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Filosofía y Arte

Índice

Filosofía y Arte 2

Contemplar y Crear 2

La Creación Artística 4

Estructura Ontológica de la Obra de Arte 4

Actitud Filosófica y Actitud Artística 5

Consideraciones 7

Conclusión 10

Bibliografía 11

Filosofía y Arte[1]

Contemplar y crear

El hombre habita corporal y espiritualmente el universo y, al ser persona espiritual, perfección del
mismo. El hombre no se queda limitado al mundo circundante: gracias a que fue dotado de
inteligencia y de “manos”, el ser humano “ve abrirse ante sí un horizonte de infinitas
posibilidades”; cada ser concreto es más que un ser, se trasciende a sí mismo, en cada ser, parte
de un todo, puede leerse ese “todo”; cada ser remite al infinito.

Debido a que el hombre conoce, el objeto del conocimiento, lo otro que se conoce, habita al
hombre, y gracias a esto lo otro conocido adquiere un nuevo modo de existir, del que carecía en la
realidad (a pesar de esto, se conoce de acuerdo al patrón de la inteligencia del hombre). El
hombre ahora conoce y puede dirigir este conocimiento hacia el mundo exterior, actuando hacia
el mismo. Así el conocer y el hacer son dos vertientes del hombre.
La culminación perfecta de conocer es contemplar, y la perfección del hacer es crear; conocer no
es sino una forma menos perfecta de contemplar.

Contemplar

El origen de la contemplación se halla en el conocimiento sensitivo: se comienza conociendo tan


solo los accidentes, que se captan a través de los sentidos. Las cualidades accidentales que se
captan sin embargo no son el objeto del conocimiento, sino que se percibe algo a través del
proceso de aprehensión sintética: de un objeto individual y concreto se capta la esencia de la cosa,
que hace a la unidad de la misma.

Dichos accidentes se unifican en una imagen esquemática. Se consolida lo frágil, que permanece
en quien contempla. Estas imágenes dejan traslucir, al ser iluminadas “por el rayo de la
inteligencia”, aquello de lo que son portadoras: una forma universal, una fórmula que es objetiva y
eterna: el ser de las cosas.

Los momentos por los que pasan las cosas son: la exterioridad, una primera interiorización lograda
mediante la imagen, y, por último, una interiorización “suprema”. Contemplar es ver el fondo
inteligible, la verdad de las cosas, de manera directa, inmediata, y fijar esto en el espíritu.

Crear

Fue el cristianismo el que dio al término “creación” su significado pleno: el ser de las cosas es
“puesto” por Dios, es puesto como “distinto” de Dios, no lo extrae de su “sustancia” divina ni de
un elemento preexistente, lo pone en la existencia por un acto “libre” de su voluntad. Esto implica
que las cosas existen, subsisten por sí mismas, y en esta existencia se afirman; el ser de las cosas
surge de la nada, no tiene un precedente; y Dios no crea por necesidad o por pobreza, sino por un
acto libre, no arbitrario sino sabio, que emana de su plenitud creadora.

El acto creador a su vez da a cada ser una figura exterior, y una forma interior; esta última es la
que lo define. A su vez, los seres se jerarquizan, en función de la forma interior, que es inteligible y
definitoria (aunque cada uno en su existencia concreta añada características propias a cada uno).
A pesar de esto el hombre abstrae el ser, por lo que lo singular, en la propia singularidad “es algo
inefable para el espíritu del hombre”.

Debido a su posición en el ámbito real, las cosas existen por si mismas, sin embargo existen gracias
a la participación en el ser que las creara. Sin embargo, penden aun del hecho de que fueron
creadas por un acto libre, lo que lleva a una inestabilidad metafísica, tienen una naturaleza
contingente.

Aun así, debido a la naturaleza sabia y libre del acto creador, que no es arbitrario, precede al
mismo un verbo, que es una palabra interior de la divinidad, en la que fueron hechas las cosas.

La posición del hombre en la creación es aquella de un ser creado, en la cumbre de los seres
creados pero un ser creado al fin. Es capaz de contemplar y de crear, pero no de ser la palabra
originaria y fundante; carece del logos constituyente.
Hay además una dimensión del hombre consistente en hacer, obrar y comportarse de manera
activa con el mundo. Para entender al ser más profundo, el hombre utiliza el conocimiento
filosófico; a su vez, por el arte, busca “estampar una forma nueva en una materia preexistente.
Esta es la culminación de la dimensión del hacer, el aspecto creador del hombre, la imitación del
acto creativo divino”. No consiste en descubrir el ser que subyace en las cosas, sino en dar un
cuerpo a un verbo previamente conocido en el espíritu, creado por el artista; en palabras de
Mandrioni: “al poema de Dios, se añaden ahora estos delicados y frágiles poemas humanos; al
mundo de Dios, se suman estos microcosmos encendidos y labrados por las manos ardientes del
hombre”.

La creación artística

Hay una analogía existente entre la Creación de Dios y la creación artística.

La creación divina culmina con un ser que es distinto de Dios. La creación artística perfecciona una
materia: no es inmanente, sino trascendente y transitivo, debido a que termina en una obra
exterior.

La diferencia fundamental entre el crear divino y artístico radica en la necesidad de este último de
elementos materiales preexistentes para expresar una idea creadora. A su vez la creación artística
nace de un acto libre y no arbitrario, pero sin embargo la libertad está conjugada con la obligación,
con la necesidad, la exigencia de crear que solicita el alma del artista.

Estructura ontológica de la obra de arte

El microcosmos que es la obra de arte refleja en sí a la realidad. Así, la estructura ontológica de la


obra de arte podría ser considerada como la riqueza diversificada de los seres traducida en el
plano ideal.

Se distinguen en la obra de arte dos planos (Vordergrund-primer plano- y Hintergrund-segundo


plano o trasfondo): el primero, constituido por la imagen real, que goza de autonomía, y es real en
el mundo sensible, existe en sí. Es a su vez manifiesto de que hay otra dimensión que no es
perceptible por los sentidos, en él se trasluce, se anuncia un trasfondo ideal, que solamente
existirá si alguien actúa, interviene, lo contempla.

En la obra de arte se trasluce la dimensión de las cosas, que se elevan a un plano de idealidad: las
cosas inducen a otras cosas.

Se manifiesta también en el plano ideal la dimensión “viviente”, a pesar de una aparente


estaticidad de la obra de arte, al entrar en contacto con el espíritu del hombre asume un
movimiento ideal.

Revela también la obra de arte la “dimensión anímica”: se presenta aquí el elemento catártico del
arte. Determina diversas actitudes existenciales frente al arte.
En toda obra de arte se refleja a su vez el espíritu, la esencia, el contenido espiritual de una época,
la eternidad, la metafísica, algo del mundo, del hombre, o de Dios. Esto se eterniza en la obra de
arte. Más allá del desciframiento estético o temporal que pueda hacerse a la obra, lo que hay que
descifrar en la obra de arte es el logos que el artista expresó en el plano ideal, eterno e inmortal.

Es en este plano en el que se ve cómo la obra de arte revela algo del “ser”: según Heidegger, “la
obra de arte es la síntesis de un mundo expresable y de una tierra indecible”.

Actitud filosófica y actitud artística

El puesto de la inteligencia no es el mismo en las actitudes nombradas, especialmente, de la razón.


En el arte, no es la inteligencia la que actúa, sino la imaginación y el deseo; la inteligencia ocupa
solamente el lugar de apoyo; no obra, sino que contempla obrar. En la filosofía, la inteligencia es el
instrumento fundamental, la que conduce directamente a la misma. El aspecto creador de la
inteligencia, en la filosofía, se subordina a la función cognoscitiva, mientras que en el arte, la
función cognoscitiva se subordina al aspecto creador.

El puesto de la imagen, a su vez, es diferente en ambas tareas. Es el modo propio de la


representación en el arte, mientras que en la filosofía, la imagen ayuda al pensamiento, pero se
trasciende en razón de la abstracción, para dar lugar a la idea, al sentido, al concepto, a la
universalidad. La imagen se utiliza en el arte en su nivel de concreto y de singular, y en la filosofía,
en el nivel de abstracción y universalidad.

Tanto el artista como el filósofo, desde diferentes lugares y distintos métodos, llegan hasta el
fondo del ser, aunque con diversas intenciones. El filósofo, desde la especulación, sólo tiene la
intención de contemplar la verdad por sí misma, el acto culmina con el gozo de la contemplación,
se cierra el circuito en la inmanencia del espíritu. El artista contempla el ser con el fin de expresar
la idea intuida o inventada en una obra exterior. “En el primero, la verdad, el orden y la forma
nutren directamente la inteligencia en el seno del espíritu; en el segundo, ellas por la actividad
creadora del artista, brillan y resplandecen en las partes armonizadas de una materia”.

Consideraciones

Al ser dotado de inteligencia y de manos, el hombre nunca se limitará al mundo circundante. El


hombre no se contentará con esta condición, se trascenderá a si mismo, ya que cada ser remite al
todo que es la Creación. Este es el primer elemento que llevará al artista a crear, deberá
trascender la realidad que lo rodea.

El conocimiento que adquiere el hombre pasa a habitarlo; así, el hombre podrá dirigir este
conocimiento hacia fuera de sí, hacia el mundo exterior. Aquí están las dos vertientes: conocer y
hacer (contemplar y crear). Por esto el artista conocerá acerca de un tema, cuya esencia volcará en
su creación.

Se conoce en principio por los sentidos (los accidentes), pero de estos se abstrae la esencia de
cada cosa; los accidentes forman una imagen esquemática, a partir de la cual se deduce en cada
una el ser de las cosas. Así el artista tomará el ser subyacente para plasmarlo en su obra; a primera
vista esta será considerada como accidente, sin embargo tiene a su vez un ser subyacente.

Los seres existen gracias a que participan del ser que las creó, aunque fueron creadas por un acto
libre, por lo que su naturaleza es contingente. En la creación, Dios pone a las cosas el ser como
distintas de sí, por un acto libe de su voluntad. Las cosas existen por si mismas, su ser surge de la
nada, de la plenitud creadora de Dios.

El hombre tiene la posición de la cumbre en el orden de los seres creados, puede contemplar,
puede crear, pero no puede crear a partir de la palabra originaria y fundante. La contemplación es
necesaria para el artista, es la base de su creación. El artista no crea de la nada, sino que parte de
una realidad preexistente. Esta realidad la conocerá mediante la contemplación, que es la
“culminación del conocer”; sólo podrá crear si conoce la realidad a partir de la cual creará. La idea
creadora es necesariamente surgida de elementos preexistentes.

El hombre cuenta con una dimensión en la que debe comportarse de manera activa con el mundo,
debe hacer, obrar. A pesar de que lo hará a partir de la realidad preexistente que es el mundo,
busca estampar una nueva forma en la misma utilizando el arte; en esto consiste la culminación
del hacer, es el aspecto creador del hombre, que imita así a la Creación divina. Da un cuerpo a un
verbo, conocido previamente por el espíritu del artista creador. El artista se asemeja a Dios en
cuanto creador, por lo que hay una analogía entre la Creación de Dios y la creación del artista.

Cuando Dios crea, crea algo distinto de sí. Cuando el artista crea, crea una obra exterior,
perfecciona una materia, su creación es trascendente y no inmanente. La obra nunca será distinta
de sí, porque surgirá a partir del ser que conoció mediante la contemplación, que pasó a habitarlo;
el ser que plasmó en la obra de arte es el ser que lo habita.

El artista necesita de los materiales preexistentes para expresar su idea creadora, a diferencia de
Dios, que crea de la nada. El artista, a pesar de crear libremente, responde en su creación a una
obligación y una necesidad que exige su alma como artista que es; el artista debe crear.

El artista subordinará la inteligencia al aspecto creador, que responde al deseo, a la imaginación


(mientras que en la filosofía pasa exactamente lo contrario, se subordina la creación a la
inteligencia). Así, el artista no debe prescindir de la inteligencia, pero esta está al servicio de, en
función de, la creación, que es la que, en definitiva, será la responsable de la obra de arte.

El artista a su vez representará mediante imágenes (mientras que el filósofo usará las imágenes
para abstraer el ser que las trasciende); la imagen artística será utilizada en un nivel concreto y
singular.

El artista llegará, como el filósofo lo hará desde la especulación y con el fin de contemplar la
verdad por sí misma, al fondo del ser, pero lo hará con el fin de crear, a partir de esta idea, una
nueva obra.

La obra de arte
La obra de arte es un microcosmos que refleja a la realidad; se refleja, en el plano ideal, la riqueza
de los diferentes seres. Consta de dos planos, uno que es la imagen real, que captan los sentidos, y
uno que solo será captado si es contemplada; mediante este segundo plano las cosas se elevan a
la idealidad e inducen a su vez a otras cosas. Por ejemplo, al leer El Principito un niño lector se
contentará con leer sobre las aventuras de un piloto y el Principito del título, sin embargo (y muy a
pesar de la voluntad del autor) los “adultos” se complacerán en este riquísimo “segundo plano”.

En el plano de idealidad se manifiesta la dimensión viviente que se percibe a pesar de la aparente


estaticidad en una obra de arte. Se devela, a su vez, la dimensión anímica, el arte actúa como
catarsis, y se actuará frente a él de diferentes maneras. En el mundo griego, por ejemplo, el arte
era considerado tal siempre y cuando respondiera al patrón del mismo, que era la proporción, el
cosmos, el orden en el mismo. El elemento catártico de las obras, por ejemplo literarias, respondía
al cosmos y orden que las constituía; si una persona no puede alcanzar esta perfección en su vida,
por lo menos la alcanzará el personaje principal de la obra en cuestión.

Toda obra reflejará como microcosmos que es la esencia de cada época, y esto es lo que la
eterniza, ya que más allá de que responda a determinada época, es posible descifrar aquel ser de
las cosas que el artista contempló en un primer momento y plasmó en el plano de la idealidad. La
eternidad de cada hombre, de la condición humana, se puede percibir al leer una obra de
Shakespeare, a pesar de estar situadas estas en el siglo xvi; los horrores de la guerra, no de la
Guerra Civil Española sino de la Guerra como institución, impresionarán a quien admire el
Guernica de Picasso; la enormidad de Dios interpretada por el hombre podrá ser captada desde
cualquier catedral gótica independientemente del momento histórico en que se la contemple…

Conclusión

La filosofía y el arte se asemejan en muchas cosas; utilizan los mismos elementos, se basan ambos
en el hecho de que el hombre contempla, en el primer caso, y que crea, en el segundo.

Podría decirse, incluso, que ambas esferas se complementan: la filosofía está en cierta medida en
función del arte, ya que el artista busca el ser último y lo plasma en su obra de arte, a lo que
responde la búsqueda del filósofo de este ser en la misma obra del artista.

Podrían incluso tomarse como paralelos al filósofo y al poeta en cuanto ambos contemplan con el
fin de descubrir las verdades últimas de las cosas; el filósofo, en función de la verdad misma, y el
artista-poeta, en función del arte, ya que plasmará estas verdades en su obra-poema.

Así, la filosofía y el arte estarán siempre ligados, tanto uno en servicio del otro, como en sus
parecidos y semejanzas, en cuanto a método y fines

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