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De esta forma, el mundo del pensamiento, al que Descartes llama res cogitans,
queda como lo único cierto; mientras que el mundo de la experiencia, donde se
encuentran las cosas y los objetos, y que el pensador francés llama res extensa,
queda puesto en entredicho.
Posteriormente, Descartes garantizó el conocimiento del mundo haciendo uso del
concepto de Dios, que se descubre en la intimidad de la conciencia y hace posible
que la razón no se equivoque, puesto que él es bueno y omnipotente por
naturaleza.
Sin embargo, a pesar de que el filósofo racionalista salvase finalmente la relación
entre el pensamiento y el mundo, los separó y dio mayor importancia a la res
cogitans, que al principio de sus meditaciones fue capaz de encontrar la verdad
por sí misma, al margen de los datos que se obtienen a través de la experiencia.
René Descartes distingue entre tres tipos de idea, cada una de las cuales posee
un valor de verdad y apunta a los límites del conocimiento. Éstos tipos son: las
innatas, las facticias y las adventicias.
Teniendo esto en cuenta surgen una serie de preguntas: ¿dónde se encuentran
los límites de la razón? Es más, si ésta ha sido capaz de descubrir su autonomía y
su verdad por sí misma, ¿qué necesidad tiene de la experiencia?, ¿por qué tiene
que contar con ninguna clase de límite? La respuesta a estas preguntas es mucho
más evidente cuando se comprenden los tipos de ideas que existen para
Descartes: las innatas, las facticias y las adventicias.
Ideas innatas. Las ideas innatas son aquellas que no tienen su origen en la
experiencia, sino que se hallan en la propia forma de ser del entendimiento
humano. Una idea innata es, por ejemplo, la de Dios, que no se debe a los
sentidos ni a la imaginación, sino a la propia lógica interna que regula el
pensamiento.