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Para algunos, las investigaciones que se centran en el discurso, lo que a veces se llama
"lingüística del discurso" o "análisis del discurso" (dos términos que en mi opinión no son
equivalentes, como veremos más adelante) son una ocupación no siempre seria, que
mezcla, de manera mal controlada, análisis de orden lingüístico con consideraciones
sociológicas o psicológicas de segunda mano. Desde hace tiempo, la solución más fácil ha
sido rechazarlas a los confines de las ciencias del lenguaje. Hoy en día, la situación es
menos grave, ya que una crisis de identidad generalizada afecta a las
divisiones tradicionales de las disciplinas.
Si bien es cada vez más difícil negar el interés de este tipo de
investigaciones, cabe, en cambio, interrogarse si es posible asignarles límites claros. Como
lo reconoce D. Schiffrin, "el análisis del discurso es una de las zonas más extensas y
menos definidas de la lingüística." (1994, p. 407). Un debate recurrente opone a los que,
de un lado, pretenden ver allí una disciplina con pleno derecho a la existencia y, del otro,
aquellos que prefieren ver un lugar de encuentro privilegiado entre diversos campos de
las ciencias humanas, todos confrontados al problema del lenguaje.
Es probable que el uso poco controlado de la etiqueta "análisis del discurso"
derive, por una parte, de la brecha cada vez mayor que se abre entre la inercia de las
segmentaciones institucionales del conocimiento heredadas del siglo XIX y la realidad de
la investigación actual que las ignora. Un creciente número de trabajos que tienen grandes
dificultades para reconocerse en las divisiones tradicionales pueden ser inducidos a
colocarse bajo la etiqueta de "análisis del discurso", a fin de darse a sí mismos un mínimo
∗
Maingueneau, D. (2005). “L’analyse du discours et ses frontières”. En Marges linguistiques, nº 9, pp. 64-75.
Traducción de Nicolás Bermúdez. Revisión: Lucas Adur. Bibliografía del seminario “Análisis del discurso”.
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que se multipliquen los resúmenes, los manuales, los compendios, el análisis del discurso
permanece extremadamente diversificado. En la era del "e-mail" y de la movilidad de los
investigadores, las segmentaciones geográficas e intelectuales tradicionales deben
transigir con las redes de afinidades científicas que se burlan de las fronteras y que
modifican profundamente las líneas de partición epistemológicas. En análisis del discurso,
como en otros espacios, la transformación de los modos de comunicación ha modificado
en profundidad las condiciones en las que se ejerce la investigación.
Por otra parte, no se puede adjudicar el análisis del discurso a un fundador
reconocido: es un espacio que se ha construido gradualmente a partir de la década de
1960, por la convergencia de corrientes provenientes de muy diversos lugares. Algunos
prefieren poner el acento menos sobre su novedad que sobre su antigüedad, sin duda
para darle más legitimidad. Así, Teun Van Dijk considera que se trata de una prolongación
de la antigua retórica:
El análisis del discurso es, a la vez, una disciplina antigua y nueva. Sus orígenes se
remontan al estudio del lenguaje, de los discursos públicos y de la literatura, hace más
de 2000 años atrás. Una de las fuentes históricas más importante es, sin duda, la
retórica clásica, el arte de hablar bien. (1985, p. 1)
Existe, sin embargo, un peligro evidente cuando se coloca al análisis del discurso
como continuidad de la retórica, como si la retórica –o, más bien, las formas que adoptó la
retórica– no hayan sido solidarias de configuraciones y de prácticas desaparecidas
irremediablemente. En mi opinión, el análisis del discurso implica, por el contrario, el
reconocimiento de un "orden del discurso" irreductible al dispositivo retórico. Esto no le
impide volver a investir, luego de reelaborarlas convenientemente, un gran número de
categorías y cuestiones derivadas de la retórica o de otras prácticas.
El análisis del discurso tampoco vino a subsanar una falta en la lingüística del
sistema, como si a Saussure se le hubiera añadido Bajtín; a una lingüística de la "lengua",
una lingüística del "habla". Ciertamente, tiene un lazo privilegiado con las ciencias del
lenguaje, a las que pertenece –por lo menos en la concepción que prevalece
comúnmente, y particularmente en Francia–, pero su desarrollo implica no sólo una
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Con el mismo objetivo de producir una definición restrictiva, otros ven en el análisis del
discurso una disciplina que se ocuparía de los fenómenos que, en los años ‘60 o ’70, se
solían ubicar dentro de la "gramática del texto". M. Charolles y B. Combettes, por ejemplo,
titulan "Contribución a la historia reciente del análisis del discurso" (1999) lo que, de
hecho, es un panorama de la evolución de la lingüística textual. Este uso, que consiste en
llamar "análisis del discurso" al estudio de los fenómenos de coherencia / cohesión textual
–incluso puede invocarse aquí el artículo de Harris "Análisis del discurso" (1952), que
consagró la etiqueta "análisis del discurso"– no se corresponde con el uso
dominante. Sería, en efecto, reductor ver en el discurso la simple extensión de la
lingüística más allá de la frase. Eso es lo que, por otra parte, subrayan muy acertadamente
los mismos Combettes y Charolles:
Volvemos a encontrar esta asimilación más o menos exacta entre el análisis del
discurso y el estudio de regularidades transfrásticas en J. Moeschler y A. Reboul:
En el caso del analista del discurso, el fin último del trabajo analítico es mostrar e
interpretar tanto la relación entre regularidades y modelos del lenguaje como los
significados y propósitos expresados a través del discurso. (1993, p. 7).
Incluso dentro de estos límites, falta mucho para que el análisis del discurso sea
homogéneo. Tuve la oportunidad de enumerar (Maingueneau, 1995, p. 8) una serie de
factores interrelacionados que conducen a la diversificación de las investigaciones en
análisis del discurso. Los recuerdo aquí:
5. Lo dicho, significado y hecho se sitúa de manera secuencial, i.e. los enunciados son
producidos e interpretados en el que contexto local conformado por los otros
enunciados.
6. Cómo algo es dicho, significado y hecho –las selecciones de los hablantes entre las
diferentes estrategias consideradas formas alternativas de hablar– se encuentra
orientado por las relaciones entre los siguientes elementos:
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(C) los significados y las funciones de las formas lingüísticas dentro de sus
contextos de aparición;
(F) el contexto social, por ejemplo, las identidades y relaciones de los participantes,
la estructura de la situación, el entorno;
"enfoques" que son todos los puntos de vistas distintos que hay sobre el "discurso". La
posición que defendí en 1995, por el contrario, ponía en primer plano las diferentes
"disciplinas del discurso". Así planteadas las cosas, la cuestión de fondo es saber si la
investigación sobre el discurso está estructurada por disciplinas o por "enfoques", en el
sentido que le dan Schiffrin y sus sucesores (mediante la eliminación, no obstante, de
algunos indeseables, como la pragmática o la cortesía), es decir, por "corrientes". Por
"corriente" hay que entender a la vez a) una cierta concepción del discurso, b) de la
finalidad de su estudio, c) de los métodos pertinentes para analizarlo. Por ejemplo, la
etnografía de la comunicación, la sociolingüística interaccional de Gumperz y la corriente
althusseriana de la Escuela francesa (M. Pêcheux) serían todas “corrientes”.
Al contrario, ubicar en primer plano las disciplinas del discurso, supone, según
entiendo, una doble hipótesis:
Aquí hay que elegir entre dos actitudes. Una de ellas no le da ningún crédito al
aspecto sociodiscursivo de la investigación; la otra consiste en pensar que hay una
interacción esencial entre su aspecto conceptual y su aspecto institucional, debido al
carácter inherentemente cooperativo de esta actividad. Las disciplinas son indisociables
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- En primer lugar, los agrupamientos por disciplinas del discurso y por corrientes
(incluidas o no en una disciplina). En ellos, los investigadores comparten un cierto
número de postulados y de “recursos” conceptuales y metodológicos; sin
embargo, queda claro que este “compartir” es mejor entenderlo como un aire de
familia wittgensteiniano que remitirlo a las condiciones necesarias y suficientes
para pertenecer a una clase.
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Ahora voy a reflexionar sobre las unidades fundamentales con las que trabajan los
analistas del discurso, en el sentido restringido de una disciplina del discurso que tiene un
interés específico. En el análisis del discurso francófono, la noción de “formación
discursiva”, la más antigua, coexiste con otras como “posicionamiento” y “género
discursivo”, sin que se sepa bien su articulación, incluso sin que su compatibilidad sea
realmente explicitada.
En trabajos anteriores (Maingueneau, 1991, pp. 25-28), ya subrayé la
heterogeneidad del análisis del discurso, dividido entre un comportamiento “analítico” y
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uno “integrador [“intégrative”]”. El primero fue ilustrado muy bien por la problemática de
Michel Pêcheux, característica de la Escuela francesa de inspiración lacaniano-
althusseriana: en esta corriente, fuertemente influenciada por el psicoanálisis, el análisis
del discurso apuntaba, ante todo, a desmontar las continuidades, a fin de hacer aparecer
en los textos las redes de relaciones invisibles entre enunciados. La conducta
“integradora”, en cambio, apunta a articular los componentes de la actividad discursiva,
tomados en su doble dimensión, social y textual. Este comportamiento puede ilustrarse
con los trabajos de Jean-Michel Adam (1999) o de P. Charaudeau (1995).
Esta distinción entre comportamientos analíticos e integradores puede ser afinada
y ampliada a su vez, si se considera que los analistas del discurso manejan dos grandes
tipos de unidades: tópicas y no tópicas.
turística son rutinas estabilizadas, mientras que una obra literaria tiene un autor singular,
que puede contribuir a la categorización genérica de su texto.
La noción de tipo de discurso también es heterogénea; se trata, en efecto, de un
principio de agrupamiento de géneros que puede corresponder a, por lo menos, dos
lógicas diferentes: la de co-pertenencia a un mismo dispositivo [“appareil”] institucional, o
bien la de dependencia con respecto a un mismo posicionamiento. No es lo mismo hablar
del “discurso hospitalario” que del “discurso comunista”.
El “discurso hospitalario” es la red de géneros discursivos que operan en un mismo
dispositivo institucional, en este caso el hospital (reuniones de servicio, consultas,
informes de cirugías, etc.). En la lógica del dispositivo institucional, no es la competencia la
que estructura, en primer término, el espacio. Si pasamos a otro dominio, observamos
que para un género universitario como puede ser la defensa oral de tesis en letras y
ciencias humanas en Francia (Dardy, Ducard, Maingueneau, 2001), existe una articulación
de géneros complementarios (tesis, defensa, plan de tesis, acta del jurado evaluador...),
que son constitutivos del funcionamiento de la institución.
El “discurso comunista” es, en cambio, la diversidad de géneros discursivos
(periódicos, programas electorales, panfletos, etc.) producidos por un posicionamiento
determinado en el interior del campo político. Cada posicionamiento inviste ciertos
géneros discursivos y no tales otros, y este investimento es un componente esencial de su
identidad.
Nada impide, sin embargo, abordar el discurso comunista como el discurso de un
dispositivo institucional: en ese caso, se tomarán en cuenta los géneros discursivos
asociados al funcionamiento del partido. Es, pues, una cuestión de punto de vista.
Los analistas del discurso trabajan también con unidades que podríamos llamar
transversales, en el sentido de que atraviesan textos pertenecientes a múltiples géneros
discursivos. Podríamos hablar aquí de registros; estos se definen a partir de criterios
lingüísticos (a), funcionales (b) o comunicacionales (c).
a) Los registros definidos sobre bases lingüísticas pueden ser de orden enunciativo.
Tal es el caso de la célebre tipología establecida por É. Benveniste (1966) entre
“historia” y “discurso”, que luego fue complejizada, en particular por J. Simonin-
Grumbach (1975) y Jean-Paul Bronckart (Bronckart & al., 1985). También existen
tipologías fundadas en estructuraciones textuales, como las “secuencias” de Jean-
Michel Adam (1999).
Las unidades no tópicas son construidas por los investigadores con independencia de las
fronteras preestablecidas (lo que las distingue de las unidades “de dominio”); por otra
parte, reagrupan enunciados profundamente inscriptos en la historia (lo que las distingue
de las unidades “transversales”).
2. Los recorridos
Los analistas del discurso pueden igualmente construir corpus con elementos de diversos
órdenes (lexicales, proposicionales, fragmentos de textos) extraídos del interdiscurso, sin
aspirar a componer espacios de coherencia, a constituir totalidades. En este caso, por el
contrario, se desestructuran las unidades instituidas definiendo recorridos inesperados: la
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correspondientes a
posicionamientos en
campos
b) Géneros
correspondientes a
dispositivos institucionales
Entre todas estas unidades, aquellas que despiertan suspicacias con mayor
facilidad son evidentemente las unidades no tópicas: “formaciones discursivas” y
“recorridos”. En efecto, no se encuentran estabilizadas por las propiedades que definen
unas fronteras preestablecidas (cualquiera sea el origen del recorte): el principio de su
reagrupamiento está a cargo del analista. Sin embargo, no habría que exagerar la distancia
entre unidades tópicas y no tópicas. Por un lado, por más que estén de cierta manera pre-
recortadas, las unidades tópicas le plantean al investigador múltiples problemas de
delimitación, como suele ocurrir en las ciencias humanas o sociales. Por otro, existe un
conjunto de principios y de técnicas que regulan este tipo de actividad hermenéutica. Es
verdad que estas “reglas del arte” a menudo permanecen implícitas, que son adquiridas
por impregnación, pero podemos presumir que, con el tiempo, la construcción de
unidades estará cada vez menos librada al capricho de los investigadores.
Tenemos, además, total interés en no simetrizar unidades tópicas y no tópicas,
pues no obedecen a la misma lógica. De un lado, no hay análisis del discurso sin alguna
clase de unidad tópica, ya sea “de dominio” o “transversales”; del otro, replegar el análisis
del discurso sólo sobre las unidades tópicas sería negar la realidad del discurso, el que, por
naturaleza, pone constantemente en relación discurso e interdiscurso: el interdiscurso
“trabaja” el discurso, que, a cambio, redistribuye el interdiscurso que lo domina. La
sociedad es recorrida por conglomerados de enunciados activos a las que no podemos
asignarles un lugar. Forzoso es, entonces, acomodarse a la inestabilidad de una disciplina
que está surcada por una falla constitutiva. Parece imposible efectuar la síntesis entre un
comportamiento que se apoya sobre fronteras y un enfoque que las desbarata: este
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último se alimenta de los límites por los cuales aquel se instituye. Entre ambos existe una
asimetría irreductible. El sentido es frontera y subversión de la frontera, negociación entre
los lugares de estabilización del habla y las fuerzas que exceden toda localización.
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