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Los Orígenes del Constitucionalismo

Su importancia es fundamental, ya que la Constitución, objeto principal del


Derecho Constitucional, es en países como el nuestro la regulación jurídica
suprema, pues además de fijar la estructura del Estado impone a las demás
ramas del derecho amoldarse a sus normas y principios rectores.
Consideremos que el Derecho Constitucional moderno se edifica sobre tres
Principios esenciales:
i) La limitación del poder, mediante su distribución equitativa. No puede
haber un Estado democrático con un poder absoluto e ilimitado.
ii) La garantía de los derechos y libertades fundamentales de la persona.
El ordenamiento jurídico solamente, tiene valor si se basa en el
reconocimiento de los derechos fundamentales de la persona, que se
garantiza y afianza, incluso, contra el propio Estado.
iii) La Supremacía y permanencia del texto constitucional. La superioridad
de la Constitución sobre la ley ordinaria, se establece, por ser creada por el
órgano constituyente que es el poder de poderes.
Este carácter revolucionario se acentuó durante el transcurso de los
acontecimientos, no ya sólo porque la bandera constitucional fue izada desde
el inicio de la Revolución, sino porque lo era, y mucho, el concepto contenido
sensu contrario en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano,
artículo 16, nunca superada después en su simbolismo y plasticidad: «Toda
sociedad en la que no está garantizada la libertad ni establecida la división de
poderes carece de Constitución». En nuestros días, el contenido de la
Constitución es mucho más complejo, pero, hablando en términos generales y,
por el momento, sin el prurito de la precisión, el indicado sigue siendo válido,
casi canónico, y referencia obligada, por su sencillez, para contrastar
realidades políticas que se autocalifican como constitucionales. La división de
poderes, que sería mejor describir como distribución equilibrada del poder
estatal, no es un mero entretenimiento de ingeniería constitucional, sino una
garantía frente a la tendencia natural, según MONTESQUIEU, del poder al
abuso si no se lo controla, lo que ineludiblemente se erigiría como el principal
obstáculo para la existencia de la libertad política, que es lo que caracteriza un
gobierno moderado. Se trata, pues, de una garantía de la libertad, acaso la
más importante. Siendo esto así, la Constitución, a la postre, se reduce al
conjunto de garantías de la libertad. No habla de división de poderes, sino de
derechos, cuyo servicio y garantía es la única justificación del poder político. No
obstante, no hay inconveniente en seguir entendiendo la Constitución como la
suma de estos dos ingredientes básicos por su arraigo en la teoría y por su fácil
memoria. La división del poder, por tanto, es una técnica depurada de control
del poder en garantía de la libertad. Por eso algunos autores identifican el
régimen constitucional con aquel en el que hay control de poder y negándole tal
naturaleza en caso contrario.
Con lo anotado hasta ahora sería suficiente para echar a andar por el camino
de la identificación de las ideas principales del movimiento constitucionalista.
Pero éste era mucho más rico aún porque reivindicó no sólo técnicas de
control, sino una nueva legitimidad. Legitimidad que debía descansar en el
principio de soberanía nacional por oposición a la soberanía monárquica
sustentadora del régimen a extinguir. La soberanía, dice el artículo 3º del
mismo mítico texto, reside esencialmente en la nación.
el constitucionalismo moderno nació con las Revoluciones francesa y
norteamericana, a finales del S.XVIII, cuando tomó cuerpo la idea de una
constitución escrita que expusiera los derechos de los individuos y regulara el
poder y sus limitaciones. Pero, además, frente a lo que se denominaba
“constitución” con anterioridad, para el constitucionalismo moderno una
verdadera “constitución” sólo era aquella de acuerdo con la cual se establecían
ciertos principios inequívocos, que el autor de esta obra concreta en los diez
siguientes: la soberanía popular, la vinculación de la constitución a principios
universales, los derechos humanos, el gobierno limitado, la supremacía
normativa de la constitución, la forma de gobierno representativa, la separación
de poderes, la responsabilidad y la obligación de rendir cuentas de los
gobiernos, la independencia de la justicia, y el poder del pueblo para enmendar
la constitución. En 1776 se aprueba la Declaración de Derechos Humanos de
Virginia, de 12 de junio de ese año, documento en el que los diez principios
enumerados aparecieron juntos por primera vez. A partir de entonces, el
constitucionalismo moderno y sus principios se expandieron hasta convertirse
en paradigma universal. Sin embargo, esos diez principios no fueron aceptados
ni inmediatamente, ni todos los lugares, ya fuera en América o en Europa,
aunque con más dificultades en esta última. Por eso, la historia del
constitucionalismo moderno que se desarrolla a partir de entonces es, como
señala bien, la historia de los esfuerzos dirigidos a la realización de estos
principios y de la lucha contra aquellos cuyo principal objetivo era,
precisamente, evitar que esto ocurriera.
Es, por tanto, una historia de dificultades: las dificultades para lograr el
reconocimiento de los principios del constitucionalismo, y los avances y
retrocesos en la conquista de los mismos; los problemas generados por su
implantación, algunas de cuyas consecuencias han llegado hasta nuestros
días; la diacronía de su constitucionalización; los diferentes modelos que fueron
surgiendo, las discrepancias entre unos modelos y otros, etc.
Desde la perspectiva actual que le caracteriza, el autor comienza admitiendo
que la soberanía popular es uno de los más complejos problemas
constitucionales que afectan a las modernas sociedades democráticas, ya que,
a pesar de su rotunda proclamación, en la vida política cotidiana esa soberanía
parece desvanecerse. Para afrontar este problema es preciso volver la vista al
origen y evolución de este principio; sin embargo, como advierte, la historia del
constitucionalismo moderno es una historia de dificultades, en este caso las
derivadas de las profundas diferencias que surgieron desde el primer momento
entre unos constitucionalismos nacionales y otros, y que, en buena medida,
giran en torno a la distinta forma de concebir la soberanía popular.

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