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Pi! -
Entre 1990 y 1992, con el apoyo de la Dirección de Investigación de la Pontificia
Universidad Católica de Chile, un grupo interdisciplinario de académicos (*) abordó el
tema que sirve de título a estas páginas.
El trabajo tenía como objetivo general un análisis del componente religioso pre-
sente en la obra de los cuatro poetas mencionados, partiendo de la hipótesis de que, a la
vez que manifestación artística, la poesía es, más profundamente, expresión vital de su
creador y trasunto de su visión y anhelos más trascendentes.
Como puede apreciarse, se estimó necesario ir más allá de las calas literarias
meramente interesadas en la estructura y en los rasgos estéticos de los textos, procuran-
do -sin desechar esa orientación- decodificar el pensamiento subyacente de los autores
en estudio.
Por los antecedentes básicos de que se disponía sobre la base del conocimiento
previo de sus obras, se postulaba que una relevante inquietud religiosa era axial en su
concepción cosmológíca, antropológica y teleológica, y que ella se hacía presente a
través de los motivos, metáforas y símbolos de sus creaciones.
El desarrollo del trabajo incluyó, entre otros aspectos, el estudio del corpus de
cada autor, en dicha óptica, hasta identificar en su lírica los rasgos portadores de su
visión profunda, trasuntada en sus contenidos específicos y sus sistemas de símbolos. A
este rastreo de elementos caracterizadores siguió su cotejo horizontal, detectando notas
singulares de cada autor y notas compartidas por todos ellos, y de allí se pasó a su
relación con el entorno cultural, vaciando en las conclusiones la formulación de los
hallazgos logrados en cada uno de dichos ámbitos.
(*) L o integraron: Ernesto LivaciE, del Instituto de Letras, como investigador principal; en calidad de
coinvestigadores, Saide Cortés y Clemens Franken, de la misma Unidad Académica, y Jaime Blume,
del Instituto de Estética; la Dra. Anneliese Meis, de la Facultad de Teología, como consultora en el
ámbito propio de ésta, y Malva Vásquez, tesista del Programa de Magister en Letras, como ayu-
dante.
extractado en el presente artículo, se recogen los resultados
300 ERNESTO LIVACIC G.
En las páginas que siguen se dan a conocer, en síntesis, los enfoques y resultados
conducentes a una apreciación global de los alcances y fmtos de este intento. Abriga-
mos la esperanza de que permita aproximarse a un tema que no había sido objeto del
tratamiento sistemático que por su importancia merece, e inferir de él algunos elemen-
tos útiles a una pastoral evangelizadora de un significativo sector de la cultura.
I .
sos poéticos, en el entendido de que aportan a los textos una hipersignificación estética
de gran hondura.
La referencialidad que da soporte a las obras de Arteche, Bolton, Sepúlveda y
Zurita se enraíza, para cada uno de ellos, en una experiencia religiosa intransferible.
Específicamente, ella puede aparecer mediatizada, según los casos, por los textos bíbli-
cos (profetas, Libro de la Sabidm’a, salmos, evangelios), por las creaciones de poetas
cristianos de la Edad de Oro Española (Lope, los místicos), por las vivencias de inserción
en un contexto de religiosidad popular o por la vaga reminiscencia de la catequesis
recibida en el colegio.
2. SINGULARIDADES Y CONSTANTES
Aun sin que se hubiesen formuladu las consideraciones que anteceden, era natural
partir del supuesto de que el contacto con sus obras nos depararía la experiencia de
reconocer a cuatro poetas singulares, con claros elementos diferenciadores entre uno y
otro.
Por cierto, nuestro trabajo nos confirmó tan obvia presunción. Más aun, nos llevó
a la evidencia de registros poéticos radicalmente identificados por rasgos propios.
La obra de Arteche, en gran parte fruto del diálogo con la poesía mística españo-
la, se inscribe en un código rigurosamente católico y asume una marcada función ética,
con una constante apelación -de frecuente tono apocalíptico- a la renovación de una fe
y una acción en coherencia. Es habitual su timbre recriminatorio, de denuncia de la
hipocresía, el pragmatismo y los males sociales contemporáneos.
La poesía de Bolton, más cosmopolita,caracterizadapor su diálogo con la cultura
universal (pintura, música, filosofía, etc.), se mueve a un ritmo de mayor libertad, que
en ocasiones origina un alto e irreverente grado de ludismo, pero tras tales rasgos
rezuma inequívocamente su nostalgia de lo absoluto y su empeño por proclamar un
mundo de fraternidad entre los hombres y de comunión con la naturaleza.
La lírica de Sepúlveda se arraiga en la religiosidad popular, con netas resonancias
de espiritualidad franciscana y de una cultura campesina que se quiere rescatar de la
marginalidad a través de la reivindicación de su oralidad, proponiéndonos la necesidad
de lo trascendente como pedestal que equilibre el espacio de la precariedad con la
salvaguardia de la dignidad humana.
Por su parte, la creación de Zurita, experimental y vanguardista, ofrece una sínte-
sis barroca alimentadapor una rica intertextualidad de modelos literarios y religiosos y
que representa, frente a la contingencia de una comunidad fragmentada, una “versión
local de la historia de la salvación” (Blume). Abre, así, la sugerente posibilidad de
“descubrir las bases de una modernización no secularista” (Morandé).
No obstante, la profundización en sus escritos revela que todos ellos comparten,
en gran medida, una misma visión cosmológica, antropológica y escatológica.
Esta esencial coincidencia se apoya en variadas vivencias personales que sirven
de gérmenes a su inquietud y a su visión y pasan a constituir un estrato básico de sed de
lo trascendente, compartido por todos ellos. Sobre ese terreno nacen flores de diverso
colorido, pero cuyos jugos vitales muestran al análisis la copresencia de unas mismas
sustancias nutricias.
LA INQUIETUD RELIGIOSA EN CUATRO POETAS CHILENOS CONTEMPORANEOS
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e identidad propia, que adora el dinero, miente y envidia la superioridad de otros, odia,
insulta y desafía a Dios.
A esta visión pesimista del hombre corresponde su visión de un mundo sin Dios,
que, en última instancia, termina organizado en contra del hombre, porque tanto el
consumismo exacerbado como el permisivismo moral, el secularismo y el racionalismo
que reinan en el mundo de hoy, hacen que el hombre se olvide de su doble dimensión:
cuerpo y alma, y que se crea autosuficiente, estando, en realidad, vacío en su interior.
Por eso, también Sepúlveda utiliza la imagen del desierto, muerto de duda y pena, para
representar el mundo del Chile de hoy. Además, para él este mundo es el valle de
cemento que se recorre sin destino, la inmensidad traicionera, la tierra madrastra que le
niega los frutos, la soledad superpoblada; está lleno de crueldad que apedrea, maltrata y
traiciona a sus profetas. Pero, al mismo tiempo, es el mundo al que viene Dios a
entregarse por entero como víctima inmolada por amor.
En forma parecida, para Arteche los hombres son seres débiles, que valen menos
de lo que creen en su autosuficiencia. La mayoría de los hombres siguen hoy las
convenciones mundanas, son vanidosos y calculadores, oportunistas y pragmáticos,
impregnados por un espíritu burgués, que el castizo lírico descalifica como “ni frío ni
caliente”, “los que no comen ni dejan comer” y “los aguas de borraja”.
A estos hombres poco definidos, despersonalizados y sin amor, corresponde,
según Arteche, un mundo que intenta lavarse las manos frente a la Pasión y Muerte de
Cristo, para quienes se convierte, por eso, en un calvario más despiadado que el his-
tórico.
Bolton comparte, en gran medida, esta visión antropológica y cosmológica, pero
destaca, por su parte, la poca importancia de los leves pecados cometidos por los niños
en comparación con la grandeza y preeminencia de la muerte, y en vez de enfatizar la
conciencia de ser un indigno pecador, destaca más el hecho grandioso de que Dios nos
ama.
Bolton nombra como las más graves consecuencias del pecado: el sufrimiento, la
cruz y la muerte. Su antropología destaca la omnipresencia de la muerte en la vida del
hombre, ante todo en sus recuerdos de la infancia, donde evoca el parentesco entre la
muerte y el tiempo, el cual -como hermano de la muerte- mata la belleza de doncellas
jóvenes, vence la dureza de las piedras y hasta a la mismísima muerte. Para Bolton la
muerte está “media in vita” y parece ser la Única y verdadera preocupación digna del
hombre, que enmarca su destino como, por ejemplo, el de Cristo, a cuya muerte, según
ha sido llevada a la tela por Mantegna y Hans Holbein, dedica varios de sus poemas
más logrados.
El dolor y la muerte de Cristo prevalecen en la poesía religiosa de Arteche de tal
forma que incluso el Jesús recién nacido mira hacia la muerte, la que también su madre
María parece ya intuir en Belén. Hay que destacar, sin embargo, que este sufrimiento
de Cristo y de los cristianos es, según Arteche, fuente de vida.
Sepúlveda destaca en su auto sacramental “Pasión y Vida del Hijo del Hombre”,
dentro del mismo titulo, esta unidad de muerte y vida. El Cristo de Sepúlveda sufre la
agonía de la espina, de los latigazos, del costado, de la lanza y del corazón traspasado;
no solamente en su pasión y muerte en el Gólgota, sino que también los sufre hoy en
día, porque el pecado del hombre actualiza su crucifixión permanente. Sin embargo,
Sepúlveda proclama que justamente en “el morir está el vivir” de los hombres.
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También para Zurita la cruz y la muerte de Cristo son un tema central, pero este
Cristo muriente en la cruz adquiere en su poesía una dimensión cosmológica, pues está
como “sobre Chile” entero, convirtiéndolo en un país de “blancos espacios de la muer-
te”, en campos del “hambre” y “desvm’o”, en “llanuras del dolor”.
La segunda consecuencia importante del pecado es, para los cuatro autores, la
soledad. El Cristo sufriente, crucificado y muerto es, al mismo tiempo, el Cristo
abandonado, dejado solo. En Arteche se puede hablar incluso de una presencia lacerante
de la soledad. Sin embargo, no solamente Cristo está solo, sino también los hombres
que huyen y renuncian a él. A pesar de que somos seres sociales, vivimos, según
Arteche, solos, no conocemos a la gente y sufrimos la precariedad y vaciedad inheren-
tes a la soledad.
Sepúlveda destaca igualmente la trágica soledad del hombre: aunque vive rodea-
do, es asfixiado por sus congéneres.
También en Zurita encontramos la soledad de Cristo y de nosotros. Cristo mira su
propia soledad en el desierto; donde se divisa, al mismo tiempo y como en un espejis-
mo doloroso, “nuestra soledad”.
Bolton evoca asimismo, en forma muy impactante, el abandono del Cristo muerto
y su estar expuesto al vacío de la nada, que provoca también en nosotros una profunda
sensación de desolación, pues la “mirada misteriosa” del Cristo muerto “nos deja solos”
y “abandonados”.
La consecuencia más grave del pecado en el campo moral es, según los cuatro
poetas, el amor desordenado a sí mismo y al prójimo, que puede hasta convertirse en
un odio igualmente orientado al yo y a los demás.
Según Bolton, el hombre es un ser agresivo, que origina la muerte de sus seme-
jantes y destruye tanto el entorno natural como a los animales. Los hombres son para él
a veces bestias, peores que los animales, la Única especie en el mundo que se mata a sí
misma. Bolton confirma que una de las razones de la agresividad radica en el hecho de
que el hombre tiene cierta conciencia de lo que es suyo, es decir, en la propiedad
privada, que despierta su ansiedad de poseer a toda costa. A Bolton le afectan mucho la
indiferencia e insensibilidad de los hombres respecto a la naturaleza y los animales, los
perros que “agonizan /o se mueren simplemente/ sin mayores trámites” o las ballenas
que estallan “por el litoral del norte” en un terrible accidente ecológico.
El hombre que no logra controlar su impulso de dominar, tampoco tiene éxito en
encauzar su impulso de entregarse. A Bolton le llaman especialmente la atención la
* maldad y la indiferencia de los hombres al realizar el acto sexual, distinguiéndose poco
de los animales. Ante todo, echa de menos la dimensión más específicamente humana
en el acto de la unión íntima y personal entre un hombre y una mujer. Este amor
mecánico y despersonalizado, graficado principalmente en el prostíbulo, lleva, según
Bolton, en sí el germen de la muerte y destrucción, porque el sexo puro, sin amor
personal, irresponsable, no hace crecer al hombre en su dignidad, sino lo esclaviza más
bien a la carne, cuyo reino la Biblia asocia directamente con la muerte.
En el campo social de la moral, Bolton destaca, ante todo, la indiferencia del
burgués egoísta, frívolo y bien acomodado, quien no se conmueve para nada ante los
pobres, los mendigos y los niños que tratan de comer “a destiempo” y “muy tarde ya”,
porque su organismo está demasiado debilitado. Bolton nos invita a compartir nuestro
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306 ERNESTO LIVACIC G.
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pan con los más necesitados para que cada uno de nosotros se convierta así en un
“apóstol de los pobres”.
Es coherente, según Bolton, que el hombre egoísta e indiferente a los animales, al
entorno natural y a su prójimo necesitado sea, a la vez, ‘‘poco ascético /y nada-místico”,
es decir, muy indiferente respecto a Dios, la salvación del alma y la vida eterna.
Sepúlveda también recalca, por su parte, la indiferencia de los hombres en la fe.
La carencia de fe les impide entregarse -como los lirios y las aves- a la protección
divina. Así, el hombre actual crece, en Última instancia, sólo en sí. La sociedad moder-
na, aunque se confiesa cristiana, es laica y secularizada, por no decir atea, y pretende
encontrar su dios en la lógica y en la ciencia humana.
Por otro lado, Sepúlveda, al igual que Bolton, pone énfasis en la falta de compro-
miso y solidaridad con los hermanos desposeídos, cuyo papel asume Cristo cuando “no
tiene dónde reclinar la cabeza”. Sepúlveda ataca, incluso, fuertemente a “la gente linda”
y “al jet set”, diciendo que su Única distinción es la marca de Satán. Se preocupan
exclusivamente de su enfermizo ego y no tienden “al tú”, no les interesa. Solamente
sirven al dinero: “Todo el oro del mundo por sentirse parte del becerro de oro”.
De esta forma, el consumismo ejerce -para este poeta- una verdadera tiranía, ya
que el hombre, afanado por las cosas materiales de la tierra, busca su seguridad prefe-
rentemente en el dinero y en el poder económico.
En lo moral reina, hoy en día, según él, un permisivismo exagerado: Cada cual
hace en el fondo lo que quiere, persiguiendo siempre su propio bien material y sin
respetar tampoco el entorno natural, con la consecuencia de que debe vivir en un
ambiente contaminado, destruido por el mismo hombre. Al igual que Bolton, Sepúlveda
denuncia el atropello ecológico.
Arteche comparte con Bolton y Sepúlveda la preocupación tanto por la indiferen-
cia religiosa, el menosprecio de lo trascendente y la actitud de ateísmo práctico tan
frecuentes en los hombres de hoy, como también por la insensibilidad social del bur-
gués hedonista, al que sarcásticamente denomina “caballero”: presume de “liberado” y
“realizado”, pero es -más bien- un esclavo de sus ídolos. Vanidoso, calculador y sin
compromiso, oportunista, pragmático, “ni frío ni caliente”, es, en suma, un hombre sin
amor, que sólo busca ganar la propia vida en este mundo, sin preocuparse de que puede
perder la del otro. A este hombre de espíritu burgués contrapone -al igual que Bolton-
los animales (el gallo) y la naturaleza (el agua) que se solidarizaron con el Cristo
sufriente.
No nos sorprende, por tanto, que Arteche considere al burgués hedonista, sin
amor, un personaje inferior respecto de las prostitutas que, aunque en forma
despersonalizada, sí amaron y fueron perdonadas y acogidas en el Reino de los Cielos.
En la misma polaridad parece pensar Zurita cuando, en el primer poema de su
libro “Purgatorio”, llega, incluso, a identificarse a sí mismo con la prostituta Raquel:
“perdió su camino” y fluctúa entre las exaltaciones de lo sublime y la oscuridad de las
peores bajezas, entre la virtud de una santa y el vicio de una prostituta.
Los elementos precedentes iluminan la concepción de nuestros autores sobre la
misión del poeta hoy. Ella consiste en asumir el doble papel del profeta, que denuncia
el pecado y anuncia la esperanza (la cual, como estela de la Gracia, trabaja en forma
misteriosa en el interior del hombre).
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LA INQUIETUD RELIGIOSA EN CUATRO POETAS CHILENOS CONTEMPORANEOS 307
y reconocer la inmensa necesidad de ser rescatado, “el hambre infinita de (su) cora-
zón”. Pero así queda manifiesta también en Zurita la necesidad de redención del hombre,
su abertura a ella, su esperanza de un redentor trascendente.
Este redentor es para los cuatro autores la persona de Jesucristo, en el cual se
centra su creación poética. Sobre toda la obra “Purgatorio”, de Zurita, se extiende la
imagen de Cristo redentor, quien renueva la alianza y garantiza nuestra salvación a
través de su muerte en la cruz. Cristo es para Zurita “la vaca”, según la doctrina hindú
el aspecto femenino de Brahma. En el mugido “Eli/lamma sabacthani” de Cristo, pode-
mos percibir con Zurita el estruendo creador y salvador que nos abre las puertas al más
allá.
También para Bolton, Jesús Nuestro Señor es el Cristo redentor, el hijo enviado
por Dios Padre, quien, bajo Poncio Pilato y compartiendo nuestra “forma humana”,
murió por nosotros. Al mismo tiempo, Cristo es para Bolton el Verbo, la Palabra
inspirada, don del Espíritu Santo para el poeta que, a su vez, en su acto de creación
artística, está en permanente lucha con esta Palabra, al igual que Jacob en su lucha con
“Alguien”, el invisible Dios de sus antepasados.
La poesía religiosa de Arteche expresa su fe en Cristo el Redentor en forma aun
más profunda. El Cristo sufriente es, lejos, su máxima figura religiosa. El nos libera de
“todas las muertes” y en las “noches oscuras d d alma” quiere ser para nosotros luz y
comienzo hacia la plenitud que el hombre alcanza sólo en la alianza con este Cristo
sufriente. Arteche destaca la locura generosa de Quien hizo todo por satisfacer los
agravios y reparar los pecados humanos, logrando de esta forma nuestro perdón, mere-
ciéndonos la gracia y la vida divinas.
Para el poeta, Cristo sigue sufriendo aún hoy día; incluso, su sufrimiento es
mayor para él que el histórico. Por eso, insiste en interpelarnos a dar nuestra respuesta
actualizada a la Redención, en medio de un mundo secularizado y dominado por
antivalores.
Sin embargo, este cristocentrismo no excluye la humanidad de Cristo. En el
Gólgota resalta la verdadera y auténtica humanidad de Cristo, a cuya luz es posible la
plena humanidad del hombre. Recíprocamente, aunque el niño de Belén tiene unas
manos y ojos “tan pequeños”, aunque es “indefenso”, necesitado y dependiente, es, a la
vez, Dios, primogénito del Padre, y el futuro dependerá de su obra redentora. De esta
forma, en concordancia con la doctrina cristiana católica, hace justicia al Cristo Hom-
bre y al Cristo Dios.
Análogamente, la poesía de Sepúlveda evoca a un Cristo humano, evangélico y
redentor.
En su obra, la naturaleza humana de Cristo ofrece múltiples dimensiones. Como
Arteche, muestra al Niño deseoso de la ternura maternal. A la soledad y a la vacilación
humanas de Cristo, mencionadas anteriormente,agrega Sepúlveda su angustia existencial.
En efecto, en la Pasión Cristo llora, está triste, rodeado de personas (Judas, los discípu-
los, Pilato) que no lo entienden, lo que obviamente le duele. No es acogido: es un
Cristo actual, que no encuentra hombres que lo escuchen y lo sigan.
Por otro lado, el Cristo de Sepúlveda “ha optado por la vida, por ser camino,
verdad, vida”. El quiere entregarnos la vida eterna a través de su pasión y muerte
redentora, y sufre una crucifixión permanente a causa de los pecados del hombre (cfr.
Arteche).
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Pero Cristo, “el Hijo del Hombre”, sigue invitando al hombre a confiar en el amor
de su “Padre Celestial”.
De esta forma llegamos a la imagen de Dios de nuestros poetas, más allá del re-
cién tratado cristocentrismo.
Ya se mencionó en Sepúlveda la imagen de Dos como Padre providente que
alimenta hasta “los pájaros del cielo y los lirios del campo”. Gracias al amor de este
Padre celestial, los hombres “aún son hombres”, de los cuales Dios espera una respues-
ta generosa.
Este Dios, según Sepúlveda, lo abarca todo: esá en la salitrera, en la tierra, entre
las aguas, en la gran ciudad. Es un Dios que llena plenamente el corazón del hombre,
siendo su amigo, guía, luz y faro orientador.
También para Bolton, Dios hizo el universo cuando “en un principio” su viento
soplaba “sobre las aguas”; alimenta como “mar infinito” a las gaviotas; es, en suma, el
creador omnipresente que ama y mantiene a toda su creación. Es, al mismo tiempo, un
Dios tierno y caballeroso que cumple hasta los deseos más triviales del ser humano
amado y le tiene preparado un lugar en el cielo, que supera lejos todo lo esperado o
pensado por el hombre, que será la plenitud de la existencia humana. Finalmente, es
“Alguien”, Yahvé, el invisible Dios de Abraham e Isaac que lucha con Jacob.
En Arteche encontramos la bella imagen de Dios trino en los cielos: “del uno al
tres del amor”, que se conmueve ante los salivazos que Jesús tiene que soportar. Dios
es para Arteche, también, el “Señor” que nos entrega nuestros muertos “como ellos
son” en verdad, para que no estemos solos sino vivamos en la “comunión de los
santos”.
Con esto llegamos al aspecto eclesiológico, prácticamente ausente en los cuatro
autores. Fuera de la recién mencionada adhesión a la comunión de los santos, encontra-
mos en Arteche solamente una referencia a Don Quijote “huyendo de eclesiásticos” en
el poema “Satisfaciendo agravios”.
En Sepúlveda hay una sola referencia a la eucaristía que da “la vida”, evocando a
la Iglesia de Cristo como la barca segura para evitar la borrasca.
Zurita, al igual que Arteche, insinúa una posición crítica respecto de la Iglesia,
cuando, en la Única mención de ella, habla de “la venta de la leche” por parte de la
Iglesia, es decir, del negocio que la Iglesia estaría haciendo con el mensaje cristiano y
los sacramentos.
También en Bolton despunta una actitud crítica, ante todo, en relación a la menta-
lidad preconciliar, por ejemplo respecto a la sexualidad, el exorcismo y las otras reli-
giones.
En oposición a la cuasi-ausencia de la temática eclesiástica, resalta la gran pre-
sencia de la Biblia como intertexto en la poesía de los cuatro autores.
Mientras que en Bolton hay alusiones locales al relato bíblico del Génesis, a la
lucha entre Jacob y su dios Yahvé, a lo que “sucedió en Cafarnaún” y, ante todo, a la
pasión, muerte y sepultura de Cristo, nos encontramos en Arteche con una referencia
bíblica que abarca toda la vida de Jesús, desde su nacimiento en Belén, su vida pública,
“multiplicando panes..., azotando cambistas..., curando paralíticos..., sanando a los
leprosos..., curando endemoniados..., resucitando lázaros..., perdonando a la adúltera”,
hasta agonizar finalmente en la cruz, librándonos “contra todas las fieras de la muerte”,
para irse poco a poco, “apareciendo, desapareciendo”.
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3. CONCLUSIONES
neres, sino que se identificará -en unión mística- con el Cristo moribundo y abandona-
do, porque del compromiso del hombre depende la fecundidad de la obra redentora.
Visto así, hay una doble relación de necesidad entre el hombre y Dios. Y esta relación
se basa en la confianza y en el amor redentor.
En síntesis, es una antropología que muestra el desafío a abrirse a una escatología
que dé sentido a la existencia humana.
Entrados en al ámbito religioso, por la dimensión espiritual del hombre, podemos
afirmar inequívocamenteque la sombra de la cruz se proyecta, de modo indeleble, en la
obra analizada de estos cuatro poetas nacionales. Dios es Cristo en la cruz. Esto supone
una fe profunda en el misterio redentor, libertador, realizado mediante el sufrimiento
asumido por amor.
La redención acude al grito desesperado del hombre que acepta, confesando su
miseria, su condición pecadora; porque la magnitud de su ofensa sólo pudo limpiarla el
Dios encarnado. El hombre, así, se levanta con el poder redentor del amor; no cae en la
desesperación, sino que se lanza al vacío desde su fe. Nace al espíritu y no a la carne,
dando lugar al Hombre Nuevo. Ya no es un ser mortal, porque la muerte es derrotada
por la resurrección. Ahora el clamor es escatológico: la muerte no es putrefacción, sino
origen de la vida, purificación. La fuente epistemológica está más allá de la vida
perecedera.
La fe no es palabra muerta, sino acción de amor; deberá ser encarnada en la
contingencia actual, porque el dogma no es estático, sino activo. Esto hará que el
hombre haga vida el mensaje de Cristo.
Todo este contenido religioso se enraíza en la más pura ortodoxia cristiana. La
imagen de Dios, inserta en este parámetro, está captada con católica exactitud debido al
notable paralelismo con el pensamiento bíblico.
La temática eclesiológica es tangencial. Hay breve y somera alusión a la comu-
nión de los santos; al magisterio de la Iglesia y a la fe de “las catedrales”. El poeta
también se registra en el ámbito religioso, identificando su pasión lírica con la acción
redentora. Asocia el sacrificio de Cristo a la condición menoscabada del poeta que
asume la representación del pueblo, necesitado de la acción libertadora del Mesías.
Encuentra una analogía con Dios a través del verbo lírico, siendo así profeta y apóstol.
La antropología y la cosmología comparten un mismo rasgo de condición envile-
cida, por la que ambas requerirán de una acción regeneradora.
Hay plena coincidencia en ver al mundo como imagen de la degradación del
hombre. El universo envilecido se debe a la acción devastadora del ser humano. El
mundo es el espejo y consecuencia de la miseria humana. El mundo es el lugar de exilio
para el pecador, porque el mal no sólo alcanza al pecador, sino al medio en donde éste
habita. El escenario acusa el envilecimiento que sobre él cae, al relacionarse con el
hombre. La degradación del hombre contamina todo lo que le rodea. El pecado trastor-
na el orden de la creación.
El hombre solitario, por las causas ya expuestas, comparte su soledad desértica en
una selva de cemento que desfallece ahogada. La tierra está vacía de hombres que no
existen como hombres; es una tierra de hombres masa, hormiguero social marcado por
el signo del mal.
La contaminación es espiritual y material, interna y externa. La solución, enton-
ces, viene por la vía de la limpieza en toda su extensión: arrepentimiento y respeto
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314 ERNESTO LWACIC G.
ESTUDIOS
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BIBLIOGRAFIA MINIMA
FUENTES