Está en la página 1de 2

La historia de Berta, la Berta de Tato, merece ser contada hoy.

Alejandro Borensztein

No sólo porque a ella le hubiera encantado leerla, sino también porque las generaciones que disfrutaron de
Tato, siempre lo escucharon hablar de ella.

Se supone que cuando se pierde a ser muy querido, ni hablar a una madre, debería tomarse unos días para
procesar el impacto y empezar a elaborar el duelo. Sin embargo, creo que la historia de Berta, la Berta de
Tato, merece ser contada hoy.  No sólo porque a ella le hubiera encantado leerla, sino también porque las
generaciones que durante décadas disfrutaron de Tato, siempre lo escucharon hablar de ella pero poco
supieron sobre el verdadero rol que cumplió en esta historia.

Berta nació en Buenos Aires en 1931 y fue la única hija de Isaac y María, un matrimonio de polacos judíos
que llegaron a la Argentina escapando de la barbarie europea. Isaac era un hombre simple que peleó con la
camiseta polaca en la Primera Guerra Mundial. María era hija de un industrial de Varsovia que fue
asesinado en una revuelta obrera. Se conocieron, se casaron y dedicaron su vida a coser pieles y a criar a su
única hija, Berta.

Hasta el último día de sus vidas vivieron en un PH alquilado de la calle Guise. Primer piso por escalera, tres
piezas conectadas que daban a un pasillo descubierto, un baño y una cocina al fondo. O sea, eran polacos,
judíos, peleteros y muy humildes. Esta es la historia de los Szpindler.

La de los Borensztein no es muy diferente. Tato fue el hijo del medio de tres hermanos fruto del amor de
Samuel y Sara, un matrimonio de judíos polacos que llegaron a la Argentina en los años 20 y que,
curiosamente, también dedicaron su vida a coser y reparar pieles. O sea, también polacos, judíos, peleteros
y muy humildes.

Los Borensztein vivieron en distintas casas de inquilinato. Una de ellas fue el sótano de un edificio en la
Avenida Córdoba, a la vuelta del templo de la calle Libertad. Muchísimos años después, el local que incluía
ese sótano fue alquilado por Alejo, el gran amigo de mi hermano Sebastián. En cuanto mi viejo se enteró
me llevó a conocer aquel lugar que pasó a usarse como depósito. Bajamos la escalera y me dijo: “acá
dormíamos con mi papá, mi mamá y mis hermanos”.

Cuesta imaginar cómo hicieron Samuel y Sara, desde ese sótano, para que Abraham, el hijo mayor, se
recibiera de ingeniero civil en la UBA y lograra ser uno de los más exitosos constructores de su época; el
hijo del medio, Mauricio, se trasformara en Tato Bores, y el más chico, Enrique, llevara adelante
emprendimientos de todo tipo. Justamente, uno de los primeros intentos comerciales de Enrique fue una
disquería a la que ingresó a trabajar una joven de 21 años. Así aparece Berta en escena.

Cuando Tato pasó por al negocio de su hermano y la vió, acuñó la primera frase clave de este cuento
familiar: “Ojo a todos, prohibido enamorarse de la secretaria”. Por supuesto, la prohibición no corrió para
él. Así Tato y Berta se enamoraron. Eran los hijos mimados de dos matrimonios de polacos, judíos y
peleteros. Mejor imposible. ¿Qué podía salir mal?

Por ese entonces, Tato trabajaba en los teatros de revista haciéndole la segunda a grandes capocómicos de
la época como Pepe Arias o Adolfo Stray. Como se estilaba en aquellos años, pasado un tiempo, Tato fue a
pedirle la mano de Berta a Don Isaac quien aceptó gustoso la propuesta y pronunció la segunda frase clave
de esta historia: “Me imagino que ahora usted se va a buscar un trabajo en serio, ¿no?”.

Don Isaac temía que Berta “terminara levantando la gamba en el Maipo”, frase que ella usó toda la vida
para graficar los miedos de su padre. Tato no supo qué contestar y amagó aceptar la imposición porque
estaba dispuesto a dejar todo por Berta. De hecho, siempre estuvo dispuesto a dejar todo por Berta. Pero
fue ella la que, en el momento justo, metió la tercera frase clave de este relato: “Jamás te voy a permitir
que dejes tu carrera artística por mi”.

Cuando le notificaron a Don Isaac que la decisión de ambos era que Tato siguiera adelante con su carrera y
con el noviazgo, estalló el conflicto. Como ocurriría con el peronismo un par de años más tarde, la pareja
fue inmediatamente proscripta. A partir de ese momento el noviazgo de Tato y Berta pasó a la
clandestinidad. Solo se veían en secreto.

Pero como suele pasar en estos casos, se produjo una falla en el sistema de contraespionaje y Don Isaac se
enteró de todo. Ardió Troya. Cuarta frase histórica: “Tato, nos descubrieron… hago la valija, me voy y nos
casamos ya mismo” le dijo Berta, y abandonó a sus padres siendo hija única.

Sofía Bozán, una de las estrellas de la revista porteña (la llamaban “el alma del Maipo”), conocía a un juez
que aceptó casarlos en 48 horas. Era habitual que las grandes mujeres de la revista tuvieran amigos muy
importantes. Con la complicidad de los hermanos de Tato y de todo el elenco del Maipo, con Adolfo Stray a
la cabeza, se organizó un casamiento en secreto. Fue el 12 de mayo de 1954.

De ahí en más todo fue lucha y trabajo. Don Isaac Szpindler nunca dió el brazo torcer. Ni siquiera cuando
Berta en 1958, o sea cuatro años después de casada, quedó finalmente embarazada por primera vez. Aquel
polaco terco murió sin reconocer el matrimonio ni volver a ver a su hija, pese a que Tato intentó sin éxito
algunas negociaciones bilaterales.

Pocos meses después de la muerte de Don Isaac nace el primer hijo de Tato y Berta que vengo a ser yo. Por
eso mi segundo nombre es Isaac. No hace falta explicar la tradición judía por la que me agregaron el
nombre del recién fallecido ni las razones por las que suelo no usarlo. Los felices Bores Szpindler y su crío ya
vivían como duques en un apretado dos ambientes de la calle San Luis casi esquina Pueyrredón. Tato seguía
dejando el alma sobre los escenarios de la revista porteña, secundando a otras figuras. Mi viejo siempre me
contó que un día, mirando como mi mamá me sostenía en sus brazos, pronunció la quinta frase clave de
esta historia: “Berta, si no invento algo pronto nos vamos a morir todos de hambre”.

Al toque renunció al Maipo, se llevó la peluca que más le gustaba, se compró un habano, un armazón de
lentes sin cristales y en un instante mágico que nunca terminaremos de agradecer inventó su personaje
inmortal. Luego le agregaría el frac porque en aquellos años los presidentes y los ministros juraban vestidos
de frac. Y dado que, tanto a los ministros como a los presidentes los rajaban cada dos minutos, Tato decía
que “siempre había que andar vestido de frac porque nunca sabías en que momento te iban a llamar para
asumir”.

El éxito en la televisión fue inmediato. En 1959 aparece el personaje y en 1960 debuta con su propio
programa “Tato siempre en domingo”. El resto de la historia ya es conocida. Para cuando nacieron mis
hermanos Sebastián y Marina, Tato ya era una estrella de la tele. Así fue hasta el final, en 1996. Lo
importante de este cuento es entender que si no hubiera sido por el coraje de Berta, tal vez nunca
hubiéramos tenido a Tato.

Tras la muerte de mi viejo, Berta se dedicó a disfrutar de sus hijos, nietos y amigos. Hasta hace sólo unos
meses, era una elegante señora de 88 años que salía todas las noches, veía todas las películas y obras de
teatro, viajaba y jugaba al bridge. Pero en los últimos dos meses, todas las calamidades se confabularon y
este miércoles a la mañana su corazón no quiso más. Dicen los creyentes que por estas horas Tato y Berta
han vuelto a estar juntos, vaya uno a saber en qué asombroso lugar del Universo. Ojalá. Nunca tan
oportuna la sexta frase clave con la que cerramos esta histori a: “Good Show, Berta”.

Gracias por la vida, Ma. Berta Szpindler de Borensztein (1931 – 2020)

También podría gustarte