Joanna Mansell
Argumento:
Una amenazadora carta anónima había obligado a Jessamy a refugiarse en
la casa de campo de Julius Landor, su marido. El matrimonio se había
separado hacía ya cuatro años, pero a la joven no le quedó otra opción que
aceptar la protección de Julius ya que la carta traslucía un profundo odio
hacia ella, y al parecer, su vida corría peligro.
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Capítulo 1
Jessamy se despertó la mañana de su veinticuatro cumpleaños y decidió que era
hora de poner en orden su vida.
Era una decisión que había retrasado durante mucho tiempo. El próximo año
cumpliría veinticinco y antes de eso, quería dejar atrás todo lo sucedido en el pasado.
Sin embargo, sólo pensar en eso la alteraba. ¡Después de todo, uno no se
divorcia todos los días!
Apartó los largos mechones de su melena negra y se sentó en la cama. En una
silla frente a ella se hallaba una pila de regalos. El fin de semana pasado había
visitado a sus padres y había regresado con una enorme bolsa llena de paquetes
cuidadosamente envueltos, de parte de sus tres hermanas casadas y de todos sus
sobrinos. Jessamy prometió no abrirlos hasta el día de su cumpleaños y ella siempre
mantenía sus promesas.
«Bueno, casi siempre», se corrigió con ojos tristes y con los labios apretados.
Había roto las promesas solemnes que hizo en su boda. No obstante, no fue culpa
suya; ella no fue la que huyó.
Por un instante, toda la amargura pasada la abrumó y Jessamy se la tragó, sin
mucho esfuerzo. ¡A fin de cuentas, había adquirido mucha práctica en los últimos
cuatro años! Julius Landor no estropearía su cumpleaños.
Apartó el recuerdo de Julius en su mente, saltó de la cama y comenzó a abrir los
regalos. Pronto estuvo rodeada de objetos que iban desde un caro jersey de sus
padres, hasta una caja de bombones de su sobrino más pequeño. Jessamy solía
atesorarlos, ya que la hacían sentir amada, lo cual era una gran necesidad en ella.
El domingo siguiente, Jessamy iría a una fiesta que le tenían preparada. Sus
hermanas, cuñados, sobrinos y tíos irían a la ruidosa reunión familiar. Mientras
tanto, tenía trabajo que hacer.
Guardó los regalos; después fue al baño, abrió el grifo de la bañera, se quitó el
camisón y se hundió en el agua caliente. Cerró los ojos y se relajó, aunque se sintió
molesta cuando su mente regresó a Julius.
«Sólo porque haya decidido divorciarme de Julius, no significa que deba pensar
en él», se reprendió, frunciendo el ceño. Era algo que debía haber hecho mucho
tiempo atrás. ¿Cómo podía seguir con su vida, si legalmente seguía atada a él? Era
como si Julius tuviera algún derecho sobre ella, y eso la irritaba.
Finalmente, Jessamy había decidido dejarle el asunto a un abogado. No quería
volver a Julius, ya que él podía ser muy violento cuando se lo proponía. Jessamy no
deseaba estar ahí cuando él recibiera la petición de divorcio. Tenía el presentimiento
de que no se lo tomaría nada bien, y era un hombre muy peligroso cuando se le
provocaba. Era capaz de arrasar todo a su paso cuando su ira despertaba.
¿Y si él le negaba el divorcio?, se preguntó con un temblor.
Jessamy no quería pensar en eso, porque no sabía lo que haría. Por propia
experiencia, sabía que sería imposible dialogar con Julius, considerar las ventajas y
desventajas de dicha decisión y después llegar a un acuerdo amistoso. Precisamente,
ése había sido uno de los principales obstáculos en su matrimonio. Él nunca hablaba,
ni discutía los problemas. Julius se limitaba a tomar una decisión y se aferraba a ella.
Salió del baño y se secó con vigor. «Vamos», se recordó, «no eres una
adolescente ingenua. Eres una mujer independiente con un trabajo interesante. De
hecho, eres una chica de éxito… Cuando te deshagas de este hombre que ha sido una
carga durante cuatro años, de alguna forma te liberarás».
Se puso unos vaqueros y un jersey y tomó otra decisión. Esa misma mañana,
contactaría con un abogado, antes de que se acobardara. Podrían pasar otros cuatro
años y ella seguir atada a Julius Landor.
El ruido en el buzón le indicó que el cartero había entregado la
correspondencia. Había media docena de tarjetas y un par de cartas. Jessamy las
recogió y fue a la cocina. Las abriría después de preparar el café.
Mientras el líquido hervía, miró las cartas. Una parecía un aviso, pero la otra
tenía su nombre y dirección escritos a máquina. Se preguntó de quién sería. El
matasellos de Londres no indicaba mucho, ni tampoco la buena calidad del sobre.
Jessamy estuvo a punto de rendirse a la tentación de abrirla, pero el café ya estaba
listo.
El cálido sol otoñal se filtraba por las ventanas. La casa era vieja y estaba
situada en las afueras de Londres. Jessamy ocupaba una parte que tenía acceso
directo al jardín. Las dos chicas que compartían el piso superior eran modelos y
viajaban constantemente. Ahora, las dos jóvenes estaban lejos y esa mañana parecía
muy tranquila.
Jessamy sorbió su café y abrió las tarjetas. Eran de sus tíos y primos, y se alegró
de que recordaran su cumpleaños. Después cogió la carta era hora de descubrir de
qué se trataba. La abrió, pero en ese momento alguien llamó con violencia a la
puerta.
La chica se sobresaltó. ¿Quién podía llamar de ese modo y tan temprano?
Frunció el ceño y decidió no abrir. Se trataría de un vendedor muy entusiasta. Sin
embargo, las llamadas continuaron con más fuerza.
Jessamy se irritó. ¡No había necesidad de echar la puerta abajo! Se puso de pie y
caminó con firmeza, pero de pronto se detuvo en seco. Estaba sola en casa y no tenía
idea de quién podía ser. Sólo veía una figura alta a través del cristal traslúcido.
La persona que estaba al otro lado de la puerta comenzó a llamar de nuevo y
Jessamy se olvidó de las precauciones. Abrió con la intención de gritarle alguna
grosería a quien interrumpía su tranquila mañana, pero las palabras de ira le
quedaron atascadas en la garganta cuando vio los ojos castaños de Julius Landor, su
marido.
Durante unos minutos, ella se limitó a mirarlo. No podía creer que él estuviera
ahí, en el umbral de su casa.
Cada centímetro de su persona le era familiar: el pelo negro, los ojos castaños, la
forma y el tamaño de su boca, la textura de su piel y la arrogante postura de su
cuerpo. Jessamy contempló los poderosos hombros y recordó bien que era apariencia
de poder no era una ilusión. Julius poseía una fuerza física que concordaba con su
aspecto exterior.
Ella tragó saliva, pero antes que pudiera hablar, él irrumpió en la casa.
Eso la hizo reaccionar. ¡Ése era su hogar, su santuario! ¡Nadie entraría sin ser
invitado, y mucho menos Julius!
—¿Qué estás haciendo? —exigió con furia—. Sal de aquí, ¡sal de inmediato!
Julius la ignoró. Entró en el vestíbulo y comenzó a buscar por entre los libros y
los papeles que ella había dejado en la mesita.
—¿Ya venido el cartero? —preguntó de modo cortante.
—No es asunto tuyo —replicó Jessamy—. Vete de aquí, Julius no te quiero aquí.
Y no quiero que toques nada mío —añadió con firmeza, arrebatándole un libro.
Él parecía no oírla. Recorrió la habitación con la vista y era obvio que no
encontraba lo que quería.
Empujó a Jessamy a un lado y se dirigió al pequeño dormitorio.
Sus regalos estaban apilados en la silla, y las tarjetas, sobre el tocador. Julius las
examinó deprisa y luego las arrojó al suelo mientras continuaba con su frenética
búsqueda.
Jessamy lo observaba con asombro y molestia. No podía creer que eso estuviera
pasando. No comprendía. En los últimos cuatro años había visto a su marido sólo
dos veces y por casualidad. Una fue en el teatro y la otra en una fiesta; en aquella
última ocasión él sintió su mirada, se volvió y adoptó una actitud agresiva. Entonces
las rodillas de Jessamy temblaron y la chica huyó.
Después, Jessamy se enfureció por su cobarde reacción. ¡No tenía por qué
temerle a Julius!, se decía una y otra vez. Nunca la había golpeado, aunque en varias
ocasiones durante su terrible matrimonio parecía que él había tenido que contenerse
para no hacerlo.
De cualquier forma, era mejor que no se vieran. Eso habían hecho durante los
últimos cuatro años, y resultaba extraordinario que Julius estuviera ahí en su casa,
buscándola por vez primera desde que pisoteó sus principios y la abandonó.
Una cosa era segura. ¡No había ido allí a llevarle un regalo de cumpleaños!
Jessamy no tenía ni la menor idea de por qué irrumpía así en su vida.
Lo vio coger un jersey y arrojarlo a un lado. Eso la enfureció, así que entró en la
habitación y lo atacó con los puños cerrados.
—¡Detente! —gritó—. ¡Ya basta! ¡No toques mis cosas! Si no sales ahora mismo,
llamaré a la policía. No tienes derecho de hacer esto. No te quiero en mi casa. ¡Ni
siquiera deseo verte!
Julius se liberó con facilidad, porque era mucho más alto que ella.
¿Estaría Julius ahí fuera? ¿O habría salido de la casa, dejándola encerrada? ¿Por
qué la tenía así? ¿Cuánto tiempo la tendría ahí?
Se pasó la mano por el pelo y suspiró. Nunca se habría imaginado que pasaría
eso el día de su cumpleaños. Pensaba que todo sería pacífico. Sin embargo, Julius
había irrumpido en su vida, ¡una hora después de que ella hubiera tomado la
decisión de divorciarse!
No tenía idea de lo que hacía él ahí; sólo lo quería fuera de su vida, antes de que
le hiciera más daño. Le había costado cuatro años recuperarse; cuatro años para
poder alejar los recuerdos y continuar viviendo. No iba a obligarla a evocar las cosas
que habían sido difíciles de olvidar.
No eran compatibles, se dijo Jessamy por enésima vez. Sus caracteres eran
completamente opuestos. ¿Cómo podía funcionar así una relación?
No. Habían ido demasiado rápido y luego se habían arrepentido amargamente.
Para Julius había sido algo extraordinario ese temerario arranque en una intensa
relación. Jessamy se había dejado arrastrar por la fuerza de sus emociones y,
confundida por sus propias necesidades físicas y emocionales, no había tratado de
poner freno alguno. De cualquier forma, él habría hecho a un lado cualquier
restricción.
Hasta que lo conoció, Jessamy era una chica sencilla y amistosa, con pocas
relaciones serias en su vida, y un punto de vista equilibrado. Julius cambió todo eso,
rompió el equilibrio, y volver a ajustar su vida después de la separación fue una
labor difícil y exhaustiva. A veces creyó que nunca se recuperaría. Incluso en esos
momentos, aún no sabía si lo había logrado, pero estaba segura de que no tendría
fuerzas para pasar por eso otra vez.
No tendría que hacerlo, sin embargo; se divorciaría de Julius y al fin se liberaría
de él. No podía obligarla a nada. No podía acercársele, a menos que ella lo
permitiera, y Jessamy no tenía intenciones de hacerlo. En otros tiempos era suave y
vulnerable, pero ahora sabía más y no se arriesgaría nuevamente.
Jessamy trató de oír algo y frunció el ceño. La casa estaba en silencio. ¿Qué
pasaba ahí afuera? ¡Nada tenía sentido! Deseaba regresar a la cama y comenzar el día
otra vez.
Minutos después, Julius abrió la puerta y entró en la habitación, y Jessamy de
inmediato se enfrentó a él.
—¡Qué bien! —exclamó, y salió. Fue a la cocina y se asombró al ver que él la
seguía—. Creí que ya te ibas —señaló con mordacidad.
—Yo no he dicho eso.
—Ahora que lo mencionas, no has dicho nada —replicó—. Sólo irrumpiste aquí,
me quitaste una de mis cartas y me encerraste. De verdad que he tenido un
cumpleaños maravilloso. ¡Lleno de sorpresas!
—Esa carta habría sido la mayor de las sorpresas, si la hubieras leído —informó,
molesto.
—¡No te creo!
—¿Qué puedo hacer? —se encogió de hombros—. Sólo puedo decirte que
alguien quiere hacerte daño. Es obvio que te odian muchísimo.
—Es aterrador pensar que existe una persona así —se estremeció.
Los ojos de Julius se ensombrecieron.
—Hubo una época en la que tú me odiabas igual —comentó inexpresivamente.
Antes de que pudiera recuperarse del impacto de ese comentario, el teléfono
sonó y Jessamy se sobresaltó. Julius corrió a contestar. La chica sabía que ella debía
hacerlo, pero no consiguió moverse.
Julius regresó unos minutos después.
—He hecho algunos arreglos —informó—. Esa llamada era una confirmación.
Ve a preparar equipaje para un par de días. Saldrás de aquí.
—¿De qué hablas? —se lo quedó mirando.
—Te irás de esta casa —señaló con impaciencia.
—Pero no puedo irme —protestó—. Aquí es donde vivo y trabajo. Estoy
trabajando en una serie de ilustraciones para un nuevo libro. Tengo fecha límite y
necesito continuar con mi labor.
—¿Tu maldito trabajo es más importante que tu vida? —habló exasperado—. Sí,
quizá sí —añadió con sarcasmo deliberado—. En ocasiones, tu trabajo parecía más
importante que nuestro matrimonio.
—¿Mi trabajo más importante? —preguntó, incrédula—. ¡Tú eras el constructor
de imperios! ¡Había días en que ni te veía! Yo empecé a trabajar duramente sólo para
poder llenar las horas sin ti.
Pareció que Julios respondería con la misma pasión, pero cerró la boca. Giró en
redondo y fue al otro extremo de la habitación. Cuando volvió a hablar su tono era
de indiferencia, pero muy firme.
—Vamos a centrarnos en este problema. Hasta que este asunto de la carta esté
solucionado, necesitas alejarte de esta casa. Sería muy peligroso que te quedaras. No
hay garantías de que esas amenazas escritas no terminen en verdadera violencia
física. Lleva ropa y lo que necesites para terminar las ilustraciones. Después nos
iremos.
—¿Nos iremos? —repitió, cautelosa—. ¡No iré contigo a ningún lado!
—¿Crees que soy más peligroso que los que te enviaron la carta? —preguntó
con amargura.
Jessamy estaba segura de eso; Julius era más peligroso a su manera, aunque
nunca se lo dejaría saber. Era verdad que la carta la había alterado; aún temblaba por
dentro, y la idea de quedarse sola en ese lugar la ponía nerviosa. No habría
problemas si las dos modelos estuvieran en casa.
—Está bien, me iré —acordó en voz baja—. Puedes llevarme a un hotel donde
pueda quedarme un par de días hasta que la policía encuentre a la persona que envió
el anónimo.
—Sin policía —repitió—. Puedo encargarme de la situación.
Jessamy abrió la boca para discutir, pero la cerró. No merecía la pena pelear. De
cualquier forma, cuando llegara al hotel, llamaría a la policía.
En media hora estuvo lista. Cuando cogió su maleta y cruzó el umbral, no se
molestó en mirar a Julius. Ya había sufrido muchas sorpresas en el día, y sus nervios
se pondrían más tensos si contemplaba esos familiares ojos castaños.
Jessamy supo que ése sería el cumpleaños más extraño y perturbador de su
vida.
Capítulo 2
Jessamy metió su equipaje en el maletero del coche de Julius y se sentó en los
cómodos asientos de cuero.
—¿Conoces un hotel donde pueda quedarme? —preguntó.
—Conozco un lugar que será muy adecuado —respondió concisamente.
Julius puso en marcha el motor y aceleró. Jessamy comenzó a relajarse. En poco
tiempo estaría instalada en una tranquila habitación dónde podría continuar con su
trabajo y olvidar la llegada de la temible carta. Después de largo rato, Jessamy
frunció el ceño.
—¿Cuánto falta para llegar al hotel? No quiero estar muy lejos de casa por si
necesito algo.
—No quiero que regreses allí por ningún motivo —ordenó en tono cortante—.
Si necesitas algo, sales y lo compras.
A pesar de todo, Jessamy decidió de mala gana que él tenía razón. Después de
todo, era probable que estuvieran vigilando su casa. Si decidían llevar a cabo las
amenazas y…
La chica se estremeció.
—¿Por qué me habrán mandado a mí esa carta? —preguntó—. No tengo
enemigos. Nunca le he hecho daño a nadie. No tiene sentido.
—Quizá te estén usando para llegar a mí —sugirió Julius.
Jessamy irguió la cabeza.
—¿A qué te refieres?
—Quizá no tengas enemigos, pero yo sí. Rivales de negocios, empleados a
quienes tuve que despedir, la competencia… —se encogió de hombros—. Podría
sacar una larga lista.
Jessamy le lanzó una mirada hostil.
—Es decir, que es culpa tuya que yo tenga que dejar mi casa y andar
escondiéndome —frunció el ceño—. Además, llevamos cuatro años separados —
señaló con un tono más razonable—. Todos deben saber que no vivimos juntos, que
no nos vemos.
—Los que hayan leído ese artículo la semana pasada, creerán que nos hemos
reconciliado —opinó—. Si eso piensa, es lógico suponer que tratan de presionarme
haciéndote daño.
Ella lo miró con suspicacia.
—Tú sabes quién está detrás de todo esto, ¿verdad? —lo retó—. Sabías que
enviarían la carta, sabías que llegaría en mi cumpleaños. Por eso no quieres que
llame a la policía. No merece la pena, ya que tú sabes quién la mandó.
—No estoy seguro y no tengo pruebas concretas. Por eso quiero que te escondas
un par de días, mientras investigo.
Jessamy murmuró algo. No le gustaba el asunto. Le había llevado mucho
tiempo poner en orden su vida, y ahora se la ponían de cabeza, ¡todo por Julius! Él
parecía tener la costumbre de irrumpir en su entorno y causar desastres.
Como si sintiera la furiosa mirada de Jessamy, él se volvió y la contempló. Algo
dentro de ella dio un vuelco cuando se encontró con sus ojos. De pronto supo que
debía salir de ese coche. Pasar siquiera un rato con él sería un error. Ya empezaba a
sentir que los años anteriores no habían existido, como si aún fuera la chica
confundida a la que Julius abandonó.
—Quiero que me dejes en el próximo hotel —declaró con tono alterado.
Julius fijó la vista en la carretera.
—No dije que te llevaría a un hotel —replicó tranquilamente.
—¿Qué quieres decir? ¿A dónde me llevas?
—Adonde no corras peligro.
—¡Estaré a salvo en un hotel!
—Quizá —reconoció—, pero conozco un lugar más seguro aún.
El coche adquirió velocidad y Jessamy miró por la ventanilla. Se dio cuenta de
que estaban entrando en la autopista del noroeste, en las afueras de Londres.
—¡Detente! —ordenó.
Julius aumentó la velocidad.
—Quiero bajarme del coche —dijo, enrojeciendo de rabia al ver que Julius la
ignoraba—. No puedes obligarme a ir contigo. Detente en la próxima gasolinera,
Julius y déjame salir.
Cada vez que decía su nombre, su voz temblaba. Quizás él se hubiera dado
cuenta de ello, porque le lanzó una mirada rápida; no dijo nada y volvió su atención
a la carretera.
—Tendrás que detenerte tarde o temprano —comentó Jessamy, furiosa—.
Cuando dejemos la autopista y encontremos un semáforo y un cruce. Entonces,
¡saldré y no podrás detenerme!
No hubo respuesta y eso la preocupó. Julius creía que se saldría con la suya.
¡Bueno, pronto descubriría que no!, decidió con violencia. Hubo un tiempo en que
Julius Landor podía reducirla a las lágrimas cuando se enfurecía. Muchas veces había
sentido como si él pasara sobre ella, sin escuchar sus argumentos y utilizando su
fuerza física y mental para obtener lo que quería. Sin embargo, eso era antes. La
nueva Jessamy había aprendido a tratar con los hombres como Julius. Y él se llevaría
una gran sorpresa si creía que trataba con la misma chica ingenua con quien se casó.
El coche siguió avanzando suavemente por la autopista.
—Si sigues así, te detendrán por exceso de velocidad —comentó ella con cierta
satisfacción—. Y vas a tener muchos problemas cuando le diga a la policía que me
tienes aquí a la fuerza.
—¿A la fuerza? —repitió, arqueando una ceja—. No te he puesto un dedo
encima, y creo que la policía será muy comprensiva cuando les explique que sólo
trato de proteger a mi mujer de una carta amenazadora.
—¡No me llames «tu mujer»! —explotó—. ¡No lo soy!
—Sí lo eres —replicó con suavidad—. Según la ley, por lo menos, aún estamos
casados.
—No me importa si es legal o no. No me siento unida a ti de ninguna forma.
—No se trata de tus sentimientos —señaló, molesto—. La persona que envió la
carta piensa que eres mi mujer. Por eso te considera el blanco adecuado.
—Estás seguro de que tratan de hacerte daño a ti, ¿verdad? —observó con el
ceño fruncido.
—Sí —dijo, después de titubear.
—¿Qué les hiciste para que te odien tanto?
—No sé. Nunca he herido a propósito a nadie. Sólo sigo con mi trabajo y con mi
vida.
—No, no es cierto —negó Jessamy, cansada—. Tú irrumpes en la vida, Julius,
haces a un lado a la gente y lo peor es que ni siquiera miras a quién derribas en tu
camino.
—En los negocios, no es posible ser amable y considerado todo el tiempo —
señaló—. Tienes que ser tan decidido e implacable como tus rivales para poder llegar
a la cima.
—Y eso querías, ¿no? —sacudió la cabeza—. Justo en la cima. Ahora que ya
estás ahí, ¿disfrutas de tu éxito, Julius? ¿Merecieron la pena todas las horas de
trabajo, los sacrificios, la falta de espacio en tu vida para otras cosas y otras personas?
—No fue así —negó con tensión inesperada.
—¿No? —Jessamy sonrió de modo cínico—. Vaya, qué gracioso, a mí me parece
que fue justo así.
—Cuando empecé a formar mi cadena de compañías, tenía ciertas
responsabilidades con mis empleados —explicó, cortante—. Y me enseñaron desde
muy pequeño a no volver la espalda a esas responsabilidades.
—Qué lástima que no te enseñaran un poco de amabilidad y tolerancia.
¡Debieron enseñarte a ser un ser humano mejor!
—Ahora también criticas a mis padres, ¿eh? —replicó.
—Ah, sí, tus padres —hizo una mueca. Recordaba bien a los padres de Julius;
demasiado bien. Dos cicatrices permanentes en su mente.
Su padre, el coronel, aún usaba con orgullo su título, a pesar de que se había
retirado hacía veinte años. Jessamy podía evocar su voz cortante y fría, parecida a la
de Julius cuando quería ser indiferente.
Y la madre de Julius, siempre vestida con trajes caros y de tono oscuro, y con el
pelo plateado peinado impecablemente. Jessamy supo que nada alteraría a su suegra,
que ella podía tomar los desastres de la vida de una forma tranquila.
Y la llegada de Jessamy fue una de esas crisis. Nunca se dijo de manera abierta;
de hecho, sus padres fueron muy corteses con ella, pero también fue obvio que no era
la mujer que querían para su astuto y ambicioso hijo.
—Es muy importante que la mujer de Julius sea socialmente aceptable —le
había dicho la señora a Jessamy cuando paseaban por el jardín—. Debes dejar que te
presente a algunas personas. Si necesitas ayuda para organizar cenas o entretener
clientes importantes de Julius, estaré encantada de aconsejarte. Él necesita mantener
cierto estilo de vida y quizá será difícil para ti ajustarte a sus exigencias.
Era claro que no la consideraban adecuada. Creían que sería desastroso para
Julius casarse con una chica doce años menor que él. Una chica de larga melena,
vestida con vaqueros y camisetas, siempre manchada de pintura porque trataba de
sobrevivir creando hermosas ilustraciones para libros.
Sus padres tenían razón, pensó con una mueca. Había sido un desastre desde el
principio. Lo que sucedió fue que estaba demasiado enamorada.
—Nunca te gustaron mis padres, ¿verdad? —preguntó Julius, molesto.
—Eso no tuvo nada que ver. No podíamos comunicarnos de ninguna manera.
A menudo pensaba que veníamos de planetas distintos.
—Nunca trataron de convencerme de que no me casara contigo.
—Porque fueron lo bastante astutos para saber que no podrían —comentó
Jessamy con amargura—. De cualquier forma, no tuvieron que disuadirte. Sólo se
sentaron a esperar a que todo se viniera abajo. No tuvieron que esperar mucho, ¿eh?
¡Apuesto a que hasta ellos se sorprendieron de lo poco que duró!
—Creo que eso sorprendió a todos… incluyéndome a mí —habló de mal
humor.
Su respiración era acelerada y de pronto perdió el control del coche. Otro
conductor tocó el claxon y, para alivio de Jessamy, Julius recuperó de inmediato el
dominio del automóvil.
—¿Por qué no te detienes, antes de que causes un accidente?
—Me detendré cuando lleguemos a nuestro destino —replicó.
—¿Y dónde es eso?
Él no respondió y a Jessamy no le pareció extraño.
Por las señales sabía que se dirigían a Oxford. «Qué bien, Oxford siempre está
lleno de gente», pensó con alivio. El tráfico lo obligaría a detenerse y ella huiría.
No sabía a dónde iría ni qué haría sin dinero en una ciudad desconocida. Pero
eso no parecía importarle; sólo deseaba alejarse de Julius.
Por desgracia, no cruzaron Oxford, sino que lo rodearon, con lo cual no tuvo
oportunidad de escapar. Poco después cogieron una carretera que los llevó a la
avenida principal de un pueblo. Luego, cogieron otro camino que ascendía y dejaba
atrás las casas, la iglesia con su alta torre y los edificios. Jessamy se dio cuenta de que
salían de Orfordshire y entraban a Cotswolds, con sus colinas, valles y pueblos de
piedra dorada.
¿Por qué iban ahí?, se preguntó con inquietud.
Según sabía, a Julius nunca le había gustado el campo. En los primeros días de
su matrimonio vivieron en el corazón de Londres, cerca de los negocios, centro de
arte y cultura. Al principio, creyó que era una reacción de Julius en contra de su lugar
natal y la elegante casa de campo en el hermoso pueblo de Sussex. Jessamy creyó que
él estaría harto de tanta tranquilidad rural y que querría vivir en una ciudad
cosmopolita. ¿Se había equivocado al respecto?, se preguntaba ahora. Quizá sólo
vivieron en Londres porque él pensó que ella así lo deseaba. Nunca hablaron de eso,
entre muchas otras cosas.
La carretera estaba vacía. Era pleno otoño y el tiempo aún era cálido y soleado.
A pesar de eso, Jessamy sintió frío. Estaba sucediendo algo que no comprendía, y
tenía el presentimiento de que no tenía mucho que ver con la carta.
La inquietud la embargó y se volvió para mirarlo.
—¿A dónde me llevas? —insistió, deseando obligarlo a responder.
—Pronto lo sabrás —replicó—. Ya casi hemos llegado.
Julius redujo la velocidad cuando se aproximaron a un pequeño pueblo. Las
casas se alineaban junto a la carretera, con sus paredes de piedra. Algunas rosas
colgaban de los muros; las margaritas y crisantemos formaban parches de colores, y
los árboles comenzaban a mostrar los otoñales tonos dorados.
Después subieron hasta el final del valle. Antes de llegar a éste, el sendero
formaba un claro bañado por el sol. En el centro había una pintoresca casa con
chimeneas altas, tejados a diferentes niveles y ventanas con enrejados.
Un estrecho sendero pasaba por un prado lleno de flores y con grandes árboles
que formaban parches irregulares de sombra.
El coche se detuvo frente a la casa, y Jessamy miró a su alrededor con el ceño
fruncido.
—Es bonita —concedió al fin—. ¿Por qué hemos venido aquí?
—Porque te vas a quedar aquí. Es el único lugar donde estarás a salvo.
—Pero no puedo quedarme aquí —protestó—. Está demasiado lejos de todo.
—¿Qué quieres decir con «todo»?
—Bueno, Londres, mi casa, las bibliotecas, donde puedo conseguir libros de
referencia, la civilización —terminó, exasperada.
escalera—. La cocina está detrás de la escalera, pero eso lo verás después. Te llevaré
primero a tu habitación.
Cuando llegaron al primer piso, él abrió otra puerta y Jessamy entró en una
espaciosa habitación con una enorme cama, muchos estantes, un cómodo sillón, una
mesa y sillas junto a la ventana.
—Si no te gusta ésta, puedes escoger cualquier otra —declaró Julius.
—Supongo que ésta está bien —señaló ella con deliberada falta de interés—.
¿En dónde duermes tú? —preguntó con cautela.
—Al final del pasillo, aunque puedo mudarme a otra área de la casa, si eso te
hace feliz.
—Nada de esta situación me hace feliz —replicó—. Y supongo que no importa
dónde duermas, aunque preferiría que te mudaras a tu apartamento en Londres,
mientras yo estoy aquí. ¡Así no tendría que hablarte, ni verte!
Su rudeza tuvo éxito, notó con satisfacción. Julius enrojeció y apretó los labios,
pero con gran esfuerzo, se obligó a permanecer calmado.
—Los dos nos quedaremos aquí, por lo que será mejor que te acostumbres a la
idea —dejó la maleta en el interior de la habitación—. Te dejaré para que te
acomodes. Baja cuando estés lista y te enseñaré el resto de la casa.
—No me interesa una visita guiada —indicó con frialdad—. No soy una turista.
¡De hecho, más bien me considero una prisionera!
—No tergiverses las cosas, Jessamy —le advirtió—. Tengo muy poca paciencia;
estoy seguro de que lo recuerdas bien.
Había muchas cosas que empezaba a recordar acerca de Julius, pero deseaba
olvidarlas tan pronto como fuera posible. Era peligroso evocar ciertas actitudes de
Julius.
—Vete —murmuró. Él obedeció y salió dando un portazo.
Jessamy ignoró la maleta junto a la puerta. Fue a la ventana y miró las flores, los
árboles, la hierba y las colinas alrededor de la casa. El sol brillaba a través del cristal,
y la bañaba, uniéndose al dolor de cabeza que empezaba a sufrir.
Era el último lugar donde quería estar. No le gustaba el campo y no le gustaba
Julius Landor. ¡Debía alejarse de él! El único problema era que no sabía cómo.
Capítulo 3
Jessamy se quedó mucho tiempo junto a la ventana. Después se volvió de mala
gana y empezó a acomodar sus pertenencias.
Odiaba hacerlo, ya que era un símbolo de derrota. Sin embargo, no tenía otra
opción. Era difícil creer que Julius cumpliera su amenaza de contarle todo a la
prensa. Hacía cuatro años que se habían separado y no sabía cuánto habría cambiado
él. De cualquier modo, ella no pensaba arriesgarse, ya que apreciaba mucho su
intimidad y no soportaría a un montón de periodistas en su vida.
Cuando terminó, se sentó junto a la ventana. No quería bajar, ni hablar, ni ver a
Julius. Lo peor era que no sabía cuánto tiempo permanecería ahí. Julius dijo que él se
encargaría, pero, ¿quién sabía cuánto se requería? ¿Y si nunca descubría quién había
mandado esa carta? ¿Qué haría ella entonces?
Jessamy tembló y decidió no pensar en eso. «Piensa positivamente», se
aconsejó. «Es la única forma de sobrellevar esta situación».
Pronto se aburrió del paisaje. Las aves trinaban, el sol brillaba, pero ella no
estaba de humor para apreciarlo. Frunció el ceño y salió a la escalera.
Estaba de tan mal genio, que ya no se tomaba la vida con tranquilidad. Julius la
hacía comportarse de ese modo.
Bajó y se dirigió a la parte posterior con la intención de ir a la cocina y
prepararse una bebida. La casa tenía un montón de habitaciones y le llevó tiempo
encontrar la bien equipada cocina.
Su humor empeoró cuando vio que Julius estaba allí.
—Estoy revisando la cena —informó—. Está casi lista.
—¿Cena? —repitió, arqueando las cejas—. ¡No sabía que cocinaras! ¿Qué vamos
a comer? —continuó con sarcasmo—. ¿Algo que tú mismo has preparado?
—Es guisado de pollo —respondió tranquilamente—. Y pude prepararlo yo,
pero en esta ocasión no fue así. La señora Copely es el ama de llaves cuando es
necesario. Ella limpia la casa, y de cuando en cuando me prepara la comida. La llamé
desde tu casa para decirle que llegaríamos más tarde y que dejara comida en el horno
—sus ojos brillaron un poco—. No creo que tú quieras cocinar.
—Tienes toda la razón —replicó—. No me importaría cocinar para mí, pero ya
no soy la sumisa ama de casa, Julius.
—Nunca lo fuiste —murmuró, y antes de que ella protestara, añadió—: Y yo no
quería que lo fueras.
—¿No? Entonces, ¿qué querías que fuera? ¡Ciertamente parecía que no te
agradaba mi forma de ser!
Jessamy respiraba con dificultad y podía sentir que su piel ardía.
en ella un deseo similar al de él, pero que también la espantó. Siempre había creído
que el amor debía hacerse con la mente y el cuerpo. Sin embargo, con Julius siempre
había sido algo muy físico, y Jessamy nunca había podido evitar responder a esa
enorme pasión.
Jessamy tenía el presentimiento de que Julius tampoco podía controlar los
recuerdos del pasado. Él respiró profundamente, se puso de pie y habló con calma:
—La vida no será muy agradable los próximos días si no hacemos más que
discutir.
—No espero que sean agradables —replicó—. Yo no quería venir aquí, y no
quiero quedarme. ¿Por qué no me dejas ir, antes de que la situación empeore?
—Te quedarás aquí —declaró con firmeza.
—¡Eres muy obstinado! —frunció el ceño.
—También soy tu marido y eso me hace responsable de tu seguridad.
—Eso es lo que más odio —estalló con violencia—. Ya no soy yo. Soy tu mujer,
una responsabilidad. ¡Soy alguien a quien hay que enseñarle un lugar seguro, como a
una niña que no puede cuidarse sola! Bueno, no soy nada de eso. Si no me
chantajearas, me iría de aquí.
Por un instante la mirada de Julius despertó a la vida. Jessamy dio un paso atrás
porque algo en su expresión la alarmó; después recordó que no era buena idea hacer
enfadar a Julius.
—Si te comportaras de un modo sensato por una vez en tu vida, no tendría que
amenazarte —indicó con tono firme—. Como los dos estaremos bajo el mismo techo
un par de días, quizá más, será mejor que establezcamos algunas reglas para no
matarnos.
—Me parece bien —contestó—. Siempre y cuando tengas en cuenta que quiero
verte lo menos posible. Y también quiero que sepas que deseo trabajar mientras estoy
aquí. No pienso sentarme todo el día a contemplar el techo.
Una expresión sombría se dibujó en el rostro de Julius cuando le dijo que no
quería verlo, pero se mantuvo tranquilo.
—Si quieres trabajar, no hay problema. ¿Qué necesitas?
—Una habitación con mucha luz natural y una mesa larga donde pueda poner
mis cosas. También necesito intimidad —añadió con mordacidad—. Nada de
interrupciones.
—En otras palabras —comentó tensamente—, aunque ésta sea mi casa, no
quieres que entre en esa habitación.
—Exacto. De hecho, no hay razón para que nos veamos. Esta casa es enorme y
podemos vivir sin vernos siquiera.
Él le lanzó una mirada iracunda.
—¿Qué sugieres? ¿Que dividamos la casa en dos?
—Bueno, supongo que no sería muy práctico —concedió—, y como has dicho,
es tu casa, así que eso te da algunos derechos.
—Gracias —respondió con sarcasmo.
—Sólo dame una habitación para trabajar y el resto del tiempo me mantendré
fuera de tu camino. Supongo que tendré que usar la cocina —añadió—, pero
podríamos establecer horarios, así no nos veríamos ni en las comidas.
—¿Y si por casualidad nos encontramos? —preguntó con un brillo peligroso en
los ojos—. ¿Fingimos que no nos hemos visto, nos disculpamos y nos escabullimos, o
qué?
—Claro que no —contestó, impaciente—. De cuando en cuando nos veremos,
pero podemos decirnos «hola» Y ya está.
—¿Estás segura de que tendrás la cortesía de saludarme?
A Jessamy no le gustó el sarcasmo en su voz, no era típico de él. Lo recordaba
como un hombre arrogante, abrumador, irritable, impaciente, pero nunca sarcástico.
—Es que trato de encontrar una solución a los problemas que tendremos si
vivimos bajo el mismo techo —afirmó con voz tensa—, pero si no estás dispuesto a
intentarlo y ser útil…
De pronto, Julius pareció muy cansado.
—Está bien —aceptó, y se puso de pie—. Seré tan útil como quieras. Te daré
una habitación para que trabajes y me volveré cuando te vea venir. Me quedaré fuera
de la cocina cuando tú quieras usarla. ¿Quieres que empecemos con este acuerdo de
inmediato? ¿Me salgo de la cocina con mi plato para que no comamos juntos?
Jessamy lo miró con suspicacia. Julius nunca se rendía. Por otro lado, sería
mejor llegar a un acuerdo para evitar más discusiones. Era un día largo y cansado y
admitía que estaba tan fatigada como él.
Era curioso, pero tampoco deseaba cenar sola. Sabía que carecía de sentido, ya
que deseaba estar lejos de él, pero de pronto sintió la necesidad de compañía
humana, aunque fuera la de Julius. Suponía que la tensión del día la había afectado.
Si se sentaba sola en esa cocina extraña, no soportaría el silencio de la casa.
—Supongo que podemos cenar juntos —murmuró—. Sólo por esta noche —
añadió deprisa, para que él no la interpretara mal.
—Sólo por esta noche —repitió él.
Julius sirvió el guisado y comieron sin charlar. La comida era muy buena, pero
Jessamy comió automáticamente y no la saboreó. Julius apenas comió y sus ojos
castaños estaban fijos en Jessamy.
—¿Por qué me miras? —preguntó, molesta.
—¿Te estoy mirando? —parecía realmente sorprendido—. No me he dado
cuenta.
Después de eso, no la miró más. Por alguna razón, eso resultaba igual de
molesto. Tan pronto como terminó su comida, Jessamy se puso de pie.
Admitía que el paisaje era hermoso. Los colores de las flores destacaban a la luz
matutina; una capa de rocío cubría la hierba y las hojas de los árboles estaban
inmóviles.
Se vistió y salió de la habitación. La casa y el jardín se encontraban en silencio y
ella no estaba acostumbrada a eso tampoco. Por lo general, oía música que provenía
del apartamento de las modelos, la llamada a la puerta del cartero, el tintineo de las
botellas cuando el lechero llegaba…
Fue a la cocina y se alegró de que estuviera vacía. Echó un vistazo a los estantes
y notó que había bastantes provisiones, aunque ella sólo deseaba café.
Estaba hirviendo el agua cuando la puerta se abrió y Julius entró. Sus ojos
brillaron por un momento después asumió una expresión inescrutable.
—No creí que estuvieras levantada —comentó.
—Me ha debido de despertar tanto ruido —replicó con sarcasmo.
Julius casi sonrió.
—El silencio es extraño —reconoció—, pero después de un par de días, ya no lo
notarás.
—¡Después de un par de días espero estar en mi casa! —exclamó.
La media sonrisa de él desapareció por completo.
—Quizá me lleve más tiempo descubrir quién envió la carta —dijo.
Jessamy lo miró con curiosidad. No la retendría durante más tiempo de lo
necesario, ¿o sí? No, claro que no. ¿Por qué iba a hacerlo? A Julius no le gustaría vivir
con ella en las actuales circunstancias.
—Supongo que quieres café, ¿no? —murmuró, un poco molesta.
—Sí —respondió, y la miró desafiante—. Es decir, si no te importa que estemos
los dos en la misma habitación, claro.
—Sé que dije que no había necesidad de que pasáramos tiempo juntos, pero no
hay que ser extremistas —señaló—. De cualquier forma, es sensato llegar a un
arreglo en todo esto. Para empezar, podríamos establecer un horario para usar la
cocina. Empezaremos hoy. ¿Quieres comer antes que yo o después?
De pronto, Julius apretó los labios con fuerza.
—Esto es ridículo —protestó—. ¿No podemos comer juntos de cuando en
cuando? Somos dos adultos maduros y civilizados. ¿Por qué debemos comportarnos
así?
—Porque no me siento ni madura ni civilizada cuando estoy contigo —estalló
de modo violento—. Y no me gusta sentirme así, por eso trato de evitarte.
Lo miró, furiosa. Sabía que había cometido un grave error, ya que había
revelado demasiado. Sin embargo, no había podido contenerse.
—Y yo era demasiado joven para comprender, demasiado joven como para que
me explicaras lo que hacías, lo importante que era para ti. ¡Pero no lo era para
casarme contigo!
Los ojos de Julius brillaron.
—Yo no planeaba casarme en esa época, pero llegaste tú, hermosa, inocente…
Sabía que no debía precipitarme, mis instintos me indicaban que esperara, pero no
pude resistirme a ti.
—Qué lástima para los dos que no hayas tenido más fuerza de voluntad —
comentó Jessamy con amargura—. Hablemos de Eleanor, ya que pronto estará aquí.
¿Ha cambiado con los años? ¿Sigue siendo fiel? ¿Aún está enamorada de ti?
—¡Ya basta, Jessamy!
—¿La usaste para consolarte cuando nos separamos? —continuó—. Qué tonto
si no lo hiciste. Ella siempre te ha deseado, y siempre me ha odiado.
Había ido demasiado lejos, lo sabía, pero no podía retroceder.
—¿Estás celosa de Eleanor? —preguntó él de pronto.
—Cuando nos casamos, lo estaba. Tú pasabas más tiempo con ella y sentía que
hasta te conocía mejor que yo. Pero no cometas el error de creer que estoy celosa
ahora —añadió con violencia—. Por mí, puede tenerte. Ya no me perteneces. De
hecho, creo que nunca me perteneciste en absoluto.
—¿Ni siquiera cuando yacías tan cerca de mí y la piel de ambos se fundía? —
retó con suavidad.
Jessamy se horrorizó por las vívidas imágenes y las evocaciones que él producía
en su mente.
—Quizá hayas yacido así con docenas de mujeres —replicó, sin recapacitar
sobre lo que decía.
—Aun así, ¿crees que fue como fue contigo?
Jessamy miró con desesperación hacia la puerta. ¡Debía salir de allí!
—No sé —respondió con indiferencia—. Cuando estábamos casados, nunca creí
que te acostaras con otra. Supongo que era demasiado joven e ingenua para darme
cuenta de que habías tenido una vida sexual muy activa antes de conocerme. Ahora
ya no me importa, en absoluto —repitió con vehemencia.
—¿Estás segura de eso? —la miró con una intensidad tal que Jessamy sintió que
le ardía la piel.
—¡Ah, sí, muy segura! Pasé cuatro años asegurándome de que no me importara
más. No quiero volver a pasar por algo como nuestro matrimonio. ¡Prefiero
quedarme soltera y estar sola durante el resto de mi vida!
Julius iba a decir algo, pero Jessamy no deseó oír más. Abrió la puerta y salió
corriendo de la casa.
Capítulo 4
Jessamy estaba en medio del camino cuando divisó un coche. Este se detuvo a
unos metros de ella y el estómago se le revolvió cuando la puerta se abrió y salió
Eleanor.
Parecía que no había cambiado en cuatro años. Alta y delgada, de pelo dorado
peinado a la perfección y ropa impecable. Tenía la misma edad que Julius, pero su
piel era tersa. Era el tipo de mujer que atraía las miradas y muy deseable.
«La elegante Eleanor»; así la llamaba Jessamy, y era la definición más adecuada.
Todo en ella era clásico y elegante.
Sin embargo, ese día parecía alterada y una expresión extraña se dibujó en su
rostro cuando la vio.
Jessamy tampoco deseaba verla. Su corazón aún palpitaba con fuerza después
de la escena con Julius; su piel estaba caliente y húmeda y sus ojos se encontraban
demasiado brillantes. Comparada con Eleanor, se sentía desaliñada. Como siempre,
llevaba puestos unos vaqueros descoloridos y una camiseta; su larga melena le caía
suelta por la espalda. Se sentía muy cómoda con ropa informal, pero de pronto deseó
haberse vestido bien.
—Hola, Jessamy —la saludó Eleanor con voz fría y elegante—. Creí que estarías
en el apartamento de Londres. No esperaba encontrarte en el refugio de Julius.
—Yo tampoco —replicó concisamente.
Eleanor frunció el ceño.
—Cuando Julius me llamó anoche, no mencionó que estabas aquí.
—Bueno, ya conoces a Julius —dijo—. Nunca da detalles sobre su vida personal
—la miró con curiosidad—. ¿Por qué pensaste que estaba en el apartamento de
Londres?
—Bueno… hay rumores de que os habéis vuelto a unir.
Por su tono era obvio que no le gustaba nada la supuesta reconciliación. A
Jessamy no le importaba, ya que no era asunto de Eleanor. Lo que sí le molestaba era
que Eleanor hablara de Julius con tal familiaridad. Era lógico, ya que era su secretaria
desde hacía diez años, pero por alguna extraña razón sus nervios se alteraron.
Eleanor la observó de pies a cabeza. Al fin levantó la cabeza y sonrió con
seguridad. Obviamente, pensaba que Jessamy era incapaz de mantener el interés de
Julius durante mucho tiempo. ¿Por qué un hombre como él se sentiría atraído por
una chica tan vulgar?, parecían decir esos fríos ojos verdes. Quizás fuera una
novedad para Julius, pero pronto se cansaría de ella.
Por otro lado, Jessamy se sentía satisfecha porque al parecer, Eleanor no ejercía
control alguno sobre Julius.
El ruido de pasos detrás de ellas dio por termina da la confrontación.
—Hola, Eleanor —saludó Julius—. Gracias por venir. ¿Has traído los archivos
que te pedí?
—Sí, todo está en el coche —respondió.
—Bien —miró a Jessamy—. Veo que ya has visto a mi mujer.
—Sí —esa sola palabra decía mucho.
—¿Estás lista para trabajar? —preguntó, cortante.
—Claro. Ya sabes que hago todo por ayudar.
«¡Sí de verdad quieres ayudar, vete»! Pensó Jessamy, enfadada. La situación era
ya demasiado difícil sin Eleanor.
La mujer se inclinó en el interior para sacar las cosas, mostrando sus largas y
esbeltas piernas.
—Trabajaremos en la habitación de siempre —declaró Julius con el mismo tono
cortante—. Ve allí; yo te alcanzaré en unos minutos.
Tan pronto como Eleanor entró en la casa, Jessamy se volvió hacia Julius.
—Así que trabajaréis en la habitación de siempre, ¿eh? ¡Es evidente que Eleanor
viene muy a menudo!
—Sólo ha venido dos veces, cuando he necesitado documentos muy
importantes.
—Pero alguien que sólo ha venido dos veces, parece muy familiarizado con la
casa —replicó Jessamy—. Además, he visto que ha traído mucho trabajo con ella. No
me sorprendería que no lograrais terminar en un día y que tuviera que pasar la
noche aquí.
—Es posible —comentó él con frialdad.
—¿Y soléis hacer eso?
—¿Te molestaría si así fuera?
Sus ojos se fijaron en ella, como si encontrara muy interesante su reacción.
Demasiado tarde, Jessamy se dio cuenta de que había caído en una trampa. No
debería mostrar el menor interés en la relación entre Julius y su secretaria.
—¡Claro que no! —contestó de inmediato, pero no pareció sincera.
Julius sonrió de modo perturbador.
—No, claro que no —repitió. Sus ojos brillaban como si la conversación los
iluminara.
Por suerte, Julius no dijo más, sino que regresó a la casa, dejando a Jessamy con
el ceño fruncido. ¿Por qué actuaba así y decía tonterías? Julius comenzaba a llegar a
una conclusión equivocada, y eso la molestaba.
Esperó a que Julius desapareciera y regresó despacio a la casa. Se pondría a
trabajar para no pensar en él ni en el hecho de que estaría solo con su secretaria.
interesa la perfección. Quería un hogar, alguien a quien pudiera amar, alguien con
quien relajarse. Me quería a mí y déjame decirte algo más, Eleanor, has estado con él
durante diez años y es obvio que nunca querrá más contigo. Tal vez yo lo haya
perdido, pero tú nunca lo tuviste, ¡y nunca lo tendrás!
La mujer estaba pálida y Jessamy supo que había sido muy cruel. Sin embargo,
fue Eleanor quien comenzó la discusión y quien se metía en asuntos que no le
incumbían.
Eleanor abrió la puerta del coche y se volvió y le lanzó una mirada furiosa.
—¿Crees que lo puedes recuperar? —preguntó, tensa—. ¿Por eso estás aquí?
Bueno, no puedes. No tienes ni la menor oportunidad, y aunque ese milagro
sucediera y él decidiera intentarlo, todo terminaría igual que la primera vez.
Fracasarías de nuevo porque no has cambiado, en absoluto.
—Te equivocas, Eleanor —replicó—. Quizá sea la misma en el exterior, pero soy
una persona diferente. Además, te equivocas en algo más. Yo no quiero recuperar a
Julius, aunque eso no cambia nada para ti, porque conmigo o sin mí, él nunca
acudirá a ti. Deberías hacer lo que yo hice: olvidarte de él y comenzar de nuevo.
Eleanor ignoró el consejo.
—Si comenzaste de nuevo, ¿qué haces aquí? —la retó.
—Créeme que no fue elección mía.
—Lo dudo y evitaré que vuelvas a destrozar la vida de Julius.
—¿Y no crees que mi vida también se destrozó? —preguntó, furiosa—. ¡Me he
pasado los cuatro últimos años recogiendo los pedazos!
—Te lo merecías —comentó con frialdad—. Y espero que seas infeliz toda tu
vida.
Con eso, se metió en su coche y se alejó deprisa.
Jessamy se quedó paralizada y comenzó a temblar por la impresión. ¿Por qué se
habría metido en esa tonta discusión?, se preguntó, irritada.
Estaba tan alterada que no oyó el ruido de pasos detrás de ella.
—¿Ya se ha ido Eleanor? —preguntó Julius.
—Sí… —se sobresaltó—. Sí, ya se ha ido —repitió con disgusto—. ¿Por qué?
¿Querías decirle algo?
—Nada importante. Puedo llamarla a la oficina mañana —entornó los ojos—.
¿De qué hablabais?
—Nada importante —respondió.
—¿No? —arqueó una ceja—. De lejos parecía una charla muy interesante.
—¡No era interesante! —sacudió la cabeza—. Era…
—¿Qué Jessamy? —preguntó, traspasándola con la mirada.
—¿Por qué la trajiste aquí? —murmuró—. Sabes que no nos llevamos bien.
¿Qué debía hacer?, se preguntó con inquietud. ¿Llamar a la policía? Pero sería
muy tonta si sólo se trataba de un niño del pueblo. ¿Qué otra opción tenía? ¿Coger
algún objeto contundente y bajar a enfrentarse al intruso?
Miró otra vez, pero no vio movimiento alguno.
«Quizá te hayas equivocado», se dijo. «¿Por qué no regresas a la cama y olvidas
todo?»
Emitió un leve suspiro. No podía hacer eso. Estaría inquieta toda la noche y eso
sería una molestia porque necesitaba dormir.
Decidió ir al jardín y echar un vistazo. Si no había nadie, podría regresar y
dormir tranquila. Y si había alguien, tampoco pensaba ser valiente. Correría y
gritaría.
Se puso una bata y unas sandalias. Abrió la puerta y bajó despacio.
Cuando salió al jardín, por la cocina, sintió un temblor que nada tenía que ver
con el aire otoñal. Sus sandalias no hicieron ruido cuando cruzó la terraza y se dirigió
hacia donde había creído ver algo o a alguien.
Ahora que estaba ahí, no le parecía una buena idea. De hecho, era una tontería.
¿Qué pasaría si alguien la atacaba? Semejante posibilidad la alarmó y tragó saliva. Si
alguien estaba en el jardín, que se quedara ahí. ¡Ella no se arriesgaría!
Jessamy se volvió para regresar y chocó contra un cuerpo duro y cálido. Gritó
cuando unos dedos fuertes la rodearon.
—Menos mal que no tenemos vecinos —señaló Julius—. Si los tuviéramos,
todos estarían despiertos ahora.
Jessamy se soltó del abrazo de su marido.
—¿Qué haces aquí? —preguntó.
—Eso mismo te pregunto.
—Vi algo que se movía en el jardín.
—¿Un intruso? —preguntó.
—No sé —admitió—. Quizá fuera un arbusto o un animal.
—¿Dónde lo viste?
—Allí —señaló la pared.
—Espera aquí —ordenó de inmediato—. Iré a ver.
—¿Tú solo?
—¿Quieres venir conmigo? —preguntó con suavidad.
—No —tembló—. Lo siento, pero soy cobarde para estas cosas.
—Entonces, ¿qué hacías aquí?
—No sé —admitió—. Supongo que fue un impulso, pero después me arrepentí.
¡Este jardín es fantasmal! Se oyen cosas en las sombras.
Capítulo 5
Ese desconcertante encuentro con Julius le quitó a Jessamy el sueño.
Cuando llegó a su habitación, echó el cerrojo y paseó de un lado a otro, sin
poder pensar bien.
Fue a la ventana y vio que Julius regresaba despacio a la casa. Lo contempló
como si no pudiera quitarle la vista de encima.
Como si lo presintiera, Julius miró a la ventana y Jessamy se retiró bruscamente.
No quería que supiera que lo observaba. De hecho, había miles de cosas que no le
dejaría saber.
Después de un rato, Jessamy decidió acostarse, porque se derrumbaría si no
descansaba. Quizá ya se había derrumbado y no se había dado cuenta.
Pasó las siguientes horas mirando la oscuridad. Después, la fatiga la invadió y
se durmió. Pronto comenzó a soñar situaciones confusas y perturbadoras sobre
Julius. El pasado y el presente se mezclaban, él la besaba y después le gritaba; la
besaba y la ignoraba. Imágenes sensuales se filtraban en su mente y sintió las manos
de Julius en su piel, el calor y la dureza de su cuerpo…
Despertó sobresaltada y experimentó un dolor que alguna vez le había
resultado familiar. Emitió un gruñido y arrojó la almohada con furia. Antes de ir ahí,
su vida estaba organizada; no era perfecta, pero pasaba los días y las noches sin
mucho problema y en ocasiones era feliz.
Ahora, algo iba mal. Todo había empezado con la llegada de esa carta y
terminado con el beso. Sólo que tenía el temible presentimiento de que no era el final,
sino el principio de algo.
Se acurrucó, temerosa de volver a soñar, y se obligó a permanecer despierta.
Cuando la mañana llegó, Jessamy se sentía destrozada. Se levantó de la cama y
se miró al espejo. Tenía un aspecto terrible.
Una larga ducha la ayudó un poco.
Esa mañana parecía desgastada, incluso su pelo había perdido brillo.
—Quizá sea bueno —murmuró—. Si Julius te ve así, se arrepentirá de haberte
besado.
Tan pronto como pronunció su nombre, se puso a temblar. ¡Era ridículo! Un
beso no era importante. No se molestaría en tomarlo en cuenta, ya que no volvería a
pasar.
La joven se vistió y permaneció en la habitación una hora. Después, se molestó
consigo misma. Tenía veinticuatro años y podía controlar su vida; no necesitaba
esconderse como una niña asustada.
Abrió la puerta y bajó con decisión. Cuando pasó por el vestíbulo vio el coche
de Eleanor aparcado fuera.
—¡No quiero que vuelva! —gritó Jessamy—. Además, ¿crees que la ruptura fue
fácil para mí?
—Parece que te recuperaste bien. Tienes un trabajo, una casa y quizá muchos
hombres en tu vida.
—Y claro, Julius ha vivido como un monje estos años —se burló—. La prensa
inventó sus idilios con tantas mujeres, ¿no?
Jessamy se molestó por admitir que había leído los periódicos. De hecho, la
conversación se escapaba de su control. Deseó no haberla empezado.
—¿Por qué no te largas de aquí? —preguntó—. Regresa a Londres.
—No te preocupes, ya me voy —dijo Eleanor con calma—. Sólo quería echarte
otro vistazo para ver si de verdad habías cambiado, pero no, Jessamy. Cinco años
atrás, cuando te casaste con él, eras la persona equivocada, y aún lo eres. No necesito
preocuparme por ti. Nunca serás parte permanente de la vida de Julius.
—No lo quiero ser —replicó con demasiada violencia—. Ahora veo que eres
una persona enferma, Eleanor. Todos estos años has perseguido algo que no puedes
tener. Sólo una masoquista pasaría su vida haciéndolo. Es decir, ¿qué sacas de eso?
Sabes bien que nunca dejarás de ser su secretaria.
—Quizá eso sea suficiente para mí —comentó con firmeza.
—¡No puede ser!
—¿Por qué no? Al menos, yo paso casi todos los días con él. Incluso cuando
estabais casados, yo lo veía más que tú. Durante los cuatro años pasados, tú no lo
viste, y en cambio yo pasé nueve o diez horas diarias con él. Viajé al extranjero con él,
lo ayudé a organizar sus negocios y siempre estoy ahí cuando me necesita. Dime,
Jessamy, ¿quién crees que está más unida a Julius?
Las palabras de la mujer la asombraron. Nunca se había dado cuenta de cuánto
tiempo pasaban juntos ella y Julius ni de lo unidos que estaban.
Jessamy se horrorizó cuando una ola de celos la invadió. La molestó que su
rostro lo mostrara, así que se volvió.
—Tengo que trabajar —explicó con voz trémula—. Si quieres café, tómalo. Si
no, lárgate de aquí. No eres bienvenida, Eleanor.
Corrió por el vestíbulo e instintivamente cruzó la puerta que conducía al jardín.
La casa la sofocaba y necesitaba respirar bien.
Salió y tomó bocanadas de aire fresco. Se apoyó contra la pared. La ola de celos
la espantó. Cualquier respuesta emocional relacionada con Julius la atemorizaba.
Para salvarse, no debía sentir nada por él, en absoluto.
—¿Se ha ido Eleanor? —preguntó Julius detrás de ella.
Jessamy abrió los ojos y cerró deprisa cuando vio a su marido. No deseaba verlo
en ese momento. Era un momento desastroso para enfrentarse a él.
—¿Qué pasa? —continuó—. ¿Te sientes bien?
que ella pasaba mucho tiempo conmigo y eso te molestaba. Trabajaba conmigo antes
de que nos conociéramos y creíste que ella me conocía mejor que tú. Odiabas eso.
—Tonterías —murmuró—. No me agradaba, eso es todo. Esos sentimientos son
instintivos y duraderos. Pero eso aún me desagrada.
—¿Y los celos no tienen nada que ver?
—¿Celos? —repitió con tanta incredulidad como pudo—. ¿Crees que estoy
celosa de Eleanor porque ella pasó cuatro años contigo y yo no?
De inmediato supo que no debía haber dicho eso. Si de verdad le fuera
indiferente, no habría reaccionado así.
Los ojos de Julius tenían un brillo de triunfo.
—Traer a Eleanor aquí fue una buena idea —murmuró—. Me ha revelado cosas
que nunca me dirías.
—¿De qué hablas? —preguntó, enfadada.
—En cuanto la viste, comenzaste a discutir con ella —dijo, acercándose—. Aún
te afecta, ¿verdad, Jessamy? Y se debe a que yo aún te afecto.
—¡No! —exclamó de inmediato.
—Y ese beso de anoche, también —continuó él.
—Ese beso no significó nada —mintió, furiosa.
Julius sonrió con ironía.
—No te creo, pero podrías tratar de convencerme.
—¡No tengo que convencerte de nada!
—Yo creo que sí.
—Está bien, ¿cómo te convenzo? —lo retó.
—Es fácil —su sonrisa se profundizó—. Volveremos a besarnos y podrás
demostrarme lo indiferente que te soy.
No lo haría, decidió Jessamy. Dudaba de su capacidad para permanecer
indiferente a Julius.
—Oh, no —replicó—. Ya te he dicho que no voy a jugar contigo y mucho menos
a estos juegos.
—¿Por qué no? ¿Me tienes miedo? —la provocó.
—Déjame en paz, Julius —se hartó.
—Ojalá pudiera —declaró con un tono que la hizo mirarlo.
—¿A qué te refieres?
Sus ojos brillaban intensamente.
—Ojalá pudiera olvidarte. Ojalá me fueras indiferente. Ojalá fuera todo lo que
tú finges ser.
—He cambiado y créeme que haría cualquier cosa con tal de retenerte aquí —la
miró con firmeza.
—¿Por qué es tan importante que me quede? —exigió saber—. ¡Eso es lo que no
comprendo!
—Sí, sí comprendes —replicó, sin dejar de mirarla—. Comprendes muy bien.
Jessamy tembló, porque temía que tuviera razón. Empezaba a comprender por
qué la quería allí.
—No será bueno que quieras retenerme aquí —comentó con voz apagada—. No
puedes tenerme, Julius. Nunca será lo mismo.
—Lo sé y no quiero que sea lo mismo.
—Entonces, ¿qué quieres? —estalló, frustrada—. ¿De qué se trata todo esto?
Julius parecía controlado. El destello en sus ojos desapareció y su rostro
adquirió otra expresión.
—Se trata de recuperar algo de sensatez.
—¡No me necesitas para eso!
—Te equivocas —indicó—. Por eso planeo retenerte aquí.
Jessamy lo miró, desafiante.
—¿Y qué pasará si me voy sin pensar en las consecuencias?
—No lo harás —la miró fijamente—. Tú no serías la única que saldría afectada
por la intervención de la prensa. ¿Qué tal tu familia, Jessamy? Siempre estuviste muy
unida a ellos; de hecho, era una de las cosas que envidiaba de ti. ¿Cómo crees que se
sentirían si se enteraran de detalles de tu vida privada en todos los periódicos?
La joven luchó contra las lágrimas de frustración, porque Julius tenía razón. Su
familia sufriría mucho. Trataba de convencerse de que él no cumpliría su amenaza,
pero ya llevaban cuatro años separados. ¿Qué pasaría si él se había vuelto más
despiadado? Ya sabía que podía ser muy obstinado cuando deseaba algo.
—¿Estás seguro de que tú no mandaste esa carta? —preguntó Jessamy—. Así
tendrías una excusa para tenerme aquí como prisionera, ¿no?
—No, yo no la mandé —respondió con sinceridad—. Recuerda que traté de que
no la leyeras. No quería que te hirieran.
—¡No querías que me hirieran! —estalló—. ¡Hace cuatro años me abandonaste!
—gritó—. ¿Crees que eso no me hirió?
—Tú hiciste que fuera imposible que me quedara —comentó con voz tensa.
—¿Yo? —repitió, incrédula.
Julius hizo un intento por mantener la calma.
—Jessamy, no quiero pelearme contigo. Quizá podrías ser tolerante y lograr
algo en los próximos días.
—No quiero lograr nada —negó—. ¡Tampoco quiero ser tolerante!
—Entonces, será mejor que hablemos cuando estés de mejor humor —sugirió
Julius, y caminó hacia la puerta.
—Nunca me sentiré de mejor humor estando aquí como prisionera —advirtió
de modo violento.
Julius se volvió e hizo una mueca.
—No me importa cómo te sientas. Lo importante es que estés aquí… conmigo.
Salió, y el mal humor de Jessamy se desvaneció en un profundo sentimiento de
intranquilidad.
¿Qué había querido decir con ese último comentario? ¿Qué tramaba Julius?
¿Qué quería de ella?
¡Fuera lo que fuera, no lo obtendría! Había sobrevivido cuatro años sin él; ya no
lo necesitaba.
Julius sabría que su mujer había adquirido mucha fuerza de voluntad, que
había luchado por hacerse una nueva vida… y no tenía espacio para un marido.
Capítulo 6
Jessamy pasó el resto del día evitando encontrarse con Julius. Él la dejó sola
todo el tiempo para que su humor cambiara.
La joven trató de trabajar, pero no pudo. Los dibujos carecían de interés. Los
rompió y los arrojó a la papelera.
Después de una cena temprana, se retiró a su habitación. La maleta seguía en la
cama, con la ropa. La miró, después suspiró y comenzó a guardar todo en el armario.
Aunque no se lo esperaba, durmió unas cuantas horas, pero eso no la ayudó
mucho. Se despertó sintiendo los párpados pesados y con un fuerte dolor de cabeza.
Apenas probó el desayuno y después vagó por el jardín. Una brisa fría indicaba
que era otoño, aun que el sol era brillante y el cielo muy azul. Jessamy se cubrió los
ojos y deseó que lloviera. Deseaba que el tiempo fuera gris para que combinara con
su estado de ánimo.
—¿Estás más amistosa esta mañana? —preguntó Julius detrás de ella.
Jessamy saltó con violencia, ya que no se lo esperaba.
—Ojalá me dejaras en paz —murmuró.
—Ojalá pudiera —replicó.
—No empieces con eso otra vez. ¡No estoy de humor!
Julius observó su rostro.
—Sí, ya veo. ¿Qué pasa?
—No necesitas preguntarlo —respondió—. Tengo dolor de cabeza, estoy
atrapada en esta maldita casa, te pasas el tiempo molestándome y no puedo trabajar.
—¿Por qué no?
—¡Quizá porque hay demasiadas distracciones!
—¿Eso me incluye a mí? —preguntó, pensativo.
Iba a responder que sí, pero se detuvo. ¡Si lo hacía era como admitir que él
ejercía algún poder sobre ella!
—Claro que no —respondió, tensa.
No la llamó mentirosa, pero era obvio que así la consideraba. Jessamy lo miró
con furia y se volvió.
—Quizá debas pasar algunas horas lejos de la casa —sugirió Julius.
—Creí que querías tenerme aquí —replicó—. Que no podía salir de la casa y sus
alrededores.
—No seas ridícula —protestó—. Puedes ir adonde quieras siempre y cuando
regreses —sacó unas llaves del bolsillo—. ¿Quieres mi coche?
Julius se sorprendió.
—¿Castillos? —repitió.
—Mis ilustraciones incluyen castillos —explicó—. Veo las imágenes en los
libros, pero ninguna de ellas me inspira. Necesito ver algo real.
—Hay un par de castillos a menos de una hora de aquí. ¿Quieres ver uno que
aún está intacto, o una ruina romántica?
—Los dos —respondió—. Quizá podrías dejarme en la estación de autobuses o
el tren y yo podría llegar sola.
—¿Cómo pagarás el billete? —preguntó delicadamente.
—Ya veré —respondió con el ceño fruncido.
—¿Aumentando tus deudas con el banco?
—¡Eso no es asunto tuyo! —deseó que dejara de hablar de dinero. La hacía
sentirse una incompetente en sus negocios.
—Ve a traer tu equipo —sugirió—. Te espero en el coche en cinco minutos.
Iba a entrar en el estudio cuando se detuvo en seco. ¿Era una buena idea?, se
preguntó. Su plan era evitarlo mientras estuviera allí, ¿no? Entonces, ¿por qué
aceptaba que la llevara?
Saldría de esa casa por un rato, se dijo dando un suspiro. Eso era más
importante que huir de Julius. Quizá unas horas aliviarían la sensación de
claustrofobia que la invadía. Además, Julius parecía estar de excelente humor y ella
podía tratar con él cuando estaba así.
Salió con su material metido en una bolsa de lona y Julius ya estaba en el coche.
Jessamy se sentó a su lado y suspiró aliviada cuando salieron de la casa.
Transitaron por carreteras solitarias, atravesaron pequeñas poblaciones. De
pronto, Jessamy gritó:
—¡Detente!
Julius frenó con violencia, provocando una nube de polvo.
—¿Qué pasa? —preguntó con el ceño fruncido.
—Ahí hay una parada. Puedes dejarme aquí.
Sin responder, Julius puso el coche en marcha.
—Julius, quiero coger el autobús —insistió, disgustada.
—¿Ves alguno?
—Bueno… no, pero ya pasará uno.
—No estamos en Londres —le recordó—. Los autobuses no pasan cada cinco
minutos. En estos pueblos sólo pasan dos autobuses al día.
—Ah —expresó con tono apagado—. Entonces, llévame a la estación. Cogeré un
tren.
—Es gracioso estar sentada aquí al sol y pensar en todas esas cosas que pasaron
hace siglos.
—Nuestra vida parece insípida en comparación —comentó Julius con seriedad.
—¿Tu vida es insípida? —arqueó una ceja.
—No desde que llegó la carta amenazadora —replicó.
Jessamy se estremeció.
—No quiero hablar de eso. No puedo trabajar si me distraigo, y esa carta me
distrae.
—¿Y yo también te distraigo? —preguntó, mirándola fijamente.
—Claro que no —sus dedos temblaron y estuvo a punto de soltar el lápiz. Se
puso de pie con rapidez—. Ya he terminado con esta parte del castillo —murmuró—.
Continuemos.
Julius no dijo más y Jessamy pasó la siguiente hora dibujando columnas, torres,
puertas y secciones de muros, concentrada en lo que hacía.
El río Avon corría al pie de la colina donde se hallaba el castillo. Julius caminó
hacia allí y miró el agua tranquila.
—Si cruzamos el río, tendrás una vista completa del castillo —señaló.
—No quiero una vista completa. Sólo necesito pequeñas secciones. En mis
ilustraciones podré juntarlas como quiera y crear un castillo propio.
—¿Cuánto tiempo más necesitas? —preguntó, mirando su reloj—. Tengo
hambre.
—Sólo quiero terminar esta torre.
Dibujó los detalles con seguridad y después guardó su libreta.
—Bien, ya he terminado.
Caminaron al pueblo y se detuvieron en un pequeño restaurante.
—Parece bueno —anunció Julius, y fue hacia la entrada.
Jessamy se rezagó.
—¿No podemos ir a un lugar menos… caro?
—¿Por qué? —preguntó, sorprendido.
—No estoy vestida para un lugar así —miró su ropa de mala gana.
—¿No? —miró los vaqueros y la camiseta—. No, supongo que no. Para mí la
ropa no es importante.
Jessamy hizo una mueca.
—No creo que el dueño piense lo mismo —lo miró con curiosidad—. ¿Te
gustaría que llevara ropa cara, de diseño?
Capítulo 7
Regresaron a la casa en silencio. La tormenta se desvaneció poco a poco y sólo
quedaron algunas nubes grises en el horizonte y algún trueno esporádico en la
distancia. El ambiente era bochornoso cuando el sol volvió a asomarse.
El humor de Jessamy seguía siendo tormentoso, y ni un rayo de sol podría
penetrarlo.
A su lado, Julius tenía los ojos fijos en la carretera. En todo el trayecto no la
miró, como si no estuviera allí con él.
Cuando llegaron, Jessamy bajó rápidamente y fue al estudio.
—Trabaja —se ordenó al poner la libreta en la mesa—. Eso tienes que hacer.
Trabajar, enfrascarte en las ilustraciones y olvidar todo.
Era difícil, sobre todo cuando miró los apuntes que había hecho en Kenilworth.
Su lápiz había captado la atmósfera sombría. Julius no estaba en ninguno de los
dibujos, pero era como si pudiera verlo; podía percibir la repentina pesadumbre en
sus ojos.
Apartó los bocetos con violencia y trató de trabajar sobre los esquemas de
Warwick.
Sin embargo, seguía viendo a Julius. Al final, arrojó el lápiz y fue hacia la
ventana.
El jardín estaba precioso a la luz dorada de la tarde. Las flores florecían al sol y
las hojas se movían, adquiriendo las tonalidades otoñales.
Jessamy se sintió molesta ante tanta tranquilidad cuando ella se sentía tan mal.
«¡Maldito Julius!», murmuró con ira. ¿Qué derecho tenía de entrar en su vida y tratar
de desbaratarla otra vez?
El resto del día pasó con lentitud pasmosa. No podía comer, ni concentrarse, ni
hacer nada más que vagar de un lado a otro, temerosa de salir y encontrarse con él.
Por la noche, fue descalza a su habitación para que no la oyera. Echó el cerrojo y
se relajó un poco. Durante unas horas estaría a salvo. Ni Julius sería capaz de romper
esa pesada puerta.
Después de revolverse con inquietud durante la noche, pudo dormir un par de
horas y se despertó molesta consigo misma. ¿Por qué se comportaba así? Era ridículo
perder el control. Era Julius quien tenía problemas, no ella. Que se las arreglara él
solo. Ella no tenía nada que ver.
Se dio una ducha casi fría, se puso unos vaqueros y una camiseta que no estaba
demasiado manchada. Se recogió el pelo y se acercó al espejo.
Vio una imagen familiar. Una chica que parecía mucho más joven, un poco
bronceada y saludable, aunque empezaban a aparecer ojeras. Jessamy suspiró. ¿Qué
había visto Julius en una chica de diecinueve años para casarse con ella, sin conocerla
bien?
Sabía que no había sido sensato por parte de él, que su sentido común le
recomendó que esperara, que lo tomara con calma, pero algo surgió entre ellos y
hasta el control de Julius se derritió cuando la chispa encendió la llama y el fuego.
Jessamy se mostró abrumada, como él, confundida por la pasión física. Confió
en Julius por completo y aceptó de inmediato cuando le propuso matrimonio.
Los primeros meses fueron dicha pura. Después, llegó el tiempo de las dudas,
la falta de comunicación real entre ambos y el hostil silencio cuando Julius se negaba
a admitir que algo iba mal. Por último, todo se derrumbó con rapidez. Hasta en la
cama, el placer se convirtió en desastre. Cuanto más se esforzaba Julius, menos
respondía Jessamy. Su relación se enfrió y, una vez sin sexo, no quedó nada más.
Jessamy cerró los ojos y se ordenó no evocar más. Había conseguido
sobreponerse alejando esos recuerdos.
Con esfuerzo, se controló. Los recuerdos quedaron encerrados en un rincón de
su mente. Después asumió una expresión neutral, respiró profundamente y salió.
La casa estaba silenciosa y no había señales de vida.
Bajó rápidamente a la cocina y se preparó un abundante desayuno, aunque no
tenía mucha hambre.
Bebía la segunda taza de café cuando Julius entró. La comida se le atascó en la
garganta, tragó saliva y lo miró.
Su rostro era inexpresivo. Jessamy evocó las ocasiones en que lo había visto así,
cuando no quería que ella supiera lo que pensaba o sentía. Siempre había odiado eso;
la hacía sentirse relegada. Fue una de las razones por las que su matrimonio fracasó.
Cuando Julius habló, su voz carecía de emoción.
—Quizá no quieras verme, pero tengo un buen motivo para estar aquí. Deseo
pedirte disculpas.
—¿Disculpas? —lo miró sin comprender.
Julius caminó de un lado a otro de la cocina.
—Ayer no fue un buen día para nosotros. No tenía intenciones de que saliera
tan mal; sólo quería que pasáramos unas horas juntos, charlando y relajándonos.
—Entonces, ¿qué salió mal? —preguntó con amargura.
—No lo sé —se encogió de hombros, resignado.
—Ese fue siempre el problema, ¿verdad? —su voz parecía cansada—. Nunca
sabíamos por qué las cosas salían mal entre nosotros.
—¿Crees que podríamos intentarlo de nuevo? —preguntó, y sonrió al ver el
horror retratado en su rostro—. Por favor, no pongas esa cara —le dijo al mirarla
fijamente—. No sugiero que revivamos la relación que tuvimos. No soy tan tonto,
Jessamy. Sé que no funcionaría.
—Entonces, ¿qué sugieres? —preguntó con suspicacia.
—Sólo que tratemos de pasar un rato juntos. Esta vez los dos haremos un
esfuerzo por ser amables y amistosos. No te quedarás mucho tiempo, así que no
quiero que el último recuerdo que tengas de mí sea como el de ayer.
Jessamy no creía poder pasar con él ni media hora.
—No es buena idea —murmuró—. No lograremos nada.
—Yo creo que sí —replicó—. Ayer dijiste que querías el divorcio para poder
comenzar con una nueva vida.
—Y tú dijiste que no estabas de acuerdo —le recordó con mordacidad.
—Así es, pero ahora veo que no merece la pena tratar de conservar algo que no
me pertenece, que nunca me perteneció —sonrió con frialdad—. No puedo obligarte
a que me quieras, pero necesito una oportunidad para convencerte de que no debes
odiarme. Si estás decidida a emprender una nueva vida, sería mejor que no
terminaras ésta con una nota amarga. Sería más difícil para ti. ¿Por qué no tratamos
de guardar algunos recuerdos placenteros?
Ella se quedó callada un buen rato. Él tenía razón. Sería más fácil si pudieran
terminar ese matrimonio como amigos y no con tensión y discusiones.
—Debo trabajar —comentó—. Tengo una fecha límite.
—Trae tu material. Iremos a un lugar que podrás usar en tus ilustraciones.
—Ayer lo hicimos… ¡y no funcionó! —exclamó, hostil.
—Hoy será diferente —prometió, mirándola a los ojos.
Jessamy suspiró. ¿Sería una locura aceptar? Parte de ella deseaba reparar el
daño que se habían hecho, y quizá Julius estuviera en lo cierto.
—Bueno —aceptó—. Trataremos de pasar un par de horas juntos, pero si algo
sale mal me voy —le advirtió.
Parte de ella presentía que cometía un grave error, pero la decisión ya estaba
tomada. Iría con Julius y regresarían como amigos o como enemigos.
Fue despacio al estudio por su equipo y siguió diciéndose que era una
estupidez. «Arrepiéntete», decía una vocecita. «Sólo una idiota se arriesgaría a repetir
lo de ayer».
Aún así, siguió cogiendo sus cosas y bajó al coche. Era una locura. Julius puso
en marcha el coche y aceleró.
—¿A dónde vamos? —preguntó cuando pasaron por un pueblo.
—No muy lejos —explicó—. De hecho, si hago o digo algo que te moleste,
podrás regresar a casa.
Jessamy no sabía si eso la hacía sentirse mejor o peor.
—Pero no dirás ni harás nada que me moleste, ¿verdad? —preguntó.
—Lo intentaré —sonrió—, pero no siempre puedo controlarme cuando estoy
contigo.
Capítulo 8
—Voy a hacer mi equipaje —anunció Jessamy en voz baja, y Julius no protestó.
Subió con cansancio. Estaba tan preocupa da que no notó nada a su paso
cuando entró en su habitación. Después fue consciente de que algo estaba mal.
Su ropa estaba esparcida en la cama y no sabía por qué. De pronto, se dio
cuenta de que alguien la había arrojado allí.
Jessamy se quedó paralizada. Dio otro paso y descubrió sus pertenencias en el
suelo. Estaban hechas trizas, como si alguien las hubiera pisoteado.
Nada estaba intacto. Los cajones estaban vacíos y todo estaba roto.
Jessamy comenzó a temblar. ¿Quién la odiaba tanto? ¿Cómo la habían
encontrado? Julius le dijo que casi nadie conocía esa casa.
Miró a su alrededor, nerviosa, cuando se le ocurrió algo. ¿Y si el intruso seguía
en la casa? ¿Qué le haría si la encontraba frente a frente?
Con piernas temblorosas, retrocedió hasta la puerta. Era aterrador pensar que el
odio de alguien pudiera provocar eso. Era una fuerza destructiva contra ella.
Sabía que debía huir. Con torpeza, corrió a la escalera. Debía alejarse de allí, de
todas sus pertenencias destrozadas.
Bajó tambaleándose. Era demasiado; no podía enfrentarse a todo lo sucedido
ese día. Corrió a la puerta. Había llegado casi cuando un brazo fuerte la rodeó.
Jessamy gritó y estuvo a punto de desmayarse de alivio cuando vio a Julius.
—¿Qué diablos pasa? —exigió saber.
—A… arriba —balbuceó—. Alguien… alguien ha estado en mi habitación.
Ellos… ellos… —no pudo hablar más.
Julius la miraba fijamente, como si tratara de adivinar lo que había pasado.
—Espera aquí —instruyó—. Iré a ver.
Tan pronto como la soltó, Jessamy se dirigió hacia la puerta, pero él la sujetó.
—Quédate aquí —ordenó—. No quiero que te vayas a ningún lado hasta que yo
regrese. Promételo, Jessamy.
Ella miró anhelante la puerta. Fuera se sentiría segura. Había aire fresco, sol y
libertad. Sin embargo, sabía que no podía desobedecerlo.
—Lo prometo —murmuró.
Julius subió corriendo y la dejó temblando. Regresó en unos minutos con gesto
iracundo.
—¿Lo has visto? —preguntó.
—Sí —confirmó, tenso.
—Ya no estoy segura aquí —indicó con voz trémula—. Ya me han encontrado.
Han destruido mis cosas y quieren destruirme a mí.
—Mientras estés conmigo, no te pasará nada.
—¿Cómo puedes decir eso? —exclamó, nerviosa—. Quiero irme de aquí, antes
de que regresen, tengo miedo —admitió, temblorosa.
Julius le cogió las manos con firmeza y calidez.
—No es necesario. Nadie te hará daño.
—¡No lo sabes! No estaré a salvo hasta que encuentres a la persona.
—Ya sé quién envió esa carta —la miró a los ojos.
Jessamy se sorprendió, levantó la cabeza y lo miró, con los ojos muy abiertos.
—¿Lo sabes? ¿Quién fue? ¡Dímelo!
—Fue Eleanor —respondió con suavidad.
—¿Eleanor? —exclamó, incrédula—. Sé que le caigo mal, pero… Eleanor —
repitió cuando se dio cuenta de que tenía sentido—. ¿Estás seguro?
—Dejó una copia de esa carta en su procesador —respondió Julius—. Quizá
quisiera borrarla, pero lo olvidó.
La mirada de Jessamy se endureció.
—Entonces, tú siempre supiste quién era —lo acusó—. Pudiste decírmelo y
terminar con el asunto. No había necesidad de traerme aquí.
—Sí la había —señaló—. Te quería aquí. Eleanor sólo me dio la excusa que
necesitaba y la usé. Hasta la traje aquí para ver tu reacción, alguna chispa de celos tal
vez.
—No puedo creerlo —exclamó, furiosa—. Eres tan malvado como ella.
—No me enorgullece la forma en que actué, pero decidí que tenía que verte una
vez más, pasar una temporada contigo, y ésa era la única forma de hacerlo.
—Ya basta —murmuró—. Estás jugando conmigo.
—No estoy jugando —negó con firmeza.
Ella no quiso mirarlo. Tenía el presentimiento de que si veía esos ojos oscuros,
podría perder el poco control que le quedaba.
—¿Qué vas a hacer con Eleanor? —preguntó.
—Lo que debí hacer desde un principio. Llamar a la policía —frunció el ceño—.
Nunca creí que llegara tan lejos. Siempre fue eficiente, controlada.
—Eleanor está enamorada de ti —le recordó, impaciente—. Te lo dije, pero no
me escuchaste.
—No escuché, porque no me interesaba —explicó con dureza—. Sólo me
interesaba una mujer en la vida.
Jessamy no quería oír más y caminó hacia la puerta.
—No hay electricidad, pero hay agua —le informó—. Voy a traer mantas
limpias.
Cuando se fue, Jessamy paseó por el lugar y se sentó en la cama, porque sus
piernas no podían más. No podía creer que hubiera sido Eleanor. ¡Y Julius siempre lo
había sabido! ¡Nunca lo perdonaría por guardar el secreto!
Julius regresó con las mantas. La luz se desvanecía rápidamente. Aunque aún
había sol, por las noches refrescaba y las habitaciones no tenían calefacción.
Jessamy se estremeció.
—¿Tienes frío? —preguntó él con el ceño fruncido—. Ten, cúbrete con una de
las mantas —le acomodó la prenda sobre los hombros y después se sentó a su lado.
—Estoy bien —aseguró Jessamy, nerviosa—. No necesitas quedarte más.
—No creo —señaló con calma—. No sólo tiemblas de frío. Te encuentras
asustada y necesitas estar con alguien.
—No es cierto —insistió, pero sin seguridad.
Tembló otra vez y él se acercó. Podía sentir su cuerpo contra el de ella, tibio y
familiar. Debía alejarse, pero no podía. Necesitaba estar cerca de él.
—¿Regresará Eleanor? —preguntó—. ¿Crees que intentará algo más?
—Si es así, lo lamentará —afirmó, decidido—. No comprendo por qué se
comportó así. Quizá sufrió un ataque de locura.
—No —negó Jessamy—. Se llama amor.
—Dices que está enamorada de mí desde hace años. ¿Por qué no intentó algo
así antes?
—Porque después de que me abandonaste, te tuvo para ella sola —respondió—.
Supongo que se convenció de que le pertenecías.
—Pero sólo era mi secretaria —frunció el ceño.
—Lo sé, pero me dijo que eso le bastaba. Que podía verte todos los días y que
hasta viajaba al extranjero contigo —sonrió con ironía—. Dicen que una secretaria
pasa más tiempo con el jefe que su mujer. Pero tú no tenías a tu mujer cerca y eso le
hizo sentir que le pertenecías. Después vio el artículo en el periódico y los rumores
de que habíamos regresado. Supongo que no pudo soportar la idea de compartirte y
se volvió loca.
—La próxima vez escogeré una secretaria vieja y maternal —gruñó Julius.
—De todas formas se enamoraría de ti —comentó con frialdad, y después
suspiró—. Adiós a mis planes de alejarme de ti. Eleanor lo ha echado todo a perder.
—¿Te habrías ido si ella no hubiera destruido tus cosas? —preguntó. Sus ojos
brillaban en la penumbra.
—Sí —admitió.
—¿Por qué?
El siguiente beso fue distinto. Fue rápido, violento y posesivo, como si clamara
por algo que siempre le había pertenecido.
—No más juegos —declaró Julius con voz ronca cuando se separó de ella—.
Esto es algo que debe suceder, Jessamy.
Jessamy no podía rendirse tan fácilmente. Había luchado por ganar su
independencia y paz mental.
—No debe pasar —negó con terquedad—. Somos personas maduras y podemos
tomar decisiones racionales.
—No me siento como un adulto. Es ridículo, pero me siento como un
adolescente, con manos temblorosas y nervioso.
Ella parpadeó. Julius nunca tenía las manos temblorosas y mucho menos se
ponía nervioso.
Julius sonrió.
—¿No me crees, Jessamy? ¿Por qué no tratas de tocarme? Así verás lo que
provocas con tu cercanía.
Jessamy levantó una mano y rozó la piel de él. Ardía, como si tuviera mucha
fiebre.
—Por favor, no me obligues a esto —sacudió la cabeza con desmayo.
—No necesitas que te obligue —dijo con suavidad—. Tu piel también está
ardiendo. Siempre fue así entre nosotros, Jessamy.
—Ese es el problema —lo miró con repentina ira—. ¡Es lo único que existe entre
nosotros! Ya fue bastante con la primera vez.
—Te equivocas —declaró—. Siempre fuimos más que eso. La forma en que te
deseo es diferente de mi deseo por otras mujeres. No es una necesidad hueca que se
olvida después de una hora en la cama. Es algo mucho más profundo. Te deseo de
maneras diferentes y sólo unas cuantas tienen que ver con la necesidad física.
—Pero intentamos vivir juntos —le recordó—, y no funcionó.
—Quizá no nos esforzamos lo suficiente.
—¡Yo sí!
—Entonces, tal vez la mayoría de los fallos fueron míos, pero si lo intentáramos
de nuevo…
—No me hagas esto, Julius —cortó con violencia—. Antes de venir aquí tenía
mi vida arreglada. Era feliz o por lo menos lo suficiente. Después de cuatro horribles
años, por fin había llegado a algo. Había dejado atrás nuestro matrimonio desastroso
y empezaba a planear el futuro. No me confundas, porque no podría controlarlo ni
salir del abismo otra vez.
—Tú también me destrozaste. Pero podemos arreglarlo todo —sugirió,
besándole la frente—. Dame la oportunidad de arreglarlo —suplicó. Le besó las
muñecas, acercándola más.
—Ha pasado mucho tiempo y te deseo tanto que podría arruinarlo todo —
confesó él.
—No lo harás —aseguró Jessamy.
—Facilítame las cosas. Dime que aún me quieres —sugirió con suavidad.
Jessamy dejó de respirar. ¡Le pedía demasiado! Aún no estaba lista para ciertas
cosas.
—Dímelo —ordenó, y mordisqueó el tibio pezón. Jessamy no sintió dolor, sino
una ola de placer que se intensificó cuando él lamió la piel enrojecida—. Quiero oírlo,
Jessamy —volvió a mordisquear, pero ahora en la parte interna de los muslos, y
Jessamy jadeó.
—No… —balbuceó.
—¿Por qué no? —su lengua la acarició con suavidad—. A ti te gusta y a mí
también —explicó con voz sofocada, y hundió la cabeza entre sus piernas. Olas de
calor invadieron a Jessamy—. Necesito saber que te gusta porque soy yo quien te lo
hace, que no puedes sentir lo mismo con nadie.
—No… no ha habido nadie más —confesó.
Julius se acostó a su lado y sus ojos brillaron intensamente.
—¿En estos cuatro años?
—Nunca he deseado a otro hombre —dijo lo que él quería oír, pero Julius no
pareció satisfecho.
La besó, y al mismo tiempo su cuerpo exigía una respuesta. Jessamy recordó
cómo fue la primera vez, con la misma necesidad repentina. Se sentía arder, y sabía
que era por Julius. Sólo él podría darle alivio y placer. Ansiaba la dureza de su
cuerpo.
El roce y el calor de él la hacían reír o llorar. Su boca no la soltaba, y cada
movimiento que hacía la lanzaba a un pozo más profundo de placer, la bañaba, la
saturaba e invadía cada nervio hasta que no pudo soportar más. Jessamy dijo su
nombre contra los labios de Julius y él murmuró algo también. Julius se movió con
repentina violencia para entonces alcanzar una nueva dimensión. Ambos temblaron
convulsivamente y se perdieron en un torbellino de placer.
La intensidad la asombró. Aún después de la culminación, el cuerpo de Jessamy
temblaba en leves espasmos.
Julius levantó la cabeza. El calor, el sudor y el placer compartido los fundía.
—¿Me dirás que aún me quieres? —preguntó con voz ronca.
Jessamy abrió un poco los ojos. Era imposible mentirle a Julius.
—Aún te quiero —susurró.
Se preguntó cuánto le costaría haberlo admitido.
Capítulo 9
Julius durmió profundamente. Jessamy no estaba relajada y se quedó despierta
durante mucho tiempo, mirando la oscuridad y diciéndose que había sido una
locura. Además, le había dicho que lo quería.
El problema consistía en que era verdad. Había luchado durante cuatro años
para olvidarlo, para vivir sin él, y ahora admitía que no lo había logrado. Nunca lo
olvidaría.
Confundida y con el cuerpo vibrando aún por el placer que había compartido
con ese hombre, Jessamy cerró los ojos y trató de borrarlo todo. Sin embargo, fue
imposible. Nada borraría el recuerdo de esa noche.
Al fin se durmió. Era extraño, pero durmió profundamente, y cuando despertó
la luz del día se filtraba por las ventanas sucias.
Parpadeó, se desperezó y después se puso rígida al evocar la noche anterior.
Descubrió que Julius estaba sentado, con el pelo revuelto y los ojos
somnolientos. Estaba vestido y Jessamy se sintió en desventaja.
La joven se vistió deprisa. Después pasó los dedos por su larga melena para
desenredarla.
—¿Cuánto tiempo llevas despierto? —preguntó, molesta.
—Media hora.
Eso significaba que se había sentado ahí a observarla. A Jessamy no le gustó la
idea.
—Creo que hay un par de cosas que debemos aclarar —señaló.
—¿Qué cosas? —la miró con calma.
—Lo de anoche… —empezó, pero su voz se quebró. Se aclaró la garganta y lo
intentó de nuevo—. Lo de anoche fue un error —expresó con firmeza.
—El único error que cometimos fue esperar cuatro años antes de resolver
nuestras vidas —replicó.
—¡Anoche no resolvimos nada! —estalló.
—Claro que sí.
—Julius —sacudió la cabeza, desesperada—. No puedes arreglar todo en la
cama. ¡Creí que ya habíamos aprendido esa lección!
—No hablo del tiempo que pasamos en la cama, aunque fue tan placentero que
quiero repetirlo pronto —comentó con mirada brillante.
—Entonces, ¿de qué hablas?
—Lo sabes bien. ¿Vas a fingir que sólo hicimos el amor anoche? ¿Que nada más
importante sucedió?
Jessamy se vio abrumada por la confusión y supo que eso era peligroso. Julius
era muy obstinado y siempre obtenía lo que quería. Necesitaba de todas sus fuerzas
para ganarle.
El problema era si en realidad deseaba alejarse de él. El día anterior estaba
decidida, pero por la noche se había olvidado de todo, gracias a Julius.
Fue a la ventana y miró al exterior. Tenía que pensar bien, ya que toda su vida
se vería afectada por la decisión que tomara. ¡No podía pensar con Julius tan cerca!
Podía sentir la fuerza de su personalidad detrás de ella. La privaba de la capacidad
de razonar. Debía ir a un lugar donde pudiera estar sola antes de cometer un error o
tomar una decisión equivocada.
—Creo que regresaré a la casa por un rato —anunció.
—Creí que no querías poner un pie en ella —le recordó.
—No me quedaré allí. Sólo quiero…
—¿Alejarte de mí? —la interrumpió con tono extraño.
Ella se dio la vuelta y lo observó, furiosa.
—Mira, no trates de presionarme, Julius. Por una vez, déjame tomar mis
decisiones. Si tratas de obligarme a algo que no quiero, los dos lo lamentaremos.
—En otras palabras, no quieres que me comporte tan obstinadamente como
siempre —sonrió con ironía—. Es difícil, pero lo intentaré. Está bien, ve adonde
quieras y tómate tu tiempo, pero asegúrate de tomar la decisión correcta, Jessamy.
El modo en que pronunció su nombre le debilitó las rodillas. Temerosa de
rendirse, Jessamy se dirigió a la puerta. Cuando se encontró fuera, tuvo que resistirse
a la urgencia de regresar corriendo a la habitación con Julius.
Se obligó a caminar con decisión hacia la casa. No sabía a dónde ir, con tal de
alejarse de él.
Abrió la puerta y sus pasos resonaron en el vestíbulo vacío. De pronto se
detuvo en seco. ¿Qué estaba haciendo allí? No podría tomar una decisión sensata en
esa casa. Tendría que regresar a Londres, donde la rodearan objetos familiares. Quizá
así podría pensar con sensatez.
Se volvió y caminó hacia la puerta. Debía existir una forma de alejarse de ahí.
Tal vez pudiera pedir un taxi que la llevara a la estación.
Preocupada con sus pensamientos sobre la noche anterior, Jessamy no oyó el
motor del coche que se detenía fuera, ni la puerta que se abría y se cerraba. No supo
cuánto tiempo estuvo en la casa, hasta que Eleanor entró en el vestíbulo.
Cuando vio a Jessamy, los ojos verdes de la mujer se helaron.
—No creí que siguieras aquí —abrevió.
Despacio, Jessamy levantó la cabeza y se enfrentó a ella.
—¿Por qué? ¿Creíste que saldría corriendo sólo por que rompiste mi ropa?
Hubo una reacción fugaz en el hermoso rostro de Eleanor.
—Te daré la dirección del hombre a quien quiero que vayas a ver de inmediato
—continuó Julius—. Lo llamaré y le diré que irás —miró el rostro inexpresivo—.
¿Entiendes lo que digo?
—Yo… yo… —su voz carecía de la amargura anterior, del odio que la había
llevado a destrozar las cosas de Jessamy—. Yo lo siento —dijo por fin—. Yo… no sé
por qué lo hice. Era como si fuera otra persona. No comprendo por qué hice todo
esto.
—Creo que sufriste un ataque —sugirió Julius—. El hombre a quien verás te
ayudará a entender todo y a sobreponerte. Espera aquí mientras hago unas llamadas.
Aunque Jessamy sentía lástima por la mujer, no quería quedarse sola con ella, y
salió de la casa mientras Julius hacía los arreglos para la partida de Eleanor.
Veinte minutos después, llegó un taxi. Eleanor subió en él como una autómata.
Julius le dio instrucciones al conductor para que la llevara con el médico y Eleanor
desapareció de sus vidas.
—¿Se pondrá bien? —preguntó Jessamy.
—El hombre con quien la mandé es muy bueno —informó Julius—. Le expliqué
el problema y cree que puede ayudarla.
—¿Podrá curarla de su amor por ti?
—No creo, pero espero que la haga entender que no puede tenerme y que
necesita rehacer su vida lejos de mí.
Jessamy suspiró. Pobre Eleanor. Iba a descubrir lo difícil que era vivir sin Julius.
La joven caminó despacio hacia la casa. Julius la siguió y la detuvo en el
umbral.
—¿Qué harás ahora, Jessamy? —preguntó con voz muy tensa.
—Regresaré a mi casa en Londres —respondió en voz baja—. No hay razón
para que me quede aquí.
—¿Lo de anoche no es una buena razón? —preguntó Julius.
Jessamy se frotó la frente cansada. Era muy difícil pensar con claridad.
—Creo que lo de anoche fue un error —murmuró—. No debió pasar.
—Pero pasó —le recordó.
Jessamy mantuvo la vista fija en el suelo, sin querer mirar los ojos de Julius.
—Quizá sea mejor que tratemos de olvidarlo.
—¿Y olvidarás que dijiste que me querías?
—Puedo intentarlo —replicó—. Lo estropeamos todo, Julius. No puedo
exponerme a otro desastre igual.
—Será diferente esta vez.
buena para el matrimonio, Julius; quizá en la cama, y también eso salió mal. Verás, te
culpo de todo, pero eso no es justo, porque yo también me equivoqué. Podría
cometer los mismos errores y no lo soportaría. Odio hacerte daño, pero lo hice, y
preferiría morir a repetirlo.
Julius la cogió por los hombros y la sacudió un poco.
—La única forma en que podrías hacerme daño es si me dejaras —habló con
voz ronca—. No debes tener miedo. Ambos hemos cambiado. Eres más madura y
puedes controlarme —añadió con una sonrisa irónica—. Y yo he aprendido que uno
se debe abrir y expresarse. Es cierto, tendremos algunos problemas, pero esta vez los
afrontaremos juntos. Jessamy, no podemos separarnos, porque nuestra existencia
sería gris y desdichada. ¿Crees que no eres la mujer perfecta para mí? Bueno, no
quiero perfección. Te quiero a ti, no quiero que cambies nunca.
Jessamy trató de luchar un poco más.
—Aún pienso que estarías mejor con alguien como Eleanor.
—Olvídate de ella —ordenó—. No es importante, nunca lo fue, excepto para
llegar a ti.
—A tus padres no les gustará que regresemos.
—Quizá mi madre se ponga histérica y mi padre refunfuñe un poco, pero al
final se acostumbrarán a la idea —razonó.
—Supongo que puedo intentar agradarles —sugirió—. Tal vez pueda aprender
cómo organizar fiestas y ponerme vestidos en lugar de vaqueros manchados.
—Ya te he dicho que no quiero que cambies —susurró—. Tienes que ser como
eres. Me gustas así. De hecho, te quiero y nada es más importante, ¿no?
Jessamy comenzó a creer que tenía razón. Ya no deseaba irse, a menos que
Julius fuera con ella.
No podía creer que estuviera dando los primeros pasos de vuelta a su
dormitorio. Era peligroso, pero le gustó la sensación, el cosquilleo y su piel erizada.
Después de los años sombríos comenzaba a sentirse viva otra vez y se echó a reír.
—¡Es una locura!
—Sí —aceptó Julius, y la besó—. ¿Hasta qué punto crees que estamos locos? —
preguntó con dulzura.
—No sé —respondió. La besó y Jessamy sintió que su cabeza daba vueltas. Las
primeras llamas se encendieron dentro de ella.
Julius deslizó las manos debajo de su camiseta. Mientras el beso continuaba, la
atrajo más hacia él para que sintiera su excitación dura y cálida.
Momentos después, Julius levantó la cabeza para tomar aire y murmuró
suavemente en su oído:
—Todos los días y todas las noches de esos cuatro años te eché de menos y te
deseé.
Fin