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Antonio Gramsci: la formación y el pensar


crítico como anticuerpos frente al encierro
septiembre 16, 2020Hernán OuviñaArtículos

Por: Hernán Ouviña

Antonio Gramsci: la formación y el pensar crítico como anticuerpos frente al encierro

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Hernán Ouviña
16-21 minutos

Vivimos tiempos pandémicos, que nos compelen al encierro físico y al aislamiento social.
Tiempos de exacerbación de la ultraderecha y de tendencias neofascistas. De militarización
de los territorios, debacle económica, colapso ecológico, incertidumbre extrema e intento
del quiebre de los lazos comunitarios y las tramas de sociabilidad. Crisis endémica,
civilizatoria e integral. Un contexto que, más allá de las evidentes diferencias, se asemeja
trágicamente al que vivenció Antonio Gramsci, uno de los intelectuales y militantes
marxistas más importantes del siglo XX.

Nacido en 1891 y criado en la enorme isla de Cerdeña, ubicada en el sur campesino de


Italia, luego de terminar con dificultades e interrupciones el secundario -y gracias a una
beca para estudiantes pobres- se traslada a la industrializada Turín, donde al poco tiempo se
suma a las filas del Partido Socialista y a colaborar con diversos periódicos de izquierda,
por lo que jamás llega a concluir su carrera universitaria. Tras participar del bienio rojo
(1919-1920), un proceso de toma de fábricas y autogestión obrera desplegado en la región
del Piamonte, contribuye a fundar en 1921 el Partido Comunista y es enviado a Rusia como
delegado de la III Internacional. En esta inmensa escuela a cielo abierto vive casi dos años,
conoce a los principales referentes del bolchevismo y también a quien será su compañera,
Julia Schucht (con la que tendrá dos hijos). Al ser electo diputado en 1924 y conseguir
inmunidad parlamentaria, retorna a Italia y asume la secretaría general del Partido, en un
contexto cada vez más represivo y de criminalización de las fuerzas opositoras al fascismo.
El tener fueros no impidió que, a finales de 1926, sea detenido por el régimen junto a otros
dirigentes comunistas. El fiscal que contribuye a su condena alega que se debe “impedir
que este cerebro piense por lo menos por 20 años”. Tras una década de encierro, a lo largo
de la cual redacta y pule gran cantidad de apuntes, fallece en 1937, en un casi total
aislamiento político y afectivo en una clínica de Roma.

Salvando las distancias temporales y geográficas, la ajetreada vida de Gramsci en Italia


brinda ciertas pistas y aprendizajes para enfrentar una coyuntura tan anómala y adversa
como la actual. En particular, algunas de las iniciativas que emprendió para lidiar con el
aislamiento físico, con la imposibilidad de realizar reuniones presenciales entre camaradas
de militancia, o resistir encierros prolongados en la cárcel, devienen interesantes hoy en día
para sostener y potenciar proyectos emancipatorios de similar tenor, sin transigir en las
convicciones ético-políticas ni claudicar ante tamaño infortunio de un contexto por demás
desfavorable como el que tanto a Gramsci como a nosotres nos toca afrontar.

Como es sabido, lejos de ser algo residual o acotado a un lapso específico de su itinerario
intelectual, la cuestión pedagógica y formativa resulta el hilo rojo que enhebra buena parte
de sus reflexiones y propuestas revolucionarias, tanto juveniles como durante su forzado
encierro. Ello es así debido a que, para él, desde sus primeros años de incursión en la
militancia socialista y la labor periodística, la pedagogía siempre debía entenderse desde
una óptica política, y a la inversa: toda práctica política que pretendiese aspirar a
transformar la realidad de raíz, ameritaba ser concebida sí o sí en términos pedagógicos,
vale decir, profundamente educativos. Por lo tanto, apuntalar proyectos que fomenten “la
elaboración de una conciencia crítica” y una “comunión intelectual” que fortalezca la
organización y praxis colectiva de las clases subalternas como sujeto político con capacidad
autoemancipatoria, era de acuerdo a Gramsci algo prioritario, más aún en momentos de
reflujo de las luchas, contraofensiva derechista o desorientación teórico-estratégica.

Gramsci dinamizó infinidad de propuestas en este sentido, ya que una parte prolongada de
su vida transcurrió en condiciones de clandestinidad, reclusión y distancia física de sus
seres queridos. Entre ellas, vale la pena rememorar la Escuela de cuadros por
correspondencia que crea en pleno auge del fascismo, como su propia vivencia de
confinado político, en tanto intelectual-militante que batalla contra el encierro y el
aislamiento casi absoluto, desde el pensar crítico y la autoformación permanente.

Si durante sus años de militancia en Turín forja varios espacios educativos y


contraculturales al calor de la agudización de la lucha de clases y la politización de vastos
sectores obreros y campesinos, que van del Club de Vida Moral, la Asociación de Cultura
Socialista, la Escuela nocturna de L’ Ordine Nuovo al Instituto de Cultura Proletaria, la
consolidación del fascismo tras la marcha sobre Roma y el parcial reflujo de las luchas lo
obligan a innovar y reinventar las formas y modalidades de formación política y estudio, en
función de evitar la creciente represión y el clima de semiclandestinidad que se vive en el
país. Este delicado contexto -que resiente la posibilidad de que se congreguen gran cantidad
de militantes en sedes de la organización y limita el activismo público- lo induce a gestar en
1925 una Escuela de partido por correspondencia.

Gramsci elabora el programa, selecciona materiales de lectura, y planifica la edición y


distribución interna de sucesivos fascículos entre las y los camaradas de diversas regiones
de Italia. El propósito último de la Escuela es romper el aislamiento y aportar a una
organización viva y dinámica, que sostenga sus tramas de vincularidad y garantice la
cohesión ideológica, pero cuya unidad o centralización no sea concebida en palabras de
Gramsci “de forma excesivamente mecánica”, sino tendiente a que “cada miembro sea un
elemento político activo, sea un dirigente”. Por cierto, subyace aquí una pionera concepción
de la intelectualidad orgánica, en la medida en que articula la condición de especialista con
la capacidad de autodirección colectiva, que desarrollará con mayor detalle en
sus Cuadernos de la Cárcel.

Es interesante cómo Gramsci pondera las limitaciones de una metodología de enseñanza y


aprendizaje que no contempla instancia presencial alguna y se desenvuelve bajo un formato
mediatizado: “el mejor tipo de escuela es sin duda la escuela hablada, no la escuela por
correspondencia”, admite. A esta dificultad le suma otra no menor que estriba en la gran
cantidad y heterogeneidad de estudiantes que la integran. “Las lecciones son realizadas
teniendo presente un tipo medio de alumno que de hecho no existe -advierte-, a no ser
como abstracción, y eso confiere a las propias lecciones un carácter un tanto absoluto y
abstracto, mecánico en suma, lo que indudablemente no es el carácter propio de una escuela
orgánica proletaria”.

Resulta evidente que las circunstancias impuestas por el régimen fascista limitaban
enormemente las posibilidades de ensayar prácticas formativas diferentes. En una epístola a
su amada Yulca, se lamenta de que “toda reunión descubierta es interrumpida y los
compañeros son arrestados y encarcelados durante días”. No obstante, a pesar de estas
dificultades, Gramsci apunta a “crear una camada de instructores de partido”, es decir,
lograr que quienes se forman en esta Escuela puedan a la vez ir oficiando de formadores del
resto de las y los activistas que integran la organización, de manera tal que al menos en
pequeños grupos puedan concretar reuniones presenciales con un similar “espíritu de
iniciativa”.

“Es preciso que inicialmente los alumnos se reúnan en locales, en grupos de diez o menos
todavía y se mezclen entre sí: al principio los instructores deben ser electos por el propio
grupo, dentro del criterio de buena voluntad, del tiempo en el partido, de relativa mayor
preparación, etc.”, propone Gramsci. Dicho espacio debe tener como centro de gravedad el
estudio y análisis de la realidad concreta y las exigencias políticas de las y los trabajadores
ante una coyuntura difícil de asir, de manera tal que se contrarreste la tendencia a la
dispersión y el aislamiento. En este sentido, concluirá, “toda clase debe recurrir a la
explicación práctica de los fenómenos experimentados por los compañeros, ya sea en el
campo de la política, la economía y la ideología”.

Esta experiencia resulta intensa pero breve, ya que el posterior encarcelamiento de Gramsci
en noviembre de 1926, la criminalización extrema de cualquier tipo de activismo de
izquierda y la arremetida final contra los partidos políticos opositores (que terminan siendo
ilegalizados), diluyen toda perspectiva de continuidad de la iniciativa. Sin embargo, durante
sus años de encierro insistirá en la necesidad de crear y sostener espacios autoformativos
que contrarresten las “condiciones de embrutecimiento físico y moral” que supone la
cárcel. He aquí un segundo momento destacable y sumamente actual en el itinerario de
Gramsci como educador popular.
En la isla de Ustica, ubicada en el sur de Italia, donde es recluido a comienzos de 1927 por
algunas semanas, forja nuevamente una Escuela, a la que asisten no solamente presos
políticos sino incluso algunos habitantes del lugar. “Gracias a la Escuela -relata en una
carta enviada a su amigo Piero Sraffa- evitamos los peligros de la desmoralización, que son
muy graves”. Una vez más la formación oficia de certero anticuerpo frente al aislamiento
físico, afectivo y político al que se ve sometido. En este espacio, que incluye desde la
alfabetización hasta talleres de cultura general, todos resultan “maestros y estudiantes”, y el
propio Gramsci admite que a la par que enseña historia y geografía, frecuenta algunos
cursos en carácter de ávido aprendiz.

Gramsci permanecerá tan sólo 44 días en la isla, aunque la Escuela tendrá una duración
mayor. Uno de los presos políticos que continúa en Ustica, de nombre Giuseppe Berti (con
vasta experiencia en la organización de Escuelas de partido en el exilio) le escribe meses
más tarde para consultarle acerca de la metodología de enseñanza y la concepción
educativa más pertinente, con la intención de sostener en el tiempo y potenciar esta
iniciativa autogestiva. Desde Milán, Gramsci le responde en una detallada carta que “una
de las actividades más importantes a realizar por parte de los maestros, según mi opinión,
sería la de registrar, desarrollar y coordinar las experiencias y las observaciones
pedagógicas y didácticas, ya que sólo de semejante trabajo ininterrumpido pueden nacer el
tipo de escuela y el tipo de maestro que requiere precisamente ese lugar”.

Luego de resaltar esta necesidad de sistematizar el proyecto y de sugerir que quienes


fungen de educadores puedan conformar un “círculo” de autoformación en temas didácticos
y pedagógicos, que permita también el intercambio y la socialización de información y
conocimientos mutuos, le admite a Berti con un dejo de ironía que “es difícil aconsejarte y
darte una serie, como dices tú, de ideas ‘geniales’. Me parece que hay que mandar la
genialidad a la ‘fosa’ y que en su lugar se debe aplicar el método de las experiencias más
minuciosas y de la autocrítica más imparcial y objetiva”.

Durante su presidio transitorio en el norte del país a la espera de una sentencia firme,
Gramsci privilegia la lectura y el estudio, y para no empeorar su frágil estado de salud
realiza además ejercicios de gimnasia. En paralelo, continúa apelando a la escritura de
cartas como puente de comunicación para burlar el aislamiento, y le envía a su madre unas
sentidas líneas donde les expresa lo siguiente: “Carissima mamma, no querría repetirte lo
que ya frecuentemente te he escrito para tranquilizarte en cuanto a mis condiciones físicas y
morales. Para estar tranquilo yo, querría que tú no te asustaras ni te turbaras demasiado,
cualquiera que sea la condena que me pongan. Y que comprendas bien, incluso con el
sentimiento, que yo soy un detenido político, que no tengo ni tendré nunca que
avergonzarme de esta situación. Que, en el fondo, la detención y la condena las he querido
yo mismo en cierto modo, porque nunca he querido abandonar mis opiniones, por las cuales
estaría dispuesto a dar la vida, y no sólo a estar en la cárcel. Y que por eso mismo yo no
puedo estar sino tranquilo y contento de mí mismo. Querida madre, querría abrazarte muy
fuerte para que sintieras cuánto te quiero y cómo me gustaría consolarte de este disgusto
que te doy; pero no podía hacer otra cosa. La vida es así, muy dura, los hijos tienen que dar
de vez en cuando a sus madres grandes dolores si quieren conservar el honor y la dignidad
de los hombres”.
Esta energía vital y estado de ánimo positivo se irá apaciguando poco a poco. A mediados
de 1928 es llevado a Roma, donde recibe finalmente una condena de más de 20 años de
prisión. Ya con síntomas de deterioro físico y psicológico (que se agravarán año a año) es
enviado a la cárcel de Turi, en el sur de Italia. Allí meses más tarde, en 1929, le otorgan el
permiso para escribir y contar con una celda individual. Lector voraz e insomne, se
apasiona por hojear cuanto tiene a mano, llegando a deglutir “más de un libro por día”,
buscando a cómo dé lugar no acostumbrarse a “los días que se suceden iguales e
igualmente aburridos”, resistiéndose a ser “un objeto sin voluntad y sin subjetividad frente
a la máquina administrativa”.

Pero a pesar de ello, Gramsci dista de ser una persona completamente aislada o
ensimismada. Sin el apoyo permanente, acompañamiento y contención de su entorno socio-
afectivo (mujeres, ante todo, como su cuñada Tatiana Schucht, pero también otros
familiares, amigos y compañeros), sin ese diálogo e interlocución con pensadores clásicos y
contemporáneos (de Maquiavelo, Hegel y Marx, a Lenin, Sorel, Bujarin y Croce), ni la
constante apelación a la “traducibilidad” e intercambio de lenguajes filosóficos, saberes
plebeyos, experiencias insurgentes y procesos populares, no hubiese podido en los años
sucesivos redactar sus Cuadernos de la Cárcel y menos aún mantenerse activo,
escamoteando el encierro para poder revisar o pulir sus ideas una y otra vez, cual
meticuloso e incansable artesano. De ahí que reconozca que le resulta “imposible pensar
‘desinteresadamente’ o estudiar por estudiar. Sólo en contadas ocasiones me he abandonado
a alguna línea particular de pensamiento y analizado algo a causa de su interés intrínseco”.

Incluso la ardua y paciente producción de los Cuadernos de la Cárcel -verdadero


laboratorio en movimiento, de un pensar crítico inigualable- puede ser interpretada como
una experiencia de educación militante en sí misma, en la medida en que Gramsci se
concibe como un pedagogo de la praxis que aprende y es educado por la propia realidad
histórica italiana, europea y mundial, del mismo modo que por las experiencias
revolucionarias precedentes y contemporáneas. Desde esta óptica, los Cuadernos son una
reflexión concebida desde una doble derrota (la sufrida a manos del fascismo, sin duda,
pero también la que involucra a la tragedia del estalinismo), y como tal, supone un proceso
de aprendizaje a partir de una pedagogía de la pregunta, interrogándose en torno a por qué
fracasaron, o bien fueron derrotados, los diversos proyectos emancipatorios impulsados en
otras latitudes.

Asimismo, sería un error definir al Gramsci entre rejas como un intelectual abocado
exclusivamente al ejercicio del pensamiento crítico y la reinvención del marxismo. Desde
ya esta es una faceta ineludible y cardinal, que lo hace uno de los revolucionarios más
sugerentes en estos tiempos, ya que brinda elementos para entender la complejidad de la
dominación y los intrincados mecanismos a través de los cuales se sostiene y apuntala este
orden capitalismo, patriarcal y colonial profundamente desigual e injusto. Conceptos como
los de hegemonía, bloque histórico, Estado integral, revolución pasiva y crisis orgánica
apuntan a dar cuenta de esto. No obstante, las elucubraciones vertidas en sus Cuadernos no
agotan en toda su integralidad a la figura de “carne y hueso” que fue Gramsci. Por ello no
resulta ocioso recordar aquella sentencia magistral que vuelca en una de sus tantas notas de
encierro, en la que denuncia que “los intelectuales creen que saben, pero comprenden muy
poco y casi nunca sienten”.
Esta convicción senti-pensante no es algo acotado a su período de reclusión en las cárceles
fascistas. Revisitar las etapas precedentes y menos conocidas de su vida, nos aleja de un
supuesto Gramsci heroico y frío sabelotodo -un “teórico de la derrota” edulcorado y
compatible con ciertos discursos progresistas en boga-, acercándonos a una figura más
humana, indisciplinada e integral que, no por ello, pierde estatura histórica. En una de las
epístolas escrita en 1924 para su compañera, se interroga angustiado precisamente en torno
a este desencuentro que, muchas veces, tiende a existir entre el amor y la apuesta en favor
de un proyecto revolucionario: “Cuántas veces me he preguntado si era posible ligarse a
una masa cuando no se había querido a nadie, ni siquiera a la propia familia, si era posible
amar a una colectividad cuando no se había amado profundamente a criaturas humanas
individuales. ¿No iba a tener eso un reflejo en mi vida de militante?, ¿no iba a esterilizar y a
reducir a mero hecho intelectual, a puro cálculo matemático, mi cualidad de
revolucionario?”.

Algunos intérpretes de la obra gramsciana han apelado a una metáfora sugerente para
caracterizar su invariante actitud ante la adversidad: la táctica del agricultor, que durante
los meses del gélido invierno prepara sus herramientas para la próxima siembra y cosecha.
Apostar a la autoformación en contextos de encierro y aislamiento físico, dotar a la
militancia popular de mayores condiciones e instrumentos para el análisis riguroso de la
realidad y una intervención certera en ella, de manera creativa y sin ánimo alguno de
dogmatismo, resulta fundamental en la construcción de intelectuales orgánicos/as que, al
decir de Gramsci, “tengan cabeza y no sólo pulmones y garganta”. Al fin y al cabo, como
supo expresar Rosa Luxemburgo, esa otra rebelde con causa que también logró escamotear
el encierro y ejercitar la libertad de manera tan radical como los pájaros, “a pesar de la
nieve, de las heladas y de la soledad -los herrerillos y yo- creemos en la próxima
primavera”.

Fuente: https://desinformemonos.org/antonio-gramsci-la-formacion-y-el-pensar-critico-
como-anticuerpos-frente-al-encierro/

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