Nos
sentamos en el suelo. Me tomaste de las manos y me pediste que cerrara los ojos. Yo
obedecí.
Imagina que tu cuerpo se desintegra poco a poco, me dijiste. Imagina que te vas
volviendo de aire, que te vas haciendo partículas de un polvo luminoso, imagina que
tu alma sale de ti y vuela. Detrás, deja una estela brillante. Ahora, desde arriba,
te fundes con los colores y caes sobre la ciudad en forma de luz azul. Esta luz es
un consuelo para los que sufren.
Como una niña pequeña, muy divertida, yo metía y sacaba el cuerpo. Y cuando lo
sacaba, a veces, sentía cómo todo tipo de buses e incluso camiones grandes me
atravesaban, como si yo fuera puro éter. No me dolía ni nada, pero era una
sensación que me hacía apretar muy fuerte los ojos. Tú estabas demasiado
concentrada en ver al frente. Así que yo seguía jugando a sacar y meter el cuerpo.
El bus iba realmente muy rápido, tanto que los pasajeros empezaron a protestar. Era
inusual la velocidad que llevaba, parecía un carro de carreras. Se armó una bulla
intensa dentro por las voces de los pasajeros que exigían al chofer que saque el
pie del acelerador. Pero ninguno se atrevía a levantarse del asiento. Una energía
de miedo empezó a inundar el bus, algunas personas empezaron a gritar.
Yo recordé claramente que desde niña tuve visiones, siempre supe que el lugar donde
estaba, de alguna manera, no era real, sino que estaba representando una especie de
teatro, en el que todos actuaban de una manera contraria a lo que realmente eran,
sentían y querían.
Entonces, fui a otro sueño en el que veía cómo los hombres usaban corbata cuando
realmente querían usar camisetas. Las mujeres usaban tacones, cuando en realidad
querían ir descalzas. Los niños usaban camisas cuando en realidad querían ir en
pijama o desnudos. Y te preguntaba: ¿Por qué las personas se visten como no se
quieren vestir? ¿Por qué las personas se esconden detrás de esos personajes que
crean? ¿Por qué no quieren ser ellos mismos? ¿Ellos saben lo que son?
Entonces, mirándome a los ojos, me respondiste: Sabía que este día llegaría. El día
del recuerdo y la palpitación. Fue cuando desperté, con sus palabras repitiéndose,
como un mantra, en mi mente.
No podía tocarlo, porque elegí convertirme en espíritu para llegar a este lugar.
Aclaro que todavía no sé a qué lugar he llegado. Se trata de una especie de caverna
oscura en la que hay muchos objetos raros como lianas azules y rosas que cuelgan de
los espacios, sin que ninguna estructura los sostenga. De pronto, una correntada de
aire llega desde afuera y se percibe una luz a lo lejos. Lo único parecido a algo
conocido por mí en esta cueva es este pez que está dormido. Al parecer, estamos
atrapados, pero no sé dónde. Estas no son horas de ponerse a dormir. ¡Pez, pez,
despierta! dime dónde es que estamos.
El pez podría no estar dormido, podría estar muerto, lo sé. Ya lo había pensado,
pero me he resistido a creerlo, pues eso significaría que yo podría también
estarlo, debido a que estoy en la misma circunstancia que él y que, por ahora, no
tengo peso ni masa, por lo tanto soy un espíritu. Pero si es así, si yo también
estoy muerta como el pez, ¿dónde quedó mi cuerpo? Sin evidencia, no hay muerte.
Prefiero pensar que el pez está dormido y que es mi misión despertarlo. Vaya
misión.
El sol está ahí todos los días pero pocos lo vemos. Nosotros también estamos y no
nos miramos, no nos prestamos atención. Estamos y somos en un desierto, ojos
vaciados de sentido nos rodean como sospechas, como avisos de que no estamos vivos.
Solemos dejar de recordarlo. Qué fácil es morir día tras día. Nos resulta
redundante la risa, también los besos, los halagos no sirven de nada cuando uno se
sabe solo, cuando se sabe muerto.