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Teología y Vida,Vol.XXXIII (1992).pp.

299-314

Ernesto Livacic‘ í&zzano ,


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Profesor del Instihiio de Eciras, U.C.

La inquietud religiosa en cuatro poetas


,-+ chilenos contemporáneos
(Miguel Arteche, Carlos Bolton, Fidel Sepúlveda
y Raúl Zurita)
Ia/”),-l ’
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Pi! -
Entre 1990 y 1992, con el apoyo de la Dirección de Investigación de la Pontificia
Universidad Católica de Chile, un grupo interdisciplinario de académicos (*) abordó el
tema que sirve de título a estas páginas.
El trabajo tenía como objetivo general un análisis del componente religioso pre-
sente en la obra de los cuatro poetas mencionados, partiendo de la hipótesis de que, a la
vez que manifestación artística, la poesía es, más profundamente, expresión vital de su
creador y trasunto de su visión y anhelos más trascendentes.
Como puede apreciarse, se estimó necesario ir más allá de las calas literarias
meramente interesadas en la estructura y en los rasgos estéticos de los textos, procuran-
do -sin desechar esa orientación- decodificar el pensamiento subyacente de los autores
en estudio.
Por los antecedentes básicos de que se disponía sobre la base del conocimiento
previo de sus obras, se postulaba que una relevante inquietud religiosa era axial en su
concepción cosmológíca, antropológica y teleológica, y que ella se hacía presente a
través de los motivos, metáforas y símbolos de sus creaciones.
El desarrollo del trabajo incluyó, entre otros aspectos, el estudio del corpus de
cada autor, en dicha óptica, hasta identificar en su lírica los rasgos portadores de su
visión profunda, trasuntada en sus contenidos específicos y sus sistemas de símbolos. A
este rastreo de elementos caracterizadores siguió su cotejo horizontal, detectando notas
singulares de cada autor y notas compartidas por todos ellos, y de allí se pasó a su
relación con el entorno cultural, vaciando en las conclusiones la formulación de los
hallazgos logrados en cada uno de dichos ámbitos.

(*) L o integraron: Ernesto LivaciE, del Instituto de Letras, como investigador principal; en calidad de
coinvestigadores, Saide Cortés y Clemens Franken, de la misma Unidad Académica, y Jaime Blume,
del Instituto de Estética; la Dra. Anneliese Meis, de la Facultad de Teología, como consultora en el
ámbito propio de ésta, y Malva Vásquez, tesista del Programa de Magister en Letras, como ayu-
dante.
extractado en el presente artículo, se recogen los resultados
300 ERNESTO LIVACIC G.

En las páginas que siguen se dan a conocer, en síntesis, los enfoques y resultados
conducentes a una apreciación global de los alcances y fmtos de este intento. Abriga-
mos la esperanza de que permita aproximarse a un tema que no había sido objeto del
tratamiento sistemático que por su importancia merece, e inferir de él algunos elemen-
tos útiles a una pastoral evangelizadora de un significativo sector de la cultura.

1. EL METODO CRITICO UTILIZADO

Rescatando el significado etimológico de la palabra “crítica” (= discernimiento,


separación), asumimos como tal la función de aislar los elementos argumentales y
lingüísticos que -amarrados a la idea que el creador quiere proponer- dan cuerpo a un
texto literario determinado. Este proceso crítico busca dejar al descubierto las ‘‘estruc-
turas profundas y superficiales del lenguaje utilizado, las normas que condicionan las
expresiones lingüísticas y los estilos cognitivos que de alguna manera se reflejan en
dichas expresiones” (Infante, 1983: 113; cfr. Oevermann, 1972: 344).
Desde el punto de vista estrictamente operativo, los principales compromisos de
la crítica con el texto literario se refieren a la captación de las “marcas” presentes en
éste, a la comprensión de su significado y a la valoración estética de la obra. Nos
detuvimos de preferencia en los dos primeros.
Toda obra literaria se nos presenta como una unidad compleja, como un todo
unitario constituido por distintas partes integradas a él. Es normal que dicha obra
impacte globalmente, sin que sea fácil discernir a primera vista qué elemento particular
es el que carga con la responsabilidad mayor en la producción del efecto buscado. La
captación crítica a que nos referimos procura, precisamente, hacer un registro
pormenorizado de los factores presentes en el texto. Uno de ellos, el factor religioso
que inspira desde dentro el trabajo poético, fue el eje central de nuestro estudio.
Aun cuando la percepción estética exige el concurso de los sentidos y de las
imágenes sensoriales derivadas del encuentro con la materia artística, no cabe duda de
que, en el caso de la obra literaria -que siempre es creación poética portadora de un
“mensaje”-, la razón no puede estar ausente. La comprensión de la obra supone la
puesta en acción de todos los elementos conceptuales necesarios para entenderla.
Bajo el término “entender” incluimos actividades tales como captar el significa-
do, detectar el sentido, definir la intención de una obra. Esta encarna la toma de
conciencia de su autor frente a un mundo concreto e histórico determinado, con el cual
se relaciona. Dicha toma de conciencia se expresa simbólicamente en una representa-
ción del mundo o en una re-creación del mismo. Comoquiera que esta expresión es de
carácter simbólico, el esfuerzo de comprensión de la obra pasa necesariamente por una
instancia de análisis, que desemboca en la “revelación” del sentido oculto en el símbolo
(cfr. J. C. Carloni, Jean-C. Filloux, 1955: 98-117).
Lo dicho es válido de modo general en la crítica literaria y debe ser
operacionalizado metodológicamente. Atendiendo al hecho de que el objetivo principal
de la investigación estaba constituido por lo religioso en los cuatro poetas chilenos
elegidos, nos pareció oportuno acudir a los postulados de Georges Poulet, de la Escuela
de Ginebra.
.. LA INQUIETUD RELIGIOSA EN CUATRO POETAS CHILENOS COh’TEMF’ORANEOS 301

En efecto, en la línea de la crítica de la conciencia, visualiza al autor como un


observador privilegiado de la realidad, al que se le concede alguna vez la prerrogativa
de descubrir lo que es el mundo. Ello altera sus esquemas rutinarios de percepción y lo
compromete a realizar una propuesta poética de gran seriedad, que convierte al acto
creador en una dolorosa entrega de sí mismo. Es ese acto de autogénesis lo que el
crítico debe documentar, buscando aquellas instancias religiosas que dan soporte a la
obra.
En consecuencia con nuestra hipótesis de la índole religiosa del “descubrimien-
to”, que alienta el proceso creativo de nuestros cuatro poetas, orientamos nuestro es-
fuerzo al hallazgo de aquellos factores que apuntan a un centro de convergencia iluminado
por la presencia trascendental de lo religioso, desde el cual se organizan las estructuras
y se irradian las significaciones.
Según Poulet, aquellos factores son, por un lado, el tiempo y el espacio, y, por
otro, los personajes y las acciones que realizan, y en los cuatro se esconde un espíritu
puro creador, un pensamiento, una vacancia interior, un orden mental, un “cogito”
-todas son expresiones de Poulet- que reordena el mundo de acuerdo con una cosmología,
una antropología y una escatología de honda raigambre religiosa. En esta perspectiva,
la tarea de la investigación implicaba descubrir los proyectos poéticos de Arteche,
Bolton, Sepúlveda y Zurita como traspasados por los factores constitutivos de organizar
los materiales del mundo y definir al hombre según su vocación de eternidad.
Junto con este método fundamental -asumido con los márgenes de flexibilidad
aconsejados por la naturaleza del hecho poético-, nos pareció procedente incorporar el
de la teoría de la recepción.
Se funda éste, como es sabido, en la “competencia literaria” del lector y en el
fenómeno de la “intertextualidad”, variables que necesariamente entran en una dinámi-
ca interacción.
En efecto, por la intertextualidad -entendida como la capacidad que los textos
tienen de evocar por analogía otros textos anteriores, de los cuales pasan a ser nuevas
lecturas posibles-, el centro significativo de una obra no está sito en ella, sino en un
sistema de referencias cosmificado, en un régimen superior de códigos que organiza el
universo de obras individuales. Cada obra particular se inserta en dicho sistema como
una voz dentro del coro. De acuerdo con ello, es la partitura literaria la que otorga a
cada obra su sentido.
Pero, a la vez, según sea el conocimiento que el lector posea de dicho sistema,
será la lectura que haga de la obra en cuestión. Así, comoquiera que el manejo de los
códigos difiere de lector a lector, el texto pasa a ser “el lugar para el conflicto de las
interpretaciones” (Ricoeur) o un “juego de todas las notas posibles en todos los regis-
tros posibles” (Culler).
De lo expuesto se concluye que la obra literaria no puede ser explicada -toda
explicación es reduccionista-, sino, más bien, ha de ser comprendida semánticamente.
Esto implica identificar su coherencia textual: una obra se reproduce en otra en térmi-
nos tales que el lector puede reconocerla y captar un sentido más amplio que el sugerido
por una lectura trivial, todo ello, por cierto, sin perjuicio de la diferencia específica de
cada obra, concepto central que la teoría de la recepción no omite postular.
Aplicando lo precedente al estudio de los textos de los poetas ya mencionados,
procuramos desentrañar los ingredientes espirituales y religiosos ínsitos en sus discur-
,.

I .

302 ERNESTO LNACIC G.

sos poéticos, en el entendido de que aportan a los textos una hipersignificación estética
de gran hondura.
La referencialidad que da soporte a las obras de Arteche, Bolton, Sepúlveda y
Zurita se enraíza, para cada uno de ellos, en una experiencia religiosa intransferible.
Específicamente, ella puede aparecer mediatizada, según los casos, por los textos bíbli-
cos (profetas, Libro de la Sabidm’a, salmos, evangelios), por las creaciones de poetas
cristianos de la Edad de Oro Española (Lope, los místicos), por las vivencias de inserción
en un contexto de religiosidad popular o por la vaga reminiscencia de la catequesis
recibida en el colegio.

2. SINGULARIDADES Y CONSTANTES

Aun sin que se hubiesen formuladu las consideraciones que anteceden, era natural
partir del supuesto de que el contacto con sus obras nos depararía la experiencia de
reconocer a cuatro poetas singulares, con claros elementos diferenciadores entre uno y
otro.
Por cierto, nuestro trabajo nos confirmó tan obvia presunción. Más aun, nos llevó
a la evidencia de registros poéticos radicalmente identificados por rasgos propios.
La obra de Arteche, en gran parte fruto del diálogo con la poesía mística españo-
la, se inscribe en un código rigurosamente católico y asume una marcada función ética,
con una constante apelación -de frecuente tono apocalíptico- a la renovación de una fe
y una acción en coherencia. Es habitual su timbre recriminatorio, de denuncia de la
hipocresía, el pragmatismo y los males sociales contemporáneos.
La poesía de Bolton, más cosmopolita,caracterizadapor su diálogo con la cultura
universal (pintura, música, filosofía, etc.), se mueve a un ritmo de mayor libertad, que
en ocasiones origina un alto e irreverente grado de ludismo, pero tras tales rasgos
rezuma inequívocamente su nostalgia de lo absoluto y su empeño por proclamar un
mundo de fraternidad entre los hombres y de comunión con la naturaleza.
La lírica de Sepúlveda se arraiga en la religiosidad popular, con netas resonancias
de espiritualidad franciscana y de una cultura campesina que se quiere rescatar de la
marginalidad a través de la reivindicación de su oralidad, proponiéndonos la necesidad
de lo trascendente como pedestal que equilibre el espacio de la precariedad con la
salvaguardia de la dignidad humana.
Por su parte, la creación de Zurita, experimental y vanguardista, ofrece una sínte-
sis barroca alimentadapor una rica intertextualidad de modelos literarios y religiosos y
que representa, frente a la contingencia de una comunidad fragmentada, una “versión
local de la historia de la salvación” (Blume). Abre, así, la sugerente posibilidad de
“descubrir las bases de una modernización no secularista” (Morandé).
No obstante, la profundización en sus escritos revela que todos ellos comparten,
en gran medida, una misma visión cosmológica, antropológica y escatológica.
Esta esencial coincidencia se apoya en variadas vivencias personales que sirven
de gérmenes a su inquietud y a su visión y pasan a constituir un estrato básico de sed de
lo trascendente, compartido por todos ellos. Sobre ese terreno nacen flores de diverso
colorido, pero cuyos jugos vitales muestran al análisis la copresencia de unas mismas
sustancias nutricias.
LA INQUIETUD RELIGIOSA EN CUATRO POETAS CHILENOS CONTEMPORANEOS
. I

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Los cuatro poetas han vivido, como motivación originaria de su creación, la


experiencia humana de lo religioso. En otras palabras, ellos captan lo sagrado a partir
de la existencia misma del hombre, acceden a lo religioso desde el hombre, su ser, su
circunstancia, en medio de todos los cuales descubren su espíritu.
La convivencia en la infancia con un tío sacerdote (Arteche), el ambiente del
colegio religioso en que se recibió la formación escolar (Bolton), el crecimiento perso-
nal dentro de la raigambre a una periferia agraria espontáneamente traspasada de reli-
giosidad en medio de los embates del vivir cotidiano (Sepúlveda), la crisis de fe dentro
de un universo cultural marcado por notas que activan una reminiscencia personal de la
Biblia otrora familiar (Zurita), son, para estos autores, fuentes vivenciales de una visión
del hombre que no puede reducirse a criterios meramente inmediatos, sino que exige
indispensablemente su vinculación con realidades superiores.
De esta manera, la relación con Dios no se da en ellos como sobrepuesta a una
naturaleza “pura”, al modo de un edificio de dos pisos; más bien brota connaturalmente,
a partir de las inclinaciones profundas del ser humano, incluidas las apetencias de su
mente y las de su corazón.
Se evidencia en estos autores, de tal suerte, una integridad orgánica de lo humano
y lo divino, de lo cotidiano y lo religioso, fundidos en un mismo todo.
Como manifestaciones centrales de esta síntesis, sobresalen nítidamente: la visión
del hombre y del mundo envilecidos por el pecado, con sus secuelas de dolor, soledad,
violencia, desorden y muerte; la redención obrada por Cristo, con sus frutos de esperan-
za cierta, que reanima la aspiración humana a una liberación por lo absoluto; la imagen
de Dios como Padre; la Escritura como su nutriente palabra; la misión profética del
poeta. iremos refiriéndonos a cada una de ellas.
Para los cuatro poetas la “condición humana” se caracteriza por un doble aspecto:
primero, la mezquindad del hombre pecador y, segundo, su aspiración a la redención, a
lo absoluto.
Para Zurita, por ejemplo, el hombre y el mundo participan de un mismo rasgo
característico: la condición envilecida. El hombre Zurita, como sujeto agente del mal,
confiesa que sobrevalora su yo, pierde el camino, se aborrece a sí mismo, se destroza la
cara, se ama más que a nada en el mundo, comparte un lecho con una mujer que
-aunque muerta- no deja de jadear. Para representar el mal en el hombre, Zurita utiliza,
por un lado, la imagen de la mancha que reúne las consecuencias de los actos malos en
el pecado, y, por otro lado, la imagen de la condenación, como esfuerzo por resolver el
“mysterium iniquitatis” que lo rodea y acecha.
Este pecado del hombre trastorna, según Zurita, el orden querido por Dios en la
creación. Por eso, en su tomo de poesía “Purgatorio” acusa el envilecimiento que cae
sobre los desiertos, áreas verdes, pampas, campos y llanuras cada vez que se relacionan
con el hombre. El desierto “son puras manchas” y es “maldito, estéril y desolado”, y da
miedo caminar por “esas cochinas pampas” o por el “espacio vacío”, cubierto por
“pastos imaginarios” y regido por “los mismos vaqueros locos”, que no pastorean, sino
que acosan a las manchadas vacas hasta la muerte. Al vincular la tierra con el hombre,
Zurita - e n el fondo- revaloriza viejas tradiciones bíblicas.
También para Sepúlveda el hombre es un ser caído por el pecado: frío, egoísta,
cruel, inseguro, insatisfecho, indiferente, traidor, hombre masa con poca individualidad
,.
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e identidad propia, que adora el dinero, miente y envidia la superioridad de otros, odia,
insulta y desafía a Dios.
A esta visión pesimista del hombre corresponde su visión de un mundo sin Dios,
que, en última instancia, termina organizado en contra del hombre, porque tanto el
consumismo exacerbado como el permisivismo moral, el secularismo y el racionalismo
que reinan en el mundo de hoy, hacen que el hombre se olvide de su doble dimensión:
cuerpo y alma, y que se crea autosuficiente, estando, en realidad, vacío en su interior.
Por eso, también Sepúlveda utiliza la imagen del desierto, muerto de duda y pena, para
representar el mundo del Chile de hoy. Además, para él este mundo es el valle de
cemento que se recorre sin destino, la inmensidad traicionera, la tierra madrastra que le
niega los frutos, la soledad superpoblada; está lleno de crueldad que apedrea, maltrata y
traiciona a sus profetas. Pero, al mismo tiempo, es el mundo al que viene Dios a
entregarse por entero como víctima inmolada por amor.
En forma parecida, para Arteche los hombres son seres débiles, que valen menos
de lo que creen en su autosuficiencia. La mayoría de los hombres siguen hoy las
convenciones mundanas, son vanidosos y calculadores, oportunistas y pragmáticos,
impregnados por un espíritu burgués, que el castizo lírico descalifica como “ni frío ni
caliente”, “los que no comen ni dejan comer” y “los aguas de borraja”.
A estos hombres poco definidos, despersonalizados y sin amor, corresponde,
según Arteche, un mundo que intenta lavarse las manos frente a la Pasión y Muerte de
Cristo, para quienes se convierte, por eso, en un calvario más despiadado que el his-
tórico.
Bolton comparte, en gran medida, esta visión antropológica y cosmológica, pero
destaca, por su parte, la poca importancia de los leves pecados cometidos por los niños
en comparación con la grandeza y preeminencia de la muerte, y en vez de enfatizar la
conciencia de ser un indigno pecador, destaca más el hecho grandioso de que Dios nos
ama.
Bolton nombra como las más graves consecuencias del pecado: el sufrimiento, la
cruz y la muerte. Su antropología destaca la omnipresencia de la muerte en la vida del
hombre, ante todo en sus recuerdos de la infancia, donde evoca el parentesco entre la
muerte y el tiempo, el cual -como hermano de la muerte- mata la belleza de doncellas
jóvenes, vence la dureza de las piedras y hasta a la mismísima muerte. Para Bolton la
muerte está “media in vita” y parece ser la Única y verdadera preocupación digna del
hombre, que enmarca su destino como, por ejemplo, el de Cristo, a cuya muerte, según
ha sido llevada a la tela por Mantegna y Hans Holbein, dedica varios de sus poemas
más logrados.
El dolor y la muerte de Cristo prevalecen en la poesía religiosa de Arteche de tal
forma que incluso el Jesús recién nacido mira hacia la muerte, la que también su madre
María parece ya intuir en Belén. Hay que destacar, sin embargo, que este sufrimiento
de Cristo y de los cristianos es, según Arteche, fuente de vida.
Sepúlveda destaca en su auto sacramental “Pasión y Vida del Hijo del Hombre”,
dentro del mismo titulo, esta unidad de muerte y vida. El Cristo de Sepúlveda sufre la
agonía de la espina, de los latigazos, del costado, de la lanza y del corazón traspasado;
no solamente en su pasión y muerte en el Gólgota, sino que también los sufre hoy en
día, porque el pecado del hombre actualiza su crucifixión permanente. Sin embargo,
Sepúlveda proclama que justamente en “el morir está el vivir” de los hombres.
. I

.. i A INQUIITUD RELIGIOSA EN CUATRO POETAS CHILENOS CONTEMPORANEOS 305

También para Zurita la cruz y la muerte de Cristo son un tema central, pero este
Cristo muriente en la cruz adquiere en su poesía una dimensión cosmológica, pues está
como “sobre Chile” entero, convirtiéndolo en un país de “blancos espacios de la muer-
te”, en campos del “hambre” y “desvm’o”, en “llanuras del dolor”.
La segunda consecuencia importante del pecado es, para los cuatro autores, la
soledad. El Cristo sufriente, crucificado y muerto es, al mismo tiempo, el Cristo
abandonado, dejado solo. En Arteche se puede hablar incluso de una presencia lacerante
de la soledad. Sin embargo, no solamente Cristo está solo, sino también los hombres
que huyen y renuncian a él. A pesar de que somos seres sociales, vivimos, según
Arteche, solos, no conocemos a la gente y sufrimos la precariedad y vaciedad inheren-
tes a la soledad.
Sepúlveda destaca igualmente la trágica soledad del hombre: aunque vive rodea-
do, es asfixiado por sus congéneres.
También en Zurita encontramos la soledad de Cristo y de nosotros. Cristo mira su
propia soledad en el desierto; donde se divisa, al mismo tiempo y como en un espejis-
mo doloroso, “nuestra soledad”.
Bolton evoca asimismo, en forma muy impactante, el abandono del Cristo muerto
y su estar expuesto al vacío de la nada, que provoca también en nosotros una profunda
sensación de desolación, pues la “mirada misteriosa” del Cristo muerto “nos deja solos”
y “abandonados”.
La consecuencia más grave del pecado en el campo moral es, según los cuatro
poetas, el amor desordenado a sí mismo y al prójimo, que puede hasta convertirse en
un odio igualmente orientado al yo y a los demás.
Según Bolton, el hombre es un ser agresivo, que origina la muerte de sus seme-
jantes y destruye tanto el entorno natural como a los animales. Los hombres son para él
a veces bestias, peores que los animales, la Única especie en el mundo que se mata a sí
misma. Bolton confirma que una de las razones de la agresividad radica en el hecho de
que el hombre tiene cierta conciencia de lo que es suyo, es decir, en la propiedad
privada, que despierta su ansiedad de poseer a toda costa. A Bolton le afectan mucho la
indiferencia e insensibilidad de los hombres respecto a la naturaleza y los animales, los
perros que “agonizan /o se mueren simplemente/ sin mayores trámites” o las ballenas
que estallan “por el litoral del norte” en un terrible accidente ecológico.
El hombre que no logra controlar su impulso de dominar, tampoco tiene éxito en
encauzar su impulso de entregarse. A Bolton le llaman especialmente la atención la
* maldad y la indiferencia de los hombres al realizar el acto sexual, distinguiéndose poco
de los animales. Ante todo, echa de menos la dimensión más específicamente humana
en el acto de la unión íntima y personal entre un hombre y una mujer. Este amor
mecánico y despersonalizado, graficado principalmente en el prostíbulo, lleva, según
Bolton, en sí el germen de la muerte y destrucción, porque el sexo puro, sin amor
personal, irresponsable, no hace crecer al hombre en su dignidad, sino lo esclaviza más
bien a la carne, cuyo reino la Biblia asocia directamente con la muerte.
En el campo social de la moral, Bolton destaca, ante todo, la indiferencia del
burgués egoísta, frívolo y bien acomodado, quien no se conmueve para nada ante los
pobres, los mendigos y los niños que tratan de comer “a destiempo” y “muy tarde ya”,
porque su organismo está demasiado debilitado. Bolton nos invita a compartir nuestro
’.
306 ERNESTO LIVACIC G.
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pan con los más necesitados para que cada uno de nosotros se convierta así en un
“apóstol de los pobres”.
Es coherente, según Bolton, que el hombre egoísta e indiferente a los animales, al
entorno natural y a su prójimo necesitado sea, a la vez, ‘‘poco ascético /y nada-místico”,
es decir, muy indiferente respecto a Dios, la salvación del alma y la vida eterna.
Sepúlveda también recalca, por su parte, la indiferencia de los hombres en la fe.
La carencia de fe les impide entregarse -como los lirios y las aves- a la protección
divina. Así, el hombre actual crece, en Última instancia, sólo en sí. La sociedad moder-
na, aunque se confiesa cristiana, es laica y secularizada, por no decir atea, y pretende
encontrar su dios en la lógica y en la ciencia humana.
Por otro lado, Sepúlveda, al igual que Bolton, pone énfasis en la falta de compro-
miso y solidaridad con los hermanos desposeídos, cuyo papel asume Cristo cuando “no
tiene dónde reclinar la cabeza”. Sepúlveda ataca, incluso, fuertemente a “la gente linda”
y “al jet set”, diciendo que su Única distinción es la marca de Satán. Se preocupan
exclusivamente de su enfermizo ego y no tienden “al tú”, no les interesa. Solamente
sirven al dinero: “Todo el oro del mundo por sentirse parte del becerro de oro”.
De esta forma, el consumismo ejerce -para este poeta- una verdadera tiranía, ya
que el hombre, afanado por las cosas materiales de la tierra, busca su seguridad prefe-
rentemente en el dinero y en el poder económico.
En lo moral reina, hoy en día, según él, un permisivismo exagerado: Cada cual
hace en el fondo lo que quiere, persiguiendo siempre su propio bien material y sin
respetar tampoco el entorno natural, con la consecuencia de que debe vivir en un
ambiente contaminado, destruido por el mismo hombre. Al igual que Bolton, Sepúlveda
denuncia el atropello ecológico.
Arteche comparte con Bolton y Sepúlveda la preocupación tanto por la indiferen-
cia religiosa, el menosprecio de lo trascendente y la actitud de ateísmo práctico tan
frecuentes en los hombres de hoy, como también por la insensibilidad social del bur-
gués hedonista, al que sarcásticamente denomina “caballero”: presume de “liberado” y
“realizado”, pero es -más bien- un esclavo de sus ídolos. Vanidoso, calculador y sin
compromiso, oportunista, pragmático, “ni frío ni caliente”, es, en suma, un hombre sin
amor, que sólo busca ganar la propia vida en este mundo, sin preocuparse de que puede
perder la del otro. A este hombre de espíritu burgués contrapone -al igual que Bolton-
los animales (el gallo) y la naturaleza (el agua) que se solidarizaron con el Cristo
sufriente.
No nos sorprende, por tanto, que Arteche considere al burgués hedonista, sin
amor, un personaje inferior respecto de las prostitutas que, aunque en forma
despersonalizada, sí amaron y fueron perdonadas y acogidas en el Reino de los Cielos.
En la misma polaridad parece pensar Zurita cuando, en el primer poema de su
libro “Purgatorio”, llega, incluso, a identificarse a sí mismo con la prostituta Raquel:
“perdió su camino” y fluctúa entre las exaltaciones de lo sublime y la oscuridad de las
peores bajezas, entre la virtud de una santa y el vicio de una prostituta.
Los elementos precedentes iluminan la concepción de nuestros autores sobre la
misión del poeta hoy. Ella consiste en asumir el doble papel del profeta, que denuncia
el pecado y anuncia la esperanza (la cual, como estela de la Gracia, trabaja en forma
misteriosa en el interior del hombre).
. 4
LA INQUIETUD RELIGIOSA EN CUATRO POETAS CHILENOS CONTEMPORANEOS 307

Arteche entrega una visión integral del mundo a través de “oposiciones” y


“reformulaciones”, que, sin embargo, nunca hacen imposible la armonía. El aspecto
formal de sus poemas está al servicio del mensaje trascendente que quiere entregar al
lector.
Para Bolton, el poeta es, ante todo, un humilde “oyente de la palabra”. Por su
cercanía a Dios debe convertirse en profeta y denunciar valientemente los crímenes y la
decadencia moral. Le indigna la situación miserable y desconsolada de los más pobres
y necesitados, y ello le lleva -como uno de sus motivos recurrentes- a despertar nuestra
solidaridad, invitándonos a compartir nuestro pan con ellos para construir, de esta
forma, un mundo más justo y fraterno.
El poeta tiene, por lo tanto, según Bolton, una misión evangelizadora que cum-
plir, como lo hizo “el profeta de la trompeta” Louis Armstrong, quien entrega el mensa-
je cristiano que “anuncian (sus) salmos grabados en lija”.
En forma parecida a Arteche y Bolton asume Sepúlveda el urgente e irremediable
deber de recordarle a esta sociedad relativista y hedonista su vomitiva tibieza en las
cosas de Dios. Identificándose con Juan el Bautista, se autocomprende como “VOZ en el
desierto” que resuena en el inhóspito desierto de cemento muerto y superpoblado de
soledades.
Con el anuncio del mensaje cristiano por nuestros poetas, dejamos de lado el
primer aspecto de la “condición humana”: el pecado. Pasamos al segundo aspecto: la
aspiración humana a la redención y a lo absoluto que, así reiteradamente plantean, hace
posible que la semilla del mensaje cristiano anunciado caiga en buen terreno.
Arteche, en cuya poesía los temas y motivos religiosos son los más frecuentes,
persigue el propósito de que el hombre se enfrente realmente con lo divino, absoluto y
trascendente, sobre todo en lo cotidiano, ya que, según él, el hombre y el mundo están
proyectados más allá del tiempo y del espacio en que aparecen. Porque tras la muerte
está la esperanza de la vida eterna, el hombre es más de lo que a primera vista parece
ser. En Arteche se puede hablar, sin duda, de un agónico clamor escatológico por una
Resurrección tras la Muerte.
La antropología de Sepúlveda confirma lo sostenido por su colega Arteche, por-
que el hombre sabe que hay algo más que el más acá y lo busca desesperadamente,
anhelando la salida de la noche para iluminarse con la luz del mundo, para nacer al
espíritu, recibiendo la gracia y perdiéndose en un amor pleno a Dios y los hombres. De
esta forma, la poesía de Sepúlveda es un canto al triunfo, en suma, al poder redentor del
amor que llena al hombre de felicidad.
Al igual que Arteche y Sepúlveda, también el “antiquísimo niño” Bolton conoce
muy bien la fiebre y la sed de lo absoluto en el hombre, el clamor existencia1 por ei
amor maternal y paternal que, en el fondo, sólo Dios puede entregar. Bolton piensa,
como San Agustín, que nuestro corazón permanecerá inquieto hasta que no descanse en
El. Para el poeta, el hombre es un “eterno niño”, cuya alma es un “mar infinito” que
siente nostalgia de Dios y clama “a gritos” ayuda de Jesús, su médico.
En Zurita podemos, incluso, establecer los pasos concretos que llevan de la expe-
riencia del pecado al gozo presentido de la redención. Al grito de dolor frente al mal
realizado le siguen el desasosiego y remordimiento que se convierten luego en plega-
rias, sacrificios expiatorios y confesión de los pecados. Sin embargo, aun así no se
logra la plena liberación. Ella no está en manos del hombre, que solamente puede sentir
308 ERNESTO LIVACIC G.
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y reconocer la inmensa necesidad de ser rescatado, “el hambre infinita de (su) cora-
zón”. Pero así queda manifiesta también en Zurita la necesidad de redención del hombre,
su abertura a ella, su esperanza de un redentor trascendente.
Este redentor es para los cuatro autores la persona de Jesucristo, en el cual se
centra su creación poética. Sobre toda la obra “Purgatorio”, de Zurita, se extiende la
imagen de Cristo redentor, quien renueva la alianza y garantiza nuestra salvación a
través de su muerte en la cruz. Cristo es para Zurita “la vaca”, según la doctrina hindú
el aspecto femenino de Brahma. En el mugido “Eli/lamma sabacthani” de Cristo, pode-
mos percibir con Zurita el estruendo creador y salvador que nos abre las puertas al más
allá.
También para Bolton, Jesús Nuestro Señor es el Cristo redentor, el hijo enviado
por Dios Padre, quien, bajo Poncio Pilato y compartiendo nuestra “forma humana”,
murió por nosotros. Al mismo tiempo, Cristo es para Bolton el Verbo, la Palabra
inspirada, don del Espíritu Santo para el poeta que, a su vez, en su acto de creación
artística, está en permanente lucha con esta Palabra, al igual que Jacob en su lucha con
“Alguien”, el invisible Dios de sus antepasados.
La poesía religiosa de Arteche expresa su fe en Cristo el Redentor en forma aun
más profunda. El Cristo sufriente es, lejos, su máxima figura religiosa. El nos libera de
“todas las muertes” y en las “noches oscuras d d alma” quiere ser para nosotros luz y
comienzo hacia la plenitud que el hombre alcanza sólo en la alianza con este Cristo
sufriente. Arteche destaca la locura generosa de Quien hizo todo por satisfacer los
agravios y reparar los pecados humanos, logrando de esta forma nuestro perdón, mere-
ciéndonos la gracia y la vida divinas.
Para el poeta, Cristo sigue sufriendo aún hoy día; incluso, su sufrimiento es
mayor para él que el histórico. Por eso, insiste en interpelarnos a dar nuestra respuesta
actualizada a la Redención, en medio de un mundo secularizado y dominado por
antivalores.
Sin embargo, este cristocentrismo no excluye la humanidad de Cristo. En el
Gólgota resalta la verdadera y auténtica humanidad de Cristo, a cuya luz es posible la
plena humanidad del hombre. Recíprocamente, aunque el niño de Belén tiene unas
manos y ojos “tan pequeños”, aunque es “indefenso”, necesitado y dependiente, es, a la
vez, Dios, primogénito del Padre, y el futuro dependerá de su obra redentora. De esta
forma, en concordancia con la doctrina cristiana católica, hace justicia al Cristo Hom-
bre y al Cristo Dios.
Análogamente, la poesía de Sepúlveda evoca a un Cristo humano, evangélico y
redentor.
En su obra, la naturaleza humana de Cristo ofrece múltiples dimensiones. Como
Arteche, muestra al Niño deseoso de la ternura maternal. A la soledad y a la vacilación
humanas de Cristo, mencionadas anteriormente,agrega Sepúlveda su angustia existencial.
En efecto, en la Pasión Cristo llora, está triste, rodeado de personas (Judas, los discípu-
los, Pilato) que no lo entienden, lo que obviamente le duele. No es acogido: es un
Cristo actual, que no encuentra hombres que lo escuchen y lo sigan.
Por otro lado, el Cristo de Sepúlveda “ha optado por la vida, por ser camino,
verdad, vida”. El quiere entregarnos la vida eterna a través de su pasión y muerte
redentora, y sufre una crucifixión permanente a causa de los pecados del hombre (cfr.
Arteche).
p - 4

LA INQUIETUD RELIGIOSAEN CUATRO POETAS CHILENOS CONTEMPORANEOS 309

Pero Cristo, “el Hijo del Hombre”, sigue invitando al hombre a confiar en el amor
de su “Padre Celestial”.
De esta forma llegamos a la imagen de Dios de nuestros poetas, más allá del re-
cién tratado cristocentrismo.
Ya se mencionó en Sepúlveda la imagen de Dos como Padre providente que
alimenta hasta “los pájaros del cielo y los lirios del campo”. Gracias al amor de este
Padre celestial, los hombres “aún son hombres”, de los cuales Dios espera una respues-
ta generosa.
Este Dios, según Sepúlveda, lo abarca todo: esá en la salitrera, en la tierra, entre
las aguas, en la gran ciudad. Es un Dios que llena plenamente el corazón del hombre,
siendo su amigo, guía, luz y faro orientador.
También para Bolton, Dios hizo el universo cuando “en un principio” su viento
soplaba “sobre las aguas”; alimenta como “mar infinito” a las gaviotas; es, en suma, el
creador omnipresente que ama y mantiene a toda su creación. Es, al mismo tiempo, un
Dios tierno y caballeroso que cumple hasta los deseos más triviales del ser humano
amado y le tiene preparado un lugar en el cielo, que supera lejos todo lo esperado o
pensado por el hombre, que será la plenitud de la existencia humana. Finalmente, es
“Alguien”, Yahvé, el invisible Dios de Abraham e Isaac que lucha con Jacob.
En Arteche encontramos la bella imagen de Dios trino en los cielos: “del uno al
tres del amor”, que se conmueve ante los salivazos que Jesús tiene que soportar. Dios
es para Arteche, también, el “Señor” que nos entrega nuestros muertos “como ellos
son” en verdad, para que no estemos solos sino vivamos en la “comunión de los
santos”.
Con esto llegamos al aspecto eclesiológico, prácticamente ausente en los cuatro
autores. Fuera de la recién mencionada adhesión a la comunión de los santos, encontra-
mos en Arteche solamente una referencia a Don Quijote “huyendo de eclesiásticos” en
el poema “Satisfaciendo agravios”.
En Sepúlveda hay una sola referencia a la eucaristía que da “la vida”, evocando a
la Iglesia de Cristo como la barca segura para evitar la borrasca.
Zurita, al igual que Arteche, insinúa una posición crítica respecto de la Iglesia,
cuando, en la Única mención de ella, habla de “la venta de la leche” por parte de la
Iglesia, es decir, del negocio que la Iglesia estaría haciendo con el mensaje cristiano y
los sacramentos.
También en Bolton despunta una actitud crítica, ante todo, en relación a la menta-
lidad preconciliar, por ejemplo respecto a la sexualidad, el exorcismo y las otras reli-
giones.
En oposición a la cuasi-ausencia de la temática eclesiástica, resalta la gran pre-
sencia de la Biblia como intertexto en la poesía de los cuatro autores.
Mientras que en Bolton hay alusiones locales al relato bíblico del Génesis, a la
lucha entre Jacob y su dios Yahvé, a lo que “sucedió en Cafarnaún” y, ante todo, a la
pasión, muerte y sepultura de Cristo, nos encontramos en Arteche con una referencia
bíblica que abarca toda la vida de Jesús, desde su nacimiento en Belén, su vida pública,
“multiplicando panes..., azotando cambistas..., curando paralíticos..., sanando a los
leprosos..., curando endemoniados..., resucitando lázaros..., perdonando a la adúltera”,
hasta agonizar finalmente en la cruz, librándonos “contra todas las fieras de la muerte”,
para irse poco a poco, “apareciendo, desapareciendo”.
C r

310 ERNESTO LIVACIC G.

En Zurita, sin duda el autor comparativamente menos comprometido con el Credo


católico, estamos frente a una sorprendentemente marcada historia y experiencia reli-
giosa del pueblo de Israel como intertexto bíblico, identificando a Chile con Israel. Su
visión del hombre como agente del mal y del desierto como “tierra del exilio” es, sin
duda, fruto de su frecuente lectura de la Biblia, ante todo del Antiguo Testamento. De
la vida de Jesús destaca Únicamente su pasión y muerte en la cruz.
Sepúlveda, al contrario, usa exclusivamente el Nuevo Testamento como intertexto
bíblico, y con tal intensidad que uno podría atreverse a describir su poesía como una
paráfrasis de la vida y enseñanza de Jesús, ante todo, de su nacimiento en.Belén y su
pasión y muerte en el Gólgota, trasladada y actualizada a nuestro tiempo.

3. CONCLUSIONES

Nos ha resultado muy significativo cómo, partiendo de la búsqueda de elementos


que pudieran comprobar la hipótesis de una inquietud religiosa expresada en los térmi-
nos propios del lenguaje poético, hemos tenido la feliz oportunidad del acceso a una
emergente “concepción nítidamente dogmática -ni tan sólo cristiana, sino plenamente
católica- de la relación del hombre con su fundamento trascendente; el Dios personal,
Padre de Jesucristo’’(Meis), la cual sobrepasaampliamentenuestras expectativas iniciales.
En efecto, nos aproximamos a las elocuciones de cuatro poetas, de cuatro hom-
bres de arte, admintiendo conscientementeque no dm’an respuesta a nuestras pesquisas
usando canales netamente teológicos, sino vías esencialmente líricas. Aspirábamos a
que, de la combinación de los procedimientos de la hermenéutica literaria con los datos
complementarios que nos proporcionara la exégesis bíblica, pudiéramos captar alguna
clara resonancia, en sus poemas, de los temas planteados en nuestro plan de trabajo.
Quizás, con éxito, algunos distintos grados de compromiso: desde un lejano observador
diacrónico de los hechos, hasta la identificación medular en la doble dimensión de
profeta y apóstol de la palabra que denuncia y anuncia la materia teológica, poniendo
en el mensaje, a veces, más fuerza que en la forma poética. Sin embargo, debemos
insistir, las coincidencias fueron notoriamente más reveladoras de lo que hubiéramos
imaginado. Desde un “nosotros” el poeta entregó una visión totalitaria del mundo, un
mensaje ontológico, ético y trascendental; porque la poesía, junto con construir una
expresión estética es esencialmente soporte del individuo y medio de conocimiento del
hombre, de las posibilidades de su saber y de los condicionamientos de su hacer,
rescatando a la persona de una asfixia existencial, al mismo tiempo que responde a
aquellas formulaciones que atañen a su destino como ser humano de doble condición,
material y espiritual. Frontera dificilísima, esta unidad dual, en donde el mero
convencionalismo metodológico pudo demarcar las áreas íntimamente inundadas de lo
humano y de lo divino.
La dimensión antropológica observada arranca desde la concepción del hombre
como un ser caído, expulsado del paraíso -inclinado al mal- que arrastra el peso de sus
culpas en total soledad junto a los demás hombres, también solos. Este abandono se
toma lacerante, porque como hombre es, y así es definido, un ser eminentementesocial.
La soledad lo lleva al miedo, camino seguro a la agresión y violencia tanto dirigidas a
sus congéneres como a su entorno natural, consiguiendo con esto instaurar un desierto
-,
.+
LA INQüiETUD RELIGIOSA EN CUATRO POETAS CHILENOS CONTEMPORANEOS 311

muerto superpoblado de soledades. El principal problema del hombre es no serlo; sólo


subsiste en esta caricatura que él llama sociedad.
Así visto, no es un ser viviente normal, sino apenas un cadáver actuado, muy
lejos de ser un hombre auténtico. Este abandono se origina en una escala de valores
trastrocada que busca, equivocadamente, la felicidad en lo externo, en el recibir, olvi-
dando que la plena realización viene de la generosidad, de la solidaridad y del compro-
miso con Cristo y -por ende- con los demás hombres.
Este ser confundido, pecador, se lanza al espejismo de la vida, corriendo el grave
riesgo de perderla. Posee la indiferencia hedonista frente al hombre sufriente y al Cristo
sufriente en el necesitado, renovándose así el holocausto inagotable.
Visto así, lo único que logra es la degradación y deterioro de su propia condición
humana.
Su ego enfermizo lo hace vanidoso, oportunista, pragmático, insensible... Su ce-
guera le impide ver su debilidad y limitaciones, hundiéndose, así, en la noche borrasco-
sa de su vida. Enfrentado al tema de la muerte, así deshumanizado y desdivinizado, no
puede sino lanzar un desgarrador grito existencial. Ha servido en su idólatra altar al
dios de la materia, quedándose vacío..., muerto, aunque externamente sea un sepulcro
blanqueado. Ha olvidado que sólo Dios colma esa vaciedad, esa precariedad. El princi-
pal pecado de este hombre es el desorden en el amor; no se entrega a sí mismo con total
fidelidad. Su instinto erótico sólo lo esclaviza. No se comunica y, como paradoja,
necesita con urgencia dialogar, ser amado.
En su desconfianza, en su falta de fe, está el impedimento para buscar y unirse
con Dios y con los otros. Deberá, entonces, negarse a sí mismo y “ensuciarse las
manos”, a diferencia de Pilatos, con el bien y la verdad; olvidarse de la prudencia mal
entendida y arrojarse por el camino de las auténticas aspiraciones y del necesario
compromiso social, personalizando el amor. Su “deber ser”, entonces, tendrá dimensio-
nes de trascendencia escatológica.
Esta perspectiva nihilista y escéptica del hombre, en general. y de nuestro tiempo,
en especial, no tuvo ni la misma intensidad, ni la misma constancia entre los poetas
estudiados; incluso en la obra individual se aprecian -como es natural- grados y contra-
dicciones, probablemente debidos al momento o a la etapa vivida por el hablante lírico.
A este registro negativo se suma un valioso aporte de crítica positiva, logrando no
sólo el equilibrio, sino la inclinación considerable de la balanza.
El hombre, por tanto, debe aceptar su pequeñez y miseria, porque el pecado como
mancha y suciedad lo deshonra. Su daño no es metafísico, sino espiritual. No es el
fracaso de un proyecto humano, sino la conciencia de haber tocado el límite del mal.
El pecado, que lo envilece, degradando su naturaleza humana y postrándolo mo-
ralmente, puede llevarlo a convertirse en un esclavo de sus remordimientos y en un
réprobo, condenado por una eternidad. Por el pecado, ha sustituido a Dios -0 peor aún-
ha tenido una actitud tibia frente a lo sagrado. Las ansias de Dios de este hombre que es
más bien un niño, reclamarán que la gracia del Salvador lo redima o lo transforme,
porque el ser humano nada puede hacer sin la ayuda de Dios. En su interior hay anhelo
de lo absoluto, nostalgia de Dios, remedio eficaz para su alma y su felicidad. Así la
tierra estéril, resquebrajada, se transformará en la tierra buena en donde germinará la
semilla de la fe. Habrá un cambio sustancial de sombra a luz. El hombre abrirá la puerta
y tenderá la mano para compartir el pan. Más aún, solidarizará no sólo con sus congé-
,-
I.

312 ERNESTO LIVACIC G.

neres, sino que se identificará -en unión mística- con el Cristo moribundo y abandona-
do, porque del compromiso del hombre depende la fecundidad de la obra redentora.
Visto así, hay una doble relación de necesidad entre el hombre y Dios. Y esta relación
se basa en la confianza y en el amor redentor.
En síntesis, es una antropología que muestra el desafío a abrirse a una escatología
que dé sentido a la existencia humana.
Entrados en al ámbito religioso, por la dimensión espiritual del hombre, podemos
afirmar inequívocamenteque la sombra de la cruz se proyecta, de modo indeleble, en la
obra analizada de estos cuatro poetas nacionales. Dios es Cristo en la cruz. Esto supone
una fe profunda en el misterio redentor, libertador, realizado mediante el sufrimiento
asumido por amor.
La redención acude al grito desesperado del hombre que acepta, confesando su
miseria, su condición pecadora; porque la magnitud de su ofensa sólo pudo limpiarla el
Dios encarnado. El hombre, así, se levanta con el poder redentor del amor; no cae en la
desesperación, sino que se lanza al vacío desde su fe. Nace al espíritu y no a la carne,
dando lugar al Hombre Nuevo. Ya no es un ser mortal, porque la muerte es derrotada
por la resurrección. Ahora el clamor es escatológico: la muerte no es putrefacción, sino
origen de la vida, purificación. La fuente epistemológica está más allá de la vida
perecedera.
La fe no es palabra muerta, sino acción de amor; deberá ser encarnada en la
contingencia actual, porque el dogma no es estático, sino activo. Esto hará que el
hombre haga vida el mensaje de Cristo.
Todo este contenido religioso se enraíza en la más pura ortodoxia cristiana. La
imagen de Dios, inserta en este parámetro, está captada con católica exactitud debido al
notable paralelismo con el pensamiento bíblico.
La temática eclesiológica es tangencial. Hay breve y somera alusión a la comu-
nión de los santos; al magisterio de la Iglesia y a la fe de “las catedrales”. El poeta
también se registra en el ámbito religioso, identificando su pasión lírica con la acción
redentora. Asocia el sacrificio de Cristo a la condición menoscabada del poeta que
asume la representación del pueblo, necesitado de la acción libertadora del Mesías.
Encuentra una analogía con Dios a través del verbo lírico, siendo así profeta y apóstol.
La antropología y la cosmología comparten un mismo rasgo de condición envile-
cida, por la que ambas requerirán de una acción regeneradora.
Hay plena coincidencia en ver al mundo como imagen de la degradación del
hombre. El universo envilecido se debe a la acción devastadora del ser humano. El
mundo es el espejo y consecuencia de la miseria humana. El mundo es el lugar de exilio
para el pecador, porque el mal no sólo alcanza al pecador, sino al medio en donde éste
habita. El escenario acusa el envilecimiento que sobre él cae, al relacionarse con el
hombre. La degradación del hombre contamina todo lo que le rodea. El pecado trastor-
na el orden de la creación.
El hombre solitario, por las causas ya expuestas, comparte su soledad desértica en
una selva de cemento que desfallece ahogada. La tierra está vacía de hombres que no
existen como hombres; es una tierra de hombres masa, hormiguero social marcado por
el signo del mal.
La contaminación es espiritual y material, interna y externa. La solución, enton-
ces, viene por la vía de la limpieza en toda su extensión: arrepentimiento y respeto
,.‘

i -
314 ERNESTO LWACIC G.

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- e
LA INQUIETUD RELIGIOSA EN CUATRO POETAS CHILENOS CONTEMPORANEOS 313

ecológico; porque el hombre se destruye por el pecado y destruye el universo que se le


ha dejado en responsabilidad.
El mundo también refleja el egoísmo humano a través de la injusticia social.
Mundo de pobres, de asalariados que no tienen o tienen lo mínimo. Escenario de
menesterosos que muestran la extrema pobreza, porque el hombre en su superficialidad
competitiva ha tomado poco en serio a los más necesitados.
A diferencia del hombre, Dios vuelve a morir por este mundo, más despiadado
calvario que el histórico; se sigue preocupando de él, desde la creación. Dios es pan que
alimenta, mar infinito que alimenta y mantiene. Así, la tierra participa no sólo del
castigo, sino de la gracia divina. Algún día será el reino de Dios..., y ya no apedreará y
matará a los profetas. El árbol del bien limpiará el pecado y el smog. El mundo será,
por fin, el paraíso terrenal.
El espacio es también concebido como lugar de paso, de peregrinaje: largo cami-
no recomdo del hombre pecador, acompañado por una cohorte de personajes; territorio
transitado por personas de variada condición. El mundo es el escenario, la ruta que
busca a Dios.
El tiempo es el otro elemento que, junto al espacio, conforma esta cosmología, y
éste acusa una cierta atemporalidad. Refiere el tiempo a una instancia propia del cristia-
nismo, porque la cruz introduce un nuevo prisma, transformando la historia de una
soledad estéril en historia de una tierra prometida. Funda un nuevo tiempo: Cristo nace
y muere hoy.
El tiempo infinito se cruza con la temporalidad humana; de allí que el tiempo de
la muerte no es terminal, sino inicial, preparacional. La victoria de Cristo sobre la
muerte es garantía de triunfo sobre la pequeña muerte.
El tiempo es concebido como futuro escatológico. En la concepción mítica del
tiempo podemos observar el eterno retorno: paraíso-pecado-culpa-redención-paraíso.

BIBLIOGRAFIA MINIMA
FUENTES

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