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¿Contribuye la solución al problema?

El costo social
La crisis del sistema carcelario afecta al bolsillo de todos los ciudadanos. Se calcula que
en Estados Unidos, por ejemplo, cada interno cuesta a los contribuyentes unos 21.000
dólares anuales. Y los presos mayores de 60 años pueden costar tres veces esa cantidad.
En muchos países, la confianza pública en el sistema penal está menguando por otras
razones también. Se sabe de algunos delincuentes que son liberados antes de lo que les
corresponde y de otros que ni siquiera van a la cárcel debido a cierto tecnicismo jurídico
descubierto por un abogado sagaz. Por lo general, las víctimas no se sienten
suficientemente protegidas contra futuros daños y apenas tienen voz en el proceso legal.

Aumenta la preocupación pública


Las condiciones inhumanas en las que se encuentran muchos presos (véase “Problemas
carcelarios” ) no fomentan la confianza pública en el sistema penitenciario. Los reclusos
que han sufrido maltratos durante el cumplimiento de su sentencia difícilmente se
reformarán. Además, a varios grupos pro derechos humanos les inquieta la cantidad
desmesurada de miembros de minorías étnicas que se hallan en prisión. Se preguntan si
se trata de una coincidencia o si obedece a discriminación racial.

En un informe de 1998, la agencia de noticias Associated Press hizo pública la terrible


situación de los ex reclusos de la prisión de Holmesburg (Pensilvania, E.U.A.), quienes
pedían que se les indemnizara por haber sido utilizados, presuntamente, como cobayas
humanos en experimentos químicos durante su encarcelamiento. ¿Y qué puede decirse
de que en Estados Unidos se vuelvan a ver cuadrillas de presos encadenados? Amnistía
Internacional explica: “Trabajan de diez a doce horas, a menudo bajo el sol ardiente,
con descansos muy breves para beber agua y una hora para comer. [...] Para hacer sus
necesidades solo disponen de un orinal tras una cortina improvisada. Los presos siguen
encadenados mientras lo usan. Si no pueden acceder a él, no tienen otro remedio que
agacharse en el suelo ante la vista de los demás” . Por supuesto, no todas las prisiones
funcionan así. Pero lo que no se puede negar es que el trato inhumano deshumaniza
tanto a los que lo reciben como a los que lo administran.

¿Se beneficia la comunidad?


Como es natural, casi todas las comunidades se sienten más seguras cuando los
criminales peligrosos están encerrados. Pero las hay que defienden las prisiones por
otras razones. Cuando se iba a cerrar una cárcel en la pequeña población australiana de
Cooma, la gente protestó. ¿Por qué? Porque la comunidad atravesaba problemas
económicos y la cárcel suministraba empleo a muchos de los habitantes.

Teniendo todo esto presente, queda en pie una pregunta fundamental: ¿logran reformar
a los delincuentes las prisiones? Aunque la respuesta suele ser negativa es algo que
devemos solucionar como sociedad.

En un mundo en el que lo políticamente correcto suele encubrir el lado desfavorable de


la realidad, tratamos de evitar el sombrío término prisión. Preferimos hablar de “centros
penitenciarios” o “correccionales” que ofrecen “formación profesional” y “servicios
sociales”. Hasta el vocablo preso nos parece inhumano, y optamos por el de interno. Sin
embargo, si profundizamos un poco, descubriremos los serios problemas que afronta
hoy el sistema carcelario, entre ellos la elevadísima inversión económica que supone
mantener entre rejas a los delincuentes y el creciente abismo que media entre los
objetivos de la encarcelación y los verdaderos efectos de esta.

Hay quienes cuestionan la eficacia de las cárceles, pues dicen que si bien la cantidad
mundial de presos supera ya los ocho millones, el índice de criminalidad no ha
disminuido considerablemente en muchos países. Además, aunque un alto porcentaje de
reclusos está en prisión por delitos relacionados con las drogas, la disponibilidad de
estas en las calles sigue siendo muy preocupante.

Pese a ello, muchos ciudadanos consideran que el encarcelamiento es la pena ideal. A su


modo de ver, cuando el infractor es encarcelado, recibe su merecido. Una periodista
asemejó este afán de meter entre rejas a los delincuentes a una fiebre, “la fiebre de
encerrarlos”.

La encarcelación persigue cuatro fines principales: 1) castigar al infractor, 2) proteger a


la sociedad, 3) evitar delitos futuros y 4) reformar al delincuente, enseñándole a ser un
ciudadano decente y productivo tras su puesta en libertad.

Cita :
“Degradar y desmoralizar a los presos es la peor manera de prepararlos para cuando
salgan de la cárcel.” (Frase publicada en un editorial del periódico The Atlanta
Constitution.)

En muchos casos, las prisiones solo sirven de restricción, y por un tiempo. Cuando el
recluso sale en libertad, ¿ha pagado realmente por su delito?* ¿Qué puede decirse de las
víctimas o de sus seres queridos? “Soy la madre de un muchacho asesinado —dijo Rita
en tono suplicante cuando el asesino de su hijo de 16 años salió en libertad tras cumplir
una sentencia de solo tres años—. Piensen un momento. ¿Pueden siquiera imaginarse lo
que esto significa?” Como ilustran las palabras de esta mujer, el dolor de la tragedia
suele persistir mucho después de que los tribunales han zanjado el caso y de que este ha
dejado de ser noticia.

La cuestión es de interés para todos, no solo para quienes se han visto afectados
directamente por el crimen, pues nuestra paz mental, por no decir nuestra seguridad,
depende en gran medida de que los presos, una vez cumplida su condena, salgan a la
calle reformados, y no simplemente endurecidos por su experiencia en prisión.

Escuelas para delincuentes


El sistema penitenciario no siempre elimina la conducta delictiva. “La inversión de
grandes sumas de dinero para construir más celdas a costa de reconstruir el concepto
que el preso tiene de sí mismo suele ser preludio de más y peores delitos” , escribe Jill
Smolowe en la revista Time. Peter,# que lleva catorce años en la cárcel, opina lo mismo:
“Casi todos mis compañeros de prisión empezaron con delitos menores, luego pasaron a
delitos contra la propiedad y finalmente se licenciaron en delitos contra las personas.
Las cárceles son para ellos como escuelas de formación profesional. Saldrán peor de lo
que entraron” .

Si bien es cierto que las cárceles sacan a algunos delincuentes de las calles por un
tiempo, parece que hacen poco, o casi nada, por impedir la delincuencia a largo plazo.
Los muchachos y hombres jóvenes de las zonas urbanas deprimidas suelen ver el
encarcelamiento como un rito de iniciación, y muchos terminan convertidos en
delincuentes habituales. “La cárcel no reforma en absoluto a la persona —dice Larry,
que ha pasado gran parte de su vida cumpliendo condenas de prisión—. Cuando uno
sale, vuelve a hacer lo mismo.”

Este círculo vicioso tal vez explique por qué, según un estudio llevado a cabo en
Estados Unidos, el 50% de los delitos graves los perpetran el 5% de los delincuentes.
“Cuando los presos no tienen una manera constructiva de pasar el tiempo —dice la
revista Time—, suelen ocupar las horas acumulando resentimiento, por no decir una
serie de planes delictivos que [...] pondrán en práctica cuando salgan a la calle.”

Esta situación no es particular de Estados Unidos. John Vatis, médico de una prisión
militar de Grecia, afirma: “Nuestras prisiones son magníficas para producir personas
amenazadoras, violentas y ruines. La mayoría de los reclusos, cuando salen de la cárcel,
quieren 'arreglar cuentas' con la sociedad” .

Cita :
Problemas carcelarios
HACINAMIENTO. Las prisiones británicas presentan un grave problema de
hacinamiento, y no es de extrañar. Gran Bretaña es el segundo país de Europa
occidental con más población reclusa per cápita: 125 presos por cada 100.000
habitantes. En Brasil, la cárcel más grande de São Paulo tiene capacidad para 500
reclusos, pero alberga a 6.000. En Rusia, celdas preparadas para 28 presos están
ocupadas por 90 y hasta 110. El espacio es tan reducido que los reclusos tienen que
hacer turnos para dormir. En un país asiático se aglomera a 13 ó 14 personas en una
celda de tres metros cuadrados. Y las autoridades de Australia Occidental han afrontado
el problema de la falta de espacio encerrando a los presos en contenedores.

VIOLENCIA. La revista alemana Der Spiegel informa de que en las prisiones de


Alemania hay reclusos que matan y torturan brutalmente a otros presos debido a “la
lucha que existe entre las bandas por el negocio ilegal del alcohol, los narcóticos, el
sexo y la usura” . Las tensiones étnicas suelen avivar las llamas de la violencia
carcelaria. “Hay convictos de 72 nacionalidades —añade la citada revista de noticias—.
Es inevitable que surjan fricciones y conflictos que acaben en violencia.” En una cárcel
sudamericana, las autoridades dijeron que todos los meses morían asesinados un
promedio de 12 presos. El periódico londinense Financial Times apunta que, según los
reclusos, la cantidad es dos veces mayor.

ABUSO SEXUAL. Bajo el titular “La violación en las cárceles” , el rotativo The New
York Times dice que, según un cálculo moderado, “cada año sufren abusos sexuales
más de 290.000 hombres encarcelados” en Estados Unidos. Y añade: “La espantosa
experiencia de ser violado no suele limitarse a una ocasión aislada, pasa a ser a menudo
un ataque cotidiano” . Una organización calcula que en las prisiones estadounidenses se
producen todos los días unos 60.000 actos sexuales no correspondidos.

SALUD E HIGIENE. La propagación de enfermedades de transmisión sexual entre la


población reclusa está bastante documentada. La tuberculosis entre los presos de Rusia
y algunos países africanos atrae la atención mundial, al igual que la negligencia que
existe en muchas prisiones del planeta en cuanto a tratamiento médico, higiene y
nutrición.

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