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Rama Judicial

A la Rama Judicial le corresponde administrar justicia, solucionar los conflictos y


controversias entre los ciudadanos y entre éstos y el Estado y decidir cuestiones jurídicas
controvertidas mediante pronunciamientos que adquieren fuerza de verdad definitiva.
Dichos pronunciamientos toman principalmente la forma de sentencias, fallos, o autos.

Es la encargada hacer efectivos los derechos, obligaciones, garantías y libertades


consagradas en la Constitución y en las leyes, con el fin de lograr y mantener la
convivencia social.
La rama judicial del poder público constituye una pieza central en el funcionamiento del
Estado y está encargada fundamentalmente de aplicar las normas para proteger los
derechos, el cumplimiento de obligaciones y en general de solucionar conflictos para
garantizar una convivencia pacífica.
Tal y como lo establece el artículo 228 de la Constitución Política “La Administración de
Justicia es función pública. Sus decisiones son independientes. Las actuaciones serán
públicas y permanentes con las excepciones que establezca la ley y en ellas prevalecerá el
derecho sustancial. Los términos procesales se observarán con diligencia y su
incumplimiento será sancionado. Su funcionamiento será desconcentrado y autónomo”.
Así, la rama judicial cuenta con independencia en sus decisiones frente a las otras ramas del
poder público, es decir, frente a la rama ejecutiva y la rama legislativa, las cuales son las
otras dos ramas del Poder Público en Colombia; así mismo, cuenta con autonomía dentro
de su misma rama, es decir, cada jurisdicción es autónoma frente al resto y están sometidas
a: al imperio de la ley en el artículo 230 de la Constitución Política de Colombia; a la
supremacía constitucional en el artículo 4 de la misma Constitución; y siempre que sea
necesario al precedente judicial, todo lo anterior, en aras de garantizar la unidad del
ordenamiento jurídico, el principio de igualdad, la seguridad jurídica y la confianza
legítima en el aparato estatal.
En las conversaciones de pasillo de las entidades públicas y de las organizaciones que han
trabajado de cerca con la Rama Judicial se oye recurrentemente afirmar “eso se veía venir”,
“eso se sabía desde hace tiempo” o “ésta es sólo la punta del iceberg”, para hacer referencia
al más reciente escándalo de corrupción y venta de sentencias en la Rama Judicial. Sin
embargo, a partir de un análisis desapasionado del tema, que no parte del conocimiento de
los intríngulis de nuestra Justicia sino de conceptos puramente teóricos, también se puede
afirmar que lo que sucede hoy en la Rama Judicial de Colombia era de esperarse.
Afirmación que, reconozco, resulta preocupante en un país que hoy más que nunca requiere
de una administración de justicia fortalecida y confiable para construir condiciones para la
paz.
En un estudio sobre corrupción publicado hace poco por Redesarrollo y adelantando por De
justicia, concluimos que en Colombia hay dos clases de condiciones que favorecen y
facilitan la corrupción. Por un lado están las condiciones sociopolíticas y culturales de un
Estado con debilidad institucional como el nuestro. A partir de estudios previos adelantados
por Francisco Thoumi y por Mauricio García Villegas, sostuvimos que en Colombia la
debilidad del Estado ha dado paso a fenómenos como el clientelismo y el narcotráfico, que
han terminado implantando en los colombianos aquello que Mauricio García ha
denominado la cultura del incumplimiento de reglas.
Por otro lado, contamos con ciertas condiciones institucionales que facilitan la
reproducción de la corrupción. Para describir estas condiciones recurrimos a la idea
inicialmente planteada por Robert Klitgaard, quien considera que la corrupción florece
cuando alguien tiene poder de monopolio sobre una determinada decisión (M), tiene
discrecionalidad para decidir (D), y en donde la rendición de cuentas y la transparencia
(accountability) (A) son débiles. A estas condiciones, que Klitgaard resume en la fórmula
C=M+D-A, nosotros agregamos la existencia de una baja probabilidad de detección y/o
penalización de las conductas corruptas (S= sanción), resultando finalmente con la
siguiente ecuación: C=M+D-A-S.
Si utilizamos este conjunto de condiciones para evaluar las probabilidades de corrupción
dentro de la Rama Judicial de Colombia, podremos ver un panorama bastante diciente. Al
igual que los demás colombianos, los funcionarios que componen la Rama Judicial han
crecido en contacto con una cultura en la que se le resta valor a las reglas jurídicas, y se le
da mayor importancia a las reglas sociales del intercambio de favores, la fuerza de las
lealtades y las obligaciones reciprocas. En consecuencia, aunque se espera que en el
ejercicio de sus cargos los jueces y magistrados respondan al espíritu del servicio público—
y muchos así lo hacen—, lo que se ha visto aflorar en algunos despachos de la Rama
Judicial es una cultura propia de personajes ambiciosos que se saltan las reglas de juego
para conseguir lo que se proponen.
Pero esa no es la única condición que ha favorecido a la corrupción en las Altas Cortes
colombianas. Si aplicamos la fórmula de las condiciones institucionales más arriba descrita
nos daremos cuenta de que las condiciones de monopolio (M) y discrecionalidad (D)
también están presentes en la Rama Judicial, y que incluso la segunda resulta connatural a
la función judicial. En cuanto al monopolio, si bien es cierto que la función pública de
administrar justicia es ejercida por múltiples actores más allá de la Rama Judicial (como
determinadas autoridades administrativas y particulares investidos transitoriamente de esa
función), existen ciertas funciones que por mandato constitucional son exclusivamente
ejercidas por una de las Altas Cortes, como la de juzgar a los Gobernadores o la de
investigar y juzgar a los miembros del Congreso.
Por su parte, es claro que la labor de interpretación que realiza el juez requiere de la
discrecionalidad, pues es ésta la que le permite, dentro de los márgenes de la ley, tomar una
u otra decisión cuando un determinado caso límite no tiene una solución concreta y única
en la ley. En lo que respecta a la transparencia y rendición de cuentas (accountability) (A),
dentro de la Rama Judicial contamos con algunas corporaciones que a pesar de ser sujetos
obligados de la Ley de Transparencia y Acceso a la Información Pública, no se asumen
como tales. Por eso, presentan su reportes e inconsistencias en la información de gestión de
algunos despachos; ausencia casi absoluta de hojas de vida de los magistrados publicadas
en el Sistema de Información y Gestión del Empleo Público (SIGEP); y, respuestas a
derechos de petición que se escudan en el derecho a la intimidad para no entregar
información sobre los funcionarios judiciales, desconociendo que este derecho admite las
limitaciones propias que impone la condición de servidor público.
Además, tenemos varios jueces y magistrados que ven la rendición de cuentas como un
informe de estadísticas sobre causas ingresadas, resueltas y pendientes o como un acto
protocolario celebrado al final del año, y no como una acción constante, del día a día, para
dar cuenta de lo que se hace, de cómo se hace y de cuáles son las calidades de quien lo
hace.
Y ni qué decir de la baja probabilidad de detección y/o penalización de las conductas
corruptas (S) en la Rama Judicial. El fuero del que gozan los magistrados de las Altas
Cortes, inicialmente planteado como una garantía para que estos funcionarios cumplan sus
funciones sin presiones indebidas, y el hecho de que sus casos deban ir a la Comisión de
Acusaciones de la Cámara de Representantes, hacen que la probabilidad de detección y
penalización de sus conductas corruptas disminuya de manera dramática. Tanto así, que se
ha vuelto común el uso de la expresión “Comisión de Absoluciones” para referirse a tan
inoperante comisión.
Entonces, en el caso concreto de la Rama Judicial nos encontramos ante un conjunto de
condiciones culturales e institucionales que aunque no son siempre el común denominador,
hacían esperable la corrupción judicial que hoy vivimos. Si bien algunas de esas
condiciones son difíciles de cambiar en el corto plazo (como es el caso de la cultura del
incumplimiento de reglas), y otras son connaturales a la función judicial (como lo es la
discrecionalidad de los jueces), existen condiciones que desde hace varios años estamos en
deuda de intervenir. Por eso, es hora de que la Rama Judicial se tome en serio las
obligaciones de transparencia que le impone la Ley 1712 de 2014 y de que el Congreso de
la República estudie las diferentes opciones que se han propuesto para reformar cuanto
antes la Comisión de Acusaciones y el fuero de los magistrados. Pero además, es momento
de que la sociedad civil se dé cuenta del impacto que el accountability social (por medio de
estrategias legales, movilizaciones y mediáticas) y la sanción social pueden tener sobre los
elementos A y S de esta ecuación de la corrupción. De lo contrario, los corruptos seguirán
encontrando las condiciones propicias para reproducirse en el sistema de justicia
permanente del posconflicto.

http://www.funcionpublica.gov.co/eva/gestornormativo/manual-estado/rama-judicial.php
http://sej.minjusticia.gov.co/RamaJudicial/Paginas/Introduccion.aspx
https://www.dejusticia.org/column/crisis-de-la-rama-juicial-era-de-esperarse/

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