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Visto históricamente, el concepto moderno de crítica literaria va íntimamente ligado al ascenso de

la esfera pública liberal y burguesa que se produjo a principios del siglo XVIII. El debate literario,
que hasta entonces había servido como forma de legitimación de la sociedad cortesana en los
salones aristocráticos, se convirtió en el foro que preparó el terreno para el debate político entre
las clases medias.

n Habermas apunta que la esfera pública se desarrolló antes en Inglaterra que en ningún otro
lugar porque la nobleza y la aristocracia inglesas, tradicionalmente involucradas en cuestiones de
gusto cultural, también tenían intereses económicos en común con la clase mercantil emergente,
al contrario que, pongamos por caso, sus homólogos franceses. El rasgo distintivo de la esfera
pública inglesa es su carácter consensual.

Ésta es, ciertamente, la ironía de la crítica de la Ilustración, que mientras que su defensa de las
normas de la razón universal denota una resistencia al absolutismo, el gesto crítico es en sí mismo
típicamente conservador Y corrector; Se traza sobre la tradicional estructura de poder de la
sociedad inglesa una nueva formación cultural, diluyendo momentáneamente sus distinciones
para dar más solidez a su hegemonía. «Los cafés», escribe Beljame, «eran puntos de encuentro. La
gente se reunía en ellos, intercambiaba opiniones, formaba grupos, crecía en número. En
resumen, a través de ellos comenzó a desarrollarse una opinión pública con la que habría que
contar en lo sucesivo. Addison, según su biógrafo victoriano, fue el «principal arquitecto de la
opinión pública del siglo XVIII».10 El discurso deviene fuerza política: «La diseminación de la
cultura general en todas direcciones», destaca fascinado Beljame, «unió a todas las clases de la
sociedad. Los lectores ya no estaban segregados en compartimentos estancos de puritano y
caballero, corte y ciudad, metrópoli y provincia: todos los ingleses eran ya lectores. La «defensa de
la buena literatura en el mundo», según John Clarke, «está subordinada a los fines de la religión y
la virtud, pero también a los de la buena política y el gobierno civil.» «La promoción del buen
gusto en las composiciones poéticas», escribió Thomas Cooke, «es asimismo la promoción de las
buenas maneras. Nada puede interesar más a un Estado que el apoyo a los buenos escritores.

El mercado verdaderamente libre es el del discurso cultural mismo dentro, por supuesto, de
ciertas regulaciones normativas; el papel del crítico es administrar esas normas, en un doble
rechazo del absolutismo y la anarquía.

no hay clases sociales subordinadas dentro de la esfera pública-de hecho, en principio, ni siquiera
hay clases sociales-o Lo que está en juego en la esfera pública, de acuerdo con su propia
autoimagen ideológica, no es el poder sino la razón. La verdad, no la autoridad, es su fundamento,
y la racionalidad, no la dominación, su moneda diaria.

The Tatier y The Speetator principales revistas literarias son proyectos de una política cultural
burguesa cuyo lenguaje amplio e insulsamente homogeneizador es capaz de englobar el arte, la
ética, la religión, la filosofía y la vida cotidiana. La crítica todavía no es «literaria» sino «cultural. El
crítico como flaneuT o bricoleur, vagando y merodeando entre diversos paisajes sociales en los
que siempre se encuentra como en su propia casa, sigue siendo el crítico roo juez; pero este juicio
no debería confundirse con los fallos reprobatorios de una autoridad olímpica. que toma forma
esta auro.lmagen fascinada. Regulador y abastecedor de un humanismo general, guardián e
instructor del gusto público, el crítico debe realizar estas tareas desde dentro de una
responsabilidad más fundamental como reportero e informador.

El crítico no es en nuestro sentido un intelectual: en el siglo XVIII, como comenta Richard Rorty:
«Había hombres ingeniosos, hombres cultos y piadosos pero no eruditos”. El lenguaje «cultural» y
el político se entretejían de continuo: el propio Addison era funcionario del aparato del Estado
además de periodista, y Steele también desempeñaba un cargo público.

Cap 2: lo más apropiado para definir la esfera pública burguesa de la Inglaterra de principios del
siglo XVIII sea entenderla no como una sola formación homogénea sino como una serie de centros
discursivos entrelazados. a medida que transcurre el SIglo XVIII, la distinción social vital «no era
entre aristócratas y plebeyos, sino entre damas y caballeros, por una parte y el vulgo por otra.
Pope recibía una especie de comisión de las clases altas para realizar su trabajo; el tradicional
mecenas individual quedaba reemplazado por un accionariado de patronazgo colectivo. Hacia
1730 el mecenazgo literario estaba decayendo dándose un incremento del poder de los libreros.
con el crecimiento de la riqueza, la población y los cambios tecnológicos en la imprenta y la
edición , y la expansión de una clase media ávida de literatura, el público lector se estaba
expandiendo. Hacia 1750 y 60 se da una explosión de los periódicos literarios.

Privado de seguridad material, el crítico mercenario compensa tal ignominia y se desquita de ella
con la autoridad sentenciosa de su extravagante estilo individualista. Moralista, melancólica y
metafísica, la obra de Johnson se dirige al mundo social (sentía, según cuenta Boswell, «un gran
respeto hacia la opinión general») en el mismo momento de zaherirlo; es, como señala Leslie
Stephen, el moralista que «sí observa la vida real, pero se mantiene alejado de ella y conoce
muchas horas de melancolía. El sabio aún no ha llegado a renunciar por completo a la realidad
social, pero hay en johnson inquietantes síntomas, en toda su sociabilidad personal, de una
creciente disociación entre el intelectual literario y el modo material de producción al que se
dedica. Para Johnson el acto de la crítica literaria no habita en una esfera estética autónoma, sino
que pertenece de manera orgánica a la «ideología general, es indisociable de los estilos comunes
del juicio y la experiencia. ( qué sería el Lebenswelt, del que habla Eagleton en la pág 39?)

Aún no hemos llegado a un punto en el que podamos hablar de la «crítica literaria» como una
tecnología aislable, aunque con johnson vamos evolucionando hacia ese distanciamiento entre el
intelectual literario y la formación social de la. que acabará por surgir una crítica especializada.

2 factores responsables de la desintegración de la esfera pública clásica: 1era factor de tipo


económico: a medida que progresa la sociedad capitalista y las fuerzas del mercado van
condicionando cada vez más el destino de los productos literarios, deja de ser posible asumir que
el «gusto» o el «refinamiento» son fruto del diálogo civilizado. La 2da de tipo político: debido a
que la gente común, el vulgo, todo aquel que no sea caballero, no pertenece a la auténtica
comunidad lingüística, así tampoco pertenece a la esfera político pública, los intereses de los ricos
serían los únicos que existen. Hacia finales del XVIII y principios del XIX surge una contraesfera
pública en Inglaterra. El espacio de la esfera pública ya no es un ámbito de apacible consenso sino
de enfrentamientos. La crítica se transforma en explícita y descaradamente política, los periódicos
seleccionan obras literarias que puedan tener un sesgo ideológico. El sabio del siglo XIX “nace” en
este contexto de pugna política más que consenso cultural, se intenta elevar la literatura por
encima de la realpolitik.

Para el Romanticismo la crítica en el sentido convencional ya no puede limitarse a emitir juicios


verificables acuerdo con normas públicas compartidas, pues el acto mismo del juicio se ve ahora
manchado por una racionalidad profundamente sospechosa, y las asunciones normativas son
precisamente lo que la fuerza negadora del arte pretende subvertir. . El crítico romántico es, en
efecto, el poeta que justifica ontológicamente su propia práctica, que elabora sus implicaciones
más profundas, que reflexiona sobre los fundamentos y las consecuencias de su arte.

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