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Durante la peste europea del siglo XVII, los médicos llevaban máscaras picudas, guantes de
cuero y capas largas para intentar defenderse de la enfermedad. Su aspecto icónico y
siniestro, como vemos en este grabado de 1656 de un médico romano, es reconocible hasta
la actualidad.
En su día, la peste negra fue la enfermedad más temida del mundo. Fue capaz de
aniquilar a cientos de millones de personas en una pandemia global aparentemente
imparable y sus víctimas sufrieron una hinchazón dolorosa de los nodos linfáticos,
ennegrecimiento de la piel y otros síntomas terribles.
En la Europa del siglo XVII, los médicos que atendían a las víctimas de la peste
llevaban un atuendo que desde entonces ha adquirido connotaciones siniestras: se
tapaban de pies a cabeza y llevaban una máscara picuda. El motivo de la existencia
de estas máscaras picudas para la peste era una idea falsa sobre la mismísima
naturaleza de esta enfermedad peligrosa.
Durante los brotes de peste bubónica de aquel periodo (una pandemia que se
repitió en Europa durante siglos), las ciudades afligidas por la enfermedad
contrataron a médicos de la peste negra que practicaban algo que se hacía pasar
por medicina cuando atendían a residentes ricos y pobres por igual. Estos galenos
prescribían lo que consideraban brebajes protectores y antídotos de la peste,
registraban testamentos y llevaban a cabo autopsias, y algunos lo hacían
llevando las máscaras picudas.
Aunque los médicos de la peste de toda Europa llevaban estos atuendos, el aspecto
era tan emblemático que en Italia el «médico de la peste» se convirtió en un
personaje básico de la commedia dell'arte y las celebraciones carnavalescas y sigue
siendo un disfraz popular en la actualidad.