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Receta para el mal de amores

Sucede que a veces, nos rompen el corazón. No lo recibimos de la misma forma que lo
entregamos. Sucede, además, que desde que el hombre existe (hace miles y miles de años ya)
la comunicación se ha perfeccionado, pero siempre en cada época tuvo “problemas técnicos”
que la evolución no superó. Una flor ignorada es igual que una carta sin respuesta. Un teléfono
que no llama es lo mismo que un mensaje de Whatsapp “en visto” hace días. Y sí, de nuevo nos
damos cuenta que nos rompieron el corazón. Que desparramaron por el piso la confianza, la
ilusión y la esperanza de que esta vez sí funcione.

Una mañana me di cuenta que la persona de la cual estaba esperando una señal de vida, había
decidido unánimemente, apartarme de la suya. Sin explicaciones. Sin la delicadeza de un
“perdón”. Una vez más, mis expectativas habían sido pretenciosas.

Lo primero que hice, poseída por el espíritu de la supervivencia, fue acompañar las incipientes
lágrimas con una taza de café bien caliente. Algo de canela, cáscara de naranjas y dos
cucharadas de azúcar para evitar sentir lo amargo del café. Demasiada amarga estaba la vida
en ese instante. Es imprescindible, además, saber que un café bien hecho consta de una taza
caliente, café caliente y leche (si así lo desean) caliente. Entre 70°C y 75°C será la temperatura
ideal para disolver la angustia que se anuda en nuestra garganta…

Es increíble la capacidad de reconfortar el alma que tiene el café bien caliente por la mañana.
Es como esa voz extraña que nos llama a despertar en medio de una pesadilla. Se escucha a lo
lejos la voz diciendo “la vida debe continuar”. Entonces, nos despertamos y sentimos ese alivio
de saber que solo se trató de un mal sueño.

Fueron sólo algunos minutos los que estuve sentada, mirando por la ventana de mi cocina
como el Sol se abría paso entre las densas nubes pero fueron suficientes para darme cuenta
que así como el café te despierta y te trae de vuelta a la vida una mañana cualquiera, lo mismo
hace el amor. Un corazón roto ¿no es acaso lo mismo que un cielo cubierto de nubes grises?

María Lucila Agüero

Relatos para el café

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