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El calor de tu abrazo

Joanna Mansell

El Calor de tu Abrazo (1995)


Título Original: Forgotten fire (1992)
Editorial: Harlequín Ibérica
Sello / Colección: Jazmín 1106
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Julius Landor y Jessamy

Argumento:
Una amenazadora carta anónima había obligado a Jessamy a refugiarse en
la casa de campo de Julius Landor, su marido. El matrimonio se había
separado hacía ya cuatro años, pero a la joven no le quedó otra opción que
aceptar la protección de Julius ya que la carta traslucía un profundo odio
hacia ella, y al parecer, su vida corría peligro.
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Capítulo 1
Jessamy se despertó la mañana de su veinticuatro cumpleaños y decidió que era
hora de poner en orden su vida.
Era una decisión que había retrasado durante mucho tiempo. El próximo año
cumpliría veinticinco y antes de eso, quería dejar atrás todo lo sucedido en el pasado.
Sin embargo, sólo pensar en eso la alteraba. ¡Después de todo, uno no se
divorcia todos los días!
Apartó los largos mechones de su melena negra y se sentó en la cama. En una
silla frente a ella se hallaba una pila de regalos. El fin de semana pasado había
visitado a sus padres y había regresado con una enorme bolsa llena de paquetes
cuidadosamente envueltos, de parte de sus tres hermanas casadas y de todos sus
sobrinos. Jessamy prometió no abrirlos hasta el día de su cumpleaños y ella siempre
mantenía sus promesas.
«Bueno, casi siempre», se corrigió con ojos tristes y con los labios apretados.
Había roto las promesas solemnes que hizo en su boda. No obstante, no fue culpa
suya; ella no fue la que huyó.
Por un instante, toda la amargura pasada la abrumó y Jessamy se la tragó, sin
mucho esfuerzo. ¡A fin de cuentas, había adquirido mucha práctica en los últimos
cuatro años! Julius Landor no estropearía su cumpleaños.
Apartó el recuerdo de Julius en su mente, saltó de la cama y comenzó a abrir los
regalos. Pronto estuvo rodeada de objetos que iban desde un caro jersey de sus
padres, hasta una caja de bombones de su sobrino más pequeño. Jessamy solía
atesorarlos, ya que la hacían sentir amada, lo cual era una gran necesidad en ella.
El domingo siguiente, Jessamy iría a una fiesta que le tenían preparada. Sus
hermanas, cuñados, sobrinos y tíos irían a la ruidosa reunión familiar. Mientras
tanto, tenía trabajo que hacer.
Guardó los regalos; después fue al baño, abrió el grifo de la bañera, se quitó el
camisón y se hundió en el agua caliente. Cerró los ojos y se relajó, aunque se sintió
molesta cuando su mente regresó a Julius.
«Sólo porque haya decidido divorciarme de Julius, no significa que deba pensar
en él», se reprendió, frunciendo el ceño. Era algo que debía haber hecho mucho
tiempo atrás. ¿Cómo podía seguir con su vida, si legalmente seguía atada a él? Era
como si Julius tuviera algún derecho sobre ella, y eso la irritaba.
Finalmente, Jessamy había decidido dejarle el asunto a un abogado. No quería
volver a Julius, ya que él podía ser muy violento cuando se lo proponía. Jessamy no
deseaba estar ahí cuando él recibiera la petición de divorcio. Tenía el presentimiento
de que no se lo tomaría nada bien, y era un hombre muy peligroso cuando se le
provocaba. Era capaz de arrasar todo a su paso cuando su ira despertaba.
¿Y si él le negaba el divorcio?, se preguntó con un temblor.

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Jessamy no quería pensar en eso, porque no sabía lo que haría. Por propia
experiencia, sabía que sería imposible dialogar con Julius, considerar las ventajas y
desventajas de dicha decisión y después llegar a un acuerdo amistoso. Precisamente,
ése había sido uno de los principales obstáculos en su matrimonio. Él nunca hablaba,
ni discutía los problemas. Julius se limitaba a tomar una decisión y se aferraba a ella.
Salió del baño y se secó con vigor. «Vamos», se recordó, «no eres una
adolescente ingenua. Eres una mujer independiente con un trabajo interesante. De
hecho, eres una chica de éxito… Cuando te deshagas de este hombre que ha sido una
carga durante cuatro años, de alguna forma te liberarás».
Se puso unos vaqueros y un jersey y tomó otra decisión. Esa misma mañana,
contactaría con un abogado, antes de que se acobardara. Podrían pasar otros cuatro
años y ella seguir atada a Julius Landor.
El ruido en el buzón le indicó que el cartero había entregado la
correspondencia. Había media docena de tarjetas y un par de cartas. Jessamy las
recogió y fue a la cocina. Las abriría después de preparar el café.
Mientras el líquido hervía, miró las cartas. Una parecía un aviso, pero la otra
tenía su nombre y dirección escritos a máquina. Se preguntó de quién sería. El
matasellos de Londres no indicaba mucho, ni tampoco la buena calidad del sobre.
Jessamy estuvo a punto de rendirse a la tentación de abrirla, pero el café ya estaba
listo.
El cálido sol otoñal se filtraba por las ventanas. La casa era vieja y estaba
situada en las afueras de Londres. Jessamy ocupaba una parte que tenía acceso
directo al jardín. Las dos chicas que compartían el piso superior eran modelos y
viajaban constantemente. Ahora, las dos jóvenes estaban lejos y esa mañana parecía
muy tranquila.
Jessamy sorbió su café y abrió las tarjetas. Eran de sus tíos y primos, y se alegró
de que recordaran su cumpleaños. Después cogió la carta era hora de descubrir de
qué se trataba. La abrió, pero en ese momento alguien llamó con violencia a la
puerta.
La chica se sobresaltó. ¿Quién podía llamar de ese modo y tan temprano?
Frunció el ceño y decidió no abrir. Se trataría de un vendedor muy entusiasta. Sin
embargo, las llamadas continuaron con más fuerza.
Jessamy se irritó. ¡No había necesidad de echar la puerta abajo! Se puso de pie y
caminó con firmeza, pero de pronto se detuvo en seco. Estaba sola en casa y no tenía
idea de quién podía ser. Sólo veía una figura alta a través del cristal traslúcido.
La persona que estaba al otro lado de la puerta comenzó a llamar de nuevo y
Jessamy se olvidó de las precauciones. Abrió con la intención de gritarle alguna
grosería a quien interrumpía su tranquila mañana, pero las palabras de ira le
quedaron atascadas en la garganta cuando vio los ojos castaños de Julius Landor, su
marido.
Durante unos minutos, ella se limitó a mirarlo. No podía creer que él estuviera
ahí, en el umbral de su casa.

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Cada centímetro de su persona le era familiar: el pelo negro, los ojos castaños, la
forma y el tamaño de su boca, la textura de su piel y la arrogante postura de su
cuerpo. Jessamy contempló los poderosos hombros y recordó bien que era apariencia
de poder no era una ilusión. Julius poseía una fuerza física que concordaba con su
aspecto exterior.
Ella tragó saliva, pero antes que pudiera hablar, él irrumpió en la casa.
Eso la hizo reaccionar. ¡Ése era su hogar, su santuario! ¡Nadie entraría sin ser
invitado, y mucho menos Julius!
—¿Qué estás haciendo? —exigió con furia—. Sal de aquí, ¡sal de inmediato!
Julius la ignoró. Entró en el vestíbulo y comenzó a buscar por entre los libros y
los papeles que ella había dejado en la mesita.
—¿Ya venido el cartero? —preguntó de modo cortante.
—No es asunto tuyo —replicó Jessamy—. Vete de aquí, Julius no te quiero aquí.
Y no quiero que toques nada mío —añadió con firmeza, arrebatándole un libro.
Él parecía no oírla. Recorrió la habitación con la vista y era obvio que no
encontraba lo que quería.
Empujó a Jessamy a un lado y se dirigió al pequeño dormitorio.
Sus regalos estaban apilados en la silla, y las tarjetas, sobre el tocador. Julius las
examinó deprisa y luego las arrojó al suelo mientras continuaba con su frenética
búsqueda.
Jessamy lo observaba con asombro y molestia. No podía creer que eso estuviera
pasando. No comprendía. En los últimos cuatro años había visto a su marido sólo
dos veces y por casualidad. Una fue en el teatro y la otra en una fiesta; en aquella
última ocasión él sintió su mirada, se volvió y adoptó una actitud agresiva. Entonces
las rodillas de Jessamy temblaron y la chica huyó.
Después, Jessamy se enfureció por su cobarde reacción. ¡No tenía por qué
temerle a Julius!, se decía una y otra vez. Nunca la había golpeado, aunque en varias
ocasiones durante su terrible matrimonio parecía que él había tenido que contenerse
para no hacerlo.
De cualquier forma, era mejor que no se vieran. Eso habían hecho durante los
últimos cuatro años, y resultaba extraordinario que Julius estuviera ahí en su casa,
buscándola por vez primera desde que pisoteó sus principios y la abandonó.
Una cosa era segura. ¡No había ido allí a llevarle un regalo de cumpleaños!
Jessamy no tenía ni la menor idea de por qué irrumpía así en su vida.
Lo vio coger un jersey y arrojarlo a un lado. Eso la enfureció, así que entró en la
habitación y lo atacó con los puños cerrados.
—¡Detente! —gritó—. ¡Ya basta! ¡No toques mis cosas! Si no sales ahora mismo,
llamaré a la policía. No tienes derecho de hacer esto. No te quiero en mi casa. ¡Ni
siquiera deseo verte!
Julius se liberó con facilidad, porque era mucho más alto que ella.

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La sujetó de las muñecas para que dejara de golpearlo.


—¿Ya ha venido el cartero? —exigió saber de nuevo.
—¡No sé qué tiene eso que ver contigo!
Él la sacudió con violencia.
—Si respondieras a mi pregunta, dejaría de buscar en tu casa.
—Sí, ya ha venido —admitió ella. Le diría lo que quisiera con tal de que se fuera
y se alejara de ella.
Julius, sin embargo, no la soltó, sino que la atrajo más hacia él y fijó sus ojos en
los de ella.
—¿Qué ha traído? —volvió a sacudirla cuando no respondió—. ¿Qué ha traído,
Jessamy?
Por un momento pensó en mentirle, pero siempre le había resultado imposible
mentirle a Julius. Algo en esa mirada parecía sacarle la verdad.
—Ha traído tarjetas de cumpleaños y dos cartas —replicó—. No sé por qué te
interesa.
—¿Dónde están? —preguntó, furioso.
—En la cocina.
La soltó de inmediato.
—Quédate aquí —ordenó, y salió de la habitación.
De ninguna manera lo dejaría merodear por su casa. Ya no era una niña a quien
pudieran darle órdenes. Corrió detrás de Julius y estuvo a punto de chocar con él
cuando se detuvo en seco en la cocina mirando las cartas que estaban sobre la mesa.
Lo oyó tomar aire y después se dio la vuelta hacia ella.
—¿Ya has leído la carta? —preguntó.
—¿Hay alguna razón por la que no deba? —replicó con furia—. ¡Viene dirigida
a mí! De cualquier forma, ¿por qué te interesa mi correspondencia?
—¿Ya la has leído? —repitió con más fuerza. Jessamy tembló. Cuando Julius
perdía la paciencia, era terrible.
—No —murmuró.
Él cogió el sobre y sacó la hoja.
—¡Está dirigida a mí! —gritó Jessamy con ira—. ¡No tienes derecho a leerla!
Julius la ignoró. Jessamy trató de arrebatársela, pero él la sujetó por la muñeca y
la mantuvo a distancia.
—¡Dame esa carta! —exigió.
Otra vez él la ignoró. Jessamy lo miró furiosa, se volvió y caminó con decisión a
la puerta.

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—¿A dónde vas? —preguntó él.


—Voy a llamar a la policía —informó con voz fría—. Te voy a acusar de
allanamiento.
—No irás a ningún lado —replicó de inmediato.
—¿No? —lo desafió—. ¡Mírame!
Antes de que pudiera salir, Julius la sujetó del brazo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, enfadada.
—Después te lo explico. Por ahora, quédate donde estás.
—¡No! Y si no dejas de darme órdenes, yo… —de pronto no supo qué decir.
Estaba sola en la casa con Julius, y nadie iría en su ayuda por muy fuerte que gritara.
Julius la sacó de la cocina, abrió la puerta del vestíbulo y la obligó a entrar.
—Quédate ahí hasta que yo salga —dijo.
¡No lo obedecería! Era su casa y nadie le diría lo que tenía que hacer.
—¡Ya es suficiente! —replicó—. No tienes derecho a estar aquí y tratarme así.
Ni siquiera sé qué estás haciendo, a menos que te hayas vuelto loco. Lo que sí sé es
que no voy a permitir que esto continúe. ¡Ahora mismo voy a llamar a la policía!
Trató de salir del vestíbulo, pero él tiró de ella. Aunque no la trató con rudeza,
Jessamy perdió el equilibrio y cayó al suelo. Julius la miró como si se arrepintiera.
Después miró la carta en su mano y sus facciones se endurecieron otra vez.
—No estoy loco ni tampoco estoy de humor para explicaciones. Me temo que
tendrás que quedarte ahí hasta que haga unas llamadas y ciertos arreglos.
Tras decir, eso, cerró la puerta. Jessamy se puso de pie, respiró profundamente
y luego se acercó a la puerta. No aceptaría órdenes de Julius. ¡Ya no formaba parte de
su vida y tampoco tenía derecho a tratarla así!
Sujetó el picaporte y empujó, pero no consiguió abrir. Seguramente, Julius había
puesto algo pesado para asegurarse de que no saliera.
Era el colmo estar atrapada en su propia casa. Se entregó a otra rabieta, golpeó
la puerta con fuerza, gritó amenazas a Julius, pero sin resultado alguno. La puerta
seguía cerrada y él no respondía.
Poco a poco, Jessamy se calmó. Dejó de gritar y golpear la puerta. Las manos le
dolían y las frotó distraídamente mientras trataba de adivinar lo que sucedía.
Su corazón latía con fuerza, tal vez por el esfuerzo o por la impresión de ver a
Julius.
—Es el esfuerzo —murmuró. Julius no me afecta en absoluto.
Apoyó la oreja contra la puerta y trató de oír algo. Oyó los murmullos de Julios,
que hablaba por teléfono. Unos minutos después, reinó el silencio y eso la inquietó
aún más. De hecho, toda la situación era desesperante.

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¿Estaría Julius ahí fuera? ¿O habría salido de la casa, dejándola encerrada? ¿Por
qué la tenía así? ¿Cuánto tiempo la tendría ahí?
Se pasó la mano por el pelo y suspiró. Nunca se habría imaginado que pasaría
eso el día de su cumpleaños. Pensaba que todo sería pacífico. Sin embargo, Julius
había irrumpido en su vida, ¡una hora después de que ella hubiera tomado la
decisión de divorciarse!
No tenía idea de lo que hacía él ahí; sólo lo quería fuera de su vida, antes de que
le hiciera más daño. Le había costado cuatro años recuperarse; cuatro años para
poder alejar los recuerdos y continuar viviendo. No iba a obligarla a evocar las cosas
que habían sido difíciles de olvidar.
No eran compatibles, se dijo Jessamy por enésima vez. Sus caracteres eran
completamente opuestos. ¿Cómo podía funcionar así una relación?
No. Habían ido demasiado rápido y luego se habían arrepentido amargamente.
Para Julius había sido algo extraordinario ese temerario arranque en una intensa
relación. Jessamy se había dejado arrastrar por la fuerza de sus emociones y,
confundida por sus propias necesidades físicas y emocionales, no había tratado de
poner freno alguno. De cualquier forma, él habría hecho a un lado cualquier
restricción.
Hasta que lo conoció, Jessamy era una chica sencilla y amistosa, con pocas
relaciones serias en su vida, y un punto de vista equilibrado. Julius cambió todo eso,
rompió el equilibrio, y volver a ajustar su vida después de la separación fue una
labor difícil y exhaustiva. A veces creyó que nunca se recuperaría. Incluso en esos
momentos, aún no sabía si lo había logrado, pero estaba segura de que no tendría
fuerzas para pasar por eso otra vez.
No tendría que hacerlo, sin embargo; se divorciaría de Julius y al fin se liberaría
de él. No podía obligarla a nada. No podía acercársele, a menos que ella lo
permitiera, y Jessamy no tenía intenciones de hacerlo. En otros tiempos era suave y
vulnerable, pero ahora sabía más y no se arriesgaría nuevamente.
Jessamy trató de oír algo y frunció el ceño. La casa estaba en silencio. ¿Qué
pasaba ahí afuera? ¡Nada tenía sentido! Deseaba regresar a la cama y comenzar el día
otra vez.
Minutos después, Julius abrió la puerta y entró en la habitación, y Jessamy de
inmediato se enfrentó a él.
—¡Qué bien! —exclamó, y salió. Fue a la cocina y se asombró al ver que él la
seguía—. Creí que ya te ibas —señaló con mordacidad.
—Yo no he dicho eso.
—Ahora que lo mencionas, no has dicho nada —replicó—. Sólo irrumpiste aquí,
me quitaste una de mis cartas y me encerraste. De verdad que he tenido un
cumpleaños maravilloso. ¡Lleno de sorpresas!
—Esa carta habría sido la mayor de las sorpresas, si la hubieras leído —informó,
molesto.

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—¿Por qué? —lo miró con suspicacia.


—Porque la escribió alguien que te odia.
—¿De qué hablas? —su tono era cauteloso.
—Creo que podríamos describirla como una carta venenosa.
—¿Qué? —abrió los ojos de par en par.
—Contiene amenazas e insultos —continuó con firmeza—. Tu cumpleaños
habría sido un desastre si la hubieras leído.
—Estás inventándote todo eso —lo acusó—. ¡Nadie me enviaría una carta así!
—Ya lo han hecho —replicó, inexpresivo.
—¡Déjame ver la carta!
—No, no hay necesidad de que leas algo así.
Jessamy pudo ver la carta en el bolsillo de Julius. Asintió despacio, como si
aceptara sus razones. Después estiró la mano como un rayo y le arrebató la hoja.
Se fue a un rincón de la habitación, y había leído casi todo el contenido cuando
Julius se la quitó con tanta fuerza que estuvo a punto de romperla.
Jessamy casi deseó que se la hubiera quitado antes. Las venenosas y duras
palabras la desconcertaban. ¿Cómo podían odiarla tanto y mandarle algo así? El tono
de la carta era amenazador. Sugerían que si no salía del país durante largo tiempo
atentarían contra ella.
—¿Estás bien? —preguntó Julius, observándola.
—Ah, sí —tragó saliva—. Es decir, las cartas así son sólo bromas, ¿no? —se
apresuró a reconfortarse—. Te gusta hacer bromas y después te arrepientes.
—No me estoy riendo —declaró con calma.
Ni tampoco ella. Nunca antes le había pasado nada así y no le gustaba.
Con esfuerzo, Jessamy comenzó a recuperarse.
—¿Quién la ha enviado? —preguntó—. Tú lo sabes, ¿verdad? Debes saberlo.
—No… no estoy seguro —contestó, evasivo.
—Tú sabías que la carta llegaría esta mañana, por eso viniste aquí y me la
arrebataste.
—No te la arrebaté —apretó la boca—. ¡No esperaba que tú me la arrebataras y
la leyeras!
—Evitas la respuesta —señaló, nerviosa—. ¿Cómo sabías que la iban a mandar?
—No puedo hablar de eso. Digamos que ya tengo todo bajo control.
—Tienes todo bajo control. Bueno, me temo que eso no es suficiente para mí,
Julius, Esto es un asunto para la policía. Voy a llamarlos, les enseñaré la carta y
dejaremos que ellos se encarguen.

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—Quizá no te guste la publicidad —le advirtió.


—¿Qué?
—Esta clase de asuntos son los preferidos de la prensa. No me sorprendería que
acamparan delante de tu puerta para obtener la historia. Creo que será mejor que
nosotros nos encarguemos —continuó—. Sin policía, ni prensa.
—¡No quiero que tú te encargues de nada! —replicó ella—. Yo puedo con esto.
Sólo sal de mi casa, Julius. No te quiero aquí. Ya no eres parte de mi vida.
—Ésa no fue la impresión que diste en el artículo que sobre ti se publicó en el
periódico.
—¿Lo leíste? —preguntó con cautela.
—Le eché un vistazo —su expresión era indescifrable—. Era muy interesante,
sobre todo la parte en donde te describen como «la mujer del famoso industrial Julius
Landor». Los que lo hayan leído su pondrán que vivimos juntos y que estamos muy
unidos.
Jessamy recordó que se había enfadado mucho por el artículo. El periodista no
se había molestado en investigar siquiera. Su estado civil nada tenía que ver con su
trabajo. Si el periodista quería mencionarlo, entonces debía haber dicho que estaba
separada; la verdad.
Sacudió la cabeza con impaciencia.
—Nos estamos desviando del tema principal. Quiero que la policía se encargue
de esto y quiero que te vayas.
Julius no se movió.
—No iré a ningún lado —informó.
—Ni siquiera sé por qué estás aquí —Jessamy frunció el ceño—. Si sabías lo de
la carta, ¿por qué no me llamaste para pedirme que no la abriera? No tenías que
irrumpir de ese modo tan dramático y quitármela de las manos.
—Sólo quería estar seguro de que no la leyeras. Sí, supongo que pude llamarte,
pero ni siquiera pensé en eso.
—Es obvio que no pensaste con claridad —se burló—. Es muy raro en ti.
—Nunca pude pensar con claridad en lo que a ti se refiere —sus ojos se
oscurecieron—. Creí que ya lo sabías. Si hubiera pensado con claridad hace cinco
años, nunca me habría casado contigo. Sin embargo, siempre hiciste que me
comportara de una manera poco común en mí.
Sus palabras la hicieron callar. Siempre había sido así. Un comentario mordaz y
se quedaba muda. Era una de las razones por las que no quería verlo más.
—Los dos sabemos que nuestro matrimonio fue un desastroso error —comentó
con gran esfuerzo—. Como ya terminó hace mucho, no merece la pena discutirlo. Lo
que sí quiero es saber algo más sobre esta carta.
—Ya te he dicho que no puedo darte más información por el momento.

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—¡No te creo!
—¿Qué puedo hacer? —se encogió de hombros—. Sólo puedo decirte que
alguien quiere hacerte daño. Es obvio que te odian muchísimo.
—Es aterrador pensar que existe una persona así —se estremeció.
Los ojos de Julius se ensombrecieron.
—Hubo una época en la que tú me odiabas igual —comentó inexpresivamente.
Antes de que pudiera recuperarse del impacto de ese comentario, el teléfono
sonó y Jessamy se sobresaltó. Julius corrió a contestar. La chica sabía que ella debía
hacerlo, pero no consiguió moverse.
Julius regresó unos minutos después.
—He hecho algunos arreglos —informó—. Esa llamada era una confirmación.
Ve a preparar equipaje para un par de días. Saldrás de aquí.
—¿De qué hablas? —se lo quedó mirando.
—Te irás de esta casa —señaló con impaciencia.
—Pero no puedo irme —protestó—. Aquí es donde vivo y trabajo. Estoy
trabajando en una serie de ilustraciones para un nuevo libro. Tengo fecha límite y
necesito continuar con mi labor.
—¿Tu maldito trabajo es más importante que tu vida? —habló exasperado—. Sí,
quizá sí —añadió con sarcasmo deliberado—. En ocasiones, tu trabajo parecía más
importante que nuestro matrimonio.
—¿Mi trabajo más importante? —preguntó, incrédula—. ¡Tú eras el constructor
de imperios! ¡Había días en que ni te veía! Yo empecé a trabajar duramente sólo para
poder llenar las horas sin ti.
Pareció que Julios respondería con la misma pasión, pero cerró la boca. Giró en
redondo y fue al otro extremo de la habitación. Cuando volvió a hablar su tono era
de indiferencia, pero muy firme.
—Vamos a centrarnos en este problema. Hasta que este asunto de la carta esté
solucionado, necesitas alejarte de esta casa. Sería muy peligroso que te quedaras. No
hay garantías de que esas amenazas escritas no terminen en verdadera violencia
física. Lleva ropa y lo que necesites para terminar las ilustraciones. Después nos
iremos.
—¿Nos iremos? —repitió, cautelosa—. ¡No iré contigo a ningún lado!
—¿Crees que soy más peligroso que los que te enviaron la carta? —preguntó
con amargura.
Jessamy estaba segura de eso; Julius era más peligroso a su manera, aunque
nunca se lo dejaría saber. Era verdad que la carta la había alterado; aún temblaba por
dentro, y la idea de quedarse sola en ese lugar la ponía nerviosa. No habría
problemas si las dos modelos estuvieran en casa.

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—Está bien, me iré —acordó en voz baja—. Puedes llevarme a un hotel donde
pueda quedarme un par de días hasta que la policía encuentre a la persona que envió
el anónimo.
—Sin policía —repitió—. Puedo encargarme de la situación.
Jessamy abrió la boca para discutir, pero la cerró. No merecía la pena pelear. De
cualquier forma, cuando llegara al hotel, llamaría a la policía.
En media hora estuvo lista. Cuando cogió su maleta y cruzó el umbral, no se
molestó en mirar a Julius. Ya había sufrido muchas sorpresas en el día, y sus nervios
se pondrían más tensos si contemplaba esos familiares ojos castaños.
Jessamy supo que ése sería el cumpleaños más extraño y perturbador de su
vida.

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Capítulo 2
Jessamy metió su equipaje en el maletero del coche de Julius y se sentó en los
cómodos asientos de cuero.
—¿Conoces un hotel donde pueda quedarme? —preguntó.
—Conozco un lugar que será muy adecuado —respondió concisamente.
Julius puso en marcha el motor y aceleró. Jessamy comenzó a relajarse. En poco
tiempo estaría instalada en una tranquila habitación dónde podría continuar con su
trabajo y olvidar la llegada de la temible carta. Después de largo rato, Jessamy
frunció el ceño.
—¿Cuánto falta para llegar al hotel? No quiero estar muy lejos de casa por si
necesito algo.
—No quiero que regreses allí por ningún motivo —ordenó en tono cortante—.
Si necesitas algo, sales y lo compras.
A pesar de todo, Jessamy decidió de mala gana que él tenía razón. Después de
todo, era probable que estuvieran vigilando su casa. Si decidían llevar a cabo las
amenazas y…
La chica se estremeció.
—¿Por qué me habrán mandado a mí esa carta? —preguntó—. No tengo
enemigos. Nunca le he hecho daño a nadie. No tiene sentido.
—Quizá te estén usando para llegar a mí —sugirió Julius.
Jessamy irguió la cabeza.
—¿A qué te refieres?
—Quizá no tengas enemigos, pero yo sí. Rivales de negocios, empleados a
quienes tuve que despedir, la competencia… —se encogió de hombros—. Podría
sacar una larga lista.
Jessamy le lanzó una mirada hostil.
—Es decir, que es culpa tuya que yo tenga que dejar mi casa y andar
escondiéndome —frunció el ceño—. Además, llevamos cuatro años separados —
señaló con un tono más razonable—. Todos deben saber que no vivimos juntos, que
no nos vemos.
—Los que hayan leído ese artículo la semana pasada, creerán que nos hemos
reconciliado —opinó—. Si eso piensa, es lógico suponer que tratan de presionarme
haciéndote daño.
Ella lo miró con suspicacia.
—Tú sabes quién está detrás de todo esto, ¿verdad? —lo retó—. Sabías que
enviarían la carta, sabías que llegaría en mi cumpleaños. Por eso no quieres que
llame a la policía. No merece la pena, ya que tú sabes quién la mandó.

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—No estoy seguro y no tengo pruebas concretas. Por eso quiero que te escondas
un par de días, mientras investigo.
Jessamy murmuró algo. No le gustaba el asunto. Le había llevado mucho
tiempo poner en orden su vida, y ahora se la ponían de cabeza, ¡todo por Julius! Él
parecía tener la costumbre de irrumpir en su entorno y causar desastres.
Como si sintiera la furiosa mirada de Jessamy, él se volvió y la contempló. Algo
dentro de ella dio un vuelco cuando se encontró con sus ojos. De pronto supo que
debía salir de ese coche. Pasar siquiera un rato con él sería un error. Ya empezaba a
sentir que los años anteriores no habían existido, como si aún fuera la chica
confundida a la que Julius abandonó.
—Quiero que me dejes en el próximo hotel —declaró con tono alterado.
Julius fijó la vista en la carretera.
—No dije que te llevaría a un hotel —replicó tranquilamente.
—¿Qué quieres decir? ¿A dónde me llevas?
—Adonde no corras peligro.
—¡Estaré a salvo en un hotel!
—Quizá —reconoció—, pero conozco un lugar más seguro aún.
El coche adquirió velocidad y Jessamy miró por la ventanilla. Se dio cuenta de
que estaban entrando en la autopista del noroeste, en las afueras de Londres.
—¡Detente! —ordenó.
Julius aumentó la velocidad.
—Quiero bajarme del coche —dijo, enrojeciendo de rabia al ver que Julius la
ignoraba—. No puedes obligarme a ir contigo. Detente en la próxima gasolinera,
Julius y déjame salir.
Cada vez que decía su nombre, su voz temblaba. Quizás él se hubiera dado
cuenta de ello, porque le lanzó una mirada rápida; no dijo nada y volvió su atención
a la carretera.
—Tendrás que detenerte tarde o temprano —comentó Jessamy, furiosa—.
Cuando dejemos la autopista y encontremos un semáforo y un cruce. Entonces,
¡saldré y no podrás detenerme!
No hubo respuesta y eso la preocupó. Julius creía que se saldría con la suya.
¡Bueno, pronto descubriría que no!, decidió con violencia. Hubo un tiempo en que
Julius Landor podía reducirla a las lágrimas cuando se enfurecía. Muchas veces había
sentido como si él pasara sobre ella, sin escuchar sus argumentos y utilizando su
fuerza física y mental para obtener lo que quería. Sin embargo, eso era antes. La
nueva Jessamy había aprendido a tratar con los hombres como Julius. Y él se llevaría
una gran sorpresa si creía que trataba con la misma chica ingenua con quien se casó.
El coche siguió avanzando suavemente por la autopista.

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—Si sigues así, te detendrán por exceso de velocidad —comentó ella con cierta
satisfacción—. Y vas a tener muchos problemas cuando le diga a la policía que me
tienes aquí a la fuerza.
—¿A la fuerza? —repitió, arqueando una ceja—. No te he puesto un dedo
encima, y creo que la policía será muy comprensiva cuando les explique que sólo
trato de proteger a mi mujer de una carta amenazadora.
—¡No me llames «tu mujer»! —explotó—. ¡No lo soy!
—Sí lo eres —replicó con suavidad—. Según la ley, por lo menos, aún estamos
casados.
—No me importa si es legal o no. No me siento unida a ti de ninguna forma.
—No se trata de tus sentimientos —señaló, molesto—. La persona que envió la
carta piensa que eres mi mujer. Por eso te considera el blanco adecuado.
—Estás seguro de que tratan de hacerte daño a ti, ¿verdad? —observó con el
ceño fruncido.
—Sí —dijo, después de titubear.
—¿Qué les hiciste para que te odien tanto?
—No sé. Nunca he herido a propósito a nadie. Sólo sigo con mi trabajo y con mi
vida.
—No, no es cierto —negó Jessamy, cansada—. Tú irrumpes en la vida, Julius,
haces a un lado a la gente y lo peor es que ni siquiera miras a quién derribas en tu
camino.
—En los negocios, no es posible ser amable y considerado todo el tiempo —
señaló—. Tienes que ser tan decidido e implacable como tus rivales para poder llegar
a la cima.
—Y eso querías, ¿no? —sacudió la cabeza—. Justo en la cima. Ahora que ya
estás ahí, ¿disfrutas de tu éxito, Julius? ¿Merecieron la pena todas las horas de
trabajo, los sacrificios, la falta de espacio en tu vida para otras cosas y otras personas?
—No fue así —negó con tensión inesperada.
—¿No? —Jessamy sonrió de modo cínico—. Vaya, qué gracioso, a mí me parece
que fue justo así.
—Cuando empecé a formar mi cadena de compañías, tenía ciertas
responsabilidades con mis empleados —explicó, cortante—. Y me enseñaron desde
muy pequeño a no volver la espalda a esas responsabilidades.
—Qué lástima que no te enseñaran un poco de amabilidad y tolerancia.
¡Debieron enseñarte a ser un ser humano mejor!
—Ahora también criticas a mis padres, ¿eh? —replicó.
—Ah, sí, tus padres —hizo una mueca. Recordaba bien a los padres de Julius;
demasiado bien. Dos cicatrices permanentes en su mente.

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Su padre, el coronel, aún usaba con orgullo su título, a pesar de que se había
retirado hacía veinte años. Jessamy podía evocar su voz cortante y fría, parecida a la
de Julius cuando quería ser indiferente.
Y la madre de Julius, siempre vestida con trajes caros y de tono oscuro, y con el
pelo plateado peinado impecablemente. Jessamy supo que nada alteraría a su suegra,
que ella podía tomar los desastres de la vida de una forma tranquila.
Y la llegada de Jessamy fue una de esas crisis. Nunca se dijo de manera abierta;
de hecho, sus padres fueron muy corteses con ella, pero también fue obvio que no era
la mujer que querían para su astuto y ambicioso hijo.
—Es muy importante que la mujer de Julius sea socialmente aceptable —le
había dicho la señora a Jessamy cuando paseaban por el jardín—. Debes dejar que te
presente a algunas personas. Si necesitas ayuda para organizar cenas o entretener
clientes importantes de Julius, estaré encantada de aconsejarte. Él necesita mantener
cierto estilo de vida y quizá será difícil para ti ajustarte a sus exigencias.
Era claro que no la consideraban adecuada. Creían que sería desastroso para
Julius casarse con una chica doce años menor que él. Una chica de larga melena,
vestida con vaqueros y camisetas, siempre manchada de pintura porque trataba de
sobrevivir creando hermosas ilustraciones para libros.
Sus padres tenían razón, pensó con una mueca. Había sido un desastre desde el
principio. Lo que sucedió fue que estaba demasiado enamorada.
—Nunca te gustaron mis padres, ¿verdad? —preguntó Julius, molesto.
—Eso no tuvo nada que ver. No podíamos comunicarnos de ninguna manera.
A menudo pensaba que veníamos de planetas distintos.
—Nunca trataron de convencerme de que no me casara contigo.
—Porque fueron lo bastante astutos para saber que no podrían —comentó
Jessamy con amargura—. De cualquier forma, no tuvieron que disuadirte. Sólo se
sentaron a esperar a que todo se viniera abajo. No tuvieron que esperar mucho, ¿eh?
¡Apuesto a que hasta ellos se sorprendieron de lo poco que duró!
—Creo que eso sorprendió a todos… incluyéndome a mí —habló de mal
humor.
Su respiración era acelerada y de pronto perdió el control del coche. Otro
conductor tocó el claxon y, para alivio de Jessamy, Julius recuperó de inmediato el
dominio del automóvil.
—¿Por qué no te detienes, antes de que causes un accidente?
—Me detendré cuando lleguemos a nuestro destino —replicó.
—¿Y dónde es eso?
Él no respondió y a Jessamy no le pareció extraño.
Por las señales sabía que se dirigían a Oxford. «Qué bien, Oxford siempre está
lleno de gente», pensó con alivio. El tráfico lo obligaría a detenerse y ella huiría.

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No sabía a dónde iría ni qué haría sin dinero en una ciudad desconocida. Pero
eso no parecía importarle; sólo deseaba alejarse de Julius.
Por desgracia, no cruzaron Oxford, sino que lo rodearon, con lo cual no tuvo
oportunidad de escapar. Poco después cogieron una carretera que los llevó a la
avenida principal de un pueblo. Luego, cogieron otro camino que ascendía y dejaba
atrás las casas, la iglesia con su alta torre y los edificios. Jessamy se dio cuenta de que
salían de Orfordshire y entraban a Cotswolds, con sus colinas, valles y pueblos de
piedra dorada.
¿Por qué iban ahí?, se preguntó con inquietud.
Según sabía, a Julius nunca le había gustado el campo. En los primeros días de
su matrimonio vivieron en el corazón de Londres, cerca de los negocios, centro de
arte y cultura. Al principio, creyó que era una reacción de Julius en contra de su lugar
natal y la elegante casa de campo en el hermoso pueblo de Sussex. Jessamy creyó que
él estaría harto de tanta tranquilidad rural y que querría vivir en una ciudad
cosmopolita. ¿Se había equivocado al respecto?, se preguntaba ahora. Quizá sólo
vivieron en Londres porque él pensó que ella así lo deseaba. Nunca hablaron de eso,
entre muchas otras cosas.
La carretera estaba vacía. Era pleno otoño y el tiempo aún era cálido y soleado.
A pesar de eso, Jessamy sintió frío. Estaba sucediendo algo que no comprendía, y
tenía el presentimiento de que no tenía mucho que ver con la carta.
La inquietud la embargó y se volvió para mirarlo.
—¿A dónde me llevas? —insistió, deseando obligarlo a responder.
—Pronto lo sabrás —replicó—. Ya casi hemos llegado.
Julius redujo la velocidad cuando se aproximaron a un pequeño pueblo. Las
casas se alineaban junto a la carretera, con sus paredes de piedra. Algunas rosas
colgaban de los muros; las margaritas y crisantemos formaban parches de colores, y
los árboles comenzaban a mostrar los otoñales tonos dorados.
Después subieron hasta el final del valle. Antes de llegar a éste, el sendero
formaba un claro bañado por el sol. En el centro había una pintoresca casa con
chimeneas altas, tejados a diferentes niveles y ventanas con enrejados.
Un estrecho sendero pasaba por un prado lleno de flores y con grandes árboles
que formaban parches irregulares de sombra.
El coche se detuvo frente a la casa, y Jessamy miró a su alrededor con el ceño
fruncido.
—Es bonita —concedió al fin—. ¿Por qué hemos venido aquí?
—Porque te vas a quedar aquí. Es el único lugar donde estarás a salvo.
—Pero no puedo quedarme aquí —protestó—. Está demasiado lejos de todo.
—¿Qué quieres decir con «todo»?
—Bueno, Londres, mi casa, las bibliotecas, donde puedo conseguir libros de
referencia, la civilización —terminó, exasperada.

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—Sólo estamos a cuarenta y ocho kilómetros de Oxford y a menos de treinta de


Stratford. Creo que los dos lugares son civilizados —señaló Julius.
—Sabes a qué me refiero —replicó, y lo miró enfadada—. ¡No quiero quedarme
aquí!
—Lo que quieras es irrelevante en esta situación. Estarás fuera de peligro aquí y
eso es lo único que importa.
—No quiero quedarme en medio de la nada —replicó—. Estaré a salvo en un
hotel.
—¿No te gusta este lugar?
—Es bonito… si te gustan estas cosas, pero yo soy una chica de ciudad. Nací en
Londres y he vivido allí toda mi vida. Es demasiado pacífico vivir en el campo; no
sucede nada. Sabes de qué hablo porque tú eres igual. Te gusta el ruido y el
movimiento y no podrías encerrarte en un lugar en el que no hay más que árboles y
flores.
—¿Crees que eso es lo que me gusta? —preguntó, observándola.
—Pues… sí —respondió sin mucha certidumbre—. De cualquier forma, ¿de
quién es esta casa? —continuó, tratando de esconder el hecho de que su último
comentario la había desconcertado—. ¿Es de un amigo tuyo? Bueno, dile que es muy
amable al dejar que me quede aquí, pero rechazo su invitación.
—Esta casa es mía —informó Julius—, y yo vivo aquí.
Jessamy parpadeó, sin comprender.
—Pero… tú no puedes vivir aquí —negó.
—¿Por qué no?
—Porque… —balbuceó—, porque no te pega. Tú creciste en el campo y querías
alejarte de él. Cuando nos casamos, compraste un apartamento en el mismo corazón
de Londres.
—Cuando nos casamos, sabía que pasarías mucho tiempo sola mientras yo
estaba atado a los negocios, así que decidí que sería mejor que viviéramos en
Londres, donde podrías salir con amigos. Sabía que te gustaba la vida de la ciudad y
que no serías feliz en el campo.
—¿Quieres decir que vivimos en Londres por que tú creíste que eso era lo que
yo deseaba? —preguntó.
—¿Y no es así?
—Pues… sí —admitió—, pero no lo sabía… no me di cuenta; es decir, creí que
tú también lo querías así. Nunca dijiste que no —volvían al problema de siempre.
Julius se negaba a hablar de cosas que no parecieran importantes, así que ella decidió
que no quería pensar en eso y cambiar de tema—. ¿Cómo puedes controlar tus
negocios desde un lugar así?

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—Puedo estar en Londres en menos de dos horas —respondió—. Y mis


intereses están repartidos por todo el país, no sólo en la capital. Vivir aquí no es
problema.
—¡Pues para mí sí! —exclamó—. Por favor, llévame de regreso a Londres.
Julius no habló. Salió del coche y guardó las llaves en su bolsillo.
Jessamy se quedó refunfuñando. Después también salió del coche y cerró la
puerta de golpe.
—No me vas a llevar, ¿verdad? —preguntó, desafiante—. Bueno, no me
importa. ¡Puedo caminar!
—Tardarías mucho —comentó con indiferencia—. Londres está lejos.
—Tengo tarjetas de crédito —lo desafió—. Puedo comprar un billete de tren.
El problema era que ya no tenía crédito. El administrador del banco se
molestaría mucho si se excedía más. Sin embargo, Julius no tenía por qué saber eso.
—De hecho, también puedo hacer autostop —añadió—. No creo que tenga
problemas.
Los ojos de Julius se oscurecieron.
—¿No crees que es peligroso?
—Ya me acostumbré a vivir con el peligro —se burló—. Y después de esa carta
venenosa y tu compañía, viajar así no es nada —rodeó el coche—. Abre el maletero
para que saque mis cosas.
Jessamy se sorprendió cuando él la obedeció. No obstante, en lugar de darle la
maleta, la cogió y se dirigió a la casa.
—¿A dónde llevas mi maleta? —gritó Jessamy.
—Adonde te quedarás —respondió él con voz tranquila—. A la casa.
—¿Cuántas veces tendré que decirte que no pondré un pie en esa casa?
—Cuantas veces quieras, pero no te haré caso. Te quedarás aquí.
—¡No puedes obligarme!
Julius se volvió. Sus facciones estaban alteradas, una chispa peligrosa brillaba
en sus ojos y sus mejillas estaban rojas.
—Sí puedo —murmuró.
—¿Por que aún estamos legalmente casados? —se burló—. ¿Crees que eso te da
algún derecho sobre mí? Bueno, te equivocas. Soy libre e independiente. No puedes
obligarme a nada.
Julius bajó la maleta y caminó despacio hacia ella. Jessamy se puso a temblar. Él
era muy intimidante cuando se lo proponía.
De cualquier modo, se obligó a no revelar su miedo.

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Julius se detuvo a unos cuantos centímetros de ella. Para Jessamy estaba


demasiado cerca. ¡Podía retroceder, pero no lo haría! Julius sabría que aún la afectaba
y eso sería peligroso para ella.
Echó hacia atrás la cabeza y miró a Julius con desafío.
—¿Vas a darme la maleta y dejarme ir? —exigió.
—Si eso quieres —replicó, sorprendiéndola.
Ella sospechó de inmediato. Julius nunca se rendía así de fácilmente.
—¿Cuál es tu treta? —preguntó con cautela.
—Ninguna. Sólo coge tu maleta y vete.
Jessamy no se movió. Conocía demasiado bien a su marido. Había oído ese tono
en el pasado y sabía bien lo que significaba.
—Bien —asintió despacio—. Supón que me voy de aquí. ¿Qué pasaría?
—Hay dos posibilidades. Podrías cometer la estupidez de regresar a tu casa, y
en ese caso estarías en peligro. Después, la prensa se pondría insoportable cuando se
enterara de la historia.
—¿Y cómo se van a enterar? —lo retó—. Yo no soy importante; no se interesan
por mí.
—Pero por mí, sí —le recordó—. Y no sólo por mi vida de negocios. Les encanta
meter la nariz en mi vida privada.
Jessamy sabía que tenía razón. Había visto fotografías de él en los periódicos,
escoltando a hermosas mujeres. Y aún después de cuatro años, su cuerpo hervía de
celos.
—No sabrán nada de tu vida personal —tragó saliva—, a menos que tú se lo
digas.
—Exacto —acordó, mirándola a los ojos—. Y si te vas, temo que haré unas
cuantas llamadas telefónicas. Se lo diré a la prensa y pronto los tendrás en el umbral
de tu casa.
—¡No lo harías! —lo miró con incredulidad.
Julius la miró fijamente y Jessamy se estremeció.
—¿Quieres probar? —la invitó.
Jessamy trató de tragar saliva, pero no pudo.
—Sólo estás fanfarroneando —replicó.
—Nunca lo hago, ni en los negocios, ni en mi vida privada. Planeo tenerte aquí,
Jessamy, y no me importa lo que tenga que hacer para lograrlo.
—¿Por qué? —estalló.
—Ya te lo he dicho, aquí estarás a salvo. Tu seguridad es importante para mí.
—No veo por qué. ¡En los últimos cuatro años nunca te has preocupado por mí!

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Él se quedó callado por un rato y luego habló con calma:


—Bueno, quizá quiera compensar el tiempo perdido. ¿Qué decides? ¿Te
quedarás dos días en un lugar donde estarás segura? ¿O regresarás a tu casa para
recibir más cartas y chismes?
—No estaré segura aquí —murmuró.
—¿Por mí? —preguntó, con una extraña luminosidad en los ojos.
—¡No, no por ti! —exclamó—. No eres una amenaza para mí porque no
significas nada —ignoró la ira en su rostro—. Si ésta es tu casa, la persona que envió
la carta, debe de conocerla. Mandarán las cartas aquí.
—Casi nadie conoce este lugar —indicó—. Tengo un apartamento en Londres, y
siempre doy esa dirección. Pocos conocen esta casa, y ninguno revelaría esa
información.
Jessamy sintió curiosidad por esa afirmación.
—¿Es decir, que éste es tu refugio personal? Nunca creí que necesitaras algo así.
—Hay muchas cosas de mí que no sabes —comentó, y después lo lamentó—.
Entremos.
—Todavía no he dicho que me quedaré —negó con terquedad.
—No tienes opción —sugirió fríamente.
Tenía razón y eso era lo más perturbador. Julius la privaba de su libertad de
elección, y justamente el día en que había decidido divorciarse de él y tener una vida
que no lo incluyera. En otras circunstancias, se reiría de lo irónico del caso.
Jessamy caminó con desgana detrás de él. Cuatro años lejos de Julius y aún la
manipulaba. Era difícil creer que esto sucediera, aceptar que no podía defenderse.
La chica miró la casa con interés. Era muy antigua y se le habían hecho
ampliaciones. Julius abrió la pesada puerta de madera y entró.
Ella lo siguió por un pasillo que debía de ser la parte más antigua de la casa. El
suelo era de piedra, había una enorme chimenea en un extremo y las ventanas daban
al jardín. Casi no había mobiliario: una mesa de roble, unas cuantas sillas y un
mostrador largo. Los muebles eran muy viejos y combinaban con la atmósfera del
vestíbulo. Aunque la madera era oscura, no había nada deprimente en el ambiente.
La luz se filtraba por las ventanas, exaltando la riqueza del color, y hasta el suelo de
piedra brillaba y no inspiraba frialdad.
Jessamy se negó a admitir que la había impresionado.
—No es muy acogedor —murmuró.
—No vivo en esta parte de la casa —anunció—. Aún la estoy renovando. El
lugar estaba destruido cuando lo compré —la condujo más al fondo—. Esta es el ala
que uso —informó, y abrió una puerta—. Este es mi despacho —anunció. Jessamy
echó un vistazo a una soleada habitación con muebles cómo dos, sofás, estanterías,
mesitas, televisión, video y equipo de sonido. Julius cerró la puerta y miró la sinuosa

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escalera—. La cocina está detrás de la escalera, pero eso lo verás después. Te llevaré
primero a tu habitación.
Cuando llegaron al primer piso, él abrió otra puerta y Jessamy entró en una
espaciosa habitación con una enorme cama, muchos estantes, un cómodo sillón, una
mesa y sillas junto a la ventana.
—Si no te gusta ésta, puedes escoger cualquier otra —declaró Julius.
—Supongo que ésta está bien —señaló ella con deliberada falta de interés—.
¿En dónde duermes tú? —preguntó con cautela.
—Al final del pasillo, aunque puedo mudarme a otra área de la casa, si eso te
hace feliz.
—Nada de esta situación me hace feliz —replicó—. Y supongo que no importa
dónde duermas, aunque preferiría que te mudaras a tu apartamento en Londres,
mientras yo estoy aquí. ¡Así no tendría que hablarte, ni verte!
Su rudeza tuvo éxito, notó con satisfacción. Julius enrojeció y apretó los labios,
pero con gran esfuerzo, se obligó a permanecer calmado.
—Los dos nos quedaremos aquí, por lo que será mejor que te acostumbres a la
idea —dejó la maleta en el interior de la habitación—. Te dejaré para que te
acomodes. Baja cuando estés lista y te enseñaré el resto de la casa.
—No me interesa una visita guiada —indicó con frialdad—. No soy una turista.
¡De hecho, más bien me considero una prisionera!
—No tergiverses las cosas, Jessamy —le advirtió—. Tengo muy poca paciencia;
estoy seguro de que lo recuerdas bien.
Había muchas cosas que empezaba a recordar acerca de Julius, pero deseaba
olvidarlas tan pronto como fuera posible. Era peligroso evocar ciertas actitudes de
Julius.
—Vete —murmuró. Él obedeció y salió dando un portazo.
Jessamy ignoró la maleta junto a la puerta. Fue a la ventana y miró las flores, los
árboles, la hierba y las colinas alrededor de la casa. El sol brillaba a través del cristal,
y la bañaba, uniéndose al dolor de cabeza que empezaba a sufrir.
Era el último lugar donde quería estar. No le gustaba el campo y no le gustaba
Julius Landor. ¡Debía alejarse de él! El único problema era que no sabía cómo.

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Capítulo 3
Jessamy se quedó mucho tiempo junto a la ventana. Después se volvió de mala
gana y empezó a acomodar sus pertenencias.
Odiaba hacerlo, ya que era un símbolo de derrota. Sin embargo, no tenía otra
opción. Era difícil creer que Julius cumpliera su amenaza de contarle todo a la
prensa. Hacía cuatro años que se habían separado y no sabía cuánto habría cambiado
él. De cualquier modo, ella no pensaba arriesgarse, ya que apreciaba mucho su
intimidad y no soportaría a un montón de periodistas en su vida.
Cuando terminó, se sentó junto a la ventana. No quería bajar, ni hablar, ni ver a
Julius. Lo peor era que no sabía cuánto tiempo permanecería ahí. Julius dijo que él se
encargaría, pero, ¿quién sabía cuánto se requería? ¿Y si nunca descubría quién había
mandado esa carta? ¿Qué haría ella entonces?
Jessamy tembló y decidió no pensar en eso. «Piensa positivamente», se
aconsejó. «Es la única forma de sobrellevar esta situación».
Pronto se aburrió del paisaje. Las aves trinaban, el sol brillaba, pero ella no
estaba de humor para apreciarlo. Frunció el ceño y salió a la escalera.
Estaba de tan mal genio, que ya no se tomaba la vida con tranquilidad. Julius la
hacía comportarse de ese modo.
Bajó y se dirigió a la parte posterior con la intención de ir a la cocina y
prepararse una bebida. La casa tenía un montón de habitaciones y le llevó tiempo
encontrar la bien equipada cocina.
Su humor empeoró cuando vio que Julius estaba allí.
—Estoy revisando la cena —informó—. Está casi lista.
—¿Cena? —repitió, arqueando las cejas—. ¡No sabía que cocinaras! ¿Qué vamos
a comer? —continuó con sarcasmo—. ¿Algo que tú mismo has preparado?
—Es guisado de pollo —respondió tranquilamente—. Y pude prepararlo yo,
pero en esta ocasión no fue así. La señora Copely es el ama de llaves cuando es
necesario. Ella limpia la casa, y de cuando en cuando me prepara la comida. La llamé
desde tu casa para decirle que llegaríamos más tarde y que dejara comida en el horno
—sus ojos brillaron un poco—. No creo que tú quieras cocinar.
—Tienes toda la razón —replicó—. No me importaría cocinar para mí, pero ya
no soy la sumisa ama de casa, Julius.
—Nunca lo fuiste —murmuró, y antes de que ella protestara, añadió—: Y yo no
quería que lo fueras.
—¿No? Entonces, ¿qué querías que fuera? ¡Ciertamente parecía que no te
agradaba mi forma de ser!
Jessamy respiraba con dificultad y podía sentir que su piel ardía.

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«¡Basta!», se ordenó, molesta. «No hables del pasado, no te metas en


discusiones, ni siquiera lo menciones, o todo se derrumbará».
Julios parecía perder la calma. Fue a un extremo de la cocina y cogió
bruscamente un par de platos, como si no pudiera controlarse.
—No te he traído aquí para abrir viejas heridas —dijo por fin.
—Claro que no —replicó ella con sarcasmo—. Me has traído aquí para que esté
a salvo. Sólo que no me siento segura cuando estás cerca. ¡Creo que preferiría las
cartas amenazadoras!
Con eso, Jessamy se dio la vuelta y se apresuró a salir de la cocina. Temerosa de
que Julius la siguiera, corrió por los escalones hasta el jardín. Al fin se detuvo. Por
unos momentos creyó estar atrapada, sin escapatoria, ante los altos muros que
rodeaban el jardín. Entonces vio una verja de hierro en una esquina y se dirigió a ella.
Necesitaba huir. Por suerte no estaba cerrada. La abrió y salió a una parte más
amplia del jardín, con hierba alta, árboles enormes y arbustos.
Caminó con rapidez, pero después se detuvo. ¿A dónde iba? Si seguía
caminando, se perdería. Sólo podía verse un ancho cinturón de árboles al final del
valle.
Además, si escapaba de Julius cada vez que tocaban un tema personal, él
pensaría que aún la afectaba y ella no podía permitirse el lujo de que eso sucediera.
Se pondría en una posición vulnerable, y Julius sabría explotarla muy bien.
Se quedó allí pensando en el asunto. Al fin dio media vuelta y regresó despacio
a la casa.
Cuando entró en la cocina, Julius estaba allí, sentado a la mesa con expresión
meditabunda y sombría.
Por un instante pareció no darse cuenta de que ella estaba ahí. Jessamy lo
contempló y notó los cambios en él.
Su pelo seguía siendo abundante y oscuro, pero más largo. Cuando lo conoció,
los sedosos rizos estaban muy cortos con un estilo severo que a pocos hombres
favorecía. Su boca era igual, de labios bien definidos y sensuales. Sin embargo, había
líneas en las comisuras y marcas de tensión alrededor de los ojos. Sus ojos eran de un
tono castaño y se iluminaban y oscurecían según su estado de ánimo. Nunca fue fácil
adivinar lo que escondía su mirada. Parecía como si ocultara secretos que nunca
revelaría. Sus facciones estaban rígidas y la piel tensa y pálida.
Entonces Julius la miró y por un instante, fue como si la barrera entre ellos se
derrumbara. A Jessamy la sorprendió una ola de familiaridad: la repentina
comprensión de que ése era el hombre con quien había compartido mucho en muy
poco tiempo. Amor, alegría, placer físico que la dejaba sin aliento por su
intensidad…
Como si se diera cuenta de que veía demasiado, los ojos de Julius se cerraron.
¿Cuántas veces le había hecho eso antes? Siempre se había decidido a no dejarla
acercarse demasiado, excepto físicamente, y en la cama la deseaba tanto como ella a
él. A veces la asustaba la fuerte necesidad que sentía de Julius. Al principio, despertó

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en ella un deseo similar al de él, pero que también la espantó. Siempre había creído
que el amor debía hacerse con la mente y el cuerpo. Sin embargo, con Julius siempre
había sido algo muy físico, y Jessamy nunca había podido evitar responder a esa
enorme pasión.
Jessamy tenía el presentimiento de que Julius tampoco podía controlar los
recuerdos del pasado. Él respiró profundamente, se puso de pie y habló con calma:
—La vida no será muy agradable los próximos días si no hacemos más que
discutir.
—No espero que sean agradables —replicó—. Yo no quería venir aquí, y no
quiero quedarme. ¿Por qué no me dejas ir, antes de que la situación empeore?
—Te quedarás aquí —declaró con firmeza.
—¡Eres muy obstinado! —frunció el ceño.
—También soy tu marido y eso me hace responsable de tu seguridad.
—Eso es lo que más odio —estalló con violencia—. Ya no soy yo. Soy tu mujer,
una responsabilidad. ¡Soy alguien a quien hay que enseñarle un lugar seguro, como a
una niña que no puede cuidarse sola! Bueno, no soy nada de eso. Si no me
chantajearas, me iría de aquí.
Por un instante la mirada de Julius despertó a la vida. Jessamy dio un paso atrás
porque algo en su expresión la alarmó; después recordó que no era buena idea hacer
enfadar a Julius.
—Si te comportaras de un modo sensato por una vez en tu vida, no tendría que
amenazarte —indicó con tono firme—. Como los dos estaremos bajo el mismo techo
un par de días, quizá más, será mejor que establezcamos algunas reglas para no
matarnos.
—Me parece bien —contestó—. Siempre y cuando tengas en cuenta que quiero
verte lo menos posible. Y también quiero que sepas que deseo trabajar mientras estoy
aquí. No pienso sentarme todo el día a contemplar el techo.
Una expresión sombría se dibujó en el rostro de Julius cuando le dijo que no
quería verlo, pero se mantuvo tranquilo.
—Si quieres trabajar, no hay problema. ¿Qué necesitas?
—Una habitación con mucha luz natural y una mesa larga donde pueda poner
mis cosas. También necesito intimidad —añadió con mordacidad—. Nada de
interrupciones.
—En otras palabras —comentó tensamente—, aunque ésta sea mi casa, no
quieres que entre en esa habitación.
—Exacto. De hecho, no hay razón para que nos veamos. Esta casa es enorme y
podemos vivir sin vernos siquiera.
Él le lanzó una mirada iracunda.
—¿Qué sugieres? ¿Que dividamos la casa en dos?

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—Bueno, supongo que no sería muy práctico —concedió—, y como has dicho,
es tu casa, así que eso te da algunos derechos.
—Gracias —respondió con sarcasmo.
—Sólo dame una habitación para trabajar y el resto del tiempo me mantendré
fuera de tu camino. Supongo que tendré que usar la cocina —añadió—, pero
podríamos establecer horarios, así no nos veríamos ni en las comidas.
—¿Y si por casualidad nos encontramos? —preguntó con un brillo peligroso en
los ojos—. ¿Fingimos que no nos hemos visto, nos disculpamos y nos escabullimos, o
qué?
—Claro que no —contestó, impaciente—. De cuando en cuando nos veremos,
pero podemos decirnos «hola» Y ya está.
—¿Estás segura de que tendrás la cortesía de saludarme?
A Jessamy no le gustó el sarcasmo en su voz, no era típico de él. Lo recordaba
como un hombre arrogante, abrumador, irritable, impaciente, pero nunca sarcástico.
—Es que trato de encontrar una solución a los problemas que tendremos si
vivimos bajo el mismo techo —afirmó con voz tensa—, pero si no estás dispuesto a
intentarlo y ser útil…
De pronto, Julius pareció muy cansado.
—Está bien —aceptó, y se puso de pie—. Seré tan útil como quieras. Te daré
una habitación para que trabajes y me volveré cuando te vea venir. Me quedaré fuera
de la cocina cuando tú quieras usarla. ¿Quieres que empecemos con este acuerdo de
inmediato? ¿Me salgo de la cocina con mi plato para que no comamos juntos?
Jessamy lo miró con suspicacia. Julius nunca se rendía. Por otro lado, sería
mejor llegar a un acuerdo para evitar más discusiones. Era un día largo y cansado y
admitía que estaba tan fatigada como él.
Era curioso, pero tampoco deseaba cenar sola. Sabía que carecía de sentido, ya
que deseaba estar lejos de él, pero de pronto sintió la necesidad de compañía
humana, aunque fuera la de Julius. Suponía que la tensión del día la había afectado.
Si se sentaba sola en esa cocina extraña, no soportaría el silencio de la casa.
—Supongo que podemos cenar juntos —murmuró—. Sólo por esta noche —
añadió deprisa, para que él no la interpretara mal.
—Sólo por esta noche —repitió él.
Julius sirvió el guisado y comieron sin charlar. La comida era muy buena, pero
Jessamy comió automáticamente y no la saboreó. Julius apenas comió y sus ojos
castaños estaban fijos en Jessamy.
—¿Por qué me miras? —preguntó, molesta.
—¿Te estoy mirando? —parecía realmente sorprendido—. No me he dado
cuenta.
Después de eso, no la miró más. Por alguna razón, eso resultaba igual de
molesto. Tan pronto como terminó su comida, Jessamy se puso de pie.

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—Voy a mi habitación, a menos que quieras que te ayude a recoger.


—No es necesario. Pondré todo en el lavavajillas.
Fue a la puerta entonces se detuvo y lo miró. Había una pregunta que deseaba
hacer.
—Julius, ¿de verdad te gusta vivir aquí? Nunca creí que establecieras tu hogar
en un lugar como éste.
—No es un hogar —comentó—. Todavía no —la miró detenidamente—. Me crié
en el campo. Cuando compré mi primera compañía y comencé con el negocio, tenía
que vivir en la ciudad, para poder estar en el centro de todo. Sin embargo, descubrí
que cuando te encuentras lejos de algo, te das cuenta de cuánto lo deseas y necesitas.
Algo en su mirada le erizó los nervios a Jessamy. ¿Qué quería decir con eso?
«¡Nada!» se dijo con firmeza. Sin embargo, Julius la miraba con una intensidad
que la desconcertaba. Deseó correr, alejarse de esa mirada, pero se contuvo. Ya había
huido de él una vez ese día y no lo haría más; no le dejaría pensar que podía afectarla
por lo que decía o por la forma en que la miraba.
Con enorme esfuerzo, se obligó a caminar despacio. Cuando estuvo lejos de
Julius, corrió hasta su habitación y se encerró. Después se dejó caer en la silla más
cercana, abrumada por todo lo sucedido desde que se había despertado esa mañana.
Se quedó allí hasta tarde, demasiado cansada para moverse o pensar. Cuando
cayó la noche, se levantó, se quitó la ropa y se metió en la ducha.
Era un alivio tener su propio baño; así no tendría que encontrarse con Julius en
el cuarto de baño, lo cual sería molesto… y muchas cosas más.
Jessamy se secó despacio, se puso un camisón y se metió en la cama. A pesar
del cansancio no podía dormir. La idea de que Julius estaba cerca la mantenía
despierta.
Nunca esperó estar tan cerca de él otra vez, ¡y mucho menos compartir la
misma casa! No comprendía qué pensaba Julius y eso la perturbaba. Claro, que
nunca había conocido bien sus sentimientos. Esta vez, la situación era más peligrosa
que nunca. Si por lo menos él se explicara un poco…
Jessamy suspiró. No merecía la pena desear lo imposible. Cerró los ojos y al
poco rato cayó en un sueño inquieto.
Despertó temprano sin recordar dónde estaba. Miró a su alrededor y gruñó
cuando evocó todo. Estaba en casa de Julius, en medio de Cotswolds.
Sabía que se sentiría mejor si la hubiera obligado a permanecer en el
apartamento de Londres. Allí estaría rodeada de gente; oiría el familiar ruido del
tráfico. En esta casa, sólo los trinos de las aves cortaban el silencio.
El sol se levantó en el cielo, dando paso a otro día brillante y dorado. Jessamy se
levantó de la cama y se dirigió a la ventana.

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Admitía que el paisaje era hermoso. Los colores de las flores destacaban a la luz
matutina; una capa de rocío cubría la hierba y las hojas de los árboles estaban
inmóviles.
Se vistió y salió de la habitación. La casa y el jardín se encontraban en silencio y
ella no estaba acostumbrada a eso tampoco. Por lo general, oía música que provenía
del apartamento de las modelos, la llamada a la puerta del cartero, el tintineo de las
botellas cuando el lechero llegaba…
Fue a la cocina y se alegró de que estuviera vacía. Echó un vistazo a los estantes
y notó que había bastantes provisiones, aunque ella sólo deseaba café.
Estaba hirviendo el agua cuando la puerta se abrió y Julius entró. Sus ojos
brillaron por un momento después asumió una expresión inescrutable.
—No creí que estuvieras levantada —comentó.
—Me ha debido de despertar tanto ruido —replicó con sarcasmo.
Julius casi sonrió.
—El silencio es extraño —reconoció—, pero después de un par de días, ya no lo
notarás.
—¡Después de un par de días espero estar en mi casa! —exclamó.
La media sonrisa de él desapareció por completo.
—Quizá me lleve más tiempo descubrir quién envió la carta —dijo.
Jessamy lo miró con curiosidad. No la retendría durante más tiempo de lo
necesario, ¿o sí? No, claro que no. ¿Por qué iba a hacerlo? A Julius no le gustaría vivir
con ella en las actuales circunstancias.
—Supongo que quieres café, ¿no? —murmuró, un poco molesta.
—Sí —respondió, y la miró desafiante—. Es decir, si no te importa que estemos
los dos en la misma habitación, claro.
—Sé que dije que no había necesidad de que pasáramos tiempo juntos, pero no
hay que ser extremistas —señaló—. De cualquier forma, es sensato llegar a un
arreglo en todo esto. Para empezar, podríamos establecer un horario para usar la
cocina. Empezaremos hoy. ¿Quieres comer antes que yo o después?
De pronto, Julius apretó los labios con fuerza.
—Esto es ridículo —protestó—. ¿No podemos comer juntos de cuando en
cuando? Somos dos adultos maduros y civilizados. ¿Por qué debemos comportarnos
así?
—Porque no me siento ni madura ni civilizada cuando estoy contigo —estalló
de modo violento—. Y no me gusta sentirme así, por eso trato de evitarte.
Lo miró, furiosa. Sabía que había cometido un grave error, ya que había
revelado demasiado. Sin embargo, no había podido contenerse.

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Julius la observó y después posó la vista en su rostro. Jessamy tuvo el


presentimiento de que esos ojos captaban cada detalle, desde el sonrojo de su piel
hasta el temblor en el labio inferior.
—Por lo menos, no te soy indiferente —comentó con un tono muy distinto—.
Después de todo este tiempo, creí que así era.
—No importa lo que sienta o no por ti —replicó—. Estamos separados en todos
los sentidos.
A pesar de su desafío, había vuelto a cometer un grave error. Cada vez que le
gritaba o reaccionaba a algo que él decía, revelaba algo que no debía.
Con ira, le dio la espalda. Deseaba poder irse y no verlo más.
—¿Otros hombres te hacen reaccionar así, o sólo yo? —preguntó Julius después
de un rato.
Jessamy abrió la boca, pero de inmediato la cerró. No respondería a eso.
—Cuando te conocí, no te enfurecías —comentó con suavidad—. Siempre
estabas relajada; era una de las cosas que más me gustaba de ti.
—La gente cambia —le interrumpió—, y si no te gusta cómo soy, entonces,
déjame ir.
—No irás a ningún lado —ordenó, implacable.
—¿No confías en mí? —lo desafió—. ¿Crees que haría algo tan estúpido como
regresar a mi casa o ignorar el hecho de que podrían hacerme daño?
—Confío en ti —la sorprendió—, pero vas a quedarte aquí —añadió.
—¿Por qué? —exigió.
—No daré explicaciones.
—Nunca quisiste darlas —lo acusó—. Hablar contigo era como hablar con una
pared.
—¿Tan malo fue?
Algo en su tono le hizo mirarlo. Por un instante pudo ver en el fondo de esos
ojos, más allá de las barreras. Jessamy deseó saber lo que pasaba por su mente. Algo
se estaba formando ahí, algo que a ella no iba a gustarle. No sólo se trataba de la
carta amenazadora ni de su seguridad. Había algo más. Si por lo menos él le dijera lo
que pensaba, lo que sentía…
Sacudió la cabeza, frustrada. ¡Era un deseo imposible!
—Estoy cansada de discutir —murmuró—. No nos llevará a ningún lado.
Quiero empezar a trabajar. ¿Qué habitación puedo usar?
—Hay un cuarto grande en la parte posterior —su voz era más calmada, como
si se sintiera a salvo—. Es tranquilo y hay buena luz, así que será ideal. Si no te gusta,
puedes escoger otra habitación.
—¿Y tú qué harás en todo el día?

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—Ya encontraré cómo pasar el tiempo.


Jessamy lo miró con suspicacia. No le gustaba la idea de tenerlo en casa.
—¿No vas a trabajar? —sugirió—. Todas esas compañías que posees no pueden
controlarse solas. No creo que puedas permitirte el lujo de tomarte vacaciones. Es
decir, quizá debas asistir a reuniones, citas…
—Un descanso no programado no es conveniente —acordó—, pero no creo que
ninguna de mis compañías se derrumbe si no estoy allí. Si eso pasa, entonces no las
he administrado con eficiencia. Sin embargo, tienes razón, hay varios asuntos que
debo atender. Por eso llamé a Eleanor anoche y le dije que viniera esta mañana.
Traerá algunos archivos que necesito revisar. Cuando llegue le daré instrucciones
para que todo vaya bien.
El rostro de Jessamy se ensombreció.
—Ah sí —murmuró—, la elegante Eleanor. Debí suponer que seguía contigo.
Eleanor era la secretaria de Julius. Tenía casi la misma edad que él y trabajaba
en la compañía desde hacía diez años.
—Ella tampoco te caía bien, ¿verdad? —su expresión había cambiado.
—¿Qué quieres decir con «tampoco»?
—Eleanor, mis padres, mis amigos… Nunca hiciste el menor esfuerzo por
llevarte bien con la gente que era importante en mi vida desde antes de que tú
entraras en escena.
—¿Y cuántos de ellos hicieron un esfuerzo por llevarse bien conmigo? —
explotó.
—Trataron de aceptarte.
—¡Ninguno de ellos lo intentó! —replicó con furia—. Pero tú no puedes saberlo
porque nunca estabas presente. Eleanor te veía más que yo.
—Trabajamos juntos —explicó.
—¿Sabías que nunca me dejaba hablar contigo? Siempre que llamaba, inventaba
que estabas en una junta o con un cliente importante y que no podía interrumpirte.
—Quizás fuera cierto —sugirió.
—¿Siempre? —preguntó.
—Estaba ampliando mis negocios y trabajaba casi todas las horas del día. Era
exigente y nunca tenía un minuto libre. Tú eras demasiado joven para comprender
todo el trabajo que implica erigir un negocio, cuánto esfuerzo se requiere para armar
todo y evitar que se derrumbe.
—¿Y Eleanor lo entendía? —se burló.
—Sí, así es —afirmó después de una pausa.

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—Y yo era demasiado joven para comprender, demasiado joven como para que
me explicaras lo que hacías, lo importante que era para ti. ¡Pero no lo era para
casarme contigo!
Los ojos de Julius brillaron.
—Yo no planeaba casarme en esa época, pero llegaste tú, hermosa, inocente…
Sabía que no debía precipitarme, mis instintos me indicaban que esperara, pero no
pude resistirme a ti.
—Qué lástima para los dos que no hayas tenido más fuerza de voluntad —
comentó Jessamy con amargura—. Hablemos de Eleanor, ya que pronto estará aquí.
¿Ha cambiado con los años? ¿Sigue siendo fiel? ¿Aún está enamorada de ti?
—¡Ya basta, Jessamy!
—¿La usaste para consolarte cuando nos separamos? —continuó—. Qué tonto
si no lo hiciste. Ella siempre te ha deseado, y siempre me ha odiado.
Había ido demasiado lejos, lo sabía, pero no podía retroceder.
—¿Estás celosa de Eleanor? —preguntó él de pronto.
—Cuando nos casamos, lo estaba. Tú pasabas más tiempo con ella y sentía que
hasta te conocía mejor que yo. Pero no cometas el error de creer que estoy celosa
ahora —añadió con violencia—. Por mí, puede tenerte. Ya no me perteneces. De
hecho, creo que nunca me perteneciste en absoluto.
—¿Ni siquiera cuando yacías tan cerca de mí y la piel de ambos se fundía? —
retó con suavidad.
Jessamy se horrorizó por las vívidas imágenes y las evocaciones que él producía
en su mente.
—Quizá hayas yacido así con docenas de mujeres —replicó, sin recapacitar
sobre lo que decía.
—Aun así, ¿crees que fue como fue contigo?
Jessamy miró con desesperación hacia la puerta. ¡Debía salir de allí!
—No sé —respondió con indiferencia—. Cuando estábamos casados, nunca creí
que te acostaras con otra. Supongo que era demasiado joven e ingenua para darme
cuenta de que habías tenido una vida sexual muy activa antes de conocerme. Ahora
ya no me importa, en absoluto —repitió con vehemencia.
—¿Estás segura de eso? —la miró con una intensidad tal que Jessamy sintió que
le ardía la piel.
—¡Ah, sí, muy segura! Pasé cuatro años asegurándome de que no me importara
más. No quiero volver a pasar por algo como nuestro matrimonio. ¡Prefiero
quedarme soltera y estar sola durante el resto de mi vida!
Julius iba a decir algo, pero Jessamy no deseó oír más. Abrió la puerta y salió
corriendo de la casa.

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Capítulo 4
Jessamy estaba en medio del camino cuando divisó un coche. Este se detuvo a
unos metros de ella y el estómago se le revolvió cuando la puerta se abrió y salió
Eleanor.
Parecía que no había cambiado en cuatro años. Alta y delgada, de pelo dorado
peinado a la perfección y ropa impecable. Tenía la misma edad que Julius, pero su
piel era tersa. Era el tipo de mujer que atraía las miradas y muy deseable.
«La elegante Eleanor»; así la llamaba Jessamy, y era la definición más adecuada.
Todo en ella era clásico y elegante.
Sin embargo, ese día parecía alterada y una expresión extraña se dibujó en su
rostro cuando la vio.
Jessamy tampoco deseaba verla. Su corazón aún palpitaba con fuerza después
de la escena con Julius; su piel estaba caliente y húmeda y sus ojos se encontraban
demasiado brillantes. Comparada con Eleanor, se sentía desaliñada. Como siempre,
llevaba puestos unos vaqueros descoloridos y una camiseta; su larga melena le caía
suelta por la espalda. Se sentía muy cómoda con ropa informal, pero de pronto deseó
haberse vestido bien.
—Hola, Jessamy —la saludó Eleanor con voz fría y elegante—. Creí que estarías
en el apartamento de Londres. No esperaba encontrarte en el refugio de Julius.
—Yo tampoco —replicó concisamente.
Eleanor frunció el ceño.
—Cuando Julius me llamó anoche, no mencionó que estabas aquí.
—Bueno, ya conoces a Julius —dijo—. Nunca da detalles sobre su vida personal
—la miró con curiosidad—. ¿Por qué pensaste que estaba en el apartamento de
Londres?
—Bueno… hay rumores de que os habéis vuelto a unir.
Por su tono era obvio que no le gustaba nada la supuesta reconciliación. A
Jessamy no le importaba, ya que no era asunto de Eleanor. Lo que sí le molestaba era
que Eleanor hablara de Julius con tal familiaridad. Era lógico, ya que era su secretaria
desde hacía diez años, pero por alguna extraña razón sus nervios se alteraron.
Eleanor la observó de pies a cabeza. Al fin levantó la cabeza y sonrió con
seguridad. Obviamente, pensaba que Jessamy era incapaz de mantener el interés de
Julius durante mucho tiempo. ¿Por qué un hombre como él se sentiría atraído por
una chica tan vulgar?, parecían decir esos fríos ojos verdes. Quizás fuera una
novedad para Julius, pero pronto se cansaría de ella.
Por otro lado, Jessamy se sentía satisfecha porque al parecer, Eleanor no ejercía
control alguno sobre Julius.
El ruido de pasos detrás de ellas dio por termina da la confrontación.

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—Hola, Eleanor —saludó Julius—. Gracias por venir. ¿Has traído los archivos
que te pedí?
—Sí, todo está en el coche —respondió.
—Bien —miró a Jessamy—. Veo que ya has visto a mi mujer.
—Sí —esa sola palabra decía mucho.
—¿Estás lista para trabajar? —preguntó, cortante.
—Claro. Ya sabes que hago todo por ayudar.
«¡Sí de verdad quieres ayudar, vete»! Pensó Jessamy, enfadada. La situación era
ya demasiado difícil sin Eleanor.
La mujer se inclinó en el interior para sacar las cosas, mostrando sus largas y
esbeltas piernas.
—Trabajaremos en la habitación de siempre —declaró Julius con el mismo tono
cortante—. Ve allí; yo te alcanzaré en unos minutos.
Tan pronto como Eleanor entró en la casa, Jessamy se volvió hacia Julius.
—Así que trabajaréis en la habitación de siempre, ¿eh? ¡Es evidente que Eleanor
viene muy a menudo!
—Sólo ha venido dos veces, cuando he necesitado documentos muy
importantes.
—Pero alguien que sólo ha venido dos veces, parece muy familiarizado con la
casa —replicó Jessamy—. Además, he visto que ha traído mucho trabajo con ella. No
me sorprendería que no lograrais terminar en un día y que tuviera que pasar la
noche aquí.
—Es posible —comentó él con frialdad.
—¿Y soléis hacer eso?
—¿Te molestaría si así fuera?
Sus ojos se fijaron en ella, como si encontrara muy interesante su reacción.
Demasiado tarde, Jessamy se dio cuenta de que había caído en una trampa. No
debería mostrar el menor interés en la relación entre Julius y su secretaria.
—¡Claro que no! —contestó de inmediato, pero no pareció sincera.
Julius sonrió de modo perturbador.
—No, claro que no —repitió. Sus ojos brillaban como si la conversación los
iluminara.
Por suerte, Julius no dijo más, sino que regresó a la casa, dejando a Jessamy con
el ceño fruncido. ¿Por qué actuaba así y decía tonterías? Julius comenzaba a llegar a
una conclusión equivocada, y eso la molestaba.
Esperó a que Julius desapareciera y regresó despacio a la casa. Se pondría a
trabajar para no pensar en él ni en el hecho de que estaría solo con su secretaria.

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Pero eso no le importaba, se recordó con firmeza. No le importaba en absoluto.


Lo que sucedía era que la secretaria le caía muy mal, y la antipatía era mutua.
Cogió su material y los libros que necesitaba y se fue al cuarto que había elegido
para trabajar. Se acomodó en una mesa, miró la hoja en blanco y emitió un leve
suspiro.
La inspiración huía de ella. Debía ilustrar un nuevo libro infantil de un autor
muy conocido. Las ilustraciones debían ser castillos en ruinas, bosques oscuros,
monstruos míticos y dragones, unicornios, duendes y hadas, además de un chico de
pelo dorado que luchaba contra las fuerzas de la noche. Todo debía ser ejecutado en
detalle, exquisita y delicadamente, lo que caracterizaba a Jessamy.
La joven suspiró de nuevo y miró los borradores. Ninguno de ellos estaba bien
y la fecha de entrega se acercaba.
Dibujó un duende feo y un par de unicornios. Después intentó trabajar más en
serio y abocetó torres en ruinas y arcos destruidos.
Estaban bien, pero no poseían la atmósfera necesaria. Apartó los dibujos con
irritación y comenzó a trabajar en los dragones, creando los detalles más intrincados.
Le salió muy bien y se sintió satisfecha. Se concedió un breve descanso para comer.
Comió dos sandwiches y bebió café. Después se pasó la tarde pintando el dragón.
Al final del día estaba cansada, pero satisfecha. Quizá trabajar en un lugar así
no era tan mala idea. Era más pacífico que la casa de Londres. Y los árboles de
alrededor tenían un aire fantasmal a la luz vespertina. Tal vez podría plasmarlos en
sus ilustraciones.
Limpió los pinceles y guardó las pinturas. Se dio cuenta de que tenía mucha
hambre, ya que sólo había comido dos sandwiches.
Bajó a la cocina, pero se detuvo en la puerta y escuchó con atención. No quería
entrar si Julius y Eleanor disfrutaban de una cena íntima. Por suerte, la cocina estaba
vacía. Entró y se dedicó a cocinar.
Cuando terminó y limpió, empezaba a oscurecer. Sería buena idea pasar media
hora en los jardines, tomando apuntes de los árboles en la sombra. Regresó al
estudio, cogió su material y se dirigió al jardín.
El sol se ocultaba en el horizonte, dejando un brillo dorado. Jessamy se sentó en
un tronco y comenzó a dibujar el sendero, las formas torcidas de los árboles y los
arbustos oscuros. Entonces un búho ululó de pronto y Jessamy se sobresaltó. Decidió
que era suficiente, ya que ese lugar se ponía muy siniestro de noche.
Regresó a la casa. El aire era cálido y suave y no quería entrar. Sin embargo, fue
un error, ya que cuando se acercó, la puerta se abrió y Eleanor salió.
Jessamy arrugó la nariz. ¡Parecía que la tranquilidad de la noche se había
acabado!
Eleanor cambió hacia su coche y entonces miró a Jessamy con expresión gélida.
No dijo nada; se limitó a abrir el maletero y metió las carpetas que llevaba.
—¿Ya habéis terminado? —preguntó Jessamy con cierto interés.

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—Sí —repuso Eleanor.


—Habéis debido de trabajar muy duro.
—Julius casi no se ha detenido.
—Qué desilusión para ti —comentó con simpatía—. Seguramente habrás traído
trabajo para dos días, y ahora ni siquiera te quedarás una noche.
La hermosa boca de Eleanor se apretó con fuerza.
—¿Crees que me desilusiona no pasar más tiempo con Julius? —preguntó—.
Pues no. Lo veo todos los días. Pasamos más tiempo juntos que una pareja casada.
Jessamy adoptó una expresión de desafío.
—Eso no significa nada —comentó con idéntica mala idea—. Has estado con
Julius durante diez años y aún eres su secretaria.
—¿Sí? —sonrió misteriosamente.
El estómago de Jessamy se revolvió. «Estás fanfarroneando», se dijo con
inquietud.
—¿Por qué has regresado? —preguntó Eleanor, disgustada—. No eres buena
para Julius, nunca lo fuiste.
—¿Cómo lo sabes? —se defendió.
—Basta con mirarte —la observó de pies a cabeza—. Ni siquiera sabes cómo
vestir. ¿Crees que un hombre como Julius andaría todo el tiempo en vaqueros y con
camisetas sucias?
—Mi ropa no está sucia —replicó, molesta—. Mi ropa está manchada de pintura
y me visto así por mi trabajo. ¡Sería estúpido ponerse ropa elegante cuando se está
pintando!
De inmediato se arrepintió por molestarse. ¿Qué le importaba a esa mujer cómo
se vestía?
—Nunca fuiste bien con el estilo de vida de Julius —continuó Eleanor, cruel—.
Nunca lo intentaste. No podía llevar socios a su casa porque se avergonzaba de ti. Y
además, no eras capaz de organizar una fiesta elegante. ¡Ni siquiera podías preparar
comida congelada! Lo perseguías en el trabajo, reclamando su atención, como si
fueras una niña consentida. No eras lo suficientemente madura para comprender que
controlar un negocio así requiere trabajo y concentración.
Jessamy palideció. Por un momento se sintió como una adolescente insegura y
nerviosa, fácilmente derrotada por sus temores.
La sensación pasó y Jessamy se convirtió en la chica que sabía lo que valía, que
sabía cómo controlar su vida, sin hacer lo que los demás esperaban.
—¿Cómo te atreves a decirme eso? —preguntó con violencia—. Tú no sabes
nada de lo que Julius espera de una esposa. Quizá nuestro matrimonio no durara
mucho, pero tuve más de Julius de lo que tú tendrás. Eso es lo que no soportas,
¿verdad? Te crees superior a mí, más hermosa, más inteligente, pero a Julius no le

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interesa la perfección. Quería un hogar, alguien a quien pudiera amar, alguien con
quien relajarse. Me quería a mí y déjame decirte algo más, Eleanor, has estado con él
durante diez años y es obvio que nunca querrá más contigo. Tal vez yo lo haya
perdido, pero tú nunca lo tuviste, ¡y nunca lo tendrás!
La mujer estaba pálida y Jessamy supo que había sido muy cruel. Sin embargo,
fue Eleanor quien comenzó la discusión y quien se metía en asuntos que no le
incumbían.
Eleanor abrió la puerta del coche y se volvió y le lanzó una mirada furiosa.
—¿Crees que lo puedes recuperar? —preguntó, tensa—. ¿Por eso estás aquí?
Bueno, no puedes. No tienes ni la menor oportunidad, y aunque ese milagro
sucediera y él decidiera intentarlo, todo terminaría igual que la primera vez.
Fracasarías de nuevo porque no has cambiado, en absoluto.
—Te equivocas, Eleanor —replicó—. Quizá sea la misma en el exterior, pero soy
una persona diferente. Además, te equivocas en algo más. Yo no quiero recuperar a
Julius, aunque eso no cambia nada para ti, porque conmigo o sin mí, él nunca
acudirá a ti. Deberías hacer lo que yo hice: olvidarte de él y comenzar de nuevo.
Eleanor ignoró el consejo.
—Si comenzaste de nuevo, ¿qué haces aquí? —la retó.
—Créeme que no fue elección mía.
—Lo dudo y evitaré que vuelvas a destrozar la vida de Julius.
—¿Y no crees que mi vida también se destrozó? —preguntó, furiosa—. ¡Me he
pasado los cuatro últimos años recogiendo los pedazos!
—Te lo merecías —comentó con frialdad—. Y espero que seas infeliz toda tu
vida.
Con eso, se metió en su coche y se alejó deprisa.
Jessamy se quedó paralizada y comenzó a temblar por la impresión. ¿Por qué se
habría metido en esa tonta discusión?, se preguntó, irritada.
Estaba tan alterada que no oyó el ruido de pasos detrás de ella.
—¿Ya se ha ido Eleanor? —preguntó Julius.
—Sí… —se sobresaltó—. Sí, ya se ha ido —repitió con disgusto—. ¿Por qué?
¿Querías decirle algo?
—Nada importante. Puedo llamarla a la oficina mañana —entornó los ojos—.
¿De qué hablabais?
—Nada importante —respondió.
—¿No? —arqueó una ceja—. De lejos parecía una charla muy interesante.
—¡No era interesante! —sacudió la cabeza—. Era…
—¿Qué Jessamy? —preguntó, traspasándola con la mirada.
—¿Por qué la trajiste aquí? —murmuró—. Sabes que no nos llevamos bien.

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—Creí que eso ya no te importaba —comentó, meditabundo—. Es interesante


que Eleanor todavía te moleste.
—No dejas de odiar a alguien sólo porque no le hayas visto en mucho tiempo
—frunció el ceño—. ¿Va a venir aquí de nuevo?
—Depende del trabajo —repuso—. ¿Prefieres que no venga?
—Esta es tu casa —señaló con frialdad—. Puedes traer a quien quieras.
—Pero no te ha gustado verla, ¿eh? Y no quieres verla otra vez —la miró
intensamente—. Quizá preferirías que la despidiera, ¿no? —preguntó con suavidad.
—No lo harías.
—¿No?
—Claro que no —respondió—. Después de todo, es la secretaria perfecta, ¿no?
Además, ¿a dónde iría si la despidieras? Este trabajo es su vida entera. ¿Qué haría?
—Puede conseguir muchos empleos mejores.
—Esta conversación es inútil —señaló, impaciente—. No la vas a despedir y
mucho menos si yo te lo pido.
—¿Por qué no me pones a prueba? —invitó.
Él la miró fijamente y a Jessamy le resultó difícil apartar la vista.
—Estás jugando y no me gusta —señaló con enfado—. ¡Ya basta!
—¿Y si no quiero? —sugirió con una mirada más intensa.
—No hagas eso, Julius —advirtió, retrocediendo—. Recuerda que sé cómo
actúas. Te gusta confundir a la gente y después la atrapas. Bueno, ya me atrapaste
muchas veces y no lo harás más. Esas tácticas no funcionarán conmigo. Te conozco
demasiado bien.
—No me conoces, en absoluto.
Esa declaración quedó flotando en el aire por un momento. Después Jessamy
reaccionó con furia:
—¡Nunca me dejaste conocerte! —se quedaron mirándose. Jessamy trató de
terminar con la tensión entre ellos—. ¡No quiero conocerte! —exclamó—. Recuerda
eso y quizá podamos sobrevivir los próximos días.
Regresó a la casa deprisa. Julius se quedó observándola y se preguntó qué diría
si se enterara de que él sabía quién había enviado esa amenazadora carta.
Por casualidad, Julius había visto una copia en la procesadora de Eleanor. Su
secretaria había salido a comer y él estaba estudiando los archivos en el ordenador de
ella, buscando una información que necesitaba. En lugar de eso, encontró la
amenazadora misiva que Eleanor planeaba enviarle a Jessamy. Había también una
segunda carta, más insultante, y la fecha en que pensaba mandarla.

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Julius evocó su propia furia. Resistió la urgencia de llamar a la policía y acusar a


su secretaria, ya que podía aprovechar la situación y usar a Eleanor para llegar a
Jessamy.
Julius Landor era un hombre obstinado, pero con el paso del tiempo había
reconocido que abandonar a su mujer había sido el peor error que había podido
cometer. Ahora estaba dispuesto a enmendarse, y Eleanor le había dado la
oportunidad que necesitaba. Por ahora, la usaría, pero cuando todo terminara,
Eleanor lamentaría profundamente haberse inmiscuido en su vida personal.
Se volvió y salió de la oscuridad. Sabía lo que quería, pero se preguntaba si
Jessamy lo perdonaría cuando descubriera sus planes.

Jessamy regresó corriendo a la casa, con las piernas temblorosas por la


confrontación con Julius. De pronto, hasta la voz de él la alteraba, y eso la
aterrorizaba. Su paz mental dependía de su indiferencia ante Julius. Si no lo lograba
estaría perdida, así que se aseguró de mantenerse alejada de él durante el resto de la
velada.
Otra noche inquieta, y a la mañana siguiente, Jessamy se puso a trabajar,
concentrándose en las ilustraciones para no pensar en Julius. Al final de la jornada se
sentía más relajada. Las ilustraciones salían bien y los altibajos emocionales del día
anterior se habían desvanecido. De hecho, creía que todo se debía a esa venenosa
carta. Todos sabían que la reacción retardada afectaba a la gente en miles de maneras
diferentes. Pues bien, ella había reaccionado con inestabilidad emocional, pero ya
había pasado. Ahora estaba recuperando la tranquilidad.
Por suerte, Julius se alejó de ella. Jessamy comía sola y sólo lo vio una vez al
entrar en una habitación.
Cuando subió a acostarse estaba cansada y complacida con el día. Pensó que al
fin dormiría bien por primera vez desde que llegó a esa casa.
Una larga ducha la relajó aún más. Se puso un camisón corto de seda, regalo de
una de sus hermanas, se cepilló el pelo hasta que brilló y fue despacio a la ventana.
Era una noche clara, con una luna enorme. Por fin se había acostumbrado al
silencio, aunque aún echaba de menos el murmullo de la ciudad. No pensó que
algún día viviría en el campo.
Bostezó y decidió que era hora de dormir. Iba a volverse cuando creyó percibir
un movimiento contra la pared del jardín.
Miró en la penumbra, pero era difícil distinguir. Apagó la lamparita de la
mesilla de noche, pero aún así no estaba segura de si había visto algo, o si sólo era su
imaginación.
«Quizá sea un chico que merodea por ahí», se aseguró. Por otra parte, tal vez
fuera un ladrón.

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¿Qué debía hacer?, se preguntó con inquietud. ¿Llamar a la policía? Pero sería
muy tonta si sólo se trataba de un niño del pueblo. ¿Qué otra opción tenía? ¿Coger
algún objeto contundente y bajar a enfrentarse al intruso?
Miró otra vez, pero no vio movimiento alguno.
«Quizá te hayas equivocado», se dijo. «¿Por qué no regresas a la cama y olvidas
todo?»
Emitió un leve suspiro. No podía hacer eso. Estaría inquieta toda la noche y eso
sería una molestia porque necesitaba dormir.
Decidió ir al jardín y echar un vistazo. Si no había nadie, podría regresar y
dormir tranquila. Y si había alguien, tampoco pensaba ser valiente. Correría y
gritaría.
Se puso una bata y unas sandalias. Abrió la puerta y bajó despacio.
Cuando salió al jardín, por la cocina, sintió un temblor que nada tenía que ver
con el aire otoñal. Sus sandalias no hicieron ruido cuando cruzó la terraza y se dirigió
hacia donde había creído ver algo o a alguien.
Ahora que estaba ahí, no le parecía una buena idea. De hecho, era una tontería.
¿Qué pasaría si alguien la atacaba? Semejante posibilidad la alarmó y tragó saliva. Si
alguien estaba en el jardín, que se quedara ahí. ¡Ella no se arriesgaría!
Jessamy se volvió para regresar y chocó contra un cuerpo duro y cálido. Gritó
cuando unos dedos fuertes la rodearon.
—Menos mal que no tenemos vecinos —señaló Julius—. Si los tuviéramos,
todos estarían despiertos ahora.
Jessamy se soltó del abrazo de su marido.
—¿Qué haces aquí? —preguntó.
—Eso mismo te pregunto.
—Vi algo que se movía en el jardín.
—¿Un intruso? —preguntó.
—No sé —admitió—. Quizá fuera un arbusto o un animal.
—¿Dónde lo viste?
—Allí —señaló la pared.
—Espera aquí —ordenó de inmediato—. Iré a ver.
—¿Tú solo?
—¿Quieres venir conmigo? —preguntó con suavidad.
—No —tembló—. Lo siento, pero soy cobarde para estas cosas.
—Entonces, ¿qué hacías aquí?
—No sé —admitió—. Supongo que fue un impulso, pero después me arrepentí.
¡Este jardín es fantasmal! Se oyen cosas en las sombras.

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—Entonces, quédate ahí.


Julius se alejó y Jessamy sacudió la cabeza. Había que reconocer que Julius era
muy valiente. Sin titubear, había ido a enfrentarse al intruso, y si lo encontraba,
Jessamy apostaba a que Julius ganaría.
Pasó tiempo antes de que regresara.
—¿Qué has encontrado? —preguntó Jessamy.
—Nada —informó—. Quizás fuera un zorro en los arbustos, pero cuando
gritaste, seguramente huyó.
—Bueno, no debiste sujetarme así —se defendió—. ¿Cómo supiste que estaba
aquí?
—Oí la puerta de la cocina. Miré por la ventana y te vi. Creí que era mejor bajar
a ver qué tramabas.
—¿Qué pensabas que iba a hacer? —preguntó, irritada—. ¿Pasear a la luz de la
luna? ¿Huir mientras tú dormías?
—No, eso no —respondió—. Poca gente huye en bata —su voz se hizo más
cálida—. Además, huir sería poco inteligente.
—¡Ah, sí, ya lo sé! —replicó con amargura—. Si escapo, tú correrás a contárselo
todo a la prensa.
—Así es —reconoció.
—Debería aceptar el reto —murmuró—. Dudo que nadie, ni siquiera tú, llevara
a cabo una amenaza así.
—Créelo —aconsejó con suavidad.
Los ojos de Jessamy brillaron con rebeldía.
—¿Por qué?
—Porque haría cualquier cosa para tenerte aquí, Jessamy.
Una vez que él se decidía, nada lo detenía. ¿Por qué quería tenerla ahí, a pesar
de que ella había dicho que no lo deseaba?
Sin poder evitarlo, evocó el cuerpo de Julius cuando chocó contra él. Duro,
caliente y muy familiar. Era el primer contacto físico entre ellos después de cuatro
años.
Jessamy empezó a temblar. Instintivamente, se cubrió más con la bata y dio un
paso atrás.
—Siempre huyes de mí —murmuró Julius.
—Claro que sí —afirmó, nerviosa—. ¡No quiero estar cerca de ti!
Esperaba una respuesta furiosa, pero no fue así.
—Antes no sentías eso —comentó—. ¿Recuerdas cómo era entre nosotros,
Jessamy? —preguntó con voz insinuante.

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—Me he pasado los últimos cuatro años tratando de olvidarlo —replicó


molesta—. Y he tenido éxito. No recuerdo cómo era entre nosotros, Julius.
Esta vez sí obtuvo una respuesta muy rápida.
—Entonces, déjame recordártelo —declaró con un tono muy diferente y la besó.
Jessamy luchó en silencio. Era imposible liberarse de él, así que, en su
desesperación, usó otra táctica. Se congeló, permaneció quieta, como si nada le
importara. Deseaba que Julius sintiera que besaba a una muñeca y no a una mujer.
—¡No me hagas eso! —murmuró él con ira. Volvió a besarla, pero ella se
mantuvo imperturbable; entonces, imploró—: Jessamy… por favor… no me hagas
eso.
El ruego removió algo en el interior de Jessamy. Despacio, su boca despertó
bajo la de él; supo que cometía un grave error, pero no podía detenerse.
Las evocaciones también despertaron en su cuerpo con fuerza abrumadora.
Nunca se había olvidado de eso. ¿Cómo podría, si la consumió por completo, aunque
duró muy poco? Había guardado los recuerdos en un armario, pero Julius había
encontrado la llave y ahora los dejaba salir.
Los recuerdos bailaron detrás de sus ojos cerrados, en una vívida película.
Julius besándola, lamiendo y mordisqueando su piel. Los dedos de Julius
acariciándola con exquisitos movimientos tan placenteros que casi dolían.
El corazón de Jessamy dio un doloroso vuelco cuando la chica lo evocó
haciéndole el amor por primera vez; la dureza y poder de su cuerpo, que ella no se
esperaba después de toda la ternura anterior.
Ahora, su beso amenazaba con hacer empezar todo de nuevo, sólo que esta vez
era diferente, se recordó Jessamy cuando regresó a la realidad. Todo estaba detrás de
ellos y el futuro no existía. Ese beso no tenía significado porque no había nada por
delante; era sólo la última chispa de algo que se había destruido hacía mucho tiempo.
—¿Me odias? —preguntó Julius, cuando levantó la cabeza.
—Durante mucho tiempo te he odiado —respondió—. Ahora, simplemente ya
no pienso en eso —no mencionó que ésa fue la única forma de aceptar su ausencia,
de sacarlo de su mente y negar su existencia.
Julius suspiró.
—Me haces sentir como si hubiera muerto.
Jessamy no era tan cruel como para decirle que a veces lo había deseado. En
cierta forma, eso habría sido más fácil de soportar.
Él se apartó.
—¿Esperas que me disculpe por esto? —preguntó con rudeza.
Ella sacudió la cabeza con cansancio.
—Sólo olvidémoslo.

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—¡Olvidar! —repitió con repentina vehemencia—. Esa es tu solución a todo,


¿no? Olvidar, desechar, fingir que nada pasó, pero, ¿y si no se puede olvidar? ¿Cuál
es tu solución entonces, Jessamy?
—No lo sé —murmuró—. No tengo solución para eso.
—Yo tampoco —se movió, inquieto—. Regresa a la casa —le pidió con voz
cansada.
—¿Estás bien? —preguntó Jessamy, sin saber bien por qué lo hacía.
Julius hizo una mueca irónica.
—No, no estoy bien, pero ése no es problema tuyo, ¿verdad? Vete, Jessamy.
Como no había más que decir, Jessamy se volvió y regresó despacio. Había
olvidado por qué había bajado al jardín.
Sin embargo, no olvidó el beso de Julius. Él tenía razón. Había cosas que no
podían sacarse de la mente.
Jessamy evocó el roce de esos labios y tembló intensamente.

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Capítulo 5
Ese desconcertante encuentro con Julius le quitó a Jessamy el sueño.
Cuando llegó a su habitación, echó el cerrojo y paseó de un lado a otro, sin
poder pensar bien.
Fue a la ventana y vio que Julius regresaba despacio a la casa. Lo contempló
como si no pudiera quitarle la vista de encima.
Como si lo presintiera, Julius miró a la ventana y Jessamy se retiró bruscamente.
No quería que supiera que lo observaba. De hecho, había miles de cosas que no le
dejaría saber.
Después de un rato, Jessamy decidió acostarse, porque se derrumbaría si no
descansaba. Quizá ya se había derrumbado y no se había dado cuenta.
Pasó las siguientes horas mirando la oscuridad. Después, la fatiga la invadió y
se durmió. Pronto comenzó a soñar situaciones confusas y perturbadoras sobre
Julius. El pasado y el presente se mezclaban, él la besaba y después le gritaba; la
besaba y la ignoraba. Imágenes sensuales se filtraban en su mente y sintió las manos
de Julius en su piel, el calor y la dureza de su cuerpo…
Despertó sobresaltada y experimentó un dolor que alguna vez le había
resultado familiar. Emitió un gruñido y arrojó la almohada con furia. Antes de ir ahí,
su vida estaba organizada; no era perfecta, pero pasaba los días y las noches sin
mucho problema y en ocasiones era feliz.
Ahora, algo iba mal. Todo había empezado con la llegada de esa carta y
terminado con el beso. Sólo que tenía el temible presentimiento de que no era el final,
sino el principio de algo.
Se acurrucó, temerosa de volver a soñar, y se obligó a permanecer despierta.
Cuando la mañana llegó, Jessamy se sentía destrozada. Se levantó de la cama y
se miró al espejo. Tenía un aspecto terrible.
Una larga ducha la ayudó un poco.
Esa mañana parecía desgastada, incluso su pelo había perdido brillo.
—Quizá sea bueno —murmuró—. Si Julius te ve así, se arrepentirá de haberte
besado.
Tan pronto como pronunció su nombre, se puso a temblar. ¡Era ridículo! Un
beso no era importante. No se molestaría en tomarlo en cuenta, ya que no volvería a
pasar.
La joven se vistió y permaneció en la habitación una hora. Después, se molestó
consigo misma. Tenía veinticuatro años y podía controlar su vida; no necesitaba
esconderse como una niña asustada.
Abrió la puerta y bajó con decisión. Cuando pasó por el vestíbulo vio el coche
de Eleanor aparcado fuera.

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—¡Fantástico! —murmuró—. ¡Lo que me faltaba!


Decidió ir directamente al estudio; así evitaría a Julius y Eleanor. No obstante,
cuando se apresuraba a desaparecer, la puerta se abrió y entró la secretaria.
La empleada de Julius se detuvo en seco al ver a Jessamy.
—Veo que sigues aquí —dijo con voz gélida.
—Así parece —replicó Jessamy—. ¿Qué haces aquí? ¿Tienes más documentos
urgentes para Julius?
—Hay asuntos que necesitan ser revisados.
—Así que los has traído en persona —sus ojos brillaron—. Qué secretaria tan
responsable.
—Trato de ser eficiente.
—Sí, lo sé, pero ahí es donde cometes un grave error, Eleanor —aconsejó con
ironía—. Verás, a Julius no le gusta la eficiencia en su vida. Sé que es difícil de creer
porque piensas que él escogería una mujer bien vestida y competente en todo. Esas
cualidades las busca en sus empleados. En casa, desea sentirse relajado y cómodo.
No está interesado en una vida social activa, ni mezcla el placer con los negocios. De
hecho, le gusta un estilo de vida muy informal y me temo que tú no eres informal en
absoluto, Eleanor —terminó.
—Y tú sí —se burló.
Jessamy miró sus vaqueros manchados de pintura.
—Sí que visto informalmente —comentó.
—Si crees que conoces bien a Julius y que eres el tipo de persona que él quiere,
déjame decirte algo —comentó con malicia—. ¿Por qué no pudiste conservarlo más
que unos meses?
Eleanor sonrió triunfante cuando Jessamy palideció.
¡Era un golpe bajo! Quizá no fuera buena idea pelearse con alguien como
Eleanor. Esa mujer la irritaba mucho. Perseguía a Julius con sus maneras elegantes,
despreciaba a Jessamy porque no llevaba ropa de diseño, se burlaba porque había
perdido a Julius como ella había predicho.
—Te veo muy mal esta mañana —continuó Eleanor, satisfecha—. ¿No tienes
ropa decente? ¿Nunca vas a la peluquería? Y es obvio que no duermes bien. Te veo
bastante mal —añadió. Jessamy iba a responder, pero el cambio de expresión en la
otra mujer la detuvo—. Buenos días, Julius —saludó Eleanor con tono muy distinto.
Jessamy se volvió despacio sin saber si enfrentarse a él.
Los ojos de él estaban fijos en ella y Jessamy tragó saliva. Julius la observó
durante largo rato y después miró a su secretaria.
—¿Qué haces aquí, Eleanor? —preguntó Julius, cortante.
—Hay unos documentos que me parecen importantes. Es sobre la adquisición
de Construcciones Matthews.

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Julius los cogió, les echó un vistazo y después frunció el ceño.


—No son urgentes. Pueden esperar unos días.
—Lo siento —dijo Eleanor—. Creí que deseabas ver todos los papeles
relacionados con la adquisición. Ya que estoy aquí, ¿quieres que me quede un rato a
trabajar?
«Buen intento, Eleanor», pensó Jessamy. Había que reconocer que su insistencia
era encomiable. Nunca perdía oportunidad de estar cerca de Julius. ¡Qué lástima que
él ni siquiera lo notara!
—No tengo trabajo urgente —replicó él—. Puedes regresar a la oficina. Allí
serás más útil que aquí.
Julius miró a Jessamy, que de pronto se dio cuenta de que no quería quedarse a
solas con él.
—Es un viaje cansado —indicó Jessamy deprisa—. Quizá Eleanor quiera tomar
un poco de café antes de irse.
Eleanor se sorprendió. Era obvio que no esperaba cortesías de ella.
Julius murmuró algo y trató de conservar la amabilidad.
—Supongo que sí —señaló al fin.
—¿Vendrás con nosotras? —invitó Eleanor con una sonrisa que encantaría a
cualquier otro hombre, pero Julius ni siquiera la notó.
—Tengo otras cosas que hacer —echó a andar y se detuvo frente a Jessamy.
—Te veo bien esta mañana —comentó en voz baja—. Casi se me olvidaba lo
bien que estás por las mañanas —se alejó sin más.
Jessamy esperó que Eleanor no lo hubiera oído, pero no estaba sorda.
—Está totalmente ciego, ¿no? —Eleanor la miró con frialdad—. Tú eres su única
debilidad. Sería mucho más hombre si nunca te hubiera conocido.
—Quizá todos debemos tener una debilidad —replicó despacio—. Nos hace
más humanos… más agradables.
—Tú sólo destrozaste su vida. Si Julius necesita una debilidad, no eres tú.
Jessamy se hartó de esa mujer. Con ojos chispeantes se enfrentó a ella.
—Lo que yo haga o no con Julius no es asunto tuyo. Eres sólo su secretaria y así
será siempre. O te conformas con eso o dejas de pensar en él.
Jessamy sabía que era cruel, pero había perdido la paciencia. Incluso en sus
primeros días de matrimonio, Eleanor siempre estaba presente. Lo llamaba a casa con
supuestos mensajes de importancia. Cuando Jessamy trataba de llamar a la oficina, le
decía que Julius no podía ponerse. Fue una barrera entre ellos.
—No regresará contigo —declaró Eleanor con mucha seguridad—. Quizá no
pueda mirarte con objetividad, pero tampoco es estúpido. No va a meterse en eso
otra vez.

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—¡No quiero que vuelva! —gritó Jessamy—. Además, ¿crees que la ruptura fue
fácil para mí?
—Parece que te recuperaste bien. Tienes un trabajo, una casa y quizá muchos
hombres en tu vida.
—Y claro, Julius ha vivido como un monje estos años —se burló—. La prensa
inventó sus idilios con tantas mujeres, ¿no?
Jessamy se molestó por admitir que había leído los periódicos. De hecho, la
conversación se escapaba de su control. Deseó no haberla empezado.
—¿Por qué no te largas de aquí? —preguntó—. Regresa a Londres.
—No te preocupes, ya me voy —dijo Eleanor con calma—. Sólo quería echarte
otro vistazo para ver si de verdad habías cambiado, pero no, Jessamy. Cinco años
atrás, cuando te casaste con él, eras la persona equivocada, y aún lo eres. No necesito
preocuparme por ti. Nunca serás parte permanente de la vida de Julius.
—No lo quiero ser —replicó con demasiada violencia—. Ahora veo que eres
una persona enferma, Eleanor. Todos estos años has perseguido algo que no puedes
tener. Sólo una masoquista pasaría su vida haciéndolo. Es decir, ¿qué sacas de eso?
Sabes bien que nunca dejarás de ser su secretaria.
—Quizá eso sea suficiente para mí —comentó con firmeza.
—¡No puede ser!
—¿Por qué no? Al menos, yo paso casi todos los días con él. Incluso cuando
estabais casados, yo lo veía más que tú. Durante los cuatro años pasados, tú no lo
viste, y en cambio yo pasé nueve o diez horas diarias con él. Viajé al extranjero con él,
lo ayudé a organizar sus negocios y siempre estoy ahí cuando me necesita. Dime,
Jessamy, ¿quién crees que está más unida a Julius?
Las palabras de la mujer la asombraron. Nunca se había dado cuenta de cuánto
tiempo pasaban juntos ella y Julius ni de lo unidos que estaban.
Jessamy se horrorizó cuando una ola de celos la invadió. La molestó que su
rostro lo mostrara, así que se volvió.
—Tengo que trabajar —explicó con voz trémula—. Si quieres café, tómalo. Si
no, lárgate de aquí. No eres bienvenida, Eleanor.
Corrió por el vestíbulo e instintivamente cruzó la puerta que conducía al jardín.
La casa la sofocaba y necesitaba respirar bien.
Salió y tomó bocanadas de aire fresco. Se apoyó contra la pared. La ola de celos
la espantó. Cualquier respuesta emocional relacionada con Julius la atemorizaba.
Para salvarse, no debía sentir nada por él, en absoluto.
—¿Se ha ido Eleanor? —preguntó Julius detrás de ella.
Jessamy abrió los ojos y cerró deprisa cuando vio a su marido. No deseaba verlo
en ese momento. Era un momento desastroso para enfrentarse a él.
—¿Qué pasa? —continuó—. ¿Te sientes bien?

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Ella se las arregló para abrir los ojos de nuevo.


—Estoy bien —informó con voz quebrada.
—No lo parece —replicó él—. ¿Eleanor te dijo algo que te molestara?
—No… sí, no es importante —murmuró, deseando que se marchara.
—No le pedí que viniera esta mañana.
—Lo sé.
—Pero ayer la traje a propósito —comentó.
—Claro —respondió, cautelosa—. Tenías trabajo que hacer y había documentos
que necesitabas.
—No me trajo nada urgente —negó—. Pude dejar de lado esos documentos.
—Entonces, ¿por qué la trajiste? —preguntó, muy quieta.
Julius la miraba intensamente y a ella no le gustaba. Sin embargo, no podía huir
y mostrarle que aún la alteraba su cercanía.
—Recordé que nunca te había caído bien Eleanor —explicó con suavidad—. La
simple mención de su nombre te ponía de malas. Me preguntaba si aún ejercía el
mismo efecto sobre ti.
Jessamy lo contempló con creciente incredulidad.
—¿La trajiste sólo para averiguar si aún me desagrada? ¿Por qué lo hiciste?
Una sonrisa sensual se dibujó en los labios de Julius. Jessamy tragó saliva y se
ordenó ignorar ese gesto.
Julius parecía muy relajado ahora.
—¿De verdad no lo sabes? ¿No lo has descubierto? Antes eras más rápida,
Jessamy.
—Bueno, he cambiado mucho —replicó—. De hecho, he cambiado por
completo.
—Empiezo a creer que no has cambiado.
Esa declaración era muy peligrosa.
Jessamy sintió la garganta seca y se obligó a tragar. No quería que su voz
sonara como un gemido.
—Ya no soy la misma persona —insistió con firmeza.
—Pero ahí está el detalle —señaló—. Si has cambiado tanto, entonces no debería
molestarte si Eleanor está aquí o no. Ella no debería significar nada para ti.
Jessamy empezaba a comprenderlo. También supo que había cometido un
terrible error.
—¿Sabes por qué te desagradaba tanto Eleanor cuando nos casamos? —
preguntó él—. Era porque la reconociste como a una rival. Nada serio, pero sabías

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que ella pasaba mucho tiempo conmigo y eso te molestaba. Trabajaba conmigo antes
de que nos conociéramos y creíste que ella me conocía mejor que tú. Odiabas eso.
—Tonterías —murmuró—. No me agradaba, eso es todo. Esos sentimientos son
instintivos y duraderos. Pero eso aún me desagrada.
—¿Y los celos no tienen nada que ver?
—¿Celos? —repitió con tanta incredulidad como pudo—. ¿Crees que estoy
celosa de Eleanor porque ella pasó cuatro años contigo y yo no?
De inmediato supo que no debía haber dicho eso. Si de verdad le fuera
indiferente, no habría reaccionado así.
Los ojos de Julius tenían un brillo de triunfo.
—Traer a Eleanor aquí fue una buena idea —murmuró—. Me ha revelado cosas
que nunca me dirías.
—¿De qué hablas? —preguntó, enfadada.
—En cuanto la viste, comenzaste a discutir con ella —dijo, acercándose—. Aún
te afecta, ¿verdad, Jessamy? Y se debe a que yo aún te afecto.
—¡No! —exclamó de inmediato.
—Y ese beso de anoche, también —continuó él.
—Ese beso no significó nada —mintió, furiosa.
Julius sonrió con ironía.
—No te creo, pero podrías tratar de convencerme.
—¡No tengo que convencerte de nada!
—Yo creo que sí.
—Está bien, ¿cómo te convenzo? —lo retó.
—Es fácil —su sonrisa se profundizó—. Volveremos a besarnos y podrás
demostrarme lo indiferente que te soy.
No lo haría, decidió Jessamy. Dudaba de su capacidad para permanecer
indiferente a Julius.
—Oh, no —replicó—. Ya te he dicho que no voy a jugar contigo y mucho menos
a estos juegos.
—¿Por qué no? ¿Me tienes miedo? —la provocó.
—Déjame en paz, Julius —se hartó.
—Ojalá pudiera —declaró con un tono que la hizo mirarlo.
—¿A qué te refieres?
Sus ojos brillaban intensamente.
—Ojalá pudiera olvidarte. Ojalá me fueras indiferente. Ojalá fuera todo lo que
tú finges ser.

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—No finjo —se defendió.


—Puedes demostrármelo —la miró, desafiante—. Sólo un beso, Jessamy, eso es
todo.
—¿Por qué haces esto? —preguntó sin mirarlo.
—¿No lo sabes?
—No comprendo —sacudió la cabeza.
—Es muy simple —explicó él—. Me ha llevado cuatro años llegar a admitirlo,
pero aún te deseo, Jessamy, y sabes que nunca me doy por vencido.
Jessamy abrió los ojos de par en par y después palideció de ira.
—¡No puedes tenerme! No soy una cosa que puedas tirar y tomar cuando se te
antoja —sus ojos chispeaban—. Aprendí mucho mientras estuvimos separados,
Julius. Sé que eres muy bueno para hacer el amor, pero no para estar enamorado.
Mantienes todos tus sentimientos en secreto, no los demuestras. Odias darte por
vencido y no admites que nuestro matrimonio fue un fracaso. Lo fue y debes
aprender a vivir con ese hecho, porque no tendrás oportunidad alguna de
remediarlo.
Se volvió y corrió hacia la casa, Subió a su habitación y cerró de un portazo.
¿Cómo se atrevía a hacerle eso? ¡Tratar de resucitar algo muerto! También
estaba igual de furiosa consigo misma por dejar que todo se escapara de su control.
Mientras refunfuñaba, hacía su equipaje distraídamente. Debió de estar loca
para ir con él. Julius no cumpliría la amenaza de llamar a la prensa. Era demasiado
civilizado.
Jessamy se estremeció. ¡Mientras hablaban, había habido ocasiones en que no
parecía precisamente civilizado!
Sin embargo, continuó haciendo la maleta. Trataba de cerrarla con dedos
temblorosos cuando la puerta se abrió.
Julius apareció en el umbral con un destello en los ojos que la alarmó.
—¿Qué haces? —preguntó.
—Es obvio, ¿no? —replicó.
—Haces tu equipaje —declaró.
—No sólo eso, ¡me voy!
—No.
Ella se dio la vuelta para enfrentarse a él.
—¿Me vas a amenazar de nuevo? —preguntó, sarcástica—. Bueno, no
funcionará, Julius. Te conozco. Nunca llamarías a la prensa.
—Si eso crees, ¿por qué te quedaste aquí? —se acercó.
—Porque creí que habías cambiado y que eras el tipo de hombre que sí lo haría.

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—He cambiado y créeme que haría cualquier cosa con tal de retenerte aquí —la
miró con firmeza.
—¿Por qué es tan importante que me quede? —exigió saber—. ¡Eso es lo que no
comprendo!
—Sí, sí comprendes —replicó, sin dejar de mirarla—. Comprendes muy bien.
Jessamy tembló, porque temía que tuviera razón. Empezaba a comprender por
qué la quería allí.
—No será bueno que quieras retenerme aquí —comentó con voz apagada—. No
puedes tenerme, Julius. Nunca será lo mismo.
—Lo sé y no quiero que sea lo mismo.
—Entonces, ¿qué quieres? —estalló, frustrada—. ¿De qué se trata todo esto?
Julius parecía controlado. El destello en sus ojos desapareció y su rostro
adquirió otra expresión.
—Se trata de recuperar algo de sensatez.
—¡No me necesitas para eso!
—Te equivocas —indicó—. Por eso planeo retenerte aquí.
Jessamy lo miró, desafiante.
—¿Y qué pasará si me voy sin pensar en las consecuencias?
—No lo harás —la miró fijamente—. Tú no serías la única que saldría afectada
por la intervención de la prensa. ¿Qué tal tu familia, Jessamy? Siempre estuviste muy
unida a ellos; de hecho, era una de las cosas que envidiaba de ti. ¿Cómo crees que se
sentirían si se enteraran de detalles de tu vida privada en todos los periódicos?
La joven luchó contra las lágrimas de frustración, porque Julius tenía razón. Su
familia sufriría mucho. Trataba de convencerse de que él no cumpliría su amenaza,
pero ya llevaban cuatro años separados. ¿Qué pasaría si él se había vuelto más
despiadado? Ya sabía que podía ser muy obstinado cuando deseaba algo.
—¿Estás seguro de que tú no mandaste esa carta? —preguntó Jessamy—. Así
tendrías una excusa para tenerme aquí como prisionera, ¿no?
—No, yo no la mandé —respondió con sinceridad—. Recuerda que traté de que
no la leyeras. No quería que te hirieran.
—¡No querías que me hirieran! —estalló—. ¡Hace cuatro años me abandonaste!
—gritó—. ¿Crees que eso no me hirió?
—Tú hiciste que fuera imposible que me quedara —comentó con voz tensa.
—¿Yo? —repitió, incrédula.
Julius hizo un intento por mantener la calma.
—Jessamy, no quiero pelearme contigo. Quizá podrías ser tolerante y lograr
algo en los próximos días.
—No quiero lograr nada —negó—. ¡Tampoco quiero ser tolerante!

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—Entonces, será mejor que hablemos cuando estés de mejor humor —sugirió
Julius, y caminó hacia la puerta.
—Nunca me sentiré de mejor humor estando aquí como prisionera —advirtió
de modo violento.
Julius se volvió e hizo una mueca.
—No me importa cómo te sientas. Lo importante es que estés aquí… conmigo.
Salió, y el mal humor de Jessamy se desvaneció en un profundo sentimiento de
intranquilidad.
¿Qué había querido decir con ese último comentario? ¿Qué tramaba Julius?
¿Qué quería de ella?
¡Fuera lo que fuera, no lo obtendría! Había sobrevivido cuatro años sin él; ya no
lo necesitaba.
Julius sabría que su mujer había adquirido mucha fuerza de voluntad, que
había luchado por hacerse una nueva vida… y no tenía espacio para un marido.

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Capítulo 6
Jessamy pasó el resto del día evitando encontrarse con Julius. Él la dejó sola
todo el tiempo para que su humor cambiara.
La joven trató de trabajar, pero no pudo. Los dibujos carecían de interés. Los
rompió y los arrojó a la papelera.
Después de una cena temprana, se retiró a su habitación. La maleta seguía en la
cama, con la ropa. La miró, después suspiró y comenzó a guardar todo en el armario.
Aunque no se lo esperaba, durmió unas cuantas horas, pero eso no la ayudó
mucho. Se despertó sintiendo los párpados pesados y con un fuerte dolor de cabeza.
Apenas probó el desayuno y después vagó por el jardín. Una brisa fría indicaba
que era otoño, aun que el sol era brillante y el cielo muy azul. Jessamy se cubrió los
ojos y deseó que lloviera. Deseaba que el tiempo fuera gris para que combinara con
su estado de ánimo.
—¿Estás más amistosa esta mañana? —preguntó Julius detrás de ella.
Jessamy saltó con violencia, ya que no se lo esperaba.
—Ojalá me dejaras en paz —murmuró.
—Ojalá pudiera —replicó.
—No empieces con eso otra vez. ¡No estoy de humor!
Julius observó su rostro.
—Sí, ya veo. ¿Qué pasa?
—No necesitas preguntarlo —respondió—. Tengo dolor de cabeza, estoy
atrapada en esta maldita casa, te pasas el tiempo molestándome y no puedo trabajar.
—¿Por qué no?
—¡Quizá porque hay demasiadas distracciones!
—¿Eso me incluye a mí? —preguntó, pensativo.
Iba a responder que sí, pero se detuvo. ¡Si lo hacía era como admitir que él
ejercía algún poder sobre ella!
—Claro que no —respondió, tensa.
No la llamó mentirosa, pero era obvio que así la consideraba. Jessamy lo miró
con furia y se volvió.
—Quizá debas pasar algunas horas lejos de la casa —sugirió Julius.
—Creí que querías tenerme aquí —replicó—. Que no podía salir de la casa y sus
alrededores.
—No seas ridícula —protestó—. Puedes ir adonde quieras siempre y cuando
regreses —sacó unas llaves del bolsillo—. ¿Quieres mi coche?

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—No sé conducir —frunció el ceño.


—Creí que ya habías aprendido.
—No he tenido tiempo —se defendió.
—¿Cómo te trasladas de un lado a otro?
—Hay autobuses y trenes —le recordó, sarcástica—. Y tengo una bicicleta.
—Un coche es más práctico.
—Y mucho más caro.
—¿Tienes problemas económicos?
Trató de no pensar en su cuenta en números rojos y en las tarjetas que no debía
usar.
—Igual que todos los que viven en Londres. Es un lugar caro.
—¿Cuánto te pagan por tus ilustraciones?
—Suficiente. De hecho, en estos momentos me va muy bien.
—Vivirías muy cómodamente si hubieras aceptado el dinero que te ofrecí
cuando nos separamos —señaló.
—No quería vivir cómodamente —replicó—. ¡Quería vivir
independientemente!
—Por lo menos, nadie puede acusarte de ser una cazafortunas —esbozó una
ligera sonrisa.
Jessamy no respondió. Estaba segura de que los padres de Julius pensaron eso
de ella cuando la conocieron.
—No me importa el dinero —declaró—. Quizá por eso parece que nunca tengo
nada —añadió con resignación.
—¿Todavía donas dinero para los animales maltratados, para los huérfanos y
para proyectos ecológicos? —preguntó secamente.
—Esas cosas sí son importantes —replicó.
—Comer y pagar el alquiler es importante —sugirió.
—Puedo hacerlo… la mayoría de las veces.
—Pero, ¿no por el momento?
—Es sólo una racha difícil.
—Aunque tuvieras problemas serios, no me pedirías ayuda, ¿verdad?
—No quiero tu dinero —insistió—. ¿Cómo salgo de aquí? Parece que no hay
autobuses locales. ¿Cómo se mueve la gente si desea salir?
—Las mujeres, si no saben conducir, le piden a su marido que las lleve. ¿Hay
algún lugar especial adonde quieras ir?
—¿Hay castillos por aquí? —preguntó.

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Julius se sorprendió.
—¿Castillos? —repitió.
—Mis ilustraciones incluyen castillos —explicó—. Veo las imágenes en los
libros, pero ninguna de ellas me inspira. Necesito ver algo real.
—Hay un par de castillos a menos de una hora de aquí. ¿Quieres ver uno que
aún está intacto, o una ruina romántica?
—Los dos —respondió—. Quizá podrías dejarme en la estación de autobuses o
el tren y yo podría llegar sola.
—¿Cómo pagarás el billete? —preguntó delicadamente.
—Ya veré —respondió con el ceño fruncido.
—¿Aumentando tus deudas con el banco?
—¡Eso no es asunto tuyo! —deseó que dejara de hablar de dinero. La hacía
sentirse una incompetente en sus negocios.
—Ve a traer tu equipo —sugirió—. Te espero en el coche en cinco minutos.
Iba a entrar en el estudio cuando se detuvo en seco. ¿Era una buena idea?, se
preguntó. Su plan era evitarlo mientras estuviera allí, ¿no? Entonces, ¿por qué
aceptaba que la llevara?
Saldría de esa casa por un rato, se dijo dando un suspiro. Eso era más
importante que huir de Julius. Quizá unas horas aliviarían la sensación de
claustrofobia que la invadía. Además, Julius parecía estar de excelente humor y ella
podía tratar con él cuando estaba así.
Salió con su material metido en una bolsa de lona y Julius ya estaba en el coche.
Jessamy se sentó a su lado y suspiró aliviada cuando salieron de la casa.
Transitaron por carreteras solitarias, atravesaron pequeñas poblaciones. De
pronto, Jessamy gritó:
—¡Detente!
Julius frenó con violencia, provocando una nube de polvo.
—¿Qué pasa? —preguntó con el ceño fruncido.
—Ahí hay una parada. Puedes dejarme aquí.
Sin responder, Julius puso el coche en marcha.
—Julius, quiero coger el autobús —insistió, disgustada.
—¿Ves alguno?
—Bueno… no, pero ya pasará uno.
—No estamos en Londres —le recordó—. Los autobuses no pasan cada cinco
minutos. En estos pueblos sólo pasan dos autobuses al día.
—Ah —expresó con tono apagado—. Entonces, llévame a la estación. Cogeré un
tren.

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—Puedes coger un tren —acordó—, pero no te llevará a los castillos. La vía


corre en la dirección contraria.
—Entonces, ¿cómo voy a llegar? —preguntó, molesta.
—Yo te llevo.
Jessamy se quedó callada mientras asimilaba la información.
—¿Hasta allí? —preguntó con suspicacia.
—Así es —acordó con cierta diversión.
—No me dijiste que me llevarías hasta allí —lo acusó.
—Claro que no. De otra forma, no habrías venido.
—Por supuesto —afirmó.
—¿Pasar el día conmigo es tan malo? —la miró.
—No es muy… inteligente —explicó—. No, dadas las circunstancias.
—¿Cuáles?
—¡Lo sabes bien! —exclamó.
—Explícamelas, Jessamy.
No lo haría. Tendría que decir cosas demasiado personales. Quizá hasta
mencionara el beso que le había dado. ¡No, era más seguro quedarse callada!
Vio algunas señales que le indicaban que se dirigían a Stratford-upon-Avon.
—No hay castillos en Stratford —comentó, cautelosa.
—No —acordó—, pero sí en Warwick y Kenilworth.
Minutos más tarde se aproximaban a un pueblo.
—¿Quieres visitar algunos lugares turísticos? —preguntó Julius—. El lugar de
nacimiento de Shakespeare, la cabaña de Anne Hathaway, la casa de Mary Arden. Si
quieres, podemos conseguir entradas para ver a la Royal Shakespeare Company.
—¿Qué obra presentan? —preguntó.
—Creo que es Romeo y Julieta —respondió con mirada brillante.
Jessamy sacudió la cabeza.
—No, gracias —no estaba de humor para escenificaciones de amores frustrados.
Los turistas aún caminaban por Stratford, aunque en menor número. Julius
gruñó cuando el tráfico lo hizo detenerse.
Sin embargo, Jessamy miró con alegría por la ventanilla.
—Coches, gente, tráfico… qué encantador —declaró—. Es casi como regresar a
Londres.
Julius la miró con ironía.
—Eres realmente una mujer urbana, ¿eh?

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—Sí. Ah, el campo es muy hermoso, pero aún no me he acostumbrado a la paz


y la quietud. Quiero mirar por la ventana y ver a otra gente. Me gusta quedar con los
amigos para comer y reunirnos por las noches para discutir.
—Eres una persona muy contradictoria —comentó Julius.
—¿Por qué?
—Cualquiera pensaría que estás muy a gusto en el campo. Vistes
informalmente y no te importan las cosas que mueven a una ciudad: finanzas,
política, negocios… Y cuando trabajas, vives en un mundo mágico.
Jessamy se encogió de hombros.
—Quizá por eso me gusta vivir en la ciudad. Porque mi trabajo implica muchas
fantasías, y quiero vivir en un lugar que sea real. Necesito el contraste —sonrió—.
Verás, somos completamente opuestos. Tú eres una persona realista y práctica. La
vida en el campo te va bien. Yo, en cambio, tengo tendencia a soñar, pero me gusta
tener cerca gente que me recuerde cómo es la realidad. Nuestras vidas no se ajustan.
Julius se mostró contento con la idea. Por primera vez parecía relajado. El
tráfico se movió y Julius volvió su atención a la carretera.
Salieron de Stratford y Jessamy se sintió rara por estar compartiendo un día con
su marido. Para los demás eran una pareja normal, pero la situación no era normal.
Jessamy deseó saber conducir; así podría salir de la casa cuando quisiera, sin
depender de él.
Cuando se acercaron a Warwick, Julius siguió las señales que anunciaban el
castillo y pronto se detuvieron frente a éste. Jessamy cogió su bolsa y se volvió hacia
él.
—Puedes esperar aquí si quieres. No tardaré mucho. Quiero verlo por fuera y
hacer algunos bocetos.
—Iré contigo —anunció.
Jessamy se encogió de hombros. No le preocupaba estar con él durante una
hora. Había varios visitantes en el castillo y se sentía segura.
Caminaron hacia el edifico y Jessamy miró las torres y las almenas, así como los
altos muros.
—Este sí que es un castillo —comentó, satisfecha, y sacó su libreta—. No me
gusta trabajar con fotos de libros —añadió, y comenzó a dibujar—. Las ilustraciones
siempre acaban por ser simples. Puedo crear más atmósfera si vengo a un lugar así y
puedo dibujarlo.
—Este castillo posee mucha atmósfera —señaló Julius—. Los condes de
Warwick fueron unos hombres poderosos en la historia inglesa. Lucharon en
Agincourt y Crécy, durante la Guerra de las Rosas y la Guerra Civil. Influyeron en
los reyes, conspiraron contra la corona y en ocasiones pagaron con la vida.
Jessamy dejó de dibujar por un momento.

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—Es gracioso estar sentada aquí al sol y pensar en todas esas cosas que pasaron
hace siglos.
—Nuestra vida parece insípida en comparación —comentó Julius con seriedad.
—¿Tu vida es insípida? —arqueó una ceja.
—No desde que llegó la carta amenazadora —replicó.
Jessamy se estremeció.
—No quiero hablar de eso. No puedo trabajar si me distraigo, y esa carta me
distrae.
—¿Y yo también te distraigo? —preguntó, mirándola fijamente.
—Claro que no —sus dedos temblaron y estuvo a punto de soltar el lápiz. Se
puso de pie con rapidez—. Ya he terminado con esta parte del castillo —murmuró—.
Continuemos.
Julius no dijo más y Jessamy pasó la siguiente hora dibujando columnas, torres,
puertas y secciones de muros, concentrada en lo que hacía.
El río Avon corría al pie de la colina donde se hallaba el castillo. Julius caminó
hacia allí y miró el agua tranquila.
—Si cruzamos el río, tendrás una vista completa del castillo —señaló.
—No quiero una vista completa. Sólo necesito pequeñas secciones. En mis
ilustraciones podré juntarlas como quiera y crear un castillo propio.
—¿Cuánto tiempo más necesitas? —preguntó, mirando su reloj—. Tengo
hambre.
—Sólo quiero terminar esta torre.
Dibujó los detalles con seguridad y después guardó su libreta.
—Bien, ya he terminado.
Caminaron al pueblo y se detuvieron en un pequeño restaurante.
—Parece bueno —anunció Julius, y fue hacia la entrada.
Jessamy se rezagó.
—¿No podemos ir a un lugar menos… caro?
—¿Por qué? —preguntó, sorprendido.
—No estoy vestida para un lugar así —miró su ropa de mala gana.
—¿No? —miró los vaqueros y la camiseta—. No, supongo que no. Para mí la
ropa no es importante.
Jessamy hizo una mueca.
—No creo que el dueño piense lo mismo —lo miró con curiosidad—. ¿Te
gustaría que llevara ropa cara, de diseño?

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—No me importa. Cuando te veo, miro tu rostro, tu pelo, tu piel… a ti, no a tu


ropa.
Ella sintió que su pulso se aceleraba. Para esconder su confusión, sugirió con
demasiada mordacidad:
—Ojalá no dijeras esas cosas.
—Yo digo lo que quiero —su tono era fuerte—. ¿Por qué no? Si durante los
últimos cuatro años no he podido decir nada.
—Julius, no empieces. Este día ha ido bien, no lo eches a perder —le pidió,
molesta.
—¿Crees que este día ha ido bien? —sus ojos comenzaban a brillar—. Entonces,
¡estás más ciega de lo que pensaba!
Giró sobre sus talones y se alejó de ella. Jessamy se quedó parada por un
momento y después lo alcanzó.
—¿No vas a comer nada? —preguntó, tratando de cambiar el tema.
—He perdido el apetito —replicó Julius, tenso.
—Pues, ¡yo no!
Julius sacó dos billetes y los puso en su mano.
—Toma esto y come algo.
—No tocaré tu dinero —declaró ella con violencia—. Ya te lo dije.
Julius se volvió para mirarla.
—No tocas mi dinero, ni a mí. ¿Sabes cómo me haces sentir? ¿Lo sabes? —
preguntó con dureza.
Jessamy se quedó mirándolo.
—No sé qué pasa aquí —dijo al fin—. En un momento todo va bien y al
siguiente no. ¿Por qué, Julius? ¿Qué pasa?
Él respiró profundamente y su mirada se aclaró un poco.
—Exageré, eso es todo —admitió—. Te pido una disculpa. ¿Aún quieres comer?
—No —lo miraba fijamente. La comida era lo último en lo que pensaba.
—Entonces, continuemos.
—¿A dónde vamos? —preguntó.
—A Kenilworth —anunció con firmeza, y Jessamy sabía que no debía discutir
con él.
Regresaron al coche en silencio. Julius condujo a una velocidad muy alta y
Jessamy estaba tensa, sin comprender qué sucedía.
Por desgracia, el sol se escondió y había nubes negras en el horizonte. El aire
anunciaba tormenta y los nervios de Jessamy se crisparon ante el peligro.

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Cuando llegaron a Kenilworth, las nubes se acercaban más y Jessamy miró


hacia fuera, inquieta.
—Parece que va a llover. No creo que sea buena idea quedarse aquí.
—No lloverá —aseguró Julius—. Termina con tus dibujos.
Kenilworth era muy diferente de Warwick; era una ruina en piedra roja que casi
parecía brillar a la media luz del día. Los muros altos, las ventanas abiertas con sus
marcos destruidos, las almenas que se estiraban hacia el cielo oscuro… Jessamy tuvo
que admitir que ese castillo poseía mucha atmósfera.
Apresuradamente, comenzó a dibujar, y al mismo tiempo imprimió en su
mente la combinación de colores que creaban una escena perfectamente siniestra.
Había pocas personas allí y todas se apresuraban a realizar la visita antes de
que lloviera.
Un rayo iluminó la escena y Jessamy se sobresaltó. Dibujó aún más
rápidamente, deseando captar todo antes de la tormenta. Un trueno le hizo sentir un
escalofrío y Julius lo notó.
—¿Tienes frío? —preguntó.
—No, lo que pasa es que este lugar es fantasmal. O quizá sea por la tormenta.
Tal vez el castillo parezca diferente a la luz del sol.
—¿Quieres regresar otro día, cuando la luz sea mejor?
—No —respondió de inmediato—. Esto es justo lo que necesito para mis
ilustraciones. Si puedo imprimir algo de esta atmósfera fantasmal en mis dibujos,
serán perfectos.
Jessamy caminó, trazando los detalles de las ventanas en ruinas, los muros
ensombrecidos y las torres contra el fondo de nubarrones.
Julius la seguía, sin hablar, observándola hasta ponerla nerviosa.
—¿Por qué no regresas al coche? —sugirió ella con disgusto—. Debe de ser
aburrido observarme dibujar.
—Nunca me aburriste —comentó con suavidad.
Iba a decir algo, pero decidió que era mejor callarse. Era más seguro ignorar el
comentario.
Al fin terminó los dibujos, cerró la libreta y la metió en su bolsa.
—Listo —anunció, aliviada—. Ya podemos regresar a casa.
—Esta mañana estabas ansiosa por dejar la casa —respondió,
contemplándola—. Ahora estás ansiosa por regresar —hubo un destello en sus ojos—
. ¿Por qué, Jessamy? ¿Te sientes más segura allí?
—No —frunció el ceño—. Ni me siento segura ni quiero estar allí. El único
lugar donde deseo estar es en mi casa.
—¿Tanto odias la mía?

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—No, no la odio —admitió en un murmullo—. La casa es muy hermosa y nadie


odiaría vivir allí; es muy tranquila, pero no es mi hogar.
—Es mi hogar. Por lo menos, yo quiero que lo sea, pero ése es el problema,
¿verdad, Jessamy? No te gusta vivir bajo mi techo.
Ella se volvió y lo miró fijamente.
—Claro que ése es el problema —asintió con repentina violencia—. Si lo sabes,
no comprendo por qué quieres que me quede. ¿Cuál es el motivo, Julius?
—Quiero tenerte cerca.
—¿Por qué? —abrió los ojos de par en par—. Llevamos separados cuatro años y
nunca has tratado de buscarme. Las dos ocasiones que nos vimos, parecía que me
querías pegar.
—A nadie le gusta encontrarse de frente con sus errores —gruñó.
—¿Eso fue? —preguntó, furiosa—. ¿Un error?
—Sabes bien de lo que hablo —su rostro se ensombreció.
—¡Ah, sí que lo sé! —exclamó Jessamy—. Nuestro matrimonio fue un error,
pero ya he decidido terminar con eso. Quiero el divorcio, Julius. La separación lleva
ya mucho tiempo. Nos causa problemas y no podemos seguir con nuestra vida.
Él se puso furioso, pero Jessamy se obligó a conservar la calma y no dejar que la
intimidara.
—No te concederé el divorcio —advirtió él, y se acercó, como si tratara de
asustarla con su fuerza física.
—No tienes que dármelo —lo desafió—. Muy pronto tendré como base la
separación.
—No vivimos separados por el momento —le recordó.
—¡Tampoco vivimos juntos!
—Podría ser difícil convencer a un juez de eso. Después de todo, estamos
pasando estos días en una remota casa de campo. Es el tipo de lugar que la prensa
describiría como «nido de amor».
Jessamy lo miró con la boca abierta y después se puso tan furiosa como él.
—No, no te saldrás con la tuya. Explicaré bien las circunstancias y me aseguraré
de que todos me crean. Además, ¿por qué no quieres el divorcio? —lo desafió—. No
me quieres y tampoco me necesitas. Debes de tener otras mujeres en tu vida. Sé que
las tuviste en el pasado —le recordó, ignorando el inesperado dolor en su interior—.
¡Los chismes en las revistas abundan! ¡Debes de estar fatigado, tratando de
satisfacerlas a todas!
—No sabes lo que dices —le advirtió con una nota de amenaza.
—¿Los periodistas inventaros esas mujeres? —preguntó de modo sarcástico—.
¿Inventaron esas fotos de rubias, castañas y pelirrojas colgadas de tu brazo?

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Los negros nubarrones en el cielo no eran nada comparados con la sombra en


los ojos de Julius.
—Asisto a actos sociales donde necesito compañía femenina —explicó
secamente.
—Y no llevas a ninguna de ellas a tu casa, ¿eh? —lo provocó.
—¡No! —estalló.
Jessamy retrocedió, sintiéndose intimidada por la furia de Julius. Sin embargo,
no abandonaría la pelea.
—No te creo —declaró.
—¿Por qué deberías hacerlo? —preguntó con violencia—. Nunca supiste el
desastre en que viví cuando nos separamos. ¿Sabes por qué nunca llevé a una mujer
a casa? Porque no las quería. Ni siquiera podía fingir. Si no podía tenerte a ti,
entonces no quería a nadie. ¡Me dejaste impotente!
Jessamy lo miró boquiabierta. Trató de tragar saliva, pero no pudo.
—Yo… yo… —intentaba decir que lo lamentaba, pero se contuvo. Las palabras
eran inútiles e inadecuadas. Respiró profundamente y después señaló con
tranquilidad—: Si tienes problemas, puedes ir con profesionales para que te ayuden.
No volverás a destruir mi vida, Julius. Me ha llevado cuatro años aprender a vivir sin
ti, comenzar a ver al futuro, y no me quitarás eso. ¡Quiero que me dejes en paz!
No sabía que podía ser así de dura, pero debía sobrevivir. Julius había estado a
punto de destruirla y no se atrevería a permitir que sucediera de nuevo.
Se volvió y caminó hacia el coche. Un rayo cayó y Jessamy deseó
fervientemente que la tormenta comenzara y ocultara las traicioneras lágrimas que
ahora rodaban por sus mejillas.

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Capítulo 7
Regresaron a la casa en silencio. La tormenta se desvaneció poco a poco y sólo
quedaron algunas nubes grises en el horizonte y algún trueno esporádico en la
distancia. El ambiente era bochornoso cuando el sol volvió a asomarse.
El humor de Jessamy seguía siendo tormentoso, y ni un rayo de sol podría
penetrarlo.
A su lado, Julius tenía los ojos fijos en la carretera. En todo el trayecto no la
miró, como si no estuviera allí con él.
Cuando llegaron, Jessamy bajó rápidamente y fue al estudio.
—Trabaja —se ordenó al poner la libreta en la mesa—. Eso tienes que hacer.
Trabajar, enfrascarte en las ilustraciones y olvidar todo.
Era difícil, sobre todo cuando miró los apuntes que había hecho en Kenilworth.
Su lápiz había captado la atmósfera sombría. Julius no estaba en ninguno de los
dibujos, pero era como si pudiera verlo; podía percibir la repentina pesadumbre en
sus ojos.
Apartó los bocetos con violencia y trató de trabajar sobre los esquemas de
Warwick.
Sin embargo, seguía viendo a Julius. Al final, arrojó el lápiz y fue hacia la
ventana.
El jardín estaba precioso a la luz dorada de la tarde. Las flores florecían al sol y
las hojas se movían, adquiriendo las tonalidades otoñales.
Jessamy se sintió molesta ante tanta tranquilidad cuando ella se sentía tan mal.
«¡Maldito Julius!», murmuró con ira. ¿Qué derecho tenía de entrar en su vida y tratar
de desbaratarla otra vez?
El resto del día pasó con lentitud pasmosa. No podía comer, ni concentrarse, ni
hacer nada más que vagar de un lado a otro, temerosa de salir y encontrarse con él.
Por la noche, fue descalza a su habitación para que no la oyera. Echó el cerrojo y
se relajó un poco. Durante unas horas estaría a salvo. Ni Julius sería capaz de romper
esa pesada puerta.
Después de revolverse con inquietud durante la noche, pudo dormir un par de
horas y se despertó molesta consigo misma. ¿Por qué se comportaba así? Era ridículo
perder el control. Era Julius quien tenía problemas, no ella. Que se las arreglara él
solo. Ella no tenía nada que ver.
Se dio una ducha casi fría, se puso unos vaqueros y una camiseta que no estaba
demasiado manchada. Se recogió el pelo y se acercó al espejo.
Vio una imagen familiar. Una chica que parecía mucho más joven, un poco
bronceada y saludable, aunque empezaban a aparecer ojeras. Jessamy suspiró. ¿Qué
había visto Julius en una chica de diecinueve años para casarse con ella, sin conocerla
bien?

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Sabía que no había sido sensato por parte de él, que su sentido común le
recomendó que esperara, que lo tomara con calma, pero algo surgió entre ellos y
hasta el control de Julius se derritió cuando la chispa encendió la llama y el fuego.
Jessamy se mostró abrumada, como él, confundida por la pasión física. Confió
en Julius por completo y aceptó de inmediato cuando le propuso matrimonio.
Los primeros meses fueron dicha pura. Después, llegó el tiempo de las dudas,
la falta de comunicación real entre ambos y el hostil silencio cuando Julius se negaba
a admitir que algo iba mal. Por último, todo se derrumbó con rapidez. Hasta en la
cama, el placer se convirtió en desastre. Cuanto más se esforzaba Julius, menos
respondía Jessamy. Su relación se enfrió y, una vez sin sexo, no quedó nada más.
Jessamy cerró los ojos y se ordenó no evocar más. Había conseguido
sobreponerse alejando esos recuerdos.
Con esfuerzo, se controló. Los recuerdos quedaron encerrados en un rincón de
su mente. Después asumió una expresión neutral, respiró profundamente y salió.
La casa estaba silenciosa y no había señales de vida.
Bajó rápidamente a la cocina y se preparó un abundante desayuno, aunque no
tenía mucha hambre.
Bebía la segunda taza de café cuando Julius entró. La comida se le atascó en la
garganta, tragó saliva y lo miró.
Su rostro era inexpresivo. Jessamy evocó las ocasiones en que lo había visto así,
cuando no quería que ella supiera lo que pensaba o sentía. Siempre había odiado eso;
la hacía sentirse relegada. Fue una de las razones por las que su matrimonio fracasó.
Cuando Julius habló, su voz carecía de emoción.
—Quizá no quieras verme, pero tengo un buen motivo para estar aquí. Deseo
pedirte disculpas.
—¿Disculpas? —lo miró sin comprender.
Julius caminó de un lado a otro de la cocina.
—Ayer no fue un buen día para nosotros. No tenía intenciones de que saliera
tan mal; sólo quería que pasáramos unas horas juntos, charlando y relajándonos.
—Entonces, ¿qué salió mal? —preguntó con amargura.
—No lo sé —se encogió de hombros, resignado.
—Ese fue siempre el problema, ¿verdad? —su voz parecía cansada—. Nunca
sabíamos por qué las cosas salían mal entre nosotros.
—¿Crees que podríamos intentarlo de nuevo? —preguntó, y sonrió al ver el
horror retratado en su rostro—. Por favor, no pongas esa cara —le dijo al mirarla
fijamente—. No sugiero que revivamos la relación que tuvimos. No soy tan tonto,
Jessamy. Sé que no funcionaría.
—Entonces, ¿qué sugieres? —preguntó con suspicacia.

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—Sólo que tratemos de pasar un rato juntos. Esta vez los dos haremos un
esfuerzo por ser amables y amistosos. No te quedarás mucho tiempo, así que no
quiero que el último recuerdo que tengas de mí sea como el de ayer.
Jessamy no creía poder pasar con él ni media hora.
—No es buena idea —murmuró—. No lograremos nada.
—Yo creo que sí —replicó—. Ayer dijiste que querías el divorcio para poder
comenzar con una nueva vida.
—Y tú dijiste que no estabas de acuerdo —le recordó con mordacidad.
—Así es, pero ahora veo que no merece la pena tratar de conservar algo que no
me pertenece, que nunca me perteneció —sonrió con frialdad—. No puedo obligarte
a que me quieras, pero necesito una oportunidad para convencerte de que no debes
odiarme. Si estás decidida a emprender una nueva vida, sería mejor que no
terminaras ésta con una nota amarga. Sería más difícil para ti. ¿Por qué no tratamos
de guardar algunos recuerdos placenteros?
Ella se quedó callada un buen rato. Él tenía razón. Sería más fácil si pudieran
terminar ese matrimonio como amigos y no con tensión y discusiones.
—Debo trabajar —comentó—. Tengo una fecha límite.
—Trae tu material. Iremos a un lugar que podrás usar en tus ilustraciones.
—Ayer lo hicimos… ¡y no funcionó! —exclamó, hostil.
—Hoy será diferente —prometió, mirándola a los ojos.
Jessamy suspiró. ¿Sería una locura aceptar? Parte de ella deseaba reparar el
daño que se habían hecho, y quizá Julius estuviera en lo cierto.
—Bueno —aceptó—. Trataremos de pasar un par de horas juntos, pero si algo
sale mal me voy —le advirtió.
Parte de ella presentía que cometía un grave error, pero la decisión ya estaba
tomada. Iría con Julius y regresarían como amigos o como enemigos.
Fue despacio al estudio por su equipo y siguió diciéndose que era una
estupidez. «Arrepiéntete», decía una vocecita. «Sólo una idiota se arriesgaría a repetir
lo de ayer».
Aún así, siguió cogiendo sus cosas y bajó al coche. Era una locura. Julius puso
en marcha el coche y aceleró.
—¿A dónde vamos? —preguntó cuando pasaron por un pueblo.
—No muy lejos —explicó—. De hecho, si hago o digo algo que te moleste,
podrás regresar a casa.
Jessamy no sabía si eso la hacía sentirse mejor o peor.
—Pero no dirás ni harás nada que me moleste, ¿verdad? —preguntó.
—Lo intentaré —sonrió—, pero no siempre puedo controlarme cuando estoy
contigo.

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No estaba segura de que le hubiera gustado ese comentario. Iba a decírselo,


pero se detuvo. ¡Sería mejor no abrir la boca!
Julius detuvo el coche cerca de un estrecho sendero, a la sombra de un árbol.
—Tendremos que caminar —informó.
—¿A dónde? —preguntó con cautela.
—Ya lo verás. No está lejos.
Jessamy caminó con él por el sendero, que se volvió empinado, y la chica
comenzó a perder el aliento.
—Dijiste que no estaba lejos —gruñó.
—Dos minutos y estaremos allí.
El sendero los llevó a un claro espacioso en la cima de la colina. Jessamy caminó
hasta el borde y después se quedó inmóvil porque necesitaba respirar y también
porque el paisaje era increíble.
El claro estaba bordeado por un círculo de rocas, antiguas y misteriosas.
Algunas colocadas a lo largo y otras a lo ancho. La hierba alta las circundaba y el sol
se reflejaba en las superficies de piedra.
Julius sonrió.
—No es tan espectacular como Stonehenge, pero creí que te parecería
interesante.
Jessamy se adelantó y acarició una de las rocas.
—¿Por qué están aquí? —preguntó.
—Nadie lo sabe bien, aunque hay muchas teorías. Algunos creen que tienen
relación con ceremonias religiosas, otros les adjudican un significado astronómico.
La chica fue al centro del círculo. Desde allí podía ver las colinas y las calles
brillando bajo el sol otoñal.
—Este lugar es siniestro —susurró—. No me gustaría venir de noche.
—Este lugar te va bien —comentó él, mirándola.
Jessamy hizo una mueca.
—¿Quieres decir que te parezco prehistórica?
—No. Es que este círculo parece muy misterioso y así eres tú.
—No tengo nada de misteriosa —señaló con firmeza—. Soy muy sensata y
práctica.
Julius arqueó las cejas.
—Haces dibujos que son pura fantasía —le recordó—. Tienes problemas con el
dinero y no sabes conducir. Si mal no recuerdo, no eres muy buena con los aparatos
eléctricos.

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—Soy práctica —insistió con enfado—. Mis problemas económicos son


pasajeros; aprendería a conducir si tuviera tiempo y te sorprendería saber cuántos
aparatos sé usar y hasta reparar. ¡No me hagas parecer como una idiota, Julius!
—No era mi intención —declaró con calma—. Si quieres, puedo enumerar todas
tus cualidades. Eres hermosa, llena de encanto e inocencia, y cuando sonríes eres
como un rayo de sol en un día oscuro. Te gusta discutir, pero nunca exageras. A tu
lado a veces me sentí insípido. Creíste que te criticaba, pero no. Me gustas tal y como
eres.
Jessamy se quedó muda por un instante y después reaccionó con violencia.
—¡Sí, claro! —replicó—. ¡Te gustaba tanto que me abandonaste! —sus ojos
brillaban y se arrepintió de esas palabras. Se volvió hacia otro lado—. No quiero
empezar de nuevo —murmuró con tono más tranquilo—. Intentemos olvidar lo que
he dicho. No creo que quiera quedarme aquí. Regresemos a la casa.
—Pero si acabamos de llegar —protestó Julius.
—Lo sé, pero esto no funcionará. No debí venir. Parece que no podemos pasar
ni un minuto solos sin enfrascarnos en antiguas discusiones.
—Tú empezaste esta pelea —señaló él.
—¿Importa quién la haya comenzado? Siempre terminamos en lo mismo. Te
crispas o huyes cuando las cosas adquieren un tono personal.
—No huiré a ningún lado, por el momento.
—Pero lo harás, si esto continúa más tiempo —afirmó Jessamy.
—No iré a ningún lado —repitió—. Lo prometo. ¿Quieres seguir con tus
dibujos? No quiero que me culpes por faltar a tu compromiso, ni por nada más.
Jessamy iba a protestar, pero se calló. Se dio cuenta de que esa discusión debía
terminar en ese instante.
—Sólo haré unos trazos y después regresaremos al coche.
Ella abrió su libreta. Julius se acomodó en el césped y se apoyó contra una
piedra; luego cerró los párpados como si estuviera cansado. Entonces, Jessamy lo
contempló en lugar de concentrarse en su labor.
Su rostro le era muy familiar. Sabía que podía cerrar los ojos y recordar cada
línea. También sabía por qué había ido allí con él. Simplemente deseaba estar a su
lado. Eso la atemorizaba, porque era más seguro no desear nada de Julius.
Se obligó a mirar a otro lado. Sus dedos se movieron sobre la hoja, pero cuando
terminó de trazar el círculo de piedras, dibujó la figura de Julius.
—¡Ya basta! —se regañó con fuerza.
—¿Has dicho algo? —preguntó él, y abrió los ojos.
—No —negó—. No a ti. Hablaba conmigo misma.
—Ven a sentarte aquí, y charla conmigo —la invitó.

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—Yo… no creo que tengamos de qué hablar —señaló, tensa.


—No tenemos que hablar de nada personal —había diversión en sus ojos—. Si
así te sientes más segura.
—Me siento segura —se defendió.
—Entonces, puedes sentarte aquí conmigo unos minutos. No tenemos que
hablar, si eso te pone nerviosa. Nos relajaremos al sol y después regresaremos al
coche.
Aunque la sugerencia parecía inofensiva, Jessamy dudó. Si insistía en regresar
al coche, parecería que huía y admitía que la ponía nerviosa. Estaba decidida a
demostrarle que no ejercía poder alguno sobre ella.
Se sentó con rigidez. Julius parecía divertido, pero no dijo nada.
—El tiempo es excelente —comentó Jessamy, haciendo sombra sobre sus ojos.
—Aprovéchalo —aconsejó—. Dudo que dure mucho. La próxima semana,
habrá nubes negras, lluvia y vientos fríos.
—Ni siquiera pienso en la próxima semana —comentó, bostezó y se acomodó
mejor en el césped.
—Creí que la esperabas con ansia. Para entonces estará solucionado lo de la
carta y regresarás a tu casa a llevar una vida normal.
—Casi he olvidado lo que es una vida normal —comentó, y bostezó de nuevo.
Todas las noches en vela se le venían encima. Era difícil no cerrar los ojos.
«No te duermas», se ordenó. «La gente siempre parece vulnerable cuando
duerme». Sin embargo, sus ojos se cerraron y se quedó dormida.
Cuando despertó, no pudo recordar dónde estaba. El sol, la hierba suave, el aire
fresco… ¡definitivamente no estaba en su cama!
Después saltó cuando vio que Julius la contemplaba. Recordó dónde estaba y
notó que Julius se había acercado más a ella.
—¿Me observabas mientras dormía? —quiso saber ella.
—Siempre me gustó hacerlo —respondió con suavidad—. Me hacía sentir como
si todo estuviera bien en el mundo. Siempre parecías tan relajada…
—Bueno, había veces en que no me sentía relajada —replicó.
La expresión de Julius cambió y unas sombras aparecieron en su boca y ojos.
—Y todo fue culpa mía, claro —afirmó con voz tensa—. Dios, Jessamy, ¿me
culpas por todo lo que sucedió entre nosotros?
—No, también fue culpa mía. Era muy joven y no sabía cómo controlar las
cosas, no sabía cómo controlarte a ti. Había demasiadas presiones, las largas horas en
que trabajabas, la desaprobación de tus padres, los problemas de mi trabajo. Era duro
enfrentarse a todo. Y ni siquiera podía hablar contigo de eso. Las pocas ocasiones en
que estabas en casa, no querías escucharme. Eras muy obstinado y decías que todo
iba bien, pero no, iba cada vez peor, y yo no comprendía por qué tú no querías verlo.

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Después me di cuenta de que sí lo sabías, pero habías decidido ignorarlo todo.


Supongo que pensabas que sucedería un milagro. Tomaste esa decisión y nadie te
sacó de ahí. No había forma de hacerte hablar conmigo. Aún no sé cómo hacerlo —
confesó—. Nunca pude llegar a ti, Julius.
—¡Llegaste a mí demasiado bien! Me destrozaste de tal modo que no sé cómo
recogí todos los pedazos.
Jessamy lo miró con incredulidad.
—¿Yo te destrocé? —preguntó—. Tenía diecinueve años y era demasiado
ingenua para mi edad. ¡No sabía cómo destrozar a nadie!
—Pero lo hiciste —sus ojos la traspasaban—. ¿Estás segura de que no lo hiciste
a propósito? ¿No querías probar que ejercías poder sobre mí?
—¿Crees que deseaba pasar por todo eso? —preguntó de manera violenta—.
¿Tienes idea del modo en que me afectó?
—Ah, sí que lo sé —admitió en voz baja—. Porque tú me hiciste lo mismo.
—¡No te creo! —sus ojos chispearon—. Eres mucho mayor que yo, habías tenido
otras relaciones y sabías cómo llevarlas. Para mí era la primera vez. No sabía qué
pasaba ni cómo controlarlo.
—Un idilio roto no es lo mismo que un matrimonio roto. Sí, ha habido mujeres
en mi vida, pero la relación se basaba en el afecto. Contigo fue diferente —añadió con
una nota de sarcasmo—: ¿Sabes que me atrapaste en la edad en que los hombres
somos más vulnerables, cuando nos enamoramos para siempre? Sólo que nunca
pensé que eso me pasaría a mí.
—Ojalá nunca hubiera pasado —comentó con amargura—. Ojalá hubieras
tenido control sobre lo que pasó.
—¿De qué hablas? ¿Quieres decir que no debí casarme contigo? Pero yo lo sabía
desde un principio —señaló, enfadado—. Eras demasiado inmadura, la diferencia de
edades era muy grande. Sabía que debía esperar a que maduraras, pero ignoré todos
mis presentimientos… y pagué el precio.
Jessamy lo miró desdeñosa.
—¿Vas a fingir que la diferencia de edad fue todo nuestro problema? ¿Olvidas
que también teníamos un grave problema de comunicación? ¡Más bien, tú lo tenías!
El único lugar donde te conmovía era en la cama. Nunca quisiste hablar de tu trabajo,
no hablabas de problemas personales; a veces creía que no existía ni una maldita cosa
de la cual hablar contigo.
—Yo soy así —señaló, sombrío—. Creí que lo entendías. Conociste a mis
padres, sabías que me criaron en una atmósfera reprimida, anticuada. Nunca se
levantaba la voz, las controversias nunca se discutían, la conversación se limitaba a
comentarios amables sobre el tiempo y los acontecimientos sociales. Desde niño me
enseñaron a guardarme todos mis problemas, opiniones y sentimientos. Nunca pude
romper ese hábito y no sabía si lo deseaba; iba con mi naturaleza.

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—Sentía que siempre me relegabas —comentó con tristeza—, excepto cuando


hacíamos el amor; era la única ocasión en que me sentía cerca de ti.
—Era mi forma de demostrarte que te amaba —replicó, cansado—. No podía
decirlo, pero quería que lo supieras y ésa era mi única manera.
—Pues no funcionó, o quizá no te esforzaste lo suficiente. Al final, parecía que
sólo querías sexo de mí. No podía vérmelas con una relación tan física. Comencé a
congelarme cuando me tocabas. Necesitaba compartir tu vida, no sólo unas horas en
la cama.
Una sombra cruzó en el rostro de Julius.
—Sabía que te me escapabas. Creí que te complacía. Decidí hacerlo todo, pero
cuanto más me esforzaba, más fracasaba.
—Toda esa intensa pasión, las horas en que me hacías el amor una y otra vez,
pero sin decir nada, me decepcionaron. Yacíamos juntos, pero había todo un océano
entre nosotros. Y tú seguías intentando esas complicadas formas de complacerme,
cuando yo sólo necesitaba que me quisieras.
—Dios, ¿crees que no te quería? —preguntó.
—Sé que sí, pero era una clase diferente de amor. Parecía sólo físico y traté de
decírtelo, pero no me escuchaste. Supongo que no querías porque habías decidido
que no se hablaría del asunto. Y eso nos lleva al problema principal —terminó con
voz amarga.
—Ahora hablamos —indicó él con firmeza.
—Sí, pero es demasiado tarde. Quizá por fin estés empezando a cambiar, Julius.
Qué lástima que no lo hicieras cuatro años atrás, en lugar de abandonarme.
—No supe qué hacer —comentó—. Toda mi vida tuve éxito en todo. De hecho,
se me enseñó a ver el fracaso como un pecado gravísimo. Finalmente, tuve que
admitir que fallé en mi matrimonio y hasta en la cama. Todo se derrumbaba y no
sabía cómo detenerlo. Al final di la espalda y huí. Por aquel entonces, era mi única
solución. Decidí dejar atrás mi matrimonio, olvidarlo todo y comenzar de nuevo.
Sólo que no pude. Los cuatro años fueron una pesadilla; no hacía más que recordar.
Quise tratar con otras mujeres, pero no pude. Los dos primeros años, estaba molesto,
de mal humor y frustrado sexualmente. Después, la ira murió y el deseo también.
Todo se puso gris. Creí que nunca más querría nada.
Su voz era sombría y Jessamy contenía la respiración. No podía creer que Julius
estuviera diciendo esas cosas. Él siempre había escondido sus sentimientos y nunca
le había dicho que la amaba.
Se quedaron callados. A pesar del sol, la piel de ella estaba erizada y tembló.
—Quizá no haya sido buena idea hablar de esto —comentó Julius al notar su
reacción.
—No merece la pena —reconoció—, ya nada podría salvarnos.
—¿Qué tal esto? —se inclinó y la besó con suavidad.

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—No, Julius —murmuró por instinto.


Sin embargo, Julius la besó de nuevo con fuerza. Jessamy trató de apartarse,
pero él la sujetó.
—No —protestó, sin mucha firmeza.
—Lo necesito —declaró él, y su boca la apresó con un toque hechicero como si
fuera la primera vez. El ambiente era cálido y Jessamy estaba confundida. Quizá sólo
fuera el calor del cuerpo de Julius.
Él deslizó las manos bajo la camiseta. Presionó la boca contra el suave algodón,
trazando la figura femenina y haciéndola temblar.
Jessamy acarició el pelo sedoso, evocando imágenes vívidas, de modo que el
pasado y el presente se mezclaron. Entonces, Julius la hizo recostarse sobre el césped.
El peso del duro cuerpo le fue familiar. Jessamy se revolvió, inquieta. ¿Cuántas
veces él había causado ese súbito deseo en ella y había sabido cómo satisfacerlo?
La joven parpadeó. Algo iba mal, pero no podía recordarlo porque las manos de
Julius producían olas de placer.
Era aterrador que pudiera suceder tan fácilmente. Jessamy era consciente de
que estaba perdiendo el control. Julius se acercó más y ella sintió la piel caliente. Las
llamas estaban encendidas, deseando quemar.
Julius inclinó la cabeza hacia un seno y lo acarició, como si encontrara un
perverso placer en retrasar el momento en que sus labios tocaran la piel. El sol cegaba
a Jessamy y Julius la sometía. El fuego encendió sus extremidades y sintió que se
quemaría por completo.
En ese momento, era vulnerable. Si la hubiera desnudado no lo habría detenido.
Sin embargo, Julius levantó la cabeza y contempló su rostro sonrojado.
—No puedo tomar lo que quiero —observó con voz ronca—. Ya no, no tengo
derecho, pero te lo pido, Jessamy. Por favor, déjame. Sólo por esta vez…
Ella lo miró, asombrada. No sabía que su decidido marido fuera capaz de pedir,
de rogar algo. Quizá fuera la primera vez que lo hacía.
No obstante, también le dio tiempo para pensar las cosas. El sol perdió su calor
y Jessamy sintió que su piel se enfriaba cuando la tibieza la abandonó.
Si decía que sí, sería como dar un paso gigante hacia atrás. Todo lo que había
logrado en cuatro años sería inútil. Tendría que comenzar de nuevo y no podría
hacerlo, ya que no le quedaban fuerzas. Sería una locura echar todo por la borda sólo
por una pasión desenfrenada.
—Julius… —tartamudeó, y cerró los ojos—. No puedo —habló con voz
apagada—. Lo siento, pero no puedo.
Fue como si lo hubiera golpeado. Con gran es fuerzo, Julius se apartó de ella y
miró al cielo.
No se movieron ni hablaron. Después, él se levantó; parecía más viejo.

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—Será mejor que regresemos al coche —indicó inexpresivamente.


Jessamy quiso decir algo, pero se arrepintió. Las palabras empeorarían las
cosas.
Regresaron en silencio. Cuando el coche se detuvo, Jessamy tenía la vista
clavada en el frente sin atreverse a mirar a Julius.
—Me iré —señaló—. Me iré de inmediato. Reservaré una habitación en algún
hotel y me aseguraré de que la persona que envió la carta no me encuentre.
—¿Y yo tampoco te encontraré? —sonrió, irónico.
—¡No puedo quedarme aquí! —estalló Jessamy.
—Lo sé —aceptó—. Pediré un taxi —abrió la puerta, pero después se detuvo—.
Todo ha terminado, ¿verdad? —era más bien como una declaración.
—Sí, todo ha terminado —respondió, sombría.
Salieron del coche y caminaron hacia la casa. Jessamy sentía como si existiera
un muro invisible e impenetrable entre ambos.

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Capítulo 8
—Voy a hacer mi equipaje —anunció Jessamy en voz baja, y Julius no protestó.
Subió con cansancio. Estaba tan preocupa da que no notó nada a su paso
cuando entró en su habitación. Después fue consciente de que algo estaba mal.
Su ropa estaba esparcida en la cama y no sabía por qué. De pronto, se dio
cuenta de que alguien la había arrojado allí.
Jessamy se quedó paralizada. Dio otro paso y descubrió sus pertenencias en el
suelo. Estaban hechas trizas, como si alguien las hubiera pisoteado.
Nada estaba intacto. Los cajones estaban vacíos y todo estaba roto.
Jessamy comenzó a temblar. ¿Quién la odiaba tanto? ¿Cómo la habían
encontrado? Julius le dijo que casi nadie conocía esa casa.
Miró a su alrededor, nerviosa, cuando se le ocurrió algo. ¿Y si el intruso seguía
en la casa? ¿Qué le haría si la encontraba frente a frente?
Con piernas temblorosas, retrocedió hasta la puerta. Era aterrador pensar que el
odio de alguien pudiera provocar eso. Era una fuerza destructiva contra ella.
Sabía que debía huir. Con torpeza, corrió a la escalera. Debía alejarse de allí, de
todas sus pertenencias destrozadas.
Bajó tambaleándose. Era demasiado; no podía enfrentarse a todo lo sucedido
ese día. Corrió a la puerta. Había llegado casi cuando un brazo fuerte la rodeó.
Jessamy gritó y estuvo a punto de desmayarse de alivio cuando vio a Julius.
—¿Qué diablos pasa? —exigió saber.
—A… arriba —balbuceó—. Alguien… alguien ha estado en mi habitación.
Ellos… ellos… —no pudo hablar más.
Julius la miraba fijamente, como si tratara de adivinar lo que había pasado.
—Espera aquí —instruyó—. Iré a ver.
Tan pronto como la soltó, Jessamy se dirigió hacia la puerta, pero él la sujetó.
—Quédate aquí —ordenó—. No quiero que te vayas a ningún lado hasta que yo
regrese. Promételo, Jessamy.
Ella miró anhelante la puerta. Fuera se sentiría segura. Había aire fresco, sol y
libertad. Sin embargo, sabía que no podía desobedecerlo.
—Lo prometo —murmuró.
Julius subió corriendo y la dejó temblando. Regresó en unos minutos con gesto
iracundo.
—¿Lo has visto? —preguntó.
—Sí —confirmó, tenso.

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—Ya no estoy segura aquí —indicó con voz trémula—. Ya me han encontrado.
Han destruido mis cosas y quieren destruirme a mí.
—Mientras estés conmigo, no te pasará nada.
—¿Cómo puedes decir eso? —exclamó, nerviosa—. Quiero irme de aquí, antes
de que regresen, tengo miedo —admitió, temblorosa.
Julius le cogió las manos con firmeza y calidez.
—No es necesario. Nadie te hará daño.
—¡No lo sabes! No estaré a salvo hasta que encuentres a la persona.
—Ya sé quién envió esa carta —la miró a los ojos.
Jessamy se sorprendió, levantó la cabeza y lo miró, con los ojos muy abiertos.
—¿Lo sabes? ¿Quién fue? ¡Dímelo!
—Fue Eleanor —respondió con suavidad.
—¿Eleanor? —exclamó, incrédula—. Sé que le caigo mal, pero… Eleanor —
repitió cuando se dio cuenta de que tenía sentido—. ¿Estás seguro?
—Dejó una copia de esa carta en su procesador —respondió Julius—. Quizá
quisiera borrarla, pero lo olvidó.
La mirada de Jessamy se endureció.
—Entonces, tú siempre supiste quién era —lo acusó—. Pudiste decírmelo y
terminar con el asunto. No había necesidad de traerme aquí.
—Sí la había —señaló—. Te quería aquí. Eleanor sólo me dio la excusa que
necesitaba y la usé. Hasta la traje aquí para ver tu reacción, alguna chispa de celos tal
vez.
—No puedo creerlo —exclamó, furiosa—. Eres tan malvado como ella.
—No me enorgullece la forma en que actué, pero decidí que tenía que verte una
vez más, pasar una temporada contigo, y ésa era la única forma de hacerlo.
—Ya basta —murmuró—. Estás jugando conmigo.
—No estoy jugando —negó con firmeza.
Ella no quiso mirarlo. Tenía el presentimiento de que si veía esos ojos oscuros,
podría perder el poco control que le quedaba.
—¿Qué vas a hacer con Eleanor? —preguntó.
—Lo que debí hacer desde un principio. Llamar a la policía —frunció el ceño—.
Nunca creí que llegara tan lejos. Siempre fue eficiente, controlada.
—Eleanor está enamorada de ti —le recordó, impaciente—. Te lo dije, pero no
me escuchaste.
—No escuché, porque no me interesaba —explicó con dureza—. Sólo me
interesaba una mujer en la vida.
Jessamy no quería oír más y caminó hacia la puerta.

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—Ya basta. Quiero irme de aquí.


—Ya es tarde. Quédate aquí esta noche y te irás mañana.
—¡No! —exclamó con vehemencia—. No quiero quedarme aquí ni un segundo
más. ¿No lo comprendes?
—Sé que no quieres regresar a tu habitación, pero hay muchas otras. Hay
habitaciones que Eleanor ni conoce.
—¡Ella ha contaminado toda la casa! Hasta creo que puedo percibir su perfume,
y no digas que hay habitaciones que ella no conoce. ¿Cómo puedes saberlo? Quizá
estuvo en todas cuando entró aquí —comentó desesperada, consciente de que no
estaba siendo razonable. Estaba a punto de sufrir un ataque de nervios. No podía
soportarlo más. Estiró una mano—. Dame las llaves. Dormiré en el coche.
—No puedes.
—¡Puedo hacer lo que me dé la gana! —gritó, y empezó a llorar.
Julius la rodeó con los brazos.
—¡Suéltame! —sollozó, pero él la ignoró. Esperó a que pasara el ataque y la
soltó un poco.
—Te llevaría a Londres, pero no creo que estés en condiciones —comentó—.
Necesitas descansar.
—No dormiré en esta casa —insistió.
—Hay dos habitaciones sobre los establos —informó—. Eran las habitaciones de
la servidumbre. Quizá estén llenas de polvo, pero se encuentran separadas de la casa
y puedo garantizar que Eleanor no las ha visitado. ¿Qué tal si te quedas ahí? Por la
mañana te llevaré a casa.
—Bueno, no sé… —murmuró—. ¿Tienes un pañuelo? —pidió.
Cuando se lo dio, Jessamy se limpió la nariz y se secó el rostro. Estaba muerta.
Deseaba agazaparse en un lugar silencioso y oscuro y quedarse allí hasta que pudiera
volver a enfrentarse al mundo.
—¿Estás seguro de que Eleanor nunca ha estado ahí? —preguntó con voz débil.
—Sí.
—Supongo que puedo quedarme por esta noche.
—Te llevaré allí para que te acomodes antes de que oscurezca.
Jessamy se arrastró detrás de él, muerta de cansancio. Era una caminata larga, y
cuando llegaron empezaban a aparecer las primeras estrellas.
—No he estado aquí desde que llegué a esta casa. Quizá esté hecho un desastre.
—No importa —aseguró—. Sólo necesito una cama.
Julius abrió la puerta a un par de habitaciones con escaso mobiliario. Una capa
de polvo cubría todo, pero a ella no le importaba. Sólo quería derrumbarse en la
cama en un rincón y dormir durante una semana.

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—No hay electricidad, pero hay agua —le informó—. Voy a traer mantas
limpias.
Cuando se fue, Jessamy paseó por el lugar y se sentó en la cama, porque sus
piernas no podían más. No podía creer que hubiera sido Eleanor. ¡Y Julius siempre lo
había sabido! ¡Nunca lo perdonaría por guardar el secreto!
Julius regresó con las mantas. La luz se desvanecía rápidamente. Aunque aún
había sol, por las noches refrescaba y las habitaciones no tenían calefacción.
Jessamy se estremeció.
—¿Tienes frío? —preguntó él con el ceño fruncido—. Ten, cúbrete con una de
las mantas —le acomodó la prenda sobre los hombros y después se sentó a su lado.
—Estoy bien —aseguró Jessamy, nerviosa—. No necesitas quedarte más.
—No creo —señaló con calma—. No sólo tiemblas de frío. Te encuentras
asustada y necesitas estar con alguien.
—No es cierto —insistió, pero sin seguridad.
Tembló otra vez y él se acercó. Podía sentir su cuerpo contra el de ella, tibio y
familiar. Debía alejarse, pero no podía. Necesitaba estar cerca de él.
—¿Regresará Eleanor? —preguntó—. ¿Crees que intentará algo más?
—Si es así, lo lamentará —afirmó, decidido—. No comprendo por qué se
comportó así. Quizá sufrió un ataque de locura.
—No —negó Jessamy—. Se llama amor.
—Dices que está enamorada de mí desde hace años. ¿Por qué no intentó algo
así antes?
—Porque después de que me abandonaste, te tuvo para ella sola —respondió—.
Supongo que se convenció de que le pertenecías.
—Pero sólo era mi secretaria —frunció el ceño.
—Lo sé, pero me dijo que eso le bastaba. Que podía verte todos los días y que
hasta viajaba al extranjero contigo —sonrió con ironía—. Dicen que una secretaria
pasa más tiempo con el jefe que su mujer. Pero tú no tenías a tu mujer cerca y eso le
hizo sentir que le pertenecías. Después vio el artículo en el periódico y los rumores
de que habíamos regresado. Supongo que no pudo soportar la idea de compartirte y
se volvió loca.
—La próxima vez escogeré una secretaria vieja y maternal —gruñó Julius.
—De todas formas se enamoraría de ti —comentó con frialdad, y después
suspiró—. Adiós a mis planes de alejarme de ti. Eleanor lo ha echado todo a perder.
—¿Te habrías ido si ella no hubiera destruido tus cosas? —preguntó. Sus ojos
brillaban en la penumbra.
—Sí —admitió.
—¿Por qué?

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—Porque… bueno, porque estar cerca de ti me pone nerviosa.


—¿Yo te pongo nerviosa? —parecía incrédulo.
—Me haces evocar cosas que necesito olvidar —se defendió—. No ha cambiado
nada, Julius. Sólo por que me quedo aquí esta noche, no significa que… no quiero
que pienses… no debes suponer que…
—No supongo nada —aseguró—. En los últimos cuatro años he aprendido a
aceptar las cosas como vienen. No hago planes optimistas para el futuro.
Jessamy no podía creerlo. Estaba segura de que Julius sí tenía planes. Había
empezado con ellos al descubrir la carta de Eleanor.
—¿Crees que Eleanor está por aquí? —preguntó por cambiar de tema—. Quizá
se aloje en algún hotel local.
—Deja de hablar de Eleanor —ordenó—. Deja de pensar en ella.
—No puedo —negó.
—Piensa en algo más —sugirió.
—¿En qué más puedo pensar?
—¿Qué tal esto? —sugirió, y la besó de modo fraternal. Era un beso diferente en
él.
—No es buena idea.
—¿Por qué no?
—Porque… —se alarmó cuando no encontró una buena razón—. Porque no —
murmuró.
—¿No es mejor que pensar en Eleanor? —intentó persuadirla Julius.
—Hay miles de cosas que podemos hacer para no pensar en ella. No tenemos
que…
—¿Hacer esto? —la besó ligeramente—. A mí me gusta hacerlo —añadió con
suavidad.
¡Y también a ella! Jessamy tragó saliva. No quería que las cosas fueran así,
pensó con desesperación. De hecho, deseaba alejarse de él para terminar con todo.
Se quedó muy quieta, mirando la oscuridad.
—Creo que sería mejor que nos sentáramos separados —sugirió con voz
trémula.
—¿Mejor para quién? —preguntó Julius—. Para mí no.
—Sí —insistió—. Si estamos juntos, tú querrás…
—¿Hacer esto? —la interrumpió.
Esa vez el beso fue más fuerte y prolongado y Jessamy sintió que su piel ardía.
—Julius… —trató de amenazarlo, pero su voz sonó con un tono muy diferente.

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El siguiente beso fue distinto. Fue rápido, violento y posesivo, como si clamara
por algo que siempre le había pertenecido.
—No más juegos —declaró Julius con voz ronca cuando se separó de ella—.
Esto es algo que debe suceder, Jessamy.
Jessamy no podía rendirse tan fácilmente. Había luchado por ganar su
independencia y paz mental.
—No debe pasar —negó con terquedad—. Somos personas maduras y podemos
tomar decisiones racionales.
—No me siento como un adulto. Es ridículo, pero me siento como un
adolescente, con manos temblorosas y nervioso.
Ella parpadeó. Julius nunca tenía las manos temblorosas y mucho menos se
ponía nervioso.
Julius sonrió.
—¿No me crees, Jessamy? ¿Por qué no tratas de tocarme? Así verás lo que
provocas con tu cercanía.
Jessamy levantó una mano y rozó la piel de él. Ardía, como si tuviera mucha
fiebre.
—Por favor, no me obligues a esto —sacudió la cabeza con desmayo.
—No necesitas que te obligue —dijo con suavidad—. Tu piel también está
ardiendo. Siempre fue así entre nosotros, Jessamy.
—Ese es el problema —lo miró con repentina ira—. ¡Es lo único que existe entre
nosotros! Ya fue bastante con la primera vez.
—Te equivocas —declaró—. Siempre fuimos más que eso. La forma en que te
deseo es diferente de mi deseo por otras mujeres. No es una necesidad hueca que se
olvida después de una hora en la cama. Es algo mucho más profundo. Te deseo de
maneras diferentes y sólo unas cuantas tienen que ver con la necesidad física.
—Pero intentamos vivir juntos —le recordó—, y no funcionó.
—Quizá no nos esforzamos lo suficiente.
—¡Yo sí!
—Entonces, tal vez la mayoría de los fallos fueron míos, pero si lo intentáramos
de nuevo…
—No me hagas esto, Julius —cortó con violencia—. Antes de venir aquí tenía
mi vida arreglada. Era feliz o por lo menos lo suficiente. Después de cuatro horribles
años, por fin había llegado a algo. Había dejado atrás nuestro matrimonio desastroso
y empezaba a planear el futuro. No me confundas, porque no podría controlarlo ni
salir del abismo otra vez.
—Tú también me destrozaste. Pero podemos arreglarlo todo —sugirió,
besándole la frente—. Dame la oportunidad de arreglarlo —suplicó. Le besó las
muñecas, acercándola más.

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Jessamy tembló. Durante su corto matrimonio, se había rendido a las exigencias


de Julius sólo por mantener la paz. Ahora él le rogaba, y la costumbre de rendirse a
Julius era difícil de romper, incluso después de cuatro años. O quizás hubiera una
parte de ella que quería rendirse.
Julius acarició el esbelto cuello despacio para no asustarla.
—No… —murmuró Jessamy, pero con voz apenas audible.
—Tengo que hacerlo —su aliento acarició la piel de la joven cuando se inclinó
hacia ella—. Eres la única que puede arreglar mi vida.
Las manos de Julius se deslizaron por el cuerpo femenino. Jessamy tembló
cuando él rozó los pezones endurecidos. Su cuerpo respondía, aunque su mente se
negaba a ceder.
No podía hacer nada, ya que las manos de Julius aceleraban su necesidad; su
piel ardía con la de él. Julius murmuraba palabras que nunca creyó que le dijera.
La joven tembló una y otra vez. Su piel empezaba a responder.
Jessamy estiró la mano para tocarlo y cerró los ojos. Sus dedos temblaban
cuando rozaron el pecho y los hombros, la firme espalda y el vientre plano. Era como
si hubiera necesitado hacerlo desde hacía mucho tiempo y sólo entonces se diera
cuenta.
Julius la acostó delicadamente sobre la cama.
—Siento que no haya sábanas de seda —murmuró.
—No las necesito —aseguró en voz baja.
En la mirada de Julius había una luz ardiente.
—¿Qué necesitas entonces, Jessamy?
—Creo que… creo que te necesito a ti.
No fue su intención decir eso, pero no pudo contenerse. De pronto, la
respiración de Julius se alteró.
Él comenzó a desnudarse primero y después siguió con ella. Sus dedos
temblaban un poco, pero a Jessamy no le importó. De hecho, le gustaba porque le
hacía parecer más humano.
Cuando los senos quedaron libres, Julius probó la suave y cálida piel, como si
su sabor lo aliviara. Jessamy cerró los ojos y se preguntó cómo pudo vivir sin ese
contacto físico. Entonces se dio cuenta de que había vivido a medias. Siempre había
necesitado a Julius para ser una persona completa.
Él la tocaba con temor y sus manos se movían nerviosas. Cuando Julius levantó
la cabeza, ella pudo ver que había una sonrisa irónica en sus labios.
—Estoy nervioso —admitió con ternura.
Ella lo miró con asombro. ¿Nervioso? ¡Julius nunca estaba nervioso!

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—Ha pasado mucho tiempo y te deseo tanto que podría arruinarlo todo —
confesó él.
—No lo harás —aseguró Jessamy.
—Facilítame las cosas. Dime que aún me quieres —sugirió con suavidad.
Jessamy dejó de respirar. ¡Le pedía demasiado! Aún no estaba lista para ciertas
cosas.
—Dímelo —ordenó, y mordisqueó el tibio pezón. Jessamy no sintió dolor, sino
una ola de placer que se intensificó cuando él lamió la piel enrojecida—. Quiero oírlo,
Jessamy —volvió a mordisquear, pero ahora en la parte interna de los muslos, y
Jessamy jadeó.
—No… —balbuceó.
—¿Por qué no? —su lengua la acarició con suavidad—. A ti te gusta y a mí
también —explicó con voz sofocada, y hundió la cabeza entre sus piernas. Olas de
calor invadieron a Jessamy—. Necesito saber que te gusta porque soy yo quien te lo
hace, que no puedes sentir lo mismo con nadie.
—No… no ha habido nadie más —confesó.
Julius se acostó a su lado y sus ojos brillaron intensamente.
—¿En estos cuatro años?
—Nunca he deseado a otro hombre —dijo lo que él quería oír, pero Julius no
pareció satisfecho.
La besó, y al mismo tiempo su cuerpo exigía una respuesta. Jessamy recordó
cómo fue la primera vez, con la misma necesidad repentina. Se sentía arder, y sabía
que era por Julius. Sólo él podría darle alivio y placer. Ansiaba la dureza de su
cuerpo.
El roce y el calor de él la hacían reír o llorar. Su boca no la soltaba, y cada
movimiento que hacía la lanzaba a un pozo más profundo de placer, la bañaba, la
saturaba e invadía cada nervio hasta que no pudo soportar más. Jessamy dijo su
nombre contra los labios de Julius y él murmuró algo también. Julius se movió con
repentina violencia para entonces alcanzar una nueva dimensión. Ambos temblaron
convulsivamente y se perdieron en un torbellino de placer.
La intensidad la asombró. Aún después de la culminación, el cuerpo de Jessamy
temblaba en leves espasmos.
Julius levantó la cabeza. El calor, el sudor y el placer compartido los fundía.
—¿Me dirás que aún me quieres? —preguntó con voz ronca.
Jessamy abrió un poco los ojos. Era imposible mentirle a Julius.
—Aún te quiero —susurró.
Se preguntó cuánto le costaría haberlo admitido.

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Capítulo 9
Julius durmió profundamente. Jessamy no estaba relajada y se quedó despierta
durante mucho tiempo, mirando la oscuridad y diciéndose que había sido una
locura. Además, le había dicho que lo quería.
El problema consistía en que era verdad. Había luchado durante cuatro años
para olvidarlo, para vivir sin él, y ahora admitía que no lo había logrado. Nunca lo
olvidaría.
Confundida y con el cuerpo vibrando aún por el placer que había compartido
con ese hombre, Jessamy cerró los ojos y trató de borrarlo todo. Sin embargo, fue
imposible. Nada borraría el recuerdo de esa noche.
Al fin se durmió. Era extraño, pero durmió profundamente, y cuando despertó
la luz del día se filtraba por las ventanas sucias.
Parpadeó, se desperezó y después se puso rígida al evocar la noche anterior.
Descubrió que Julius estaba sentado, con el pelo revuelto y los ojos
somnolientos. Estaba vestido y Jessamy se sintió en desventaja.
La joven se vistió deprisa. Después pasó los dedos por su larga melena para
desenredarla.
—¿Cuánto tiempo llevas despierto? —preguntó, molesta.
—Media hora.
Eso significaba que se había sentado ahí a observarla. A Jessamy no le gustó la
idea.
—Creo que hay un par de cosas que debemos aclarar —señaló.
—¿Qué cosas? —la miró con calma.
—Lo de anoche… —empezó, pero su voz se quebró. Se aclaró la garganta y lo
intentó de nuevo—. Lo de anoche fue un error —expresó con firmeza.
—El único error que cometimos fue esperar cuatro años antes de resolver
nuestras vidas —replicó.
—¡Anoche no resolvimos nada! —estalló.
—Claro que sí.
—Julius —sacudió la cabeza, desesperada—. No puedes arreglar todo en la
cama. ¡Creí que ya habíamos aprendido esa lección!
—No hablo del tiempo que pasamos en la cama, aunque fue tan placentero que
quiero repetirlo pronto —comentó con mirada brillante.
—Entonces, ¿de qué hablas?
—Lo sabes bien. ¿Vas a fingir que sólo hicimos el amor anoche? ¿Que nada más
importante sucedió?

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Jessamy se vio abrumada por la confusión y supo que eso era peligroso. Julius
era muy obstinado y siempre obtenía lo que quería. Necesitaba de todas sus fuerzas
para ganarle.
El problema era si en realidad deseaba alejarse de él. El día anterior estaba
decidida, pero por la noche se había olvidado de todo, gracias a Julius.
Fue a la ventana y miró al exterior. Tenía que pensar bien, ya que toda su vida
se vería afectada por la decisión que tomara. ¡No podía pensar con Julius tan cerca!
Podía sentir la fuerza de su personalidad detrás de ella. La privaba de la capacidad
de razonar. Debía ir a un lugar donde pudiera estar sola antes de cometer un error o
tomar una decisión equivocada.
—Creo que regresaré a la casa por un rato —anunció.
—Creí que no querías poner un pie en ella —le recordó.
—No me quedaré allí. Sólo quiero…
—¿Alejarte de mí? —la interrumpió con tono extraño.
Ella se dio la vuelta y lo observó, furiosa.
—Mira, no trates de presionarme, Julius. Por una vez, déjame tomar mis
decisiones. Si tratas de obligarme a algo que no quiero, los dos lo lamentaremos.
—En otras palabras, no quieres que me comporte tan obstinadamente como
siempre —sonrió con ironía—. Es difícil, pero lo intentaré. Está bien, ve adonde
quieras y tómate tu tiempo, pero asegúrate de tomar la decisión correcta, Jessamy.
El modo en que pronunció su nombre le debilitó las rodillas. Temerosa de
rendirse, Jessamy se dirigió a la puerta. Cuando se encontró fuera, tuvo que resistirse
a la urgencia de regresar corriendo a la habitación con Julius.
Se obligó a caminar con decisión hacia la casa. No sabía a dónde ir, con tal de
alejarse de él.
Abrió la puerta y sus pasos resonaron en el vestíbulo vacío. De pronto se
detuvo en seco. ¿Qué estaba haciendo allí? No podría tomar una decisión sensata en
esa casa. Tendría que regresar a Londres, donde la rodearan objetos familiares. Quizá
así podría pensar con sensatez.
Se volvió y caminó hacia la puerta. Debía existir una forma de alejarse de ahí.
Tal vez pudiera pedir un taxi que la llevara a la estación.
Preocupada con sus pensamientos sobre la noche anterior, Jessamy no oyó el
motor del coche que se detenía fuera, ni la puerta que se abría y se cerraba. No supo
cuánto tiempo estuvo en la casa, hasta que Eleanor entró en el vestíbulo.
Cuando vio a Jessamy, los ojos verdes de la mujer se helaron.
—No creí que siguieras aquí —abrevió.
Despacio, Jessamy levantó la cabeza y se enfrentó a ella.
—¿Por qué? ¿Creíste que saldría corriendo sólo por que rompiste mi ropa?
Hubo una reacción fugaz en el hermoso rostro de Eleanor.

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—¿Has tenido algún accidente con tu ropa? —preguntó con cortesía.


Jessamy se cansó de juegos tontos.
—Sé que tú lo hiciste, Eleanor —dijo—. Y también sé que tú enviaste esa carta
llena de amenazas. ¿Qué esperabas lograr? ¿Cuál era el objetivo?
Hubo un cambio repentino en la expresión de Eleanor. El autocontrol se
desvaneció y sus ojos brillaron con violencia.
—¿Qué quería lograr? —repitió—. Quería deshacerme de ti, claro. Asustarte
para que nunca regresaras. No eres buena para Julius. Supe que sería un desastre
para él si regresabas a su vida.
—Y también está el hecho de que lo amas.
—¡Durante cuatro años lo tuve! —dijo, triunfante.
—No es cierto —negó Jessamy—. Fuiste sólo su secretaria. Todo lo demás está
en tu imaginación.
—¡Te equivocas!
—No se equivoca —declaró Julius desde el umbral.
Eleanor palideció y Jessamy suspiró, aliviada. No creía poder controlar la
situación ella sola.
Julius entró con gesto decidido.
—Yo sabía que tú habías enviado esa carta, Eleanor. Por razones especiales, dejé
que siguieras con tus despreciables planes. Fue un error por mi parte, pero eso no
cambia tus acciones. Debería denunciarte. Unos cuantos meses en la cárcel es lo que
te mereces.
—Pero no puedes hacerme esto. ¡Me necesitas!
—No te necesito —dijo brutalmente—. Nunca te necesité más que como
secretaria.
Fue como si Julius la hubiera golpeado. Por un momento, Jessamy sintió
lástima.
—No puedes meter a la policía en esto —observó Jessamy en voz baja.
—No, supongo que no —reconoció de mala gana—. Parte de la culpa fue mía
por no notar que Eleanor me consideraba mucho más que un jefe. Estaba ciego y ella
fue estúpida.
—Estaba enamorada —replicó Jessamy con calma.
—Y ambos sabemos que el amor hace que la gente se comporte de modo
extraño —aceptó, y se volvió hacia su secretaria—. Necesitas ayuda médica, Eleanor
—declaró en tono cortante—. Si aceptas mi consejo, entonces volveremos a
considerar la situación dentro de unas semanas, cuando tal vez hayas recuperado la
cordura.
La mirada de Eleanor estaba vacía, como si él le hubiera robado toda la vida.

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—Te daré la dirección del hombre a quien quiero que vayas a ver de inmediato
—continuó Julius—. Lo llamaré y le diré que irás —miró el rostro inexpresivo—.
¿Entiendes lo que digo?
—Yo… yo… —su voz carecía de la amargura anterior, del odio que la había
llevado a destrozar las cosas de Jessamy—. Yo lo siento —dijo por fin—. Yo… no sé
por qué lo hice. Era como si fuera otra persona. No comprendo por qué hice todo
esto.
—Creo que sufriste un ataque —sugirió Julius—. El hombre a quien verás te
ayudará a entender todo y a sobreponerte. Espera aquí mientras hago unas llamadas.
Aunque Jessamy sentía lástima por la mujer, no quería quedarse sola con ella, y
salió de la casa mientras Julius hacía los arreglos para la partida de Eleanor.
Veinte minutos después, llegó un taxi. Eleanor subió en él como una autómata.
Julius le dio instrucciones al conductor para que la llevara con el médico y Eleanor
desapareció de sus vidas.
—¿Se pondrá bien? —preguntó Jessamy.
—El hombre con quien la mandé es muy bueno —informó Julius—. Le expliqué
el problema y cree que puede ayudarla.
—¿Podrá curarla de su amor por ti?
—No creo, pero espero que la haga entender que no puede tenerme y que
necesita rehacer su vida lejos de mí.
Jessamy suspiró. Pobre Eleanor. Iba a descubrir lo difícil que era vivir sin Julius.
La joven caminó despacio hacia la casa. Julius la siguió y la detuvo en el
umbral.
—¿Qué harás ahora, Jessamy? —preguntó con voz muy tensa.
—Regresaré a mi casa en Londres —respondió en voz baja—. No hay razón
para que me quede aquí.
—¿Lo de anoche no es una buena razón? —preguntó Julius.
Jessamy se frotó la frente cansada. Era muy difícil pensar con claridad.
—Creo que lo de anoche fue un error —murmuró—. No debió pasar.
—Pero pasó —le recordó.
Jessamy mantuvo la vista fija en el suelo, sin querer mirar los ojos de Julius.
—Quizá sea mejor que tratemos de olvidarlo.
—¿Y olvidarás que dijiste que me querías?
—Puedo intentarlo —replicó—. Lo estropeamos todo, Julius. No puedo
exponerme a otro desastre igual.
—Será diferente esta vez.

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Jessamy luchó contra la abrumadora urgencia de albergar una esperanza.


¿Cómo podría ser diferente? Sería lo mismo que antes; sólo eran buenos en la cama,
pero no podían vivir juntos.
—No ha cambiado nada —expresó con pena—. No soy el tipo de mujer que
necesitas, Julius. Nunca lo fui y nunca lo seré. Tus padres lo supieron en cuanto me
vieron. Soy socialmente inaceptable, según dijo tu madre, y tenía razón.
Los ojos de Julius brillaron de ira.
—No vivirás con mi madre, sino conmigo. Y no busco a la anfitriona perfecta,
nunca lo hice. De ser así, me habría casado con Eleanor.
—Quizá debiste hacerlo —señaló, desesperada.
—Pero no quería a Eleanor —replicó—. Te quería a ti.
—Pero, ¡no funcionó! No podíamos hablar. ¡Tú no te expresabas!
—¿No hemos hablado en estos días?
—Pues… sí, supongo que sí —admitió.
—Entonces, podemos seguir así hasta que queramos.
Jessamy se tapó los oídos.
—¡No quiero oír más! —exclamó—. Ya me he decidido, Julius. Me voy, tengo
que hacerlo. Si de verdad sigues sintiendo algo por mí, no intentes detenerme.
Entró en la casa y creyó que él la detendría, pero Julius no se movió. Sus ojos
oscuros la persiguieron con una intensidad abrumadora.
Jessamy se abalanzó hacia el teléfono.
—Un taxi —se dijo—. Necesito un taxi.
Cogió el auricular y se dio cuenta de que no sabía el número, tampoco había
una guía. Un pánico irracional la invadió y comenzó a sentir que nunca se iría de esa
casa, de Julius.
Como si dijera su nombre, él apareció.
—Si quieres puedo llevarte a la estación más cercana.
—Prefiero coger un taxi —indicó, nerviosa—. No quiero causarte molestias.
—¡Molestias! —explotó—. El número telefónico del taxi está en la memoria; sólo
aprieta el segundo botón.
Jessamy iba a obedecer cuando de pronto algo se lo impidió.
—¿Qué día es hoy?
—Domingo.
Miró su reloj y gruñó.
—Debía estar en casa de mis padres desde hace una hora. Me han preparado
una fiesta, como todos los años, ¡y yo no estoy ahí!

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Se olvidó del taxi y marcó el número de sus padres.


—¿Sí? —respondió la ansiosa voz de su madre.
—Mamá, soy yo.
—¡Jessamy! —exclamó, aliviada—. Estábamos preocupados. ¿Por qué no estás
aquí?
—Es una larga historia —suspiró—. Creo que no podré ir.
—¿Por qué no nos has avisado? —le reprochó su madre—. Pensamos que algo
te había sucedido, sobre todo cuando llamamos a tu casa y no respondió nadie.
¿Dónde estás?
—Estoy… —titubeó, y después dijo deprisa—. Estoy en casa de Julius.
—Ah —exclamó su madre expresivamente.
—No me interpretes mal —añadió—. Estoy aquí porque… bueno, porque ha
habido problemas. Ahora ya todo está bien, así que regresaré a mi casa. Siento lo de
la fiesta.
—No importa —aseguró su madre—. Estás a salvo y eso es lo que cuenta.
Jessamy no se sentía a salvo en casa de Julius.
—Quizá debas quedarte con Julius un tiempo —sugirió su madre—. Han
pasado muchos años. Debéis tener muchas cosas de que hablar.
Jessamy refunfuñó por dentro. Su madre siempre había adorado a Julius,
incluso después que la abandonara.
—Me iré en cuanto llegue un taxi —informó.
—¿Estás segura? —insistió su madre—. ¿Por qué no os dais una oportunidad?
Te sorprenderán los resultados.
—Créeme que estoy bastante sorprendida —se burló Jessamy.
—No sacarás nada poniéndote irónica. Bueno, espero que todo salga bien. Dale
recuerdos a Julius y llama para informarme.
—Sí, mamá —aceptó con un gesto de resignación—. Adiós.
Colgó el auricular y cuando se volvió sus nervios se crisparon, porque Julius
estaba muy cerca de ella.
—Mi madre te envía recuerdos —murmuró.
—Me gusta tu madre —señaló él.
—Y a ella siempre le caíste bien —frunció el ceño—. A la mayoría de las
mujeres…
—¿Incluyéndote a ti? —sus ojos se oscurecieron.
Jessamy no quiso responder. Cogió el auricular.
—Voy a pedir un taxi.

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Julius le arrebató el aparato.


—No lo harás.
—¿De qué hablas? —lo miró sorprendida.
—He decidido que no te irás.
—¡No puedes detenerme! —sus ojos chispeaban.
—Claro que puedo —declaró—. Soy más grande y más fuerte que tú. Además,
tengo otra ventaja. Sé que no quieres irte.
—¡Sí, quiero! —estalló, pero la alarmó oír el tono nada convincente de su voz.
¡Oh, si por lo menos pudiera pensar claro! Odiaba estar confundida e in segura.
—¡Cuánto tiempo seguirás con esto, Jessamy! —preguntó él, observándola.
—¿Con qué? —replicó, cautelosa.
—Finges que todo es como antes, que puedes regresar a tu antigua vida y
olvidar estos días —su tono se alteró—. Finges que puedes vivir sin mí.
—¡Eres muy arrogante! —exclamó—. Claro que puedo vivir sin ti. Me las he
arreglado en estos cuatro años, ¿no?
—No —señaló con seguridad—. Simplemente exististe. Eso no es lo mismo que
vivir.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque yo pasé por lo mismo —explicó—. Todo era insípido y gris, sin
alegrías, sin futuro. Eso no es vivir, Jessamy. No quiero seguir así y creo que tú
tampoco.
—Ya te he dicho que no podemos volver a lo de antes —insistió—. Por lo
menos, yo no puedo. Hablo en serio, Julius. Admito que la vida no es perfecta ahora,
pero puedo arreglármelas. No podría soportar otra ruptura.
—Entonces, no dejemos que eso suceda —sugirió con ternura.
—¿Cómo?
—Hablándonos. Dándole prioridad a nuestra relación. Sin que nadie se meta en
nuestras vidas, ni mis padres, ni mi trabajo, ni tu carrera e independencia. No
podemos volver a lo de antes, Jessamy, pero podemos seguir adelante. Ahora eres
más madura y yo he aprendido de mis errores. Lo lograremos si queremos.
—No creo que pueda. Me parece aterrador.
—¿El qué?
—¡Todo! —estalló—. Y especialmente tú.
—¿Yo te asusto? —parecía sorprendido.
—Claro que sí. Me moría de miedo cuando nos casamos, porque sabía que no
podría ser el tipo de mujer que querías. Tus padres y Eleanor lo sabían y tenían
razón, ¿no? Después, todo se derrumbó muy rápidamente y eso me asusta, porque es
lo peor que puede pasar —no podía detener el flujo de palabras—. No creo que sea

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buena para el matrimonio, Julius; quizá en la cama, y también eso salió mal. Verás, te
culpo de todo, pero eso no es justo, porque yo también me equivoqué. Podría
cometer los mismos errores y no lo soportaría. Odio hacerte daño, pero lo hice, y
preferiría morir a repetirlo.
Julius la cogió por los hombros y la sacudió un poco.
—La única forma en que podrías hacerme daño es si me dejaras —habló con
voz ronca—. No debes tener miedo. Ambos hemos cambiado. Eres más madura y
puedes controlarme —añadió con una sonrisa irónica—. Y yo he aprendido que uno
se debe abrir y expresarse. Es cierto, tendremos algunos problemas, pero esta vez los
afrontaremos juntos. Jessamy, no podemos separarnos, porque nuestra existencia
sería gris y desdichada. ¿Crees que no eres la mujer perfecta para mí? Bueno, no
quiero perfección. Te quiero a ti, no quiero que cambies nunca.
Jessamy trató de luchar un poco más.
—Aún pienso que estarías mejor con alguien como Eleanor.
—Olvídate de ella —ordenó—. No es importante, nunca lo fue, excepto para
llegar a ti.
—A tus padres no les gustará que regresemos.
—Quizá mi madre se ponga histérica y mi padre refunfuñe un poco, pero al
final se acostumbrarán a la idea —razonó.
—Supongo que puedo intentar agradarles —sugirió—. Tal vez pueda aprender
cómo organizar fiestas y ponerme vestidos en lugar de vaqueros manchados.
—Ya te he dicho que no quiero que cambies —susurró—. Tienes que ser como
eres. Me gustas así. De hecho, te quiero y nada es más importante, ¿no?
Jessamy comenzó a creer que tenía razón. Ya no deseaba irse, a menos que
Julius fuera con ella.
No podía creer que estuviera dando los primeros pasos de vuelta a su
dormitorio. Era peligroso, pero le gustó la sensación, el cosquilleo y su piel erizada.
Después de los años sombríos comenzaba a sentirse viva otra vez y se echó a reír.
—¡Es una locura!
—Sí —aceptó Julius, y la besó—. ¿Hasta qué punto crees que estamos locos? —
preguntó con dulzura.
—No sé —respondió. La besó y Jessamy sintió que su cabeza daba vueltas. Las
primeras llamas se encendieron dentro de ella.
Julius deslizó las manos debajo de su camiseta. Mientras el beso continuaba, la
atrajo más hacia él para que sintiera su excitación dura y cálida.
Momentos después, Julius levantó la cabeza para tomar aire y murmuró
suavemente en su oído:
—Todos los días y todas las noches de esos cuatro años te eché de menos y te
deseé.

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—Debería estarle agradecida a Eleanor —comentó ella con ironía—. Quiso


separarnos y nos unió —contuvo el aliento cuando los dedos de él acariciaron su
cuerpo—. ¿Crees que debemos hacer esto? —preguntó con voz estrangulada.
—¿Por qué no? —murmuró—. Aún estamos casados y podemos hacer todo lo
que queramos. Puedo pensar en miles de cosas que deseo hacer, comenzando con un
beso y terminando… —se interrumpió y sonrió de modo pícaro—. Es mejor que sea
una sorpresa —su mirada se puso seria—. Quiero prometerte dos cosas. Nunca te
abandonaré y tendremos un matrimonio diferente, que funcione y que dure —miró
directamente a sus ojos azules—. ¿Me crees? Es muy importante que me creas.
—Sí, te creo —respondió suavemente. Era verdad. Los dos habían madurado,
habían aprendido lecciones amargas.
Julius se relajó.
—Qué bien. Ahora, es tiempo de divertirse.
—¿Divertirse? —repitió Jessamy.
Sus dedos se deslizaron hacia abajo, provocándole exquisitas sensaciones.
—Primero te haré reír y después llorar. Más tarde te haré decir mi nombre de
una forma que nunca conociste —indicó con sensualidad.
Jessamy hundió el rostro en el hombro de su marido. No podía creer que eso
estuviera sucediendo, pero tenía el presentimiento de que Julius la haría creer del
modo más delicioso.
Durante los últimos días, su vida había cambiado radicalmente y ahora estaba
en brazos del hombre de quien estaba decidida a divorciarse. ¡Había sido una
semana extraña!
Julius la besó y sus manos comenzaron una serie de caricias amorosas y
excitantes. Jessamy se olvidó de todo, excepto de su obstinado marido, a quien
amaba profundamente, y del destino brillante que se extendía frente a ellos.

Fin

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