch ará
a este m étodo atribuir arbitrariam en te al con ocim ien to in m ediato
un valor privilegiado? Pero ¿qué razon es ten dríam os para du dar de
un con ocim ien to si la idea m ism a de du dar de él jam ás n os ven dría
sin las dificultades y las con tradiccion es que la reflexión señ ala, sin
los problem as qu e la filosofía plan tea? Y, ¿ n o en con traría en ton ces
en sí m ism o su ju stificación y su pru eba el con ocim ien to in m ediato
si se pudiera establecer que esas dificultades, esas con tradiccion es,
esos problem as n acen sobre todo de la represen tación sim bólica que
lo recubre, represen tación qu e h a deven ido para n osotros la realidad
m ism a, y en la que solam en te un esfuerzo intenso, excepcional, puede
llegar a calar h on do?
Seleccion em os a con tin uación , entre los resultados a los que puede
con ducir este m étodo, aquellos que interesan a n uestra investigación.
N os lim itarem os p or otra parte sólo a in dicacion es; n o pu ede ser
cuestión aqu í de con stru ir u n a teoría de la materia.

I. Todo movimiento, en tanto que tránsito de un reposo a un reposo,


es absolutamente indivisible.
N o se trata aqu í d e un a h ipótesis, sin o de un h ech o qu e un a
h ipótesis gen eralm en te recubre.
H e aquí, por ejem plo, m i m an o p osada en el pu n to A. La llevo al
pu n to B, recorrien do de un trazo el intervalo. H ay sim ultán eam en te
en ese m ovim ien to un a im agen que sorpren de m i vista y un acto que
m i con cien cia m uscular capta. M i con cien cia m e en trega la sen sación
interior de un h ech o sim ple, pues en A estaba el reposo, en B está
aún el reposo, y entre A y B se sitú a un acto in divisible o al m en os
indiviso, trán sito del reposo al reposo, qu e es el m ovim ien to m ism o.
Pero m i vista percibe el m ovim ien to bajo la form a de un a lín ea AB
que se recorre, y esta lín ea, com o todo espacio, es in defin idam en te
descom pon ible. En un prin cipio pues parece qu e pudiera, según lo
deseara, tener ese m ovim ien to p or m ú ltiple o por in divisible, según
que lo proyecte en el espacio o en el tiem po com o u n a im agen que
se dibu ja fuera de m í o com o u n acto qu e cu m plo yo m ism o.
Sin em bargo, descartan do toda idea precon cebida, m e doy cuen ta
rápido qu e n o ten go elección , qu e m i p r opia vista capta el m ovi­
m ien to de A a B com o un tod o in divisible, y que si ella divide algo
se trata de la su pu esta lín ea recorrida y n o del m ovim ien to qu e la
recorre. Es bien cierto qu e m i m an o n o va de A a B sin atravesar las
posicion es in term edias, y qu e esas posicion es in term edias se asem e­
jan a paradas, en n úm ero tan gran de com o se quiera, dispuestas a
todo lo largo del cam in o; pero existe u n a diferen cia fun dam en tal
entre las divisiones de este m od o señ aladas y las paradas propiam en te
dichas, es que en un a parada un o se detien e, en cam bio aqu í el m óvil
pasa. Ah ora bien el trán sito es un m ovim ien to, y la deten ción un a
in m ovilidad. La deten ción in terru m pe el m ovim ien to; el trán sito
no h ace más qu e u n o con el m ovim ien to m ism o. Cu an d o veo al
móvil pasar p or un pu n to, con cibo sin dudas que él pueda dete­
nerse allí; y aún cuan do n o se deten ga allí, tien do a con siderar su
paso com o un reposo in fin itam en te corto, por qu e m e h ace falta al
m en os el tiem po para pen sar en él; pero es m i im agin ación la ún ica
que aqu í reposa, y el rol del m óvil es al con trario el de m overse.
Aparecién dom e todo pu n to del espacio com o n ecesariam en te fijo,
h ago un esfuerzo para n o atribuir al m óvil m ism o la in m ovilidad
del pu n to con el cual lo h ago coin cidir por un m om en to; cuan do
en ton ces recon stituyo el m ovim ien to total, m e parece que el móvil
h a estacion ado un tiem po in fin itam en te corto en todos los pu n tos
de su trayectoria. Pero n o h abría que con fu n dir los datos de los
sen tidos que perciben el m ovim ien to con los artificios del espíritu
qu e lo recom pon en . Los sen tidos, aban d on ad os a sí m ism os, n os
presen tan el m ovim ien to real en tre dos deten cion es reales com o
un todo sólido e in diviso. La división es obra de la im agin ación ,
qu e ju stam en te tien e por fun ción fijar las im ágen es m ovien tes de
n uestra experien cia ordin aria, com o el relám pago in stan tán eo que
ilu m in a duran te la n och e un escen ario de torm en ta.
Aqu í atrapam os, en su prin cipio m ism o, la ilusión que acom pañ a
y recubre la percepción del m ovim ien to real. El m ovim ien to con siste
visiblem en te en pasar de un pun to a otro, y p or con secuen cia, en
atravesar el espacio. Ah ora bien el espacio atravesado es divisible al
in fin ito, y com o el m ovim ien to se aplica, por así decirlo, a lo largo
de la lín ea que él recorre, parece solidario de esta lín ea y divisible
com o ella. ¿N o la h a dibu jado él m ism o? ¿N o h a atravesado, uno
tras otro, sus pun tos sucesivos y yuxtapuestos? Sin du das sí, pero esos
pu n tos sólo poseen realidad en u n a lín ea trazada, es decir in m óvil; y
por el sólo h ech o de qu e ustedes represen tan el m ovim ien to en esos
diferentes pun tos sucesivos, lo fijan n ecesariam en te a ellos; vuestras
posicion es sucesivas n o son en el fon do m ás qu e paradas imagin arias.
Ustedes sustituyen el trayecto p or la trayectoria, y debido a qu e el
trayecto está su bten dido en la trayectoria, creen qu e él coin cide con
ella. Pero ¿cóm o un progreso coin cidiría con u n a cosa, un movim ien to
con u n a in m ovilidad?
Lo qu e aqu í facilita la ilusión es que distin gu im os m om en tos en
el curso de la duración , com o posicion es sobre el trayecto del móvil.
Aú n su pon ien do qu e el m ovim ien to de un pu n to a otro form a un
tod o in diviso, este m ovim ien to n o deja de llen ar un tiem po deter­
m in ado, y basta qu e se aísle de esta duración un in stan te in divisible
para qu e el m óvil ocu pe en ese m om en to preciso u n a cierta posición ,
que se libera así de todas las otras. La in divisibilidad del m ovim ien to
im plica pues la im posibilidad del in stan te, y un an álisis m u y sum ario
de la idea de duración n os va a m ostrar en efecto, y sim ultán eam en te,
p or qu é atribuim os in stan tes a la duración , y cóm o ella no podría
ten erlos. Sea un m ovim ien to sim ple, com o el trayecto de m i m an o
cuan do se desplaza de A a B. Ese trayecto está dado a m i con cien cia
com o un todo in diviso. Él dura, sin dudas; pero su duración , que
coin cide adem ás con el aspecto in terior que tom a para m i con cien ­
cia, es com pacta e in divisa com o él. Ah ora bien , m ien tras que él se
presen ta, en tan to m ovim ien to, com o un h ech o sim ple, describe en
el espacio un a trayectoria que para sim plificar las cosas puedo con ­
siderar com o un a línea geom étrica; y las extrem idades de esta línea,
en tan to lím ites abstractos, ya n o son líneas sin o pun tos indivisibles.
Ah ora bien , si la línea qu e el m óvil h a descrito m ide para m í la
duración de su m ovim ien to, ¿cóm o el pu n to don de desem boca no
sim bolizaría un a extrem idad de esta duración ? Y si ese pu n to es un
in divisible en lon gitud, ¿cóm o n o finalizar la duración del trayecto a
través de un in divisible en duración ? Represen tan do la totalidad de
la lín ea la duración total, las partes de esa lín ea deben correspon der,
parece, a partes de la duración , y los pu n tos de la lín ea a m om en tos
del tiem po. Los in divisibles en duración o m om en tos del tiem po
nacen pues de una n ecesidad de sim etría; se desem boca en ellos n a­
turalm en te desde que se pide al espacio un a represen tación in tegral
de la duración . Pero he aqu í precisam en te el error. Si la lín ea AB
sim boliza la duración der ram ada en el m ovim ien to ejecutado de A a
B, de n in gún m odo ella puede, in m óvil, represen tar el m ovim ien to
cum plién dose, la duración derram án dose; y del h ech o de que esta
lín ea es divisible en partes y con cluye en pu n tos, n o se debe con cluir
ni que la duración correspon dien te se com pon ga de partes separadas
ni que esté lim itada por in stan tes.
Los argum en tos de Z en ón de Elea n o tien en otro origen más
que esta ilusión . T od o s con sisten en h acer coin cidir el tiem po y
el m ovim ien to con la lín ea qu e los su btien de, en atribuirles las
m ism as subdivision es, en fin en tratarlos com o a ella. Zen ón era
alen tado a esta con fu sión a través del sen tido com ú n , que traslada
de ordin ario al m ovim ien to las propiedad es de su trayectoria, y
tam bién a través del len gu aje, q u e siem pre traduce el m ovim ien to
y la duración en espacio. Pero el sen tid o com ú n y el len gu aje están
aqu í en su derech o, y aú n en cierto m od o cu m plen su deber, pues
proyectan siem pre el devenir com o u n a cosa utilizable, n o tien en
ya qu e in qu ietarse p or la organ ización in terior del m ovim ien to,
com o el obrero de la estru ctu ra m olecu lar de sus h erram ien tas.
El sen tido com ú n , ten ien do el m ovim ien to p or divisible com o
su trayectoria, sen cillam en te expresa los dos ún icos h ech os que
im por tan en la vida práctica: I o qu e todo m ovim ien to describe
un espacio; 2 o qu e en cada pu n to de ese espacio el m óvil podría
deten erse. Pero el filósofo qu e razon a sobre la n aturaleza ín tim a
del m ovim ien to está obligado a restituirle la m ovilidad qu e es su
esen cia, y es lo qu e n o h ace Zen ón . A través del prim er argu m en to
(la D icot om ía) se su pon e el m óvil en reposo, para n o con siderar
a con tin u ación m ás qu e etapas en n ú m ero in defin ido sobre la lí­
n ea qu e debe recorrer. Se n os dice: ustedes bu scarían in útilm en te
cóm o el m óvil llegaría a fran qu ear el in tervalo. Pero d e este m odo
sim plem en te se pru eba qu e es im posible con stru ir apriori el m ovi­
m ien to con in m ovilidades, lo qu e jam ás h a h ech o d u d ar a person a
algu n a. La ú n ica cu estión es saber si, plan teado el m ovim ien to
com o un h ech o, existe u n absu r do en cierto m od o retrospectivo
en que un n úm ero in fin ito d e pu n tos h ayan sido recorridos. Pero
n o vem os aqu í n ad a m ás n atu ral, pu esto qu e el m ovim ien to es un
h ech o in diviso o u n a serie d e h ech os in divisos, m ien tras qu e la
trayectoria es divisible in defin idam en te. En el segu n do argu m en to
(Aquiles), se con sien te en d ar el m ovim ien to, se lo atribuye in cluso
a dos m óviles, pero siem pre p or el m ism o error se preten de que
esos m ovim ien tos coin cidan con su trayectoria y sean , com o ella,
arbitrariam en te descom pon ibles. En ton ces, en lu gar de recon ocer
qu e la tor t u ga d a pasos d e tor t u ga y Aqu iles pasos de Aqu iles, de
suerte qu e lu ego de un cierto n úm ero de esos actos o saltos in divi­
sibles Aqu iles h abrá rebasado a la tortu ga, se cree ten er el derech o
de desarticular com o se qu iera el m ovim ien to de Aqu iles y com o se
qu iera el m ovim ien to de la tortuga: un o se en tretien e así en recon s­
tru ir los dos m ovim ien tos según un a ley de form ación arbitraria,
in com patible con las con dicion es fun dam en tales de la m ovilidad.
El m ism o sofism a aparece aú n m ás n ítido en el tercer argum en to (la
Flech a), qu e con siste en d ed u cir del h ech o de qu e se p u edan fijar
pun tos sobre la trayectoria de u n pr oyect il, qu e se ten ga el derech o
de distin gu ir m om en tos in d ivisibles en la du r ación del trayecto.
Pero el m ás in structivo de los ar gu m en t os de Z en ón es quizás el
cuarto (el Estad io), qu e in ju st am en t e creem os se h a desdeñ ado,
y cuyo absurdo ya sólo se m an ifiest a p or el h ech o de qu e en él se
ve expuesto en toda su im p u n id ad el p ost u lad o d isim u lad o en los
otros tr es1. Sin m etern os aqu í en u n a discu sión qu e n o estaría en
su lugar, lim itém on os a con st atar qu e el m ovim ien to in m ediata­
m en te percibido es un h ech o m u y claro, y qu e las dificu ltades o
con tradiccion es señ aladas p or la escu ela de Elea con ciern en m u ch o
m en os al m ovim ien to m ism o qu e a u n a reorgan ización artificial,
y no viable, del m ovim ien to p or el espíritu . Extr aigam os por otra
parte la con clu sión de todo lo qu e precede:

1 Recordemos brevemente este argumento. Sea un móvil que se desplaza con una
cierta velocidad y que pasa simultáneamente delante de dos cuerpos uno de los cuales
está inmóvil y otro de los cuales se mueve a su encuentro con la misma velocidad que
él. Al mismo tiempo que él recorre una cierta lon gitud del primer cuerpo, franquea
naturalmente una longitud doble del segundo. De ahí Zenón concluye «que una
duración es el doble de sí misma». - Razonamiento pueril, decimos, puesto que
Zenón no tiene en cuenta que la velocidad es el doble, en un caso, de lo que es en
el otro. - De acuerdo, pero les ruego me digan ¿cómo podría darse cuenta de ello?
Que un móvil recorra, en el mismo tiempo, longitudes diferentes de dos cuerpos
uno de los cuales está en reposo y otro en movimiento, es claro para aquel que hace
de la duración una especie de absoluto, y la ubica sea en la conciencia sea en alguna
cosa que participa de la conciencia. Mientras que una porción determ inada de esta
duración conciente o absoluta se derrama, en efecto, el mismo móvil recorrerá, a lo
largo de los dos cuerpos, dos espacios dobles el uno del otro, sin que se pueda deducir
de ello que una duración es el doble de sí misma, puesto que de la duración queda algo
independiente de uno y otro espacio. Pero el error de Zenón, en toda su argumentación,
es justamente el de dejar de lado la duración verdadera para no considerar de ella más
que el trazado objetivo en el espacio. ¿Cóm o los dos trazados dejados por el mismo
móvil no merecerían entonces una igual consideración, en tanto que medidas de la
duración? ¿Y cómo no representarían la m ism a duración, aún cuando uno fuera el
doble del otro? Al concluir de esto que una duración es el doble de sí misma», Zenón
permanece en la lógica de su hipótesis, y su cuarto argumento vale exactamente tanto
como los otros tres.
II. Hay movimientos reales.
El m atem ático, expresan do con m ayor precisión u n a idea del
sen tido com ún , defin e la posición a través de la distan cia respecto a
pun tos de referen cia o ejes, y el m ovim ien to por la variación de la
distan cia. N o se con oce pues del m ovim ien to m ás qu e cam bios de
lon gitu d; y com o los valores absolutos de la distan cia variable entre
un pu n to y un eje, por ejem plo, expresan tan to el desplazam ien to
del eje en relación al pu n to com o el del pu n to en relación al eje, se
atribuirá in diferen tem en te al m ism o pu n to el reposo o la m ovilidad.
Si el m ovim ien to se reduce pues a un cam bio de distan cia, el m ism o
objeto devien e m óvil o in m óvil según los pu n tos de referen cia a los
cuales se lo relacion a, y n o h ay m ovim ien to absolu to.
Pero las cosas cam bian ya de aspecto cu an do se pasa de las m a­
tem áticas a la física, del estudio abstracto del m ovim ien to a la con ­
sideración de los cam bios con cretos qu e se efectúan en el universo.
Si som os libres de atribuir el reposo o el m ovim ien to a tod o pu n to
m aterial tom ado aisladam en te, no es m en os verdad qu e el aspecto
del universo m aterial cam bia, qu e la con figuración in terior de todo
sistem a real varía, y que aqu í ya n o ten em os elección en tre la m o­
vilidad y el reposo: el m ovim ien to, cualquiera qu e sea su n aturaleza
ín tim a, se vuelve u n a realidad in con testable. Su pon gam os qu e n o
se pu eda decir qué partes del con ju n to se m ueven ; n o p or eso h ay
m en os m ovim ien to en el con ju n to. Tam p oco h ace falta asom brarse
si los m ism os pen sadores que con sideran todo m ovim ien to particular
com o relativo tratan de la totalidad de los m ovim ien tos com o de
un absolu to. La con tradicción h a sido n otada en Descartes, quien
luego de h aber dado a la tesis de la relatividad su form a m ás radical
al afirm ar que todo m ovim ien to es «recíproco»2, form u la las leyes del
m ovim ien to com o si el m ovim ien to fuera un absolu to3. Leibn iz, y
otros después de él, h an señ alado esta con tradicción 4: con siste sim ­

2 DESCARTES, Principes, II, 29.


3 Principes, IIo pane, § 3 7 y sig-
4 LEIBNIZ, Specimen dynamicum (M athem . Schriften, Gerhardt, 2 ° sección, 2o
vol., p. 246).
plemen te en que Descartes trata del m ovim ien to com o físico luego de
h aberlo defin ido com o geómetra. Para el geóm etra todo m ovim ien to
es relativo: esto sign ifica sen cillam en te, en n uestro sen tido, que no
existe símbolo matemático capaz de expresar que sea el móvil quien se
mueve más bien que los ejes o lospuntos a los que se lo relaciona. Y es m uy
n atural, puesto que esos sím bolos, siem pre destin ados para m edidas,
no pueden expresar m ás que distan cias. Pero n adie puede discutir
seriam en te que haya un m ovim ien to real: sin o n ada cam biaría en el
universo, y sobre todo no se vería lo que sign ifica la con cien cia que
ten em os de nuestros propios m ovim ien tos. En su con troversia con
Descartes, M or u s h acía alusión ch istosam en te a este últim o pun to:
«Cu an do estoy sen tado tran quilo, y otro aleján dose m il pasos está
rojo de fatiga, es efectivamente él quien se mueve y yo quien reposo5».
Pero si existe un m ovim ien to absolu to, ¿se puede in sistir en ver en
el m ovim ien to sólo un cam bio de lugar? Será preciso en ton ces erigir
la diversidad de lugar en diferen cia absolu ta, y distin gu ir posicion es
absolutas en un espacio absolu to. New ton h a ido h asta allí6, seguido
adem ás p or Euler7 y por otros. Pero ¿puede esto im agin arse o aún
con cebirse? U n lugar n o se distin gu iría absolutam en te de otro más
que por su cualidad o por su relación con el con ju n to del espacio:
de suerte qu e el espacio se volvería en esta h ipótesis o com pu esto
de partes h eterogén eas o fin ito. Pero con un espacio fin ito n os
daríam os otro espacio com o barrera, y bajo partes h eterogén eas de
espacio im agin aríam os un espacio h om ogén eo com o soporte: en los
dos casos, es al espacio h om ogén eo e in defin ido al qu e volveríam os
n ecesariamen te. N o podem os pues im pedirn os n i tener todo lugar
por relativo, n i creer en un m ovim ien to absoluto.
¿Se dirá en ton ces qu e el m ovim ien to real se distin gu e del m ovi­
m ien to relativo en qu e posee u n a causa real, en qu e em an a de u n a
fuerza? Pero h aría falta exten derse sobre el sen tido de esta últim a

5 H . M O RUS, Scriptaphilasophtca, 1679, t. II, p. 248.


6 NEW TO N, Principia (Ed. T H O M SO N , 1871, p. 6 y sig.).
7 EULER, Teoría motus corporum solidorum , 1765, p- 30-33.
palabra. En las cien cias de la n aturaleza, la fuerza n o es más que u n a
fun ción de la m asa y de la velocidad; ella se m ide a través de la acele­
ración ; no se la con oce ni se la evalúa m ás qu e p or los m ovim ien tos
que se supon e produ ce en el espacio. Solidaria de esos m ovim ien tos,
com parte su relatividad. Tam b ién los físicos que in vestigan el prin ­
cipio del m ovim ien to absolu to en la fuerza de este m odo defin ida
son llevados, por la lógica de su sistem a, a la h ipótesis de un espacio
absoluto que preten dían evitar de en trada8. Será preciso pues lanzarse
sobre el sen tido m etafísico de la palabra, y apoyar el m ovim ien to
percibido en el espacio sobre causas profu n das, an álogas a las que
n uestra con cien cia cree captar en el sen tim ien to del esfuerzo. Pero
¿es el sen tim ien to del esfuerzo el de u n a causa profun da? ¿No h an
dem ostrado an álisis decisivos que no h ay n in gun a otra cosa en ese
sen tim ien to m ás que la con cien cia de los m ovim ien tos ya efectua­
dos o com en zados en la periferia del cuerpo? Es pues en van o que
quisiéram os fun dar la realidad del m ovim ien to sobre u n a causa qu e
se distin ga de él: el an álisis n os lleva siem pre al m ovim ien to m ism o.
Pero ¿por qu é buscar m ás allá? M ien tras ustedes apoyen el m o­
vim ien to con tra la lín ea qu e recorre, el m ism o pu n to les parecerá
sucesivam en te, según el origen al cual lo relacion en , en reposo o en
m ovim ien to. N o es ya del m ism o m odo si ustedes extraen del m o­
vim ien to la m ovilidad qu e es su esen cia. Cu an d o m is ojos m e dan
la sen sación de un m ovim ien to, esta sen sación es u n a realidad y algo
pasa efectivam en te, sea que un objeto se desplace an te m is ojos, sea
que m is ojos se muevan frente al objeto. Con m ayor razón estoy segu­
ro de la realidad del m ovim ien to cuan do lo produ zco luego de h aber
deseado producirlo, y el sen tido m uscular m e aporta la con cien cia de
ello. Es decir que con tacto con la realidad del m ovim ien to cuan do se
m e aparece in teriorm en te, com o un cam bio de estado o de cualidad.
Pero en ton ces, ¿cóm o n o ocurriría lo m ism o cuan do percibo cam bios
de cualidad en las cosas? El son ido difiere absolutam en te del silencio,
com o tam bién un son ido de otro son ido. En tre la luz y la oscuridad,

8 En particular Newton.
entre colores, entre m atices, la diferen cia es absoluta. El trán sito de
un o a otro es, él tam bién , u n fen óm en o absolu tam en te real. Ten go
pues las dos extrem idades de la caden a, las sen sacion es m usculares
en m í, las cualidades sen sibles d e la m ateria fuera de m í, y ni en un
caso ni en el otro capto el m ovim ien to, si lo hay, com o u n a sim ple
relación: es un absoluto. En tr e esas d os extrem idades vienen a ubi­
carse los m ovim ien tos de los cuerpos exteriores propiam en te dich os.
¿Cóm o distin guir aquí un m ovim ien to aparen te de un m ovim ien to
real? ¿De cuál objeto, exteriorm en te percibido, puede decirse qu e se
mueve, de cuál otro qu e perm an ece in m óvil? Plan tear u n a pregu n ta
sem ejan te su pon e adm itir qu e la discon tin u idad establecida por el
sen tido com ún entre objetos in depen dien tes un os de otros, ten ien do
cada un o su in dividualidad, com parables a especies de person as, es
un a distin ción fun dada. En la h ipótesis con traria, en efecto, ya n o
se trataría de saber cóm o se produ cen cam bios de posición en tales
partes determ in adas de la m ateria, sin o com o se cum ple en el todo
un cam bio de aspecto, cam bio cuya n aturaleza por otra parte n os
quedaría por determ in ar. Form u lem os pues de in m ediato n uestra
tercera proposición :

III. Toda división de la materia en cuerpos independientes de con-


tornos absolutamente determinados es una división artificial.
Un cuerpo, es decir un objeto m aterial in depen dien te, se presen ta
an te todo a n osotros com o u n sistem a de cualidades, en el que la
resisten cia y el color datos de la vista y del tacto—ocu pan el centro
y m an tien en en suspen so, de cierto m odo, a todas las otras. Por un a
parte, los datos de la vista y del tacto son aquellos que se extien den
más m an ifiestam en te en el espacio, y la característica esen cial del
espacio es la con tin u idad. Existen in tervalos de silen cio entre los
son idos, pues el oído n o está siem pre ocu pado; en tre los olores, entre
los sabores se en cuen tran vacíos, com o si el olfato y el gu sto sólo
fun cion aran acciden talm en te: por el con trario, desde que abrim os
los ojos, n uestro cam po visu al se colorea p or com pleto, y puesto
que los sólidos son n ecesariam en te con tigu os los un os a los otros,
n uestro tacto debe seguir la superficie o las aristas de los objetos sin
en con trar jam ás in terrupción verdadera. ¿Cóm o fragm en tam os la
con tin u idad prim itivam en te percibida de la exten sión m aterial en
otros tan tos cuerpos, de los qu e cada un o ten dría su su stan cia y su
in dividualidad? Sin du das esta con tin u idad cam bia de aspecto de
un m om en to a otro: pero ¿por qu é n o con statam os pu ra y sim ple­
m en te qu e el con ju n to h a cam biado, com o si se h ubiera girado un
caleidoscopio? En fin , ¿por qué buscam os pistas de la m ovilidad del
con ju n to en los cuerpos en m ovim ien to? U n a continuidad moviente
n os es dada, don de todo cam bia y perm an ece a la vez: ¿de dón de
provien e el h ech o de qu e disociem os esos dos térm in os, perm an en cia
y cam bio, para represen tar la perm an en cia a través de los cuerpos
y el cam bio a través de movimientos homogéneos en el espacio? N o
es esto un dato d e la in tu ición in m ediata; pero tam poco es u n a
exigen cia de la cien cia, pues la cien cia por el con trario se propon e
en con trar las articulacion es n aturales de un un iverso qu e h em os
recortado artificialm en te. M ás aú n , al dem ostrar cada vez m ejor la
acción recíproca de todos los pun tos m ateriales en tre sí, la cien cia
con duce a pesar de las aparien cias, com o vam os a verlo, a la idea de
la con tin u idad universal. Cien cia y con cien cia están en el fon do de
acuerdo, siem pre que se con sidere la con cien cia en su s datos m ás
in m ediatos y la cien cia en sus aspiracion es m ás lejan as. ¿De dón de
provien e en ton ces la irresistible ten den cia a con stitu ir un universo
m aterial discon tin uo, con cuerpos de aristas bien recortadas, que
cam bian de lugar, es decir de relación en tre ellos?
Al lado de la con cien cia y de la cien cia, está la vida. Por debajo de
los prin cipios de la especulación , tan cuidadosam en te an alizados por
los filósofos, existen esas ten den cias cuyo estu dio se h a descuidado
y qu e se explican sen cillam en te p or la n ecesidad en que estam os
de vivir, es decir, en realidad, de obrar. El poder con ferido a las
con cien cias in dividuales de m an ifestarse a través de actos exige ya
la form ación de zon as materiales distin tas que correspon dan res­
pectivam en te a cuerpos vivien tes: en este sen tido, m i propio cuerpo
y p or an alogía con él los otros cuerpos vivien tes, son aquellos que
estoy m ejor dotado para distin gu ir en la con tin u idad del universo.
Pero un a vez con stitu ido y distin gu ido ese cuerpo, las n ecesidades
que experim en ta lo llevan a distin gu ir y a con stitu ir otros. En el más
h um ilde de los seres vivientes, la n utrición exige u n a búsqueda, luego
un con tacto, fin alm en te u n a serie de esfuerzos con vergien do h acia
un cen tro: ese cen tro deven drá ju stam en te el objeto in depen dien te
que debe servir de alim en to. Cu alqu ier a qu e sea la n aturaleza de la
materia, se puede decir qu e la vida establecerá ya en ella u n a prim era
discon tin uidad, que expresa la du alidad de la n ecesidad y de lo qu e
debe servir para satisfacerla. Pero la n ecesidad de alim en tarse n o es la
única. O tras se organ izan a su alrededor, todas tienen por objetivo la
con servación del in dividuo o de la especie: ah ora bien , cada u n a de
ellas n os lleva a distin guir, al lado de n uestro propio cuerpo, cuerpos
independientes de él, que debem os buscar o de los que debem os huir.
Nuestras n ecesidades son pues com o destellos lum in osos que, fijados
en la con tin uidad de las cualidades sen sibles, dibu jan en ella cuerpos
distin tos. N o pueden satisfacerse m ás qu e a con dición de tallarse un
cuerpo en esa con tin u idad, luego delim itar en ella otros cuerpos con
los cuales aquel en trará en relación com o con person as. Establecer
esas relaciones tan particulares en tre porcion es así recortadas de la
realidad sen sible es ju stam en te lo qu e llam am os vivir.
Pero si esta prim era subdivisión de lo real respon de m uch o m en os
a la in tuición in m ediata qu e a las n ecesidades fun dam en tales de la
vida, ¿cóm o se obten dría un con ocim ien to m ás aproxim ado de las
cosas llevando la división aún m ás lejos? P or aqu í se prolon ga el
movimiento vital; se vuelve la espalda al con ocim ien to verdadero. Por
eso la operación grosera qu e con siste en descom pon er el cuerpo en
partes de igual n aturaleza qu e él n os con du ce a u n callejón sin salida,
in capaces com o pron to n os sen tim os de con cebir n i p or qué esta
división se deten dría, ni cóm o se prosegu iría al in fin ito. Represen ta,
en efecto, un a form a ordin aria de la acción útil, in oportun am en te
trasladada al dom in io del conocimientopuro. Jam ás se explicarán pues
las propiedades simples de la m ateria a través de partículas, cualquiera
que ellas sean: a lo su m o se seguirán h asta los corpúsculos, artificia­
les com o el cuerpo m ism o, las accion es y reaccion es de ese cuerpo
frente a todos los otros. Tal es precisam en te el objeto de la quím ica.
Ella estu dia m en os la materia que los cuerpos; se con cibe pues que se
deten ga en un átom o, dotado aún de las propiedades generales de
la m ateria. Pero la m aterialidad del átom o se disuelve cada vez más
bajo la m irada del físico. N o ten em os n in gun a razón , por ejem plo,
para represen tarn os el átom o com o sólido, an tes qu e com o líquido
o gaseoso, ni de figurarn os la acción recíproca de los átom os a través
de ch oques an tes qu e de otra m an era com pletam en te distin ta. ¿Por
qué pen sam os en un átom o sólido y por qué en ch oques? Porque
los sólidos, sien do los cuerpos sobre los que ten em os n otoriam en te
el m ayor asidero, son aquellos que m ás n os in teresan en n uestras
relacion es con el m u n do exterior, y porqu e el con tacto es el ún ico
m edio del que parecem os dispon er para h acer obrar n uestro cuerpo
sobre los otros cuerpos. Pero experien cias m u y sim ples muestran
que no h ay jam ás con tacto real entre dos cuerpos qu e se im pulsan 9;
y por otra parte la solidez está lejos de ser un estado absolutam en te
distin guido de la m ateria10. Solidez y ch oque tom an pues su aparen te
claridad de los h ábitos y n ecesidades de la vida práctica; im ágen es de
ese tipo no arrojan n in gun a luz sobre el fon do de las cosas.
Por otra parte si h ay u n a verdad qu e la cien cia h a puesto fuera de
toda discusión es la de un a acción recíproca de todas las partes de la
m ateria unas sobre otras. En tre las supuestas m oléculas de los cuerpos
se ejercen fuerzas atractivas y repulsivas. La in fluen cia de la gravita­
ción se extien de a través de los espacios in terplan etarios. Algo existe
pues entre los átom os. Se dirá que ya n o es de la m ateria, sin o de la
fuerza. Se represen tarán h ilos ten didos en tre los átom os, h ilos que se
h arán cada vez m ás delgados, h asta que se los h aya vuelto invisibles
e in cluso, según se cree, inmateriales. Pero ¿para qu é podría servir

9 Ver, a propósito de esto, MAXW ELL, Action at a distance (Scientific papen ,


Cambridge, 1890, t. II, p. 313-314).
10 MAXW ELL, Molecular constitution o f bodies (Scientific papen , t. ii, p. 618).
—Van der Waals h a mostrado, por otra parte, la continuidad de los estados líquido
y gaseoso.
esta im agen burda? La con servación de la vida exige sin du das que
en n uestra experien cia cotidian a n os distin gam os de las cosas inertes
y de las acciones ejercidas p or esas cosas en el espacio. Com o n os
es útil fijar la sede de la cosa en el pu n to preciso en qu e podríam os
tocarla, sus con torn os palpables devien en par a n osotros su lím ite
real, y vem os en ton ces en su acción un n o se qu é qu e se despega y
difiere de ella. Pero pu esto qu e un a teoría de la m ateria se propon e
precisam en te recobrar la realidad bajo esas im ágen es usuales, relativas
todas a n uestras n ecesidades, an te todo es de esas im ágen es qu e ella
debe abstraerse. Y de h ech o vem os fuerza y m ateria aproxim arse y
coin cidir a m edida qu e el físico profu n diza en sus efectos. Vem os a
la fuerza materializarse, al átom o idealizarse, a am bos térm in os con ­
verger h acia un lím ite com ú n , y de este m odo el universo reen con trar
su con tin uidad. Tod avía se h ablará de átom os; el átom o con servará
aún su in dividualidad para n uestro espíritu qu e lo aísla; pero la
solidez y la inercia del átom o se disolverán sea en m ovim ien tos, sea
en líneas de fuerza, cuya solidaridad recíproca restablecerá la con ti­
n uidad universal. A esta con clusión debían llegar n ecesariamen te,
aun que partien do de pu n tos totalm en te diferen tes, los dos físicos
del siglo XIX que h an pen etrado m ás h on do en la con stitu ción de la
m ateria, Th om son y Faraday. Para Faraday, el átom o es un «cen tro
de fuerzas». Se en tien de por esto que la in dividualidad del átom o
con siste en el pun to m atem ático en que las lín eas de fuerza que
realmente lo con stituyen se cruzan , in defin idas, irradian do a través
del espacio: cada átom o ocu pa así, para em plear sus expresion es, «la
totalidad del espacio al cual se extien de la gravitación », y «todos los
átom os se pen etran un os a otr os11». Th om son , colocán dose en un
orden de ideas com pletam en te distin to, su pon e un fluido perfecto,
con tin uo, h omogén eo e in comprim ible, que llenaría el espacio: lo que
llam am os átom o sería un an illo de for m a variable arrem olin án dose
en esa con tin uidad, y que debería sus propiedades a su form a, su

" FARADAY, A speculation concerning electric conduction (Philos. M agazine,


3o serie, vol. XXTV).
existen cia y p or tan to su in dividualidad a su m ovim ien to12. Pero en
am bas h ipótesis vem os desvan ecerse, a m edida que n os acercam os a
los elem en tos últim os de la materia, la discon tin u idad que n uestra
percepción establecía en la superficie. El an álisis psicológico n os re­
velaba ya qu e esta discon tin u idad es relativa a n uestras n ecesidades:
toda filosofía de la n aturaleza term in a por en con trarla in com patible
con las propiedades gen erales de la materia.
A decir verdad, rem olin os y lín eas de fuerza n un ca son en el es­
pír itu del físico m ás qu e figuras cóm odas destin adas a esquem atizar
cálculos. Pero la filosofía debe pregun tarse por qué esos sím bolos
son m ás cóm od os qu e otros y perm iten ir m ás lejos. ¿Podríam os al
operar sobre ellos alcan zar la experien cia si las n ocion es a las cuales
correspon den n o n os señ alaran al m en os u n a dirección en la que
buscar la represen tación de lo real? Ah ora bien, la dirección qu e ellos
señ alan n o es du dosa; n os m uestran , cam in an do a través de la exten ­
sión con creta, modificaciones, perturbaciones, cam bios de ten sión o de
energía, y n ada m ás. Es por eso sobre todo que tien den a coin cidir
con el an álisis psicológico que en un prin cipio h abíam os dado del
m ovim ien to, y que n os lo presen taba, n o com o un sim ple cam bio de
relación entre objetos a los cuales se añ adiría com o un acciden te, sino
com o un a realidad verdadera y en cierto m odo in depen dien te. N i la
cien cia ni la con cien cia despreciarían pues esta últim a proposición :

IV. E l movimiento real es más el vehículo de un estado que el de


una cosa.
For m u lan d o estas cu atro p r oposicion es n o h em os h ech o en
realidad m ás qu e estrech ar progresivam en te el intervalo en tre dos
térm in os que se opon en un o al otro, las cualidades o sen sacion es, y
los m ovim ien tos. A prim era vista, la distan cia parece in fran queable.
Las cualidades son h eterogén eas entre ellas, los m ovim ien tos h om o­

12 TH O M SO N , On vortex aroms (Proc. ofth e Roy. Soc. ofEdim b., 1867). Una
hipótesis del mismo tipo h abía sido emitida por GH AH AM, On the molecular
mobiliry o f gases (Proc. o f the Roy. Soc., 1863, p. 621 y sig.).
géneos. Las sensaciones, in divisibles por esencia, escapan a la m edida;
los m ovim ien tos, siem pre divisibles, se distin guen por diferen cias
calculables de dirección y velocidad. N os com placem os en situar las
cualidades bajo la form a de sen sacion es en la con cien cia, m ien tras
que los m ovim ien tos se ejecutan in depen dien tem en te de n osotros
en el espacio. Esos m ovim ien tos, com pon ién dose en tre sí, n o darían
jam ás otra cosa que m ovim ien tos; por un m isterioso proceso, n uestra
con cien cia, in capaz de con tactar con ellos, los traduciría en sen sacio-
nes que se proyectarían a con tin u ación en el espacio y acabarían por
recubrir, n o se sabe cóm o, los m ovim ien tos que traducen . D e ah í
dos m un dos diferentes, in capaces de com un icarse de otro m odo que
no sea a través de un m ilagro, de un lado el de los m ovim ien tos en
el espacio, del otro el de la con cien cia con las sen sacion es. Y desde
luego, com o an teriorm en te lo h em os m ostrado n osotros m ism os, la
diferen cia entre la cu alidad p or u n a parte y la can tidad p u r a p or otra
perm an ece irreductible. Pero la cuestión es ju stam en te saber si los
m ovim ien tos reales sólo presen tan en tre sí diferen cias de can tidad, o
si no serían la m ism a cualidad vibran do por así decirlo in teriorm en te
y escan dien do su propia existen cia en un n úm ero de m om en tos a
m en udo in calculable. El m ovim ien to que la m ecán ica estu dia n o
es m ás que un a abstracción o un sím bolo, u n a m edida com ú n , un
den om in ador com ún qu e perm ite com parar en tre sí todos los m ovi­
m ien tos reales; pero esos m ovim ien tos, con siderados en sí m ism os,
son in divisibles que ocu pan la duración , su pon en un an tes y un
después, y ligan los m om en tos sucesivos del tiem po por un h ilo de
cualidad variable qu e n o debe existir sin algu n a an alogía con la con ­
tin u idad de n uestra p r opia con cien cia. ¿N o p od em os con cebir, por
ejem plo, que la irreductibilidad de dos colores percibidos depen da
fun dam en talm en te de la estrech a duración en qu e se con traen los tri-
llon es de vibracion es que ellos ejecutan en un o de n uestros instantes?
Si pudiéram os estirar esta duración , es decir vivirla en un ritm o más
len to, ¿no veríam os, a m edida qu e ese ritm o am in orara, palidecer
los colores y prolon garse en im presion es sucesivas, aú n coloreadas
sin dudas, pero cada vez m ás cerca de con fun dirse con con m ocion es
puras? Allí don de el ritm o del m ovimien to es lo suficien temen te lento
para con cordar con los h ábitos de n uestra con cien cia —com o sucede
p or ejem plo con las n otas graves de la escala m usical- ¿n o sen tim os
descom pon erse la pr opia cualidad percibida en con m ocion es repeti­
das y sucesivas, ligadas en tre sí por un a con tin u idad in terior? Lo que
de ordin ario perjudica la aproxim ación es el h ábito adquirido de ligar
el m ovim ien to con elem en tos —átom os u otros—qu e in terpon drían
su solidez en tre el m ovim ien to m ism o y la cualidad en la cual él se
con trae. Com o n uestra experien cia cotidian a n os m u estra cuerpos
qu e se m ueven , n os parece qu e h acen falta al m en os corpú sculos
para sosten er los m ovim ien tos elementales a los qu e se reducen las
cualidades. El m ovim ien to n o es en ton ces para n uestra im agin ación
m ás que un acciden te, un a serie de posicion es, un cam bio de rela­
cion es; y com o es un a ley de n uestra represen tación que lo estable
desplace a lo in estable, el átom o devien e para n osotros el elem en to
im portan te y cen tral cuyo m ovim ien to n o h aría m ás qu e relacion ar
las posicion es sucesivas. Pero esta con cepción n o solam en te tien e el
in con ven ien te de resucitar para el átom o todos los problem as que
plan tea la materia; n o solam en te con lleva el error de atribuir un valor
absolu to a esta división de la m ateria qu e parece sobre tod o respon ­
der a las n ecesidades de la vida; ella tam bién vuelve in in teligible el
proceso por el cual captam os sim ultán eam en te en n uestra percepción
un estado de n uestra con cien cia y un a realidad in depen dien te de
n osotros. Este carácter m ixto de n uestra percepción in m ediata, esta
aparien cia de con tradicción realizada, es la prin cipal razón teórica
qu e ten em os para creer en un m u n do exterior qu e n o coin cide ab­
solu tam en te con n uestra percepción ; y com o esto se descon oce en
u n a doctrin a qu e vuelve la sen sación com pletam en te h eterogén ea a
los m ovim ien tos de los que sólo sería la traducción con cien te, esta
doctrin a debería, según parece, aten erse a las sen sacion es de las que
h a h echo el único dato, y n o adjun tarle m ovim ien tos qu e sin con tacto
posible con ellas n o son m ás que su duplicado in útil. El realism o
en ten dido de este m odo se destruye pues a sí m ism o. N osotr os en
defin itiva n o ten em os elección: si n uestra creen cia en un substrato
m ás o m en os h om ogén eo de las cualidades sen sibles es fun dada, no
puede serlo m ás que por un acto que n os h aría captar o adivin ar en
la cualidad misma algo que sobrepasa n uestra sen sación , com o si esta
sen sación estuviera preñ ada de detalles sospech ados e in advertidos.
Su objetividad, es decir lo que tiene de m ás que n o entrega, con sistirá
precisam en te en ton ces, com o lo dejábam os presen tir, en la in m en sa
m ultiplicidad de los m ovim ien tos que ejecuta, de cierta m an era, en
el in terior de su crisálida. Ella se extien de in m óvil en superficie; pero
vive y vibra en profu n didad.
A decir verdad, n adie se represen ta de otro m odo la relación
de la can tidad con la cualidad. Creer en realidades distin tas de las
percibidas es sobre todo recon ocer qu e el orden de n uestras percep­
cion es depen de de ellas y n o de n osotros. D ebe pues h aber allí, en
el con jun to de las percepcion es qu e ocu pan un m om en to dado, la
razón de lo que pasará en el m om en to siguien te. Y el m ecan icism o
no hace m ás que form ular con m ayor precisión esta creen cia cuan do
afirm a que los estados de la m ateria pueden deducirse los un os de
los otros. Esta deducción , es verdad, n o es posible m ás qu e si se des­
cubren , bajo la h eterogen eidad aparen te de las cualidades sen sibles,
elementos h om ogén eos y calculables. Pero, por otra parte, si esos
elementos son exteriores a las cualidades cuyo orden regular deben
explicar, ya no pueden prestar el servicio que se les dem an da, pues­
to que las cualidades n o se agregan en ton ces allí m ás qu e p or un a
especie de m ilagro y n o se correspon den m ás que en virtud de un a
arm on ía preestablecida. Forzoso es pues m eter esos m ovim ien tos en
esas cualidades bajo la for m a de con m ocion es interiores, con siderar
esas con m ocion es com o m en os h om ogén eas y esas cualidades com o
m en os h eterogén eas de lo que parecen superficialm en te, y atribuir
la diferen cia de aspecto de los dos térm in os a la n ecesidad, para
esta m u ltiplicidad en cierto m od o in defin ida, de con traerse en un a
duración dem asiado estrech a par a distin gu ir sus m om en tos.
In sistam os sobre este últim o pu n to, del qu e ya h em os dich o algu­
n a palabra en otra oportu n idad, pero qu e ten em os p or esen cial. La
duración vivida por n uestra con cien cia es u n a duración a un ritm o
determ in ado, bien diferen te de ese tiem po del qu e h abla el físico y
que pu ede alm acen ar, en un intervalo dado, un n úm ero tan gran de
com o se quiera de fen óm en os. En el espacio de un segun do, la luz
roja —la cual posee la m ayor lon gitud de on da y cuyas vibracion es
son en con secuen cia las m en os frecuen tes- produ ce 400 trillon es de
vibracion es sucesivas. ¿Q uerem os h acern os un a idea de ese n úm ero?
Se deberán apartar las vibracion es un as de otras lo suficien te para
qu e n uestra con cien cia pu eda con tarlas o al m en os registrar explíci­
tam en te su sucesión , y se in vestigará cuán to ocu paría esta sucesión
en días, m eses, o añ os. Ah ora bien , el m ás pequ eñ o intervalo de
tiem po vacío del qu e ten em os con cien cia es igual, según Exn er, a 2
m ilésim as de segun do; aún es du doso qu e pod am os percibir varios
in tervalos seguidos tan cortos. Adm itam os sin em bargo qu e som os
capaces de ello in defin idam en te. Im agin em os, en u n a palabra, un a
con cien cia qu e asistiera al desfile de 400 trillon es de vibracion es,
todas in stan tán eas, y solam en te separadas un as de otras por las 2
m ilésim as de segun do necesarias para distin guirlas. U n cálculo m uy
sim ple m u estra que h arán falta m ás de 25.000 añ os para acabar la
operación . Así esta sen sación de luz roja experim en tada por n oso­
tros duran te un segun do correspon de, en sí m ism a, a un a sucesión
de fen óm en os que desplegados en n uestra duración con la m ayor
econ om ía de tiem po posible ocuparían m ás de 250 siglos de n uestra
h istoria. ¿Es esto con cebible? Es necesario distin guir aqu í entre n ues­
tra propia duración y el tiem po en gen eral. En n uestra duración , la
que n uestra con cien cia percibe, un intervalo dado n o puede con ten er
m ás que un n úm ero lim itado de fen óm en os con cien tes. Con ceb i­
m os que este con ten ido aum en te, y cuan do h ablam os de un tiem po
in defin idam en te divisible, ¿es en esta duración en la qu e pen sam os?
M ien tras se trate del espacio, se puede llevar la división tan lejos
com o se quiera; n o se cam bia de este m od o n ada de la n aturaleza de
lo que se divide. Es que, por defin ición , el espacio n os es exterior,
un a parte del espacio n os parece subsistir aún cuan do dejam os de
ocu parn os de él. Tam b ién ten em os a bien dejarlo in diviso, sabem os
que puede esperar, y que un n uevo esfuerzo de im agin ación lo des­
com pon drá a su turn o. Com o adem ás n un ca deja de ser espacio,
siem pre im plica yuxtaposición , y en con secuen cia división posible.
El espacio no es p or otra parte, en el fon do, m ás que el esquem a
de la divisibilidad in defin ida. Pero sucede com pletam en te de otro
m odo en la duración . Las partes de n uestra duración coin ciden con
los m om en tos sucesivos del acto que la divide; tan tos in stan tes fija­
m os en ella, tan tas partes ella tiene; y si n uestra con cien cia no puede
distin guir en un in tervalo m ás qu e un n úm ero determ in ado de actos
elementales, si ella detien e en algu n a parte la división , ah í se detien e
tam bién la divisibilidad. En van o se esfuerza n uestra im agin ación
en ir más allá, en dividir a su vez las partes últim as, y en activar
de cierto m odo la circulación de n uestros fen óm en os in teriores: el
m ism o esfuerzo por el cual querríam os llevar m ás lejos la división de
n uestra duración alargaría esta duración otro tan to. Y sin em bargo
sabem os que millon es de fen óm en os se suceden m ien tras n osotros
apen as con tam os algun os. N o es solam en te la física quien n os lo
dice; la experien cia bu rda de los sen tidos ya n os lo deja adivin ar;
presen tim os en la n aturaleza sucesion es m uch o m ás rápidas qu e
las de n uestros estados in teriores. ¿Cóm o con cebirlas, y qu é es esta
duración cuya capacidad sobrepasa tod a im agin ación ?
Segu ram en te n o es la n uestra; pero tam poco es esa dur ación
im person al y h om ogén ea, la m ism a para todo y para todos, qu e se
derramaría in diferen te y vacía m ás allá de lo qu e dura. Este preten di­
do tiem po h om ogén eo, com o h em os in ten tado dem ostrarlo en otra
parte, es un ídolo del len guaje, u n a ficción cuyo origen se recon oce
fácilmente. En realidad, n o h ay un ritm o ún ico de la duración ; se
pueden im agin ar ritm os m u y diferen tes que, m ás len tos o m ás rápi­
dos, medirían el grado de ten sión o de relajamien to de las con cien cias
y, p or tan to, fijarían sus lugares respectivos en la serie de los seres.
Esta represen tación de las duracion es con desigual elasticidad es
quizás pen osa para n uestro espíritu, qu e h a con traído el h ábito útil
de reemplazar la verdadera duración , vivida por la con cien cia, por un
tiem po h om ogén eo e in depen dien te; pero en prim er lugar, com o lo
h em os m ostrado, es fácil desen m ascarar la ilusión qu e vuelve pen osa
un a tal represen tación , y adem ás esta idea tiene de su parte, en el
fon do, el asen tim ien to tácito de n uestra con cien cia. ¿No n os sucede
duran te el sueñ o percibir dos person as con tem porán eas y distin tas
en n osotros, un a de las cuales duerm e algun os m in utos mien tras que
el sueñ o de la otra ocu pa días y seman as? Y ¿no ten dría la h istoria
en tera un tiem po m u y corto para un a con cien cia m ás ten sa que la
n uestra, qu e asistiera al desarrollo de la h um an idad con trayén dola,
por así decirlo, en las gran des fases de su evolución ? Percibir con siste
pues, en su m a, en con den sar períodos en orm es de un a existen cia in ­
fin itam en te dilu ida en algun os m om en tos m ás diferen ciados de un a
vida m ás in ten sa, y en resumir así u n a m uy larga h istoria. Percibir
sign ifica in m ovilizar.
Es decir qu e n osotros captam os, en el acto de la percepción , algo
que sobrepasa la percepción m ism a, sin que el universo m aterial sin
em bargo difiera o se distin ga esen cialm en te de la represen tación que
ten em os de él. En un sen tido m i percepción m e es in terior, puesto
que con trae en un m om en to ún ico de m i duración lo qu e por sí
m ism o se repartiría en un n úm ero in calculable de m om en tos. Pero
si ustedes su prim en m i con cien cia, el un iverso m aterial subsiste tal
com o era: solam en te que, com o h an h ech o abstracción de ese ritm o
particular de duración qu e era la con dición de m i acción sobre las
cosas, esas cosas vuelven a entrar en sí m ism as para destacarse en otros
tan tos m om en tos qu e la cien cia distin gue, mientras que las cualidades
sensibles, sin desvanecerse, se extien den y se diluyen en un a duración
in com parablem en te m ás dividida. La m ateria se resuelve así en un
sin n úm ero de estrem ecim ien tos, todos ligados en un a con tin u idad
in in terrum pida, todos solidarios en tre sí y que corren en todos los
sen tidos com o si fueran escalofríos. Liguen un os a otros los objetos
discon tin u os de vuestra experiencia cotidian a; luego con viertan la
con tin u idad in m óvil de sus cualidades en estrem ecim ien tos in situ\
un an esos m ovim ien tos despren dién dose del espacio divisible que
los subtien de para ya n o con siderar m ás qu e su m ovilidad, ese acto
indiviso que vuestra con cien cia capta en los m ovim ien tos que ustedes
ejecutan por sí m ism os: obten drán de la m ateria u n a visión quizás
fatigosa para vuestra im agin ación , pero pu ra y desem barazada de
aquello que las exigen cias de la vida les h acen añ adir en la percepción
exterior. Restablezcan ah ora m i con cien cia y con ella las exigencias de
la vida: a m u y gran des in tervalos, y fran qu ean do cada vez en orm es
períodos de la h istoria in terior de las cosas, serán tom adas vistas cuasi
instantáneas, vistas pin torescas esta vez, cuyos colores más acen tuados
con den san un a in fin idad de repeticion es y de cam bios elementales.
Es así que las miles de posicion es sucesivas de un corredor se con ­
traen en u n a ún ica actitu d sim bólica que n uestro ojo percibe, que
el arte reproduce, y qu e devien e para todo el m u n do la im agen de
un h om bre que corre. La m irada qu e a cada m om en to ech am os a
nuestro alrededor n o capta pues m ás que los efectos de un a m u ltitud
de repeticion es y de evolucion es in teriores, efectos discon tin u os por
eso m ism o, y cuya con tin uidad restablecemos m edian te m ovimien tos
relativos que atribuim os a «objetos» en el espacio. El cam bio está en
todas partes, pero en profu n didad; n osotros lo localizam os aqu í y
allá, pero en superficie; y así con stituim os cuerpos a la vez estables
en cuan to a sus cualidades y m óviles en cuan to a sus posicion es,
con trayén dose a n uestros ojos la tran sform ación universal en un
sim ple cam bio de lugar.
En cierto sen tido, es in discutible que h aya objetos m últiples,
que un h om bre se distin ga de otro h om bre, un árbol de un árbol,
un a piedra de un a piedra, puesto qu e cada uno de esos seres, cada
un a de esas cosas posee propiedades características y obedece a un a
determ in ada ley de evolución . Pero la separación en tre la cosa y su
en torn o no puede estar absolutam en te recortada; se pasa, por grados
in sensibles, de lo un o a lo otro: la estrech a solidaridad qu e liga todos
los objetos del universo m aterial, la perpetuidad de sus accion es y
reacciones recíprocas, pru eba suficien tem en te qu e no tienen los
lím ites precisos que les atribuim os. En cierto m odo n uestra per­
cepción distin gu e la form a de su residuo; los con cluye en el pu n to
don de se detien e n uestra acción posible sobre ellos y don de dejan ,
en con secuen cia, de com prom eter n uestras n ecesidades. Esta es la
prim era y la m ás evidente operación del espíritu qu e percibe: traza
division es en la con tin u idad de lo exten so, cedien do sim plem en te a
las sugeren cias de la n ecesidad y a las n ecesidades de la vida práctica.
Pero para dividir así lo real, debem os persuadirn os de en trada qu e lo
real es arbitrariam en te divisible. Debem os en con secuen cia ten der
por debajo de la con tin u idad de las cualidades sen sibles, qu e es la
exten sión con creta, u n a red de m allas in defin idam en te deform ables
e in defin idam en te decrecien tes: ese substrato sim plem en te con cebi­
do, ese esqu em a com pletam en te ideal de la divisibilidad arbitraria e
in defin ida, es el espacio h om ogén eo. Ah ora, al m ism o tiem po que
n uestra percepción actual y por así decirlo in stan tán ea efectúa esta
división de la m ateria en objetos in depen dien tes, n uestra m em oria
solidifica en cualidades sen sibles el curso con tin u o de las cosas.
P rolon ga el pasado en el presen te, ya que n uestra acción dispon drá
del porven ir en la proporción exacta en qu e n uestra percepción ,
en grosada por la m em oria, h aya con traído el pasado. Respon der a
un a acción sufrida a través de u n a reacción in m ediata que se ajuste
a su ritm o y se con tin ú e en la duración m ism a, ser en el presen te y
en un presen te qu e recom ien za sin cesar, h e aqu í la ley fun dam en tal
de la m ateria: en esto con siste la necesidad. Si existen accion es libres
o al m en os parcialm en te in determ in adas, n o pueden perten ecer m ás
que a seres capaces de fijar en gran des in tervalos el deven ir sobre
el cual se aplica su propio deven ir, de solidificarlo en m om en tos
distin tos, de con den sar así su m ateria y, al asim ilársela, de digerirla
en m ovim ien tos de reacción qu e pasarán a través de las m allas de la
n ecesidad n atural. La m ayor o m en or ten sión de su duración , qu e en
el fon do expresa la m ayor o m en or in ten sidad de la vida, determ in a
así tan to la fuerza de con cen tración de su percepción com o el grado
de su libertad. La in depen den cia de su acción sobre la m ateria cir­
cun dan te se afirm a cada vez m ejor a m edida qu e ellas se despren den
m ás del ritm o según el cual esta m ateria discurre. D e suerte qu e las
cualidades sen sibles, com o figuran en n uestra percepción revestida
de m em oria, son los m om en tos sucesivos obten idos p or la solidifi­
cación de lo real. Pero para distin guir estos m om en tos, y tam bién
para un irlos con ju n tam en te a través de un h ilo qu e sea com ú n a
n uestra propia existen cia y a la de las cosas, n os es forzoso im agin ar
un esqu em a abstracto de la sucesión en general, un m edio h om ogé­
n eo e in diferen te que sea para el decurso de la m ateria en el sen tido
de la lon gitud, lo que el espacio es en el sen tido de la am plitu d: en
esto con siste el tiem po h om ogén eo. Espacio h om ogén eo y tiem po
h om ogén eo no son pues ni propiedades de las cosas, ni con dicion es
esen ciales de n uestra facu ltad de con ocerlas: expresan , bajo u n a
for m a abstracta, el doble trabajo de solidificación y de división que
h acem os sufrir a la con tin u idad m ovien te de lo real para asegurar­
n os en ella pun tos de apoyo, para fijarn os allí cen tros de operación ,
para in troducir en fin autén ticos cam bios; estos son los esquem as de
n uestra acción sobre la m ateria. El prim er error, aquel que con siste
en h acer de este tiem po y de este espacio h om ogén eos propiedades
de las cosas, con duce a las insalvables dificultades del dogm atism o
metafísico —m ecan icism o o din am ism o—, el din am ism o erigien do los
cortes sucesivos que practicam os a lo largo del un iverso qu e discurre
en otros tan tos absolutos v esforzán dose van am en te en ton ces en
j

ligarlos entre sí a través de un a especie de deducción cualitativa; el


m ecan icism o apegán dose m ás bien en un o cualquiera de los cortes a
las division es practicadas en el sen tido de la am plitu d, es decir a las
diferencias in stan tán eas de m agn itu d y de posición , y esforzán dose
n o m en os van am en te p or en gen drar con las variacion es de esas
diferencias, la sucesión de las cualidades sen sibles. ¿N os su m am os
p or el con trario a la otra h ipótesis?, ¿preten dem os, con Kan t, qu e el
espacio y el tiem po sean form as de n uestra sen sibilidad? Llegam os
a declarar así m ateria y espíritu igualm en te in cogn oscibles. Ah ora,
si se com paran am bas h ipótesis opu estas se les descubre un fon do
com ún : h acien do del tiem po h om ogén eo y del espacio h om ogén eo
o realidades con tem pladas o form as de la con tem plación , u n a y otra
atribuyen al espacio y al tiem po un in terés m ás bien especulativo
que vital. En tre el dogm atism o m etafísico de un lado y la filosofía
crítica del otro, h abría en ton ces sitio para u n a doctrin a que vería
en el espacio y el tiem po h om ogén eos prin cipios de división y de
solidificación in troducidos en lo real en vista de la acción , y n o del
con ocim ien to, qu e atribuiría a las cosas un a duración real y u n a ex­
ten sión real, y qu e en fin vería el origen de todas las dificultades no
ya en esta duración y esta exten sión que perten ecen efectivam en te
a las cosas y se m an ifiestan in m ediatam en te a n uestro espíritu, sin o
en el espacio y el tiem po h om ogén eos qu e ten dem os por debajo de
ellas para dividir el con tin u o, fijar el devenir, y su m in istrar a n uestra
actividad pun tos de aplicación .
Pero las con cepcion es errón eas de la cualidad sen sible y del espa­
cio están tan profu n dam en te arraigadas en el espíritu qu e n o se las
podría atacar por un gran n úm ero de pu n tos a la vez. Decim os pues,
para descubrir de ellas un nuevo aspecto, qu e im plican este doble
postu lado, igualm en te aceptado por el realismo y por el idealism o:
I o n o h ay n ada en com ú n entre diversos géneros de cualidades; 2o no
h ay n ada en com ún , tam poco, entre la exten sión y la cualidad pura.
N osotr os preten dem os por el con trario que existe algo en com ún
entre cualidades de orden diferen te, qu e todas ellas participan de lo
extenso a grados diversos, y que no se pueden descon ocer estas dos
verdades sin atestar con m il dificultades la m etafísica de la materia,
la psicología de la percepción , y m ás gen eralm en te la cuestión de
las relacion es de la con cien cia con la materia. Sin in sistir sobre estas
con secuen cias, lim itém on os p or el m om en to a m ostrar, en el fon do
de las diversas teorías de la m ateria, los dos postu lados qu e discuti­
m os, y rem on tém on os a la ilusión de la qu e proceden .
La esen cia del idealism o in glés es tener la exten sión p or un a p r o­
pied ad de las percepcion es táctiles. Com o n o ve en las cualidades
sen sibles m ás qu e sen sacion es, y en las sen sacion es m ism as más qu e
estados del alm a, n o en cuen tra en las diversas cualidades n ada que
pu eda fun dar el paralelism o de sus fen óm en os: le es forzoso pues
explicar ese paralelism o por un h ábito, qu e hace que las percepcion es
actuales de la vista, p or ejem plo, n os sugieran sen sacion es posibles
del tacto. Si las im presion es de dos sen tidos diferentes n o se parecen
m ás que las palabras de dos idiom as, en van o se buscarían deducir los
datos de un o de los datos del otro; ellos n o poseen elem en to com ún .
Y n o h ay n ada de com ú n tam poco, en consecuencia, entre lo extenso,
que es siempre táctil, y los datos de los otros sen tidos distin tos del
tacto, que no son extensos de n in gun a man era.
Pero a su turno el realism o atom ístico, quien pon e los m ovi­
mientos en el espacio y las sen sacion es en la con cien cia, n o pu ede
descubrir nada en com ún en tre las m odificacion es o fen óm en os de la
extensión y las sensacion es que a ellos respon den . Esas sen sacion es se
desprenderían de esas m odificacion es com o especies de fosforescen ­
cias, o más aún traducirían al idiom a del alm a las m an ifestacion es de
la materia; pero en un caso com o en el otro n o reflejarían la im agen
de sus causas. Sin dudas todas ellas se rem on tan a un origen com ún ,
que es el m ovim ien to en el espacio; pero ju stam en te debido a qu e
evolucionan más allá del espacio, ren un cian en tan to qu e sen sacio­
nes al parentesco que ligaba sus causas. Rom pien do con el espacio,
rompen tam bién entre ellas, y n o participan de este m odo n i unas
de las otras, ni de lo extenso.
Idealismo y realismo n o difieren pues aqu í m ás que en el h ech o de
que el primero h ace retroceder lo exten so h asta la percepción táctil,
de la que deviene su propiedad exclusiva, m ien tras qu e el segun do
em puja lo extenso más lejos todavía, m ás allá de toda percepción .
Pero las dos doctrin as con cuerdan en afirm ar la discon tin u idad de
los diversos órdenes de cualidades sensibles, com o tam bién el trán sito
brusco de lo que es puram en te extenso a lo que de n in gun a m an era lo
es. Ah ora bien, las prin cipales dificultades que en cuen tran la u n a y la
otra en la teoría de la percepción derivan de este postu lado com ún .
¿Se preten de en efecto, con Berkeley, qu e toda percepción de ex­
ten sión se relacion a al tacto? En rigor, se pod r á rech azar la exten sión
de los datos del oído, del olfato y del gu sto; pero h ará falta explicar
al m en os la génesis de un espacio visual, correspon dien te al espacio
táctil. Se alega, es verdad, que la vista acaba por deven ir sim bólica
del tacto, y que n o h ay en la percepción visual de las relacion es es­
paciales otra cosa que un a sugestión de percepcion es táctiles. Pero
se nos h ará difícil com pren der, por ejem plo, cóm o la percepción
visual del relieve, percepción qu e causa sobre n osotros u n a im pre­
sión sui generis in descriptible por otra parte, coin cide con el sim ple
recuerdo de u n a sen sación del tacto. La asociación de un recuerdo a
un a percepción presen te pu ede com plicar esta percepción en rique­
cién dola con un elem en to con ocido, pero n o pu ede crear un n uevo
tipo de im presión , un a n ueva cualidad de percepción . Ah ora bien
la percepción visual del relieve presen ta un carácter absolutam en te
origin al. ¿Direm os que se d a la ilusión del relieve con un a superficie
plan a? Se establecerá con esto que un a superficie don de los ju egos
de som bra y de luz del objeto en relieve estén m ás o m en os bien
im itados basta para recordamos el relieve; pero todavía h ace falta,
para que el relieve sea recordado, que an tes qu e n ada h aya sido bien
percibido. Lo h em os dich o ya, pero n un ca lo repetiremos dem asiado:
nuestras teorías de la percepción están com pletam en te viciadas por
esta idea de que si un cierto dispositivo produce en un m om en to
dado la ilusión de un a cierta percepción , h a podido siem pre bastar
para produ cir esta m ism a percepción ; ¡com o si el rol de la m em oria
n o fuera ju stam en te el de h acer sobrevivir la com plejidad del efecto a
la sim plificación de la causa! ¿Se dirá que la retin a es ella m ism a un a
superficie plan a, y que si percibim os algo de la exten sión a través de
la vista, n o puede tratarse en tod os los casos m ás qu e de la im agen
retin ian a? Pero, com o lo h em os m ostrado desde el com ien zo de este
libro, n o es cierto que en la percepción visual de un objeto, el cerebro,
los nervios, la retin a y el objeto mismo form en un todo solidario, un
proceso con tin u o en el qu e la im agen retin ian a n o es m ás qu e un
episodio: ¿con qu é derech o aislar esta im agen para resum ir en ella
tod a la percepción ? Y adem ás, com o tam bién lo h em os m ost r ad o13,
¿podría un a superficie ser percibida com o tal de otro m odo que en un
espacio en el que se restablecieran las tres dim en sion es? Berkeley, por
lo m en os, iba h asta el final de su tesis: n egaba a la vista toda percep­
ción de lo extenso. Pero las objecion es qu e elevamos sólo adquieren
en ton ces m ás fuerza, puesto qu e n o se com pren de cóm o se crearía a
través de u n a sim ple asociación de recuerdos lo qu e h ay de origin al
en n uestras percepcion es visuales de la lín ea, de la superficie y del

13 Essai sur les dones im m édiates de la conscience, París, 1889, p. 77 y 78.


volum en , percepcion es tan puras que el m atem ático se con form a
con ellas, y razon a h abitualm en te sobre un espacio exclusivamen te
visual. Pero no in sistamos sobre estos diversos pun tos, tam poco sobre
los discutibles argum en tos extraídos de la observación de los ciegos
operados: la teoría de las percepcion es adqu iridas de la vista, clásica
desde Berkelev, no parece poder resistir a los asaltos m ultiplicados
de la psicología con tem porán ea14. D ejan d o de lado las dificultades
de orden psicológico, n os lim itarem os a llam ar la aten ción sobre
otro pun to que es para n osotros el esencial. Su pon gam os por un
in stan te que la vista no n os in form a origin alm en te sobre n in gun a de
las relaciones espaciales. La for m a visual, el relieve visual, la distan cia
visual devienen en ton ces los sím bolos de percepcion es táctiles. Pero
hará falta que se n os diga por qué ese sim bolism o sale adelan te. H e
aquí objetos que cam bian de for m a y se m ueven . La vista con stata
variacion es determ in adas que luego el tacto verifica. Existe pues, en
las dos series visual y táctil o en sus causas, algo que las h ace corres­
pon der un a a la otra y que asegura la con stan cia de su paralelism o.
¿Cuál es el prin cipio de esta ligazón ?
Para el idealism o inglés, n o pu ede ser m ás qu e algún dens ex ma-
china, y som os con ducidos al m isterio. Para el realismo vulgar, es
en un espacio distin to de las sen sacion es qu e se h allaría el prin cipio
de la correspon den cia de las sen sacion es en tre sí; pero esta doctrin a
retrasa la dificultad y aú n la agrava, pues h ará falta que n os diga
cóm o un sistem a de m ovim ien tos h om ogén eos en el espacio evoca
sen sacion es diversas que n o tienen n in gun a relación con ellos. H ace
un m om en to, la génesis de la percepción visual del espacio por
sim ple asociación de im ágen es n os parecía im plicar un a verdadera
creación ex nihilo-, aquí, todas las sen sacion es nacen de la n ada, o
por lo m en os n o tienen n in gun a relación con el m ovim ien to que
las ocasion a. En el fon do, esta segu n da teoría difiere de la prim era

14 Ver, sobre este tema: Paul JANET, La perception visuelle de la distance, Revue
philosophique, 1879, t. VII, p. I y sig. —W illiam JAM ES, Principies o f Psychology, t.
II, cap. XXII. - Cf. a propósito de la percepción visual de la extensión: DUNAN,
L’espace visuel et l’espace tactile {Revuephilosophique, febrero y abril 1888, enero 1889).
m uch o m en os de lo qu e se cree. El espacio am orfo, los átom os que
se im pulsan y se en trech ocan , n o son otra cosa qu e las percepcion es
táctiles objetivadas, liberadas de las otras percepcion es en razón de la
im portan cia excepcion al que se les atribuye, y erigidas en realidades
in depen dien tes para ser distin guidas por eso de las otras sen sacion es,
qu e devien en su s sím bolos. Por otro lado en esta operación se las h a
vaciado de u n a parte de su con ten ido; luego de h aber h ech o con ­
verger todos los sen tidos h acia el tacto, n o se con serva ya del tacto
m ism o m ás qu e el esqu em a abstracto de la percepción táctil para
con struir con él el m u n d o exterior. ¿H ace falta asom brarse de que
ya n o se en cuen tre com un icación posible en tre esta abstracción y las
sen sacion es? Pero lo cierto es qu e el espacio no está m ás afuera de
n osotros que en n osotros, y que n o pertenece a un grupo privilegiado
de sen sacion es. Todas las sen sacion es participan de lo exten so; todas
ech an en lo exten so raíces m ás o m en os profu n das; y las dificultades
del realism o vulgar provien en del h ech o de que, h abien do sido el
paren tesco de las sen sacion es extraído y puesto aparte bajo la form a
de espacio in defin ido y vacío, ya n o vem os ni cóm o esas sen sacion es
participan de lo extenso, ni cóm o se correspon den entre sí.
La idea de que todas n uestras sen sacion es son extensivas en algún
grado penetra cada vez más la psicología con tem porán ea. Se sostiene,
n o sin algún viso de razón , que n o h ay sen sación sin «exten sidad»15
o sin «un sen tim ien to de volu m en »16. El idealism o inglés preten día
reservar a la percepción táctil el m on opolio de lo extenso, n o ejer­
cién dose los otros sen tidos en el espacio m ás que en la m edida en que
n os recuerdan los datos del tacto. Por el con trario, u n a psicología

13 W ARD, artículo Psychology de la Encydop. Británica.


16W. James, Principies ofPsychologiy, t. II, p. 134 y sig. Notemos de pasada que se
podría, en rigor, atribuir esta opinión a Kant, puesto que la Esthétique trascendantale
no hace diferencia entre los datos de los diversos sentidos en lo que concierne a su
extensión en el espacio. Pero es necesario no olvidar que el punto de vista de la Crítica
es completamente distinto que el de la psicología, y que basta para su objeto que todas
nuestras sensaciones term inen por ser localizadas en el espacio cuando la percepción
haya alcanzado su forma definitiva.
más aten ta n os revela y sin du das dará a con ocer cada vez m ejor la
n ecesidad de tener todas las sen sacion es por prim itivam en te exten­
sivas, palidecien do y borrán dose su exten sión fren te a la in ten sidad
y utilidad superiores de la exten sión táctil y sin du das tam bién de
la extensión visual.
Así en ten dido, el espacio es el sím bolo de la fijeza y de la divisi­
bilidad al in fin ito. La exten sión con creta, es decir la diversidad de
las cualidades sen sibles, n o está en él; es a él al qu e pon em os en ella.
No es el soporte sobre el cual se posa el m ovim ien to real; p or el con ­
trario, es el m ovim ien to real quien lo coloca por debajo de él. Pero
n uestra im agin ación , preocu pada an te todo por la com odidad de la
expresión y por las exigen cias de la vida m aterial, prefiere invertir
el orden n atural de los térm in os. H abitu ada a buscar su pu n to de
apoyo en un m un do de im ágen es totalm en te con struidas, in móviles,
cuya fijeza aparen te refleja sobre todo la in variabilidad de n uestras
n ecesidades inferiores, n o pu ede im pedirse creer el reposo an terior
a la m ovilidad, tomarlo p or pu n to de referencia, in stalarse en él, y
no ver en fin en el m ovim ien to m ás que un a variación de distan cia,
precedien do el espacio al m ovim ien to. En ton ces, en un espacio
h om ogén eo e in defin idam en te divisible ella trazará un a trayectoria
y fijará posicion es: aplican do a con tin u ación el m ovim ien to sobre la
trayectoria, lo querrá divisible com o esa línea y, com o ella, desprovista
de cualidad. ¿H ace falta asom brarse si n uestro en ten dim ien to, ejer­
cién dose a partir de ah ora sobre esta idea qu e represen ta justam en te
la inversión de lo real, no descubre allí m ás que con tradiccion es?
H abien do asim ilado los m ovim ien tos al espacio, se en cuen tran esos
m ovim ien tos h om ogén eos com o el espacio; y com o ya n o se quiere
ver entre ellos m ás que diferen cias calculables de dirección y veloci­
dad, toda relación en tre el m ovim ien to y la cualidad es abolida. Ya
no qu eda entonces m ás qu e estacion ar el m ovim ien to en el espacio,
las cualidades en la con cien cia, y establecer en tre esas dos series
paralelas, incapaces en h ipótesis de reun irse jam ás, un a m isteriosa
correspondencia. Lan zada a la con cien cia, la cualidad sensible deviene
im poten te para recon quistar lo exten so. Relegado en el espacio, y en
el espacio abstracto, en el que n un ca h ay m ás que un in stan te único y
todo recom ien za siem pre, el m ovim ien to ren un cia a esta solidaridad
del presen te y del pasado qu e es su esen cia m ism a. Y com o estos
dos aspectos de la percepción , cualidad y m ovim ien to, se visten de
un a sim ilar oscuridad, el fen óm en o de la percepción , don de un a
con cien cia en cerrada en sí m ism a y extrañ a al espacio traduciría lo
que en el espacio tiene lugar, deviene un m isterio. Por el con trario,
desech em os tod a idea precon cebida de in terpretación o de m edida,
situém on os cara a cara con la realidad in m ediata: ya n o en con tram os
un a distan cia in fran queable, ni u n a diferen cia esen cial, n i aú n un a
distin ción verdadera en tre la percepción y la cosa percibida, entre
la cualidad y el m ovim ien to.
Retorn am os así, por un largo rodeo, a las con clusion es qu e h abía­
m os extraído en el prim er capítulo de este libro. Nu estra percepción ,
decíam os, está origin alm en te en las cosas m ás qu e en el espíritu, fuera
de n osotros m ás que en n osotros. Las percepcion es de los diversos
gén eros señ alan otras tan tas direccion es verdaderas de la realidad.
Pero esta percepción que coin cide con su objeto, añ adíam os, existe
de derech o m ás que de h ech o: ten dría lu gar en la in stan tan eidad.
En la percepción con creta la m em oria in tervien e, y la subjetividad
de las cualidades sen sibles con siste ju stam en te en qu e n uestra con ­
ciencia, que com ien za por n o ser m ás que m em oria, prolon ga un a
plu ralidad de m om en tos los un os en los otros para con traerlos en
u n a in tuición ún ica.
Con cien cia y m ateria, alm a y cuerpo en trarían así en con tacto
en la percepción . Pero esta idea qu ed aba oscu r a por un cierto
costado, por qu e n uestra percepción , y en con secuen cia tam bién
n uestra con cien cia, parecían participar en ton ces de la divisibilidad
que se atribuye a la m ateria. Si en la h ipótesis dualista n os repugn a
n aturalm en te aceptar la coin ciden cia parcial del objeto percibido y
del sujeto qu e percibe, es porqu e ten em os con cien cia de la un idad
in divisa de n uestra percepción , en lugar de qu e el objeto n os parezca
ser en esen cia in defin idam en te divisible. D e ah í surge la h ipótesis
de un a con cien cia con sen sacion es in exten sas, ubicada fren te a un a
m u ltiplicidad extensa. Pero si la divisibilidad de la m ateria es en tera­
m en te relativa a n uestra acción sobre ella, es decir a n uestra facultad
de m odificar su aspecto, si perten ece n o a la m ateria m ism a sin o al
espacio que ten dem os por debajo suyo para h acerla caer bajo nuestro
dom in io, en ton ces la dificu ltad se desvan ece. La m ateria extensa,
con siderada en su con ju n to, es com o u n a con cien cia en don de todo
se equilibra, se com pen sa y se neutraliza; ella verdaderam en te sugiere
la in divisibilidad de n uestra percepción ; de suerte que in versamen te
podem os atribuir sin pen a a la percepción algo de la exten sión de
la materia. Estos dos térm in os, percepción y m ateria, m arch an así
el uno h acia el otro a m edida qu e n os despojam os m ás de lo que
podría llam arse los prejuicios de la acción : la sen sación recon quista
la extensión , lo exten so con creto retom a su con tin u idad y su in di­
visibilidad naturales. Y el espacio h om ogén eo, que se erigía entre los
dos térm in os com o u n a barrera insalvable, ya n o tien e otra realidad
que la de un esquem a o de un sím bolo. Lo qu e in teresa son los pasos
de un ser que obra sobre la m ateria, n o el trabajo de un espíritu que
especula sobre su esencia.
Por esto m ism o se esclarece, en cierta m edida, la cuestión h acia
la cual convergen todas n uestras bú squ edas, la de la un ión del alm a
y el cuerpo. La oscuridad de este problem a, en la h ipótesis dualista,
proviene del hecho de que se con sidera la m ateria com o esen cialmen ­
te divisible y todo estado del alm a com o rigurosam en te in exten so,
de suerte que se com ien za por cortar la com un icación entre los dos
térm in os. Y al profun dizar en este doble postu lado, se descubre allí,
en lo que concierne a la materia, un a con fusión de lo extenso concreto
e indivisible con el espacio divisible que lo subtien de, com o también ,
en lo que con ciern e al espíritu, la idea ilusoria de que n o h ay grados,
ni tran sición posible, en tre lo extenso y lo in exten so. Pero si estos
dos postulados en cubren un error com ú n , si existe trán sito gradual
de la idea a la imagen y de la im agen a la sen sación , si a m edida que
el estado del alm a avan za así h acia la actualidad, es decir h acia la
acción , se aproxim a m ás a la exten sión , si en fin esta exten sión un a
vez alcan zada perm an ece in divisa y por eso n o com bin a de n in gun a
m an era con la u n idad del alm a, se com pren de que el espíritu pu eda
posarse sobre la m ateria en el acto de la percepción pura, un irse a ella
en con secuen cia, y sin em bargo distin guirse de ella radicalm en te. Se
distin gue de ella en que aún en ton ces es memoria, es decir síntesis
del pasado y del presen te en vista del porven ir, en que con trae los
m om en tos de esa m ateria par a servirse de ella y para m an ifestarse a
través de acciones qu e son la razón de ser de su un ión con el cuerpo.
Ten íam os pues razón en decir, al prin cipio de este libro, que la
distin ción del cuerpo y del espíritu n o debe establecerse en fun ción
del espacio, sin o del tiem po.
El error del dualism o vulgar con siste en colocarse en el pu n to de
vista del espacio, en pon er de un lado la m ateria con sus m odifica­
ciones en el espacio, del otro, sen sacion es in exten sas en la con cien cia.
D e ah í la im posibilidad de com pren der cóm o el espíritu actú a sobre
el cuerpo o el cuerpo sobre el espíritu. D e ah í las h ipótesis que n o son
y no pueden ser m ás qu e con statacion es desn aturalizadas del h ech o,
la idea de un paralelism o o la de u n a arm on ía preestablecida. Pero de
ah í tam bién la im posibilidad de con stituir sea u n a psicología de la
memoria, sea un a m etafísica de la materia. Nosotros h em os in ten tado
establecer que esta psicología y esta metafísica son solidarias, y que las
dificultades se aten úan en un dualism o que, partien do de la percep­
ción pura don de el sujeto y el objeto coin ciden , im pulse el desarrollo
de esos dos térm in os en su s duracion es respectivas, ten dien do cada
vez m ás la m ateria, a m edida que se prosigue m ás lejos su análisis,
a no ser m ás que u n a sucesión de m om en tos in fin itam en te rápidos
que se deducen los un os de los otros y por tan to se equivalen; sien do
el espíritu ya m em oria en la percepción , y afirm án dose cada vez más
com o un a prolon gación del pasado en el presen te, un progreso, un a
autén tica evolución .
Pero ¿se vuelve m ás clara la relación del cuerpo con el espíritu?
Nosotr os reem plazam os un a distin ción espacial p or un a distin ción
tem poral: ¿son p or ello los dos térm in os m ás capaces de unirse?
Es preciso n otar qu e la prim era distin ción no com porta grados: la
m ateria está en el espacio, el espíritu está fuera del espacio; n o h ay
tran sición posible en tre ellos. P or el con trario, si el rol m ás h um ilde
del espíritu con siste en ligar los m om en tos sucesivos de la duración
de las cosas, si es en esta operación qu e tom a con tacto con la m ateria
y tam bién que an te tod o se distin gu e de ella, se con ciben en ton ces
un a in fin idad de grados en tre la m ateria y el espíritu plen am en te
desarrollado, el espíritu capaz de acción n o solam en te in determ in ada
sin o razon able y reflexiva. Cad a un o de esos grados sucesivos, que
m ide un a in ten sidad crecien te de vida, respon de a u n a m ás alta
ten sión de duración y se traduce h acia afuera a través de un m ayor
desarrollo del sistem a sen so-m otor. ¿Con sideram os en ton ces ese sis­
tem a nervioso? Su crecien te com plejidad parecerá dejar u n a libertad
cada vez m ayor a la actividad del ser viviente, la facu ltad de esperar
an tes de reaccionar, y de pon er la excitación recibida en relación
con u n a variedad cada vez m ás rica de m ecan ism os m otores. Pero
esto no es más qu e lo exterior, y la organ ización m ás com pleja del
sistem a nervioso, que parece asegurar u n a m ayor in depen den cia al
ser viviente frente a la m ateria, n o h ace m ás que sim bolizar m ate­
rialm en te esta in depen den cia m ism a; es decir la fuerza in terior qu e
perm ite al ser liberarse del ritm o de decurso de las cosas y retener
cada vez m ejor el pasado para in fluir cada vez m ás profun dam en te
en el porven ir; es decir, en el sen tido especial qu e dam os a esa pala­
bra, su m em oria. D e este m odo, entre la m ateria bruta y el espíritu
más capaz de reflexión existen todas las in ten sidades posibles de la
m em oria, o lo que es lo m ism o, todos los grados de la libertad. En
la prim era h ipótesis, la qu e expresa la distin ción del espíritu y del
cuerpo en términ os de espacio, cuerpo y espíritu son com o dos vías
férreas que se cortarían en án gulo recto; en la segun da, los rieles se
con ectan según un a curva, de suerte qu e se pasa in sen siblem en te de
un a vía a la otra.
Pero, ¿hay allí algo m ás que un a im agen ? Y ¿n o qu eda la distin ción
bien marcada, irreductible la oposición , entre la m ateria propiam en te
dich a y el más h um ilde grado de libertad o de m em oria? Sin dudas
sí, la distin ción subsiste, pero la u n ión devien e posible, puesto qu e
estaría dada bajo la for m a radical de la coin ciden cia parcial en la
percepción pura. Las dificultades del dualism o vulgar n o provienen
del h ech o de que los dos térm in os se distin gan , sin o de que n o se
advierte cóm o un o de los dos se su m a al otro. Ah ora bien, n osotros lo
h em os m ostrado: la percepción pura, qu e sería el grado m ás bajo del
espíritu —el espíritu sin la m em oria- form aría verdaderam en te parte
de la m ateria tal com o la en ten dem os. Vam os m ás lejos: la m em oria
n o interviene com o u n a fun ción de la cual la m ateria n o ten dría n in ­
gún presen tim ien to y qu e n o im itaría ya a su man era. Si la m ateria
n o se acuerda del pasado es por qu e ella repite el pasado sin cesar,
por qu e som etida a la n ecesidad despliega u n a serie de m om en tos en
los que cada un o equivale al preceden te y pu ede deducirse de él: de
este m odo, su pasado está realm en te dado en su presen te. Pero un
ser que evolucion a m ás o m en os librem en te crea a cada m om en to
algo n uevo: sería pues en van o qu e se buscara leer su pasado en su
presen te si el pasado no se depositara en él en estado de recuerdo.
D e este m odo, para retom ar u n a m etáfora qu e ya h a aparecido varias
veces en este libro, es preciso que por razon es similares el pasado sea
actuado por la materia, imaginado por el espíritu.
Resumen y conclusión

I. La idea qu e h em os despren dido de los h ech os y con firm ado


por el razon am ien to es qu e n uestro cuerpo es un in strum en to de
acción , y solam en te de acción . En n in gún grado, en n in gún sen tido,
bajo n in gún aspecto sirve para preparar, todavía m en os para explicar
u n a represen tación . ¿Se h abla de la percepción exterior? N o h ay m ás
qu e u n a diferen cia de grado, y n o de n aturaleza, entre las facultades
llam adas perceptivas del cerebro y las fun cion es reflejas de la m édula
espin al. M ien tras que la m édu la tran sform a las con m ocion es reci­
bidas en m ovim ien tos m ás o m en os n ecesariam en te ejecutados, el
cerebro las pon e en relación con m ecan ism os m otores m ás o m en os
librem en te escogidos; pero lo qu e se explica en n uestras percepcion es
a través del cerebro son n uestras accion es com en zadas, o preparadas,
o sugeridas, no nuestras percepcion es mism as. ¿Se h abla del recuerdo?
El cuerpo con serva h ábitos m otrices capaces de actuar de n uevo el
pasado; puede retom ar actitudes en las qu e el pasado se in sertará; o
m ás aún , a través de la repetición de ciertos fen óm en os cerebrales
que viejas percepcion es h an prolon gado, sum in istrará al recuerdo
un pu n to de enlace con lo actual, un m edio de recon quistar un a
in fluen cia pérdida sobre la realidad presen te: pero en n in gún caso el
cerebro alm acen aría recuerdos o im ágen es. Así, ni en la percepción ,
ni en la m em oria, ni con m ayor razón en las operacion es superiores
del espíritu, el cuerpo con tribuye directam en te a la represen tación .
Desarrollan do esta h ipótesis bajo sus m últiples aspectos, llevan do de
ese m odo el dualism o al extrem o, parecíam os cavar en tre el cuerpo
y el espíritu un abism o in fran queable. En realidad, señ alábam os el
ún ico m edio posible de aproxim arlos y un irlos.
II. Tod as las dificultades que este problem a plan tea, sea en el
dualism o vulgar, sea en el m aterialism o y en el idealism o, provien en
del h echo de que se con sidere, en los fen óm en os de percepción y de
m em oria, la física y la m oral com o duplicadas u n a de la otra. ¿M e co­
locaré en el pun to de vista materialista de la con cien cia-epifen ómen o?
N o com pren do en absoluto por qu é ciertos fen óm en os cerebrales se
acom pañ an de con cien cia, es decir par a qu é sirve o cóm o se produce
la repetición con cien te del un iverso m aterial qu e se h a plan teado
desde un prin cipio. ¿Pasaré al idealism o? N o m e daré en ton ces m ás
que percepcion es, y m i cuerpo será u n a de ellas. Pero m ien tras qu e
la observación m e m uestra qu e las im ágen es percibidas se revuelven
de cabo a rabo por variacion es m u y ligeras de lo que llam o m i cuerpo
(puesto que m e basta cerrar los ojos par a qu e m i universo visual se
desvan ezca), la cien cia m e asegura que todos los fen óm en os deben
sucederse y con dicion arse según un orden determ in ado, en el qu e los
efectos son rigurosam en te proporcion ados a las causas. Voy a estar
pues obligado a buscar en esta im agen que llam o m i cuerpo, y que
m e sigue por todas partes, cam bios qu e sean los equivalen tes, esta
vez regulados y exactam en te aju stados un os a otros, de las imágen es
que se suceden alrededor de m i cuerpo: los m ovim ien tos cerebrales
que así en cuen tro van a deven ir el duplicado de m is percepcion es.
Es verdad que esos m ovim ien tos serán percepcion es tam bién , per­
cepcion es «posibles», de suerte qu e esta segu n da h ipótesis es m ás
in teligible qu e la otra; pero en desqu ite ella deberá su pon er a su
turn o u n a in explicable correspon den cia en tre m i percepción real de
las cosas y m i percepción posible de ciertos m ovim ien tos cerebrales
qu e n o se asem ejan de n in gun a m an era a esas cosas. M ir em os esto
m ás de cerca: se verá que el escollo de todo idealism o está ahí; en
el trán sito del orden que n os aparece en la percepción al orden que
conseguimos en la cien cia —o si se trata del idealism o kan tian o, en
el trán sito de la sen sibilidad al en ten dim ien to—. Q u edaría en ton ces
el dualism o vulgar. Voy a pon er de un lado la m ateria, del otro el
espíritu, y su pon er que los m ovim ien tos cerebrales son la causa o la
ocasión de m i represen tación de los objetos. Pero si son su causa, si
bastan para producirla, voy a recaer gradualm en te sobre la h ipótesis
m aterialista de la con cien cia-epifen óm en o. Si n o son m ás que su
ocasión , es que n o se parecen de n in gun a m an era; y despojan do
en ton ces la m ateria de todas las cualidades qu e le h abía con ferido
en m i represen tación , es en el idealism o que voy a caer. Idealism o y
m aterialism o son pues los dos polos en tre los cuales oscilará siem pre
este tipo de dualism o; y cuan do, para m an ten er la dualidad de las
sustan cias, se decidiera a pon erlas en el m ism o ran go, será llevado a
ver en ellas dos traduccion es de un m ism o origin al, dos desarrollos
paralelos, pautados de an tem an o, de un m ism o y ún ico prin cipio, a
n egar así su in fluen cia recíproca, y por u n a con secuen cia inevitable,
a perpetrar el sacrificio de la libertad.
Ah ora, cavan do por debajo de estas tres h ipótesis les descubro un
fon do com ún : ellas tom an las operacion es elemen tales del espíritu,
percepción y m em oria, com o operacion es de con ocim ien to puro.
Lo que supon en com o el origen de la con cien cia es en un caso el
duplicado in útil de un a realidad exterior, en otro la m ateria inerte
de u n a con strucción in telectual com pletam en te desin teresada; pero
siem pre descuidan la relación de la percepción con la acción y del
recuerdo con la con ducta. Ah ora bien, se pu ede con cebir sin dudas,
com o un lím ite ideal, un a m em oria y un a percepción desin teresadas;
pero de h ech o percepción y m em oria están vueltas h acia la acción ,
esta acción que el cuerpo prepara. ¿Se h abla de la percepción ? La
com plejid ad crecien te del sistem a n ervioso p on e la con m oción
recibida en relación con un a variedad cada vez m ás con siderable
de aparatos m otores y de este m od o h ace esbozar sim ultán eam en te
un n úm ero cada vez m ayor de accion es posibles. ¿Con sideram os la
m em oria? Ella tiene por fun ción prin cipal evocar todas las percep­
cion es pasadas an álogas a u n a percepción presen te, recordarn os lo
que h a precedido y lo qu e h a seguido, sugerirn os de este m od o la
decisión más útil. Pero eso n o es todo. Al h acern os captar en un a
in tu ición ún ica m om en tos m últiples de la duración , n os libera del
m ovim ien to en curso de las cosas, es decir del ritm o de la n ecesidad.
M ás podrá con traer esos m om en tos en un o sólo, más sólido es el
asidero que n os dará sobre la materia; de suerte qu e la m em oria de
un ser viviente parece efectivam en te m edir an te todo la poten cia de
su acción sobre las cosas, y n o ser m ás que su repercusión intelectual.
Partam os pues de esta form a de actuar com o del prin cipio verdadero;
su pon gam os que el cuerpo es un cen tro de acción , solam en te un
centro de acción , y veam os cuáles con secuen cias van a despren derse
de allí para la percepción , para la m em oria, y para las relacion es del
cuerpo con el espíritu.
III. En prim er lugar para la percepción . H e aqu í m i cuerpo con
sus «cen tros perceptivos». Esos cen tros son con m ovidos, y ten go
la represen tación de las cosas. Por otra parte, he su puesto que esas
con m ocion es no podían ni produ cir ni traducir m i percepción . M i
percepción está pues m ás allá de ellas. ¿Dón de está? N o podría dudar:
al pon er m i cuerpo, he puesto u n a cierta im agen , pero tam bién por
ello, la totalidad de las otras im ágen es, pues n o h ay objeto m aterial
que n o deba sus cualidades, sus determ in acion es, en fin su existencia
al lugar que ocu pa en el con ju n to del un iverso. M i percepción pues
n o puede ser más que algo de esos objetos m ism os; está en ellos
m ás bien que ellos en ella. Pero ¿qué es exactam en te ella de esos
objetos? Veo que m i percepción parece seguir todo el detalle de las
con m ocion es nerviosas llam adas sen sitivas, y por otra parte sé qu e el
rol de esas con m ocion es es ún icam en te el de preparar reacciones de
m i cuerpo sobre los cuerpos circun dan tes, el de esbozar m is accio­
nes virtuales. Resulta pues que percibir con siste en despren der del
con ju n to de los objetos la acción posible de mi cuerpo sobre ellos.
La percepción n o es en ton ces más que un a selección . N o crea n ada;
su papel es al con trario el de elim in ar del con ju n to de las imágen es
todas aquellas sobre las cuales n o ten dría n in gún asidero; luego, de
cada u n a de las im ágen es retenidas, todo lo qu e n o com prom ete las
n ecesidades de la im agen que llam o m i cuerpo. Est a es al m en os la
explicación m u y sim plificada, la descripción esqu em ática de lo que
h em os llam ado la percepción pura. N otam os en seguida la posición
que de este m od o tom ábam os entre el realism o y el idealism o.
Q u e toda realidad ten ga un paren tesco, u n a an alogía, en fin un a
relación con la con cien cia, es lo que con cedíam os al idealism o por
lo m ism o que llam ábam os a las cosas «im ágen es». N in gu n a doctri­
n a filosófica, siem pre qu e esté de acuerdo con sí m ism a, puede por
otra parte escapar a esta con clusión . Pero si se reun ieran todos los
estados de con cien cia pasados, presen tes y posibles de todos los seres
con cien tes, no h abríam os agotado con esto, según n osotros, más que
un a m u y pequ eñ a parte de la realidad m aterial, pu es las im ágen es
desbordan la percepción por todas partes. Son precisam en te esas
im ágen es que la cien cia y la m etafísica quisieran recon stituir, res­
tauran do en su in tegridad un a caden a de la que n uestra percepción
no posee m ás que algun os eslabon es. Pero para establecer así entre
percepción y realidad la relación de la parte al todo, haría falta reservar
a la percepción su rol verdadero, que es el de preparar accion es. Es lo
que no h ace el idealism o. ¿Por qué fracasa, com o lo decíam os hace
un m om en to, en pasar del orden que se m an ifiesta en la percepción
al orden que prevalece en la ciencia, es decir de la con tin gen cia con
la cual n uestras sen sacion es parecen sucederse al determ in ism o que
liga los fen óm en os de la naturaleza? Precisam en te por qu e atribuye a
la con cien cia un rol especulativo en la percepción , de suerte que no
se ve ya del todo cuál interés ten dría esta con cien cia en dejar escapar
entre dos sen sacion es, por ejem plo, los in term ediarios a través de los
cuales la segun da se deduce de la primera. Son esos in term ediarios
y su orden riguroso los qu e perm an ecen en ton ces oscuros, sea que
se los erija en «sen sacion es posibles», según la expresión de M ili, sea
que se atribuya ese orden , com o lo h ace Kan t, a las sustraccion es
establecidas por el en ten dim ien to im person al. Pero su pon gam os
que m i percepción con cien te tuviese un destin o com pletam en te
práctico, que sim plem en te resalte del con ju n to de las cosas lo que
com prom ete m i acción posible sobre ellas: com pren do qu e todo el
resto se m e escape, y qu e sin em brago sea de la m ism a n aturaleza de
lo que percibo. M i con ocim ien to de la m ateria ya n o es ni subjetivo,
com o lo es para el idealism o in glés, ni relativo, com o lo quiere el
idealism o kan tian o. N o es subjetivo, porqu e está en las cosas antes
que en mí. N o es relativo, por qu e en tre el «fen óm en o» y la «cosa» no
existe la relación de la aparien cia con la realidad, sin o sim plem en te
la de la parte al todo.
Por allí n osotros parecíam os volver al realism o. Pero el realism o,
si no se lo corrige sobre un pu n to esencial, es tan in aceptable com o
el idealism o, y por la m ism a razón . El idealism o, decíam os, no
puede pasar del orden qu e se m an ifiesta en la percepción al orden
que prevalece en la cien cia, es decir a la realidad. In versam en te, el
realismo fracasa en extraer de la realidad el con ocim ien to in m ediato
que ten em os de ella. ¿N os situ am os en efecto en el realism o vulgar?
D e un lado se tiene un a m ateria m últiple, com pu esta de partes más
o m en os in depen dien tes, d ifu n d id a en el espacio, y del otro un
espíritu que no puede ten er n in gún pu n to de con tacto con ella, a
m en os que sea, com o quieren los m aterialistas, el in in teligible epi­
fen óm en o. ¿Con sideram os preferen tem en te el realism o kan tian o?
En tre la cosa en sí, es decir lo real, y la diversidad sen sible con la
cual con struim os n uestra con cien cia, n o se en cuen tra n in gu n a rela­
ción con cebible, n in gun a m edida com ún . Ah ora profu n dizan do en
estas dos form as extremas del realismo, se las ve con verger h acia un
m ism o pun to: u n a y otra erigen el espacio h om ogén eo com o un a
barrera entre la in teligen cia y las cosas. El realism o in gen uo h ace de
este espacio un m edio real don de las cosas estarían suspen didas; el
realismo kan tian o ve allí un m edio ideal don de la m u ltiplicidad de
las sen sacion es se coordin a; pero par a am bos ese m edio está dado de
entrada, com o la con dición n ecesaria de lo que vien e a ubicarse en
él. Y profun dizan do a su vez en esta h ipótesis com ún , h allam os que
con siste en atribuir al espacio h om ogén eo un rol desin teresado, sea
que preste a la realidad material el servicio de sostenerla, sea que tenga
la fun ción , com pletam en te especulativa tam bién , de proporcion ar a
las sen sacion es el m edio de coordin arse entre ellas. D e suerte que la
oscuridad del realism o, com o la del idealism o, provien e del h ech o de
que orien ta n uestra percepción con cien te, y sus con dicion es, h acia el
con ocim ien to pu r o, n o h acia la acción . Pero su pon gam os ah ora que
este espacio h om ogén eo n o sea lógicam en te an terior, sin o posterior
a las cosas m ateriales y al con ocim ien to puro que podem os ten er de
ellas; su pon gam os que la exten sión precede al espacio; su pon gam os
que el espacio h om ogén eo con ciern e a n uestra acción , y solam en te
a n uestra acción , sien do com o la red in fin itam en te dividida que
ten dem os por debajo de la con tin u idad m aterial para adueñ arn os de
ella, para descom pon erla en la dirección de n uestras actividades y de
n uestras n ecesidades. En ton ces, no sólo gan am os con esto con firm ar
a la cien cia, que n os m uestra cada cosa ejercien do su in fluen cia sobre
todas las otras, ocu pan do en con secuen cia la totalidad de lo extenso
en un cierto sen tido (aun que no percibíam os de esta cosa m ás qu e
su centro y fijábam os sus lím ites en el pu n to en qu e n uestro cuerpo
dejaría de ten er asidero sobre ella). N o sólo gan am os con esto, en
m etafísica, resolver o aten uar las con tradiccion es qu e plan tea la di­
visibilidad en el espacio, con tradiccion es que nacen siem pre, com o
lo h em os m ostrado, de que n o se disocian los dos pu n tos de vista de
la acción y del con ocim ien to. Gan am os sobre todo con esto derribar
la in superable barrera qu e el realismo elevaba entre las cosas extensas
y la percepción que ten em os de ellas. M ien tras que, en efecto, se
pon ía de un lado un a realidad exterior m últiple y dividida, y del otro,
sensaciones extrañas a la exten sión y sin con tacto posible con ella, n os
dam os cuen ta que lo extenso con creto no está realm en te dividido,
del m ism o m odo qu e la percepción in m ediata n o es verdaderam en te
in exten sa. Partien do del realismo, volvem os al m ism o pu n to al que
n os h abía con du cido el idealism o; volvem os a colocar la percepción
en las cosas. Y vem os realismo e idealism o m u y cerca de coin cidir
a m edida que n os apartam os del postu lado, aceptado sin discusión
por am bos, que les servía de lím ite com ún .
En resumen, si su pon em os un a con tin u idad extensa, y en dich a
con tin uidad, el cen tro de acción real qu e es represen tado por n uestro
cuerpo, esta actividad parecerá alum brar con su luz todas las partes de
la m ateria sobre las cuales tuviera im perio a cada in stan te. La m ism a
poten cia de obrar, las m ism as n ecesidades qu e h an recortado nuestro
cuerpo en la m ateria van a delim itar cuerpos distin tos en el m edio
que n os circun da. T o d o pasará com o si dejáram os filtrar la acción
real de las cosas exteriores para deten er y retener su acción virtual:
esta acción virtual de las cosas sobre n uestro cuerpo y de n uestro
cuerpo sobre las cosas es n uestra percepción m ism a. Pero com o las
con m ocion es qu e n uestro cuerpo recibe de los cuerpos circun dan tes
determ in an sin cesar reaccion es n acien tes en su sustan cia, y com o
esos m ovim ien tos in teriores de la su stan cia cerebral dan así en todo
m om en to el esbozo de n uestra acción posible sobre las cosas, el estado
cerebral correspon de exactam en te a la percepción . N o es ni su causa,
ni su efecto, ni en n in gún sen tido su duplicado: él sen cillam en te la
con tin úa, sien do la percepción n uestra acción virtual y el estado
cerebral n uestra acción com en zada.
IV. Pero esta teoría de la «percepción pura» debía ser a la vez
aten uada y com pletada sobre dos pun tos. Esta percepción pura,
en efecto, que sería com o un fragm en to despren dido tal cual de la
realidad, perten ecería a un ser qu e n o m ezclaría la percepción de los
otros cuerpos con la del suyo, es decir sus afeccion es, ni su in tuición
del m om en to actual con la de los otros m om en tos, es decir sus re­
cuerdos. En otros términ os, para la com odidad de su estudio, h em os
tratado prim ero el cuerpo viviente com o un pu n to m atem ático en
el espacio y la percepción con cien te com o un in stan te m atem ático
en el tiem po. Era preciso restituir al cuerpo su exten sión y a la per­
cepción su duración . Por eso rein tegrábam os a la con cien cia sus dos
elem en tos subjetivos, la afectividad y la m em oria.
¿Q u é es un a afección? N u estr a percepción , decíam os, esboza la
acción posible de nuestro cuerpo sobre los otros cuerpos. Pero nuestro
cuerpo, sien do exten so, es capaz de obrar sobre sí m ism o tan to com o
sobre ios otros. En n uestra percepción en trará pues algo de n uestro
cuerpo. Sin em bargo, cuan do se trata de los cuerpos circun dan tes,
ellos están h ipotéticam en te separados del n uestro p or un espacio
m ás o m en os con siderable, qu e m ide el alejam ien to de sus prom e­
sas o de sus am en azas en eí tiem po: por eso n uestra percepción de
esos cuerpos no esboza m ás que accion es posibles. P or el con trario,
cuan to m ás decrece la distan cia en tre esos cuerpos y el n uestro, m ás
tien de la acción posible a tran sform arse en acción real, volvién dose la
acción tan to más urgen te cuan do la distan cia es m en os con siderable.
Y cuan do esta distan cia devien e n ula, es decir cuan do el cuerpo a
percibir es n uestro propio cuerpo, es u n a acción real y ya n o virtual
la que esboza la percepción . Esta es precisam en te la n aturaleza del
dolor, esfuerzo actual de la parte lesion ada para volver a pon er las
cosas en su lugar, esfuerzo local, aislado, y por eso m ism o con de­
n ado al fracaso en un organ ism o que ya no es apto m ás que a los
efectos de con ju n to. El dolor es pues respecto de don de se produ ce
com o el objeto es respecto del lugar en que es percibido. En tre la
afección sen tida y la im agen percibida existe esta diferen cia: que la
afección está en n uestro cuerpo, la im agen fuera de él. Y es por eso
que la superficie de n uestro cuerpo, lím ite com ún de este cuerpo y
los otros cuerpos, n os es dada a la vez bajo la form a de sen sacion es
y de im ágen es.
Su su bjetivid ad con siste en esta in ter ior idad de la sen sación
afectiva, su objet ivid ad en esa exterioridad de las im ágen es en
gen eral. Pero aqu í reen con tram os el error sin cesar ren acien te qu e
h em os persegu ido a través de todo el tran scurso de n uestro trabajo.
Se preten de qu e sen sación y percepción existen por sí m ism as; se
les atribuye u n papel com pletam en te especulativo; y com o se h an
descu idado esas accion es reales o virtuales con las qu e ellas form an
cuerpo y qu e servirían p ar a distin gu irlas, ya n o se pu ede en con trar
en tre ellas m ás qu e u n a diferen cia de grado. En ton ces, sacan do
provech o de qu e la sen sación afectiva no está m ás qu e vagam en te
localizada (a cau sa de lo con fuso del esfuerzo que en vuelve), de
in m ediato se la declara in exten sa; y se h acen de esas afeccion es
dism in u idas o sen sacion es in exten sas los materiales con los cuales
con stru irem os im ágen es en el espacio. Por aqu í se n os con d en a a
no explicar ni de dón de vien en los elem en tos de con cien cia o sen ­
sacion es, las que se colocan com o otros tan tos absolu tos, n i cóm o
esas sen sacion es in exten sas se reún en con el espacio para coord i­
n arse en él, ni p or qué ad optan allí un orden m ás que otro, n i en
fin por qu é m edio llegan a con stitu ir allí u n a experien cia estable
com ú n a todos los h om bres. Por el con trario, es de esta experien ­
cia, teatro n ecesario de n uestra actividad, qu e es preciso partir. Es
pues la percepción pura, es decir la im agen , lo que debe darse de
en trada. Y las sen sacion es, bien lejos de ser los m ateriales con los
cuales se fabrica la im agen , aparecerán al con trario en ton ces com o
la im pureza que se le m ezcla, sien do aquello qu e proyectam os de
n uestro cuerpo en todos los otros.
V. Pero m ien tras n os quedem os con la sen sación y la percepción
pura, apen as se puede decir que h ayam os tratado con el espíritu. Sin
dudas, con tra la teoría de la con cien cia-epifen óm en o establecem os
que n in gún estado cerebral es el equivalen te de un a percepción . Sin
dudas la selección de las percepcion es en tre las im ágen es en general
es el efecto de un discern im ien to que an un cia ya al espíritu. Sin
dudas en fin el universo m aterial m ism o, defin ido com o la totalidad
de las im ágen es, es un a especie de con cien cia, un a con cien cia don de
todo se com pen sa y se n eutraliza, u n a con cien cia de la qu e todas las
partes eventuales se equilibran un as con otras a través de reaccion es
siem pre parejas a las accion es, im pidién dose recíprocam en te dejar
reborde. Pero para con tactar con la realidad del espíritu, es preciso
ubicarse en el pun to en qu e u n a con cien cia in dividual, prolon gan do
y con servan do el pasado en un presen te qu e se en riquece con él, se
sustrae de este m odo a la ley m ism a de la n ecesidad, la cual preten ­
de que el pasado se suceda sin cesar a sí m ism o en un presen te que
sim plem en te lo repite bajo otra for m a y que siem pre tran scurre
com pletam en te. Al pasar de la percepción pu r a a la m em oria, m ar­
ch ábam os defin itivam en te de la m ateria al espíritu.
VI. La teoría de la m em oria, que for m a el cen tro de n uestro traba­
jo, debía ser a la vez con secuen cia teórica y verificación experimen tal
de n uestra teoría de la percepción pura. Q u e los estados cerebrales
que acom pañ an la percepción no sean ni su causa ni su duplicado,
qu e la percepción m an ten ga con su con com itan te fisiológico la
relación de la acción virtual con la acción com en zada, es lo qu e no
podíam os establecer a través de h ech os, puesto qu e en n uestra h ipó­
tesis todo p asab a com o si la percepción resultara del estado cerebral.
En la percepción pura, en efecto, el objeto percibido es un objeto
presen te, un cuerpo que m odifica al n uestro. Su im agen está pues
actualm en te dada, y desde en ton ces los h ech os n os perm iten decir
in diferen tem en te (a riesgo de en ten dern os con n osotros m ism os
m u y desigualm en te) que las m odificacion es cerebrales esbozan las
reaccion es n acien tes de n uestro cuerpo o qu e ellas crean el du pli­
cado con cien te de la im agen presen te. Pero esto es com pletam en te
diferen te para la m em oria, pues el recuerdo es la represen tación de
un objeto ausen te. Aqu í las dos h ipótesis produ cirán con secuen cias
opuestas. Si en el caso de un objeto presen te, un estado de n uestro
cuerpo bastaba ya para crear la represen tación del objeto, con m u ch a
m ás razón este estado será aún suficien te en el caso del m ism o objeto
ausen te. Será preciso pues, para esta teoría, que el recuerdo n azca
de la repetición aten uada del fen óm en o cerebral que ocasion aba la
percepción prim era, y con sista sen cillam en te en u n a percepción
debilitada. D e ah í esta doble tesis: La memoria no es más que una
función del cerebro, y no hay más que una diferencia de intensidad entre
la percepción y el recuerdo. Por el con trario, si el estado cerebral n o
en gen drara de n in gún m odo n uestra percepción del objeto presen te
sin o sim plem en te la con tin uara, se podrá prolon gar todavía y llegar
a alcan zar tam bién el recuerdo que evocam os, pero no h acerlo n a­
cer. Y com o por otra parte n uestra percepción del objeto presen te
era algo de ese objeto m ism o, n uestra represen tación del objeto
ausen te será un fen óm en o de otro orden com pletam en te distin to
qu e la percepción , puesto que n o hay en tre la presen cia y la ausen cia
n in gú n grado, n in gún m edio. D e ah í esta doble tesis, in versa de la
preceden te: La memoria es otra cosa que una función del cerebro, y no
hay una diferencia de grado, sino de naturaleza, entre la percepción y
el recuerdo. La oposición de las dos teorías tom a en ton ces un a form a
agu da, y la experien cia pu ede esta vez desem patarlas.
N o volverem os aquí sobre el detalle de la verificación qu e h em os
en sayado. Recordem os sim plem en te sus pun tos esenciales. Tod os
los argum en tos de h ech o que se pueden in vocar a favor de un a
probable acum ulación de los recuerdos en la sustan cia cortical se
extraen de las en ferm edades localizadas de la m em oria. Pero si los
recuerdos estuvieran realmen te depositados en el cerebro, los olvi­
dos puros correspon derían a las lesion es caracterizadas del cerebro.
Ah ora bien, por ejem plo en las am n esias, don de todo un período
de n uestra existen cia pasada es arran cado brusca y radicalm en te de
la m em oria, n o se observa lesión cerebral precisa; y al con trario en
los trastorn os de la m em oria don de la localización cerebral es n ítida
y cierta, es decir en las diversas afasias y en las en ferm edades del
recon ocim ien to visual o auditivo, n o son tales o cuales recuerdos
determ in ados los que son com o arran cados del lu gar don de se asen ­
tarían ; es la facultad de recordar la qu e es m ás o m en os dism in u ida
en su vitalidad, com o si el sujeto tuviera m ás o m en os fuerza para
llevar sus recuerdos al en cuen tro de la situación presen te. Lo que
h aría falta estudiar pues es el m ecan ism o de ese con tacto, a fin de
ver si el rol del cerebro n o sería el de asegurar su fun cion am ien to,
m ás bien qu e el de aprision ar los recuerdos m ism os en sus celdas.
D e este m odo éram os con du cidos a seguir en todas sus evolucion es
el m ovim ien to progresivo por el cual el pasado y el presen te llegan
un o al en cuen tro del otro, es decir el recon ocim ien to. Y h em os h a­
llado, en efecto, que el recon ocim ien to de un objeto presen te pod ía
h acerse de dos m an eras absolutam en te diferen tes, pero qu e en n in ­
gu n o de los dos casos el cerebro se com portaba com o un reservorio
de im ágen es. Un as veces, en efecto, a través de un recon ocim ien to
com pletam en te pasivo, m ás bien actu ado qu e pen sado, el cuerpo
h ace correspon der a u n a percepción reiterada u n a rutin a deven ida
autom ática: todo se explica en ton ces a través de los aparatos m otores
que el h ábito h a m on tado en el cuerpo, y de la destrucción de esos
m ecan ism os podrán resultar lesiones de la m em oria. O tras veces,
p or el con trario, el recon ocim ien to se h ace activam en te, a través de
im ágen es-recuerdos que se presen tan al en cuen tro de la percepción
presen te; pero en ton ces es preciso qu e esos recuerdos, al m om en to
de posarse sobre la percepción , encuen tren el m edio de accion ar en el
cerebro los m ism os aparatos que la percepción ordin ariam en te pon e
en acción para obrar: sin o, con den ados de an tem an o a la im poten cia,
n o ten drán n in gu n a propen sión a actualizarse. Y p or eso, en todos
los casos en qu e u n a lesión del cerebro afecta un a cierta categoría
de recuerdos, los recuerdos afectados n o se parecen , por ejem plo,
en que son de la m ism a época o en qu e tien en un paren tesco lógico
entre ellos, sin o sen cillam en te en qu e son todos auditivos, o todos
visuales, o todos m otores. Lo que aparece lesion ado, más qu e los re­
cuerdos m ism os, son pues las diversas regiones sensoriales y motrices,
o m ás a m en udo aú n , las region es an exas que perm iten accion arlas
en el in terior m ism o de la corteza. H em os ido m ás lejos, y a través
de un estudio aten to del recon ocim ien to de las palabras, así com o
de los fen óm en os de la afasia sen sorial, h em os in ten tado establecer
que el recon ocim ien to no se producía en absoluto por un despertar
m ecán ico de recuerdos adorm ecidos en el cerebro. El im plica por el
con trario un a ten sión más o m en os alta de la con cien cia, que va a
buscar en la m em oria pura los recuerdos puros, para materializarlos
progresivam en te al con tacto de la percepción presen te.
Pero ¿qué es esta m em oria pura, y qué son esos recuerdos puros? Al
respon der esta pregun ta, com pletábam os la dem ostración de n uestra
tesis. Nosotr os ven íam os de establecer el prim er pun to, a saber que
la m em oria es otra cosa que un a fun ción del cerebro. N o s restaba
m ostrar, a través del an álisis del «recuerdo puro», qu e n o h ay entre
el recuerdo y la percepción u n a sim ple diferen cia de grado, sin o un a
diferen cia radical de naturaleza.
VII. Señ alem os de in m ediato el alcan ce m etafísico, y no ya sim ­
plem en te psicológico, de este último problem a. Esta es sin dudas un a
tesis de psicología pura: el recuerdo es u n a percepción debilitada.
Pero no nos equivoquem os en esto: si el recuerdo n o es m ás que
un a percepción más débil, in versamen te la percepción será algo así
com o un recuerdo m ás in ten so. Ah ora bien , el germen del idealism o
inglés está allí. Este idealism o con siste en sólo ver u n a diferen cia de
grado, y no de n aturaleza, en tre la realidad del objeto percibido y
la idealidad del objeto con cebido. Y la idea de que con stru im os la
m ateria con nuestros estados interiores, de que la percepción n o es
m ás que un a autén tica alucin ación vien e igualm en te de allí. Es esta
la idea que no h em os cesado de com batir cuan do h em os tratado de
la materia. Pues bien, o n uestra con cepción de la m ateria es falsa, o
el recuerdo se distin gue radicalm en te de la percepción .
D e este m odo h em os tran sportado un problem a metafísico h asta
el pun to de hacerlo coin cidir con un problem a de psicología que la
observación pura y sim ple puede distinguir. ¿Cóm o lo resuelve ella?
Si el recuerdo de un a percepción n o fuera sino esta m ism a percepción
debilitada, llegaríamos por ejemplo a tom ar com o la percepción de un
son ido ligero el recuerdo de un ruido intenso. Ah ora bien , semejante
con fusión no se produce jam ás. Pero se puede ir más lejos, y probar
tam bién a través de la observación, que n un ca la con cien cia de un
recuerdo comienza por ser un estado actual más débil que buscaríamos
unir con el pasado luego de h aber tom ado con cien cia de su debilidad:
por otra parte, si no tuviéramos ya la representación de un pasado
preceden temen te vivido, ¿cóm o podríam os relegar allí los estados
psicológicos men os in ten sos, cuan do sería tan sim ple yuxtapon erlos
a los estados fuertes com o un a experiencia presente m ás con fusa a una
experiencia presente más clara? La verdad es que la m em oria n o consiste
en absoluto en un a regresión del presente al pasado, sin o al contrario en
un progreso del pasado al presente. Es en el pasado que n os situam os
de entrada. Partimos de un «estado virtual», que con ducim os poco a
poco a través de una serie de planos de conciencia diferentes h asta el
término en que se materializa en un a percepción actual, es decir h asta
el pun to en que deviene un estado presen te y actuante, es decir en fin
h asta ese plan o extremo de nuestra conciencia en que se dibu ja nuestro
cuerpo. El recuerdo puro con siste en ese estado virtual.
¿D e d ón d e provien e el h ech o de qu e se d escon ozca aqu í el
testim on io de la con cien cia? ¿De dón de provien e que se h aga del
recuerdo u n a percepción m ás débil, de la que n o se puede decir ni
por qu é la lan zam os al pasado, ni cóm o recon ocem os su fech a, ni
con qu é derech o ella reaparecería en un m om en to m ás que en otro?
Lo qu e siem pre se olvida es el destin o práctico de n uestros estados
psicológicos actuales. Se h ace de la percepción un a operación des­
in teresada del espíritu, sim plem en te u n a con tem plación . En ton ces,
com o el recuerdo puro eviden temen te n o pu ede ser m ás que algo
de ese gén ero (puesto qu e no correspon de a u n a realidad presen te y
aprem ian te), recuerdo y percepción devien en estados de la m ism a
n aturaleza, en tre los cuales n o se puede en con trar m ás que un a dife­
ren cia de in ten sidad. Pero la verdad es que n uestro presen te no debe
defin irse com o lo m ás in ten so: es lo que obra sobre n osotros y lo
que n os h ace obrar, es sen sorial y es m otor; n uestro presen te es an te
todo el estado de n uestro cuerpo. Nu estr o pasado es al con trario lo
que ya no actúa, pero podría actuar, lo que actuará al in sertarse en
un a sen sación presen te de la que tom ará la vitalidad. Cier to es que
en el m om en to en que el recuerdo se actualiza así, actu an do, deja
de ser recuerdo, devien e percepción .
Se com pren de en ton ces por qué el recuerdo n o pod ía resultar de
un estado cerebral. El estado cerebral con tin ú a el recuerdo; le da
asidero sobre el presen te por la m aterialidad qu e le con fiere; pero
el recuerdo puro es u n a m an ifestación espiritual. Con la m em oria
estam os verdaderam en te en el dom in io del espíritu.
VIII. Ten íam os que explorar este dom in io. Situ ados en la con ­
fluen cia del espíritu y la m ateria, deseosos an te todo de verlos desli­
zarse un o en lo otro, n o debíam os retener de la espon tan eidad de la
in teligen cia más que su pu n to de un ión con un m ecan ism o corporal.
Es así que h em os podido asistir al fen ómen o de la asociación de ideas,
y al n acim ien to de las ideas generales m ás sim ples.
¿Cu ál es el error capital del asociacion ism o? Es el de h aber puesto
todos los recuerdos sobre el m ism o plan o, el de h aber descon ocido
la distan cia m ás o m en os con siderable qu e los separa del estado cor­
poral presente, es decir de la acción . Tam p oco h a podido explicar ni
cóm o el recuerdo se adh iere a la percepción que evoca, ni por qué
la asociación se h ace por sem ejan za o con tigü idad m ás bien qu e de
otra man era, ni en fin por cuál caprich o ese recuerdo determ in ado es
elegido entre los miles de recuerdos qu e la sem ejan za o la con tigüidad
ligarán tam bién a la percepción actual. Es decir que el asociacion ism o
h a perturbado y con fun dido todos los planos de conciencia diferentes,
obstin án dose en ver en un recuerdo m en os com pleto solam en te
un recuerdo m en os com plejo, cuan do en realidad se trata de un
recuerdo m en os soñado, es decir m ás próxim o a la acción y por eso
m ism o más general, m ás capaz de m oldearse —com o un a vestim en ta
de con fección - sobre la n ovedad de la situación presen te. Por otra
parte, los adversarios del asociacion ism o lo h an seguido en este
terreno. Ellos le reproch an explicar las operacion es superiores del
espíritu a través de asociacion es, pero no descon ocer la verdadera
n aturaleza de la asociación m ism a. Ah í reside sin em bargo el vicio
origin al del asociacion ism o.
En tre el plan o de la acción —el plan o en el qu e n uestro cuerpo h a
con traído su pasado en h ábitos m otrices- y el plan o de la m em oria
pura, en el que n uestro espíritu con serva en todos sus detalles el cua­
dro de n uestra vida tran scurrida, h em os creído percibir al con trario
miles y miles de plan os de con cien cia diferen tes, miles de repeti­
cion es integrales y sin em bargo diversas de la totalidad de n uestra
experien cia vivida. Com pletar un recuerdo a través de detalles m ás
person ales no con siste en absolu to en yuxtapon er m ecán icam en te
recuerdos a ese recuerdo, sin o en tran sportarse sobre un plan o de
con cien cia m ás exten dido, en alejarse de la acción en la dirección
del sueñ o. Localizar un recuerdo n o con siste tam poco en in sertarlo
m ecán icam en te en tre los otros recuerdos, sin o en describir a través
de un a creciente expan sión de la m em oria en su in tegridad un cír­
culo bastan te am plio com o para que ese detalle del pasado figure
den tro de él. Esos plan os n o están dados, p or otra parte, com o
cosas com pletam en te h ech as, superpuestas las un as a las otras. Ellos
existen más bien virtualm en te, con esa existen cia qu e es p r opia a las
cosas del espíritu. La in teligen cia, m ovién dose en todo m om en to
a lo largo del intervalo que los separa, los reen cuen tra o m ás bien
los crea de nuevo sin cesar: en ese m ism o m ovim ien to con siste su
vida. En ton ces en ten dem os por qué las leyes de la asociación son
la sem ejan za y la con tigü idad m ás que otras, y por qué la m em oria
elige, entre los recuerdos sem ejan tes o con tiguos, ciertas imágenes
m ás que otras, y en fin cóm o se form an por el trabajo com bin ado
del cuerpo y del espíritu las prim eras n ocion es generales. El interés
de un ser viviente es el de captar en un a situación presen te lo que
se asem eja con u n a situación an terior, luego aproxim ar lo qu e le h a
precedido y sobre todo lo qu e le h a seguido, a fin de sacar provech o
de su experien cia pasada. D e todas las asociacion es que se podrían
im agin ar, las asociacion es p or sem ejan za y por con tigü id ad son
pues desde un prin cipio las ún icas que poseen u n a u tilidad vital.
Pero para com pren der el m ecan ism o de esas asociacion es y sobre
todo la selección en aparien cia caprich osa qu e ellas operan en tre los
recuerdos, es preciso situarse cada vez sobre esos dos plan os extremos
que h em os llam ado el plan o de la acción y el plan o del sueñ o. En el
prim ero n o figuran m ás que h ábitos m otrices, de los qu e se puede
decir que son asociacion es actuadas o vividas m ás qu e represen tadas:
sem ejan za y con tigü idad están aquí fun didas con jun tam en te, pues
situacion es exteriores an álogas, al repetirse, h an acabado p or ligar
ciertos m ovim ien tos de n uestro cuerpo entre sí, y desde en ton ces
la m ism a reacción au tom ática con la cual desarrollam os esos m ovi­
m ien tos con tigu os extraerá tam bién de la situación qu e los cau sa su
sem ejan za con las situacion es an teriores. Pero a m edida qu e se pasa
de los m ovim ien tos a las im ágen es, y de las im ágen es m ás pobres a
las m ás ricas, sem ejan za y con tigü idad se disocian : ellas acaban por
opon erse sobre este otro plan o extremo en qu e n in gu n a acción se
adh iere ya a las imágenes. La elección de un a sem ejan za entre m uch as
sem ejan zas, de u n a con tigü idad en tre otras con tigüidades, n o se
produ ce pues al azar: depen de del grado de tensión sin cesar variable
de la m em oria, qu e según se incline m ás a in sertarse en la acción
presen te o a despren derse de ella, se tran spon e com pletam en te en un
ton o o en otro. Y es tam bién este doble m ovim ien to de la m em oria
entre sus dos límites extrem os el qu e esboza, com o lo h em os m os­
trado, las primeras n ocion es generales, rem on tan do el h ábito m otriz
h acia las imágenes sem ejan tes para extraer de ellas las sim ilitudes,
volviendo a descender las im ágen es semejan tes h acia el h ábito m otriz
para con fun dirse, por ejem plo, en la pron un ciación au tom ática de
la palabra que los une. La gen eralidad n acien te de la idea con siste
pues ya en un a cierta actividad del espíritu, en un movimiento entre
la acción y la represen tación . Y por eso será siem pre fácil para un a
cierta filosofía, decíam os, localizar la idea general en un a de las dos
extremidades, hacerla cristalizar en palabras o evaporar en recuerdos,
cuan do ella en realidad con siste en la m arch a del espíritu que va de
un a extrem idad a la otra.
IX. Al representarnos de este m odo la actividad m en tal elemental,
al h acer de nuestro cuerpo, con todo lo que lo rodea, el plan o últi­
mo de n uestra memoria, la im agen extrema, la pu n ta m ovien te que
en todo m om en to n uestro pasado im pu lsa h acia n uestro porven ir,
con firm ábam os y aclarábam os lo qu e h abíam os dich o acerca del rol
del cuerpo, al m ism o tiem po qu e preparábam os las vías para u n a
aproxim ación entre el cuerpo y el espíritu.
Despu és de haber estudiado u n a tras otra, en efecto, la percepción
pura y la m em oria pura, n os restaba aproxim arlas. Si el recuerdo
puro es ya espíritu, y si la percepción pu ra sería todavía algo de la
m ateria, debíam os, colocán don os en el pu n to de un ión en tre la
percepción pura y el recuerdo pu r o, proyectar algu n a luz sobre la
acción recíproca del espíritu y de la m ateria. D e h ech o la percepción
«pura», es decir instan tánea, n o es m ás qu e un ideal, un límite. T o d a
percepción ocupa un cierto espesor de duración , prolon ga el pasado
en el presente, y participa p or eso de la m em oria. Al tom ar en ton ces
la percepción bajo su form a con creta, com o u n a síntesis del recuerdo
puro y de la percepción pu ra, es decir del espíritu y de la materia,
com prim íam os en sus m ás estrech os lím ites el problem a de la un ión
del alm a al cuerpo. Es este el esfuerzo que h em os en sayado sobre
todo en la últim a parte de n uestro trabajo.
En el dualism o en gen eral, la oposición de los dos prin cipios se
resuelve en la triple oposición de lo in exten so con lo extenso, de la
cualidad con la can tidad, y de la libertad con la n ecesidad. Si n uestra
con cepción del rol del cuerpo, si n uestros an álisis de la percepción
pu r a y del recuerdo puro deben aclarar por algún costado la correla­
ción del cuerpo con el espíritu, no puede ser más qu e con la con dición
de superar o de aten uar esas tres oposicion es. Exam in ém oslas pues
u n a a la vez, presen tan do aqu í bajo u n a form a m ás m etafísica las
con clusion es qu e h em os debido obten er de la sola psicología.
I o Si se im agin a de un lado u n a exten sión realmen te dividida en
corpúsculos por ejem plo, del otro u n a con cien cia con sen sacion es
por sí m ism as in exten sas que ven drían a proyectarse en el espacio,
eviden tem en te n o se en con trará n ada de com ú n en tre esta materia
y esta con cien cia, en tre el cuerpo y el espíritu. Pero esta oposición
de la percepción y de la m ateria es la obra artificial de un en ten di­
m ien to qu e descom pon e y recom pon e según sus h ábitos o sus leyes:
ella no está dada a la in tu ición in m ediata. Lo qu e está dado no son
sen sacion es in exten sas: ¿cóm o irían a ju n tarse en el espacio, escoger
allí un lugar, en fin coordin arse allí para con struir un a experien cia
universal? Lo que es real no es tam poco u n a exten sión dividida en
partes in depen dien tes: ¿cóm o, por otra parte, n o ten ien do así n in gu­
n a relación posible con n uestra con cien cia, ella desarrollaría un a serie
de cam bios cuyo orden y relacion es correspon derían exactamen te
al orden y a las relacion es de n uestras represen tacion es? Lo que está
dado, lo que es real, es algo in term edio entre la exten sión dividida y
lo in exten so puro; es lo que h em os llam ado lo extensivo. La extensión
es la cualidad m ás eviden te de la percepción . Es al con solidarla y
subdividirla a través de un espacio abstracto, ten dido por n osotros
debajo suyo para las n ecesidades de la acción , que con stituim os la
exten sión m últiple e in defin idam en te divisible. Es por el con trario
al sutilizarla, al h acerla disolver cada vez en sen sacion es afectivas y
evaporar en falsificacion es de las ideas puras, que obten em os esas
sen sacion es in exten sas con las cuales buscam os luego van am en te
recon stituir im ágen es. Y las dos direccion es opuestas en las que pr o­
seguim os este doble trabajo se abren a n osotros con tod a n aturalidad,
pues resulta de las n ecesidades m ism as de la acción qu e lo extenso
se recorte para n osotros en objetos absolutam en te in depen dien tes
(de allí un a in dicación para su bdividir lo exten so), y qu e se pase por
grados in sen sibles de la afección a la percepción (de allí un a ten den ­
cia a su pon er la percepción cada vez m ás in exten sa). Pero n uestro
en ten dim ien to, cuyo rol es ju stam en te el de establecer distin cion es
lógicas y en con secuen cia oposicion es m arcadas, se lan za en las dos
vías un a por vez, y en cada u n a de ellas va h asta el final. Erige así en
un a de las extrem idades un a exten sión in defin idam en te divisible, en
la otra, sen sacion es absolutam en te inextensas. Y crea así la oposición
que en seguida se ofrece en espectáculo.
2° M uch o m en os artificial es la oposición de la cualidad con la
can tidad, es decir de la con cien cia con el m ovim ien to: pero esta
segun da oposición n o es radical m ás que si se com ien za por aceptar
la prim era. Su pon gan en efecto que las cualidades de las cosas se
reducen a sen sacion es in exten sas afectan do u n a con cien cia, de suer­
te que esas cualidades represen tan ún icam en te, com o otros tan tos
sím bolos, cam bios h om ogén eos y calculables cum plién dose en el
espacio; deberán im agin ar en tre esas sen sacion es y esos cam bios u n a
in com preh en sible correspon den cia. Ren un cien por el con trario a
establecer apriori en tre ellas esta con trariedad ficticia: van a ver caer
un a tras otra todas las barreras qu e parecían separarlas. En prim er
lugar, no es verdad que la con cien cia asista, en rollada sobre sí m ism a,
a un desfile in terior de percepcion es in exten sas. Es por tan to en las
propias cosas percibidas que ustedes volverán a situar la percepción
pura, y apartarán así el prim er obstáculo. En cuen tran un segun do,
es verdad: los cam bios h om ogén eos y calculables sobre los cuales la
cien cia opera parecen perten ecer a elem en tos m últiples e in depen ­
dien tes, tales com o el átom o, de los que ellos n o serían m ás qu e el
acciden te; esta m ultiplicidad va a in terpon erse entre la percepción
y su objeto. Pero si la división de la exten sión es puram en te relativa
a n uestra acción posible sobre ella, la idea de corpúsculos in depen ­
dien tes es a fortiori esquem ática y provisoria; la cien cia m ism a, p or
otra parte, n os autoriza a descartarla. H e aqu í u n a segu n da barrera
tu m bada. U n últim o intervalo resta por fran quear: el que separa la
h eterogen eidad de las cualidades con la aparen te h om ogen eidad de
los m ovim ien tos en lo extenso. Pero ju stam en te debido a que h em os
elim in ado los elemen tos qu e esos m ovim ien tos ten drían por asiento,
átom os u otros, ya no puede ser cuestión aquí del m ovim ien to com o
acciden te de un m óvil, del m ovim ien to abstracto que la m ecán ica
estudia y que n o es en el fon do más que la m edida com ún de los
m ovim ien tos con cretos. ¿Cóm o ese m ovim ien to abstracto qu e de­
viene in m ovilidad cuan do se cam bia de pu n to de referencia podría
fun dar cam bios reales, es decir sen tidos? ¿Cóm o llenaría, com puesto
de un a serie de posicion es in stan tán eas, un a duración cuyas partes
se prolon gan y se con tin ú an las un as en las otras? Un a sola h ipótesis
resta pues posible: con siste en que el m ovim ien to con creto, capaz
com o la con cien cia de prolon gar su pasado en su presen te, capaz
de en gen drar al repetirse las cualidades sen sibles, sea ya algo de la
con cien cia, algo de la sen sación . Sería esta m ism a sen sación diluida,
repartida sobre un n úm ero in fin itam en te m ayor de m om en tos, esta
m ism a sen sación vibran do, com o decíam os, al interior de su crisálida.
En ton ces un últim o pu n to quedaría por elucidar: ¿cóm o se opera la
con tracción , n o ya sin du das de m ovim ien tos h om ogén eos en cua­
lidades distin tas, sin o de cam bios m en os h eterogén eos en cam bios
m ás h eterogén eos? Pero a esta pregun ta respon de n uestro an álisis
de la percepción con creta: esta percepción , sín tesis vivien te de la
percepción pu r a y de la m em oria pura, resum e n ecesariamen te en
su eviden te sim plicidad un a m ultiplicidad en orm e de m om en tos.
En tre las cualidades sensibles con sideradas en nuestra representación,
y esas m ism as cualidades tratadas com o cam bios calculables, n o hay
pues m ás qu e u n a diferen cia de ritm o de duración , un a diferencia de
ten sión in terior. D e este m odo, a través de la idea de tensión h em os
bu scado superar la oposición de la cu alidad con la can tidad, com o
por la idea de extensión la de lo in exten so con lo extenso. Exten sión
y ten sión su pon en grados m últiples, pero siem pre determ in ados. La
fun ción del en ten dim ien to es despren der de esos dos tipos, extensión
y ten sión , su con tin en te vacío, es decir el espacio h om ogén eo y la
can tidad pura; sustituir por eso m ism o realidades flexibles qu e com ­
portan grados con abstraccion es rígidas n acidas de las necesidades
de la acción , que n o se pueden m ás que dejar o tom ar, y plan tear
de este m odo al pen sam ien to reflexivo dilem as en los qu e n in gun a
alternativa es aceptada p or las cosas.
3o Pero si se con sideran de este m od o las relacion es de lo extenso
con lo in exten so, de la cu alidad con la can tidad, costará m en os
esfuerzo com pren der la tercera y ú ltim a oposición , la de la libertad
con la n ecesidad. La n ecesidad absolu ta estaría represen tada por un a
equivalen cia perfecta entre los m om en tos sucesivos de la duración .
¿Es así la duración del universo material? ¿Podríadeducirse m atem áti­
camente cada uno de sus m om en tos del precedente? H em os supuesto
en todo este trabajo, para la com od id ad del estudio, qu e estaba bien
así; y en efecto es tal la distan cia entre el ritm o de n uestra duración
y el ritmo del derram am ien to de las cosas, qu e la con tin gen cia del
curso de la naturaleza, tan profun dam en te estudiada por una filosofía
reciente, debe equivaler prácticam en te para n osotros a la n ecesidad.
Con servam os pues n uestra h ipótesis, que h abría sin em bargo ocasión
de atenuar. Aún entonces, la libertad no será en la naturaleza com o un
imperio den tro de un im perio. Decíam os que esta n aturaleza podía
ser con siderada com o u n a con cien cia n eutralizada y en con secuen cia
latente, un a con cien cia cuyas m an ifestacion es eventuales se m an ten ­
drían recíprocam en te en jaqu e y se an ularían en el m om en to preciso
en que quisieran aparecer. Los prim eros resplan dores que va a lanzar
allí un a con cien cia in dividual n o la alum bran pues con u n a luz ines­
perada: esta con cien cia no h a h ech o m ás que apartar un obstáculo,
extraer del todo real un a parte virtual, escoger y liberar en fin lo que
le interesaba; y si a través de esta selección in teligen te atestigua que
tom a su form a del espíritu, es de la n aturaleza que extrae su materia.
Por otra parte, al m ism o tiem po que asistim os a la eclosión de esta
conciencia, vem os dibujarse cuerpos vivientes, capaces bajo su form a
más sim ple, de m ovim ien tos espon tán eos e im previstos. El progreso
de la m ateria vivien te con siste en un a diferen ciación de las fún cio-
nes que con du ce prim ero a la form ación , luego a la com plicación
gradual de un sistem a n ervioso capaz de can alizar excitacion es y de
organ izar accion es: cuan to m ás se desarrollan los cen tros superiores,
m ás n um erosas se volverán las vías m otrices en tre las cuales un a
m ism a excitación propon drá un a elección a la acción . U n a libertad
cada vez m ás gran de dejada al m ovim ien to en el espacio, h e aquí lo
qu e en efecto se ve. Lo que no se ve es la crecien te y con com itan te
ten sión de la con cien cia en el tiem po. N o solam en te a través de
su m em oria de las experien cias ya pasadas esta con cien cia retiene
cada vez m ejor el pasado para com pon erlo con el presen te en un a
decisión m ás rica y m ás n ueva, más viva de un a vida más in ten sa;
con trayen do a través de su m em oria de la experien cia in m ediata un
n úm ero crecien te de m om en tos exteriores en su duración presen te,
ella devien e m ás capaz de crear actos cuya in determ in ación interna,
debien do repartirse sobre un a m ultiplicidad tan gran de com o se
quiera de los m om en tos de la materia, pasará en la m ism a m edida
m ás fácilm en te a través de las mallas de la n ecesidad. D e este m odo,
se la con sidere en el tiem po o en el espacio, la libertad parece siempre
ech ar en la n ecesidad raíces profu n das y com pon erse ín tim am en te
con ella. El espíritu tom a de la m ateria las percepcion es de don de
extrae su alim en to, y se las devuelve bajo la for m a de m ovim ien to
en la qu e h a plasm ado su libertad.

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