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SOBRE “LA PINTURA DE LA PURÍSIMA CONCEPCIÓN DE

NUESTRA SEÑORA”.
Comentario del apartado “Pintura de la Purísima Concepción de nuestra Señora”, del
Libro “El Arte de la Pintura” de Francisco Pacheco, Libro III, capítulo XI. Año de 1649.
Por Manuel Cortes Trujillo.

“Todo el mundo en general, a voces Reina escogida.


Diga que sois concebida, sin pecado original”.
Manuel Cid. 1614.

Estos versos fueron parte de los actos de desagravio de los defensores de la inmaculada
concepción de la Virgen, los llamados “inmaculistas” -franciscanos como máximos
exponentes- hacia los “maculistas”, quienes defendían que “fue concebida como vos,
1
como yo y como Martín Lutero” -dominicos como acérrimos defensores-, esta
contraposición de tesis género una “guerra teológica” dialéctica -y hasta física- de un
enorme impacto religioso y popular.
Los pintores como periodistas gráficos de la época, aprovecharon para plasmar esta
circunstancia en sus obras, Francisco Pacheco (1564-1644) mediante su libro póstumo,
será el configurador e impulsor de la iconografía definitiva, que se propagará por todo el
mundo. Aunque Murillo será el máximo exponente y difusor del mismo.
El capítulo que trata Pacheco sucede -como el indica- tras el encuentro de los padres de
la Virgen en la Puerta Dorada. Sin despreciar el modelo hoy conocido como “inmaculada
franciscana”2 -con niño-, solo trata a la Virgen sin niño, pues es el más expandido.
Francisco Pacheco insiste en su modelo tomado del libro del Apocalipsis y establece las
pautas principales para su representación: “en la flor de su juventud (…) con túnica blanca
y manto azul (…) vestida de sol ovado (…) que cerque toda la imagen (…) coronada de
doce estrellas (…) una corona imperial adorne su cabeza (…) debajo de los pies la luna
(…) con las puntas hacia abajo (…) en lo alto Dios Padre o el Espíritu Santo (…)
serafines (…) el dragón quebrándole la cabeza.


1 Sermón de un dominico del 8 de septiembre de 1613 ,que desencadenó lo que Kendrik denominó en

su “Historia de la Iglesia de Sevilla” (Pág. 490), la “Marian War”.


2 “El concepto franciscano defiende que el triunfo de la Madre es inseparable del triunfo del Hijo y está

subordinado a él” Ramallo Asensio, Germán: La Catedral guía mental y espiritual de la Europa barroca.
P.305, Murcia, 2010.
Representación gráfica de este texto es la Inmaculada de la Catedral de Sevilla, aunque
con algunas faltas.
Una de ellas es el color del vestido, en el sigue utilizando el azul -como maternidad
celestial- pero para el vestido, él aplica el rojo – símbolo de la maternidad terrenal y
realeza-. Este color era el utilizado anteriormente y proviene de la indicación del Éxodo
28. Podemos ver imágenes vestidas de jacinto, por ejemplo en Rubens o Zurbarán, a
partir de la aparición de la Virgen, vestida de azul y blanco, a Beatriz De Silva y la
publicación de este libro, en el arte se impondrá el blanco, símbolo de inocencia y pureza,
con Murillo la iconografía creada por Pacheco llegará a su cima.
Cuestión curiosa es la disposición de la luna, con los cuernos hacia abajo, iluminando con
el reflejo del sol -Cristo- a la Virgen, aunque el tratamiento del astro tendrá mayor
libertad de creación.
Como indicamos antes, Murillo será quien más en cuenta tendrá las directrices de
Pacheco, podemos destacar la Inmaculada de Soult, 1678, donde se tomará varias licencia
como colocar la luna a la inversa. Valdés Leal creará en 1682, la Inmaculada que hoy en
día se encuentra en el Museo del Prado, reinterpretando las pautas del tratado. Antes, en
1660 Mateo Cerezo ya había concluido otra Inmaculada, donde rebosa la suntuosidad del
carácter barroco.

En definitiva, Francisco Pacheco recogió “los modos” de la representación de la


Inmaculada Concepción, traspasará fronteras y se impondrá inconográficamente,
llegando a nuestros días. Así en Sevilla nació la que fue una de las mayores aportaciones
de España al mundo del arte.

“Aunque le pese a Molina, y a los frailes de Regina,


Al prior y al provincial, y al padre de los anteojos
Sacados tenga los ojos, María fue concebida
sin pecado original”
Don Pedro de Castro, Arzobispo de Sevilla.

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